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Emisora Vida Nueva

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Vida Nueva Cali - Reproductor

lunes, 30 de septiembre de 2024

LUNES 30 DESEPTIEMBRE

 

Lunes 26 del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Lc 9,46-50): En aquel tiempo, se suscitó una discusión entre los discípulos sobre quién de ellos sería el mayor. Conociendo Jesús lo que pensaban en su corazón, tomó a un niño, le puso a su lado, y les dijo: «El que reciba a este niño en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, recibe a Aquel que me ha enviado; pues el más pequeño de entre vosotros, ése es mayor».

Tomando Juan la palabra, dijo: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre, y tratamos de impedírselo, porque no viene con nosotros». Pero Jesús le dijo: «No se lo impidáis, pues el que no está contra vosotros, está por vosotros».

«El más pequeño de entre vosotros, ése es mayor»

Prof. Dr. Mons. Lluís CLAVELL(Roma, Italia)

Hoy, camino de Jerusalén hacia la pasión, «se suscitó una discusión entre los discípulos sobre quién de ellos sería el mayor» (Lc 9,46). Cada día los medios de comunicación y también nuestras conversaciones están llenas de comentarios sobre la importancia de las personas: de los otros y de nosotros mismos. Esta lógica solamente humana produce frecuentemente deseo de triunfo, de ser reconocido, apreciado, agradecido, y falta de paz, cuando estos reconocimientos no llegan.

La respuesta de Jesús a estos pensamientos —y quizá también comentarios— de los discípulos recuerda el estilo de los antiguos profetas. Antes de las palabras hay los gestos. Jesús «tomó a un niño, le puso a su lado» (Lc 9,47). Después viene la enseñanza: «El más pequeño de entre vosotros, ése es mayor» (Lc 9,48). —Jesús, ¿por qué nos cuesta tanto aceptar que esto no es una utopía para la gente que no está implicada en el tráfico de una tarea intensa, en la cual no faltan los golpes de unos contra los otros, y que, con tu gracia, lo podemos vivir todos? Si lo hiciésemos tendríamos más paz interior y trabajaríamos con más serenidad y alegría.

Esta actitud es también la fuente de donde brota la alegría, al ver que otros trabajan bien por Dios, con un estilo diferente al nuestro, pero siempre valiéndose del nombre de Jesús. Los discípulos querían impedirlo. En cambio, el Maestro defiende a aquellas otras personas. Nuevamente, el hecho de sentirnos hijos pequeños de Dios nos facilita tener el corazón abierto hacia todos y crecer en la paz, la alegría y el agradecimiento. Estas enseñanzas le han valido a santa Teresita de Lisieux el título de “Doctora de la Iglesia”: en su libro Historia de un alma, ella admira el bello jardín de flores que es la Iglesia, y está contenta de saberse una pequeña flor. Al lado de los grandes santos —rosas y azucenas— están las pequeñas flores —como las margaritas o las violetas— destinadas a dar placer a los ojos de Dios, cuando Él dirige su mirada a la tierra.

Pensamientos para el Evangelio de hoy

  • «Es mejor ser cristiano sin decirlo, que decirlo sin serlo. Es una cosa óptima enseñar, pero a condición de que se practique lo que se enseña» (San Ignacio de Antioquía)

  • «A menudo nos comportamos como controladores de la gracia y no como facilitadores. Pero la Iglesia no es una aduana» (Francisco)

  • «Extraordinarios o sencillos y humildes, los carismas son gracias del Espíritu Santo, que tienen directa o indirectamente, una utilidad eclesial; los carismas están ordenados a la edificación de la Iglesia, al bien de los hombres y a las necesidades del mundo» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 799)

sábado, 28 de septiembre de 2024

DOMINGO 29 DE SEPTIEMBRE

 

“No se lo  impidáis”

Los textos que nos propone la liturgia de este XXVI domingo del Tiempo Ordinario nos revelan a un Dios generoso, un Dios que no discrimina ni excluye, sino que derrama su gracia y su Espíritu sobre todos, sin distinción.

