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Emisora Vida Nueva

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Vida Nueva Cali - Reproductor

sábado, 17 de julio de 2021

Domingo 18 de Julio de 2021 - XVI (Ciclo B) del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mc 6,30-34): En aquel tiempo, los Apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y lo que habían enseñado. Él, entonces, les dice: «Venid también vosotros aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco». Pues los que iban y venían eran muchos, y no les quedaba tiempo ni para comer. Y se fueron en la barca, aparte, a un lugar solitario. Pero les vieron marcharse y muchos cayeron en cuenta; y fueron allá corriendo, a pie, de todas las ciudades y llegaron antes que ellos. Y al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas.

«Venid también vosotros aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco»

Rev. D. David AMADO i Fernández(Barcelona, España)

Hoy, el Evangelio nos invita a descubrir la importancia de descansar en el Señor. Los Apóstoles regresaban de la misión que Jesús les había dado. Habían expulsado demonios, curado enfermos y predicado el Evangelio. Estaban cansados y Jesús les dice «venid también vosotros aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco» (Mc 6,31).

Una de las tentaciones a las que puede sucumbir cualquier cristiano es la de querer hacer muchas cosas descuidando el trato con el Señor. El Catecismo recuerda que, a la hora de hacer oración, uno de los peligros más grandes es pensar que hay otras cosas más urgentes y, de esa forma, se acaba descuidando el trato con Dios. Por eso, Jesús, a sus Apóstoles, que han trabajado mucho, que están agotados y eufóricos porque todo les ha ido bien, les dice que tienen que descansar. Y, señala el Evangelio «se fueron en la barca, aparte, a un lugar solitario» (Mc 6,32). Para poder rezar bien se necesitan, al menos dos cosas: la primera es estar con Jesús, porque es la persona con la que vamos a hablar. Asegurarnos de que estamos con Él. Por eso todo rato de oración empieza, generalmente, y es lo más difícil, con un acto de presencia de Dios. Tomar conciencia de que estamos con Él. Y la segunda es la necesaria soledad. Si queremos hablar con alguien, tener una conversación íntima y profunda, escogemos la soledad.

San Pedro Julián Eymard recomendaba descansar en Jesús después de comulgar. Y advertía del peligro de llenar la acción de gracias con muchas palabras dichas de memoria. Decía, que después de recibir el Cuerpo de Cristo, lo mejor era estar un rato en silencio, para reponer fuerzas y dejando que Jesús nos hable en el silencio de nuestro corazón. A veces, mejor que explicarle a Él nuestros proyectos es conveniente que Jesús nos instruya y anime.

Sabado 17 de Julio de 2021 - XV Tiempo Ordinario

Texto del Evangelio (Mt 12,14-21): En aquel tiempo, los fariseos se confabularon contra Él para ver cómo eliminarle. Jesús, al saberlo, se retiró de allí. Le siguieron muchos y los curó a todos. Y les mandó enérgicamente que no le descubrieran; para que se cumpliera el oráculo del profeta Isaías: «He aquí mi Siervo, a quien elegí, mi Amado, en quien mi alma se complace. Pondré mi Espíritu sobre él, y anunciará el juicio a las naciones. No disputará ni gritará, ni oirá nadie en las plazas su voz. La caña cascada no la quebrará, ni apagará la mecha humeante, hasta que lleve a la victoria el juicio: en su nombre pondrán las naciones su esperanza».

«Los curó a todos»

Fray Josep Mª MASSANA i Mola OFM(Barcelona, España)

Hoy encontramos un doble mensaje. Por un lado, Jesús nos llama con una bella invitación a seguirlo: «Le siguieron muchos y los curó a todos» (Mt 12,15). Si le seguimos encontraremos remedio a las dificultades del camino, como se nos recordaba hace poco: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso» (Mt 11,28). Por otro lado, se nos muestra el valor del amor manso: «No disputará ni gritará» (Mt 12,19).

Él sabe que estamos agobiados y cansados por el peso de nuestras debilidades físicas y de carácter... y por esta cruz inesperada que nos ha visitado con toda su crudeza, por las desavenencias, los desengaños, las tristezas. De hecho, «se confabularon contra Él para ver cómo eliminarle» (Mt 12,14). y... nosotros que sabemos que el discípulo no es más que el maestro (cf. Mt 10,24), hemos de ser conscientes de que también tendremos que sufrir incomprensión y persecución.

Todo ello constituye un fajo que pesa encima de nosotros, un fardo que nos doblega. Y sentimos como si Jesús nos dijera: «Deja tu fardo a mis pies, yo me ocuparé de él; dame este peso que te agobia, yo te lo llevaré; descárgate de tus preocupaciones y dámelas a mí...».

Es curioso: Jesús nos invita a dejar nuestro peso, pero nos ofrece otro: su yugo, con la promesa, eso sí, de que es suave y ligero. Nos quiere enseñar que no podemos ir por el mundo sin ningún peso. Una carga u otra la hemos de llevar. Pero que no sea nuestro fardo lleno de materialidad; que sea su peso que no agobia.

En África, las madres y hermanas mayores llevan a los pequeños en la espalda. Una vez, un misionero vio a una niña que llevaba a su hermanito... Le dice: «¿No crees que es un peso demasiado grande para ti?». Ella respondió sin pensárselo: «No es un peso, es mi hermanito y le amo». El amor, el yugo de Jesús, no sólo no es pesado, sino que nos libera de todo aquello que nos agobia.

viernes, 16 de julio de 2021

Viernes 16 de Julio de 2021 - XV Tiempo Ordinario

Texto del Evangelio (Mt 12,1-8): En aquel tiempo, Jesús cruzaba por los sembrados un sábado. Y sus discípulos sintieron hambre y se pusieron a arrancar espigas y a comerlas. Al verlo los fariseos, le dijeron: «Mira, tus discípulos hacen lo que no es lícito hacer en sábado». Pero Él les dijo: «¿No habéis leído lo que hizo David cuando sintió hambre él y los que le acompañaban, cómo entró en la Casa de Dios y comieron los panes de la Presencia, que no le era lícito comer a él, ni a sus compañeros, sino sólo a los sacerdotes? ¿Tampoco habéis leído en la Ley que en día de sábado los sacerdotes, en el Templo, quebrantan el sábado sin incurrir en culpa? Pues yo os digo que hay aquí algo mayor que el Templo. Si hubieseis comprendido lo que significa aquello de: ‘Misericordia quiero y no sacrificio’, no condenaríais a los que no tienen culpa. Porque el Hijo del hombre es señor del sábado».

«Misericordia quiero y no sacrificio»

Rev. D. Josep RIBOT i Margarit(Tarragona, España)

Hoy el Señor se acerca al sembrado de tu vida, para recoger frutos de santidad. ¿Encontrará caridad, amor a Dios y a los demás? Jesús, que corrige la casuística meticulosa de los rabinos, que hacía insoportable la ley del descanso sabático: ¿tendrá que recordarte que solo le interesa tu corazón, tu capacidad de amar?

«Mira, tus discípulos hacen lo que no es lícito hacer en sábado» (Mt 12,2). Lo dijeron convencidos, eso es lo increíble. ¿Cómo prohibir hacer el bien, siempre? Algo te recuerda que ningún motivo te excusa de ayudar a los demás. La caridad verdadera respeta las exigencias de la justicia, evitando la arbitrariedad o el capricho, pero impide el rigorismo, que mata al espíritu de la ley de Dios, que es una invitación continua a amar, a darse a los demás.

