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Emisora Vida Nueva

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Vida Nueva Cali - Reproductor

sábado, 30 de noviembre de 2019

DOMINGO 1 DE DICIEMBRE







VIENE EL HIJO DEL HOMBRE
Evangelio: san Mateo 24, 37-44: “Permanezcan en vela…”
Estamos terminado ya el año litúrgico. En su Liturgia, la Iglesia emprende hoy la celebración de los misterios de Jesucristo Salvador. El primer paso es el Adviento, tiempo de preparación para su venida. Pasos sucesivos nos irán llevando desde su nacimiento hasta su ascensión, pasando por su muerte y su resurrección. No estamos llamados a ser espectadores fríos de ese recorrido, como el turista que en una esquina ve pasar la procesión. Estamos llamados a asumir esos misterios en nuestra vida.
Darles realidad mediante una encarnación de ellos en el mundo y a dar testimonio de ellos ante el hombre de hoy. - La Navidad, celebración del nacimiento de Jesús el Señor, está próxima. Es un acontecimiento que pasó hace mucho tiempo pero que está siempre presente en la memoria de la Iglesia. El tiempo no retrocede sino que va hacia delante. El plan salvador de Dios camina con él. Por eso el Adviento no nos prepara propiamente para la primera venida de Jesús, sino para su segunda venida.- Atiende a tu interior... ¿Qué me dice el texto acerca del “cómo” vivo mi tiempo, mi vida? ¿Qué es relevante para mí, la ansiedad del “cuándo” o reposar en el “cómo vivir en esperanza”? ¿Qué descuido en éste mi tiempo? ¿En qué afecta a nuestra vida la insistente llamada a velar y estar preparados? ¿Cómo traducir en mi vida eso de que «viene el Hijo del hombre»?
Decisión cristiana
Hagamos muy nuestra esta invitación a entrar con decisión cristiana en el recorrido del gran misterio de Cristo. Se trata de vivir nuestra vida cristiana al ritmo de la vida y la misión del Señor a través de la liturgia. Iremos descubriendo que nuestro compromiso de fe tiene que ver con la construcción de un mundo de justicia, de santidad, de solidaridad.
Pero no olvidemos que estamos llamados también, y sobre todo, a encontrar el misterio de Dios en la vida “cara a cara” como decía san Pablo dándole una fuerza de realidad a ese acontecimiento.


Espera de una persona viva
Los cristianos centramos nuestra mirada en una Persona viva, presente ya, que se llama Cristo Jesús: Él es la respuesta de Dios a los deseos y las preguntas de la humanidad. No nos va a salvar la política o la economía o los adelantos de nuestra ciencia o nuestra técnica. Es Cristo quien da sentido a nuestra vida y la abre a sus verdaderos valores, no sólo los de este mundo. La venida de Jesús, que recordaremos de un modo entrañable en la próxima Navidad, no fue un hecho aislado y completo, sino la inauguración de un proceso histórico que está en marcha.
Precisamente porque vino, los cristianos seguimos esperando y trabajando activamente para que la obra que Jesús empezó llegue a su cumplimiento, y que su Buena Noticia alcance a todos los hombres, que penetre en nuestras vidas, la de cada uno de nosotros y la de toda la sociedad.
Mirar hacia adelante
Cuando leemos en este Adviento páginas optimistas del profeta sobre los tiempos mesiánicos, no deberíamos fácilmente tacharlas de utópicas o irrealizables. No son una descripción de lo ya conseguido, sino anuncio del proyecto de Dios, del programa que él nos ofrece y del que ha mostrado su inicio y eficacia en su enviado, Cristo Jesús. - Nos conviene mirar hacia delante con ilusión, con confianza. Tenemos derecho a soñar, como sigue soñando Dios con unos cielos nuevos y una tierra nueva. Dios no pierde la esperanza. Tampoco nosotros la deberíamos perder. El Adviento es una invitación a la utopía. A buscar nuevas fronteras.
En tiempo de Noé la gente comía, bebía, se casaba, se dedicaba a sus ocupaciones. Y no anduvieron muy despiertos para ver lo que venía. Pablo nos habla de algunas cosas que nos impiden ver que ya amanece el día: comilonas, borracheras, lujuria y desenfreno, y también riñas y pendencias. - El Adviento no nos puede dejar indiferentes. Nos hace mirar con atención a nuestro Dios, que es siempre Dios-con-nosotros. Esa mirada y esa convicción nos hacen vivir con confianza y alegría interior.
Ejemplo de María
Adviento es esperanza, mirada abierta hacia un futuro que Dios nos propone. En este mes vamos a encontrar una fuerte experiencia de la presencia de María en la vida de la Iglesia y en nuestra propia vida. María que lleva en su seno al Hijo de Dios nos enseña a esperar la venida del Señor. Nadie como ella vivió esa experiencia humilde y silenciosamente. Su ejemplo nos dice que Dios sigue haciendo confianza al hombre para entregarle a su Hijo para la realización de la misión salvadora. Hace su proyecto en nosotros  pero no sin nosotros. Quiere que le presentemos nuestra condición de hombres para a través de ella realizar su misión salvadora. Por nuestra acción damos visibilidad a ese amor comprometido de Dios en el tiempo que nos toca vivir.
Propongámonos, en el Adviento, tener gestos de reconciliación con nuestros hermanos y de austeridad en nuestra vida personal y familiar. En lugar de consumismo con miras a la Navidad, seamos solidarios con los damnificados por el invierno o por otros contratiempos.... Así nos estaremos preparando para el encuentro vivo con Jesucristo.
¡Comencemos a formar durante el Adviento un fondo personal destinado a hacer agradable la Navidad a una familia pobre!

jueves, 28 de noviembre de 2019

JUEVES 28 DE NOVIEMBRE





Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Jueves XXXIV del tiempo ordinario
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Lc 21,20-28): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Cuando veáis a Jerusalén cercada por ejércitos, sabed entonces que se acerca su desolación. Entonces, los que estén en Judea, huyan a los montes; y los que estén en medio de la ciudad, que se alejen; y los que estén en los campos, que no entren en ella; porque éstos son días de venganza, y se cumplirá todo cuanto está escrito.