La primera lectura, del libro de los Números, nos habla de Eldad y Medad que, llenados del Espíritu de Dios, profetizan en el campamento de los israelitas. Josué pide que los detengan y Moisés responde que desea que todo el pueblo, como Eldad y Medad, recibiera el Espíritu del Señor y profetizara.

Por ese mismo camino nos orienta el texto evangélico. Refiriéndose a un desconocido que expulsaba demonios en nombre de Jesús, el Maestro dice a los Apóstoles que quieren detenerlo: «No detengáis al que actúa en mi nombre».

Centraremos nuestra reflexión en estos textos, que nos llaman a descubrir la fuerza del Espíritu que actúa más allá de las fronteras impuestas por los hombres.

Reflexión del Evangelio de hoy

Para comprender mejor el pasaje del libro de los Números que leemos como primera lectura, hemos de fijarnos en los versículos 14 y 15 del capítulo 11, que lo preceden. En ellos, Moisés se queja a Dios de que no puede dirigir solo al pueblo de Israel, porque protesta constantemente de que carece de todo. Incluso le pide al Señor que lo mate en lugar de mantenerlo en esta tediosa tarea. En respuesta a estas quejas, Dios ordena a Moisés: «Reúne a setenta de dirigentes que te conste que dirigen y gobiernan al pueblo, llévalos a la tienda del encuentro. Yo bajaré y hablaré allí contigo. Apartaré una parte del espíritu que posees y se lo pasaré a ellos para que se repartan contigo la carga del pueblo» (Núm 11, 16-17).

Se trataba, por tanto, de un don, de un ministerio que Dios mismo instituía, enviando su Espíritu a los setenta hombres para que ayudaran a Moisés a llevar a cabo su tarea de guiar al pueblo de Israel a través del desierto.

Eldad y Medad, dos de los hombres elegidos por Moisés, no acudieron a la Tienda del Encuentro. Aunque parece que despreciaban el hecho de que los hubieran elegido, recibieron también el Espíritu de Dios, que les impulsó a profetizar en el campamento. El texto dice que Josué, molesto por su aparente desobediencia, pide a Moisés que los detengan. Josué se sentía orgulloso de «pertenecer a Moisés» y de compartir el don del Espíritu, pero no aceptaba que este don del Espíritu se diera también a los dos que no habían acudido a la reunión y habían permanecido en el campamento.  

En el Evangelio, vemos al apóstol Juan sucumbir a la misma tentación que Josué, a saber, la de quererse apropiar de la autoridad de Jesús y excluir a los que no pertenecen al círculo íntimo de Jesús de la expulsión de demonios «en su nombre»: «Señor, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no viene con nosotros» (Mc 9,38). Juan pretendía limitar a los miembros de su grupo el poder de realizar milagros en nombre de Jesús. ¿Nosotros no sentimos a veces la tentación de excluir a los que no pertenecen a nuestro grupo social o a los que no piensan como nosotros?

Me parece que los textos de este domingo nos recuerdan que Dios da su gracia también a personas que «no son de los nuestros», es decir, que no caminan con nosotros como discípulos de Cristo, y que la fuerza del Espíritu actúa en la humanidad incluso fuera de los límites visibles de la Iglesia. Por eso, hemos de evitar la tentación de apropiarnos de Cristo y de su Espíritu. ¡Ojalá todo el pueblo del Señor recibiera el espíritu del Señor y profetizara! (Núm 11,30), respondió Moisés al celoso Josué. La respuesta de Jesús al apóstol Juan, también va en la misma dirección: «No se lo impidas, porque el que hace un milagro en mi nombre no puede inmediatamente después hablar mal de mí» (Mc 9,39).

No importa si personas ajenas a la comunidad cristiana hacen el bien «en nombre de Jesús». Si Dios da su espíritu a todos, es precisamente para que luchen, en su nombre, en el nombre de Jesús, contra el mal, contra los demonios del poder, la rivalidad, la codicia, el odio, la división y tantos otros demonios que se instalan en nuestras sociedades y dejan sus terribles huellas en nuestro planeta y en las enfermedades mentales y físicas de las que son víctimas muchos de nuestros hermanos y hermanas.   

