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Emisora Vida Nueva

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Vida Nueva Cali - Reproductor

lunes, 31 de agosto de 2020

LUNES 31 DE AGOSTO




         

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Lunes XXII del tiempo ordinario
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Lc 4,16-30): En aquel tiempo, Jesús se fue a Nazaret, donde se había criado y, según su costumbre, entró en la sinagoga el día de sábado, y se levantó para hacer la lectura. Le entregaron el volumen del profeta Isaías y desenrollando el volumen, halló el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor».

Enrollando el volumen lo devolvió al ministro, y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en Él. Comenzó, pues, a decirles: «Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír». Y todos daban testimonio de Él y estaban admirados de las palabras llenas de gracia que salían de su boca. Y decían: «¿No es éste el hijo de José?». Él les dijo: «Seguramente me vais a decir el refrán: ‘Médico, cúrate a ti mismo’. Todo lo que hemos oído que ha sucedido en Cafarnaúm, hazlo también aquí en tu patria». Y añadió: «En verdad os digo que ningún profeta es bien recibido en su patria. Os digo de verdad: muchas viudas había en Israel en los días de Elías, cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses, y hubo gran hambre en todo el país; y a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda de Sarepta de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, y ninguno de ellos fue purificado sino Naamán, el sirio».

Oyendo estas cosas, todos los de la sinagoga se llenaron de ira; y, levantándose, le arrojaron fuera de la ciudad, y le llevaron a una altura escarpada del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad, para despeñarle. Pero Él, pasando por medio de ellos, se marchó.
Comentario:Rev. D. David AMADO i Fernández (Barcelona, España)
«Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír»
Hoy, «se cumple esta escritura que acabáis de oír» (Lc 4,21). Con estas palabras, Jesús comenta en la sinagoga de Nazaret un texto del profeta Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido» (Lc 4,18). Estas palabras tienen un sentido que sobrepasa el concreto momento histórico en que fueron pronunciadas. El Espíritu Santo habita en plenitud en Jesucristo, y es Él quien lo envía a los creyentes.

Pero, además, todas las palabras del Evangelio tienen una actualidad eterna. Son eternas porque han sido pronunciadas por el Eterno, y son actuales porque Dios hace que se cumplan en todos los tiempos. Cuando escuchamos la Palabra de Dios, hemos de recibirla no como un discurso humano, sino como una Palabra que tiene un poder transformador en nosotros. Dios no habla a nuestros oídos, sino a nuestro corazón. Todo lo que dice está profundamente lleno de sentido y de amor. La Palabra de Dios es una fuente inextinguible de vida: «Es más lo que dejamos que lo que captamos, tal como ocurre con los sedientos que beben en una fuente» (San Efrén). Sus palabras salen del corazón de Dios. Y, de ese corazón, del seno de la Trinidad, vino Jesús —la Palabra del Padre— a los hombres.

Por eso, cada día, cuando escuchamos el Evangelio, hemos de poder decir como María: «Hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38); a lo que Dios nos responderá: «Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír». Ahora bien, para que la Palabra sea eficaz en nosotros hay que desprenderse de todo prejuicio. Los contemporáneos de Jesús no le comprendieron, porque lo miraban sólo con ojos humanos: «¿No es este el hijo de José?» (Lc 4,22). Veían la humanidad de Cristo, pero no advirtieron su divinidad. Siempre que escuchemos la Palabra de Dios, más allá del estilo literario, de la belleza de las expresiones o de la singularidad de la situación, hemos de saber que es Dios quien nos habla.

