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Emisora Vida Nueva

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Vida Nueva Cali - Reproductor

sábado, 29 de febrero de 2020

DOMINGO 1 DE MARZO






VIDA NUEVA
JESUS ES TENTADO POR EL ESPIRITU DEL MAL
Evangelio: san Mateo 4, 1-11: «No pondrás a prueba al Señor, tu Dios»
Damos comienzo al tiempo de la cuaresma. Llevados de la mano por la Palabra de Dios proclamada en este día, penetremos en el sentido que este tiempo tiene para nuestra vida de cristianos.
Hemos entrado en el santo tiempo de Cuaresma. La Palabra de Dios de este domingo nos invita a examinar nuestra respuesta a lo que Dios quiere de nosotros. Nos creó para él, nos ofrece un proyecto y un camino bien claros. En ejercicio de libertad, nuestra respuesta puede ser de aceptación o de rechazo a lo que Dios nos ofrece. Este drama se nos presenta en dos personajes significativos, enfrentados a la Tentación. Por una parte el primer hombre, Adán, “cabeza de una humanidad pecadora”, y por otra Jesús, el Cristo, “cabeza de una humanidad redimida”. No viven ellos un drama exclusivamente personal. Su experiencia, dolorosa en uno y triunfante en otro, afecta a la humanidad de todos los tiempos y lugares.
«Conviértete y cree...»
Jesús sale vencedor de esta prueba. Va a abordar el plan del Padre cueste lo que cueste. En vísperas de su pasión volverá a enfrentar ese momento y allí dirá la Palabra que todo lo esclarece y que Adán no quiso pronunciar en la primera hora: Padre, que no se haga lo que yo quiero sino lo que tú quieres. - En la marcha de la vida debemos interrogarnos siempre si vamos por el buen camino. En este tiempo de cuaresma oiremos hablar incesantemente de conversión. Es posible que pensemos que lo que debe cambiar en la vida es algo desordenado que hay en ella, un vicio, un defecto, una ocasión que hace tropezar y caer. Olvidamos que lo que debe cambiar radicalmente es el corazón, la honda capacidad de amar y decidir.
Convertirse es encontrar ante todo al Dios vivo que nos ha llamado al mundo, que nos señala un camino pero que nos deja en libertad. Adherir a él, dejarse atraer incesantemente por su amor como por un imán poderoso que nos lleva por el camino de Dios es convertirse. Digamos al Señor: Conviértenos, Dios nuestro, y nos convertiremos.
Las pruebas de la Iglesia
El poder, la gloria y avaricia personal; el doblegarse y venderse en el orden político social engendra la idolatría, el endiosamiento, los mitos corruptores. Sólo UNO es el Señor. El orgullo y la soberbia personal o los grupos predominantes, frente a la apertura y sencillez humilde de la fe. Pruebas eclesiales: la eficacia temporal, el triunfalismo y dominio; contar sólo con medios humanos. - La Victoria vendrá por la Palabra que la precede en el triunfo de Jesús, a pesar de las debilidades humanas. Victoria del cristianismo que se siente juzgado por esa Palabra. Victoria santa como fuente de reforma en la fidelidad a la Palabra.
Las pruebas del cristiano
Esas tres tentaciones están siempre al asecho en nuestro corazón. Soñamos con tener la capacidad de la acción inmediata y eficaz para solucionar los problemas del mundo. Dios ha querido que sólo el trabajo paciente y comprometido a través de la vida nos pueda ofrecer posibilidades. Dios nos ha dado un mundo para construir y eso supone empeño. El está presente en nuestra lucha pero no nos sustituye. - Acudimos irreflexivamente donde se nos dice que algo extraordinario acontece. Comprometemos allí incluso nuestra fe. La vida de Dios en nosotros y su obra se reviste de servicio humilde e incluso desconocido. Es el camino humilde de Jesús en Nazaret, de María, la humilde sierva del Señor. Dios quiere revelarse al hombre de hoy a través de la humildad y debilidad de su Iglesia. Conscientes de nuestra debilidad acudimos por caminos incluso ilícitos al uso del poder para afianzarnos en la vida. - Queremos conquistar por esa vía la felicidad soñada. La historia nos demuestra a diario cuán equivocado es ese camino. Y también gustamos de lo espectacular incluso en la vida cristiana. Soñamos con ver milagros.
Actuemos la Palabra
La palabra no nos puede dejaron indiferentes: «¡dichosos los que escuchan la Palabra y la practican!». Empecemos el camino que nos va a llevar a la Pascua. Ella es el término de este ejercicio cuaresmal que implica un proceso de conversión, de cambio en la vida que llevamos. Nos convertimos al Señor y esa mirada nuestra que sin cesar busca encontrar su voluntad dura toda nuestra vida. Cambiamos no por meras conveniencias humanas o por necesidad de corregir un vicio. Cambiamos porque el Señor que muere y resucita por nosotros, en plena obediencia a la voluntad del Padre, nos urge con amor a encontrar en él toda nuestra esperanza. La palabra nos compromete a un reajuste continuo de la misión de la Iglesia y situar a los cristianos en una purificación de todo engaño espiritual. Al celebrar la muerte de Cristo, todos debemos morir a una vida de mediocridad, de placer, de tener, de poder...reconociendo que hemos sucumbido a veces a la tentación y la prueba. - Pero desde la victoria de Jesús en las pruebas y nuestro recurso a la Palabra de fe, también saldremos a flote de nuestras pruebas.
Relacion con la Eucaristia
Jesús, respondiendo a la primera tentación, cita el Deuteronomio con la afirmación de «no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios». Para nosotros, esa Palabra que vamos escuchando en cada Eucaristía, es, junto con el alimento eucarístico que le sigue, nuestra fuerza para el camino de la vida y para la lucha contra el mal. Es esa Palabra y esa Eucaristía las que nos permiten «avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo y vivirlo en su plenitud» (oración colecta). - ¡TODO LO PODEMOS EN AQUEL QUE NOS CONFORTA!

