La
humildad, camino de grandeza
Evangelio:
san Lucas 14,1.7-14: “El que se humilla, será enaltecido…”
El
tema de esta liturgia dominical es la humildad. Dios ha manifestado siempre una
predilección por los pequeños: toda la historia de la salvación es una
constatación de ello. En su marcha mesiánica hacia Jerusalén Jesús nos ofrece
la clave para leer las incidencias cotidianas de la vida con profundidad de
discípulo del Reino de Dios.
Al
leer los textos de la liturgia de hoy nos podemos quedar con la impresión de
que simplemente se nos aconsejan comportamientos muy propios de la convivencia
humana. Son de diaria ocurrencia. Quizás, incluso, nos puede quedar la
impresión de que es posible usar la sencillez y la humildad para lograr puestos
mejores. Algo, sin embargo, se encierra en la lectura del sabio del Antiguo
Testamento: Cuanto más importante seas más humilde debes ser. No está
reñida la humildad con el valor de la persona sino con el uso que el grande
hace de su capacidad y su poder. Además de recomendar la sencillez como
característica del hombre sabio, el autor subraya aquí que la verdadera fuente
de la sabiduría radica en la revelación divina y no en la filosofía helenista.
y el que se humilla, será ensalzado, será enaltecido», con la que
termina la parábola del fariseo y el publicano.
La
humildad cristiana
Qué
idea tenemos de la humildad cristiana? Hemos oído hablar de los humildes,
quizás en forma negativa. Están llamados a no sobresalir y a estar
permanentemente sometidos. Incluso en la pedagogía actual se insiste en formar
a los niños en la “autoestima” que parece ir en contra de la virtud de humildad.
Si abrimos el diccionario leemos que la humildad es «el conocimiento de las
propias limitaciones y debilidades y en obrar conforme a ese conocimiento». El
origen de la palabra humildad se relaciona con el humus, capa
superficial de la tierra y evoca la pequeñez, la poquedad, lo
que está abajo y se pisa. Sin embargo en la Biblia la humildad aparece, no
en forma negativa, sino como un valor. Se relaciona, no con los
poderosos y los fuertes, sino con Dios. La humildad del hombre se mide
frente al Dios grande y poderoso, y no como una rivalidad insensata,
sino como un ocupar el puesto que el hombre tiene en el plan salvador de
Dios. Dios nos da capacidades para que las pongamos al servicio de los
demás. No son para negar ni para ocultar, sino para que nuestro servicio del
hombre, en todas sus dimensiones, humanas y divinas, sea eficaz. En
realidad el único verdaderamente humilde ha sido el Señor Jesús. El texto de
los Flp. (2, 6-11) así lo dice. En él la humildad no ha sido una
mera actitud sino una realidad de su ser de Hijo de Dios encarnado. Jesús puso
al servicio de nosotros su infinita realidad divina encerrada en la pequeñez
de nuestra carne. No huyó de los hombres, no negó su Palabra, no escatimó
su poder salvador sino que todo lo entregó para la vida del mundo. Esa es la
máxima expresión de la humildad cristiana. No escogió el primer puesto, que
hubiera sido el suyo conforme a nuestras maneras de obrar, sino el puesto de servidor:
el que pone al servicio de los demás, no sólo sus capacidades, sino su mismo ser de Hijo en la realidad de la Encarnación.
Nuestras
discriminaciones
Por
afianzar nuestra fragilidad tomamos actitudes que quieren dar la impresión de
valores que no tenemos. Fácilmente con ellas ofendemos a nuestros hermanos. La
vida está llena de detalles en el hogar, en el trabajo, en la convivencia
social que nos deben interrogar. ¿Qué aprecio tenemos de los otros, en especial
de los más débiles y menos considerados en la escala social, los que el
evangelio llama «pobres, inválidos, ciegos»? Fácilmente discriminamos a otros
por su estrato, su cultura, su raza, su procedencia. Olvidamos que todos
estamos invitados por el Padre Dios a sentarnos en el banquete de la vida
eterna, allá donde todos nos hermanamos, igualmente amados por nuestro Padre
Dios. El Señor quiere que desde ahora empecemos a vivirlo en nuestras
costumbres y realidades cotidianas. La Iglesia debe ser el recinto donde
aprendamos a apreciar y a amar a todos como hermanos. En ella no hay cabida
para ninguna discriminación. Nos lo enseñó así Santiago en su carta….
El
verdadero sentido de la vida
Jesús,
el Cristo, no es sólo un maestro de buenos modales. Su enseñanza nos abre el
sentido hondo de la vida que llevamos, incluso en la cotidianidad ordinaria. Es
la máxima sabiduría el saber encontrar ese sentido que enriquece todo el obrar.
