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Emisora Vida Nueva

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Vida Nueva Cali - Reproductor

lunes, 30 de noviembre de 2020

LUNES 30 DE NOVIEMBRE

 

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: 30 de Noviembre: San Andrés, apóstol

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Mt 4,18-22): En aquel tiempo, caminando por la ribera del mar de Galilea vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés, echando la red en el mar, pues eran pescadores, y les dice: «Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres». Y ellos al instante, dejando las redes, Le siguieron. Caminando adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan, que estaban en la barca con su padre Zebedeo arreglando sus redes; y los llamó. Y ellos al instante, dejando la barca y a su padre, Le siguieron.

Comentario:Prof. Dr. Mons. Lluís CLAVELL (Roma, Italia)

«Os haré pescadores de hombres»

Hoy es la fiesta de san Andrés apóstol, una fiesta celebrada de manera solemne entre los cristianos de Oriente. Fue uno de los dos primeros jóvenes que conocieron a Jesús a la orilla del río Jordán y que tuvieron una larga conversación con Él. Enseguida buscó a su hermano Pedro, diciéndole «Hemos encontrado al Mesías» y lo llevó a Jesús (Jn 2,41). Poco tiempo después, Jesús llamó a estos dos hermanos pescadores amigos suyos, tal como leemos en el Evangelio de hoy: «Venid conmigo y os haré pescadores de hombres» (Mt 4,19). En el mismo pueblo había otra pareja de hermanos, Santiago y Juan, compañeros y amigos de los primeros, y pescadores como ellos. Jesús los llamó también a seguirlo. Es maravilloso leer que ellos lo dejaron todo y le siguieron “al instante”, palabras que se repiten en ambos casos. A Jesús no se le ha de decir: “después”, “más adelante”, “ahora tengo demasiado trabajo”...

También a cada uno de nosotros —a todos los cristianos— Jesús nos pide cada día que pongamos a su servicio todo lo que somos y tenemos —esto significa dejarlo todo, no tener nada como propio— para que, viviendo con Él las tareas de nuestro trabajo profesional y de nuestra familia, seamos “pescadores de hombres”. ¿Qué quiere decir “pescadores de hombres”? Una bonita respuesta puede ser un comentario de san Juan Crisóstomo. Este Padre y Doctor de la Iglesia dice que Andrés no sabía explicarle bien a su hermano Pedro quién era Jesús y, por esto, «lo llevó a la misma fuente de la luz», que es Jesucristo. “Pescar hombres” quiere decir ayudar a quienes nos rodean en la familia y en el trabajo a que encuentren a Cristo que es la única luz para nuestro camino.

viernes, 27 de noviembre de 2020

DOMINGO 29 DE NOVIEMBRE

 

“En manos del Alfarero”

I Domingo de Adviento.

Isaías 63, 16-17.19; 64, 2-7: “Ojalá, Señor, rasgaras los cielos y bajaras”

Salmo 79: “Señor, muéstranos tu misericordia”

I Corintios 1, 3-9: “Esperamos la manifestación de nuestro Señor Jesucristo”

San Marcos 13, 33-37: “Velen, pues no saben a qué hora va a regresar el dueño de la casa”

Rescatando una obra

Con sumo cuidado, como si la acariciara con cariño, va limpiando la obra que tiene entre sus manos. Casi no se puede reconocer pero es una importante obra de arte, un óleo magnífico, que con el paso del tiempo, mucha humedad y un gran descuido, ha perdido su belleza y su nitidez.

El humo, la cera, el polvo y muchos problemas vividos la han tenido en un rincón, inadvertida, despreciada y sin posibilidades de reconocimiento. Ahora la vista penetrante de un conocedor y las manos diestras de un artista, la hacen recobrar poco a poco su belleza.

“Sólo los verdaderos conocedores pueden reconocerla a través de tanta suciedad, sólo los verdaderos artistas pueden rescatar su belleza y sólo quien tiene un gran amor por ella le puede dedicar tantas horas, quizás más que cuando fue originalmente hecha”, me comenta uno de los ayudantes. Restaurar una obra requiere conocimiento, perseverancia y amor.

Un pueblo en el abandono.

Quizás así se sentía Isaías juntamente con su pueblo, Israel: como una obra abandonada, como un jarro en el olvido, como una porquería que todos desechan. Las palabras de la primera lectura son un triste lamento de quien se encuentra en el abandono y sin salida pero por su propia culpa.