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viernes, 28 de febrero de 2020

VIERNES 28 DE FEBRERO




Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Viernes después de Ceniza
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Mt 9,14-15): En aquel tiempo, se le acercan los discípulos de Juan y le dicen: «¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos, y tus discípulos no ayunan?». Jesús les dijo: «Pueden acaso los invitados a la boda ponerse tristes mientras el novio está con ellos? Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán».
Comentario:Rev. D. Xavier PAGÉS i Castañer (Barcelona, España)
«Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán»
Hoy, primer viernes de Cuaresma, habiendo vivido el ayuno y la abstinencia del Miércoles de Ceniza, hemos procurado ofrecer el ayuno y el rezo del Santo Rosario por la paz, que tanto urge en nuestro mundo. Nosotros estamos dispuestos a tener cuidado de este ejercicio cuaresmal que la Iglesia, Madre y Maestra, nos pide que observemos, y a recordar que el mismo Señor dijo: «Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán» (Mt 9,15). Tenemos el deseo de vivirlo no sólo como el cumplimiento de un precepto al que estamos obligados, sino —sobre todo— procurando llegar a encontrar el espíritu que nos conduce a vivir esta práctica cuaresmal y que nos ayudará en nuestro progreso espiritual.

Buscando este sentido profundo, nos podemos preguntar: ¿cuál es el verdadero ayuno? Ya el profeta Isaías, en la primera lectura de hoy, comenta cuál es el ayuno que Dios aprecia: «Partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, cubrir a quien ves desnudo y no desentenderte de los tuyos. Entonces surgirá tu luz como la aurora, enseguida se curarán tus heridas, ante ti marchará la justicia, detrás de ti la gloria del Señor» (Is 58,7-8). A Dios le gusta y espera de nosotros todo aquello que nos lleva al amor auténtico con nuestros hermanos.

Cada año, el Santo Padre Juan Pablo II nos escribía un mensaje de Cuaresma. En uno de estos mensajes, bajo el lema «Hace más feliz dar que recibir» (Hch 20,35), sus palabras nos ayudaron a descubrir esta misma dimensión caritativa del ayuno, que nos dispone —desde lo profundo de nuestro corazón— a prepararnos para la Pascua con un esfuerzo para identificarnos, cada vez más, con el amor de Cristo que le ha llevado hasta dar la vida en la Cruz. En definitiva, «lo que todo cristiano ha de hacer en cualquier tiempo, ahora hay que hacerlo con más solicitud y con más devoción» (San León Magno, papa).

jueves, 27 de febrero de 2020

JUEVES 27 DE FEBRERO




Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Jueves después de Ceniza
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Lc 9,22-25): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día». Decía a todos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará. Pues, ¿de qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo se pierde o se arruina?».
Comentario:Fray Josep Mª MASSANA i Mola OFM (Barcelona, España)
«Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame»
Hoy es el primer jueves de Cuaresma. Todavía tenemos fresca la ceniza que la Iglesia nos ponía ayer sobre la frente, y que nos introducía en este tiempo santo, que es un trayecto de cuarenta días. Jesús, en el Evangelio, nos enseña dos rutas: el Via Crucis que Él ha de recorrer, y nuestro camino en su seguimiento.

Su senda es el Camino de la Cruz y de la muerte, pero también el de su glorificación: «El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado (...), ser matado y resucitar al tercer día» (Lc 9,22). Nuestro sendero, esencialmente, no es diferente del de Jesús, y nos señala cuál es la manera de seguirlo: «Si alguno quiere venir en pos de mí...» (Lc 9,23).

Abrazado a su Cruz, Jesús seguía la Voluntad del Padre; nosotros, cargándonos la nuestra sobre los hombros, le acompañamos en su Via Crucis.

El camino de Jesús se resume en tres palabras: sufrimiento, muerte, resurrección. Nuestro sendero también lo constituyen tres aspectos (dos actitudes y la esencia de la vocación cristiana): negarnos a nosotros mismos, tomar cada día la cruz y acompañar a Jesús.

Si alguien no se niega a sí mismo y no toma la cruz, quiere afirmarse y ser él mismo, quiere «salvar su vida», como dice Jesús. Pero, queriendo salvarla, la perderá. En cambio, quien no se esfuerza por evitar el sufrimiento y la cruz, por causa de Jesús, salvará su vida. Es la paradoja del seguimiento de Jesús: «¿De qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo se pierde o se arruina?» (Lc 9,25).

Esta palabra del Señor, que cierra el Evangelio de hoy, zarandeó el corazón de san Ignacio y provocó su conversión: «¿Qué pasaría si yo hiciera eso que hizo san Francisco y eso que hizo santo Domingo?». ¡Ojalá que en esta Cuaresma la misma palabra nos ayude también a convertirnos!
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miércoles, 26 de febrero de 2020

MIERCOLES 26 DE FEBRERO




Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Miércoles de Ceniza
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Mt 6,1-6.16-18): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no lo vayas trompeteando por delante como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.

»Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de orar en las sinagogas y en las esquinas de las plazas bien plantados para ser vistos de los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará».
Comentario:Pbro. D. Luis A. GALA Rodríguez (Campeche, México)
«Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos»
Hoy comenzamos nuestro itinerario hacia la Pascua, y el Evangelio nos recuerda los deberes fundamentales del cristiano, no sólo como preparación hacia un tiempo litúrgico, sino en preparación hacia la Pascua Eterna: «Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial» (Mt 6,1). La justicia de la que habla Jesús consiste en vivir conforme a los principios evangélicos, sin olvidar que «si vuestra justicia no supera la justicia de los doctores de la ley y de los fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos» (Mt 5,20).

La justicia nos lleva al amor, manifestado en la limosna y en obras de misericordia: «Cuando hagas limosna que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha» (Mt 6,3). No es que se deban ocultar las obras buenas, sino que no debe pensarse en la alabanza humana al hacerlas, ni desear algún otro bien. En otras palabras, debo dar limosna de tal modo que ni yo tenga la sensación de estar haciendo una cosa buena que merece una recompensa por parte de Dios y elogio por parte de los hombres.

Benedicto XVI insistía en que socorrer a los necesitados es un deber de justicia, aun antes que un acto de caridad: «La caridad va más allá de la justicia (…), pero nunca carece de justicia, la cual lleva a dar al otro lo que es "suyo", lo que le corresponde en virtud de su ser y de su obrar». No debemos olvidar que no somos propietarios absolutos de los bienes que poseemos, sino administradores. Cristo nos ha enseñado que la auténtica caridad es aquella que no se limita a "dar" la limosna, sino que lleva a "darse" uno mismo, a ofrecerse a Dios como culto espiritual (cf. Rom 12,1). Ése sería el verdadero gesto de justicia y caridad cristiana, «y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará» (Mt 6,4).

martes, 25 de febrero de 2020

MARTES 25DE FEBRERO



Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Martes VII del tiempo ordinario
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Mc 9,30-37): En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos iban caminando por Galilea, pero Él no quería que se supiera. Iba enseñando a sus discípulos. Les decía: «El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres; le matarán y a los tres días de haber muerto resucitará». Pero ellos no entendían lo que les decía y temían preguntarle.

Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, les preguntaba: «¿De qué discutíais por el camino?». Ellos callaron, pues por el camino habían discutido entre sí quién era el mayor. Entonces se sentó, llamó a los Doce, y les dijo: «Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos». Y tomando un niño, le puso en medio de ellos, le estrechó entre sus brazos y les dijo: «El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, no me recibe a mí sino a Aquel que me ha enviado».
Comentario:Rev. D. Jordi PASCUAL i Bancells (Salt, Girona, España)
«El Hijo del hombre será entregado»
Hoy, el Evangelio nos trae dos enseñanzas de Jesús, que están estrechamente ligadas una a otra. Por un lado, el Señor les anuncia que «le matarán y a los tres días de haber muerto resucitará» (Mc 9,31). Es la voluntad del Padre para Él: para esto ha venido al mundo; así quiere liberarnos de la esclavitud del pecado y de la muerte eterna; de esta manera Jesús nos hará hijos de Dios. La entrega del Señor hasta el extremo de dar su vida por nosotros muestra la infinidad del Amor de Dios: un Amor sin medida, un Amor al que no le importa abajarse hasta la locura y el escándalo de la Cruz.

Resulta aterrador escuchar la reacción de los Apóstoles, todavía demasiado ocupados en contemplarse a sí mismos y olvidándose de aprender del Maestro: «No entendían lo que les decía» (Mc 9,32), porque por el camino iban discutiendo quién de ellos sería el más grande, y, por si acaso les toca recibir, no se atreven a hacerle ninguna pregunta.

Con delicada paciencia, Jesús añade: hay que hacerse el último y servidor de todos. Hay que acoger al sencillo y pequeño, porque el Señor ha querido identificarse con él. Debemos acoger a Jesús en nuestra vida porque así estamos abriendo las puertas a Dios mismo. Es como un programa de vida para ir caminando.

Así lo explica con claridad el Santo Cura de Ars, Juan Bautista Mª Vianney: «Cada vez que podemos renunciar a nuestra voluntad para hacer la de los otros, siempre que ésta no vaya contra la ley de Dios, conseguimos grandes méritos, que sólo Dios conoce». Jesús enseña con sus palabras, pero sobre todo enseña con sus obras. Aquellos Apóstoles, en un principio duros para entender, después de la Cruz y de la Resurrección, seguirán las mismas huellas de su Señor y de su Dios. Y, acompañados de María Santísima, se harán cada vez más pequeños para que Jesús crezca en ellos y en el mundo.

lunes, 24 de febrero de 2020

LUNES 24 DE FEBRERO




Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Lunes VII del tiempo ordinario
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Mc 9,14-29): En aquel tiempo, Jesús bajó de la montaña y, al llegar donde los discípulos, vio a mucha gente que les rodeaba y a unos escribas que discutían con ellos. Toda la gente, al verle, quedó sorprendida y corrieron a saludarle. Él les preguntó: «¿De qué discutís con ellos?». Uno de entre la gente le respondió: «Maestro, te he traído a mi hijo que tiene un espíritu mudo y, dondequiera que se apodera de él, le derriba, le hace echar espumarajos, rechinar de dientes y lo deja rígido. He dicho a tus discípulos que lo expulsaran, pero no han podido».

