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Emisora Vida Nueva

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Vida Nueva Cali - Reproductor

domingo, 31 de julio de 2022

DOMINGO 31 DE JULIO DE 2022

 “LO QUE HAS ACUMULADO, DE QUIÉN SERÁ?”

La avaricia es una de las grandes tentaciones que pueden asaltar al ser humano, en toda época. Nos impide valorar lo que es cada persona y lo que uno tiene. Una persona avariciosa que vive para acaparar, acumular, enriquecerse, solo piensa en sí misma y no en los demás.

Jesús aprovecha la parábola para advertirnos del peligro de poner toda nuestra confianza y esfuerzos en los bienes terrenales. Y hasta hace intervenir en ella al propio Dios: “Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?”.

Buscar los bienes de arriba, ser rico ante Dios, es vivir en hermandad y solidaridad, trabajar para que haya más fraternidad, desde la caridad con todos. Se trata de gastar la vida amando y sirviendo a Dios en cada hermano.

LECTURAS:

Lectura del libro del Eclesiastés 1, 2; 2, 21-23

¡Vanidad de vanidades!, —dice Qohélet—. ¡Vanidad de vanidades; todo es vanidad!

Sal 89, 3-4. 5-6. 12-13. 14 y 17 R/. Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación.

Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Colosenses 3, 1-5. 9-11

Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra.

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 12, 13-21

En aquel tiempo, dijo uno de entre la gente a Jesús:
«Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia».

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 12, 13-21

En aquel tiempo, dijo uno de entre la gente a Jesús:
«Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia».

Reflexión del Evangelio de hoy

En cada Eucaristía rememoramos la vida de Jesús y escuchamos su Palabra. Vida y Palabra siempre novedosas, provocativas, que nos plantean retos y cuestionamientos a nuestra propia existencia.

Este domingo 18 del tiempo Ordinario, el hilo conductor de los textos litúrgicos, va en la línea del rechazo de los bienes materiales, del dinero, de ese deseo de tener más y más. Es cierto: una de las críticas más habituales a nuestro mundo es que hemos caído en el materialismo, el consumismo que nos domina, el dejarnos llevar por el mero ansia de tener más, de acumular, acaparar, almacenar…

Frente a esto, uno de los rasgos más llamativos de la predicación de Jesús es la lucidez con que acertó a desenmascarar el poder deshumanizador y esclavizador que encierran las riquezas. Pero Jesús no se presenta como un moralista que se preocupe de cómo adquirimos nuestros bienes y cómo los usamos. Su objetivo es hacernos ver que el riesgo mayor de vivir solamente para disfrutar de las riquezas está en olvidarnos de nuestra condición de hijos de un Dios Padre, y de que somos hermanos de todos.

En la parábola del evangelio de hoy, Jesús nos habla con toda claridad. El rico, el terrateniente de aquella sociedad que Jesús conocía bien, no se da cuenta de que vive encerrado en sí mismo y solo para sí. Acumula, almacena, disfruta, acrecienta su riqueza, pero no conoce la amistad, el amor generoso, la solidaridad, la gratuidad.

Los deseos de lograr una buena vida a base de tener más, de consumir, de disfrutar de todo lo material siempre han estado en el corazón del ser humano, no solo en nuestra época. Estos deseos tienen mucho que ver con la búsqueda de seguridad, la necesidad de luchar para sobrevivir en este mundo. Pero las seguridades que da el tener, sea lo que sea, son engañosas.

Como seres biológicos que somos, tenemos unas necesidades que atender y debemos hacerlo lo mejor posible, pero no puede ser ese el objetivo de nuestra existencia.

Las lecturas de hoy nos plantean nuevos horizontes:

  • Buscar los bienes de arriba
  • Guardarse de la codicia
  • Trabajos y preocupaciones sin descanso ¿de qué sirven al final?

¿Por qué esta insistencia? No porque lo material sea malo en sí mismo, sino porque se puede interponer entre nosotros, separarnos, distanciarnos, sobre todo, de las personas más necesitadas, de nuestro prójimo.

Los que amasan riquezas solo para sí son verdaderamente necios: se pierden lo mejor de la vida. Ese deseo supremo les lleva a renunciar a perderse otras muchas cosas importantísimas en la vida: las relaciones humanas, la familia, la amistad, la solidaridad, etc. También es verdad que todos conocemos personas que renuncian a una posición mejor en la vida por salvaguardar estos valores irrenunciables, que logran encarnar.

Por tanto, siguiendo el consejo de Pablo a los Colosenses, no nos dejemos engañar. Cada día podemos hacer un cierto esfuerzo por ir despojándonos de la vieja condición humana, para avanzar en una cierta vida nueva, revestidos a imagen de Cristo. Él, siendo rico, sí que se hizo pobre para hacerse como nosotros, acercarse a nosotros, y darse totalmente para abrirnos a la vida plena y verdadera.

