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Emisora Vida Nueva

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Vida Nueva Cali - Reproductor

viernes, 31 de mayo de 2019

VIERNES 31 DE MAYO




Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: 31 de Mayo: La Visitación de la Virgen
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Lc 1,39-56): En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!».

Y dijo María: «Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como había anunciado a nuestros padres- en favor de Abraham y de su linaje por los siglos». María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa.
Comentario:Mons. F. Xavier CIURANETA i Aymí Obispo Emérito de Lleida (Lleida, España)
«Saltó de gozo el niño en mi seno»
Hoy contemplamos el hecho de la Visitación de la Virgen María a su prima Isabel. Tan pronto como le ha sido comunicado que ha sido escogida por Dios Padre para ser la Madre del Hijo de Dios y que su prima Isabel ha recibido también el don de la maternidad, marcha decididamente hacia la montaña para felicitar a su prima, para compartir con ella el gozo de haber sido agraciadas con el don de la maternidad y para servirla.

El saludo de la Madre de Dios provoca que el niño, que Isabel lleva en su seno, salte de entusiasmo dentro de las entrañas de su madre. La Madre de Dios, que lleva a Jesús en su seno, es causa de alegría. La maternidad es un don de Dios que genera alegría. Las familias se alegran cuando hay un anuncio de una nueva vida. El nacimiento de Cristo produce ciertamente «una gran alegría» (Lc 2,10).

A pesar de todo, hoy día, la maternidad no es valorada debidamente. Frecuentemente se le anteponen otros intereses superficiales, que son manifestación de comodidad y de egoísmo. Las posibles renuncias que comporta el amor paternal y maternal, asustan a muchos matrimonios que, quizá por los medios que han recibido de Dios, debieran ser más generosos y decir “sí” más responsablemente a nuevas vidas. Muchas familias dejan de ser “santuarios de la vida”. El Papa San Juan Pablo II constata que la anticoncepción y el aborto «tienen sus raíces en una mentalidad hedonista e irresponsable respecto a la sexualidad y presuponen un concepto egoísta de la libertad, que ve en la procreación un obstáculo al desarrollo de la propia personalidad».

Isabel, durante cinco meses, no salía de casa, y pensaba: «Esto es lo que ha hecho por mí el Señor» (Lc 1,25). Y María decía: «Engrandece mi alma al Señor (...) porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava» (Lc 1,46.48). La Virgen María e Isabel valoran y agradecen la obra de Dios en ellas: ¡la maternidad! Es necesario que los católicos reencuentren el significado de la vida como un don sagrado de Dios a los seres humanos.

jueves, 30 de mayo de 2019

JUEVES 30 DE MAYO



Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Jueves VI de Pascua
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Jn 16,16-20): En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: «Dentro de poco ya no me veréis, y dentro de otro poco me volveréis a ver». Entonces algunos de sus discípulos comentaron entre sí: «¿Qué es eso que nos dice: ‘Dentro de poco ya no me veréis y dentro de otro poco me volveréis a ver’ y ‘Me voy al Padre’?». Y decían: «¿Qué es ese ‘poco’? No sabemos lo que quiere decir». Se dio cuenta Jesús de que querían preguntarle y les dijo: «¿Andáis preguntándoos acerca de lo que he dicho: ‘Dentro de poco no me veréis y dentro de otro poco me volveréis a ver?’. En verdad, en verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará. Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo».
Comentario:Rev. D. Joan Pere PULIDO i Gutiérrez Secretario del obispo de Sant Feliu (Sant Feliu de Llobregat, España)
«Vuestra tristeza se convertirá en gozo»
Hoy contemplamos de nuevo la Palabra de Dios con la ayuda del evangelista Juan. En estos últimos días de Pascua sentimos una inquietud especial por hacer nuestra esta Palabra y entenderla. La misma inquietud de los primeros discípulos, que se expresa profundamente en las palabras de Jesús —«Dentro de poco ya no me veréis, y dentro de otro poco me volveréis a ver» (Jn 16,16)— concentra la tensión de nuestras inquietudes de fe, de búsqueda de Dios en nuestra vida cotidiana.

Los cristianos de hoy sentimos la misma urgencia que los cristianos del primer siglo. Queremos ver a Jesús, necesitamos experimentar su presencia en medio de nosotros, para reforzar nuestra fe, esperanza y caridad. Por esto, nos provoca tristeza pensar que Él no esté entre nosotros, que no podamos sentir y tocar su presencia, sentir y escuchar su palabra. Pero esta tristeza se transforma en alegría profunda cuando experimentamos su presencia segura entre nosotros.