»¡Ay de las que estén encinta o criando en aquellos días! Habrá, en efecto, una gran calamidad sobre la tierra, y cólera contra este pueblo; y caerán a filo de espada, y serán llevados cautivos a todas las naciones, y Jerusalén será pisoteada por los gentiles, hasta que se cumpla el tiempo de los gentiles. Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y de las olas, muriéndose los hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo; porque las fuerzas de los cielos serán sacudidas. Y entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria. Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación».
Comentario:Fray Lluc TORCAL Monje del Monasterio de Sta. Mª de Poblet (Santa Maria de Poblet, Tarragona, España)
«Cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación»
Hoy al leer este santo Evangelio, ¿cómo no ver reflejado el momento presente, cada vez más lleno de amenazas y más teñido de sangre? «En la tierra, angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y de las olas, muriéndose los hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo» (Lc 21,25b-26a). Muchas veces, se ha representado la segunda venida del Señor con las imágenes más terroríficas posibles, como parece ser en este Evangelio, siempre bajo el signo del miedo.

Sin embargo, ¿es éste el mensaje que hoy nos dirige el Evangelio? Fijémonos en las últimas palabras: «Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación» (Lc 21,28). El núcleo del mensaje de estos últimos días del año litúrgico no es el miedo, sino la esperanza de la futura liberación, es decir, la esperanza completamente cristiana de alcanzar la plenitud de vida con el Señor, en la que participarán también nuestro cuerpo y el mundo que nos rodea. Los acontecimientos que se nos narran tan dramáticamente quieren indicar de modo simbólico la participación de toda la creación en la segunda venida del Señor, como ya participaron en la primera venida, especialmente en el momento de su pasión, cuando se oscureció el cielo y tembló la tierra. La dimensión cósmica no quedará abandonada al final de los tiempos, ya que es una dimensión que acompaña al hombre desde que entró en el Paraíso.

La esperanza del cristiano no es engañosa, porque cuando empiecen a suceder estas cosas —nos dice el Señor mismo— «entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria» (Lc 21,27). No vivamos angustiados ante la segunda venida del Señor, su Parusía: meditemos, mejor, las profundas palabras de san Agustín que, ya en su época, al ver a los cristianos atemorizados ante el retorno del Señor, se pregunta: «¿Cómo puede la Esposa tener miedo de su Esposo?».

miércoles, 27 de noviembre de 2019

miercoles 27 de noviembre




Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Miércoles XXXIV del tiempo ordinario
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Lc 21,12-19): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y cárceles y llevándoos ante reyes y gobernadores por mi nombre; esto os sucederá para que deis testimonio. Proponed, pues, en vuestro corazón no preparar la defensa, porque yo os daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios. Seréis entregados por padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros, y seréis odiados de todos por causa de mi nombre. Pero no perecerá ni un cabello de vuestra cabeza. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».
Comentario:Rvdo. D. Manuel COCIÑA Abella (Madrid, España)
«Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas»
Hoy ponemos atención en esta sentencia breve e incisiva de nuestro Señor, que se clava en el alma, y al herirla nos hace pensar: ¿por qué es tan importante la perseverancia?; ¿por qué Jesús hace depender la salvación del ejercicio de esta virtud?

Porque no es el discípulo más que el Maestro —«seréis odiados de todos por causa de mi nombre» (Lc 21,17)—, y si el Señor fue signo de contradicción, necesariamente lo seremos sus discípulos. El Reino de Dios lo arrebatarán los que se hacen violencia, los que luchan contra los enemigos del alma, los que pelean con bravura esa “bellísima guerra de paz y de amor”, como le gustaba decir a san Josemaría Escrivá, en que consiste la vida cristiana. No hay rosas sin espinas, y no es el camino hacia el Cielo un sendero sin dificultades. De ahí que sin la virtud cardinal de la fortaleza nuestras buenas intenciones terminarían siendo estériles. Y la perseverancia forma parte de la fortaleza. Nos empuja, en concreto, a tener las fuerzas suficientes para sobrellevar con alegría las contradicciones.

La perseverancia en grado sumo se da en la cruz. Por eso la perseverancia confiere libertad al otorgar la posesión de sí mismo mediante el amor. La promesa de Cristo es indefectible: «Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas» (Lc 21,19), y esto es así porque lo que nos salva es la Cruz. Es la fuerza del amor lo que nos da a cada uno la paciente y gozosa aceptación de la Voluntad de Dios, cuando ésta —como sucede en la Cruz— contraría en un primer momento a nuestra pobre voluntad humana.

Sólo en un primer momento, porque después se libera la desbordante energía de la perseverancia que nos lleva a comprender la difícil ciencia de la cruz. Por eso, la perseverancia engendra paciencia, que va mucho más allá de la simple resignación. Más aún, nada tiene que ver con actitudes estoicas. La paciencia contribuye decisivamente a entender que la Cruz, mucho antes que dolor, es esencialmente amor.

Quien entendió mejor que nadie esta verdad salvadora, nuestra Madre del Cielo, nos ayudará también a nosotros a comprenderla.

martes, 26 de noviembre de 2019

MARTES 26 DE NOVIEMBRE




Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Martes XXXIV del tiempo ordinario
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Lc 21,5-11): En aquel tiempo, como dijeran algunos acerca del Templo que estaba adornado de bellas piedras y ofrendas votivas, Jesús dijo: «Esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida».

Le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo sucederá eso? Y ¿cuál será la señal de que todas estas cosas están para ocurrir?». Él dijo: «Estad alerta, no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: ‘Yo soy’ y ‘el tiempo está cerca’. No les sigáis. Cuando oigáis hablar de guerras y revoluciones, no os aterréis; porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin no es inmediato». Entonces les dijo: «Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos lugares, habrá cosas espantosas, y grandes señales del cielo».
Comentario:+ Rev. D. Antoni ORIOL i Tataret (Vic, Barcelona, España)
«No quedará piedra sobre piedra»
Hoy escuchamos asombrados la severa advertencia del Señor: «Esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida» (Lc 21,6). Estas palabras de Jesús se sitúan en las antípodas de una así denominada “cultura del progreso indefinido de la humanidad” o, si se prefiere, de unos cuantos cabecillas tecnocientíficos y políticomilitares de la especie humana, en imparable evolución.

