Seguimos los pasos de Cristo,
vida del mundo
Evangelio: san Juan 11,
3-7.17.20-27.34-45: «Yo soy la resurrección y la vida»
Estamos a dos semanas de la
Pascua. El domingo próximo ya será Domingo de Ramos, la puerta de la Semana
Santa. Las lecturas de hoy nos preparan muy bien a la Pascua: nos ayudan a
fijar nuestros ojos en Jesús, en su camino hacia la cruz y hacia la vida nueva.
Como dice el prefacio 5o de Cuaresma: «en nuestro itinerario hacia la luz
pascual, seguimos los pasos de Cristo, maestro y modelo de la humanidad
reconciliada en el amor».
En la serie de etapas
salvíficas de la historia del AT llegamos hoy a la figura de los profetas, don
eximio de Dios a su pueblo. En concreto, el profeta Ezequiel. Mientras que en
el evangelio leemos la resurrección de Lázaro, donde Jesús se revela a sí mismo
como la vida del mundo, después de haberse manifestado en domingos pasados como
la fuente de agua viva y como la luz. Hoy las tres lecturas bíblicas apuntan al
mismo y gozoso mensaje: la vida. Tanto Ezequiel para su pueblo, como Pablo para
sus lectores como, sobre todo, el Evangelio con el relato de Lázaro, nos
aseguran que nuestro destino es la vida.
Dios quiere abrir sepulcros
También ahora necesitamos
todos, como personas y como comunidad, oír las palabras de esperanza pascual y
de vida que rezuman los textos de hoy: una palabra providencial para esta
situación de angustia e incertidumbre provocada por la pandemia que aflige hoy
al mundo. Porque podemos sentir la tentación del desánimo o de la impotencia
ante un mundo que puede parecemos que no tiene mucho futuro, o ante una
comunidad eclesial poco viva y creativa, o ante personas determinadas -nuestra
comunidad cristiana, o nosotros mismos- que pueden presentar síntomas de
cansancio y hasta de muerte.
Los tres evangelios
«bautismales» de estos domingos parece como si quisieran presentarnos los
diversos estados deficitarios de la humanidad: la situación problemática de la mujer
samaritana, una persona con sed, y no sólo de agua; la situación lastimosa del
ciego de nacimiento, condenado a una oscuridad total y perpetua; y ahora la
situación de Lázaro, todavía más radical: la muerte. Un sepulcro es la imagen
más clara de la no-vida, y no favorece precisamente la esperanza. Pero Dios nos
invita a la esperanza. Por medio de Ezequiel, de Pablo y, sobre todo, de Cristo
Jesús. En Ezequiel, hoy hemos escuchado palabras muy esperanzadoras: «abriré
sus sepulcros... les infundiré mi espíritu y vivirán». Dios es Dios de vida.
Sus planes no son de muerte, sino de vida.
¿A QUÉ NOS COMPROMETE la PALABRA?
La primavera ve brotar con
nuevo brío la vegetación. Estamos a punto de entrar en la Pascua, que es vida
nueva para Cristo y para nosotros. La Pascua de este año debería ser una
primavera espiritual en la que estemos todos sumergidos, después de un invierno
crudo por el grave daño de la pandemia que estamos sufriendo. Dios quiere
ayudarnos a pasar a una vida más abundante en cada Eucaristía. Y, de un modo
especial, en la Pascua próxima, que, por razones que sólo Dios conoce, no podremos
celebrar públicamente.
El mensaje de este Domingo 5º
de cuaresma es en verdad esperanzador. Para Israel, para Lázaro. Para nosotros.
Eso significa la Pascua. Eso significa el Bautismo, que nos sumergió ya desde
el principio, con Cristo, en su muerte y en su vida. Nosotros, que creemos en
Cristo resucitado, no podemos vivir sin esperanza. No hay tumba que se resista
a ese Espíritu vivificador que está dispuesto a repetir el portento de la Pascua
con nosotros. Tendremos que oír la voz imperiosa de Jesús: «sal fuera».
Relación con la Eucaristía
La Eucaristía es semilla,
anticipo y garantía de vida. El Señor Resucitado, que ya está en la escatología,
en la vida definitiva, se apodera de ese pan y ese vino que traemos en el ofertorio
al altar, y entonces, identificado radicalmente con esos dos elementos, se nos
da a nosotros, y así nos comunica así su vida escatológica. - Por eso nos dijo,
según Juan, en su «discurso del Pan de vida»: «el que come mi Carne y bebe mi
Sangre tiene vida... yo lo resucitaré el último día... Como yo vivo por el
Padre, así el que me coma vivirá por mí».
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