Pero no podemos olvidarnos de que, para una gran parte de la humanidad, el deseo de tener cosas materiales no es precisamente caer en el materialismo y el consumo, sino simplemente la necesidad y urgencia por sobrevivir: demasiadas familias que malviven con lo mínimo; millones de personas para quienes el pan de mañana no está garantizado; niños que trabajan en basureros recogiendo algo aprovechable, y tantos seres humanos que padecen y mueren de hambre… en el siglo XXI.

Debemos luchar con fuerza contra la riqueza que nos aleja de los demás; y contra la pobreza que puede impedir la necesaria libertad para descubrir nuestro verdadero ser y la dignidad de toda persona.

Nuestro trabajo, nuestros esfuerzos, tienen sentido desde esta perspectiva: que la riqueza sirva para satisfacer las necesidades básicas de todos. Pidamos cada día al Señor que no nos cansemos de construir el Reino de Dios, de fomentar fraternidad, de hacer que triunfe la justicia… ¡Eso es ser rico ante Dios!

sábado, 30 de julio de 2022

SABADO 30 DE JULIO 2022

 Sábado 17 del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 14,1-12): En aquel tiempo, se enteró el tetrarca Herodes de la fama de Jesús, y dijo a sus criados: «Ese es Juan el Bautista; él ha resucitado de entre los muertos, y por eso actúan en él fuerzas milagrosas».

Es que Herodes había prendido a Juan, le había encadenado y puesto en la cárcel, por causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo. Porque Juan le decía: «No te es lícito tenerla». Y aunque quería matarle, temió a la gente, porque le tenían por profeta.

Mas llegado el cumpleaños de Herodes, la hija de Herodías danzó en medio de todos gustando tanto a Herodes, que éste le prometió bajo juramento darle lo que pidiese. Ella, instigada por su madre, «dame aquí, dijo, en una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista». Entristecióse el rey, pero, a causa del juramento y de los comensales, ordenó que se le diese, y envió a decapitar a Juan en la cárcel. Su cabeza fue traída en una bandeja y entregada a la muchacha, la cual se la llevó a su madre. Llegando después sus discípulos, recogieron el cadáver y lo sepultaron; y fueron a informar a Jesús.

«Se enteró el tetrarca Herodes de la fama de Jesús»

Rev. D. Joan Pere PULIDO i Gutiérrez Secretario del obispo de Sant Feliu(Sant Feliu de Llobregat, España)

Hoy, la liturgia nos invita a contemplar una injusticia: la muerte de Juan Bautista; y, a la vez, descubrir en la Palabra de Dios la necesidad de un testimonio claro y concreto de nuestra fe para llenar de esperanza el mundo.

Os invito a centrar nuestra reflexión en el personaje del tetrarca Herodes. Realmente, para nosotros, es un contratestigo pero nos ayudará a destacar algunos aspectos importantes para nuestro testimonio de fe en medio del mundo. «Se enteró el tetrarca Herodes de la fama de Jesús» (Mt 14,1). Esta afirmación remarca una actitud aparentemente correcta, pero poco sincera. Es la realidad que hoy podemos encontrar en muchas personas y, quizás también en nosotros. Mucha gente ha oído hablar de Jesús, pero, ¿quién es Él realmente?, ¿qué implicación personal nos une a Él?

En primer lugar, es necesario dar una respuesta correcta; la del tetrarca Herodes no pasa de ser una vaga información: «Ese es Juan el Bautista; él ha resucitado de entre los muertos» (Mt 14,2). De cierto que echamos en falta la afirmación de Pedro ante la pregunta de Jesús: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Simón Pedro le respondió: ‘Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo’» (Mt 16,15-16). Y esta afirmación no deja lugar para el miedo o la indiferencia, sino que abre la puerta a un testimonio fundamentado en el Evangelio de la esperanza. Así lo definía San Juan Pablo II en su Exhortación apostólica La Iglesia en Europa: «Con toda la Iglesia, invito a mis hermanos y hermanas en la fe a abrirse constante y confiadamente a Cristo y a dejarse renovar por Él, anunciando con el vigor de la paz y el amor a todas las personas de buena voluntad que, quién encuentra al Señor conoce la Verdad, descubre la Vida y reconoce el Camino que conduce a ella».

Que, hoy sábado, la Virgen María, la Madre de la esperanza, nos ayude a descubrir realmente a Jesús y a dar un buen testimonio de Él a nuestros hermanos.