¿Desde dónde? ¿Hasta dónde? Esto nadie lo sabe ni lo puede saber, a excepción, en último término, de una supuesta materia eterna que niega a Dios usurpándole los atributos. ¡Cómo intentan hacernos comulgar con ruedas de molino los que rechazan comulgar con la finitud y precariedad que son propias de la condición humana!

Nosotros, discípulos del Hijo de Dios hecho hombre, de Jesús, escuchamos sus palabras y, haciéndolas muy nuestras, las meditamos. He aquí que nos dice: «Estad alerta, no os dejéis engañar» (Lc 21,8). Nos lo dice Aquel que ha venido a dar testimonio de la verdad, afirmando que aquellos que son de la verdad escuchan su voz.

Y he aquí también que nos asevera: «El fin no es inmediato» (Lc 21,9). Lo cual quiere decir, por un lado, que disponemos de un tiempo de salvación y que nos conviene aprovecharlo; y, por otro, que, en cualquier caso, vendrá el fin. Sí, Jesús, vendrá «a juzgar a los vivos y a los muertos», tal como profesamos en el Credo.

Lectores de Contemplar el Evangelio de hoy, queridos hermanos y amigos: unos versículos más adelante del fragmento que ahora comento, Jesús nos estimula y consuela con estas otras palabras que, en su nombre, os repito: «Con vuestra perseverancia salvaréis vuestra vida» (Lc 21,19).

Nosotros, dándole cordial resonancia, con la energía de un himno cristiano de Cataluña, nos exhortamos los unos a los otros: «¡Perseveremos, que con la mano ya tocamos la cima!».

lunes, 25 de noviembre de 2019

LUNES 25 DE NOVIEMBRE




Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Lunes XXXIV del tiempo ordinario
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Lc 21,1-4): En aquel tiempo, alzando la mirada, Jesús vio a unos ricos que echaban sus donativos en el arca del Tesoro; vio también a una viuda pobre que echaba allí dos moneditas, y dijo: «De verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más que todos. Porque todos éstos han echado como donativo de lo que les sobraba, ésta en cambio ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto tenía para vivir».
Comentario:Rev. D. Àngel Eugeni PÉREZ i Sánchez (Barcelona, España)
«Ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto tenía para vivir»
Hoy, como casi siempre, las cosas pequeñas pasan desapercibidas: limosnas pequeñas, sacrificios pequeños, oraciones pequeñas (jaculatorias); pero lo que aparece como pequeño y sin importancia muchas veces constituye la urdimbre y también el acabado de las obras maestras: tanto de las grandes obras de arte como de la obra máxima de la santidad personal.

Por el hecho de pasar desapercibidas esas cosas pequeñas, su rectitud de intención está garantizada: no buscamos con ellas el reconocimiento de los demás ni la gloria humana. Sólo Dios las descubrirá en nuestro corazón, como sólo Jesús se percató de la generosidad de la viuda. Es más que seguro que la pobre mujer no hizo anunciar su gesto con un toque de trompetas, y hasta es posible que pasara bastante vergüenza y se sintiera ridícula ante la mirada de los ricos, que echaban grandes donativos en el cepillo del templo y hacían alarde de ello. Sin embargo, su generosidad, que le llevó a sacar fuerzas de flaqueza en medio de su indigencia, mereció el elogio del Señor, que ve el corazón de las personas: «De verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más que todos. Porque todos éstos han echado como donativo de lo que les sobraba, ésta en cambio ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto tenía para vivir» (Lc 21,3-4).

La generosidad de la viuda pobre es una buena lección para nosotros, los discípulos de Cristo. Podemos dar muchas cosas, como los ricos «que echaban sus donativos en el arca del Tesoro» (Lc 21,1), pero nada de eso tendrá valor si solamente damos “de lo que nos sobra”, sin amor y sin espíritu de generosidad, sin ofrecernos a nosotros mismos. Dice san Agustín: «Ellos ponían sus miradas en las grandes ofrendas de los ricos, alabándolos por ello. Aunque luego vieron a la viuda, ¿cuántos vieron aquellas dos monedas?... Ella echó todo lo que poseía. Mucho tenía, pues tenía a Dios en su corazón. Es más tener a Dios en el alma que oro en el arca». Bien cierto: si somos generosos con Dios, Él lo será más con nosotros.