«Misericordia quiero y no sacrificio» (Mt 12,7). Repítelo muchas veces, para grabarlo en tu corazón: Dios, rico en misericordia, nos quiere misericordiosos. «¡Qué cercano está Dios de quien confiesa su misericordia! Sí; Dios no anda lejos de los contritos de corazón» (San Agustín). ¡Y qué lejos estás de Dios cuando permites que tu corazón se endurezca como una piedra!

Jesucristo acusó a los fariseos de condenar a los inocentes. Grave acusación. ¿Y tú? ¿te interesas de verdad por las cosas de los demás? ¿los juzgas con cariño, con simpatía, como quien juzga a un amigo o a un hermano? Procura no perder el norte de tu vida.

Pídele a la Virgen que te haga misericordioso, que sepas perdonar. Sé benévolo. Y si descubres en tu vida algún detalle que desentone de esta disposición de fondo, ahora es un buen momento para rectificar, formulando algún propósito eficaz.

jueves, 15 de julio de 2021

Jueves 15 de Julio de 2021 - XV Tiempo Ordinario

 Texto del Evangelio (Mt 11,28-30): En aquel tiempo, Jesús dijo: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera».

«Venid a mí todos los que estáis fatigados (…), yo os daré descanso»

P. Julio César RAMOS González SDB(Mendoza, Argentina)

Hoy, ante un mundo que ha decidido darle la espalda a Dios, ante un mundo hostil a lo cristiano y a los cristianos, escuchar de Jesús (que es quien nos habla en la liturgia o en la lectura personal de la Palabra), provoca consuelo, alegría y esperanzas en medio de las luchas cotidianas: «Venid a mí todos los que estáis fatigados (…), yo os daré descanso» (Mt 11,28-29).

Consuelo, porque estas palabras contienen la promesa del alivio que proviene del amor de Dios. Alegría, porque hacen que el corazón manifieste en la vida, la seguridad en la fe de esa promesa. Esperanzas, porque caminando, en un mundo así de resuelto contra Dios y nosotros, los que creemos en Cristo sabemos que no todo acaba con un fin, sino que muchos “fines” fueron “principios” de cosas mucho mejores, como lo mostró su propia resurrección.

Nuestro fin, para principio de novedades en el amor de Dios, es estarse siempre con Cristo. Nuestra meta es ir indefectiblemente al amor de Cristo, “yugo” de una ley que no se basa en la limitada capacidad de los voluntarismos humanos, sino en la eterna voluntad salvadora de Dios.

En ese sentido nos dirá Benedicto XVI en una de sus Catequesis: «Dios tiene una voluntad con y para nosotros, y ésta debe convertirse en lo que queremos y somos. La esencia del cielo estriba en que se cumpla sin reservas la voluntad de Dios, o para ponerlo en otros términos, donde se cumple la voluntad de Dios hay cielo. Jesús mismo es “cielo” en el sentido más profundo y verdadero de la palabra, es Él en quien y a través de quien se cumple totalmente la voluntad de Dios. Nuestra voluntad nos aleja de la voluntad de Dios y nos vuelve mera “tierra”. Pero Él nos acepta, nos atrae hacia Sí y, en comunión con Él, aprendemos la voluntad de Dios». Que así sea, entonces.

miércoles, 14 de julio de 2021

Miercoles 14 de Julio de 2021 - XV Tiempo Ordinario

 Texto del Evangelio (Mt 11,25-27): En aquel tiempo, Jesús dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar».

«Has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños»

P. Raimondo M. SORGIA Mannai OP(San Domenico di Fiesole, Florencia, Italia)

Hoy, el Evangelio nos ofrece la oportunidad de penetrar, por así decir, en la estructura de la misma divina sabiduría. ¿A quien entre nosotros no le apetece conocer desvelados los misterios de esta vida? Pero hay enigmas que ni el mejor equipo de investigadores del mundo nunca llegará siquiera a detectar. Sin embargo, hay Uno ante el cual «nada hay oculto (...); nada ha sucedido en secreto» (Mc 4,22). Éste es el que se da a sí mismo el nombre de “Hijo del hombre”, pues afirma de sí mismo: «Todo me ha sido entregado por mi Padre» (Mt 11,27). Su naturaleza humana —por medio de la unión hipostática— ha sido asumida por la Persona del Verbo de Dios: es, en una palabra, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, delante la cual no hay tinieblas y por la cual la noche es más luminosa que el pleno día.

Un proverbio árabe reza así: «Si en una noche negra una hormiga negra sube por una negra pared, Dios la está viendo». Para Dios no hay secretos ni misterios. Hay misterios para nosotros, pero no para Dios, ante el cual el pasado, el presente y el futuro están abiertos y escudriñados hasta la última coma.

Dice, complacido, hoy el Señor: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños» (Mt 11,25). Sí, porque nadie puede pretender conocer esos o parecidos secretos escondidos ni sacándolos de la obscuridad con el estudio más intenso, ni como debido por parte de la sabiduría. De los secretos profundos de la vida sabrá siempre más la ancianita sin experiencia escolar que el pretencioso científico que ha gastado años en prestigiosas universidades. Hay ciencia que se gana con fe, simplicidad y pobreza interiores. Ha dicho muy bien Clemente Alejandrino: «La noche es propicia para los misterios; es entonces cuando el alma —atenta y humilde— se vuelve hacia sí misma reflexionando sobre su condición; es entonces cuando encuentra a Dios».

martes, 13 de julio de 2021

Martes 13 de Julio de 2021 - XV Tiempo Ordinario

 Texto del Evangelio (Mt 11,20-24): En aquel tiempo, Jesús se puso a maldecir a las ciudades en las que se habían realizado la mayoría de sus milagros, porque no se habían convertido: «¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras, tiempo ha que en sayal y ceniza se habrían convertido. Por eso os digo que el día del Juicio habrá menos rigor para Tiro y Sidón que para vosotras. Y tú, Cafarnaúm, ¿hasta el cielo te vas a encumbrar? ¡Hasta el Hades te hundirás! Porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que se han hecho en ti, aún subsistiría el día de hoy. Por eso os digo que el día del Juicio habrá menos rigor para la tierra de Sodoma que para ti».

«¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida!»

Fr. Damien LIN Yuanheng(Singapore, Singapur)

Hoy, Cristo reprende a dos ciudades de Galilea, Corozaín y Betsaida, por su incredulidad: «¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras, (...) se habrían convertido» (Mt 11,21). Jesús mismo da testimonio en favor de las ciudades fenicias, Tiro y Sidón: éstas hubieran hecho penitencia, con gran humildad, de haber experimentado las maravillas del poder divino.

Nadie es feliz recibiendo una buena reprimenda. En efecto, tiene que ser especialmente doloroso ser reprendido por Cristo, Él que nos ama con un corazón infinitamente misericordioso. Simplemente, no hay excusa, no hay inmunidad cuando uno es reprendido por la mismísima Verdad. Recibamos, pues, con humildad y responsabilidad cada día la llamada de Dios a la conversión.

También notamos que Cristo no se anda con rodeos. Él situó a su audiencia frente a frente ante la verdad. Debemos examinarnos sobre cómo hablamos de Cristo a los demás. A menudo, también nosotros tenemos que luchar contra nuestros respetos humanos para poner a nuestros amigos frente a las verdades eternas, tales como la muerte y el juicio. El Papa Francisco, conscientemente, describió a san Pablo como un “alborotador”: «El Señor siempre quiere que vayamos más lejos... Que no nos refugiemos en una vida tranquila ni en las estructuras caducas (…). Y Pablo, molestaba predicando al Señor. Pero él iba hacia adelante, porque tenía dentro de sí aquella actitud cristiana que es el celo apostólico. No era un “hombre de compromiso”». ¡No rehuyamos nuestro deber de caridad!