Esta presencia, así nos lo recordaba San Juan Pablo II en su última Carta encíclica Ecclesia de Eucharistia, se concreta —específicamente— en la Eucaristía: «La Iglesia vive de la Eucaristía. Esta verdad no expresa solamente una experiencia cotidiana de fe, sino que encierra en síntesis el núcleo del misterio de la Iglesia. Ésta experimenta con alegría cómo se realiza continuamente, en múltiples formas, la promesa del Señor: ‘He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo’ (Mt 28,20). (...) La Eucaristía es misterio de fe y, al mismo tiempo, “misterio de luz”. Cada vez que la Iglesia la celebra, los fieles pueden revivir de algún modo la experiencia de los dos discípulos de Emaús: 'Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron' (Lc 24,31)».

Pidamos a Dios una fe profunda, una inquietud constante que se sacie en la fuente eucarística, escuchando y entendiendo la Palabra de Dios; comiendo y saciando nuestra hambre en el Cuerpo de Cristo. Que el Espíritu Santo llene de luz nuestra búsqueda de Dios.

miércoles, 29 de mayo de 2019

MIERCOLES 29 DE MAYO




Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Miércoles VI de Pascua
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Jn 16,12-15): En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: «Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello. Cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir. Él me dará gloria, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he dicho: Recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros».
Comentario:Rev. D. Santi COLLELL i Aguirre (La Garriga, Barcelona, España)
«Cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa»
Hoy, Señor, una vez más, nos quieres abrir los ojos para que nos demos cuenta de que, con demasiada frecuencia, hacemos las cosas al revés. «El Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa» (Jn 16,13), aquello que el Padre ha dado a conocer al Hijo.

¡Es curioso!: más que dejarnos guiar por el Espíritu (¡qué gran desconocido en nuestras vidas!), lo que hacemos es, bien pasar de Él, bien “imponerle” las cosas una vez ya hemos tomado nuestras decisiones. Y lo que hoy se nos dice es más bien lo contrario: dejar que Él nos guíe.

Pienso, Señor, en voz alta... Vuelvo a leer el Evangelio de hoy y me vienen a la cabeza los chicos y chicas que recibirán la Confirmación este año. Veo los que me rodean y estoy tentado a pensar: —¡Qué verdes están! ¡A éstos, tu Espíritu no les va ni por delante ni por detrás; y más bien se dejan guiar por todo y por nada!

A quienes se nos considera adultos en la fe, haznos instrumentos eficaces de tu Espíritu para llegar a ser “contagiadores” de tu verdad; para intentar “guiar-acompañar”, ayudar a abrir los corazones y los oídos de quienes nos rodean.

«Mucho tengo todavía que deciros» (Jn 16,12). —¡No te retengas, Señor, en dirigirnos tu voz para revelarnos nuestras propias identidades! Que tu Espíritu de Verdad nos lleve a reconocer todo aquello de falso que pueda haber en nuestras vidas y nos haga valientes para enmendarlo. Que ponga luz en nuestros corazones para que reconozcamos, también, aquello que de auténtico hay dentro de nosotros y que ya participa de tu Verdad. Que reconociéndolo sepamos agradecerlo y vivirlo con alegría.

Espíritu de Verdad, abre nuestros corazones y nuestras vidas al Evangelio de Cristo: que sea ésta la luz que ilumine nuestra vida cotidiana. Espíritu Defensor, haznos fuertes para vivir la verdad de Cristo, dando testimonio a todos.

martes, 28 de mayo de 2019

MARTES 28 DE MAYO




Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Martes VI de Pascua
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Jn 16,5-11): En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: «Pero ahora me voy a Aquel que me ha enviado, y ninguno de vosotros me pregunta: ‘¿Adónde vas?’. Sino que por haberos dicho esto vuestros corazones se han llenado de tristeza. Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré: y cuando Él venga, convencerá al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio; en lo referente al pecado, porque no creen en mí; en lo referente a la justicia porque me voy al Padre, y ya no me veréis; en lo referente al juicio, porque el Príncipe de este mundo está juzgado».
Comentario:Fr. Joseph A. PELLEGRINO (Tarpon Springs, Florida, Estados Unidos)
«Os conviene que yo me vaya»
Hoy el Evangelio nos ofrece una comprensión más profunda de la realidad de la Ascensión del Señor. En la lectura del Evangelio de Juan del Domingo de Pascua, Jesús le dice a María Magdalena que no se aferre a Él porque «aún no he subido a mi Padre» (Jn 20,17). En el Evangelio de hoy Jesús se da cuenta de que «por haberos dicho esto, vuestros corazones se han llenado de tristeza» (Jn 16,6), por eso indica a sus discípulos que «os conviene que yo me vaya» (Jn 16,7). Jesús debe ascender al Padre. Sin embargo, todavía está entre nosotros.