Si bien, hay un reclamo al alejamiento que siente de Dios, reconoce que es el pueblo quien se ha alejado de los mandamientos y quien ha endurecido el corazón hasta el punto de no temerlo, y en su mismo  reclamo al Señor expresa todo el dolor de experimentarse en el abandono.

Toda esta situación es clara: al olvidarse de Dios se encuentra perdido. No son ajenos estos sentimientos a los sentimientos de nuestro pueblo: nos reconocemos perdidos en un mundo sin sentido, nos angustia la violencia y los crímenes arteros, nos descontrolan los programas que ofrecen felicidad pero que nos dejan vacíos.

Emprendemos nuevas campañas ilusionados en nuestras propias fuerzas o en las palabras bonitas de un nuevo líder, para después descubrirnos más vacíos y más llenos de dudas y angustia. ¿Estaremos de verdad perdidos?

Nuestra justicia, un trapo asqueroso

¿Son palabras del tiempo de Isaías? ¿Son palabras de nuestro tiempo? Nosotros hemos manejado la justicia a nuestro propio gusto, ponemos las reglas y después las quebrantamos, dejamos en el olvido a la persona y el nombre de Dios y, entonces, la justicia en lugar de dar vida se convierte de verdad en un trapo asqueroso.

Así es nuestra justicia que se vende por unos cuantos pesos y se transforma por intereses y componendas, así es nuestra justicia que deja en la inopia a los débiles y defiende a los poderosos. ¿Cuántas personas hay en las cárceles porque el dinero no les alcanzó para la defensa? ¿Cuántas personas corren libremente por la vida protegidos por su dinero, por sus influencias y su poder, aunque hayan cometido verdaderos delitos? Y así en muchas otras situaciones.

Por ejemplo es injusto que no se pueda proclamar libremente el evangelio en los lugares públicos, en los medios de comunicación y hasta se tenga que pedir permiso para hacer celebraciones, pero que libremente se pueda manipular la verdad en esos mismos medios, que se presenten programas donde la violencia se vive hasta el hartazgo, donde se presentan a las personas como mercancía, donde se exalta la prepotencia y donde lo único que cuenta son los intereses económicos.

Se ha expulsado a Dios de nuestras vidas. Y si nos miramos cada uno de nosotros, nos descubriremos, como dice Isaías, “marchitos como las hojas, y nuestras culpas nos arrebatan como el viento”. Y la razón está en el interior de nuestro corazón: no invocamos el nombre de Dios, nos hemos alejado de sus mandamientos y así quedamos a merced de nuestras culpas. Si no tenemos la referencia de “Él, que nos ha creado”, toda nuestra vida pierde su sentido.

En manos del Alfarero

¿Está todo perdido? ¿No podemos hacer nada? Si bien, son duras las palabras de Isaías, es más reconfortante su experiencia de Dios. Parecería que es la primera vez que en todo el Antiguo Testamento se le llama a Dios literalmente Padre y lo hace con una ternura y con una seguridad que son capaces de levantar al más desanimado.

Es verdad que es difícil restaurar lo que se ha deformado, es cierto que quedarán huellas del dolor y las heridas, pero también es verdad que estamos en manos del mejor Alfarero, del que nos tiene más cariño, del que nunca desiste a pesar de nuestras obstinaciones, del que una y otra vez toma nuestra arcilla para restaurarnos y asemejarnos nuevamente a Él.

San Pablo insiste muchísimo en esta fidelidad de Dios que no cesa de buscarnos y que está a la puerta con cariño para rescatarnos. Nos envía a su Hijo para que pueda restaurar la imagen divina en cada uno de nosotros, para que podamos vivir con dignidad como verdaderas personas e hijos de Dios.

Tiempo de espera y esperanza

Adviento es el tiempo de la espera y de la esperanza. Si miramos solamente nuestras acciones y nuestras perspectivas, nos sentiremos perdidos, pero estamos en manos de nuestro Padre Dios que nos mira con mucho amor a pesar de nuestros pecados, que envía a su Hijo para salvarnos, que siempre es fiel.

¡No podemos vivir con pesimismo! El tiempo del adviento nos abre a la espera: ya está por venir nuevamente el Salvador; y nos abre también a la esperanza porque Él nos podrá restaurar como verdadera imagen de Dios.