Quizá, como yo, encontrarás iluminadoras estas palabras de san Josemaría Escrivá: «(…) Se trata de hablar en sabio, en cristiano, pero de modo asequible a todos». No podemos dormirnos en los laureles —acomodarnos— para ser entendidos por muchos, sino que debemos pedir la gracia de ser humildes instrumentos del Espíritu Santo, con el fin de situar de lleno a cada hombre y a cada mujer ante la Verdad divina.

lunes, 12 de julio de 2021

Lunes 12 de Julio de 2021 del tiempo ordinario

 Lunes 12 de Julio de 2021 del tiempo ordinario


Texto del Evangelio (Mt 10,34--11,1): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles: «No penséis que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino espada. Sí, he venido a enfrentar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; y enemigos de cada cual serán los que conviven con él.

El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará. Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado. Quien reciba a un profeta por ser profeta, recompensa de profeta recibirá, y quien reciba a un justo por ser justo, recompensa de justo recibirá. Y todo aquel que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, por ser discípulo, os aseguro que no perderá su recompensa».

Y sucedió que, cuando acabó Jesús de dar instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí para enseñar y predicar en sus ciudades.


El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí»

Rev. D. Valentí ALONSO i Roig(Barcelona, España)

Hoy Jesús nos ofrece una mezcla explosiva de recomendaciones; es como uno de esos banquetes de moda donde los platos son pequeñas "tapas" para saborear. Se trata de consejos profundos y duros de digerir, destinados a sus discípulos en el centro de su proceso de formación y preparación misionera (cf. Mt 11,1). Para gustarlos, debemos contemplar el texto en bloques separados.

Jesús empieza dando a conocer el efecto de su enseñanza. Más allá de los efectos positivos, evidentes en la actuación del Señor, el Evangelio evoca los contratiempos y los efectos secundarios de la predicación: «Enemigos de cada cual serán los que conviven con él» (Mt 10,36). Ésta es la paradoja de vivir la fe: la posibilidad de enfrentarnos, incluso con los más próximos, cuando no entendemos quién es Jesús, el Señor, y no lo percibimos como el Maestro de la comunión.

En un segundo momento, Jesús nos pide ocupar el grado máximo en la escala del amor: «quien ama a su padre o a su madre más que a mí…» (Mt 10,37), «quien ama a sus hijos más que a mí…» (Mt 10,37). Así, nos propone dejarnos acompañar por Él como presencia de Dios, puesto que «quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado» (Mt 10,40). El efecto de vivir acompañados por el Señor, acogido en nuestra casa, es gozar de la recompensa de los profetas y los justos, porque hemos recibido a un profeta y un justo.

La recomendación del Maestro acaba valorando los pequeños gestos de ayuda y apoyo a quienes viven acompañados por el Señor, a sus discípulos, que somos todos los cristianos. «Y todo aquel que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, por ser discípulo...» (Mt 10,42). De este consejo nace una responsabilidad: respecto al prójimo, debemos ser conscientes de que quien vive con el Señor, sea quien sea, ha de ser tratado como le trataríamos a Él. Dice san Juan Crisóstomo: «Si el amor estuviera esparcido por todas partes, nacerían de él una infinidad de bienes».

sábado, 10 de julio de 2021

sabao 10 de julio

Un camino profético de evangelización Reunirse a celebrar la Eucaristía supone haber aceptado nuestra condición de testigos de Cristo. Nos reunimos para que la Palabra y el Pan de Vida nos ayuden a cumplir nuestra misión de «enviados» a anunciar la Buena Nueva. Nos reunimos a dar gracias al Padre por la Salvación realizada en Cristo. También en la Eucaristía queremos ser testigos de la fe y la salvación de Cristo. Pero hemos de comenzar por reconocer que nuestras vidas y las de toda la comunidad cristiana hacen difícil -cuando no la ocultan- nuestra condición de testigos de Cristo. Por ello, necesitamos pedir perdón a Dios y a los hermanos. LECTURAS: (Domingo 15 del tiempo ordinario) Amós 7, 12-15: «El Señor me arrancó de mi rebaño y me dijo; vete y profetiza a mi Pueblo de Israel » Salmo 85(84): «Dios anuncia la paz a su Pueblo y a sus amigos» Carta de S- Pablo a los Efesios 1,3-14: «Dios nos eligió en la persona de Cristo» San Marcos 6,7-13: «Comenzó a enviarlos de dos en dos» El envío hoy El envío de los discípulos al mundo no ha terminado. Está hoy tan presente como siempre. Ya en el bautismo hemos sido escogidos, llamados, consagrados y enviados. La misión no es exclusiva de unos cuantos voluntarios en la Iglesia. Ni sólo de aquellos que han escogido en el sacerdocio o en la vida religiosa vivir su consagración a la causa de Dios y del hombre. - La Iglesia latinoamericana (Documento de Aparecida) nos recuerda con insistencia que todos somos discípulos misioneros. Nuestra misión nos lleva inmediatamente al campo próximo de nuestra vida: la casa, el hogar. El Señor ha querido que allí empiece la acción misionera de cada uno. Pero tenemos otros ámbitos que son nuestro mundo: el lugar donde vivimos, trabajamos, compartimos la vida con los demás en sociedad. Y puede que el Señor nos envíe lejos, a otros Pueblos y otras culturas. El objetivo es siempre el mismo: anunciar a Jesucristo, Salvador, y pedir a todos la conversión: el dejar aquello que debe ser abandonado y es contrario al plan de Dios y adherir total y generosamente al Evangelio de la Salvación. «¡El Reino ha llegado!» El Reino de Dios que Jesús nos reveló no es una doctrina, ni un catecismo, ni una ley. El Reino de Dios acontece y se hace presente cuando las personas, motivadas por su fe en Jesús, deciden vivir en comunidad para, así, dar testimonio y revelar a todos que Dios es Padre y Madre y que, por consiguiente, nosotros, los seres humanos, somos hermanos y hermanas, del Reino, del amor de Dios como Padre, que nos hace a todos hermanos y hermanas. Somos testigos Quienes han vivido los últimos sesenta años han sido testigos de las conquistas espectaculares del hombre. Lo que hasta ayer parecía propio de las novelas futuristas, hoy sucede ante nuestros ojos con normalidad y casi sin asombro para nosotros. Estamos dejando de ser testigos «asombrados» de nuestras conquistas: hemos perdido la «capacidad de asombro»... Nos hemos habituado tanto a las conquistas (ciencia, tecnología...), que ya difícilmente nos sobresaltamos por una nueva meta conquistada. Estamos siendo testigos privilegiados del poder del hombre y, sin embargo, no nos asombramos... Pero a la vez somos testigos de la miseria humana.... Este mismo hombre capaz de encontrar el camino a los astros, no es capaz de andar el camino hacia sí mismo. No es capaz de terminar la guerra en el mundo para que los hombres puedan vivir con dignidad. No es capaz de superar la opresión, la injusticia, el hambre, la miseria, etc. Por contraste estamos siendo testigos privilegiados de la «impotencia» del hombre. Fácilmente negamos el derecho a la vida y reclamamos el «derecho a la muerte»... Los cristianos somos parte integrante de este mundo. No somos ajenos a nada de lo que pasa. Al menos, no deberíamos serlo. En este mundo hemos sido llamados a un nuevo testimonio: el de Cristo. Los cristianos somos testigos de Cristo. Pero esta cualificación, esta condición, ¿qué significado tiene para el mundo de hoy? ¿Qué «significa» para nosotros mismos? ¿A qué nos compromete? «Nadie se halla distante de Dios por el espacio sino por el corazón. ¿Amas a Dios? Estás cerca. ¿Le odias? Estás lejos. Estando en un mismo lugar, te hallas cerca y lejos».(San Agustín). Nuestro compromiso hoy Somos testigos de Cristo. Esto quiere decir nuestro nombre de cristianos Pero, ¿qué significa nuestra condición de testigos de Cristo? Significa que somos portadores de una esperanza para el mundo: la recapitulación de todo lo creado en Cristo. Hemos sido llamados por Dios para ser testigos de su bondad para con el hombre. Somos testigos de esta esperanza participando del optimismo y del miedo que la sociedad actual produce al hombre. Pero nuestra esperanza tiene que ser más fuerte, más radical que estos sentimientos encontrados que tiene el hombre de hoy. Nuestra condición de testigos nos urge con una «fuerza irresistible» a ser signos de esperanza para los hombres de hoy. Pero esto no será posible únicamente con palabras. Nuestras vidas deberán verificar lo que la Palabra anuncia. O la palabra deberá explicar lo que nuestra vida significa. Las condiciones para esta verificación exigen: > La fidelidad a la Palabra de Dios y el servicio a los hombres como únicos criterios válidos para juzgar nuestra condición de testigos: ningún otro criterio podrá hipotecar nuestro testimonio sin traicionarlo. > La ausencia de todo triunfalismo en el testimonio: somos testigos de lo que se nos promete, de lo que está por llegar. De la «condición gloriosa de Jesús» que garantiza la nuestra. Pero mientras esto llega, mientras lo hacemos posible, nuestra condición es la de todos los testigos de Dios: la condición de siervos. En la humildad y en la sencillez es donde Dios se manifiesta. Todos los «triunfalismos» han sido una traición a la condición de testigos de la esperanza. ¿Acaso espera algo el triunfalista? Relación con la Eucaristía La Eucaristía es la celebración del misterio del que somos testigos. Celebrarla es la fuerza del testigo de Cristo.

