El pastor que nos conoce y nos ama
Evangelio:
san Juan 10, 27-30: “Yo doy vida eterna
a mis ovejas”.
En este Domingo cuarto de
Pascua se centra nuestra atención y nuestra fe agradecida en la presencia
misteriosa de Cristo Jesús, Pastor único y universal de nuestras almas. Jesús
se identifica como el «Buen Pastor» que cuida (=«apacienta») y orienta
(=«pastorea») a quienes creen en Él, ya que «conoce a quienes escuchan su voz y
les da la vida eterna». - Cristo ha prolongado esta cualidad suya en los
Pastores de su Iglesia, por quienes oramos muy especialmente, a cuyo servicio
está su ministerio. Por este motivo, celebramos también hoy el día mundial de
las vocaciones consagradas, para el servicio de la misión: sacerdotales y
religiosas. Por eso, a partir de la Palabra de este día, nuestra atención se
centra en la Misión pastoral de toda la Iglesia y, particularmente, de los
Pastores que, en nombre de Cristo, apacientan y pastorean al Pueblo de Dios.
Escuchar
para seguir...
Escuchar es lo primero que se
nos pide. La voz de Dios se deja oír a través de signos que debemos descubrir.
El primero es la Palabra de Dios. La tenemos en la Biblia. Si está en nuestra
casa que no sea un libro más en una mesa sino lo que ella es según su nombre:
el Libro. Al abrirlo con veneración digamos: Este Libro contiene palabras de
Dios para mí. Me está diciendo quién es Él y que quiere de mí y de toda la
humanidad. Ilumina mi vida y me revela el pleno sentido que ella tiene. Por qué
estoy en el mundo y para qué Dios me ha llamado a la vida. Si voy al templo y
oigo la Palabra de Dios que se nos proclama en las celebraciones y luego no
recuerdo que se leyó, no he escuchado. No he guardado con amor la Palabra de
Dios para mí en lo profundo e íntimo de mí mismo.- Seguir: Dios me invita a una
marcha que tiene como punto de partida mi entrada en el mundo y como término
Dios mismo. Toda marcha supone un camino, un guía, un atractivo que dinamiza el
caminar. Jesús, el Señor, es el que guía la marcha y nos lleva con seguridad.
Quiere que lo sigamos, que pongamos nuestros pies en las huellas que él deja en
el camino, huellas muchas veces sangrientas. Para nosotros debe imposible
conocerlo y no seguirlo como quizás hemos cantado. Esta palabra de Cristo da
origen a toda la actividad pastoral de la Iglesia. Ella está llamada a
comunicar al hombre esta palabra de esperanza y a realizar acciones que le den
visibilidad en el mundo y que sean prenda de la vida para siempre. Ese ofrecimiento
del Señor no muere con Cristo sino que vive en la Iglesia donde él realiza su
acción salvadora hoy. - Todos llevamos hoy la carga pastoral de la Iglesia,
cada uno dentro del contexto en que debe vivir. Es Jesús Pastor que quiere
seguir hablando y anunciando al mundo el misterio del plan salvador de Dios a
través de nosotros, bautizados en su nombre. La Iglesia será activa y
evangelizante en la medida en que todos asumamos, con valentía y con gozo, esta
misión. El Señor ha depositado en nosotros esta carga y confía en que la
llevaremos a término. Su amor, su poder, su fuerza salvadora no nos van a
faltar. El nos ha asegurado nadie nos puede arrebatar de su mano. Depositemos
en él toda nuestra seguridad y nuestra confianza de testigos de su evangelio.
Escuchemos
al Papa Francisco
«...Esto os pido: sed pastores
con «olor a oveja», que eso se note –; en vez de ser pastores en medio al
propio rebaño, y pescadores de hombres. Es verdad que la así llamada crisis de
identidad sacerdotal nos amenaza a todos y se suma a una crisis de
civilización; pero si sabemos barrenar su ola, podremos meternos mar adentro en
nombre del Señor y echar las redes. Es bueno que la realidad misma nos lleve a
ir allí donde lo que somos por gracia se muestra claramente como pura gracia,
en ese mar del mundo actual donde sólo vale la unción – y no la función – y
resultan fecundas las redes echadas únicamente en el nombre de Aquél de quien
nos hemos fiado: Jesús. -Queridos fieles, acompañad a vuestros sacerdotes con
el afecto y la oración, para que sean siempre Pastores según el corazón de
Dios. Queridos sacerdotes, que Dios Padre renueve en nosotros el Espíritu de
Santidad con que hemos sido ungidos, que lo renueve en nuestro corazón de tal
manera que la unción llegue a todos, también a las «periferias», allí donde
nuestro pueblo fiel más lo espera y valora. Que nuestra gente nos sienta
discípulos del Señor, sienta que estamos revestidos con sus nombres, que no
buscamos otra identidad; y pueda recibir a través de nuestras palabras y obras
ese óleo de alegría que les vino a traer Jesús, el Ungido. Amén» (Papa
FRANCISCO)
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