¿Cómo puede irse y quedarse al mismo tiempo? Este misterio lo explicó el Papa Benedicto XVI: «Y, dado que Dios abraza y sostiene a todo el cosmos, la Ascensión del Señor significa que Cristo no se ha alejado de nosotros, sino que ahora, gracias al hecho de estar con el Padre, está cerca de cada uno de nosotros, para siempre».

Nuestra esperanza se halla en Jesucristo. Con su conquista sobre la muerte nos dio una vida que la muerte no podrá nunca destruir, su Vida. Su resurrección es la verificación de que lo espiritual es real. Nada puede separarnos del amor de Dios. Nada puede disminuir nuestra esperanza. Las negativas del mundo no pueden destruir lo positivo de Jesucristo.

El mundo imperfecto en el que vivimos, un mundo donde sufren los inocentes, puede conducirnos al pesimismo. Pero Jesucristo nos ha transformado en eternos optimistas.

La presencia viva del Señor en nuestra comunidad, en nuestras familias, en aquellos aspectos de nuestra sociedad que, con todo derecho, pueden ser llamados “cristianos”, nos confieren una razón para la esperanza. La Presencia Viva del Señor en cada uno de nosotros nos ha proporcionado alegría. No importa cuán grande sea el aluvión de noticias negativas que los medios disfrutan presentándonos; lo positivo del mundo supera con mucho a lo negativo, pues Jesús ha ascendido.

Él, en efecto, ha ascendido, pero no nos ha abandonado.

lunes, 27 de mayo de 2019

LUNES 27 DE MAYO





 
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Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Lunes VI de Pascua
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Jn 15,26—16,4): En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: «Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, Él dará testimonio de mí. Pero también vosotros daréis testimonio, porque estáis conmigo desde el principio. Os he dicho esto para que no os escandalicéis. Os expulsarán de las sinagogas. E incluso llegará la hora en que todo el que os mate piense que da culto a Dios. Y esto lo harán porque no han conocido ni al Padre ni a mí. Os he dicho esto para que, cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os lo había dicho».
Comentario:Rev. P. Higinio Rafael ROSOLEN IVE (Cobourg, Ontario, Canadá)
«También vosotros daréis testimonio»
Hoy, en el evangelio Jesús anuncia y promete la venida del Espíritu Santo: «Cuando venga el Paráclito (…) que procede del Padre, Él dará testimonio de mí» (Jn 15,26). “Paráclito” literalmente significa “aquél que es llamado junto a uno”, y habitualmente es traducido como “Consolador”. De este modo, Jesús nos recuerda la bondad de Dios, pues siendo el Espíritu Santo el amor de Dios, Él infunde en nuestros corazones la paz, la serenidad en las adversidades y la alegría por las cosas de Dios. Él nos hace mirar hacia las cosas de arriba y unirnos a Dios.

Además Jesús dice a los Apóstoles: «También vosotros daréis testimonio» (Jn 15,27). Para dar testimonio es necesario:

1º Tener comunión e intimidad con Jesús. Ésta nace del trato cotidiano con Él: leer el Evangelio, escuchar sus palabras, conocer sus enseñanzas, frecuentar sus sacramentos, estar en comunión con su Iglesia, imitar su ejemplo, cumplir los mandamientos, verlo en los santos, reconocerlo en nuestros hermanos, tener su espíritu y amarlo. Se trata de tener una experiencia personal y viva de Jesús.

2º Nuestro testimonio es creíble si aparece en nuestras obras. Un testigo no es sólo una persona que sabe que algo es verdad, sino que también está dispuesta a decirlo y vivirlo. Lo que experimentamos y vivimos en nuestra alma debemos transmitirlo al exterior. Somos testigos de Jesús no sólo si conocemos sus enseñanzas, sino —y principalmente— cuando queremos y hacemos que otros lo conozcan y lo amen. Como dice el dicho: «Las palabras mueven, los ejemplos arrastran».

El Papa Francisco nos decía: «Agradezco el hermoso ejemplo que me dan tantos cristianos que ofrecen su vida y su tiempo con alegría. Ese testimonio me hace mucho bien y me sostiene en mi propio deseo de superar el egoísmo para entregarme más». Y añadía: «Quiero pediros especialmente un testimonio de comunión fraterna que se vuelva atractivo y resplandeciente». Eso es siempre una luz que atrae.