sábado, 23 de noviembre de 2019

DOMINGO 24 DE NOVIEMBRE





VIDA NUEVA
FIESTA DE CRISTO REY
San Lucas 23, 35-43: “Señor, cuando llegues a tu Reino, acuérdate de mí”  
Este domingo recordamos una fiesta muy querida para la Iglesia: “Cristo Rey”. Es una fiesta que cierra el año litúrgico pero que también nos enseña el verdadero sentido del tiempo y de la naturaleza: pertenecen a Dios y están destinados a dar gloria a Dios. No en el sentido egoísta como si Dios necesitara que hubiera millones de personas alabándolo para sentirse feliz, sino en el sentido de la más grande generosidad que nos descubre cómo la felicidad del hombre es la mayor gloria de Dios. Y cuando el hombre logra encontrarse con Dios en su corazón, cuando busca vivir como imagen y semejanza suya, cuando se torna creador y generador de vida y de belleza, el hombre encuentra su más grande realización. Pero cuando se ataca frontalmente a Dios con el pretexto de respetar la dignidad de la persona, se desequilibra de tal forma que todo pierde su sentido y termina en un caos volviéndose contra el mismo hombre. Nuestra sociedad podrá organizarse sin Dios, pero siempre tendrá un enorme hueco en su corazón que buscará llenarlo con poder, con riqueza o con placeres, como lo hemos estado viendo y sufriendo en los últimos años. Claro que cuando se utiliza la imagen de Dios para los fines perversos del hombre, se termina por destruir la sociedad y a las personas. Hoy, más que nunca, nos urge volver nuestra mirada a este Cristo y reconocerlo como nuestro rey, pero descubriendo las sólidas bases de su reino. El reino de Jesús es muy distinto a como lo hubieran podido imaginar los hombres, muy lejano a la ambición de poder de unos cuantos. Jesús viene a ofrecer un reino de vida. Su propuesta es la participación de una vida plena de todos los pueblos y todas las gentes como hijos de Dios. Es hacer realidad el proyecto del Padre. Sin embargo, no utiliza ni el poder ni el dinero ni la fuerza para implantar su Reino: su única arma es el amor, un amor pleno, un amor total. Por eso en este día se nos invita a contemplarlo tal y como nos lo presenta San Lucas: clavado en la cruz, con un letrero que da fe de su sentencia y con las autoridades, los soldados y un ladrón burlándose de su reinado e invitándolo a manifestar su poderío. ¿Un rey fracasado? Podría parecer a los ojos del mundo y así lo consideran todos los que están a su alrededor, aún sus discípulos. La paradoja de un rey clavado en la cruz, nos recuerda lo que Jesús había dicho a Pilatos: “Mi Reino no es de este mundo” Y no se refiere a que su reino esté en un plano espiritualista, sino muy real y concreto como nos lo demuestra con toda su vida, con sus parábolas sobre el Reino, y su atención a los que más sufren y su compromiso con los humildes y despreciados. Su Reino no es al estilo del mundo donde la fuerza y el poder dominan, su reino tiene mucho que ver con el amor, con la entrega y con el servicio. Cuando lo quisieron nombrar “rey”, en otro sentido, tuvo que salir huyendo ya que Él no había venido para ser servido sino para servir.
Al decirnos hoy nosotros discípulos de Jesús y proclamarlo como Rey, adquirimos un verdadero compromiso de luchar por sus mismos ideales y con su mismo estilo. No podemos estar de acuerdo con toda la cadena de violencia que se ha desatado. No admitimos como cristianas, ni siquiera como humanas, las crueles violencias, injusticias y masacres que padecemos en el mundo. Elevamos nuestra enérgica protesta. Pero también nos examinamos y tratamos de descubrir que está fallando en esta sociedad. Se requiere un nuevo modo de educación para el amor, para la responsabilidad y para la aceptación del Evangelio y esto sólo lo podemos encontrar en el ejemplo de Jesús. Los reinos del poder, de la fuerza y de la mentira, sólo caerán si construimos un reino de verdad, de justicia y de vida. Necesitamos acercarnos a este Rey y aprender de Él su entrega y la forma en que construye su reino. Debemos buscar vida para todos y dejarnos de egoísmos e individualismos. En este mundo que considera con frecuencia a Dios como algo superfluo o extraño, confesamos con Pedro que sólo Jesús tiene “palabras de vida eterna”. Si queremos recobrar el verdadero sentido del hombre no tendremos otra prioridad que abrir de nuevo al hombre de hoy el acceso a Dios, al Dios que habla y nos comunica su amor para que tengamos vida abundante, al Dios que se hace carne y presencia en Jesús, nuestro Rey. El compromiso por la justicia, la reconciliación y la paz encuentran su última raíz y su cumplimiento en el amor que Cristo nos ha revelado. Todos los creyentes debemos traducir nuestro homenaje a Cristo Rey en un compromiso serio por la construcción de su reino, por el amor a los pobres y la lucha por la verdadera justicia. - ¿Cómo es nuestro homenaje a Cristo Rey? Fiesta de Cristo rey, fiesta para examinar nuestras actitudes frente a Cristo y frente a los hermanos; fiesta para “entronizar” en la familia a este Rey de Amor; fiesta para convertirnos en sus fieles seguidores, llenos de esperanza, y constructores incansables de un Reino diferente. - Padre Bueno y Misericordioso, que quisiste fundar todas las cosas en tu Hijo muy amado, Rey del universo, haz que toda criatura, liberada de toda esclavitud, sirva a tu majestad y te alabe eternamente. Amén.


viernes, 22 de noviembre de 2019

VIERNES 22 DE NOVIEMBRE




Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Viernes XXXIII del tiempo ordinario
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Lc 19,45-48): En aquel tiempo, entrando Jesús en el Templo, comenzó a echar fuera a los que vendían, diciéndoles: «Está escrito: ‘Mi casa será casa de oración’. ¡Pero vosotros la habéis hecho una cueva de bandidos!». Enseñaba todos los días en el Templo. Por su parte, los sumos sacerdotes, los escribas y también los notables del pueblo buscaban matarle, pero no encontraban qué podrían hacer, porque todo el pueblo le oía pendiente de sus labios.
Comentario:P. Josep LAPLANA OSB Monje de Montserrat (Montserrat, Barcelona, España)
«Mi casa será casa de oración»
Hoy, el gesto de Jesús es profético. A la manera de los antiguos profetas, realiza una acción simbólica, plena de significación de cara al futuro. Al expulsar del templo a los mercaderes que vendían las víctimas destinadas a servir de ofrenda y al evocar que «la casa de Dios será casa de oración» (Is 56,7), Jesús anunciaba la nueva situación que Él venía a inaugurar, en la que los sacrificios de animales ya no tenían cabida. San Juan definirá la nueva relación cultual como una «adoración al Padre en espíritu y en verdad» (Jn 4,24). La figura debe dejar paso a la realidad. Santo Tomás de Aquino decía poéticamente: «Et antiquum documentum / novo cedat ritui» («Que el Testamento Antiguo deje paso al Rito Nuevo»).

El Rito Nuevo es la palabra de Jesús. Por eso, san Lucas ha unido a la escena de la purificación del templo la presentación de Jesús predicando en él cada día. El culto nuevo se centra en la oración y en la escucha de la Palabra de Dios. Pero, en realidad, el centro del centro de la institución cristiana es la misma persona viva de Jesús, con su carne entregada y su sangre derramada en la cruz y dadas en la Eucaristía. También santo Tomás lo remarca bellamente: «Recumbens cum fratribus (…) se dat suis manibus» («Sentado en la mesa con los hermanos (…) se da a sí mismo con sus propias manos»).