Pensamientos para el Evangelio de hoy

  • «San Juan Bautista dio su vida por Cristo, aunque no se le ordenó negar a Jesucristo; sólo se le ordenó callar la verdad» (San Beda el Venerable)

  • «San Juan Bautista nos recuerda también a nosotros, cristianos de nuestro tiempo, que el amor a Cristo, a su Palabra, a la Verdad, no admite componendas. La Verdad es Verdad, no hay componendas» (Benedicto XVI)

  • «El deber de los cristianos de tomar parte en la vida de la Iglesia, los impulsa a actuar como testigos del Evangelio y de las obligaciones que de él se derivan. Este testimonio es transmisión de la fe en palabras y obras. El testimonio es un acto de justicia que establece o da a conocer la verdad» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2.472)

viernes, 29 de julio de 2022

VIERNES 29 DE JULIO

 29 de Julio: Santa Marta

Texto del Evangelio (Lc 10,38-42): En aquel tiempo, Jesús entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude». Le respondió el Señor: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada».

«Te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola»

Rev. D. Antoni CAROL i Hostench(Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)

Hoy, también nosotros —atareados como vamos a veces por muchas cosas— hemos de escuchar cómo el Señor nos recuerda que «hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola» (Lc 10,42): el amor, la santidad. Es el punto de mira, el horizonte que no hemos de perder nunca de vista en medio de nuestras ocupaciones cotidianas.

Porque “ocupados” lo estaremos si obedecemos a la indicación del Creador: «Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla» (Gn 1,28). ¡La tierra!, ¡el mundo!: he aquí nuestro lugar de encuentro con el Señor. «No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno» (Jn 17,15). Sí, el mundo es “altar” para nosotros y para nuestra entrega a Dios y a los otros.

Somos del mundo, pero no hemos de ser mundanos. Bien al contrario, estamos llamados a ser —en bella expresión de san Juan Pablo II— “sacerdotes de la creación”, “sacerdotes” de nuestro mundo, de un mundo que amamos apasionadamente.

He aquí la cuestión: el mundo y la santidad; el tráfico diario y la única cosa necesaria. No son dos realidades opuestas: hemos de procurar la confluencia de ambas. Y esta confluencia se ha de producir —en primer lugar y sobre todo— en nuestro corazón, que es donde se pueden unir cielo y tierra. Porque en el corazón humano es donde puede nacer el diálogo entre el Creador y la criatura.

Es necesaria, por tanto, la oración. «El nuestro es un tiempo de continuo movimiento, que a menudo desemboca en el activismo, con el riesgo fácil del “hacer por hacer”. Tenemos que resistir a esta tentación, buscando “ser” antes que “hacer”. Recordemos a este respecto el reproche de Jesús a Marta: ‘Tú te afanas y te preocupas por muchas cosas y sin embargo sólo una es necesaria’ (Lc 10,41-42)» (San Juan Pablo II).

No hay oposición entre el ser y el hacer, pero sí que hay un orden de prioridad, de precedencia: «María ha elegido la parte buena, que no le será quitada» (Lc 10,42).

Pensamientos para el Evangelio de hoy

  • «La vida de Marta, es nuestro mundo; la vida de María es el mundo que esperamos. Vivamos la de aquí con rectitud para obtener plenamente la otra» (San Agustín)

  • «La palabra de Cristo es clarísima: no desprecia la vida activa, y mucho menos la generosa hospitalidad; pero recuerda el hecho de que la única cosa verdaderamente necesaria es otra: escuchar la Palabra del Señor» (Benedicto XVI)

  • «Es tan grande el poder y la fuerza de la palabra de Dios, que constituye sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 131)

jueves, 28 de julio de 2022

JUEVES 28 DE JULIO

 Jueves 17 del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 13,47-53): En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: «También es semejante el Reino de los Cielos a una red que se echa en el mar y recoge peces de todas clases; y cuando está llena, la sacan a la orilla, se sientan, y recogen en cestos los buenos y tiran los malos. Así sucederá al fin del mundo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de entre los justos y los echarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Habéis entendido todo esto?» Dícenle: «Sí». Y Él les dijo: «Así, todo escriba que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos es semejante al dueño de una casa que saca de sus arcas lo nuevo y lo viejo». Y sucedió que, cuando acabó Jesús estas parábolas, partió de allí.

«Recogen en cestos los buenos y tiran los malos»

Rev. D. Ferran JARABO i Carbonell(Agullana, Girona, España)

Hoy, el Evangelio constituye una llamada vital a la conversión. Jesús no nos ahorra la dureza de la realidad: «Saldrán los ángeles, separarán a los malos de entre los justos y los echarán en el horno de fuego» (Mt 13,49-50). ¡La advertencia es clara! No podemos quedarnos dormidos.

Ahora debemos optar libremente: o buscamos a Dios y el bien con todas nuestras fuerzas, o colocamos nuestra vida en el precipicio de la muerte. O estamos con Cristo o estamos contra Él. Convertirse significa, en este caso, optar totalmente por pertenecer a los justos y llevar una vida digna de hijos. Sin embargo, tenemos en nuestro interior la experiencia del pecado: vemos el bien que deberíamos hacer y en cambio obramos el mal; ¿cómo intentamos dar una verdadera unidad a nuestras vidas? Nosotros solos no podemos hacer mucho. Sólo si nos ponemos en manos de Dios podremos lograr hacer el bien y pertenecer a los justos.