sábado, 25 de mayo de 2019

DOMINGO 26 DE MAYO





El Espíritu de luz y fraternidad
Evangelio: san Juan 14,23-29: “El Espíritu Santo les recordará todo cuanto les he dicho”.
Escuchamos la Palabra de Dios y celebramos la Eucaristía en el sexto domingo de Pascua, en el ambiente gozoso de la resurrección del Señor. La Palabra de Dios que hoy vamos a proclamar nos ofrece la promesa del Señor de enviar su Espíritu para fortalecer nuestra fe, y la Paz que concede a quienes viven su presencia. - La resurrección de Cristo y la venida del Espíritu Santo, enviado a todos por Cristo resucitado, son esencialmente la misma cosa: el Espíritu que habita la Iglesia es el fruto final de la Pascua. Por eso en la Misa de hoy la Palabra habla del Espíritu Santo que trabaja en la primitiva Iglesia.
Nos encontramos en el inicio de los últimos quince días de la Cincuentena. Puede ser un buen momento para revisar el cómo se ha mantenido pedagógicamente la unidad de este tiempo y, en cualquier caso, para acentuar que estamos celebrando la Pascua como unidad festiva. Bueno será tener en cuenta esto para evitar el hablar de una «preparación» para la fiesta de Pentecostés, como si ésta fuera una fiesta aparte de la Cincuentena. Ello no quita, sin embargo, que -como lo hacen los textos litúrgicos- se acentúe ahora especialmente la referencia al Don del Espíritu Santo como culminación del Misterio Pascual y de su celebración.
Hombres y no ángeles...
Dolorosamente nuestra Iglesia de Jesucristo ha vivido y vive muchas crisis en el discurrir del tiempo. La Iglesia de hoy, al igual que las Comunidades cristianas primeras, están constituidas por hombres y no por ángeles y, por consiguiente, no podemos desprendernos de nuestra condición humana en nuestros aciertos y en nuestros errores.
Pero la Iglesia, a pesar de estar integrada por hombres, es la Iglesia de Cristo Jesús, y está iluminada y orientada por el Espíritu de Dios. Los errores e incertidumbres se resuelven, por consiguiente, bajo la iluminación del Espíritu y la presencia del mismo Jesús «hasta el final de los tiempos». - Hay disensiones en la comunidad de Antioquía a propósito de la misión entre gentiles. Tensiones provocadas por los observantes de los preceptos y los confiados en el Espíritu. Resta sólo imponer el mínimo de normas, haciendo posible la convivencia de todos los hermanos, en clima de unión y caridad, que es lo indispensable.
El Espíritu Santo asiste a la Iglesia y obra en ella para que haga el discernimiento de la voluntad Salvadora universal de Dios y tome las decisiones que permitan vivir el Evangelio en lo esencial y verdaderamente necesario para la verdadera Vida Cristiana. Necesitamos una total docilidad al Espíritu para superar divisiones y enfrentamientos. Ser dóciles es dejarse enseñar de Dios y aceptar su proyecto salvador por encima de nuestros propios proyectos. Las crisis históricas de la Iglesia vienen de situaciones concretas y muchas veces personales, de posiciones ideológicas al parecer irreductibles, de interpretaciones de la palabra de Dios que buscan justificar situaciones adquiridas.
Siguiendo la inspiración del Espíritu de Jesús siempre activo en la Iglesia ojalá encontremos campos en los que podamos vivir unidos en la práctica intensa de la fe cristiana, en especial en lo que concierne al amor del prójimo y la construcción de un mundo justo que obedezca al querer del Señor sobre él. El camino de unión en la caridad y el amor nos puede hacer encontrar, en diálogo fraterno, la vía para la unidad en la doctrina y la enseñanza. Hoy como ayer toda la Iglesia, pastores y laicos, en oración y entrega al Espíritu debe encontrar la primacía del Señor Jesús y convirtiéndose a él descubrir y trabajar por la unidad de su Cuerpo Místico.
Amor y obediencia
Jesús establece una clara relación mutua entre el amor y la obediencia: «Si alguno me ama, guardará mi Palabra». Esto quiere decir que, en cristiano, cualquier sumisión no es obediencia. Para ella se necesita la libertad del que ama verdaderamente. En un cuartel, por ejemplo, no hay «obediencia», sino mera sumisión, por temor, sin convicción. En una cárcel, menos. Sólo quien es libre verdaderamente, ama de verdad. Y quien ama de verdad obedece... Es que primero es el don y luego es la ley...Dios, primero salva, libera, y luego propone la Alianza con sus exigencias. - La manifestación gloriosa de Cristo beneficia a todos los que guarden su Palabra y Dios habitará en aquellos que la guardan. Habitará en el Templo, en los justos, pero sobre todo donde hay amor, allí estará su Espíritu. Desea la paz, no como despedida sino como don de bienes mesiánicos ya contenidos en el don de la vida del Padre.
La prueba del amor a Jesús es, según este evangelio, guardar su Palabra. ¿Cómo la guardo yo, cómo la pongo por obra, cuándo? Quizás tengo una vida de ritos y sacramentos, por supuesto válidos y estimables, pero ¿qué papel juega la lectura atenta y orante de la Sagrada Escritura en mi vida de discípulo/a? ¿Cuándo me he sentido o me siento habitado/a por Dios? ¿Qué significa esto, qué peso y qué implicación tiene en mi vida cotidiana? ¿Cómo es la paz que me viene del mundo? ¿Y la que me viene de Jesús?
¿Dónde la experimento, a quién se la puedo hacer experimentar? «La tierra ha dado su fruto. La tierra es la santa madre de Dios, María, que viene de nuestra tierra, de nuestra semilla, de este barro, de este terreno, de Adán... Ella ha dado su fruto... ¿Quién sabe qué fruto? El Señor desde una esclava; un Dios desde el hombre; el Hijo desde la madre, el fruto de la tierra, el grano de trigo caído en la tierra y resucitado en muchos hermanos» (San Jerónimo).