En el Nuevo Testamento inaugurado por Jesús ya no son necesarios los bueyes ni los vendedores de corderos. Lo mismo que «todo el pueblo le oía pendiente de sus labios» (Lc 19,48), nosotros no hemos de ir al templo a inmolar víctimas, sino a recibir a Jesús, el auténtico cordero inmolado por nosotros de una vez para siempre (cf. He 7,27), y a unir nuestra vida a la suya.

miércoles, 20 de noviembre de 2019

MIERCOLES 20 DE NOVIEMBRE



Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Miércoles XXXIII del tiempo ordinario
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Lc 19,11-28): En aquel tiempo, Jesús estaba cerca de Jerusalén y añadió una parábola, pues los que le acompañaban creían que el Reino de Dios aparecería de un momento a otro. Dijo pues: «Un hombre noble marchó a un país lejano, para recibir la investidura real y volverse. Habiendo llamado a diez siervos suyos, les dio diez minas y les dijo: ‘Negociad hasta que vuelva’. Pero sus ciudadanos le odiaban y enviaron detrás de él una embajada que dijese: ‘No queremos que ése reine sobre nosotros’.

»Y sucedió que, cuando regresó, después de recibir la investidura real, mandó llamar a aquellos siervos suyos, a los que había dado el dinero, para saber lo que había ganado cada uno. Se presentó el primero y dijo: ‘Señor, tu mina ha producido diez minas’. Le respondió: ‘¡Muy bien, siervo bueno!; ya que has sido fiel en lo mínimo, toma el gobierno de diez ciudades’. Vino el segundo y dijo: ‘Tu mina, Señor, ha producido cinco minas’. Dijo a éste: ‘Ponte tú también al mando de cinco ciudades’. Vino el otro y dijo: ‘Señor, aquí tienes tu mina, que he tenido guardada en un lienzo; pues tenía miedo de ti, que eres un hombre severo; que tomas lo que no pusiste, y cosechas lo que no sembraste’. Dícele: ‘Por tu propia boca te juzgo, siervo malo; sabías que yo soy un hombre severo, que tomo lo que no puse y cosecho lo que no sembré; pues, ¿por qué no colocaste mi dinero en el banco? Y así, al volver yo, lo habría cobrado con los intereses’.

»Y dijo a los presentes: ‘Quitadle la mina y dádsela al que tiene las diez minas’. Dijéronle: ‘Señor, tiene ya diez minas’. ‘Os digo que a todo el que tiene, se le dará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Y aquellos enemigos míos, los que no quisieron que yo reinara sobre ellos, traedlos aquí y matadlos delante de mí’».

Y habiendo dicho esto, marchaba por delante subiendo a Jerusalén.
Comentario:P. Pere SUÑER i Puig SJ (Barcelona, España)
«Negociad hasta que vuelva»
Hoy, el Evangelio nos propone la parábola de las minas: una cantidad de dinero que aquel noble repartió entre sus siervos, antes de marchar de viaje. Primero, fijémonos en la ocasión que provoca la parábola de Jesús. Él iba “subiendo” a Jerusalén, donde le esperaba la pasión y la consiguiente resurrección. Los discípulos «creían que el Reino de Dios aparecería de un momento a otro» (Lc 19,11). Es en estas circunstancias cuando Jesús propone esta parábola. Con ella, Jesús nos enseña que hemos de hacer rendir los dones y cualidades que Él nos ha dado, mejor dicho, que nos ha dejado a cada uno. No son “nuestros” de manera que podamos hacer con ellos lo que queramos. Él nos los ha dejado para que los hagamos rendir. Quienes han hecho rendir las minas —más o menos— son alabados y premiados por su Señor. Es el siervo perezoso, que guardó el dinero en un pañuelo sin hacerlo rendir, el que es reprendido y condenado.

El cristiano, pues, ha de esperar —¡claro está!— el regreso de su Señor, Jesús. Pero con dos condiciones, si se quiere que el encuentro sea amistoso. La primera es que aleje la curiosidad malsana de querer saber la hora de la solemne y victoriosa vuelta del Señor. Vendrá, dice en otro lugar, cuando menos lo pensemos. ¡Fuera, por tanto, especulaciones sobre esto! Esperamos con esperanza, pero en una espera confiada sin malsana curiosidad. La segunda es que no perdamos el tiempo. La espera del encuentro y del final gozoso no puede ser excusa para no tomarnos en serio el momento presente. Precisamente, porque la alegría y el gozo del encuentro final será tanto mejor cuanto mayor sea la aportación que cada uno haya hecho por la causa del reino en la vida presente.

No falta, tampoco aquí, la grave advertencia de Jesús a los que se rebelan contra Él: «Aquellos enemigos míos, los que no quisieron que yo reinara sobre ellos, traedlos aquí y matadlos delante de mí» (Lc 19,27).

martes, 19 de noviembre de 2019

MARTES 19 DE NOVIEMBRE




Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Martes XXXIII del tiempo ordinario
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Lc 19,1-10): En aquel tiempo, habiendo entrado Jesús en Jericó, atravesaba la ciudad. Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos, y rico. Trataba de ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la gente, porque era de pequeña estatura. Se adelantó corriendo y se subió a un sicómoro para verle, pues iba a pasar por allí. Y cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando la vista, le dijo: «Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa». Se apresuró a bajar y le recibió con alegría.

Al verlo, todos murmuraban diciendo: «Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador». Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: «Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo». Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abraham, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido».
Comentario:Rev. D. Enric RIBAS i Baciana (Barcelona, España)
«El Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido»
Hoy, Zaqueo soy yo. Este personaje era rico y jefe de publicanos; yo tengo más de lo que necesito y quizás muchas veces actúo como un publicano y me olvido de Cristo. Jesús, entre la multitud, busca a Zaqueo; hoy, en medio de este mundo, me busca a mí precisamente: «Baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa» (Lc 19,5).

Zaqueo desea ver a Jesús; no lo conseguirá si no se esfuerza y sube al árbol. ¡Quisiera yo ver tantas veces la acción de Dios!, pero no sé si verdaderamente estoy dispuesto a hacer el ridículo obrando como Zaqueo. La disposición del jefe de publicanos de Jericó es necesaria para que Jesús pueda actuar; y, si no se apremia, quizás pierda la única oportunidad de ser tocado por Dios y, así, ser salvado. Quizás yo he tenido muchas ocasiones de encontrarme con Jesús y quizás ya va siendo hora de ser valiente, de salir de casa, de encontrarme con Él y de invitarle a entrar en mi interior, para que Él pueda decir también de mí: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abraham, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lc 19,9-10).