«Por el hecho de no estar seguros del tiempo en que vendrá nuestro Juez, debemos vivir cada jornada como si nos tuviera que juzgar al día siguiente» (San Jerónimo). Esta frase es una invitación a vivir con intensidad y responsabilidad nuestro ser cristiano. No se trata de tener miedo, sino de vivir en la esperanza este tiempo que es de gracia, alabanza y gloria.

Cristo nos enseña el camino de nuestra propia glorificación. Cristo es el camino del hombre, por tanto, nuestra salvación, nuestra felicidad y todo lo que podamos imaginar pasa por Él. Y si todo lo tenemos en Cristo, no podemos dejar de amar a la Iglesia que nos lo muestra y es su cuerpo místico. Contra las visiones puramente humanas de esta realidad es necesario que recuperemos la visión divino-espiritual: ¡nada mejor que Cristo y que el cumplimiento de su voluntad!

Pensamientos para el Evangelio de hoy

  • «Mis palabras son espíritu y son vida, y no se pueden ponderar partiendo del criterio humano. No deben usarse con miras a satisfacer la vana complacencia, sino oírse en silencio, y han de recibirse con humildad» (Tomás de Kempis)

  • «Allí donde vamos, hasta en la más pequeña parroquia, en el rincón más perdido de esta tierra, está la única Iglesia. Y esto es un gran don de Dios. La Iglesia es una sola para todos» (Francisco)

  • «(…) Para cumplir la voluntad del Padre, Cristo inauguró el Reino de los cielos en la tierra. La Iglesia es el Reino de Cristo ‘presente ya en misterio’ (Concilio Vaticano II)» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 763)

miércoles, 27 de julio de 2022

MIERCOLES 27 DE JULIO

 Miércoles 17 del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 13,44-46): En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: «El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel.

»También es semejante el Reino de los Cielos a un mercader que anda buscando perlas finas, y que, al encontrar una perla de gran valor, va, vende todo lo que tiene y la compra».

«Vende todo lo que tiene y compra el campo»

Rev. D. Enric CASES i Martín(Barcelona, España)

Hoy, Mateo pone ante nuestra consideración dos parábolas sobre el Reino de los Cielos. El anuncio del Reino es esencial en la predicación de Jesús y en la esperanza del pueblo elegido. Pero es notorio que la naturaleza de ese Reino no era entendida por la mayoría. No la entendían los sanedritas que le condenaron a muerte, no la entendían Pilatos, ni Herodes, pero tampoco la entendieron en un principio los mismos discípulos. Sólo se encuentra una comprensión como la que Jesús pide en el buen ladrón, clavado junto a Él en la Cruz, cuando le dice: «Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu Reino» (Lc 23,42). Ambos habían sido acusados como malhechores y estaban a punto de morir; pero, por un motivo que desconocemos, el buen ladrón reconoce a Jesús como Rey de un Reino que vendrá después de aquella terrible muerte. Sólo podía ser un Reino espiritual.

Jesús, en su primera predicación, habla del Reino como de un tesoro escondido cuyo hallazgo causa alegría y estimula a la compra del campo para poder gozar de él para siempre: «Por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel» (Mt 13,44). Pero, al mismo tiempo, alcanzar el Reino requiere buscarlo con interés y esfuerzo, hasta el punto de vender todo lo que uno posee: «Al encontrar una perla de gran valor, va, vende todo lo que tiene y la compra» (Mt 13,46). «¿A propósito de qué se dice buscad y quien busca, halla? Arriesgo la idea de que se trata de las perlas y la perla, perla que adquiere el que lo ha dado todo y ha aceptado perderlo todo» (Orígenes).

El Reino es paz, amor, justicia y libertad. Alcanzarlo es, a la vez, don de Dios y responsabilidad humana. Ante la grandeza del don divino constatamos la imperfección e inestabilidad de nuestros esfuerzos, que a veces quedan destruidos por el pecado, las guerras y la malicia que parecen insuperables. No obstante, debemos tener confianza, pues lo que parece imposible para el hombre es posible para Dios.

Pensamientos para el Evangelio de hoy

  • «En esta santa Iglesia Católica, instruidos con esclarecidos preceptos y enseñanzas, alcanzaremos el reino de los cielos y heredaremos la vida eterna, por la cual todo lo toleramos, para que podamos alcanzarla del Señor» (San Cirilo de Jerusalén)

  • «Vale la pena dejarlo todo por este Reino. Es el tesoro enterrado en el campo: quien lo encuentra lo vuelve a enterrar y vende todo lo que tiene para poder comprar el campo, y así quedarse con el tesoro» (Benedicto XVI)

  • «(…) Este tesoro [la Buena Nueva] recibido de los apóstoles ha sido guardado fielmente por sus sucesores. Todos los fieles de Cristo son llamados a transmitirlo de generación en generación, anunciando la fe, viviéndola en la comunión fraterna y celebrándola en la liturgia y en la oración» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 3)

martes, 26 de julio de 2022

MARTES 26 DE JULIO

 Martes 17 del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 13,36-43): En aquel tiempo, Jesús despidió a la multitud y se fue a casa. Y se le acercaron sus discípulos diciendo: «Explícanos la parábola de la cizaña del campo». Él respondió: «El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del Reino; la cizaña son los hijos del Maligno; el enemigo que la sembró es el Diablo; la siega es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles.