viernes, 28 de agosto de 2020

DOMINGO 30 DE AGOSTO




   
Primer anuncio de la muerte y resurrección de Jesús
22 domingo del tiempo ordinario
El escándalo de la cruz
Nos reunimos una vez más, para celebrar (y no sólo recordar) la entrega de Jesús por nosotros: «Cada vez que coman de este pan, anunciarán la muerte del Señor hasta que vuelva» (1Co. 11,26). Esta realidad hace que en nuestras dificultades y preocupaciones encontremos la fuerza del Señor en nosotros. El cristiano encuentra persecuciones en algunos casos, pero padece el miedo al ridículo en muchos más. Y retrocedemos ante ese miedo, pecamos al no dar testimonio de nuestra fe.
La Palabra de Dios nos va a decir hoy que podemos elegir entre vivir dulcemente nuestra vida, ahogando en nosotros las exigencias del mensaje de Jesús, o seguir la huellas de Cristo que contienen los estigmas de la cruz.
Lecturas:
Jeremías. 20, 7-9: «La palabra del Señor es para mí oprobio y afrenta todo el día»
Salmo 63(62): «Mi alma está sedienta de Ti, Señor Dios mío»
Romanos. 12, 1-2: «Transfórmense por la renovación de la mente»
San Mateo 16, 21-27: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame»
La misión del Mesías
¿Cuál es la misión del Mesías? Ese personaje encarnaba toda una ilusión en el pueblo. Venía de parte de Dios, consagrado para una tarea bien clara. Pero ¿cuál era esa tarea? En los tiempos de Jesús, el pueblo había perdido su libertad política y económica. Su misma libertad religiosa no era completa. Un poder exterior, el Imperio romano, se había apoderado del país e imponía su autoridad y sus gobernantes. ¿El Mesías vendría en ese momento con un fin nacionalista, político, militar? Así lo pensaban prácticamente todos en Israel.
Cabe preguntarse si hubiera valido la pena que el Hijo de Dios se encarnara y se hiciera hombre sólo para librar una batalla y vencer y desterrar a un enemigo del Pueblo. Si así hubiera acontecido nadie hablaría hoy de Jesucristo. No sería más que un recuerdo en una enciclopedia. El proyecto divino que cubre todos los siglos de la historia y del futuro era inmensamente mayor. Se dirigía a toda la humanidad de todo tiempo y lugar, y para un designio no pasajero sino eterno y digno de Dios.
Por el profeta Isaías el Señor había dicho: «Los pensamientos de ustedes no coinciden con los míos, mis caminos no son los de ustedes» (Is. 55, 8). Y en este punto, central y decisivo del proyecto divino sobre el hombre, Dios tenía otro designio. Para ser discípulo de Jesús era necesario que los que lo seguían acogieran su camino. Los discípulos acababan de ser interrogados por Jesús, lo vimos el domingo pasado, sobre su persona. Por boca de Pedro lo habían reconocido como el Mesías. ¿Pero qué idea tenían de la misión de ese Mesías? En ese punto se va a poner en juego la fidelidad de los Apóstoles y discípulos.
¡O apostasía o martirio!:
A partir del pasaje que se proclame en este Domingo, el evangelio de Mateo mira claramente hacia la Cruz de Jesús, los acontecimientos de Jerusalén, hacia los que camina con decisión y fidelidad vocacional. Pero también quiere que sus seguidores, empezando por Pedro y los demás apóstoles, imiten su actitud: si quieren seguirlo, deben tomar su cruz y recorrer su mismo camino.
Siguiendo también el ejemplo del profeta Jeremías, que tuvo que soportar infinidad de persecuciones y crisis para ser fiel a su misión. Pero también puede suceder lo mismo a los que, a lo largo de la historia, han tenido que denunciar injusticias o pronunciar palabras proféticas con sinceridad. Eso no vale sólo para el Papa o los obispos y demás pastores, sino para todo cristiano que quiere ser consecuente con su fe. - Para todos sigue siendo válido lo de «tomar su cruz» y seguir a Jesús.
¡No nos gusta la cruz!
Ni a Pedro ni a nosotros nos gusta la cruz. En la mentalidad de Pedro no cabe ni siquiera la idea del fracaso de Jesús. Para él, Jesús es un Mesías victorioso que debe ser reconocido por todos. No puede acabar en la muerte, vencido por sus enemigos. Es una reacción parecida a cuando lo vio que se ceñía la toalla, en la cena de despedida, y quería lavarles los pies: tampoco eso cabía en la cabeza de Pedro (cfr. Jn. 13,6). Todavía no había entendido: ni que el Mesías debía sufrir, ni que la autoridad hay que ejercerla como servicio.
A Pedro le quedaba mucho por madurar. En verdad, todavía «pensaba como los hombres, y no como Dios». Más tarde, cuando predique a Cristo Resucitado, dirá claramente a todos que «el Mesías tenía que padecer»  y él mismo, Pedro, afrontará toda clase de persecuciones, hasta la muerte final en Roma, en tiempos de Nerón, como testigo de Cristo. Pero ahora, antes de esa maduración, le cuesta entender qué quiere decir Cristo Jesús. A nosotros también nos sigue costando este programa salvador de Dios, que reconcilia consigo a la humanidad asumiendo él mismo el dolor y la muerte, con la entrega total de Cristo Jesús. El Señor Jesús extiende este mismo programa a sus seguidores: deberán «negarse a sí mismos», «tomar la cruz» y seguirlo. No porque busquen el sufrimiento en sí, sino porque deben ser capaces: de olvidarse de sí mismos, de asumir el sacrificio que supone la entrega por los demás. Él nos propone una vida vivida al servicio de los demás, y no agonísticamente centrada en nosotros mismos.
Jesús nos recuerda qué es lo prioritario y fundamental en nuestra vida, salvarnos: «¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida?». También nosotros tendemos a «pensar como los hombres» y no «como Dios». Los proyectos humanos van por otros caminos, de ventajas materiales y manipulaciones para poder prosperar y ser más que los demás y dominar a cuantos más mejor. Pero los proyectos de Dios son otros.
Meditemos con el Papa emérito BENEDICTO XVI:
«... En el momento del dolor es cuando surgen de manera más aguda en el corazón del hombre las preguntas últimas sobre el sentido de la propia vida. Mientras la palabra del hombre parece enmudecer ante el misterio del mal y del dolor, y nuestra sociedad parece valorar la existencia sólo cuando ésta tiene un cierto grado de eficiencia y bienestar, la Palabra de Dios nos revela que también las circunstancias adversas son misteriosamente «abrazadas» por la ternura de Dios.
... El culmen de la cercanía de Dios al sufrimiento del hombre lo contemplamos en Jesús mismo, que es "Palabra encarnada. Sufrió con nosotros y murió. Con su pasión y muerte asumió y transformó hasta el fondo nuestra debilidad". La cercanía de Jesús a los que sufren no se ha interrumpido, se prolonga en el tiempo por la acción del Espíritu Santo en la misión de la Iglesia, en la Palabra y en los sacramentos, en los hombres de buena voluntad, en las actividades de asistencia que las comunidades promueven con caridad fraterna, enseñando así el verdadero rostro de Dios y su amor» (BENEDICTO XVI: Exhortación Apostólica «Palabra del Señor» (VD), .Jesús es presencia viva. Somos hoy los discípulos de Jesús en el seno de nuestra amada Iglesia Católica.
Jesús, Mesías y Salvador, sigue hoy presente en el mundo y en su historia. ¿Qué esperamos de él hoy? Oímos tantas voces que nos hablan de él. Vemos películas en que se nos presenta con imágenes contradictorias muchas veces. Para algunos puede ser simplemente un líder, muy humano, del que se espera que abra un camino de una liberación solamente política y temporal. Una estudiante de un colegio, interrogada sobre quien era Jesús para ella, decía: un filósofo, que enseña una manera de ver el mundo y el hombre. Para otros es solamente un poeta, un místico con experiencia fuerte de Dios, pero solamente humano, el objeto de obras de arte: pintura, escultura, teatro. Para algunos el personaje de una novela, malintencionada quizás, lleno de debilidades como los demás. Pero Jesús es mucho más. Vive y está presente en su Iglesia. No es sólo un pasado sino una presencia viva que anima y salva.
Es cierto que nuestro mundo necesita liberación y no esclavitudes, justicia y no inequidades, amor y no desamores, paz y no violencia. Todo eso está en el proyecto de Jesús. Pero habrá siempre algo que sólo él nos puede ofrecer: que todo eso sea, no según proyectos políticos, militares o ideológicos sino que se haga dentro de la sencillez, de la sinceridad, de la verdad del Evangelio, que nos revela el plan de Dios. Una liberación que cubra el tiempo y su historia y que nos lleve, que conduzca a todo el mundo, hacia un final totalmente feliz, en el Misterio de Dios, empezado ya en este mundo y culminado en la Vida eterna.
Relación con la Eucaristía
La Palabra nos conduce a la Eucaristía y nos hace descubrir y acoger la Eucaristía como sacrificio del día entero y desde la celebración vivir cultualmente toda la vida. Participar en la Eucaristía es gustar la vida nueva de los hijos de Dios. Esta Eucaristía ha de estimularnos a ser fieles al Señor aunque la Cruz aparezca en nuestro camino.