DOMINGO 11 DE JULIO

Un camino profético de evangelización Reunirse a celebrar la Eucaristía supone haber aceptado nuestra condición de testigos de Cristo. Nos reunimos para que la Palabra y el Pan de Vida nos ayuden a cumplir nuestra misión de «enviados» a anunciar la Buena Nueva. Nos reunimos a dar gracias al Padre por la Salvación realizada en Cristo. También en la Eucaristía queremos ser testigos de la fe y la salvación de Cristo. Pero hemos de comenzar por reconocer que nuestras vidas y las de toda la comunidad cristiana hacen difícil -cuando no la ocultan- nuestra condición de testigos de Cristo. Por ello, necesitamos pedir perdón a Dios y a los hermanos. LECTURAS: (Domingo 15 del tiempo ordinario) Amós 7, 12-15: «El Señor me arrancó de mi rebaño y me dijo; vete y profetiza a mi Pueblo de Israel » Salmo 85(84): «Dios anuncia la paz a su Pueblo y a sus amigos» Carta de S- Pablo a los Efesios 1,3-14: «Dios nos eligió en la persona de Cristo» San Marcos 6,7-13: «Comenzó a enviarlos de dos en dos» El envío hoy El envío de los discípulos al mundo no ha terminado. Está hoy tan presente como siempre. Ya en el bautismo hemos sido escogidos, llamados, consagrados y enviados. La misión no es exclusiva de unos cuantos voluntarios en la Iglesia. Ni sólo de aquellos que han escogido en el sacerdocio o en la vida religiosa vivir su consagración a la causa de Dios y del hombre. - La Iglesia latinoamericana (Documento de Aparecida) nos recuerda con insistencia que todos somos discípulos misioneros. Nuestra misión nos lleva inmediatamente al campo próximo de nuestra vida: la casa, el hogar. El Señor ha querido que allí empiece la acción misionera de cada uno. Pero tenemos otros ámbitos que son nuestro mundo: el lugar donde vivimos, trabajamos, compartimos la vida con los demás en sociedad. Y puede que el Señor nos envíe lejos, a otros Pueblos y otras culturas. El objetivo es siempre el mismo: anunciar a Jesucristo, Salvador, y pedir a todos la conversión: el dejar aquello que debe ser abandonado y es contrario al plan de Dios y adherir total y generosamente al Evangelio de la Salvación. «¡El Reino ha llegado!» El Reino de Dios que Jesús nos reveló no es una doctrina, ni un catecismo, ni una ley. El Reino de Dios acontece y se hace presente cuando las personas, motivadas por su fe en Jesús, deciden vivir en comunidad para, así, dar testimonio y revelar a todos que Dios es Padre y Madre y que, por consiguiente, nosotros, los seres humanos, somos hermanos y hermanas, del Reino, del amor de Dios como Padre, que nos hace a todos hermanos y hermanas. Somos testigos Quienes han vivido los últimos sesenta años han sido testigos de las conquistas espectaculares del hombre. Lo que hasta ayer parecía propio de las novelas futuristas, hoy sucede ante nuestros ojos con normalidad y casi sin asombro para nosotros. Estamos dejando de ser testigos «asombrados» de nuestras conquistas: hemos perdido la «capacidad de asombro»... Nos hemos habituado tanto a las conquistas (ciencia, tecnología...), que ya difícilmente nos sobresaltamos por una nueva meta conquistada. Estamos siendo testigos privilegiados del poder del hombre y, sin embargo, no nos asombramos... Pero a la vez somos testigos de la miseria humana.... Este mismo hombre capaz de encontrar el camino a los astros, no es capaz de andar el camino hacia sí mismo. No es capaz de terminar la guerra en el mundo para que los hombres puedan vivir con dignidad. No es capaz de superar la opresión, la injusticia, el hambre, la miseria, etc. Por contraste estamos siendo testigos privilegiados de la «impotencia» del hombre. Fácilmente negamos el derecho a la vida y reclamamos el «derecho a la muerte»... Los cristianos somos parte integrante de este mundo. No somos ajenos a nada de lo que pasa. Al menos, no deberíamos serlo. En este mundo hemos sido llamados a un nuevo testimonio: el de Cristo. Los cristianos somos testigos de Cristo. Pero esta cualificación, esta condición, ¿qué significado tiene para el mundo de hoy? ¿Qué «significa» para nosotros mismos? ¿A qué nos compromete? «Nadie se halla distante de Dios por el espacio sino por el corazón. ¿Amas a Dios? Estás cerca. ¿Le odias? Estás lejos. Estando en un mismo lugar, te hallas cerca y lejos».(San Agustín). Nuestro compromiso hoy Somos testigos de Cristo. Esto quiere decir nuestro nombre de cristianos Pero, ¿qué significa nuestra condición de testigos de Cristo? Significa que somos portadores de una esperanza para el mundo: la recapitulación de todo lo creado en Cristo. Hemos sido llamados por Dios para ser testigos de su bondad para con el hombre. Somos testigos de esta esperanza participando del optimismo y del miedo que la sociedad actual produce al hombre. Pero nuestra esperanza tiene que ser más fuerte, más radical que estos sentimientos encontrados que tiene el hombre de hoy. Nuestra condición de testigos nos urge con una «fuerza irresistible» a ser signos de esperanza para los hombres de hoy. Pero esto no será posible únicamente con palabras. Nuestras vidas deberán verificar lo que la Palabra anuncia. O la palabra deberá explicar lo que nuestra vida significa. Las condiciones para esta verificación exigen: > La fidelidad a la Palabra de Dios y el servicio a los hombres como únicos criterios válidos para juzgar nuestra condición de testigos: ningún otro criterio podrá hipotecar nuestro testimonio sin traicionarlo. > La ausencia de todo triunfalismo en el testimonio: somos testigos de lo que se nos promete, de lo que está por llegar. De la «condición gloriosa de Jesús» que garantiza la nuestra. Pero mientras esto llega, mientras lo hacemos posible, nuestra condición es la de todos los testigos de Dios: la condición de siervos. En la humildad y en la sencillez es donde Dios se manifiesta. Todos los «triunfalismos» han sido una traición a la condición de testigos de la esperanza. ¿Acaso espera algo el triunfalista? Relación con la Eucaristía La Eucaristía es la celebración del misterio del que somos testigos. Celebrarla es la fuerza del testigo de Cristo.