Zaqueo deja entrar a Jesús en su casa y en su corazón, aunque no se sienta muy digno de tal visita. En él, la conversión es total: empieza con la renuncia a la ambición de riquezas, continúa con el propósito de compartir sus bienes y acaba con la resolución de hacer justicia, corrigiendo los pecados que ha cometido. Quizás Jesús me está pidiendo algo similar desde hace tiempo, pero yo no quiero escucharle y hago oídos sordos; necesito convertirme.

Decía san Máximo: «Nada hay más querido y agradable a Dios como que los hombres se conviertan a Él con un arrepentimiento sincero». Que Él me ayude hoy a hacerlo realidad.

lunes, 18 de noviembre de 2019

LUNES 18 DE NOVIEMBRE






 
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Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Lunes XXXIII del tiempo ordinario
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Lc 18,35-43): En aquel tiempo, sucedió que, al acercarse Jesús a Jericó, estaba un ciego sentado junto al camino pidiendo limosna; al oír que pasaba gente, preguntó qué era aquello. Le informaron que pasaba Jesús el Nazareno y empezó a gritar, diciendo: «¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!». Los que iban delante le increpaban para que se callara, pero él gritaba mucho más: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!». Jesús se detuvo, y mandó que se lo trajeran y, cuando se hubo acercado, le preguntó: «¿Qué quieres que te haga?». Él dijo: «¡Señor, que vea!». Jesús le dijo: «Ve. Tu fe te ha salvado». Y al instante recobró la vista, y le seguía glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al verlo, alabó a Dios.
Comentario:Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
«Tu fe te ha salvado»
Hoy, el ciego Bartimeo (cf. Mc 10,46) nos provee toda una lección de fe, manifestada con franca sencillez ante Cristo. ¡Cuántas veces nos iría bien repetir la misma exclamación de Bartimeo!: «¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!» (Lc 18,37). ¡Es tan provechoso para nuestra alma sentirnos indigentes! El hecho es que lo somos y que, desgraciadamente, pocas veces lo reconocemos de verdad. Y..., claro está: hacemos el ridículo. Así nos lo advierte san Pablo: «¿Qué tienes que no lo hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?» (1Cor 4,7).

A Bartimeo no le da vergüenza sentirse así. En no pocas ocasiones, la sociedad, la cultura de lo que es “políticamente correcto”, querrán hacernos callar: con Bartimeo no lo consiguieron. Él no se “arrugó”. A pesar de que «le increpaban para que se callara, (...) él gritaba mucho más: ‘¡Hijo de David, ten compasión de mí!’» (Lc 18,39). ¡Qué maravilla! Da ganas de decir: —Gracias, Bartimeo, por este ejemplo.

Y vale la pena hacerlo como él, porque Jesús escucha. ¡Y escucha siempre!, por más jaleo que algunos organicen a nuestro alrededor. La confianza sencilla —sin miramientos— de Bartimeo desarma a Jesús y le roba el corazón: «Mandó que se lo trajeran y (...) le preguntó: «¿Qué quieres que te haga?» (Lc 18,40-41). Delante de tanta fe, ¡Jesús no se anda con rodeos! Y... Bartimeo tampoco: «¡Señor, que vea!» (Lc 18,41). Dicho y hecho: «Ve. Tu fe te ha salvado» (Lc 18,42). Resulta que «la fe, si es fuerte, defiende toda la casa» (San Ambrosio), es decir, lo puede todo.

Él lo es todo; Él nos lo da todo. Entonces, ¿qué otra cosa podemos hacer ante Él, sino darle una respuesta de fe? Y esta “respuesta de fe” equivale a “dejarse encontrar” por este Dios que —movido por su afecto de Padre— nos busca desde siempre. Dios no se nos impone, pero pasa frecuentemente muy cerca de nosotros: aprendamos la lección de Bartimeo y... ¡no lo dejemos pasar de largo!