Jesús nos dice que quien hace un milagro «en su nombre» no puede inmediatamente después hablar mal de él. Así que no debemos excluir ni desconfiar de las buenas acciones de las personas llenas de Espíritu que nos rodean. Por otro lado, no olvidemos que actuar «en nombre de Jesús» o actuar movido por el espíritu no siempre significa hacer cosas extraordinarias, sino también gestos ordinarios, como ayudar y acoger a los necesitados, visitar a un vecino enfermo... dar un vaso de agua, «y a cualquiera que os dé un vaso de agua en nombre de vuestra pertenencia a Cristo, os aseguro que le daré un vaso de agua en nombre de vuestra pertenencia a Cristo» (Mc, 9.41).

Por el bautismo, todos hemos recibido la gracia del Espíritu: ¿coopero con este Espíritu en su lucha contra los demonios que causan terribles estragos en nuestro mundo? ¿Soy capaz de alegrarme del bien y de los éxitos de los que «no son de los nuestros»?

SABADO 28 DE SEPTIEMBRE

 

 Sábado 25 del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 9,43b-45): En aquel tiempo, estando todos maravillados por todas las cosas que Jesús hacía, dijo a sus discípulos: «Poned en vuestros oídos estas palabras: el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres». Pero ellos no entendían lo que les decía; les estaba velado de modo que no lo comprendían y temían preguntarle acerca de este asunto.

«El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres»

Rev. D. Antoni CAROL i Hostench(Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)

Hoy, más de dos mil años después, el anuncio de la pasión de Jesús continúa provocándonos. Que el Autor de la Vida anuncie su entrega a manos de aquéllos por quienes ha venido a darlo todo es una clara provocación. Se podría decir que no era necesario, que fue una exageración. Olvidamos, una y otra vez, el peso que abruma el corazón de Cristo, nuestro pecado, el más radical de los males, la causa y el efecto de ponernos en el lugar de Dios. Más aún, de no dejarnos amar por Dios, y de empeñarnos en permanecer dentro de nuestras cortas categorías y de la inmediatez de la vida presente. Se nos hace tan necesario reconocer que somos pecadores como necesario es admitir que Dios nos ama en su Hijo Jesucristo. Al fin y al cabo, somos como los discípulos, «ellos no entendían lo que les decía; les estaba velado de modo que no lo comprendían y temían preguntarle acerca de este asunto» (Lc 9,45).

Por decirlo con una imagen: podremos encontrar en el Cielo todos los vicios y pecados, menos la soberbia, puesto que el soberbio no reconoce nunca su pecado y no se deja perdonar por un Dios que ama hasta el punto de morir por nosotros. Y en el infierno podremos encontrar todas las virtudes, menos la humildad, pues el humilde se conoce tal como es y sabe muy bien que sin la gracia de Dios no puede dejar de ofenderlo, así como tampoco puede corresponder a su Bondad.

Una de las claves de la sabiduría cristiana es el reconocimiento de la grandeza y de la inmensidad del Amor de Dios, al mismo tiempo que admitimos nuestra pequeñez y la vileza de nuestro pecado. ¡Somos tan tardos en entenderlo! El día que descubramos que tenemos el Amor de Dios tan al alcance, aquel día diremos como san Agustín, con lágrimas de Amor: «¡Tarde te amé, Dios mío!». Aquel día puede ser hoy. Puede ser hoy. Puede ser.

Pensamientos para el Evangelio de hoy

  • «No tengáis miedo. Esta cruz no fue mortal para mí, sino para la muerte. Estos clavos no me penetran de dolores, sino de un amor más profundo hacia vosotros» (San Pedro Crisólogo)

  • «Su fidelidad consiste en que Él no sólo actúa como “Dios respecto a los hombres”, sino también como “hombre respecto a Dios”, fundando así la Alianza de modo irrevocablemente estable» (Benedicto XVI)

  • «Desde el comienzo de su vida pública, en su bautismo, Jesús es el ‘Siervo’ enteramente consagrado a la obra redentora que llevará a cabo en el ‘bautismo’ de su pasión» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 565)

viernes, 27 de septiembre de 2024

VIERNES 27 DE SEPTIEMBRE

 

Viernes 25 del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Lc 9,18-22): Sucedió que mientras Jesús estaba orando a solas, se hallaban con Él los discípulos y les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Ellos respondieron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que un profeta de los antiguos había resucitado». Les dijo: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro le contestó: «El Cristo de Dios». Pero les mandó enérgicamente que no dijeran esto a nadie. Dijo: «El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día».