jueves, 23 de mayo de 2019

JUEVES 23 DE MAYO






 

El deseo de felicidad
Las bienaventuranzas descubren la meta de la existencia humana, el fin último de los actos humanos: Dios nos llama a su propia bienaventuranza.


Por: Catecismo de la Iglesia | Fuente: Catecismo de la Iglesia 



Las bienaventuranzas responden al deseo natural de felicidad. Este deseo es de origen divino: Dios lo ha puesto en el corazón del hombre a fin de atraerlo hacia El, el único que lo puede satisfacer:

Ciertamente todos nosotros queremos vivir felices, y en el género humano no hay nadie que no dé su asentimiento a esta proposición incluso antes de que sea plenamente enunciada.

¿Cómo es, Señor, que yo te busco? Porque al buscarte, Dios mío, busco la vida feliz, haz que te busque para que viva mi alma, porque mi cuerpo vive de mi alma y mi alma vive de ti.

Sólo Dios sacia.

Las bienaventuranzas descubren la meta de la existencia humana, el fin último de los actos humanos: Dios nos llama a su propia bienaventuranza.

Esta vocación se dirige a cada uno personalmente, pero también al conjunto de la Iglesia, pueblo nuevo de los que han acogido la promesa y viven de ella en la fe.



 

miércoles, 22 de mayo de 2019

MIERCOLES 22 DE MAYO





 
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Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Miércoles V de Pascua
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Jn 15,1-8): En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: «Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto. Vosotros estáis ya limpios gracias a la Palabra que os he anunciado. Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada. Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen, los echan al fuego y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis. La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y seáis mis discípulos».
Comentario:Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
«Permaneced en mí, como yo en vosotros»
Hoy contemplamos de nuevo a Jesús rodeado por los Apóstoles, en un clima de especial intimidad. Él les confía lo que podríamos considerar como las últimas recomendaciones: aquello que se dice en el último momento, justo en la despedida, y que tiene una fuerza especial, como si de un postrer testamento se tratara.

Nos los imaginamos en el cenáculo. Allí, Jesús les ha lavado los pies, les ha vuelto a anunciar que se tiene que marchar, les ha transmitido el mandamiento del amor fraterno y los ha consolado con el don de la Eucaristía y la promesa del Espíritu Santo (cf. Jn 14). Metidos ya en el capítulo decimoquinto de este Evangelio, encontramos ahora la exhortación a la unidad en la caridad.

El Señor no esconde a los discípulos los peligros y dificultades que deberán afrontar en el futuro: «Si me han perseguido a mí, también a vosotros os perseguirán» (Jn 15,20). Pero ellos no se han de acobardar ni agobiarse ante el odio del mundo: Jesús renueva la promesa del envío del Defensor, les garantiza la asistencia en todo aquello que ellos le pidan y, en fin, el Señor ruega al Padre por ellos —por todos nosotros— durante su oración sacerdotal (cf. Jn 17).

Nuestro peligro no viene de fuera: la peor amenaza puede surgir de nosotros mismos al faltar al amor fraterno entre los miembros del Cuerpo Místico de Cristo y al faltar a la unidad con la Cabeza de este Cuerpo. La recomendación es clara: «Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5).

Las primeras generaciones de cristianos conservaron una conciencia muy viva de la necesidad de permanecer unidos por la caridad. He aquí el testimonio de un Padre de la Iglesia, san Ignacio de Antioquía: «Corred todos a una como a un solo templo de Dios, como a un solo altar, a un solo Jesucristo que procede de un solo Padre». He aquí también la indicación de Santa María, Madre de los cristianos: «Haced lo que Él os diga» (Jn 2,5).

martes, 21 de mayo de 2019

MARTES 21 DE MAYO



Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Martes V de Pascua
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Jn 14,27-31a): En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: «Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Habéis oído que os he dicho: ‘Me voy y volveré a vosotros’. Si me amarais, os alegraríais de que me fuera al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Y os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis. Ya no hablaré muchas cosas con vosotros, porque llega el Príncipe de este mundo. En mí no tiene ningún poder; pero ha de saber el mundo que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado».
Comentario:Rev. D. Enric CASES i Martín (Barcelona, España)
«Mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo»
Hoy, Jesús nos habla indirectamente de la cruz: nos dejará la paz, pero al precio de su dolorosa salida de este mundo. Hoy leemos sus palabras dichas antes del sacrificio de la Cruz y que fueron escritas después de su Resurrección. En la Cruz, con su muerte venció a la muerte y al miedo. No nos da la paz «como la da el mundo» (cf. Jn 14,27), sino que lo hace pasando por el dolor y la humillación: así demostró su amor misericordioso al ser humano.

