JESUCRISTO, REY DE
MISERICORDIA
Estamos terminando el año
litúrgico, con la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo. La fiesta de
Cristo Rey del Universo antes se celebraba el último Domingo de octubre, desde el
año 1925 en que la instituyó el papa Pío XI. Pero en la reforma de San Pablo
VI, el 1969,se trasladó, de muy buen acuerdo, al último Domingo del Año
Cristiano, el Domingo 34 del Tiempo Ordinario. Cuando Jesús, en su pasión, fue
interrogado por Poncio Pilatos: ¿Eres rey? le respondió con toda claridad: Sí,
pero mi reino no es como los de este mundo (Jn 19, 36).
Nuestra mirada a Jesús como
Rey del Universo, ahora con un tono claramente escatológico, mirando al futuro
de la historia, debe guiarse sobre todo por los textos de lecturas, oraciones y
cantos, que nos ayudan a todos a entrar en el misterio de esta fiesta y ver
nuestra historia como un proceso del Reino que todavía no se manifiesta, pero
que se está gestando y madurando hasta el final de los tiempos.
LECTURAS:
Ezequiel 34,11-12.15-17: «A
ustedes, mis ovejas, las voy a juzgar entre oveja y oveja»
Salmo 23(22): «El Señor es mi
pastor, nada me falta»
1Corintios 15, 20-26a.28:
«Devolverá a Dios Padre el Reino y así lo será todo en todos»
San Mateo 25, 31-46: «Se
sentará en el trono de su gloria y separará a unos de otros»
«¿Dónde está tu hermano?»,
En el reino de Dios no cabe
imposición ni odio ni, por tanto, victoria del hombre sobre el hombre. En las
victorias humanas hay vencedores y vencidos; hay siempre imposición de unos
sobre otros. En cambio, el reino de Dios es la victoria sobre la opresión y la
muerte, y se inaugura con el perdón de Jesús desde la cruz: «Padre, perdónales,
porque no saben lo que hacen». - Es probable que nos preguntemos qué tiene que
ver el evangelio de hoy, que hace prevalecer el amor a la hora del juicio, con
la fiesta de Cristo Rey. Sin embargo, define cómo es el Reino de Dios y cómo se
entra en él: «vengan, benditos de mi Padre, hereden el Reino»
Lo que pasa es que nos cuesta
entender que no es el poder el lugar de encuentro con Dios, sino que Dios se
manifiesta en el semejante que llora, sufre, trabaja... Si olvidamos esta
verdad tan elemental, corremos el riesgo de tomar las armas para defender la
civilización cristiana como si ésta fuera ya el Reino de Dios, cuando en
realidad, es un orden social muy discutible.
A nuestro alrededor hay gente
que tiene hambre, que está desnuda y que es perseguida por causa de la
justicia. Nuestro mundo no es, pues, el reino inaugurado por Cristo, donde el sediento
bebe, el hambriento se sacia, el preso rompe sus cadenas y el hombre se
esfuerza por reconocer a los demás como hermanos.
La pregunta de Dios a Caín, al
empezar la historia: «¿Dónde está tu hermano?», es aquí recogida como pregunta
que sigue siendo central, y que sigue también provocando la misma sorpresa que
provocó en Caín. Pero aquí Jesús explica el porqué de la pregunta: no se puede
distinguir entre los deberes para con Dios y los deberes para con los hombres, puesto
que Jesús-Salvador se identifica con cada hombre. Esta identificación, que
prolonga la idea que concluía el discurso misionero (Mt. 10. 42), muestra que
toda persona es «sacramento de Cristo» para los demás, es decir, que hace
presente y visible a Cristo para los demás, hacia Dios.
Un Reino distinto
Reino de verdad: la verdad en
el evangelio no sólo se estudia o se descubre. Sobre todo se hace porque ella
es respuesta vital a la acción salvadora de Dios. Vivir conforme al evangelio
nos hace verdaderos ante Dios. Jesucristo se identificó con ella. Nos dijo: «Yo
soy la verdad».