«¿Quién dice la gente que soy yo? (…) Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»

Rev. D. Pere OLIVA i March(Sant Feliu de Torelló, Barcelona, España)

Hoy, en el Evangelio, hay dos interrogantes que el mismo Maestro formula a todos. El primer interrogante pide una respuesta estadística, aproximada: «¿Quién dice la gente que soy yo?» (Lc 9,18). Hace que nos giremos alrededor y contemplemos cómo resuelven la cuestión los otros: los vecinos, los compañeros de trabajo, los amigos, los familiares más cercanos... Miramos al entorno y nos sentimos más o menos responsables o cercanos —depende de los casos— de algunas de estas respuestas que formulan quienes tienen que ver con nosotros y con nuestro ámbito, “la gente”... Y la respuesta nos dice mucho, nos informa, nos sitúa y hace que nos percatemos de aquello que desean, necesitan, buscan los que viven a nuestro lado. Nos ayuda a sintonizar, a descubrir un punto de encuentro con el otro para ir más allá...

Hay una segunda interrogación que pide por nosotros: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Lc 9,20). Es una cuestión fundamental que llama a la puerta, que mendiga a cada uno de nosotros: una adhesión o un rechazo; una veneración o una indiferencia; caminar con Él y en Él o finalizar en un acercamiento de simple simpatía... Esta cuestión es delicada, es determinante porque nos afecta. ¿Qué dicen nuestros labios y nuestras actitudes? ¿Queremos ser fieles a Aquel que es y da sentido a nuestro ser? ¿Hay en nosotros una sincera disposición a seguirlo en los caminos de la vida? ¿Estamos dispuestos a acompañarlo a la Jerusalén de la cruz y de la gloria?

«Es un camino de cruz y resurrección (...). La cruz es exaltación de Cristo. Lo dijo Él mismo: ‘Cuando sea levantado, atraeré a todos hacia mí’. (...) La cruz, pues, es gloria y exaltación de Cristo» (San Andrés de Creta). ¿Dispuestos para avanzar hacia Jerusalén? Solamente con Él y en Él, ¿verdad?

Pensamientos para el Evangelio de hoy

  • «¡Ah!, Dios mío!, que la mayor parte de los hombres prosiguen hoy gritando: “No a éste, sino a Barrabás”, cada vez que menosprecian a Cristo por un placer, por puntillos de honra, por un desahogo de cólera» (San Alfonso Mª de Ligorio)

  • «El acontecimiento de la Cruz sólo revela su sentido pleno si ‘este hombre’, que sufrió y murió en la Cruz, ‘era verdaderamente Hijo de Dios’, usando las palabras pronunciadas por el centurión ante el Crucificado» (Benedicto XVI)

  • «Ya que son nuestras malas acciones las que han hecho sufrir a Nuestro Señor Jesucristo el suplicio de la cruz, sin ninguna duda, los que se sumergen en los desórdenes y en el mal ‘crucifican por su parte de nuevo al Hijo de Dios y le exponen a pública infamia’ (Hb 6,6) (…)» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 598)Viernes 25 del tiempo ordinario

    Texto del Evangelio (Lc 9,18-22): Sucedió que mientras Jesús estaba orando a solas, se hallaban con Él los discípulos y les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Ellos respondieron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que un profeta de los antiguos había resucitado». Les dijo: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro le contestó: «El Cristo de Dios». Pero les mandó enérgicamente que no dijeran esto a nadie. Dijo: «El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día».