VIERNES 28 DE AGOSTO




        
 
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Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Viernes XXI del tiempo ordinario
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Mt 25,1-13): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: «El Reino de los Cielos será semejante a diez vírgenes, que, con su lámpara en la mano, salieron al encuentro del novio. Cinco de ellas eran necias, y cinco prudentes. Las necias, en efecto, al tomar sus lámparas, no se proveyeron de aceite; las prudentes, en cambio, junto con sus lámparas tomaron aceite en las alcuzas. Como el novio tardara, se adormilaron todas y se durmieron. Mas a media noche se oyó un grito: ‘¡Ya está aquí el novio! ¡Salid a su encuentro!’. Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron y arreglaron sus lámparas. Y las necias dijeron a las prudentes: ‘Dadnos de vuestro aceite, que nuestras lámparas se apagan’. Pero las prudentes replicaron: ‘No, no sea que no alcance para nosotras y para vosotras; es mejor que vayáis donde los vendedores y os lo compréis’. Mientras iban a comprarlo, llegó el novio, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de boda, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron las otras vírgenes diciendo: ‘¡Señor, señor, ábrenos!’. Pero él respondió: ‘En verdad os digo que no os conozco’. Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora».
Comentario:Rev. D. Joan Ant. MATEO i García (La Fuliola, Lleida, España)
«En verdad os digo que no os conozco»
Hoy, Viernes XXI del tiempo ordinario, el Señor nos recuerda en el Evangelio que hay que estar siempre vigilantes y preparados para encontrarnos con Él. A media noche, en cualquier momento, pueden llamar a la puerta e invitarnos a salir a recibir al Señor. La muerte no pide cita previa. De hecho, «no sabéis ni el día ni la hora» (Mt 25,13).

Vigilar no significa vivir con miedo y angustia. Quiere decir vivir de manera responsable nuestra vida de hijos de Dios, nuestra vida de fe, esperanza y caridad. El Señor espera continuamente nuestra respuesta de fe y amor, constantes y pacientes, en medio de las ocupaciones y preocupaciones que van tejiendo nuestro vivir.

Y esta respuesta sólo la podemos dar nosotros, tú y yo. Nadie lo puede hacer en nuestro lugar. Esto es lo que significa la negativa de las vírgenes prudentes a ceder parte de su aceite para las lámparas apagadas de las vírgenes necias: «Es mejor que vayáis donde los vendedores y os lo compréis» (Mt 25,9). Así, nuestra respuesta a Dios es personal e intransferible.

No esperemos un “mañana” —que quizá no vendrá— para encender la lámpara de nuestro amor para el Esposo. Carpe diem! Hay que vivir en cada segundo de nuestra vida toda la pasión que un cristiano ha de sentir por su Señor. Es un dicho conocido, pero que no estará de más recordarlo de nuevo: «Vive cada día de tu vida como si fuese el primer día de tu existencia, como si fuese el único día de que disponemos, como si fuese el último día de nuestra vida». Una llamada realista a la necesaria y razonable conversión que hemos de llevar a término.

Que Dios nos conceda la gracia en su gran misericordia de que no tengamos que oír en la hora suprema: «En verdad os digo que no os conozco» (Mt 25,12), es decir, «no habéis tenido ninguna relación ni trato conmigo». Tratemos al Señor en esta vida de manera que lleguemos a ser conocidos y amigos suyos en el tiempo y en la eternidad.

jueves, 27 de agosto de 2020

JUEVES 27 DE AGOSTO


       

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Jueves XXI del tiempo ordinario
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Mt 24,42-51): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Entendedlo bien: si el dueño de casa supiese a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, estaría en vela y no permitiría que le horadasen su casa. Por eso, también vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre. ¿Quién es, pues, el siervo fiel y prudente, a quien el señor puso al frente de su servidumbre para darles la comida a su tiempo? Dichoso aquel siervo a quien su señor, al llegar, encuentre haciéndolo así. Yo os aseguro que le pondrá al frente de toda su hacienda. Pero si el mal siervo aquel se dice en su corazón: ‘Mi señor tarda’, y se pone a golpear a sus compañeros y come y bebe con los borrachos, vendrá el señor de aquel siervo el día que no espera y en el momento que no sabe, le separará y le señalará su suerte entre los hipócritas; allí será el llanto y el rechinar de dientes».
Comentario:+ Rev. D. Albert TAULÉ i Viñas (Barcelona, España)
«Estad preparados»
Hoy, el texto evangélico nos habla de la incertidumbre del momento en que vendrá el Señor: «No sabéis qué día vendrá» (Mt 24,42). Si queremos que nos encuentre velando en el momento de su llegada, no nos podemos distraer ni dormirnos: hay que estar siempre preparados. Jesús pone muchos ejemplos de esta atención: el que vigila por si viene un ladrón, el siervo que quiere complacer a su amo... Quizá hoy nos hablaría de un portero de fútbol que no sabe cuándo ni de qué manera le vendrá la pelota...