Él les responde: «¡Oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo habré de soportaros? ¡Traédmelo!». Y se lo trajeron. Apenas el espíritu vio a Jesús, agitó violentamente al muchacho y, cayendo en tierra, se revolcaba echando espumarajos. Entonces Él preguntó a su padre: «¿Cuánto tiempo hace que le viene sucediendo esto?». Le dijo: «Desde niño. Y muchas veces le ha arrojado al fuego y al agua para acabar con él; pero, si algo puedes, ayúdanos, compadécete de nosotros». Jesús le dijo: «¡Qué es eso de si puedes! ¡Todo es posible para quien cree!». Al instante, gritó el padre del muchacho: «¡Creo, ayuda a mi poca fe!».

Viendo Jesús que se agolpaba la gente, increpó al espíritu inmundo, diciéndole: «Espíritu sordo y mudo, yo te lo mando: sal de él y no entres más en él». Y el espíritu salió dando gritos y agitándole con violencia. El muchacho quedó como muerto, hasta el punto de que muchos decían que había muerto. Pero Jesús, tomándole de la mano, le levantó y él se puso en pie. Cuando Jesús entró en casa, le preguntaban en privado sus discípulos: «¿Por qué nosotros no pudimos expulsarle?». Les dijo: «Esta clase con nada puede ser arrojada sino con la oración».
Comentario:Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
«¡Creo, ayuda a mi poca fe!»
Hoy contemplamos —¡una vez más!— al Señor solicitado por la gente («corrieron a saludarle») y, a la vez, Él solícito de la gente, sensible a sus necesidades. En primer lugar, cuando sospecha que alguna cosa pasa, se interesa por el problema.

Interviene uno de los protagonistas, esto es, el padre de un chico que está poseído por un espíritu maligno: «Maestro, te he traído a mi hijo que tiene un espíritu mudo y, dondequiera que se apodera de él, le derriba, le hace echar espumarajos, rechinar de dientes y lo deja rígido» (Mc 9,17-18).

¡Es terrible el mal que puede llegar a hacer el Diablo!, una criatura sin caridad. —Señor, ¡hemos de rezar!: «Líbranos del mal». No se entiende cómo puede haber hoy día voces que dicen que no existe el Diablo, u otros que le rinden algún tipo de culto... ¡Es absurdo! Nosotros hemos de sacar una lección de todo ello: ¡no se puede jugar con fuego!

«He dicho a tus discípulos que lo expulsaran, pero no han podido» (Mc 9,18). Cuando escucha estas palabras, Jesús recibe un disgusto. Se disgusta, sobre todo, por la falta de fe... Y les falta fe porque han de rezar más: «Esta clase con nada puede ser arrojada sino con la oración» (Mc 9,29).

La oración es el diálogo “intimista” con Dios. San Juan Pablo II afirmó que «la oración comporta siempre una especie de escondimiento con Cristo en Dios. Sólo en semejante “escondimiento” actúa el Espíritu Santo». En un ambiente íntimo de escondimiento se practica la asiduidad amistosa con Jesús, a partir de la cual se genera el incremento de confianza en Él, es decir, el aumento de la fe.

Pero esta fe, que mueve montañas y expulsa espíritus malignos («¡Todo es posible para quien cree!») es, sobre todo, un don de Dios. Nuestra oración, en todo caso, nos pone en disposición para recibir el don. Pero este don hemos de suplicarlo: «¡Creo, ayuda a mi poca fe!» (Mc 9,24). ¡La respuesta de Cristo no se hará “rogar”!

sábado, 22 de febrero de 2020

DOMINGO 23 DE FEBRERO






VIDA NUEVA
La caridad universal
Evangelio: san Mateo 5,38-48: «Amen a sus enemigos»
Seguimos escuchando al Señor que nos habla en el Sermón del Monte. Nos llega el eco lejano de las Bienaventuranzas y su mandato inicial: Sean luz y sal del Reino de Dios en el mundo. El Señor nos señala el camino que debemos seguir para realizar esta misión que nos ha encomendado.
El tema litúrgico de hoy es el amor y la misericordia universal. Seguimos leyendo este Domingo (7º del tiempo ordinario) el «Sermón de la Montaña», con páginas a cual más exigentes y concretas sobre cómo debe comportarse un seguidor de Jesús en este mundo. El Domingo pasado escuchábamos el «yo les digo» aplicado al homicidio o al insulto del hermano, a la fidelidad matrimonial o al divorcio, y al uso de los juramentos. - Esta vez se aplica, con la correspondiente profundización y radicalización de la doctrina anterior, a la caridad fraterna, el aspecto que caracteriza más a este Domingo. - Se ve muy bien, en las lecturas de hoy, la estrecha relación que se busca entre la primera y la tercera: la lectura del AT (Levítico) anticipa la lección que nos dará Jesús en el evangelio (Mateo), con muy parecidas motivaciones para el amor fraterno.
«Sean perfectos»…
Es el momento de revisar el estado de nuestro corazón en este punto del amor al prójimo. La vida nos trae múltiples ocasiones en que nos sentimos lejanos de los demás, heridos quizás por sus comportamientos. Nos hacemos imágenes negativas de muchos, los juzgamos y censuramos y olvidamos la palabra del Señor que nos pide no juzgar y no condenar, para no ser juzgados ni condenados. Quizás tenemos motivos para desconfiar y para poner distancia con algunos. El Señor nos pide comportamientos que nos pueden parecer incluso heroicos. Es un campo en el que debemos progresar hasta despejar del todo el corazón de todo resentimiento. El mismo Señor nos ha fijado la meta, inalcanzable en este mundo, pero siempre perseguida con generosidad: Sean perfectos como el Padre celestial es perfecto.
Es nuestro Padre que nos atrae sin cesar hacia él. Nunca nadie logrará llegar a esa perfección divina. Pero lo propio de toda educación en la fe es precisamente fijarse metas que nos mantienen siempre en tensión hacia el futuro y hacia lo alto. Si lográramos en este mundo lo que nos proponemos en el campo de la vida espiritual pondríamos punto final a nuestra búsqueda de Dios. Somos eternos aprendices del amor divino.
¿A QUÉ NOS COMPROMETE la PALABRA?
Un héroe de la no-violencia, Martin Luther King, escribió: - «Los océanos de la historia se hicieron turbulentos por los flujos, siempre emergentes, de la venganza. El hombre no es llevado nunca por encima del mandamiento de la ley del talión: “Vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie.” A pesar del hecho de que la ley de la venganza no resuelve ningún problema social, los hombres continúan dejándose llevar por su desastrosa guía. La historia se hace eco del estruendo de la ruina de las naciones y de los individuos que han seguido este camino autodestructivo». - Se puede decir que las recomendaciones que hoy escuchamos a Jesús, que son continuación de aquella lista de bienaventuranzas con la que da inicio su sermón del monte, es precisamente el cumplimiento de estas bienaventuranzas. Aquí se ve quiénes son los «pacíficos de corazón», o los «obradores de paz» o los «misericordiosos» a los que Jesús llama bienaventurados. Además, hoy es como si desarrollara aparte la cuarta bienaventuranza: «dichosos cuando los odien y los insulten». Es la bienaventuranza de los no violentos, de los que no responden con el mal al mal que reciben, sino que saben detener la dinámica de la venganza, de los que rompen la espiral de la violencia y de los contraataques, y saben perdonar. Cosa que evidentemente es rara en este mundo, tanto en el terreno más doméstico como en el socio-político nacional e internacional.
Relación con la Eucaristía: El Señor está en nosotros y con nosotros, que nos reunimos en su nombre para celebrar el memorial de su Muerte y Resurrección. Por eso, esta celebración es expresión del respeto y amor que nos debemos los unos a los otros. Y de otra parte, la Eucaristía debe ser el punto de arranque para llevar al mundo el calor y el testimonio del amor cristiano, amor que debe llegar incluso al enemigo.