Del trapo sucio e inmundo, Jesús rescata la imagen viva de la primera creación. Se hace carne de infante para rehacer en nosotros la imagen divina. Este es el primer domingo de Adviento: despertemos la esperanza y avivemos la espera: “Velen y estén preparados”.

Ya llega el Señor Jesús, el único Dueño de la casa, nuestro único Dueño.  Dispongámonos para este tiempo tan especial del Adviento, preparemos el corazón para recibir al Mesías. Desperecémonos de nuestras modorras, avivemos nuestra fe en el Dios que es Padre, que es fiel, que nos ama, nos toma en sus manos amorosas de Alfarero y nos restaura. Iniciemos el camino del Adviento, igual que Isaías gritemos: “Señor vuélvete por amor a tus siervos. Rasga los cielos y baja porque necesitamos tu presencia”.

Padre Dios, Padre Bueno, que con entrañable amor nos has formado, ven a rescatar a tus hijos que se pierden por los senderos de la injusticia y de la perversión. Envía a tu Hijo que, compartiendo nuestra vida, restaure en nosotros tu vida divina. Amén.

 

VIERNES 27 DE NOVIEMBRE

 

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Viernes XXXIV del tiempo ordinario

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Lc 21,29-33): En aquel tiempo, Jesús puso a sus discípulos esta comparación: «Mirad la higuera y todos los árboles. Cuando ya echan brotes, al verlos, sabéis que el verano está ya cerca. Así también vosotros, cuando veáis que sucede esto, sabed que el Reino de Dios está cerca. Yo os aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán».

Comentario:Diácono D. Evaldo PINA FILHO (Brasilia, Brasil)

«Cuando veáis que sucede esto, sabed que el Reino de Dios está cerca»

Hoy somos invitados por Jesús a ver las señales que se muestran en nuestro tiempo y época y, a reconocer en ellas la cercanía del Reino de Dios. La invitación es para que fijemos nuestra mirada en la higuera y en otros árboles —«Mirad la higuera y todos los árboles» (Lc 21,29)— y para fijar nuestra atención en aquello que percibimos que sucede en ellos: «Al verlos, sabéis que el verano está ya cerca» (Lc 21,30). Las higueras empezaban a brotar. Los brotes empezaban a surgir. No era apenas la expectativa de las flores o de los frutos que surgirían, era también el pronóstico del verano, en el que todos los árboles "empiezan a brotar".

Según Benedicto XVI, «la Palabra de Dios nos impulsa a cambiar nuestro concepto de realismo». En efecto, «realista es quien reconoce en el Verbo de Dios el fundamento de todo». Esa Palabra viva que nos muestra el verano como señal de proximidad y de exuberancia de la luminosidad es la propia Luz: «Cuando veáis que sucede esto, sabed que el Reino de Dios está cerca» (Lc 21,31). En ese sentido, «ahora, la Palabra no sólo se puede oír, no sólo tiene una voz, sino que tiene un rostro (...) que podemos ver: Jesús de Nazaret» (Benedicto XVI).

La comunicación de Jesús con el Padre fue perfecta; y todo lo que Él recibió del Padre, Él nos lo dio, comunicándose de la misma forma con nosotros. De esta manera, la cercanía del Reino de Dios, —que manifiesta la libre iniciativa de Dios que viene a nuestro encuentro— debe movernos a reconocer la proximidad del Reino, para que también nosotros nos comuniquemos con el Padre por medio de la Palabra del Señor —Verbum Domini—, reconociendo en todo ello la realización de las promesas del Padre en Cristo Jesús.

jueves, 26 de noviembre de 2020

JUEVES 26 DE NOVIEMBRE

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Jueves XXXIV del tiempo ordinario

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Lc 21,20-28): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Cuando veáis a Jerusalén cercada por ejércitos, sabed entonces que se acerca su desolación. Entonces, los que estén en Judea, huyan a los montes; y los que estén en medio de la ciudad, que se alejen; y los que estén en los campos, que no entren en ella; porque éstos son días de venganza, y se cumplirá todo cuanto está escrito.

»¡Ay de las que estén encinta o criando en aquellos días! Habrá, en efecto, una gran calamidad sobre la tierra, y cólera contra este pueblo; y caerán a filo de espada, y serán llevados cautivos a todas las naciones, y Jerusalén será pisoteada por los gentiles, hasta que se cumpla el tiempo de los gentiles. Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y de las olas, muriéndose los hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo; porque las fuerzas de los cielos serán sacudidas. Y entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria. Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación».