    «¿Quién dice la gente que soy yo? (…) Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»

    Rev. D. Pere OLIVA i March(Sant Feliu de Torelló, Barcelona, España)

    Hoy, en el Evangelio, hay dos interrogantes que el mismo Maestro formula a todos. El primer interrogante pide una respuesta estadística, aproximada: «¿Quién dice la gente que soy yo?» (Lc 9,18). Hace que nos giremos alrededor y contemplemos cómo resuelven la cuestión los otros: los vecinos, los compañeros de trabajo, los amigos, los familiares más cercanos... Miramos al entorno y nos sentimos más o menos responsables o cercanos —depende de los casos— de algunas de estas respuestas que formulan quienes tienen que ver con nosotros y con nuestro ámbito, “la gente”... Y la respuesta nos dice mucho, nos informa, nos sitúa y hace que nos percatemos de aquello que desean, necesitan, buscan los que viven a nuestro lado. Nos ayuda a sintonizar, a descubrir un punto de encuentro con el otro para ir más allá...

    Hay una segunda interrogación que pide por nosotros: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Lc 9,20). Es una cuestión fundamental que llama a la puerta, que mendiga a cada uno de nosotros: una adhesión o un rechazo; una veneración o una indiferencia; caminar con Él y en Él o finalizar en un acercamiento de simple simpatía... Esta cuestión es delicada, es determinante porque nos afecta. ¿Qué dicen nuestros labios y nuestras actitudes? ¿Queremos ser fieles a Aquel que es y da sentido a nuestro ser? ¿Hay en nosotros una sincera disposición a seguirlo en los caminos de la vida? ¿Estamos dispuestos a acompañarlo a la Jerusalén de la cruz y de la gloria?

    «Es un camino de cruz y resurrección (...). La cruz es exaltación de Cristo. Lo dijo Él mismo: ‘Cuando sea levantado, atraeré a todos hacia mí’. (...) La cruz, pues, es gloria y exaltación de Cristo» (San Andrés de Creta). ¿Dispuestos para avanzar hacia Jerusalén? Solamente con Él y en Él, ¿verdad?

    Pensamientos para el Evangelio de hoy

    • «¡Ah!, Dios mío!, que la mayor parte de los hombres prosiguen hoy gritando: “No a éste, sino a Barrabás”, cada vez que menosprecian a Cristo por un placer, por puntillos de honra, por un desahogo de cólera» (San Alfonso Mª de Ligorio)

    • «El acontecimiento de la Cruz sólo revela su sentido pleno si ‘este hombre’, que sufrió y murió en la Cruz, ‘era verdaderamente Hijo de Dios’, usando las palabras pronunciadas por el centurión ante el Crucificado» (Benedicto XVI)

    • «Ya que son nuestras malas acciones las que han hecho sufrir a Nuestro Señor Jesucristo el suplicio de la cruz, sin ninguna duda, los que se sumergen en los desórdenes y en el mal ‘crucifican por su parte de nuevo al Hijo de Dios y le exponen a pública infamia’ (Hb 6,6) (…)» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 598)

jueves, 26 de septiembre de 2024

JUEVES 26 DE SEPTIEMBRE

 

Jueves 25 del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Lc 9,7-9): En aquel tiempo, se enteró el tetrarca Herodes de todo lo que pasaba, y estaba perplejo; porque unos decían que Juan había resucitado de entre los muertos; otros, que Elías se había aparecido; y otros, que uno de los antiguos profetas había resucitado. Herodes dijo: «A Juan, le decapité yo. ¿Quién es, pues, éste de quien oigo tales cosas?». Y buscaba verle.

«Buscaba verle»

Rev. P. Jorge R. BURGOS Rivera SBD(Cataño, Puerto Rico)

Hoy el texto del Evangelio nos dice que Herodes quería ver a Jesús (cf. Lc 9,9). Ese deseo de ver a Jesús le nace de la curiosidad. Se hablaba mucho de Jesús por los milagros que iba realizando a su paso. Muchas personas hablaban de Él. La actuación de Jesús trajo a la memoria del pueblo diversas figuras de profetas: Elías, Juan el Bautista, etc. Pero, al ser simple curiosidad, este deseo no trasciende. Tal es el hecho que cuando Herodes le ve no le causa mayor impresión (cf. Lc 23,8-11). Su deseo se desvanece al verlo cara a cara, porque Jesús se niega a responder a sus preguntas. Este silencio de Jesús delata a Herodes como corrupto y depravado.