viernes, 21 de febrero de 2020

VIERNES 21 DE FEBRERO




Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Viernes VI del tiempo ordinario
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Mc 8,34-9,1): En aquel tiempo, Jesús llamando a la gente a la vez que a sus discípulos, les dijo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. Pues, ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida? Pues, ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida? Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles». Les decía también: «Yo os aseguro que entre los aquí presentes hay algunos que no gustarán la muerte hasta que vean venir con poder el Reino de Dios».
Comentario:+ Rev. D. Joaquim FONT i Gassol (Igualada, Barcelona, España)
«Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame»
Hoy el Evangelio nos habla de dos temas complementarios: nuestra cruz de cada día y su fruto, es decir, la Vida en mayúscula, sobrenatural y eterna.

Nos ponemos de pie para escuchar el Santo Evangelio, como signo de querer seguir sus enseñanzas. Jesús nos dice que nos neguemos a nosotros mismos, expresión clara de no seguir "el gusto de los caprichos" —como menciona el salmo— o de apartar «las riquezas engañosas», como dice san Pablo. Tomar la propia cruz es aceptar las pequeñas mortificaciones que cada día encontramos por el camino.

Nos puede ayudar a ello la frase que Jesús dijo en el sermón sacerdotal en el Cenáculo: «Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el labrador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta; y todo el que da fruto, lo poda para que dé más fruto» (Jn 15,1-2). ¡Un labrador ilusionado mimando el racimo para que alcance mucho grado! ¡Sí, queremos seguir al Señor! Sí, somos conscientes de que el Padre nos puede ayudar para dar fruto abundante en nuestra vida terrenal y después gozar en la vida eterna.

San Ignacio guiaba a san Francisco Javier con las palabras del texto de hoy: «¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida?» (Mc 8,36). Así llegó a ser el patrón de las Misiones. Con la misma tónica, leemos el último canon del Código de Derecho Canónico (n. 1752): «(...) teniendo en cuenta la salvación de las almas, que ha de ser siempre la ley suprema de la Iglesia». San Agustín tiene la famosa lección: «Animam salvasti tuam predestinasti», que el adagio popular ha traducido así: «Quien la salvación de un alma procura, ya tiene la suya segura». La invitación es evidente.

María, la Madre de la Divina Gracia, nos da la mano para avanzar en este camino.

jueves, 20 de febrero de 2020

JUEVES 20 DE FEBRERO




Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Jueves VI del tiempo ordinario
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Mc 8,27-33): En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos hacia los pueblos de Cesarea de Filipo, y por el camino hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que soy yo?». Ellos le dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que uno de los profetas». Y Él les preguntaba: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro le contesta: «Tú eres el Cristo».

Y les mandó enérgicamente que a nadie hablaran acerca de Él. Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días. Hablaba de esto abiertamente. Tomándole aparte, Pedro, se puso a reprenderle. Pero Él, volviéndose y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro, diciéndole: «¡Quítate de mi vista, Satanás! porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres».
Comentario:Rev. D. Joan Pere PULIDO i Gutiérrez Secretario del obispo de Sant Feliu (Sant Feliu de Llobregat, España)
«¿Quién dicen los hombres que soy yo? (...) Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Hoy seguimos escuchando la Palabra de Dios con la ayuda del Evangelio de san Marcos. Un Evangelio con una inquietud bien clara: descubrir quién es este Jesús de Nazaret. Marcos nos ha ido ofreciendo, con sus textos, la reacción de distintos personajes ante Jesús: los enfermos, los discípulos, los escribas y fariseos. Hoy nos lo pide directamente a nosotros: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Mc 8,29).