En la vida de los hombres es inevitable el sufrimiento, a partir del día en que el pecado entró en el mundo. Unas veces es dolor físico; otras, moral; en otras ocasiones se trata de un dolor espiritual..., y a todos nos llega la muerte. Pero Dios, en su infinito amor, nos ha dado el remedio para tener paz en medio del dolor: Él ha aceptado “marcharse” de este mundo con una “salida” sufriente y envuelta de serenidad.

¿Por qué lo hizo así? Porque, de este modo, el dolor humano —unido al de Cristo— se convierte en un sacrificio que salva del pecado. «En la Cruz de Cristo (...), el mismo sufrimiento humano ha quedado redimido» (San Juan Pablo II). Jesucristo sufre con serenidad porque complace al Padre celestial con un acto de costosa obediencia, mediante el cual se ofrece voluntariamente por nuestra salvación.

Un autor desconocido del siglo II pone en boca de Cristo las siguientes palabras: «Mira los salivazos de mi rostro, que recibí por ti, para restituirte el primitivo aliento de vida que inspiré en tu rostro. Mira las bofetadas de mis mejillas, que soporté para reformar a imagen mía tu aspecto deteriorado. Mira los azotes de mi espalda, que recibí para quitarte de la espalda el peso de tus pecados. Mira mis manos, fuertemente sujetas con clavos en el árbol de la cruz, por ti, que en otro tiempo extendiste funestamente una de tus manos hacia el árbol prohibido».

lunes, 20 de mayo de 2019

LUNES 20 DE MAYO




 
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Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Lunes V de Pascua
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Jn 14,21-26): En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: «El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él». Le dice Judas, no el Iscariote: «Señor, ¿qué pasa para que te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?». Jesús le respondió: «Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que escucháis no es mía, sino del Padre que me ha enviado. Os he dicho estas cosas estando entre vosotros. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho».
Comentario:Rev. D. Norbert ESTARRIOL i Seseras (Lleida, España)
«El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho»
Hoy, Jesús nos muestra su inmenso deseo de que participemos de su plenitud. Incorporados a Él, estamos en la fuente de vida divina que es la Santísima Trinidad. «Dios está contigo. En tu alma en gracia habita la Trinidad Beatísima. —Por eso, tú, a pesar de tus miserias, puedes y debes estar en continua conversación con el Señor» (San Josemaría).

Jesús asegura que estará presente en nosotros por la inhabitación divina en el alma en gracia. Así, los cristianos ya no somos huérfanos. Ya que nos ama tanto, a pesar de que no nos necesita, no quiere prescindir de nosotros.

«El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él» (Jn 14,21). Este pensamiento nos ayuda a tener presencia de Dios. Entonces, no tienen lugar otros deseos o pensamientos que, por lo menos, a veces, nos hacen perder el tiempo y nos impiden cumplir la voluntad divina. He aquí una recomendación de san Gregorio Magno: «Que no nos seduzca el halago de la prosperidad, porque es un caminante necio aquel que ve, durante su camino, prados deliciosos y se olvida de allá donde quería ir».

La presencia de Dios en el corazón nos ayudará a descubrir y realizar en este mundo los planes que la Providencia nos haya asignado. El Espíritu del Señor suscitará en nuestro corazón iniciativas para situarlas en la cúspide de todas las actividades humanas y hacer presente, así, a Cristo en lo alto de la tierra. Si tenemos esta intimidad con Jesús llegaremos a ser buenos hijos de Dios y nos sentiremos amigos suyos en todo lugar y momento: en la calle, en medio del trabajo cotidiano, en la vida familiar.