Nosotros, al igual que Herodes, seguramente hemos sentido, alguna vez, el deseo de ver a Jesús. Pero ya no contamos con el Jesús de carne y hueso como en tiempos de Herodes, sin embargo contamos con otras presencias de Jesús. Te quiero resaltar dos de ellas.

En primer lugar, la tradición de la Iglesia ha hecho de los jueves un día por excelencia para ver a Jesús en la Eucaristía. Son muchos los lugares donde hoy está expuesto Jesús-Eucaristía. «La adoración eucarística es una forma esencial de estar con el Señor. En la sagrada custodia está presente el verdadero tesoro, siempre esperando por nosotros: no está allí por Él, sino por nosotros» (Benedicto XVI). —Acércate para que te deslumbre con su presencia.

Para el segundo caso podemos hacer referencia a una canción popular, que dice: «Con nosotros está y no lo conocemos». Jesús está presente en tantos y tantos hermanos nuestros que han sido marginados, que sufren y no tienen a nadie que “quiera verlos”. En su encíclica Dios es Amor, dice el Papa Benedicto XVI: «El amor al prójimo enraizado en el amor a Dios es ante todo una tarea para cada fiel, pero lo es también para toda la comunidad eclesial». Así pues, Jesús te está esperando, con los brazos abiertos te recibe en ambas situaciones. ¡Acércate!

Pensamientos para el Evangelio de hoy

  • «El Dios que buscamos no es un Dios que esté lejos de nosotros. Lo tenemos entre nosotros. Habita en nosotros como el alma en el cuerpo si somos para Él, por lo menos, miembros sanos a quienes el pecado no ha matado» (San Columbano, abad)

  • «Herodes no fue capaz de superar las capas que bloqueaban su corazón. La ambición de poder, el egoísmo y las convicciones débiles ahogaron esa posibilidad de descubrir a un Jesús que sufría para salvarle» (Francisco)

  • «Toda sociedad refiere sus juicios y su conducta a una visión del hombre y de su destino. Si se prescinde de la luz del Evangelio sobre Dios y sobre el hombre, las sociedades se hacen fácilmente totalitarias» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2.257)

miércoles, 25 de septiembre de 2024

MIERCOLES 25 DE SEPTIEMBRE

 

 Miércoles 25 del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 9,1-6): En aquel tiempo, convocando Jesús a los Doce, les dio autoridad y poder sobre todos los demonios, y para curar enfermedades; y los envió a proclamar el Reino de Dios y a curar. Y les dijo: «No toméis nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni plata; ni tengáis dos túnicas cada uno. Cuando entréis en una casa, quedaos en ella hasta que os marchéis de allí. En cuanto a los que no os reciban, saliendo de aquella ciudad, sacudid el polvo de vuestros pies en testimonio contra ellos». Saliendo, pues, recorrían los pueblos, anunciando la Buena Nueva y curando por todas partes.

«Convocando Jesús a los Doce, les dio autoridad y poder sobre todos los demonios, y para curar enfermedades»

Rev. D. Jordi CASTELLET i Sala(Vic, Barcelona, España)

Hoy vivimos unos tiempos en que nuevas enfermedades mentales alcanzan difusiones insospechadas, como nunca había habido en el curso de la historia. El ritmo de vida actual impone estrés a las personas, carrera para consumir y aparentar más que el vecino, todo ello aliñado con unas fuertes dosis de individualismo, que construyen una persona aislada del resto de los mortales. Esta soledad a la que muchos se ven obligados por conveniencias sociales, por la presión laboral, por convenciones esclavizantes, hace que muchos sucumban a la depresión, las neurosis, las histerias, las esquizofrenias u otros desequilibrios que marcan profundamente el futuro de aquella persona.

«Convocando Jesús a los Doce, les dio autoridad y poder sobre todos los demonios, y para curar enfermedades» (Lc 9,1). Males, estos, que podemos identificar en el mismo Evangelio como enfermedades mentales.