»De la misma manera, pues, que se recoge la cizaña y se la quema en el fuego, así será al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su Reino todos los escándalos y a los obradores de iniquidad, y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga».

«Explícanos la parábola de la cizaña del campo»

Rev. D. Iñaki BALLBÉ i Turu(Terrassa, Barcelona, España)

Hoy, mediante la parábola de la cizaña y el trigo, la Iglesia nos invita a meditar acerca de la convivencia del bien y del mal. El bien y el mal dentro de nuestro corazón; el bien y el mal que vemos en los otros, el que vemos que hay en el mundo.

«Explícanos la parábola» (Mt 13,36), le piden a Jesús sus discípulos. Y nosotros, hoy, podemos hacer el propósito de tener más cuidado de nuestra oración personal, nuestro trato cotidiano con Dios. —Señor, le podemos decir, explícame por qué no avanzo suficientemente en mi vida interior. Explícame cómo puedo serte más fiel, cómo puedo buscarte en mi trabajo, o a través de esta circunstancia que no entiendo, o no quiero. Cómo puedo ser un apóstol cualificado. La oración es esto, pedirle “explicaciones” a Dios. ¿Cómo es mi oración?: ¿es sincera?, ¿es constante?, ¿es confiada?.

Jesucristo nos invita a tener los ojos fijos en el Cielo, nuestra casa para siempre. Frecuentemente vivimos enloquecidos por la prisa, y casi nunca nos detenemos a pensar que un día —lejano o no, no lo sabemos— deberemos dar cuenta a Dios de nuestra vida, de cómo hemos hecho fructificar las cualidades que nos ha dado. Y nos dice el Señor que al final de los tiempos habrá una tría. El Cielo nos lo hemos de ganar en la tierra, en el día a día, sin esperar situaciones que quizá nunca llegarán. Hemos de vivir heroicamente lo que es ordinario, lo que aparentemente no tiene ninguna trascendencia. ¡Vivir pensando en la eternidad y ayudar a los otros a pensar en ello!: paradójicamente, «se esfuerza para no morir el hombre que ha de morir; y no se esfuerza para no pecar el hombre que ha de vivir eternamente» (San Julián de Toledo).

Recogeremos lo que hayamos sembrado. Hay que luchar por dar hoy el 100%. Y que cuando Dios nos llame a su presencia le podamos presentar las manos llenas: de actos de fe, de esperanza, de amor. Que se concretan en cosas muy pequeñas y en pequeños vencimientos que, vividos diariamente, nos hacen más cristianos, más santos, más humanos.

Pensamientos para el Evangelio de hoy

  • «Se esfuerza para no morir el hombre que ha de morir; y no se esfuerza para no pecar el hombre que ha de vivir eternamente» (San Julián de Toledo)

  • «Tenemos que estar preparados para custodiar la gracia recibida desde el día del Bautismo, alimentando la fe en el Señor, que impide que el mal eche raíces» (Benedicto XVI)

  • «(…) Jesús habla con frecuencia de la ‘gehenna’ y del ‘fuego que nunca se apaga’ reservado a los que, hasta el fin de su vida rehúsan creer y convertirse, y donde se puede perder a la vez el alma y el cuerpo. Jesús anuncia en términos graves que ‘enviará a sus ángeles que recogerán a todos los autores de iniquidad..., y los arrojarán al horno ardiendo’ (Mt 13,41-42), y que pronunciará la condenación: ‘¡Alejaos de Mí malditos al fuego eterno!’ (Mt 25,41)» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1.034)

lunes, 25 de julio de 2022

LUNES 25 DE JULIO DE 2022

 25 de Julio: Santiago apóstol, patrón de España

Texto del Evangelio (Mt 20,20-28): En aquel tiempo, se acercó a Jesús la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, y se postró como para pedirle algo. Él le dijo: «¿Qué quieres?». Dícele ella: «Manda que estos dos hijos míos se sienten, uno a tu derecha y otro a tu izquierda, en tu Reino». Replicó Jesús: «No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa que yo voy a beber?». Dícenle: «Sí, podemos». Díceles: «Mi copa, sí la beberéis; pero sentarse a mi derecha o mi izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es para quienes está preparado por mi Padre».

Al oír esto los otros diez, se indignaron contra los dos hermanos. Mas Jesús los llamó y dijo: «Sabéis que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo; de la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos».