Pero, quizá, antes debiéramos aclarar de qué venida se nos habla. ¿Se trata de la hora de la muerte?; ¿se trata del fin del mundo? Ciertamente, son venidas del Señor que Él ha dejado expresamente en la incertidumbre para provocar en nosotros una atención constante. Pero, haciendo un cálculo de probabilidades, quizá nadie de nuestra generación será testimonio de un cataclismo universal que ponga fin a la existencia de la vida humana en este planeta. Y, por lo que se refiere a la muerte, esto sólo será una vez y basta. Mientras esto no llegue, ¿no hay ninguna otra venida más cercana ante la cual nos convenga estar siempre preparados?

«¡Cómo pasan los años! Los meses se reducen a semanas, las semanas a días, los días a horas, y las horas a segundos...» (San Francisco de Sales). Cada día, cada hora, en cada instante, el Señor está cerca de nuestra vida. A través de inspiraciones internas, a través de las personas que nos rodean, de los hechos que se van sucediendo, el Señor llama a nuestra puerta y, como dice el Apocalipsis: «Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo» (Ap 3,20). Hoy, si comulgamos, esto volverá a pasar. Hoy, si escuchamos pacientemente los problemas que otro nos confía o damos generosamente nuestro dinero para socorrer una necesidad, esto volverá a pasar. Hoy, si en nuestra oración personal recibimos —repentinamente— una inspiración inesperada, esto volverá a pasar.
     

miércoles, 26 de agosto de 2020

MIERCOLES 26 DE AGOSTO




         

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Miércoles XXI del tiempo ordinario
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Mt 23,27-32): En aquel tiempo, Jesús dijo: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, pues sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera parecen bonitos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia! Así también vosotros, por fuera aparecéis justos ante los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, porque edificáis los sepulcros de los profetas y adornáis los monumentos de los justos, y decís: ‘Si nosotros hubiéramos vivido en el tiempo de nuestros padres, no habríamos tenido parte con ellos en la sangre de los profetas!’. Con lo cual atestiguáis contra vosotros mismos que sois hijos de los que mataron a los profetas. ¡Colmad también vosotros la medida de vuestros padres!».
Comentario:+ Rev. D. Lluís ROQUÉ i Roqué (Manresa, Barcelona, España)
«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas!»
Hoy, como en los días anteriores y los que siguen, contemplamos a Jesús fuera de sí, condenando actitudes incompatibles con un vivir digno, no solamente cristiano, sino también humano: «Por fuera aparecéis justos ante los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad» (Mt 23,28). Viene a confirmar que la sinceridad, la honradez, la lealtad, la nobleza..., son virtudes queridas por Dios y, también, muy apreciadas por los humanos.

Para no caer, pues, en la hipocresía, tengo que ser muy sincero. Primero, con Dios, porque me quiere limpio de corazón y que deteste toda mentira por ser Él totalmente puro, la Verdad absoluta. Segundo, conmigo mismo, para no ser yo el primer engañado, exponiéndome a pecar contra el Espíritu Santo al no reconocer los propios pecados ni manifestarlos con claridad en el sacramento de la Penitencia, o por no confiar suficientemente en Dios, que nunca condena a quien hace de hijo pródigo ni pierde a nadie por el hecho de ser pecador, sino por no reconocerse como tal. En tercer lugar, con los otros, ya que también —como Jesús— a todos nos pone fuera de sí la mentira, el engaño, la falta de sinceridad, de honradez, de lealtad, de nobleza..., y, por esto mismo, hemos de aplicarnos el principio: «Lo que no quieras para ti, no lo quieras para nadie».

Estas tres actitudes —que podemos considerar de sentido común— las hemos de hacer nuestras para no caer en la hipocresía, y hacernos cargo de que necesitamos la gracia santificante, debido al pecado original ocasionado por el “padre de la mentira”: el demonio. Por esto, haremos caso de la exhortación de san Josemaría: «A la hora del examen ve prevenido contra el demonio mudo»; tendremos también presente a Orígenes, que dice: «Toda santidad fingida yace muerta porque no obra impulsada por Dios», y nos regiremos, siempre, por el principio elemental y simple propuesto por Jesús: «Sea vuestro lenguaje: ‘Sí, sí’; ‘no, no’» (Mt 5,37).

María no se pasa en palabras, pero su sí al bien, a la gracia, fue único y veraz; su no al mal, al pecado, fue rotundo y sincero.

martes, 25 de agosto de 2020

MARTES 25 DE AGOSTO


Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Martes XXI del tiempo ordinario
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Mt 23,23-26): En aquel tiempo, Jesús dijo: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del aneto y del comino, y descuidáis lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y la fe! Esto es lo que había que practicar, aunque sin descuidar aquello. ¡Guías ciegos, que coláis el mosquito y os tragáis el camello! ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que purificáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro están llenos de rapiña y codicia! ¡Fariseo ciego, purifica primero por dentro la copa, para que también por fuera quede pura!».
Comentario:Fr. Austin NORRIS (Mumbai, India)
«Purifica primero por dentro la copa, para que también por fuera quede pura»
Hoy tenemos la impresión de “pillar” a Jesús en un arrebato de mal humor —realmente alguien le ha hecho sentir molesto—. Jesucristo se siente incómodo con la falsa religiosidad, las peticiones pomposas y la piedad egoísta. Él ha notado un vacío de amor, a saber, echa en falta «la justicia, la misericordia y la fe» (Mt 23,23) tras las acciones superficiales con las que tratan de cumplir la Ley. Jesús encarna esas cualidades en su persona y ministerio. Él era la justicia, la misericordia y la fe. Sus acciones, milagros, sanaciones y palabras rezumaban estos verdaderos fundamentos, que fluyen de su corazón amoroso. Para Jesucristo no se trataba de una cuestión de “Ley”, sino que era un asunto de corazón…

Incluso en las palabras de castigo vemos en Dios un toque de amor, importante para quienes quieran volver a lo básico: «Se te ha indicado, hombre, qué es lo bueno y qué exige de ti el Señor: nada más que practicar la justicia, amar la fidelidad y caminar humildemente con tu Dios» (Miq 6,8). El Papa Francisco dijo: «Un poco de misericordia hace al mundo menos frío y más justo. Necesitamos comprender bien esta misericordia de Dios, este Padre misericordioso que tiene tanta paciencia... Recordemos al profeta Isaías, cuando afirma que, aunque nuestros pecados fueran rojo escarlata, el Amor de Dios los volverá blancos como la nieve. Es hermoso, esto de la misericordia».