El encuentro con Cristo, que es la Persona completa y realizada, aporta un equilibrio y una paz que son capaces de serenar los ánimos y de hacer reencontrar a la persona con ella misma, aportándole claridad y luz en su vida, bueno para instruir y enseñar, educar a los jóvenes y a los mayores, y encaminar a las personas por el camino de la vida, aquella que nunca se ha de marchitar.

Los Apóstoles «recorrían los pueblos, anunciando la Buena Nueva» (Lc 9,6). Es ésta también nuestra misión: vivir y meditar el Evangelio, la misma palabra de Jesús, a fin de dejarla penetrar en nuestro interior. Así, poco a poco, podremos encontrar el camino a seguir y la libertad a realizar. Como escribió san Juan Pablo II, «la paz ha de realizarse en la verdad (...); ha de hacerse en la libertad».

Que sea el mismo Jesucristo, que nos ha llamado a la fe y a la felicidad eterna, quien nos llene de su esperanza y amor, Él que nos ha dado una nueva vida y un futuro inagotable.

Pensamientos para el Evangelio de hoy

  • «No podré descansar hasta el fin del mundo, mientras haya almas que salvar» (Santa Teresa de Lisieux)

  • «Quien ha encontrado verdaderamente a Cristo no puede tenerlo sólo para sí, debe anunciarlo» (San Juan Pablo II)

  • «Como todos los fieles, los laicos están encargados por Dios del apostolado en virtud del bautismo y de la confirmación, y por eso tienen la obligación y gozan del derecho, individualmente o agrupados en asociaciones, de trabajar para que el mensaje divino de salvación sea conocido y recibido por todos los hombres y en toda la tierra» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 900)

martes, 24 de septiembre de 2024

MARTES 24 DE SEPTIEMBRE

 

Martes 25 del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Lc 8,19-21): En aquel tiempo, se presentaron la madre y los hermanos de Jesús donde Él estaba, pero no podían llegar hasta Él a causa de la gente. Le anunciaron: «Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren verte». Pero Él les respondió: «Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen».

«Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen»

Rev. D. Xavier JAUSET i Clivillé(Lleida, España)

Hoy leemos un hermoso pasaje del Evangelio. Jesús no ofende para nada a su Madre, ya que Ella es la primera en escuchar la Palabra de Dios y de Ella nace Aquel que es la Palabra. Al mismo tiempo es la que más perfectamente cumplió la voluntad de Dios: «He aquí la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38), responde al ángel en la Anunciación.

Jesús nos dice lo que necesitamos para llegar a ser sus familiares, también nosotros: «Aquellos que oyen...» (Lc 8,21) y para oír es preciso que nos acerquemos como sus familiares, que llegaron a donde estaba; pero no podían acercarse a Él a causa del gentío. Los familiares se esfuerzan por acercarse, convendría que nos preguntásemos si luchamos y procuramos vencer los obstáculos que encontramos en el momento de acercarnos a la Palabra de Dios. ¿Dedico diariamente unos minutos a leer, escuchar y meditar la Sagrada Escritura? Santo Tomás de Aquino nos recuerda que «es necesario que meditemos continuamente la Palabra de Dios (...); esta meditación ayuda poderosamente en la lucha contra el pecado».

Y, finalmente, cumplir la Palabra. No basta con escuchar la Palabra; es preciso cumplirla si queremos ser miembros de la familia de Dios. ¡Debemos poner en práctica aquello que nos dice! Por eso será bueno que nos preguntemos si solamente obedezco cuando lo que se me pide me gusta o es relativamente fácil, y, por el contrario, si cuando hay que renunciar al bienestar, a la propia fama, a los bienes materiales o al tiempo disponible para el descanso..., pongo la Palabra entre paréntesis hasta que vengan tiempos mejores. Pidamos a la Virgen María que escuchemos como Ella y cumplamos la Palabra de Dios para andar así por el camino que conduce a la felicidad duradera.