Nos enseña una humildad constructiva. A partir del bautismo, el hombre, con
todas las riquezas que ha recibido de Dios en su ser de persona, se debe poner
al servicio de Dios y del prójimo para dar realidad al plan de Dios que busca
conducir a todo hombre a su plena realización. Si algo falta en ese plan, no es
carencia en Dios, sino en nosotros. Ser humildes nos invita a ser generosos en
el servicio de Dios, de la Iglesia, de todos los hermanos. Ya no nos debemos a
nosotros mismos para buscar egoístamente nuestro solo desarrollo; a partir de
nuestro bautismo nos debemos a Dios y nos debemos a los hermanos, para
servirlos con eficacia usando los dones con que Dios ha enriquecido nuestra
vida. Esa es la verdadera humildad cristiana. Así lo hizo el Señor Jesús. Así
lo hizo María, la Madre.
La
humildad como actitud servicial
Estamos
llamados a participar en el misterio de Cristo: su muerte y resurrección, su
humillación y exaltación. Vivir en la humildad es vivir este misterio en su
dimensión servicial. No se sirve a los demás, ni se colabora, si no hay
conciencia de humildad cristiana. La caridad que sirve por amor, sin
esclavitud, ni sujeción, se fundamenta en la humildad. Jesús que fue el Señor,
se hizo el servidor del Padre (servicio de obediencia y servicio de culto) y el
servidor total de! hombre (con su palabra, con su poder, con su vida, con su
Iglesia).
¿Qué
NOS PIDE HACER la Palabra?
Dios
se revela como suprema sabiduría al humilde que adora. El autosuficiente se
termina en sí mismo; el cínico no arraiga en tierra alguna. Dios mira y perdona
a los humildes; escoge a los humildes para confundir a los sabios y soberbios.
Cristo se vació de sí mismo y se despojó de su rango, siendo Dios. El Siervo de
Yahvé es el prototipo del humilde, del pobre vacío de sí mismo ante Dios. El
servidor en quien Dios se complace. Proclama bienaventurados a los humildes y
pobres. Exhorta a que se aprenda de El la humildad y la mansedumbre porque El
es «manso y humilde de corazón». Cristo se rebaja, se humilla hasta morir en
una cruz como un siervo. Como siervo,
sirve y lava los pies. Sentirse humillado, humillarse voluntariamente,
colocarse en el último lugar nos hará sentirnos realmente humildes.
Relación
con la Eucaristía
Como
en el caso de la comida en casa del fariseo Simón, o en casa de Marta y María,
o sobre todo, en la Última Cena con los discípulos, Jesús aprovecha la
conversación alrededor de la mesa para enseñar. ¿No nos dice algo, esto,
sobre el sentido de la Misa dominical? Cada domingo, Jesús se pone a la mesa
con nosotros y «observa cómo nos comportamos los invitados»... Escucharlo y
obedecerle es una de las cosas más gloriosas que podemos hacer nosotros, los
pobres y pequeños. Es fácil actualizar la liturgia de la Palabra de este
Domingo en función de la participación eucarística y de la incidencia en la
vida. - La Asamblea Dominical es en el pleno sentido, una «conversación en la
mesa». Más aún, el Sacrificio Eucarístico, ¿acaso no es, cada vez que lo
celebramos, una proclamación de aquel anonadamiento y de aquella glorificación
únicos y ejemplares de Jesús? Y los que estamos reunidos alrededor de la mesa,
¿no somos acaso los pobres invitados, instalados en la tierra fértil del
patrimonio de Dios? (cfr. Salmo responsorial). Jesús se hace siervo, siendo
Señor; esa actitud de servicio le lleva a la humillación más profunda que es la
clave de su exaltación. Cuando queremos ser exaltados de verdad, no hay más que
un camino, el de la humillación, así seremos verdaderamente humildes.
Celebramos la humillación hasta la muerte servicial, para ser humildes en el
servicio y construcción de la comunidad nueva. Sólo el sencillo puede ser el
auténtico sabio: «es humilde el sabio y soberbio el que se tiene por sabio»,
dice un refrán. Recordemos que Jesús en la Ultima Cena ocuparía el último
lugar, el de los siervos, y lavaría los pies a sus discípulos; recordemos,
sobre todo, que al día siguiente descendería mucho más al ser colgado en la
cruz entre dos ladrones y que, por eso mismo, fue exaltado a la diestra del
Padre. Evidentemente Jesús no quiere enseñarnos una astucia para ser honrados
públicamente entre los hombres. Jesús nos pide una humildad de corazón, lo
mismo que pide la conversión interior y no sólo exterior: «Para celebrar
dignamente estos sagrados Misterios, reconozcamos que somos pecadores»
Algunas
preguntas para pensar durante la semana:
1. ¿Cuáles son mis motivos
profundos en las cosas buenas que hago? 2. Aunque deseo legítimamente mejorar,
¿estoy contento con mi lugar en la vida? 3. ¿Vivimos la humildad como verdad?
¿Conocemos nuestros ¡imites y posibilidades?
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