Toda la luz y el fuego de la vida divina se volcarán sobre cada uno de los fieles que estén dispuestos a recibir el don de la inhabitación. La Madre de Dios intercederá —como madre nuestra que es— para que penetremos en este trato con la Santísima Trinidad.

sábado, 18 de mayo de 2019

DOMINGO 19 DE MAYO




El don del amor fraterno
Evangelio: San Juan 13,31-33ª.34-35: “Les doy un mandamiento nuevo
Nos reunimos un Domingo más para celebrar la Eucaristía y escuchar la Palabra de Dios. El tema de este quinto Domingo de Pascua es el amor fraterno, el «mandamiento nuevo» dejado por Jesús en su testamento. Un mandamiento que es nuevo porque Jesús lo ofreció como base de su Evangelio, y que sigue siendo nuevo después de 20 siglos porque lo podemos estrenar cada día.
Este Domingo pertenece ya a la segunda parte de la cincuentena pascual. Hemos celebrado las cuatro primeras semanas, fuertemente marcadas por el misterio de la presencia del Señor resucitado en su Iglesia; los acentos de los textos bíblicos y litúrgicos se orientan ahora en un sentido más eclesiológico: el «Presente» es también el «Ausente», el que está presente por el Espíritu que nos ha dado, el que urge el testimonio de sus fieles...
Un Mundo Nuevo
El apóstol San Pablo sabe muy bien, porque Cristo lo había anunciado multitud de veces y él lo ha experimentado personalmente, que el camino del Reino está sembrado de dificultades y la «puerta es estrecha», aunque nunca está cerrada. También sabemos que, con decisión personal y esperanza en Dios, lo vamos recorriendo, animados y apoyados por la Comunidad de creyentes, por la Iglesia. Por eso San Pablo y Bernabé van dejando Comunidades de creyentes en las cuales la fe se va fortaleciendo y la lealtad a Jesucristo alcanza profunda intensidad. Al mismo tiempo dejan pastores responsables que se hacen cargo de las Comunidades fundadas; van instituyendo «presbíteros» (ancianos) que aseguren la fidelidad a la fe recibida. Todo ello lo hacen bajo la luz de la oración, de la plegaria y del ayuno comunitario. El mundo del sufrimiento y lucha deja lugar al mundo de la felicidad, del descanso y de la paz. Es lo que el apóstol San Juan nos dice en el mensaje de su Apocalipsis: Dios preside el Nuevo Universo. Por eso no existirá en él ni sombra de tristeza. Ese es el motivo por el que, como decía San Pablo, merece la pena esforzarse mucho para poseerlo. No podemos pensar que la realidad ofrecida en esta lectura es una realidad sólo prometida «para el otro mundo», para «el más allá», sino ofrecida ya como un don que se ha de cultivar hasta llegar a la plenitud en la consumación final..
La ley del Amor
En el Evangelio de hoy Jesús resume la ley del amor y el significado del amor en la vida humana. El amor fraterno es su «nuevo mandamiento», no porque es totalmente novedoso (otras religiones y gente sabia han ensalzado la caridad), sino porque por la resurrección de Jesús el amor es dado como don que puede arraigar en nuestro corazón. Sin Cristo la caridad queda como un deseo siempre frustrado. Es igualmente un «nuevo mandamiento» porque la razones para amarse mutuamente fueron también reveladas por Jesús: el Señor está misteriosamente presente en cada persona: «Lo que hicieron al más pequeño de mis hermanos lo hicieron conmigo».
En fin, es un «nuevo mandamiento» porque estamos llamados a amarnos como Jesús nos amó, sin discriminación, sin límite, dispuestos a entregar nuestras vidas por los demás si es necesario. Y, sobre todo, «porque» Jesús nos amó. Por último: la caridad fraterna es el testimonio cristiano más importante; es el signo privilegiado de cómo los cristianos y la Iglesia van a ser reconocidos como discípulos de Cristo y como la Iglesia de Dios.
El Evangelio de Jesús se abre camino, aun en medio de dificultades y obstáculos, porque es el Evangelio del amor y de la paz. Por eso, los discípulos, al dar cuenta de los resultados de sus viajes apostólicos a la Comunidad que les ha «enviado», están contentos y pueden cantar aquel tradicional salmo: «los que sembraban con lágrimas, cosechan entre cantares». El Señor está respondiendo con su ayuda a las promesas realizadas por Jesús: «Vayan por el mundo y yo estaré con ustedes».
Sin muchos códigos
El amor fraterno debe renovar y mejorar las relaciones humanas en la sociedad, la cultura, la política, la economía, etc. Hay mucha gente que nos ofrece diversos y variados programas para construir «un mundo nuevo». Las leyes y las normas de conducta que se prometen implantar para conseguirlo, son variadas. Las «Constituciones», los «Códigos», los «Reglamentos», son numerosísimos. Incluso en el pueblo judío, en el ambiente en que se desarrolló Jesús, se ofrecía un código con 613 normas de conducta que habían de cumplirse para agradar a Dios.
En el breve Evangelio que leemos hoy, Jesús nos ofrece un código mucho más breve que todo eso. Jesús, el Señor, en su testamento, pocas horas antes de morir, no deja normas ni leyes ni pautas o recetas de apostolado, sino que nos ofrece "un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado", como único fundamento de su Evangelio salvador.
El camino para la paz
El que se adentre por el camino de Jesús y se decida a seguir el estilo de su vida, descubrirá que sólo el amor hace que la vida merezca la pena ser vivida y que sólo desde el verdadero amor es posible experimentar la gran alegría de vivir. Si cumplimos esta norma de convivencia que nos ofrece Jesús, estaremos construyendo el mejor de los mundos, que ningún programa político ni social podrá igualar. Estamos viendo cómo nuestro mundo se está volviendo cada día más violento: rompe la fraternidad y siembra el sufrimiento y el dolor por todas partes. También vemos cómo se ofrecen diversas y opuestas soluciones a los problemas de convivencia entre las naciones y entre las regiones y pueblos.
El Evangelio de hoy nos ofrece la única solución capaz de construir un mundo en paz: «ámense unos a otros como yo os he amado». Si nos esforzamos en conseguirlo iremos viendo cómo se va alumbrando un nuevo mundo «en el que habrá menos llanto, menos luto y más alegría y gozo» porque reinará la Paz que solamente Dios puede otorgar.
Quien sigue el camino del Evangelio vivirá, ya ahora, la realidad del nuevo Reino, acaso con luto y dolor en ocasiones, pero sin perder la paz y el sosiego. Y estará colaborando en la construcción de un nuevo mundo lleno de esperanza y consuelo de Dios. Y, precisamente ese mandamiento nuevo será la señal por la que se conocerá a los discípulos suyos. La señal de los cristianos no será una bandera, ni un territorio, ni unas fronteras determinadas; ni siquiera el bautismo, la misa, el credo u otros mandamientos. La señal, por la que conocerán que somos discípulos del Señor, es el mandamiento nuevo de Jesús.
Hoy, en nuestra sociedad secularizada, pluralista, materialista, violenta, el ser cristiano sigue conociéndose por el cumplimiento del mandamiento nuevo de Jesús: el amor a todos como él nos ha amado.
El amor de Jesús lo vemos en la cruz: entrega su vida a favor nuestro y muere amando, perdonando, disculpando a los culpables; pero no muere odiando ni matando. Su «bandera», enarbolada en la cruz es amar a todos como él nos amó y porque Él nos amó. Un amor desinteresado, acogedor, servicial. Esta es la tarea gozosa del creyente en esta sociedad donde se falsifica tanto el amor.