Pensamientos para el Evangelio de hoy

  • «¡Oh Hijo Unigénito y Verbo de Dios! Tú que eres inmortal, te dignaste, para salvarnos, tomar carne de la santa Madre de Dios y siempre Virgen María. Tú, Uno de la Santísima Trinidad, glorificado con el Padre y el Espíritu Santo, ¡sálvanos!» (San Juan Crisóstomo)

  • «Sólo en el Verbo que se ha hecho carne, cuyo amor se cumple en la Cruz, es perfecta la obediencia» (Benedicto XVI)

  • «Por la fe, el hombre somete completamente su inteligencia y su voluntad a Dios. Con todo su ser, el hombre da su asentimiento a Dios que revela. La Sagrada Escritura llama ‘obediencia de la fe’ a esta respuesta del hombre a Dios que revela (cf. Rom 1,5)» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 143)

lunes, 23 de septiembre de 2024

LUNES 23 DE SEPTIEMBRE

   

 Lunes 25 del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 8,16-18): En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: «Nadie enciende una lámpara y la cubre con una vasija, o la pone debajo de un lecho, sino que la pone sobre un candelero, para que los que entren vean la luz. Pues nada hay oculto que no quede manifiesto, y nada secreto que no venga a ser conocido y descubierto. Mirad, pues, cómo oís; porque al que tenga, se le dará; y al que no tenga, aun lo que crea tener se le quitará».

«Pone (la lámpara) sobre un candelero, para que los que entren vean la luz»

Rev. D. Joaquim FONT i Gassol(Igualada, Barcelona, España)

Hoy, este Evangelio tan breve es rico en temas que atraen nuestra atención. En primer lugar, “dar luz”: ¡todo es patente ante los ojos de Dios! Segundo gran tema: las Gracias están engarzadas, la fidelidad a una atrae a otras: «Gratiam pro gratia» (Jn 1,16). En fin, es un lenguaje humano para cosas divinas y perdurables.

¡Luz para los que entran en la Iglesia! Desde siglos, las madres cristianas han enseñado en la intimidad a sus hijos con palabras expresivas, pero sobre todo con la “luz” de su buen ejemplo. También han sembrado con la típica cordura popular y evangélica, comprimida en muchos refranes, llenos de sabiduría y de fe a la vez. Uno de ellos es éste: «Iluminar y no difuminar». San Mateo nos dice: «(...) para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres para que, al ver vuestras buenas obras, den gloria a vuestro Padre que está en los cielos» (Mt 5,15-16).

Nuestro examen de conciencia al final del día puede compararse al tendero que repasa la caja para ver el fruto de su trabajo. No empieza preguntando: —¿Cuánto he perdido? Sino más bien: —¿Qué he ganado? Y acto seguido: —¿Cómo podré ganar más mañana, qué puedo hacer para mejorar? El repaso de nuestra jornada acaba con acción de gracias y, por contraste, con un acto de dolor amoroso. —Me duele no haber amado más y espero lleno de ilusión, estrenar mañana el nuevo día para agradar más a Nuestro Señor, que siempre me ve, me acompaña y me ama tanto. —Quiero proporcionar más luz y disminuir el humo del fuego de mi amor.

En las veladas familiares, los padres y abuelos han forjado —y forjan— la personalidad y la piedad de los niños de hoy y hombres de mañana. ¡Merece la pena! ¡Es urgente! María, Estrella de la mañana, Virgen del amanecer que precede a la Luz del Sol-Jesús, nos guía y da la mano. «¡Oh Virgen dichosa! Es imposible que se pierda aquel en quien tú has puesto tu mirada» (San Anselmo).

Pensamientos para el Evangelio de hoy

  • «Señor Jesucristo, dulcísimo Salvador nuestro, dígnate encender tú mismo nuestras lámparas, para que brillen sin cesar en tu templo e ilumine nuestra oscuridad» (San Columbano, abad)

  • «Una vela puede dar luz solamente si la llama la consume. Sería inservible si su cera no alimentase el fuego. Permitid que Cristo arda en vosotros, aun cuando ello comporte a veces sacrificio y renuncia» (Benedicto XVI)

  • «Existe un vínculo orgánico entre nuestra vida espiritual y los dogmas. Los dogmas son luces en el camino de nuestra fe, lo iluminan y lo hacen seguro. De modo inverso, si nuestra vida es recta, nuestra inteligencia y nuestro corazón estarán abiertos para acoger la luz de los dogmas de la fe» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 89)

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