sábado, 16 de noviembre de 2019

DOMINGO 17 DE NOVIEMBRE





VIDA NUEVA
La Iglesia: Jesús prolongado hasta el fin de los tiempos
Evangelio: Lucas 21, 5-18: «Con su perseverancia salvarán sus almas»
Como llevados de la mano por la sagrada Liturgia, recorremos a lo largo del año, los misterios salvadores del Señor Jesús. No se trata del mero recuerdo de algunos acontecimientos ya idos en el tiempo. La Liturgia nos los hace celebrar como presentes en nuestro tiempo “para que, como dice el concilio Vaticano II, los fieles puedan ponerse en contacto con ellos y llenarse de la gracia de la salvación”. Hemos celebrado la vida de Jesús desde su Nacimiento hasta su Ascensión, pasando por su muerte y su Resurrección.
Nos anunció su regreso, y la Iglesia está siempre en esa espera. Cercana o lejana no importa. Lo seguro para nosotros es nuestro encuentro final con el Señor, a quien no hemos visto pero en quien creemos y a quien amamos. La Biblia es un el libro que encierra la Revelación Divina, y termina con la puerta abierta hacia el futuro con un gran clamor: «Vengo pronto. Amén. Ven, Señor Jesús». (Apocalipsis)
Estamos en el penúltimo Domingo del tiempo ordinario. Dos semanas más, y de nuevo empezaremos el Adviento y un nuevo ciclo de lecturas. Como en el Domingo anterior, también en éste domina el tono escatológico (es decir, la referencia al final de los tiempos)..
La Iglesia que peregrina hacia la Pascua:
Una Iglesia que no pone la confianza en el templo de Jerusalén, porque está centrada en la fe en Jesucristo, salvador de todos los hombres. Pero que sabe que su historia ha comenzado en Jerusalén, cerca del Templo, donde Jesucristo entró (presentación de Jesús, cántico de Simeón) para purificarlo, y para anunciar que aquello que el Templo significaba ya es realidad en su persona, de tal modo que donde El está, allí se encuentra el verdadero templo de Dios (cfr. conversión de Zaqueo). - Una Iglesia situada en la historia de los hombres, compartiendo con ellos las alegrías y las esperanzas, las angustias y los problemas, pero capaz de leer, guiada por el Espíritu de Jesús, los «signos de los tiempos» a la luz del Evangelio.-Una Iglesia no catastrofista ni ilusa, capaz de ver más allá de las cosas que suceden -aunque sean terribles- porque tiene en sí misma el Don del Espíritu que la fortalece y es para ella fuente de esperanza, a pesar de todo. Una Iglesia que alimenta todo esto en la plegaria. Una Iglesia que tiene que luchar constantemente en el ejercicio de su misión, pero que no desfallece. Una Iglesia que recuerda las repetidas exhortaciones del Señor: la cruz de cada día, la puerta estrecha, el último puesto, el seguimiento de Jesús sin ninguna seguridad humana... Una Iglesia enviada al mundo para anunciar la paz del Reino de Dios y conducir a todos los pueblos hacia la nueva Jerusalén; pero, al mismo tiempo, "signo de contradicción". - Vivimos hoy esa historia en medio a veces de oscuridades y zozobras. No faltan voces que nos dicen que todo va a terminar pronto. Se atreven incluso algunos a fijar fecha y hora. No prestemos atención a esas voces. El compromiso cristiano que nos toca hoy es el de construir el mundo que nos fue entregado para el servicio del hombre. Lo hacemos a través de nuestros compromisos de trabajo, de solidaridad, de construcción de la paz como el bienestar que Dios ha querido para todos. - Hoy debemos subrayar con fuerza el carácter escatológico de la Iglesia, siguiendo el magnífico desarrollo del n. 48 de la Constitución conciliar sobre la Iglesia, la «Lumen Gentium»: - «La Iglesia, a la que todos hemos sido llamados en Cristo Jesús y en la cual, por la gracia de Dios, conseguimos la santidad, no será llevada a su plena perfección, sino cuando llegue al tiempo de la restauración de todas las cosas... Y hasta que lleguen los cielos nuevos y la nueva tierra, en los que tendrá su morada la justicia, la Iglesia peregrinante -en sus sacramentos e instituciones, que pertenecen a este tiempo- lleva consigo la imagen de este mundo que pasa. Ella misma vive entre las criaturas, que gimen entre dolores de parto hasta el presente, en espera de la manifestación de los hijos de Dios»
Relación con la Eucaristía: La reunión eucarística es un preludio de la asamblea final en la Jerusalén Celestial: hay amor fraternal en Cristo que nos hace hijos de Dios y por tanto herederos de la plenitud. La celebración de la Eucaristía es la fuente y el culmen de toda la vida de la Iglesia.




viernes, 15 de noviembre de 2019

VIERNES 15 DE NOVIEMBRE




Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Viernes XXXII del tiempo ordinario
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Lc 17,26-37): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Como sucedió en los días de Noé, así será también en los días del Hijo del hombre. Comían, bebían, tomaban mujer o marido, hasta el día en que entró Noé en el arca; vino el diluvio y los hizo perecer a todos. Lo mismo, como sucedió en los días de Lot: comían, bebían, compraban, vendían, plantaban, construían; pero el día que salió Lot de Sodoma, Dios hizo llover fuego y azufre del cielo y los hizo perecer a todos. Lo mismo sucederá el Día en que el Hijo del hombre se manifieste.

»Aquel día, el que esté en el terrado y tenga sus enseres en casa, no baje a recogerlos; y de igual modo, el que esté en el campo, no se vuelva atrás. Acordaos de la mujer de Lot. Quien intente guardar su vida, la perderá; y quien la pierda, la conservará. Yo os lo digo: aquella noche estarán dos en un mismo lecho: uno será tomado y el otro dejado; habrá dos mujeres moliendo juntas: una será tomada y la otra dejada». Y le dijeron: «¿Dónde, Señor?». Él les respondió: «Donde esté el cuerpo, allí también se reunirán los buitres».
Comentario:Fr. Austin NORRIS (Mumbai, India)
«Comían, bebían, compraban, vendían, plantaban, construían»
Hoy, en el texto del Evangelio son remarcados el final de los tiempos y la incerteza de la vida, no tanto para atemorizarnos, cuanto para tenernos bien precavidos y atentos, preparados para el encuentro con nuestro Creador. La dimensión sacrificial presente en el Evangelio se manifiesta en su Señor y Salvador Jesucristo liderándonos con su ejemplo, en vista a estar siempre preparados para buscar y cumplir la Voluntad de Dios. La vigilancia constante y la preparación son el sello del discípulo vibrante. No podemos asemejarnos a la gente que «comían, bebían, compraban, vendían, plantaban, construían» (Lc 17,28). Nosotros, discípulos, debemos estar preparados y vigilantes, no fuera que termináramos por ser arrastrados hacia un letargo espiritual esclavo de la obsesión —transmitida de una generación a la siguiente— por el progreso en la vida presente, pensando que —después de todo— Jesús no regresará.

El secularismo ha echado raíces profundas en nuestra sociedad. La embestida de la innovación y la rápida disponibilidad de cosas y servicios personales nos hace sentir autosuficientes y nos despoja de la presencia de Dios en nuestras vidas. Sólo cuando una tragedia nos golpea despertamos de nuestro sueño para ver a Dios en medio de nuestro “valle de lágrimas”... Incluso debiéramos estar agradecidos por esos momentos trágicos, porque seguramente sirven para robustecer nuestra fe.

En tiempos recientes, los ataques contra los cristianos en diversas partes del mundo, incluyendo mi propio país —la India— han sacudido nuestra fe. Pero el Papa Francisco ha dicho: «Sin embargo, los cristianos están esperanzados porque, en última instancia, Jesús hace una promesa que es garantía de victoria: ‘Quien pierda su vida, la conservará’ (Lc 17,33)». Ésta es una verdad en la que podemos confiar… El poderoso testimonio de nuestros hermanos y hermanas que dan su vida por la fe y por Cristo no será en vano.