viernes, 9 de julio de 2021

VIERNES 9 DE JULIO

Contemplar el Evangelio de hoy Día litúrgico: Viernes 14 del tiempo ordinario Escuchar audio Ver 1ª Lectura y Salmo Texto del Evangelio (Mt 10,16-23): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos. Sed, pues, prudentes como las serpientes, y sencillos como las palomas. Guardaos de los hombres, porque os entregarán a los tribunales y os azotarán en sus sinagogas; y por mi causa seréis llevados ante gobernadores y reyes, para que deis testimonio ante ellos y ante los gentiles. Mas cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué vais a hablar. Lo que tengáis que hablar se os comunicará en aquel momento. Porque no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará en vosotros. Entregará a la muerte hermano a hermano y padre a hijo; se levantarán hijos contra padres y los matarán. Y seréis odiados de todos por causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el fin, ése se salvará. Cuando os persigan en una ciudad huid a otra, y si también en ésta os persiguen, marchaos a otra. Yo os aseguro: no acabaréis de recorrer las ciudades de Israel antes que venga el Hijo del hombre». Comentario: P. Josep LAPLANA OSB Monje de Montserrat (Montserrat, Barcelona, España) «Seréis odiados de todos por causa de mi nombre» Hoy, el Evangelio remarca las dificultades y las contradicciones que el cristiano habrá de sufrir por causa de Cristo y de su Evangelio, y como deberá resistir y perseverar hasta el final. Jesús nos prometió: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20); pero no ha prometido a los suyos un camino fácil, todo lo contrario, les dijo: «Seréis odiados de todos por causa de mi nombre» (Mt 10,22). La Iglesia y el mundo son dos realidades de “difícil” convivencia. El mundo, que la Iglesia ha de convertir a Jesucristo, no es una realidad neutra, como si fuera cera virgen que sólo espera el sello que le dé forma. Esto habría sido así solamente si no hubiese habido una historia de pecado entre la creación del hombre y su redención. El mundo, como estructura apartada de Dios, obedece a otro señor, que el Evangelio de san Juan denomina como “el señor de este mundo”, el enemigo del alma, al cual el cristiano ha hecho juramento —en el día de su bautismo— de desobediencia, de plantarle cara, para pertenecer sólo al Señor y a la Madre Iglesia que le ha engendrado en Jesucristo. Pero el bautizado continúa viviendo en este mundo y no en otro, no renuncia a la ciudadanía de este mundo ni le niega su honesta aportación para sostenerlo y para mejorarlo; los deberes de ciudadanía cívica son también deberes cristianos; pagar los impuestos es un deber de justicia para el cristiano. Jesús dijo que sus seguidores estamos en el mundo, pero no somos del mundo (cf. Jn 17,14-15). No pertenecemos al mundo incondicionalmente, sólo pertenecemos del todo a Jesucristo y a la Iglesia, verdadera patria espiritual, que está aquí en la tierra y que traspasa la barrera del espacio y del tiempo para desembarcarnos en la patria definitiva del cielo. Esta doble ciudadanía choca indefectiblemente con las fuerzas del pecado y del dominio que mueven los mecanismos mundanos. Repasando la historia de la Iglesia, Newman decía que «la persecución es la marca de la Iglesia y quizá la más duradera de todas». pixel tracking Associació Cultural M&M Euroeditors 08619 Borredà Barcelona España Spain Mensaje enviado de comunicacion@evangeli.net a hbaryona@gmail.com Darse de baja

jueves, 8 de julio de 2021

JUEVES 8 DE JULIO

Contemplar el Evangelio de hoy Día litúrgico: Jueves 14 del tiempo ordinario Escuchar audio Ver 1ª Lectura y Salmo Texto del Evangelio (Mt 10,7-15): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus Apóstoles: «Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad demonios. Gratis lo recibisteis; dadlo gratis. No os procuréis oro, ni plata, ni calderilla en vuestras fajas; ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón; porque el obrero merece su sustento. En la ciudad o pueblo en que entréis, informaos de quién hay en él digno, y quedaos allí hasta que salgáis. Al entrar en la casa, saludadla. Si la casa es digna, llegue a ella vuestra paz; mas si no es digna, vuestra paz se vuelva a vosotros. Y si no se os recibe ni se escuchan vuestras palabras, salid de la casa o de la ciudad aquella sacudiendo el polvo de vuestros pies. Yo os aseguro: el día del Juicio habrá menos rigor para la tierra de Sodoma y Gomorra que para aquella ciudad». Comentario: Rev. D. Antonio BORDAS i Belmonte (L’Ametlla de Mar, Tarragona, España) «Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca» Hoy, el texto del Evangelio nos invita a evangelizar; nos dice: «Predicad» (cf. Mt 10,7). El anuncio es la buena nueva de Jesús, que intenta hablarnos del reino de Dios, que Él es nuestro salvador, enviado por el Padre al mundo y, por este motivo, el único que nos puede renovar desde dentro y cambiar la sociedad en la que vivimos. Jesús anunciaba que «el Reino de los Cielos está cerca» (Mt 10,7). Él era el anunciador del reino de Dios que se hacía presente entre los hombres y mujeres en la medida en que el bien avanzaba y retrocedía el mal. Jesús quiere la salvación del hombre total, en su cuerpo y en su espíritu; más aun, ante el enigma que preocupa a la humanidad, que es la muerte, Jesús propone la resurrección. Quien vive muerto por el pecado, cuando recupera la gracia, experimenta una nueva vida. Éste es un gran misterio que comenzamos a experimentar a partir de nuestro bautismo: ¡los cristianos estamos llamados a la resurrección! Una muestra de cómo el Papa Francisco busca el bien del hombre: «Esta “cultura del descarte” nos ha hecho insensibles también al derroche y al desperdicio de alimentos. En otro tiempo nuestros abuelos cuidaban mucho que no se tirara nada de comida sobrante. ¡El alimento que se desecha es como si se robara de la mesa del pobre, de quien tiene hambre!». Jesús nos dice que seamos siempre portadores de paz. Cuando los sacerdotes llevamos la Comunión a un enfermo decimos: «¡La paz del Señor sea en esta casa!». Y la paz de Cristo permanece ahí, si hay personas dignas de ella. Para recibir los dones del reino de Dios se necesita una buena disposición interior. Por otro lado, también vemos cómo mucha gente pone excusas para no recibir el Evangelio. Nosotros tenemos un gran cometido entre los hombres, y es que no podemos dejar de anunciar el Evangelio después de haber creído, porque vivimos de él y queremos que otros también lo vivan.