«¿Podéis beber la copa que yo voy a beber?»

Mons. Octavio RUIZ Arenas Secretario del Pontificio Consejo para la promoción de la Nueva Evangelización(Città del Vaticano, Vaticano)

Hoy, el episodio que nos narra este fragmento del Evangelio nos pone frente a una situación que ocurre con mucha frecuencia en las distintas comunidades cristianas. En efecto, Juan y Santiago han sido muy generosos al abandonar su casa y sus redes para seguir a Jesús. Han escuchado que el Señor anuncia un Reino y que ofrece la vida eterna, pero no logran entender todavía la nueva dimensión que presenta el Señor y, por ello, su madre va a pedir algo bueno, pero que se queda en las simples aspiraciones humanas: «Manda que estos dos hijos míos se sienten, uno a tu derecha y otro a tu izquierda, en tu Reino» (Mt 20,21).

De igual manera, nosotros escuchamos y seguimos al Señor, como lo hicieron los primeros discípulos de Jesús, pero no siempre logramos entender a cabalidad su mensaje y nos dejamos llevar por intereses personales o ambiciones dentro de la Iglesia. Se nos olvida que al aceptar al Señor, tenemos que entregarnos con confianza y de manera plena a Él, que no podemos pensar en obtener la gloria sin haber aceptado la cruz.

La respuesta que les da Jesús pone precisamente el acento en este aspecto: para participar de su Reino, lo que importa es aceptar beber de su misma «copa» (cf. Mt 20,22), es decir, estar dispuestos a entregar nuestra vida por amor a Dios y dedicarnos al servicio de nuestros hermanos, con la misma actitud de misericordia que tuvo Jesús. El Papa Francisco, en su primera homilía, recalcaba que para seguir a Jesús hay que caminar con la cruz, pues «cuando caminamos sin la cruz, cuando confesamos un Cristo sin cruz, no somos discípulos del Señor».

Seguir a Jesús exige, por consiguiente, gran humildad de nuestra parte. A partir del bautismo hemos sido llamados a ser testigos suyos para transformar el mundo. Pero esta transformación sólo la lograremos si somos capaces de ser servidores de los demás, con un espíritu de gran generosidad y entrega, pero siempre llenos de gozo por estar siguiendo y haciendo presente al Señor.

Pensamientos para el Evangelio de hoy

  • «Es como si Jesús les dijera: Vosotros me habláis de honores y de coronas, pero yo os hablo de luchas y fatigas. Éste no es tiempo de premios» (San Juan Crisóstomo)

  • «La tentación del cristianismo sin la cruz, una Iglesia a medio camino, que no quiere llegar a donde el Padre quiere, es la tentación del triunfalismo. Queremos el triunfo de hoy, sin ir a la cruz, un triunfo mundano, un triunfo razonable» (Francisco)

  • «La redención de Cristo consiste en que Él ‘ha venido a dar su vida como rescate por muchos’ (Mt 20,28), es decir ‘a amar a los suyos hasta el extremo’ (Jn 13,1) para que ellos fuesen ‘rescatados de la conducta necia heredada de sus padres’ (1Pe 1,18)» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 622)

sábado, 23 de julio de 2022

Domingo 24 de Julio de 2022

 “PADRE, SANTIFICADO SEA TU NOMBRE…”

En la primera lectura escuchamos un pasaje del libro del Génesis en el que se narra cómo Dios quería castigar a Sodoma por sus muchos pecados, pero Abrahán rezó por los inocentes que pudiera haber en aquella ciudad, y Dios escuchó su plegaria.

En el Salmo 137 proclamamos la misericordia que Dios tiene con los más débiles y humildes, y le damos gracias porque atendió nuestras palabras, cuando necesitábamos su ayuda.

San Pablo les dice a los cristianos de Colosas que, gracias a su fe en el poder de Dios, cuando recibieron el Bautismo su vida cambió radicalmente, pues resucitaron con Cristo a una vida nueva, quedando liberados del poder del pecado.

Por último, en el pasaje del Evangelio según san Lucas, los discípulos le piden a Jesús que les enseñe a orar, y entonces Jesús les anima a rezar el Padrenuestro, que es la oración de petición por antonomasia. Y justo después les narra una sencilla parábola sobre la importancia de pedir a Dios, con perseverancia, lo que necesitamos. (Domingo 17 del tiempo ordinario)

LECTURAS:

Lectura del libro del Génesis 18, 20-32; Abrahán continuó:
«Que no se enfade mi Señor si hablo una vez más: ¿Y si se encuentran diez?».
Contestó el Señor:
«En atención a los diez, no la destruiré».

Salmo:137, 1-2a. Cuando te invoqué, me escuchaste, Señor.