viernes, 17 de mayo de 2019

VIERNES 17 DE MAYO




 
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Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Viernes IV de Pascua
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Jn 14,1-6): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy sabéis el camino». Le dice Tomás: «Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?». Le dice Jesús: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí».
Comentario:Rev. D. Josep Mª MANRESA Lamarca (Valldoreix, Barcelona, España)
«Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí»
Hoy, en este Viernes IV de Pascua, Jesús nos invita a la calma. La serenidad y la alegría fluyen como un río de paz de su Corazón resucitado hasta el nuestro, agitado e inquieto, zarandeado tantas veces por un activismo tan enfebrecido como estéril.

Son los nuestros los tiempos de la agitación, el nerviosismo y el estrés. Tiempos en que el Padre de la mentira ha inficionado las inteligencias de los hombres haciéndoles llamar al bien mal y al mal bien, dando luz por oscuridad y oscuridad por luz, sembrando en sus almas la duda y el escepticismo que agostan en ellas todo brote de esperanza en un horizonte de plenitud que el mundo con sus halagos no sabe ni puede dar.

Los frutos de tan diabólica empresa o actividad son evidentes: enseñoreado el “sinsentido” y la pérdida de la trascendencia de tantos hombres y mujeres, no sólo han olvidado, sino que han extraviado el camino, porque antes olvidaron el Camino. Guerras, violencias de todo género, cerrazón y egoísmo ante la vida (anticoncepción, aborto, eutanasia...), familias rotas, juventud “desnortada”, y un largo etcétera, constituyen la gran mentira sobre la que se asienta buena parte del triste andamiaje de la sociedad del tan cacareado “progreso”.

En medio de todo, Jesús, el Príncipe de la Paz, repite a los hombres de buena voluntad con su infinita mansedumbre: «No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también en mí» (Jn 14,1). A la derecha del Padre, Él acaricia como un sueño ilusionado de su misericordia el momento de tenernos junto a Él, «para que donde esté yo estéis también vosotros» (Jn 14,3). No podemos excusarnos como Tomás. Nosotros sí sabemos el camino. Nosotros, por pura gracia, sí conocemos el sendero que conduce al Padre, en cuya casa hay muchas estancias. En el cielo nos espera un lugar, que quedará para siempre vacío si nosotros no lo ocupamos. Acerquémonos, pues, sin temor, con ilimitada confianza a Aquél que es el único Camino, la irrenunciable Verdad y la Vida en plenitud.

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