Comentario:Fray Lluc TORCAL Monje del Monasterio de Sta. Mª de Poblet (Santa Maria de Poblet, Tarragona, España)

«Cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación»

Hoy al leer este santo Evangelio, ¿cómo no ver reflejado el momento presente, cada vez más lleno de amenazas y más teñido de sangre? «En la tierra, angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y de las olas, muriéndose los hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo» (Lc 21,25b-26a). Muchas veces, se ha representado la segunda venida del Señor con las imágenes más terroríficas posibles, como parece ser en este Evangelio, siempre bajo el signo del miedo.

Sin embargo, ¿es éste el mensaje que hoy nos dirige el Evangelio? Fijémonos en las últimas palabras: «Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación» (Lc 21,28). El núcleo del mensaje de estos últimos días del año litúrgico no es el miedo, sino la esperanza de la futura liberación, es decir, la esperanza completamente cristiana de alcanzar la plenitud de vida con el Señor, en la que participarán también nuestro cuerpo y el mundo que nos rodea. Los acontecimientos que se nos narran tan dramáticamente quieren indicar de modo simbólico la participación de toda la creación en la segunda venida del Señor, como ya participaron en la primera venida, especialmente en el momento de su pasión, cuando se oscureció el cielo y tembló la tierra. La dimensión cósmica no quedará abandonada al final de los tiempos, ya que es una dimensión que acompaña al hombre desde que entró en el Paraíso.

La esperanza del cristiano no es engañosa, porque cuando empiecen a suceder estas cosas —nos dice el Señor mismo— «entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria» (Lc 21,27). No vivamos angustiados ante la segunda venida del Señor, su Parusía: meditemos, mejor, las profundas palabras de san Agustín que, ya en su época, al ver a los cristianos atemorizados ante el retorno del Señor, se pregunta: «¿Cómo puede la Esposa tener miedo de su Esposo?». 

miércoles, 25 de noviembre de 2020

MIERCOLES 25 DE NOVIMBRE

 

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Miércoles XXXIV del tiempo ordinario

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Lc 21,12-19): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y cárceles y llevándoos ante reyes y gobernadores por mi nombre; esto os sucederá para que deis testimonio. Proponed, pues, en vuestro corazón no preparar la defensa, porque yo os daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios. Seréis entregados por padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros, y seréis odiados de todos por causa de mi nombre. Pero no perecerá ni un cabello de vuestra cabeza. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».

Comentario:Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)

«Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas»

Hoy ponemos atención en esta sentencia breve e incisiva de nuestro Señor, que se clava en el alma, y al herirla nos hace pensar: ¿por qué es tan importante la perseverancia?; ¿por qué Jesús hace depender la salvación del ejercicio de esta virtud?

Porque no es el discípulo más que el Maestro —«seréis odiados de todos por causa de mi nombre» (Lc 21,17)—, y si el Señor fue signo de contradicción, necesariamente lo seremos sus discípulos. El Reino de Dios lo arrebatarán los que se hacen violencia, los que luchan contra los enemigos del alma, los que pelean con bravura esa “bellísima guerra de paz y de amor”, como le gustaba decir a san Josemaría Escrivá, en que consiste la vida cristiana. No hay rosas sin espinas, y no es el camino hacia el Cielo un sendero sin dificultades. De ahí que sin la virtud cardinal de la fortaleza nuestras buenas intenciones terminarían siendo estériles. Y la perseverancia forma parte de la fortaleza. Nos empuja, en concreto, a tener las fuerzas suficientes para sobrellevar con alegría las contradicciones.

La perseverancia en grado sumo se da en la cruz. Por eso la perseverancia confiere libertad al otorgar la posesión de sí mismo mediante el amor. La promesa de Cristo es indefectible: «Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas» (Lc 21,19), y esto es así porque lo que nos salva es la Cruz. Es la fuerza del amor lo que nos da a cada uno la paciente y gozosa aceptación de la Voluntad de Dios, cuando ésta —como sucede en la Cruz— contraría en un primer momento a nuestra pobre voluntad humana.

Sólo en un primer momento, porque después se libera la desbordante energía de la perseverancia que nos lleva a comprender la difícil ciencia de la cruz. Por eso, la perseverancia engendra paciencia, que va mucho más allá de la simple resignación. Más aún, nada tiene que ver con actitudes estoicas. La paciencia contribuye decisivamente a entender que la Cruz, mucho antes que dolor, es esencialmente amor.