Reino de vida: el Reino de
Dios la comunica. No sólo la vida propiamente humana sino sobre todo la
participación de la vida de Dios. Jesucristo nos dijo: He venido para que
tengan vida y para que la tengan abundante. El propósito del reino no es la muerte
sino la vida, y una vida de plena calidad.
Dios Padre nos ha señalado un
objetivo: Sean santos porque yo soy santo. La santidad que el Reino de Cristo
ofrece no es una actitud pasiva y ausente, sino el compromiso pleno del
discípulo con el seguimiento del Señor. La santidad también se edifica a lo
largo de la vida impregnando todo lo cotidiano con la experiencia del Espíritu.
Lo santos se han comprometido a fondo con el hombre y con sus luchas.
Reino de gracia: ésta es la
presencia activa de Dios en nosotros que nos hace actuar conforme a la voluntad
divina movidos por el Espíritu Santo. Sólo este Reino de Cristo la puede
ofrecer.
Reino de justicia: la justicia
de este Reino es ante todo acción divina que nos hace justos. Vivir conforme al
querer divino en todos los campos, en todas las relaciones es la presencia de
la justicia de Dios en nosotros.
Todo el programa de este reino
se centra en el amor y la paz.. Este amor es ante todo el amor que Dios nos
tiene y que explica nuestra presencia en el mundo. Es un dinamismo que él nos
comunica y nos hace capaces de amarlo a El y a nuestros hermanos, amar también todo
el mundo creado. Y hacer que la paz que Cristo nos dejó, esa inmensa riqueza de
bienes de Dios nos ha dado para ser compartidos por todos, sea realidad en el
mundo. Este es el reino de Dios. ¿Quién ha soñado algo más deseable? Pero no es
sólo obra de Cristo. El nos ha invitado a comprometernos como obreros leales en
hacerlo realidad en el mundo.
Un Rey diferente
Qué clase de rey sería éste
que nace en un establo, que pasa la vida oculta en el trabajo de la
carpintería, desconocido totalmente del mundo, sin palacios, sin corte, sin
nobles a su lado, sin ejércitos, sin un territorio que pueda llamar su reino.
Que tiene por corona una de espinas, que muere crucificado. Y sin embargo,
veintiún siglos después se sigue hablando de él, se le sigue teniendo por
Señor, por salvador único de toda la humanidad, por Rey. - Proclamó un reino
que tiene mucho de misterioso. El reino de los pobres y de los pecadores. Llamó
a él como colaboradores a humildes trabajadores del lago. Pero supo despertar
en todo ellos una esperanza que no ha muerto. Sin recursos los envió a predicar
por todo el mundo el amor de Dios que salva, la esperanza definitiva, la
felicidad completa.
Pero estuvo también atento a
los compromisos en el mundo. A la solidaridad entre todos. Quiso que su reino
estuviera abierto a todos los hombres y mujeres de la historia. Verdaderamente
este reino es distinto y desafía todas nuestras ideas sobre el poder. Más adelante
vamos a escuchar en el prefacio de este fiesta estas palabras: Es un reino
eterno y universal: reino de la verdad y la vida; reino de la santidad y la
gracia; reino de la justicia, del amor y de la paz. Cada una de esta palabras
encierra los valores más apreciados por los hombres. Y también cada uno de esos
términos lleva tras de sí toda una carga de sentido en la Palabra de Dios.
Ser rey en el plan de Dios es
prestar un servicio al hombre e incluye estar dispuesto a dar la vida por
aquellos a quienes se gobierna. Dios quiso ser siempre el rey de su pueblo escogido
en el Antiguo Testamento. Cuando hubo reyes en Israel éstos se comprometían a ser
sólo portavoces de Dios. Al llegar el momento de la encarnación, ese inefable
entrar de Dios a nuestro mundo, a nuestro tiempo y nuestra historia, Jesús, el
Hijo de Dios, nos habló de un reino, y él mismo se presentó como rey.
No podemos hacernos ideas
equivocadas de ese reino y de ese rey. Aquí no hay palacios, ni ejércitos, ni
ostentosas vestimentas, ni vida de placeres que de ordinario están unidos a los
reyes terrenos. Aquí hay amor generoso y desinteresado, servicio incondicional,
entrega total por el bien de todos, incluso muerte dolorosa en bien de todos,
sin distingos ni preferencias.