miércoles, 7 de julio de 2021

MIERCOLES 7 DE JULIO

Contemplar el Evangelio de hoy Día litúrgico: Miércoles 14 del tiempo ordinario Escuchar audio Ver 1ª Lectura y Salmo Texto del Evangelio (Mt 10,1-7): En aquel tiempo, llamando a sus doce discípulos, les dio poder sobre los espíritus inmundos para expulsarlos, y para curar toda enfermedad y toda dolencia. Los nombres de los doce Apóstoles son éstos: primero Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo el publicano; Santiago el de Alfeo y Tadeo; Simón el Cananeo y Judas el Iscariote, el mismo que le entregó. A éstos doce envió Jesús, después de darles estas instrucciones: «No toméis camino de gentiles ni entréis en ciudad de samaritanos; dirigíos más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca». Comentario: Rev. D. Fernando PERALES i Madueño (Terrassa, Barcelona, España) «Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca» Hoy, el Evangelio nos muestra a Jesús enviando a sus discípulos en misión: «A éstos doce envió Jesús, después de darles estas instrucciones» (Mt 10,5). Los doce discípulos forman el “Colegio Apostólico”, es decir “misionero”; la Iglesia, en su peregrinación terrena, es una comunidad misionera, pues tiene su origen en el cumplimiento de la misión del Hijo y del Espíritu Santo según los designios de Dios Padre. Lo mismo que Pedro y los demás Apóstoles constituyen un solo Colegio Apostólico por institución del Señor, así el Romano Pontífice, sucesor de Pedro, y los Obispos, sucesores de los Apóstoles, forman un todo sobre el que recae el deber de anunciar el Evangelio por toda la tierra. Entre los discípulos enviados en misión encontramos a aquellos a los que Cristo les ha conferido un lugar destacado y una mayor responsabilidad, como Pedro; y a otros como Tadeo, del que casi no tenemos noticias; ahora bien, los evangelios nos comunican la Buena Nueva, no están hechos para satisfacer la curiosidad. Nosotros, por nuestra parte, debemos orar por todos los obispos, por los célebres y por los no tan famosos, y vivir en comunión con ellos: «Seguid todos al obispo, como Jesucristo al Padre, y al colegio de los ancianos como a los Apóstoles» (San Ignacio de Antioquía). Jesús no buscó personas instruidas, sino simplemente disponibles, capaces de seguirle hasta el final. Esto me enseña que yo, como cristiano, también debo sentirme responsable de una parte de la obra de la salvación de Jesús. ¿Alejo el mal?, ¿ayudo a mis hermanos? Como la obra está en sus inicios, Jesús se apresura a dar una consigna de limitación: «No toméis camino de gentiles ni entréis en ciudad de samaritanos; dirigíos más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca» (Mt 10,5-6). Hoy hay que hacer lo que se pueda, con la certeza de que Dios llamará a todos los paganos y samaritanos en otra fase del trabajo misionero.

martes, 6 de julio de 2021

MARTES 6 DE JULIO

Contemplar el Evangelio de hoy Recibidos evangeli.net Anular suscripción lun, 5 jul 23:20 (hace 8 horas) para mí Ver en el navegador Recomendar Contemplar el Evangelio de hoy Día litúrgico: Martes 14 del tiempo ordinario Escuchar audio Ver 1ª Lectura y Salmo Texto del Evangelio (Mt 9,32-38): En aquel tiempo, le presentaron un mudo endemoniado. Y expulsado el demonio, rompió a hablar el mudo. Y la gente, admirada, decía: «Jamás se vio cosa igual en Israel». Pero los fariseos decían: «Por el Príncipe de los demonios expulsa a los demonios». Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia. Y al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor. Entonces dice a sus discípulos: «La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies». Comentario: Rev. D. Joan SOLÀ i Triadú (Girona, España) «Rogad (...) al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies» Hoy, el Evangelio nos habla de la curación de un endemoniado mudo que provoca diferentes reacciones en los fariseos y en la multitud. Mientras que los fariseos, ante la evidencia de un prodigio innegable, lo atribuyen a poderes diabólicos —«Por el Príncipe de los demonios expulsa a los demonios» (Mt 9,34)—, la multitud se maravilla: «Jamás se vio cosa igual en Israel» (Mt 9,33). San Juan Crisóstomo, comentando este pasaje, dice: «Lo que en verdad molestaba a los fariseos era que consideraran a Jesús como superior a todos, no sólo a los que entonces existían, sino a todos los que habían existido anteriormente». A Jesús no le preocupaba la animadversión de los fariseos, Él continuaba fiel a su misión. Es más, Jesús, ante la evidencia de que los guías de Israel, en vez de cuidar y apacentar el rebaño, lo que hacían era descarriarlo, se apiadó de aquellas multitudes cansadas y abatidas, como ovejas sin pastor. Que las multitudes desean y agradecen una buena guía quedó comprobado en las visitas pastorales de San Juan Pablo II a tantos países del mundo. ¡Cuántas multitudes reunidas a su alrededor! ¡Cómo escuchaban su palabra, sobre todo los jóvenes! Y eso que el Papa no rebajaba el Evangelio, sino que lo predicaba con todas sus exigencias. Todos nosotros, «si fuéramos consecuentes con nuestra fe, —dice san Josemaría Escrivá— al mirar a nuestro alrededor y contemplar el espectáculo de la historia y del mundo, no podríamos menos de sentir que se elevan en nuestro corazón los mismos sentimientos que animaron al de Jesucristo», lo cual nos conduciría a una generosa tarea apostólica. Pero es evidente la desproporción que existe entre las multitudes que esperan la predicación de la Buena Nueva del Reino y la escasez de obreros. La solución nos la da Jesús al final del Evangelio: rogad al Dueño de la mies que envíe obreros a sus campos (cf. Mt 9,38). pixel tracking Associació Cultural M&M Euroeditors 08619 Borredà Barcelona España Spain Mensaje enviado de comunicacion@evangeli.net a hbaryona@gmail.com Darse de baja