«¡Purifica primero por dentro la copa, para que también por fuera quede pura!» (Mt 23,26). ¡Cuán cierto es eso para cada uno de nosotros! Sabemos cómo la limpieza personal nos hace sentir frescos y vibrantes por dentro y por fuera. Más aun, en el ámbito espiritual y moral nuestro interior, nuestro espíritu, si está limpio y sano brillará en buenas obras y acciones que honren a Dios y le rindan un verdadero homenaje (cf. Jn 5,23). Fijémonos en el marco más grande del amor, de la justicia y de la fe y no nos perdamos en menudencias que consumen nuestro tiempo, nos empequeñecen y nos hacen quisquillosos. ¡Saltemos al vasto océano del Amor de Dios y no nos conformemos con riachuelos de mezquindad!

LUNES 24 DE AGOSTO



Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: 24 de Agosto: San Bartolomé, apóstol
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Jn 1,45-51): En aquel tiempo, Felipe se encontró con Natanael y le dijo: «Ése del que escribió Moisés en la Ley, y también los profetas, lo hemos encontrado: Jesús el hijo de José, el de Nazaret». Le respondió Natanael: «¿De Nazaret puede haber cosa buena?». Le dice Felipe: «Ven y lo verás». Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño». Le dice Natanael: «¿De qué me conoces?». Le respondió Jesús: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi». Le respondió Natanael: «Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel». Jesús le contestó: «¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores». Y le añadió: «En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre».
Comentario:Mons. Christoph BOCKAMP Vicario Regional del Opus Dei en Alemania (Bonn, Alemania)
«Ven y lo verás»
Hoy celebramos la fiesta del apóstol san Bartolomé. El evangelista san Juan relata su primer encuentro con el Señor con tanta viveza que nos resulta fácil meternos en la escena. Son diálogos de corazones jóvenes, directos, francos... ¡divinos!

Jesús encuentra a Felipe casualmente y le dice «sígueme» (Jn 1,43). Poco después, Felipe, entusiasmado por el encuentro con Jesucristo, busca a su amigo Natanael para comunicarle que —por fin— han encontrado a quien Moisés y los profetas esperaban: «Jesús el hijo de José, el de Nazaret» (Jn 1,45). La contestación que recibe no es entusiasta, sino escéptica : «¿De Nazaret puede haber cosa buena?» (Jn 1,46). En casi todo el mundo ocurre algo parecido. Es corriente que en cada ciudad, en cada pueblo se piense que de la ciudad, del pueblo vecino no puede salir nada que valga la pena... allí son casi todos ineptos... Y viceversa.

Pero Felipe no se desanima. Y, como son amigos, no da más explicaciones, sino dice: «Ven y lo verás» (Jn 1,46). Va, y su primer encuentro con Jesús es el momento de su vocación. Lo que aparentemente es una casualidad, en los planes de Dios estaba largamente preparado. Para Jesús, Natanael no es un desconocido: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi» (Jn 1,48). ¿De qué higuera? Quizá era un lugar preferido de Natanael a donde solía dirigirse cuando quería descansar, pensar, estar sólo... Aunque siempre bajo la amorosa mirada de Dios. Como todos los hombres, en todo momento. Pero para darse cuenta de este amor infinito de Dios a cada uno, para ser consciente de que está a mi puerta y llama necesito una voz externa, un amigo, un “Felipe” que me diga: «Ven y verás». Alguien que me lleve al camino que san Josemaría describe así: buscar a Cristo; encontrar a Cristo; amar a Cristo.