 

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 11, 1-13

«Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos».
Él les dijo:
«Cuando oréis, decid: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino,…

 

Reflexión del Evangelio de hoy 

Existen muchos modos de orar, es decir, muchas formas de relacionarnos con Dios. Podemos darle gracias, como acabamos de hacer al proclamar el salmo 137, o podemos pedirle perdón por aquello que, en conciencia, consideramos que hemos hecho en contra de su voluntad. También, al orar, hay ocasiones en las que le transmitimos a Dios nuestro amor ‒a veces sin decir ni una palabra‒ y sentimos cómo Él, a su vez, nos transmite su Amor divino. Hay momentos en los que de nuestro corazón brotan alabanzas a Dios, pero otras veces salen quejas, porque las cosas nos van muy mal y no entendemos qué hace Él al respecto. El sabio Job, sintiéndose abandonado por Dios, le dice: «¿Cuántos son mis errores y culpas? Hazme ver mis delitos y errores. ¿Por qué me ocultas tu rostro y me tienes por enemigo?» (Job 13,23-24). En ese momento, Job no rezaba con amor sino con rabia.

Esas tres dimensiones son cruciales en nuestra vida, ya que las tres nos generan situaciones de impotencia y, a su vez, pueden proporcionarnos mucha felicidad, sobre todo la espiritual. Eso lo sabía Jesús y por eso enseñó a sus discípulos a rezar el Padrenuestro, no como una especie de fórmula que resuelve mágicamente nuestros problemas, sino como una guía para meditar cómo nos va en la vida cotidiana y así pedir a Dios que nos ayude para superar nuestros problemas y ser realmente felices.

Cuando san Pablo les dice a los colosenses que «por el Bautismo fuisteis sepultados con Cristo y habéis resucitado con Él» (Col 2,12), les está animando a profundizar en su condición de hijos de Dios Padre, actuando en su vida cotidiana según su voluntad, honrando su Nombre y viviendo su Reino. Efectivamente, cuando meditamos asiduamente sobre ello ‒en el rezo del Padrenuestro‒ e intentamos llevarlo a la práctica, entonces, con ayuda de la gracia divina, morimos a nuestra vida de pecado y renacemos a la vida en Cristo. En efecto, dependiendo de las circunstancias por las que estemos pasando, podemos relacionarnos con Dios de muy diversas formas. Pero el modo más común es la oración de petición, porque en nuestra vida cotidiana experimentamos diversas situaciones de impotencia y espontáneamente le pedimos a Dios que nos ayude. Por eso, cuando Jesús enseñó a orar a sus discípulos, lo hizo por medio del Padrenuestro, una oración de petición que abarca toda la realidad humana, cuyas tres principales dimensiones son la espiritual ‒debido a que somos templo del Espíritu Santo‒, la material ‒ya que tenemos un cuerpo‒ y la social ‒pues nos relacionamos con otras personas‒.

Hemos escuchado cómo Abraham le ruega a Dios por las personas inocentes que viven en Sodoma. Ciertamente, el bienestar es importante para vivir el Reino de Dios. Eso es lo que meditamos al rogarle a Dios que nos dé «nuestro pan cotidiano de cada día» (Lc 11,3). ¿Qué «pan» necesito yo para vivir verdaderamente bien? ¿Qué «pan» necesitan nuestros vecinos, o nuestros familiares, o las personas necesitadas? Cuando le pedimos a Dios, de todo corazón, que nos dé el pan cotidiano: nos ponemos en manos de su sabia y amorosa voluntad, para que sea Él quien ‒a su modo‒ nos provea de lo necesario para ser felices.

Todos tenemos conflictos con otras personas. Generalmente son roces sin importancia, pero a veces nos causan mucho dolor. Y este dolor se sana perdonando, no guardando rencor. Por eso Jesús nos anima a meditar sobre qué es lo que debemos perdonar a los demás y qué debe perdonarnos Dios Padre a nosotros. Y después, acabando el Padrenuestro, le pedimos a Dios que nos ayude a no dejarnos llevar por la tentación del rencor ni por ninguna otra tentación, sino que nos ayude a guiarnos por su amorosa voluntad, viviendo en armonía con el Evangelio. De aquí surge una última pregunta: ¿Qué guía realmente mi vida: las tentaciones o la voluntad de Dios?

Dado que el Padrenuestro es una oración muy importante, la rezamos muchas veces. Por eso, por desgracia, la recitamos mecánicamente, casi sin pensar lo que le estamos diciendo a Dios. De hecho, cuando rezamos esta oración durante la Eucaristía, en los rezos de Laudes y Vísperas, o en el Rosario, es difícil meditar profundamente su contenido. Por eso Jesús nos anima a reservar en nuestra agenda un tiempo para orar sosegadamente, en privado. Y nos dice que durante ese tiempo debemos entrar en un lugar íntimo, cerrando la puerta al bullicio del mundo, para que, ahí, en lo secreto, podamos orar a Dios Padre, evitando la palabrería ( Mt 6,6-7). Y, efectivamente, un buen modo de orar «en lo secreto» y sin «palabrería» es meditando pausadamente el contenido del Padrenuestro, intentando averiguar qué es lo que Dios nos comunica por medio de esta oración.