Ciertamente, quienes nos llamamos cristianos tenemos el deber fundamental de descubrir nuestra identidad para dar razón de nuestra fe, siendo unos buenos testigos con nuestra vida. Este deber nos urge para poder transmitir un mensaje claro y comprensible a nuestros hermanos y hermanas que pueden encontrar en Jesús una Palabra de Vida que dé sentido a todo lo que piensan, dicen y hacen. Pero este testimonio ha de comenzar siendo nosotros mismos conscientes de nuestro encuentro personal con Él. San Juan Pablo II, en su Carta apostólica "Novo millennio ineunte", nos escribió: «Nuestro testimonio sería enormemente deficiente si nosotros no fuésemos los primeros contempladores de su rostro».

San Marcos, con este texto, nos ofrece un buen camino de contemplación de Jesús. Primero, Jesús nos pregunta qué dice la gente que es Él; y podemos responder, como los discípulos: Juan Bautista, Elías, un personaje importante, bueno, atrayente. Una respuesta buena, sin duda, pero lejana todavía de la Verdad de Jesús. Él nos pregunta: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Mc 8,29). Es la pregunta de la fe, de la implicación personal. La respuesta sólo la encontramos en la experiencia del silencio y de la oración. Es el camino de fe que recorre Pedro, y el que hemos de hacer también nosotros.

Hermanos y hermanas, experimentemos desde nuestra oración la presencia liberadora del amor de Dios presente en nuestra vida. Él continúa haciendo alianza con nosotros con signos claros de su presencia, como aquel arco puesto en las nubes prometido a Noé.

miércoles, 19 de febrero de 2020

MIERCOLES 19 DE FEBRERO





 
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Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Miércoles VI del tiempo ordinario
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Mc 8,22-26): En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegan a Betsaida. Le presentan un ciego y le suplican que le toque. Tomando al ciego de la mano, le sacó fuera del pueblo, y habiéndole puesto saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntaba: «¿Ves algo?». Él, alzando la vista, dijo: «Veo a los hombres, pues los veo como árboles, pero que andan». Después, le volvió a poner las manos en los ojos y comenzó a ver perfectamente y quedó curado, de suerte que veía claramente todas las cosas. Y le envió a su casa, diciéndole: «Ni siquiera entres en el pueblo».
Comentario:Rev. D. Joaquim MESEGUER García (Rubí, Barcelona, España)
«Quedó curado, de suerte que veía claramente todas las cosas»
Hoy a través de un milagro, Jesús nos habla del proceso de la fe. La curación del ciego en dos etapas muestra que no siempre es la fe una iluminación instantánea, sino que, frecuentemente requiere un itinerario que nos acerque a la luz y nos haga ver claro. No obstante, el primer paso de la fe —empezar a ver la realidad a la luz de Dios— ya es motivo de alegría, como dice san Agustín: «Una vez sanados los ojos, ¿qué podemos tener de más valor, hermanos? Gozan los que ven esta luz que ha sido hecha, la que refulge desde el cielo o la que procede de una antorcha. ¡Y cuán desgraciados se sienten los que no pueden verla!».

Al llegar a Betsaida traen un ciego a Jesús para que le imponga las manos. Es significativo que Jesús se lo lleve fuera; ¿no nos indicará esto que para escuchar la Palabra de Dios, para descubrir la fe y ver la realidad en Cristo, debemos salir de nosotros mismos, de espacios y tiempos ruidosos que nos ahogan y deslumbran para recibir la auténtica iluminación?

Una vez fuera de la aldea, Jesús «le untó saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntó: ‘¿Ves algo?’» (Lc 8,23). Este gesto recuerda al Bautismo: Jesús ya no nos unta saliva, sino que baña todo nuestro ser con el agua de la salvación y, a lo largo de la vida, nos interroga sobre lo que vemos a la luz de la fe. «le volvió a poner las manos en los ojos y comenzó a ver perfectamente y quedó curado, de suerte que veía claramente todas las cosas.» (Lc 8,25); este segundo momento recuerda el sacramento de la Confirmación, en el que recibimos la plenitud del Espíritu Santo para llegar a la madurez de la fe y ver más claro. Recibir el Bautismo, pero olvidar la Confirmación nos lleva a ver, sí, pero sólo a medias.

martes, 18 de febrero de 2020

MARTES 18 DE FEBRERO







 
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Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Martes VI del tiempo ordinario
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Mc 8,14-21): En aquel tiempo, los discípulos se habían olvidado de tomar panes, y no llevaban consigo en la barca más que un pan. Jesús les hacía esta advertencia: «Abrid los ojos y guardaos de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes». Ellos hablaban entre sí que no tenían panes. Dándose cuenta, les dice: «¿Por qué estáis hablando de que no tenéis panes? ¿Aún no comprendéis ni entendéis? ¿Es que tenéis la mente embotada? ¿Teniendo ojos no veis y teniendo oídos no oís? ¿No os acordáis de cuando partí los cinco panes para los cinco mil? ¿Cuántos canastos llenos de trozos recogisteis?». «Doce», le dicen. «Y cuando partí los siete entre los cuatro mil, ¿cuántas espuertas llenas de trozos recogisteis?» Le dicen: «Siete». Y continuó: «¿Aún no entendéis?».
Comentario:Rev. P. Juan Carlos CLAVIJO Cifuentes (Bogotá, Colombia)
«Guardaos de la levadura de los fariseos»
Hoy —una vez más— vemos la sagacidad del Señor Jesús. Su actuar es sorprendente, ya que se sale del común de la gente, es original. Él viene de realizar unos milagros y se está trasladando a otro sector en donde la Gracia de Dios también debe llegar. En ese contexto de milagros, ante un nuevo grupo de personas que lo espera, es cuando les advierte: «Abrid los ojos y guardaos de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes» (Mc 8,15), pues ellos —los fariseos y los de Herodes— no quieren que la Gracia de Dios sea conocida, y más bien se la pasan cundiendo al mundo de mala levadura, sembrando cizaña.