viernes, 2 de julio de 2021

DOMINGO 4 DE JULIO

El poder de la debilidad En este 14o Domingo del Tiempo Ordinario, la Iglesia nos pone a nuestra consideración, el rechazo que sufre Jesús por parte de la gente de Nazaret. Su paso por Nazaret fue doloroso para Jesús. La que era su comunidad, ahora ya no lo es. Algo ha cambiado. Los que antes lo acogían, ahora lo rechazan. Como veremos después, esta experiencia de rechazo llevó a Jesús a tomar una determinación y a cambiar su práctica. La Palabra de Dios que vamos a proclamar nos recordará que siempre ha habido profetas en medio del pueblo. Y nosotros, los cristianos, estamos llamados a dar testimonio de nuestra fe; a cumplir la misión de hacer presente a Dios en el ambiente en el que vivimos. Hoy también el Señor quiere colmarnos de su espíritu para que la debilidad de nuestras pobres palabras se revista de la fuerza de Dios. - Antes de acercarnos a la Palabra de Dios, pidamos perdón de nuestros pecados de soberbia, de amor al poder y a la ostentación. En este domingo el tema litúrgico es sobre los cristianos testigos de la verdad. LECTURAS: Ezequiel 2,2-5: « Sabrán que hubo un profeta en medio de ellos» Salmo 123(122): «Misericordia, Señor, misericordia» 2 Carta de san Pablo a los Corintios 12, 7b-10: «Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad» San Marcos 6,1-6: «No desprecian a un profeta más que en su tierra» La Iglesia, Pueblo profético La Iglesia tiene hoy ante el mundo la misión profética de Dios. Su misión es dejar oír la voz de Dios en un mundo que necesita leer con profundidad el sentido de la vida del hombre. Como el pueblo del Antiguo Testamento, desplazado y sometido, también nuestro mundo necesita escuchar a Dios. Qué quiere él de nosotros, cuál es el horizonte que nos señala, cuál es la esperanza con que quiere llenar nuestro futuro, esperanza sólida, capaz de responder a las más hondas inquietudes del hombre. A los hombres nos cuesta descubrir cuándo Dios habla y nos pide cambiar nuestras actitudes y nuestros modos de actuar, de modo particular cuando lo hace a través de hombres como nosotros. Jesús lo ha recordado en el Evangelio de hoy diciendo que «nadie es profeta entre los suyos», y Ezequiel nos lo adelantó en la breve 1a lectura que de este Domingo. - Ojalá escucháramos a Dios...entre Dios y nosotros existe como un forcejeo constante: * le ofrecemos buenas palabras y malas obras, * le hacemos buenos propósitos y los quebrantamos demasiadas veces y con excesiva frecuencia. La Palabra nos ha recordado la vocación profética de Ezequiel y su difícil misión entre los desterrados de Babilonia. Se pone de relieve la resistencia del pueblo a la acción salvadora de Dios, pero también, la misericordia de este Dios que una vez más intenta la salvación del Pueblo. Y Dios sigue esperándonos y enviándonos mensajes para que volvamos al buen camino. Esto le sucede al Señor con nosotros al igual que le sucedía con el pueblo de Israel. Pero el Señor no se desanima, aviva su paciencia, y sigue suscitando profetas que hablan en su nombre y transmiten sus mensajes. Quizás no les harán caso. Pero su testimonio manifiesta que Dios no abandona a su pueblo, a sus creaturas creadas por puro amor. El profeta Ezequiel aparece, por el s. VII-VI aC., cuando el Pueblo de Israel vive la época más dura y trágica de su historia: el exilio. La santidad de Dios es ofendida por el pecado del pueblo, pero el Señor sigue suscitando profetas y enviando sus mensajes para que no se olviden que les está esperando. En las circunstancias en que vive el pueblo no aceptarán al profeta. Pero el Señor insiste en que no les tenga miedo y que transmita sus mensajes con fidelidad. La misión del profeta viene de un mandato de Dios y no de la aceptación o rechazo por parte de los hombres. El cristiano debe vivir su fe en un tiempo de increencia. Eso será, claramente, un mensaje profético que ofrecerá al pueblo de hoy. El poder de la debilidad Es muy humana la tentación de: creerse mejores que los demás, pensar que somos indispensables, estar convencidos que el mundo iría muy mal si nosotros faltásemos... San Pablo sintió algo parecido y ruega a Dios que le haga más sensato para que, a través de su propia debilidad, se manifieste la fuerza del Señor. El Apóstol debió soportar un fuerte sufrimiento moral o alguna enfermedad que le hace exclamar que, a pesar de su debilidad, y de las restantes dificultades por las que atraviesa, se está manifestando en él la gracia y la fuerza de Cristo. El que cree bastarse por sí mismo, el orgulloso, es incapaz de reconocer la fuerza de Dios. Por eso San Pablo se siente satisfecho de que la fuerza salvadora de Dios se manifieste a través de su personal debilidad humana. A todos nos gustaría ser sabios, tener más madurez personal o mayor fuerza de convicción, eliminar defectos que nos avergüenzan; nos gustaría una Iglesia mucho menos vulnerable a la crítica, unas asambleas más «presentables»". Pero el Señor se empeña en abrirnos a la mayor de las grandezas: - que El actúa a través de nuestra pequeñez. Gran ejemplo y mensaje de confianza para todos nosotros al ver que el Señor dice a San Pablo: «¡te basta mi gracia!». Pablo defiende su persona y su ministerio frente a sus detractores. Relata sus experiencias místicas, confiesa humildemente su espina, acepta sus debilidades para que resida en él la fuerza de Cristo. Jesús no es recibido por sus paisanos, no pueden aceptarlo como profeta; no presentaba más títulos que su persona. Tentación de desanimarse... A menudo la Iglesia no es escuchada. Los cristianos a menudo no pueden cambiar la ética de sus familias, lugares de trabajo y de la sociedad. La mentalidad común sigue confundiendo el bien y el mal, la mentira y la verdad. A las personas no parece importarles. A menudo las personas tienen su propia y subjetiva -usualmente errada- escala de valores. Pero como Jesús, la Iglesia y los Cristianos no deben descorazonarse. Deben continuar practicando la verdad, aun sin resultados aparentes. Porque los hombres, las familias y sociedades necesitan una conciencia. Una referencia moral. Un recordatorio, de loque está bien y mal. Esto es también cristianismo. Mientras haya alguien todavía hablando y practicando la verdad, las personas tienen una esperanza de conversión y cambio. El cristiano necesita atestiguar la verdad, a pesar de los resultados. Ello está subrayado en la lectura del Evangelio. En su medio, entre parientes y otros, las prédicas de Jesús no son tomadas seriamente. No es aceptado como profeta, menos aún como el Hijo de Dios. Jesús se desilusiona, como se ha desilusionado en muchas ocasiones por la falta de fe de sus auditores. Toda esta falta de aceptación nunca disminuye la determinación de Jesús de hablar la verdad, y dar testimonio de la verdad. La actitud de Jesús, y la de todos los profetas es un ejemplo para la Iglesia y los cristianos que están llamados a hacer lo correcto y lo ético, hablar con palabras de verdad sobre la religión y el comportamiento humano, y llamar a lo que está bien, bien, y a lo que está mal, mal. No necesitamos milagros... Jesús visita a su Pueblo de Nazaret y, en su visita, llena de asombro y de incredulidad a sus conciudadanos. La pobreza y sencillez suya y de su familia resultaba un gran obstáculo para quienes esperaban un Mesías maravilloso y espectacular. Y es que Dios encarnado en Jesús es un Dios discreto que no humilla. Jesús podía haber asombrado a su Pueblo de Nazaret con milagros portentosos. Pero no lo hace. Prefiere el camino de la humildad y espera que la fe de sus paisanos les descubra que es el Mesías, enviado por Dios. La fe es más apreciada por Jesús que los milagros. A Dios le podemos descubrir en las experiencias más normales de nuestra vida cotidiana. En nuestras tristezas inexplicables, en la felicidad insaciable, en nuestro amor frágil, en las añoranzas y anhelos, en las preguntas más hondas, en nuestro pecado más secreto, en nuestras decisiones más responsables, en la búsqueda sincera. Dios «no está lejos de los que lo buscan». Por eso no necesitamos portentos ni milagros para encontrarle. Para los conciudadanos de Jesús y para la sociedad en la que se desarrolla, no es fácil creer en él. Pero tampoco lo es para nosotros, a pesar de haber cambiado tanto las circunstancias de vida y de "esperanza" en el Mesías. El Evangelio de Jesús es sumamente difícil de aceptar en muchas cosas y, por eso, no sorprende que pensemos que nuestra fe es débil y quebradiza. Por otra parte, nos confesamos creyentes. Y si lo miramos bien, ¡cuánto nos falta para ser creyentes de verdad! No hay duda que la fe es un don, una gracia, que Dios nos regala. Y la hemos de vivir con agradecimiento. Y también una «luz» que ilumina nuestro caminar. Pero tener ese regalo y llevar esa luz, no significa que nuestras acciones sean totalmente coherentes con el Evangelio de Jesús. Como dice San Pablo, «llevamos el don de Dios en vasijas de barro». En nuestra celebración de hoy pedimos, desde nuestra debilidad, que Dios nos dé su Espíritu y nos comunique su fuerza, para que nuestra vida sea un testimonio profético de verdad. «Esto de no fiarse del propio parecer nace de la humildad. Por eso el libro de los Proverbios dice que donde hay humildad, hay sabiduría. Los soberbios, en cambio, confían demasiado en sí mismos» (Santo Tomás) «Sólo quien ama en verdad a Dios no se acuerda de sí mismo». (San Gregorio Magno). - «Despreciar la comida o la bebida y la cama blanda, a muchos puede no costarles gran trabajo. Pero soportar una injuria, sufrir un daño o una palabra molesta, no es negocio de muchos sino de pocos» (San Juan Crisóstomo) Dios no quiere humillados, sino humildes Dios no maneja a sus profetas como si fueran máquinas y la misma función profética está sujeta a debilidades, propias de la condición humana. Las debilidades pueden actuar como fuerzas, si se dejan modelar por el poder de Dios. El hombre no es un ser inútil, pero nada sería en el terreno de la gracia, si Dios estuviera ausente. Del humillado sólo puede esperarse resentimiento, del humilde brota la verdad. En la humildad se mezclan fuerzas y debilidades difíciles de entender, porque no estamos acostumbrados a manejarlas en la vida ordinaria. En la vida del mundo, triunfan los seguros de sí mismo, los suficientes. En la vida del espíritu es al revés. Dios suele servirse de la debilidad de sus hijos para realizar sus mejores obras. En la humildad hay claridad; de aquí la confianza en la eficacia de Dios. Característica del profeta: «fracasar», según los criterios triunfalistas del mundo. El «fracaso» de Ezequiel, de Pablo, de Jesús, iluminan nuestros fracasos para que resplandezca la eficacia de Dios... Relación con la Eucaristía La eficacia cristiana arranca de la muerte-vida de Jesús, es decir, de su Misterio Pascual, que celebramos y actualizamos en la Eucaristía. En la Eucaristía que celebramos recordamos el fruto de esta entrega de Cristo