Y si esto lo hacemos periódicamente, con la perseverancia del amigo inoportuno de la parábola (cf. Lc 11,5-8), Dios nos proveerá ‒a su modo‒ lo que le pedimos, nos dará ‒a su modo‒ lo que buscamos y nos abrirá ‒a su modo‒ las puertas de su Reino de Amor. Y así seremos realmente felices.

DOMINGO 24 DE JULIO

 Domingo XVII (C) del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 11,1-13): Un día que Jesús estaba en oración, en cierto lugar, cuando hubo terminado, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, como Juan lo enseñó a sus discípulos». Les dijo: «Cuando oréis, decid: ‘Padre, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Danos cada día el pan que necesitamos. Perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos todos los que nos han ofendido. Y no nos expongas a la tentación’».

También les dijo Jesús: «Supongamos que uno de vosotros tiene un amigo, y que a medianoche va a su casa y le dice: ‘Amigo, préstame tres panes, porque otro amigo mío acaba de llegar de viaje a mi casa y no tengo nada que ofrecerle’. Sin duda, aquel le contestará desde dentro: ‘¡No me molestes! La puerta está cerrada y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme a darte nada’. Pues bien, os digo que aunque no se levante a dárselo por ser su amigo, se levantará por serle importuno y le dará cuanto necesite. Por esto os digo: Pedid y Dios os dará, buscad y encontraréis, llamad a la puerta y se os abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra y al que llama a la puerta, se le abre. ¿Acaso algún padre entre vosotros sería capaz de darle a su hijo una culebra cuando le pide pescado? ¿O de darle un alacrán cuando le pide un huevo? Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre que está en el cielo dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan!».

«Jesús estaba en oración… ‘Señor, enséñanos a orar’»

Abbé Jean GOTTIGNY(Bruxelles, Bélgica)

Hoy, Jesús en oración nos enseña a orar. Fijémonos bien en lo que su actitud nos enseña. Jesucristo experimenta en muchas ocasiones la necesidad de encontrarse cara a cara con su Padre. Lucas, en su Evangelio, insiste sobre este punto.

¿De qué hablaban aquel día? No lo sabemos. En cambio, en otra ocasión, nos ha llegado un fragmento de la conversación entre su Padre y Él. En el momento en que fue bautizado en el Jordán, cuando estaba orando, «y vino una voz del cielo: ‘Tú eres mi hijo; mi amado, en quien he puesto mi complacencia’» (Lc 3,22). Es el paréntesis de un diálogo tiernamente afectuoso.

Cuando, en el Evangelio de hoy, uno de los discípulos, al observar su recogimiento, le ruega que les enseñe a hablar con Dios, Jesús responde: «Cuando oréis, decid: ‘Padre, santificado sea tu nombre…’» (Lc 11,2). La oración consiste en una conversación filial con ese Padre que nos ama con locura. ¿No definía Teresa de Ávila la oración como “una íntima relación de amistad”: «estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama»?

Benedicto XVI encuentra «significativo que Lucas sitúe el Padrenuestro en el contexto de la oración personal del mismo Jesús. De esta forma, Él nos hace participar de su oración; nos conduce al interior del diálogo íntimo del amor trinitario; por decirlo así, levanta nuestras miserias humanas hasta el corazón de Dios».

Es significativo que, en el lenguaje corriente, la oración que Jesucristo nos ha enseñado se resuma en estas dos únicas palabras: «Padre Nuestro». La oración cristiana es eminentemente filial.

La liturgia católica pone esta oración en nuestros labios en el momento en que nos preparamos para recibir el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo. Las siete peticiones que comporta y el orden en el que están formuladas nos dan una idea de la conducta que hemos de mantener cuando recibamos la Comunión Eucarística.

Pensamientos para el Evangelio de hoy

  • «Él quiere que yo le ame porque me ha perdonado, no mucho, sino todo. No ha esperado a que yo le ame mucho, sino que ha querido que yo sepa hasta qué punto Él me ha amado, para que yo le ame a Él ¡con locura…!» (Santa Teresa de Lisieux)

  • «El Señor nos dice cómo hemos de orar. Lucas pone el “Padrenuestro” en relación con la oración personal de Jesús mismo. Él nos hace partícipes de su propia oración, nos introduce en el diálogo interior del Amor trinitario» (Benedicto XVI)

  • «Esta oración que nos viene de Jesús es verdaderamente única: ella es “del Señor”. Por una parte, en efecto, por las palabras de esta oración el Hijo único nos da las palabras que el Padre le ha dado: Él es el Maestro de nuestra oración. Por otra parte, como Verbo encarnado, conoce en su corazón de hombre las necesidades de sus hermanos y hermanas los hombres, y nos las revela: es el Modelo de nuestra oración» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2.765)

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