La fe no depende de las obras, pues «una fe que nosotros mismos podemos determinar, no es en absoluto una fe» (Benedicto XVI). Al contrario, son las obras las que dependen de la fe. Tener una verdadera y autentica fe implica una fe activa, dinámica; no una fe condicionada y que sólo se queda en lo externo, en las apariencias, que se va por las ramas… La nuestra debe ser una fe real. Hay que ver con los ojos de Dios y no con los del hombre pecador: «¿Aún no comprendéis ni entendéis? ¿Es que tenéis la mente embotada?» (Mc 8,17).

El reino de Dios se expande en el mundo como cuando se coloca una medida de levadura en la masa; ella crece sin que se sepa cómo. Así debe ser la autentica fe, que crece en el amor de Dios. Por tanto, que nada ni nadie nos distraiga del verdadero encuentro con el Señor y su mensaje salvador. El Señor no pierde ocasión para enseñar y eso lo sigue haciendo hoy día: «Nos hemos de liberar de la falsa idea de que la fe ya no tiene nada que decir a los hombres de hoy» (Benedicto XVI).

lunes, 17 de febrero de 2020

LUNES17 DE FEBRERO




Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Lunes VI del tiempo ordinario
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Mc 8,11-13): En aquel tiempo, salieron los fariseos y comenzaron a discutir con Jesús, pidiéndole una señal del cielo, con el fin de ponerle a prueba. Dando un profundo gemido desde lo íntimo de su ser, dice: «¿Por qué esta generación pide una señal? Yo os aseguro: no se dará a esta generación ninguna señal». Y, dejándolos, se embarcó de nuevo, y se fue a la orilla opuesta.
Comentario:Rev. D. Jordi POU i Sabater (Sant Jordi Desvalls, Girona, España)
«Yo os aseguro: no se dará a esta generación ninguna señal»
Hoy, el Evangelio parece que no nos diga mucho ni de Jesús ni de nosotros mismos. «¿Por qué esta generación pide una señal?» (Mc 8,12). San Juan Pablo II, comentando este episodio de la vida de Jesucristo, dice: «Jesús invita al discernimiento respecto a las palabras y las obras que testifican (son “señal de”) la llegada del reino del Padre». Parece que a los judíos que interrogan a Jesús les falta la capacidad o la voluntad de discernir aquella señal que —de hecho— es toda la actuación, obras y palabras del Señor.

También hoy día se piden señales a Jesús: que haga notar su presencia en el mundo o que nos diga de una manera evidente cómo hemos de actuar nosotros. El Papa nos hace ver que la negativa de Jesucristo a dar una señal a los judíos —y, por tanto, también a nosotros— se debe a que quiere «cambiar la lógica del mundo, orientada a buscar signos que confirmen el deseo de autoafirmación y de poder del hombre». Los judíos no querían un signo cualquiera, sino aquel que indicara que Jesús era el tipo de mesías que ellos esperaban. No aguardaban al que venía para salvarlos, sino el que venía a dar seguridad a su visión de cómo se tenían que hacer las cosas.

En definitiva, cuando los judíos del tiempo de Jesús como también los cristianos de ahora pedimos —de una manera u otra— una señal, lo que hacemos es pedir a Dios que actúe según nuestra manera, la que nosotros creemos más acertada y que de hecho apoye a nuestro modo de pensar. Y Dios, que sabe y puede más (y por eso pedimos en el Padrenuestro que se haga “su” voluntad), tiene sus caminos, aunque a nosotros no nos sea fácil comprenderlos. Pero Él, que se deja encontrar por todos los que le buscan, también, si le pedimos discernimiento, nos hará comprender cuál es su manera de obrar y cómo podemos distinguir hoy sus signos.
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sábado, 15 de febrero de 2020