VIERNES 2 DE JULIO

 

Contemplar el Evangelio de hoy Día litúrgico: Viernes 13 del tiempo ordinario Escuchar audio Ver 1ª Lectura y Salmo Texto del Evangelio (Mt 9,9-13): En aquel tiempo, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: «Sígueme». Él se levantó y le siguió. Y sucedió que estando Él a la mesa en casa de Mateo, vinieron muchos publicanos y pecadores, y estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos. Al verlo los fariseos decían a los discípulos: «¿Por qué come vuestro maestro con los publicanos y pecadores?». Mas Él, al oírlo, dijo: «No necesitan médico los que están fuertes, sino los que están mal. Id, pues, a aprender qué significa aquello de: ‘Misericordia quiero, que no sacrificio’. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores». Comentario: + Rev. D. Pere CAMPANYÀ i Ribó (Barcelona, España) «Sígueme» Hoy, el Evangelio nos habla de una vocación, la del publicano Mateo. Jesús está preparando el pequeño grupo de discípulos que han de continuar su obra de salvación. Él escoge a quien quiere: serán pescadores, o de una humilde profesión. Incluso, llama a que le siga un cobrador de impuestos, profesión menospreciada por los judíos —que se consideraban perfectos observantes de la ley—, porque la veían como muy cercana a tener una vida pecadora, ya que cobraban impuestos en nombre del gobernador romano, a quien no querían someterse. Es suficiente con la invitación de Jesús: «Sígueme» (Mt 9,9). Con una palabra del Maestro, Mateo deja su profesión y muy contento le invita a su casa para celebrar allí un banquete de agradecimiento. Era natural que Mateo tuviera un grupo de buenos amigos, del mismo “ramo profesional”, para que le acompañaran a participar de aquel convite. Según los fariseos, toda aquella gente eran pecadores reconocidos públicamente como tales. Los fariseos no pueden callar y lo comentan con algunos discípulos de Jesús: «¿Por qué come vuestro maestro con los publicanos y pecadores?» (Mt 9,10). La respuesta de Jesús es inmediata: «No necesitan médico los que están fuertes, sino los que están mal» (Mt 9,12). La comparación es perfecta: «No he venido a llamar a justos, sino a pecadores» (Mt 9,13). Las palabras de este Evangelio son de actualidad. Jesús continúa invitándonos a que le sigamos, cada uno según su estado y profesión. Y seguir a Jesús, con frecuencia, supone dejar pasiones desordenadas, mal comportamiento familiar, pérdida de tiempo, para dedicar ratos a la oración, al banquete eucarístico, a la pastoral misionera. En fin, que «un cristiano no es dueño de sí mismo, sino que está entregado al servicio de Dios» (San Ignacio de Antioquía). Ciertamente, Jesús me pide un cambio de vida y, así, me pregunto: ¿de qué grupo formo parte, de la persona perfecta o de la que se reconoce sinceramente defectuosa? ¿Verdad que puedo mejorar?

jueves, 1 de julio de 2021

JUEVES 1 DE JULIO

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Jueves 13 del tiempo ordinario

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Mt 9,1-8): En aquel tiempo, subiendo a la barca, Jesús pasó a la otra orilla y vino a su ciudad. En esto le trajeron un paralítico postrado en una camilla. Viendo Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: «¡Animo!, hijo, tus pecados te son perdonados». Pero he aquí que algunos escribas dijeron para sí: «Éste está blasfemando». Jesús, conociendo sus pensamientos, dijo: «¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: ‘Tus pecados te son perdonados’, o decir: ‘Levántate y anda’? Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados —dice entonces al paralítico—: ‘Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa’». Él se levantó y se fue a su casa. Y al ver esto, la gente temió y glorificó a Dios, que había dado tal poder a los hombres.

Comentario:Rev. D. Francesc NICOLAU i Pous (Barcelona, España)

«Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa»

Hoy encontramos una de las muchas manifestaciones evangélicas de la bondad misericordiosa del Señor. Todas ellas nos muestran aspectos ricos en detalles. La compasión de Jesús misericordiosamente ejercida va desde la resurrección de un muerto o la curación de la lepra, hasta perdonar a una mujer pecadora pública, pasando por muchas otras curaciones de enfermedades y la aceptación de pecadores arrepentidos. Esto último lo expresa también en parábolas, como la de la oveja descarriada, la didracma perdida y el hijo pródigo.

El Evangelio de hoy es una muestra de la misericordia del Salvador en dos aspectos al mismo tiempo: ante la enfermedad del cuerpo y ante la del alma. Y puesto que el alma es más importante, Jesús comienza por ella. Sabe que el enfermo está arrepentido de sus culpas, ve su fe y la de quienes le llevan, y dice: «¡Animo!, hijo, tus pecados te son perdonados» (Mt 9,2).

¿Por qué comienza por ahí sin que se lo pidan? Está claro que lee sus pensamientos y sabe que es precisamente esto lo que más agradecerá aquel paralítico, que, probablemente, al verse ante la santidad de Jesucristo, experimentaría confusión y vergüenza por las propias culpas, con un cierto temor a que fueran impedimento para la concesión de la salud. El Señor quiere tranquilizarlo. No le importa que los maestros de la Ley murmuren en sus corazones. Más aun, forma parte de su mensaje mostrar que ha venido a ejercer la misericordia con los pecadores, y ahora lo quiere proclamar.

Y es que quienes, cegados por el orgullo se tienen por justos, no aceptan la llamada de Jesús; en cambio, le acogen los que sinceramente se consideran pecadores. Ante ellos Dios se abaja perdonándolos. Como dice san Agustín, «es una gran miseria el hombre orgulloso, pero más grande es la misericordia de Dios humilde». Y en este caso, la misericordia divina todavía va más allá: como complemento del perdón le devuelve la salud: «Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa» (Mt 9,6). Jesús quiere que el gozo del pecador convertido sea completo.

Nuestra confianza en Él se ha de afianzar. Pero sintámonos pecadores a fin de no cerrarnos a la gracia. 

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