Así, nosotros luchamos por avanzar en el viaje de nuestras vida en la sincera esperanza de encontrar a nuestro Dios «el Día en que el Hijo del hombre se manifieste» (Lc 17,30).

jueves, 14 de noviembre de 2019

JUEVES 14 DE NOVIEMBRE




Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Jueves XXXII del tiempo ordinario
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Lc 17,20-25): En aquel tiempo, los fariseos preguntaron a Jesús cuándo llegaría el Reino de Dios. Él les respondió: «El Reino de Dios viene sin dejarse sentir. Y no dirán: ‘Vedlo aquí o allá’, porque el Reino de Dios ya está entre vosotros».

Dijo a sus discípulos: «Días vendrán en que desearéis ver uno solo de los días del Hijo del hombre, y no lo veréis. Y os dirán: ‘Vedlo aquí, vedlo allá’. No vayáis, ni corráis detrás. Porque, como relámpago fulgurante que brilla de un extremo a otro del cielo, así será el Hijo del hombre en su día. Pero, antes, le es preciso padecer mucho y ser reprobado por esta generación».
Comentario:Fray Josep Mª MASSANA i Mola OFM (Barcelona, España)
«El Reino de Dios ya está entre vosotros»
Hoy, los fariseos preguntan a Jesús una cosa que ha interesado siempre con una mezcla de interés, curiosidad, miedo...: ¿Cuándo vendrá el Reino de Dios? ¿Cuándo será el día definitivo, el fin del mundo, el retorno de Cristo para juzgar a los vivos y a los difuntos en el juicio final?

Jesús dijo que eso es imprevisible. Lo único que sabemos es que vendrá súbitamente, sin avisar: será «como relámpago fulgurante» (Lc 17,24), un acontecimiento repentino y, a la vez, lleno de luz y de gloria. En cuanto a las circunstancias, la segunda llegada de Jesús permanece en el misterio. Pero Jesús nos da una pista auténtica y segura: desde ahora, «el Reino de Dios ya está entre vosotros» (Lc 17,21). O bien: «dentro de vosotros».

El gran suceso del último día será un hecho universal, pero ocurre también en el pequeño microcosmos de cada corazón. Es ahí donde se ha de ir a buscar el Reino. Es en nuestro interior donde está el Cielo, donde hemos de encontrar a Jesús.

Este Reino, que comenzará imprevisiblemente “fuera”, puede comenzar ya ahora “dentro” de nosotros. El último día se configura ahora ya en el interior de cada uno. Si queremos entrar en el Reino el día final, hemos de hacer entrar ahora el Reino dentro de nosotros. Si queremos que Jesús en aquel momento definitivo sea nuestro juez misericordioso, hagamos que Él ahora sea nuestro amigo y huésped interior.

San Bernardo, en un sermón de Adviento, habla de tres venidas de Jesús. La primera venida, cuando se hizo hombre; la última, cuando vendrá como juez. Hay una venida intermedia, que es la que tiene lugar ahora en el corazón de cada uno. Es ahí donde se hacen presentes, a nivel personal y de experiencia, la primera y la última venida. La sentencia que pronunciará Jesús el día del Juicio, será la que ahora resuene en nuestro corazón. Aquello que todavía no ha llegado, es ya ahora una realidad.

miércoles, 13 de noviembre de 2019

MIERCOLES 13 DE NOVIEMBRE





Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Miércoles XXXII del tiempo ordinario
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Lc 17,11-19): Un día, de camino a Jerusalén, Jesús pasaba por los confines entre Samaría y Galilea, y, al entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a distancia y, levantando la voz, dijeron: «¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!». Al verlos, les dijo: «Id y presentaos a los sacerdotes».

Y sucedió que, mientras iban, quedaron limpios. Uno de ellos, viéndose curado, se volvió glorificando a Dios en alta voz; y postrándose rostro en tierra a los pies de Jesús, le daba gracias; y éste era un samaritano. Tomó la palabra Jesús y dijo: «¿No quedaron limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino este extranjero?». Y le dijo: «Levántate y vete; tu fe te ha salvado».
Comentario:P. Conrad J. MARTÍ i Martí OFM (Valldoreix, Barcelona, España)
«Postrándose rostro en tierra a los pies de Jesús, le daba gracias»
Hoy, Jesús pasa cerca de nosotros para hacernos vivir la escena mencionada más arriba, con un aire realista, en la persona de tantos marginados como hay en nuestra sociedad, los cuales se fijan en los cristianos para encontrar en ellos la bondad y el amor de Jesús. En tiempos del Señor, los leprosos formaban parte del estamento de los marginados. De hecho, aquellos diez leprosos fueron al encuentro de Jesús en la entrada de un pueblo (cf. Lc 17,12), pues ellos no podían entrar en las poblaciones, ni les estaba permitido acercarse a la gente («se pararon a distancia»).

Con un poco de imaginación, cada uno de nosotros puede reproducir la imagen de los marginados de la sociedad, que tienen nombre como nosotros: inmigrantes, drogadictos, delincuentes, enfermos de sida, gente en el paro, pobres... Jesús quiere restablecerlos, remediar sus sufrimientos, resolver sus problemas; y nos pide colaboración de forma desinteresada, gratuita, eficaz... por amor.

Además, hacemos más presente en cada uno de nosotros la lección que da Jesús. Somos pecadores y necesitados de perdón, somos pobres que todo lo esperan de Él. ¿Seríamos capaces de decir como el leproso «Jesús, maestro, ten compasión de mi» (cf. Lc 17,13)? ¿Sabemos recurrir a Jesús con plegaria profunda y confiada?

¿Imitamos al leproso curado, que vuelve a Jesús para darle gracias? De hecho, sólo «uno de ellos, viéndose curado, se volvió glorificando a Dios» (Lc 17,15). Jesús echa de menos a los otros nueve: «¿No quedaron limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están?» (Lc 17,17). San Agustín dejó la siguiente sentencia: «‘Gracias a Dios’: no hay nada que uno puede decir con mayor brevedad (...) ni hacer con mayor utilidad que estas palabras». Por tanto, nosotros, ¿cómo agradecemos a Jesús el gran don de la vida, propia y de la familia; la gracia de la fe, la santa Eucaristía, el perdón de los pecados...? ¿No nos pasa alguna vez que no le damos gracias por la Eucaristía, aun a pesar de participar frecuentemente en ella? La Eucaristía es —no lo dudemos— nuestra mejor vivencia de cada día.

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