Un mundo sin líderes
Vivimos en un mundo donde no
abundan los verdaderos líderes. Todos tienen una visión parcial del liderazgo.
Falta en ellos el sentido fecundo de la acción de Dios en la historia. El Señor,
en esta fiesta de Cristo Rey, nos lanza el desafío de compartir con él esa
función que él realizó y realiza hoy en su Iglesia a través de nosotros
discípulos. El reino no es solo un honor sino una realidad que hay que vivir.
Supone una relación con Dios, no servil sino de hijos y de discípulos que
conocen a su Rey, lo siguen con amor, y asumen en plenitud lo que él quiere:
implantar en el mundo: su reino que tiene contenidos propios. Nos los recuerda muy
bien el prefacio de la misa de hoy: Reino de verdad y de vida; Reino de
santidad y de gracia; Reino de justicia, de amor y de paz. Cada una de esas
palabras encierra un programa de vida para el hombre en particular y para la
sociedad de los hombres. Es la enseñanza que nos deja esta fiesta de Cristo Rey
con la que terminamos el año litúrgico.
Servir para reinar
Jesús podía haber nacido entre
los ricos, en palacio de lujo, entre esplendores de éxitos, y terminar su vida
en medio de manifestaciones y aplausos. Pero hizo todo lo contrario. Nació de
modo humilde y desconocido, vivió moderada y pobremente, sufrió enfrentamientos
y luchas y murió crucificado. Proclamó un reino que tiene mucho de misterioso.
El reino de los pobres y de los pecadores. Llamó a él como colaboradores a
humildes trabajadores del lago. Pero supo despertar en todo ellos una esperanza
que no ha muerto. Sin recursos los envió a predicar por todo el mundo el amor
de Dios que salva, la esperanza definitiva, la felicidad completa. - Pero
estuvo también atento a los compromisos en el mundo. A la solidaridad entre
todos.
Quiso que su reino estuviera
abierto a todos los hombres y mujeres de la historia. A Pedro le hubiera
encantado un rey dominador, con capa de armiño y corona de oro...; a mí
también. Pero él eligió por cetro una caña, por corona unas espinas y por trono
donde manifestar su Señorío, la Cruz.
Además, dejó en las manos de
la Iglesia (en las manos pecadoras de sus miembros), el tesoro de su mensaje
salvador; y la Iglesia confiesa que Jesús es el Señor, que está resucitado y
que vendrá con gloria a juzgar a las naciones. En el Reino de Jesús, en la
Iglesia del Señor, todos cabemos, porque todos estamos llamados a él y el único
requisito para pertenecer a ese Reino es el de «amar a Dios con toda el alma y
al prójimo como a nosotros mismos». Y todos podemos cumplir este mandato si
disponemos de un poco de generosidad y buen corazón. ¡Esa es nuestra suerte!
Por eso, cuando la implantación de su Reino sea total, aquellas normas de vida
que él ofreció serán las que servirán de pauta para juzgar a todos. Y la
actitud que cada uno haya tenido «con los pobres a quienes se les predicó el reino»
será la que determine quién poseerá el Reino y quién será excluido de él.
Todo trabajo por el Reino pasa
necesariamente por el amor a los demás. Este amor forma parte esencial de
nuestra vocación y misión de cristianos. Cuidemos de que esté siempre vivo en
nuestros corazones.
Relación con la Eucaristía
A ese Jesús lo tenemos
presente también, de un modo privilegiado -como Palabra viva y como Alimento de
vida- en la Eucaristía. En el Padrenuestro pedimos siempre: «venga a nosotros
tu reino». El alimento es la Eucaristía, el mismo Cristo, el Resucitado, que se
nos da como fuerza para que sigamos su camino con perseverancia y alegría.
Cuando el sacerdote nos invita a acercarnos a la comunión, dice unas palabras
que apuntan claramente a un banquete festivo, «dichosos los invitados a la cena
de bodas del Cordero», de Cristo.