viernes, 21 de agosto de 2020

DOMINGO 23 DE AGOSTO



         
Domingo 21 del tiempo ordinario
“Una pregunta fundamental”
Isaías 22, 19-23: “Pondré la llave del palacio de David sobre su hombro”
Salmo 137: “Señor, tu amor perdura eternamente”
Romanos 11, 33-36: “Todo proviene de Dios, todo ha sido hecho por él y todo está orientado hacia él”
San Mateo 16, 13-20: “Tú eres Pedro y yo te daré las llaves del Reino de los cielos”
 Jesús ha llegado a la mitad de su camino hacia Jerusalén. Después de haber dado de comer a miles de personas, después de haber sanado a la hija de la mujer cananea, después de haber vencido a las tempestades, pregunta a sus discípulos la opinión de la gente sobre su persona. No es que Jesús esté muy interesado en las encuestas de imagen y mucho menos que busque métodos para mover las masas hacia sus intereses, sino todo lo contrario: quiere hacer entender a sus discípulos que más allá de las imágenes y apariencias lo que verdaderamente importa es el encuentro que con Él hayan tenido y asumir los valores del Reino. Hace evidente el fuerte contraste entre las pretensiones desmedidas de quienes esperan un profeta o Mesías poderoso y los caminos sencillos de servicio, entrega y humildad que escoge Jesús. La gente dice que es un profeta, pero lo espera a su modo y a su estilo que confirme sus ambiciones y que sostenga sus intereses. La confesión de Pedro va mucho más allá y refleja la influencia que el Resucitado ha tenido en la elaboración del evangelio. Pero no nos hagamos demasiadas ilusiones: Pedro afirma categórica y correctamente lo que es Jesús, pero todavía está muy lejos de asumir sus valores y su forma de vivir. Ya se irá dando tropezones y tendrá que cambiar profundamente su corazón para amoldarlo al de Jesús. 
La pregunta de Jesús de ningún modo queda sólo en el pasado. Hoy, más que nunca, se hace presente y hoy, más que nunca, debemos responderla con nuestra propia vida. “¿Y quién dicen ustedes que soy yo?”. Desde luego es una pregunta comprometedora, para algunos casi ofensiva. Para otros, es una pregunta brotada del amor sincero que Jesús tiene por nosotros. ¿Y quién es Jesús para mí? Contestaciones de catecismo y de teología barata, todos tenemos alguna. No es una pregunta de un examen de historia antigua o contemporánea. No son pocos los ateos que lo saben todo de Jesús. También los fariseos que le espiaban se sabían todo de Él, su padre, su madre, sus parientes, su edad, sus correrías por Palestina. Hay muchos que aducen palabras de Jesús para reforzar sus propias ideologías o para justificar las discriminaciones, las condenas y los juicios a los demás. Por otra parte es triste constatar que muchos de los que se dicen católicos o cristianos, no se detiene el corazón a la hora de cometer injusticias, de romper la fraternidad y de asumir criterios contra la vida. Se da la paradoja de que hombres y mujeres que por una parte afirman ser “católicos”, por otra parte no se suman a la construcción del reino, a la lucha por la justicia o a velar por los derechos del más débil. Quisiéramos ser cristianos sin cruz. A Jesús no le interesa una imagen o una respuesta de encuesta, a Jesús le interesa una respuesta con la vida.
Me impresiona la condena que lanza Isaías en la primera lectura contra el que se supone sería un servidor del Señor. Ha abusado del poder y siendo solamente un mayordomo del palacio se ostenta como rey con manifiesta arrogancia, cometiendo arbitrariedades y despreciando al Señor. Quien tenía que ser el servidor y cuidar del pueblo, se convierte en su tirano y opresor. El Señor lo condena y presenta un nuevo servidor a quien entregará las llaves del palacio y lo hace firme como un “clavo en el muro”. Palabras tajantes de Dios. Palabras que denotan el límite de su divina paciencia. Palabras que han de resonar en nuestros propios oídos como la justa amenaza de este Dios nuestro, Padre de bondad, que, precisamente por serlo, utiliza con sus hijos cuantos medios existen para reducirlos al buen camino. También la amenaza seria y el duro castigo.  No bastan pues confesiones, por más completas y bellas que sean. Los caminos de Dios no siguen el rumbo de las personas engreídas y falsas que asumen el poder para conseguir sus propios caprichos. Pedro, al hacer la confesión de fe, tendrá que iniciar un largo camino de aprendizaje junto a Jesús. Tendrá que descubrir todo lo que significa esta confesión hasta entregar su propia sangre en la cruz como lo ha hecho el mismo Jesús.
Por otra parte la pregunta de Jesús encierra una gran dosis de confianza y de cariño a quien se la hace. Es la pregunta del enamorado queriendo mirar el corazón de la persona amada, es un reclamo de amor. Creo que cada uno de nosotros tendremos que hacer ese espacio de intimidad para dejarnos cuestionar por Jesús: “Tú, ¿quién dices que soy?” Acerquémonos hasta Él y dialoguemos en confianza haciendo una confesión sincera de fe pero poniendo delante de  Jesús cuáles son nuestros criterios, cuáles son nuestras prioridades, en qué ocupamos nuestro tiempo y confrontémoslos con las exigencias del Reino. El amigo sincero nos ayudará a descubrir, con valentía y amor, nuestras heridas y nuestras contradicciones. Nos hará ver si nuestro corazón está respondiendo a la revelación que hace nuestro Padre Dios, o si más bien seguimos los criterios del mundo y nos movemos entre el vaivén de los modernos ídolos que nos someten con sus dulces cantos y nos envuelven en sus mentiras y falsedades. Hagamos un alto en el camino y atrevámonos a responder sinceramente quién es Jesús para nosotros, y después confrontémoslo con la vida para ver si son realidad nuestras palabras. ¿Realmente vivimos lo que decimos creer? ¿Se puede ver en nuestro actuar la relación personal que tenemos con Él? ¿Tenemos diálogo con Él, le damos tiempo, lo tomamos en serio? No tengamos miedo: quien deja entrar a Cristo en su corazón no pierde nada; al contrario, con su amistad se abren las puertas de la vida.
Dios Padre, que te has hecho presente de un modo inefable en el amor extremo que nuestro hermano Jesús ha vivido; haz que, como Él mismo quiso, viviendo su palabra, su ejemplo y su amistad, encontremos el camino hacia la realización de tu voluntad y la construcción del Reino de la Vida y del Amor. Y a mi indigno hijo que me concede la gracia de llegar a 50 años de servicio en Su Sacerdocio, me perdone mis fallas y me permita  perseverar hasta el fin en su servicio de Evangelizador y Comunicador de su Palabra!!   Amén.

VIERNES 21 DE AGOSTO





       
 
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Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Viernes XX del tiempo ordinario
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Mt 22,34-40): En aquel tiempo, cuando los fariseos se enteraron de que Jesús había tapado la boca a los saduceos, se reunieron en grupo, y uno de ellos le preguntó con ánimo de ponerle a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?». Él le dijo: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas».
Comentario:Rev. D. Pere CALMELL i Turet (Barcelona, España)
«Amarás al Señor, tu Dios... Amarás a tu prójimo»
Hoy, el maestro de la Ley le pregunta a Jesús: «¿Cuál es el mandamiento mayor de la Ley?» (Mt 22,36), el más importante, el primero. La respuesta, en cambio, habla de un primer mandamiento y de un segundo, que le «es semejante» (Mt 22,39). Dos anillas inseparables que son una sola cosa. Inseparables, pero una primera y una segunda, una de oro y la otra de plata. El Señor nos lleva hasta la profundidad de la catequesis cristiana, porque «de estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas» (Mt 22,40).

He aquí la razón de ser del comentario clásico de los dos palos de la Cruz del Señor: el que está cavado en tierra es la verticalidad, que mira hacia el cielo a Dios. El travesero representa la horizontalidad, el trato con nuestros iguales. También en esta imagen hay un primero y un segundo. La horizontalidad estaría a nivel de tierra si antes no poseyésemos un palo derecho, y cuanto más queramos elevar el nivel de nuestro servicio a los otros —la horizontalidad— más elevado deberá ser nuestro amor a Dios. Si no, fácilmente viene el desánimo, la inconstancia, la exigencia de compensaciones del orden que sea. Dice san Juan de la Cruz: «Cuanto más ama un alma, tanto más perfecta es en aquello que ama; de aquí que esta alma, que ya es perfecta, toda ella es amor y todas sus acciones son amor».