DOMINGO 16 DE FEBREERO




La Justicia perfecta
Evangelio: san  Mateo 5, 17-37: «No he venido abolir la Ley y los Profetas, sino a dar cumplimiento»
Nos reunimos de nuevo en el Domingo para celebrar la Eucaristía y escuchar la Palabra del Señor. La Palabra que hoy proclamamos, nos enseña que no cumplamos los mandatos, preceptos o tradiciones religiosas «porque sí», «porque siempre se ha hecho así», «porque lo aprendí de mis padres»...
En nuestra condición de discípulos preguntamos al Señor cómo podemos ser lo que nos pidió el Domingo anterior: «sal» y «luz». Queremos pasar de la imagen conceptual a la realidad de la vida. Y el Señor nos dirá que todo el sermón del Monte es la respuesta que esperamos. Leamos, oremos, asimilemos ese texto sagrado. - El Señor pone delante de nuestros ojos los caminos que podemos seguir. Pero somos nosotros, cada uno de nosotros, quienes tenemos que elegir. Y debemos hacerlo: conscientemente, reflexivamente, amorosamente.
¿QUÉ NOS DICE la PALABRA?
Paso a paso seguimos la enseñanza de Dios para nuestra vida personal y comunitaria. El Señor baja a detalles del diario vivir que para él tienen una significación no meramente humana sino que quiere que sean expresión de su amor por nosotros. Sabe que vivimos en un mundo no siempre fácil para quien quiera seguir a fondo su Palabra. Pero nos ofrece su presencia en nosotros para iluminar nuestros comportamientos y darles el sentido que Él les da. Hagámonos discípulos dóciles de su enseñanza. Así edificaremos el mundo que Él quiere donde el hombre tiene la dignidad de que Él ha querido revestirlo. Ver al otro a la luz de Dios nos da razones profundas para edificar el mundo en que queremos vivir como hijos de Dios, solidarios de todos los demás..
Revisión de vida
He ahí el anchuroso campo que se nos abre a todos los niveles. Toda nuestra vida de cristianos queda iluminada, activada, transformada por las Bienaventuranzas evangélicas, que nos hacen entrar en ese mundo nuevo de la justicia perfecta. En realidad, todavía nos mantenemos a un nivel de compromiso personal e intransferible. Cada uno debe sentirse profundamente gozoso en la victoria de este don de Dios en Cristo. Porque cada uno vive feliz en cualquier situación. Por aquí se ha de comenzar toda revisión seria de la vida cristiana. - Desde las raíces del Kerigma y todas sus consecuencias para nuestra vida y de la proclamación de las Bienaventuranzas nuestra vida comienza a revivir y a actualizarse como evangélica. Pero la vida ya no la vivimos como los ermitaños: la realizamos en comunidad eclesial y abiertos al mundo. Por eso continuamos nuestro camino de revisión a la luz del Evangelio con esos temas. Una vida comunitaria y feliz es indispensable para la realización evangelizadora eficaz en los planes de Dios.
Nuevo ideal de justicia
Aquí, de nuevo, nos encontramos ante un objetivo que quedará siempre ante nosotros y que nunca llegaremos a cumplir del todo. Es otra expresión del nuevo ideal de justicia que Jesús propone: Sean perfectos como el Padre celestial es perfecto”. Jesús elimina desde la raíz cualquier intento de crear en mí la convicción de que me salvo por mi observancia de la ley. Nadie podrá merecer la gracia de Dios. Ya no sería gracia. - ´Observamos la Ley, no para merecer la salvación, sino para agradecer de corazón la inmensa bondad gratuita de Dios que nos acoge, perdona y salva sin algún merecimiento de nuestra parte.
¿A QUÉ NOS COMPROMETE la PALABRA?
San Juan Crisóstomo nos invita con fuerza y firmeza: «Cuando te resistes a perdonar al enemigo, te ocasionas una injuria a ti no a él. Esto que estás preparando es un castigo para ti en el día del juicio. Déjate transformar por el amor de Dios, para cambiar la vida, para convertirte, para volver al camino de la vida»

viernes, 14 de febrero de 2020

VIERNES 14 DE FEBRERO




Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Viernes V del tiempo ordinario
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Mc 7,31-37): En aquel tiempo, Jesús se marchó de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Le presentan un sordo que, además, hablaba con dificultad, y le ruegan imponga la mano sobre él. Él, apartándole de la gente, a solas, le metió sus dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua. Y, levantando los ojos al cielo, dio un gemido, y le dijo: «Effatá», que quiere decir: "¡Ábrete!".

Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente. Jesús les mandó que a nadie se lo contaran. Pero cuanto más se lo prohibía, tanto más ellos lo publicaban. Y se maravillaban sobremanera y decían: «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos».
Comentario:+ Rev. D. Joan MARQUÉS i Suriñach (Vilamarí, Girona, España)
«Todo lo ha hecho bien»
Hoy, el Evangelio nos presenta un milagro de Jesús: hizo volver la escucha y destrabó la lengua a un sordo. La gente se quedó admirada y decía: «Todo lo ha hecho bien» (Mc 7,37).

Ésta es la biografía de Jesús hecha por sus contemporáneos. Una biografía corta y completa. ¿Quién es Jesús? Es aquel que todo lo ha hecho bien. En el doble sentido de la palabra: en el qué y en el cómo, en la sustancia y en la manera. Es aquel que sólo ha hecho obras buenas, y el que ha realizado bien las obras buenas, de una manera perfecta, acabada. Jesús es una persona que todo lo hace bien, porque sólo hace acciones buenas, y aquello que hace, lo deja acabado. No entrega nada a medias; y no espera a acabarlo después.

Procura también tú dejar las cosas totalmente listas ahora: la oración; el trato con los familiares y las otras personas; el trabajo; el apostolado; la diligencia para formarte espiritual y profesionalmente; etc. Sé exigente contigo mismo, y sé también exigente, suavemente, con quienes dependen de ti. No toleres chapuzas. No gustan a Dios y molestan al prójimo. No tomes esta actitud simplemente para quedar bien, ni porque este procedimiento es el que más rinde, incluso humanamente; sino porque a Dios no le agradan las obras malas ni las obras “buenas” mal hechas. La Sagrada Escritura afirma: «Las obras de Dios son perfectas» (Dt 32,4). Y el Señor, a través de Moisés, manifiesta al Pueblo de Israel: «No ofrezcáis nada defectuoso, pues no os sería aceptado» (Lev 22,20). Pide la ayuda maternal de la Virgen María. Ella, como Jesús, también lo hizo todo bien.

San Josemaría nos ofrece el secreto para conseguirlo: «Haz lo que debas y está en lo que haces». ¿Es ésta tu manera de actuar?

Vida Nueva - Radio