Efectivamente, en los santos que conocemos vemos cómo el amor a Dios, que saben manifestarle de muchas maneras, les otorga una gran iniciativa a la hora de ayudar al prójimo. Pidámosle hoy a la Virgen Santísima que nos llene del deseo de sorprender a Nuestro Señor con obras y palabras de afecto. Así, nuestro corazón será capaz de descubrir cómo sorprender con algún detalle simpático a los que viven y trabajan a nuestro lado, y no solamente en los días señalados, que eso lo sabe hacer cualquiera. ¡Sorprender!: forma práctica de pensar menos en nosotros mismos.

jueves, 20 de agosto de 2020

JUEVES 20 DE AGOSTO




         

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Jueves XX del tiempo ordinario
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Mt 22,1-14): En aquel tiempo, Jesús propuso esta otra parábola a los grandes sacerdotes y a los notables del pueblo: «El Reino de los Cielos es semejante a un rey que celebró el banquete de bodas de su hijo. Envió a sus siervos a llamar a los invitados a la boda, pero no quisieron venir. Envió todavía a otros siervos, con este encargo: ‘Decid a los invitados: Mirad, mi banquete está preparado, se han matado ya mis novillos y animales cebados, y todo está a punto; venid a la boda’. Pero ellos, sin hacer caso, se fueron el uno a su campo, el otro a su negocio; y los demás agarraron a los siervos, los escarnecieron y los mataron. Se airó el rey y, enviando sus tropas, dio muerte a aquellos homicidas y prendió fuego a su ciudad.

»Entonces dice a sus siervos: ‘La boda está preparada, pero los invitados no eran dignos. Id, pues, a los cruces de los caminos y, a cuantos encontréis, invitadlos a la boda’. Los siervos salieron a los caminos, reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos, y la sala de bodas se llenó de comensales. Entró el rey a ver a los comensales, y al notar que había allí uno que no tenía traje de boda, le dice: ‘Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda?’. Él se quedó callado. Entonces el rey dijo a los sirvientes: ‘Atadle de pies y manos, y echadle a las tinieblas de fuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes’. Porque muchos son llamados, mas pocos escogidos».
Comentario:Rev. D. David AMADO i Fernández (Barcelona, España)
«Mi banquete está preparado, se han matado ya mis novillos y animales cebados, y todo está a punto; venid a la boda»
Hoy, la parábola evangélica nos habla del banquete del Reino. Es una figura recurrente en la predicación de Jesús. Se trata de esa fiesta de bodas que sucederá al final de los tiempos y que será la unión de Jesús con su Iglesia. Ella es la esposa de Cristo que camina en el mundo, pero que se unirá finalmente a su Amado para siempre. Dios Padre ha preparado esa fiesta y quiere que todos los hombres asistan a ella. Por eso dice a todos los hombres: «Venid a la boda» (Mt 22,4).

La parábola, sin embargo, tiene un desarrollo trágico, pues muchos, «sin hacer caso, se fueron el uno a su campo, el otro a su negocio...» (Mt 22,5). Por eso, la misericordia de Dios va dirigiéndose a personas cada vez más lejanas. Es como un novio que va a casarse e invita a sus familiares y amigos, pero éstos no quieren ir; llama después a conocidos y compañeros de trabajo y a vecinos, pero ponen excusas; finalmente se dirige a cualquier persona que encuentra, porque tiene preparado un banquete y quiere que haya invitados a la mesa. Algo semejante ocurre con Dios.

Pero, también, los distintos personajes que aparecen en la parábola pueden ser imagen de los estados de nuestra alma. Por la gracia bautismal somos amigos de Dios y coherederos con Cristo: tenemos un lugar reservado en el banquete. Si olvidamos nuestra condición de hijos, Dios pasa a tratarnos como conocidos y sigue invitándonos. Si dejamos morir en nosotros la gracia, nos convertimos en gente del camino, transeúntes sin oficio ni beneficio en las cosas del Reino. Pero Dios sigue llamando.

La llamada llega en cualquier momento. Es por invitación. Nadie tiene derecho. Es Dios quien se fija en nosotros y nos dice: «¡Venid a la boda!». Y la invitación hay que acogerla con palabras y hechos. Por eso aquel invitado mal vestido es expulsado: «Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda?» (Mt 22,12).

miércoles, 19 de agosto de 2020

MIERCOLES 19 DE AGOSTO



     

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Miércoles XX del tiempo ordinario
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Mt 20,1-16): En aquel tiempo, Jesús dijo a los discípulos esta parábola: «El Reino de los Cielos es semejante a un propietario que salió a primera hora de la mañana a contratar obreros para su viña. Habiéndose ajustado con los obreros en un denario al día, los envió a su viña. Salió luego hacia la hora tercia y al ver a otros que estaban en la plaza parados, les dijo: ‘Id también vosotros a mi viña, y os daré lo que sea justo’. Y ellos fueron. Volvió a salir a la hora sexta y a la nona e hizo lo mismo. Todavía salió a eso de la hora undécima y, al encontrar a otros que estaban allí, les dice: ‘¿Por qué estáis aquí todo el día parados?’. Dícenle: ‘Es que nadie nos ha contratado’. Díceles: ‘Id también vosotros a la viña’.

»Al atardecer, dice el dueño de la viña a su administrador: ‘Llama a los obreros y págales el jornal, empezando por los últimos hasta los primeros’. Vinieron, pues, los de la hora undécima y cobraron un denario cada uno. Al venir los primeros pensaron que cobrarían más, pero ellos también cobraron un denario cada uno. Y al cobrarlo, murmuraban contra el propietario, diciendo: ‘Estos últimos no han trabajado más que una hora, y les pagas como a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el calor’. Pero él contestó a uno de ellos: ‘Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No te ajustaste conmigo en un denario? Pues toma lo tuyo y vete. Por mi parte, quiero dar a este último lo mismo que a ti. ¿Es que no puedo hacer con lo mío lo que quiero? ¿O va a ser tu ojo malo porque yo soy bueno?’. Así, los últimos serán primeros y los primeros, últimos».
Comentario:Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
«Los últimos serán primeros y los primeros, últimos»
Hoy, la Palabra de Dios nos invita a ver que la “lógica” divina va mucho más allá de la lógica meramente humana. Mientras que los hombres calculamos («Pensaron que cobrarían más»: Mt 20,10), Dios —que es Padre entrañable—, simplemente, ama («¿Va a ser tu ojo malo porque yo soy bueno?»: Mt 20,15). Y la medida del Amor es no tener medida: «Amo porque amo, amo para amar» (San Bernardo).

Pero esto no hace inútil la justicia: «Os daré lo que sea justo» (Mt 20,4). Dios no es arbitrario y nos quiere tratar como hijos inteligentes: por esto es lógico que haga “tratos” con nosotros. De hecho, en otros momentos, las enseñanzas de Jesús dejan claro que a quien ha recibido más también se le exigirá más (recordemos la parábola de los talentos). En fin, Dios es justo, pero la caridad no se desentiende de la justicia; más bien la supera (cf. 1Cor 13,5).

Un dicho popular afirma que «la justicia por la justicia es la peor de las injusticias». Afortunadamente para nosotros, la justicia de Dios —repitámoslo, desbordada por su Amor— supera nuestros esquemas. Si de mera y estricta justicia se tratara, nosotros todavía estaríamos pendientes de redención. Es más, no tendríamos ninguna esperanza de redención. En justicia estricta no mereceríamos ninguna redención: simplemente, quedaríamos desposeídos de aquello que se nos había regalado en el momento de la creación y que rechazamos en el momento del pecado original. Examinémonos, por tanto, de cómo andamos de juicios, comparaciones y cálculos cuando tratamos con los demás.

Además, si de santidad hablamos, hemos de partir de la base de que todo es gracia. La muestra más clara es el caso de Dimas, el buen ladrón. Incluso, la posibilidad de merecer ante Dios es también una gracia (algo que se nos concede gratuitamente). Dios es el amo, nuestro «propietario que salió a primera hora de la mañana a contratar obreros para su viña» (Mt 20,1). La viña (es decir, la vida, el cielo...) es de Él; a nosotros se nos invita, y no de cualquier manera: es un honor poder trabajar ahí y podernos “ganar” el cielo.

martes, 18 de agosto de 2020

MARTES 18 DE AGOSTO



       

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Martes XX del tiempo ordinario
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Mt 19,23-30): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Yo os aseguro que un rico difícilmente entrará en el Reino de los Cielos. Os lo repito, es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos». Al oír esto, los discípulos, llenos de asombro, decían: «Entonces, ¿quién se podrá salvar?». Jesús, mirándolos fijamente, dijo: «Para los hombres eso es imposible, mas para Dios todo es posible».

Entonces Pedro, tomando la palabra, le dijo: «Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué recibiremos, pues?». Jesús les dijo: «Yo os aseguro que vosotros que me habéis seguido, en la regeneración, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria, os sentaréis también vosotros en doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. Y todo aquel que haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o hacienda por mi nombre, recibirá el ciento por uno y heredará la vida eterna. Pero muchos primeros serán últimos y muchos últimos, primeros».
Comentario:Rev. D. Fernando PERALES i Madueño (Terrassa, Barcelona, España)
«Un rico difícilmente entrará en el Reino de los Cielos... Entonces, ¿quién se podrá salvar?»
Hoy contemplamos la reacción que suscitó entre los oyentes el diálogo del joven rico con Jesús: «¿Quién se podrá salvar?» (Mt 19,25). Las palabras del Señor dirigidas al joven rico son manifiestamente duras, pretenden sorprender, despertar nuestras somnolencias. No se trata de palabras aisladas, accidentales en el Evangelio: veinte veces repite este tipo de mensaje. Lo debemos recordar: Jesús advierte contra los obstáculos que suponen las riquezas, para entrar en la vida...

Y, sin embargo, Jesús amó y llamó a hombres ricos, sin exigirles que abandonaran sus responsabilidades. La riqueza en sí misma no es mala, sino su origen si fue injustamente adquirida, o su destino, si se utiliza egoístamente sin tener en cuenta a los más desfavorecidos, si cierra el corazón a los verdaderos valores espirituales (donde no hay necesidad de Dios).

«¿Quién se podrá salvar?». Jesús responde: «Para los hombres eso es imposible, mas para Dios todo es posible» (Mt 19,26). —Señor, Tú conoces bien las habilidades de los hombres para atenuar tu Palabra. Tengo que decírtelo, ¡Señor, ayúdame! Convierte mi corazón.

Después de marchar el joven rico, entristecido por su apego a sus riquezas, Pedro tomó la palabra y dijo: —Concede, Señor, a tu Iglesia, a tus Apóstoles ser capaces de dejarlo todo por Ti.

«En la regeneración, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria...» (Mt 19,28). Tu pensamiento se dirige a ese “día”, hacia ese futuro. Tú eres un hombre con tendencia hacia el fin del mundo, hacia la plenitud del hombre. En ese tiempo, Señor, todo será nuevo, renovado, bello.

Jesucristo nos dice: —Vosotros, que lo habéis dejado todo por el Reino, os sentaréis con el Hijo del Hombre... Recibiréis el ciento por uno de lo que habéis dejado... Y heredaréis la vida eterna... (cf. Mt 19,28-29).

El futuro que Tú prometes a los tuyos, a los que te han seguido renunciando a todos los obstáculos... es un futuro feliz, es la abundancia de la vida, es la plenitud divina.

—Gracias, Señor. ¡Condúceme hasta ese día!

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