Quien entendió mejor que nadie esta verdad salvadora, nuestra Madre del Cielo, nos ayudará también a nosotros a comprenderla.

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martes, 24 de noviembre de 2020

MARTES 24 DE NOVIEMBRE

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Martes XXXIV del tiempo ordinario

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Lc 21,5-11): En aquel tiempo, como dijeran algunos acerca del Templo que estaba adornado de bellas piedras y ofrendas votivas, Jesús dijo: «Esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida».

Le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo sucederá eso? Y ¿cuál será la señal de que todas estas cosas están para ocurrir?». Él dijo: «Estad alerta, no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: ‘Yo soy’ y ‘el tiempo está cerca’. No les sigáis. Cuando oigáis hablar de guerras y revoluciones, no os aterréis; porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin no es inmediato». Entonces les dijo: «Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos lugares, habrá cosas espantosas, y grandes señales del cielo».

Comentario:+ Rev. D. Antoni ORIOL i Tataret (Vic, Barcelona, España)

«No quedará piedra sobre piedra»

Hoy escuchamos asombrados la severa advertencia del Señor: «Esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida» (Lc 21,6). Estas palabras de Jesús se sitúan en las antípodas de una así denominada “cultura del progreso indefinido de la humanidad” o, si se prefiere, de unos cuantos cabecillas tecnocientíficos y políticomilitares de la especie humana, en imparable evolución.

¿Desde dónde? ¿Hasta dónde? Esto nadie lo sabe ni lo puede saber, a excepción, en último término, de una supuesta materia eterna que niega a Dios usurpándole los atributos. ¡Cómo intentan hacernos comulgar con ruedas de molino los que rechazan comulgar con la finitud y precariedad que son propias de la condición humana!

Nosotros, discípulos del Hijo de Dios hecho hombre, de Jesús, escuchamos sus palabras y, haciéndolas muy nuestras, las meditamos. He aquí que nos dice: «Estad alerta, no os dejéis engañar» (Lc 21,8). Nos lo dice Aquel que ha venido a dar testimonio de la verdad, afirmando que aquellos que son de la verdad escuchan su voz.

Y he aquí también que nos asevera: «El fin no es inmediato» (Lc 21,9). Lo cual quiere decir, por un lado, que disponemos de un tiempo de salvación y que nos conviene aprovecharlo; y, por otro, que, en cualquier caso, vendrá el fin. Sí, Jesús, vendrá «a juzgar a los vivos y a los muertos», tal como profesamos en el Credo.

Lectores de Contemplar el Evangelio de hoy, queridos hermanos y amigos: unos versículos más adelante del fragmento que ahora comento, Jesús nos estimula y consuela con estas otras palabras que, en su nombre, os repito: «Con vuestra perseverancia salvaréis vuestra vida» (Lc 21,19).

Nosotros, dándole cordial resonancia, nos exhortamos los unos a los otros: «¡Perseveremos, que con la mano ya tocamos la cima!». 

lunes, 23 de noviembre de 2020

LUNES 23 DE NOVIEMBRE

 

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Lunes XXXIV del tiempo ordinario

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Lc 21,1-4): En aquel tiempo, alzando la mirada, Jesús vio a unos ricos que echaban sus donativos en el arca del Tesoro; vio también a una viuda pobre que echaba allí dos moneditas, y dijo: «De verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más que todos. Porque todos éstos han echado como donativo de lo que les sobraba, ésta en cambio ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto tenía para vivir».

Comentario:Rev. D. Àngel Eugeni PÉREZ i Sánchez (Barcelona, España)

«Ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto tenía para vivir»

Hoy, como casi siempre, las cosas pequeñas pasan desapercibidas: limosnas pequeñas, sacrificios pequeños, oraciones pequeñas (jaculatorias); pero lo que aparece como pequeño y sin importancia muchas veces constituye la urdimbre y también el acabado de las obras maestras: tanto de las grandes obras de arte como de la obra máxima de la santidad personal.

Por el hecho de pasar desapercibidas esas cosas pequeñas, su rectitud de intención está garantizada: no buscamos con ellas el reconocimiento de los demás ni la gloria humana. Sólo Dios las descubrirá en nuestro corazón, como sólo Jesús se percató de la generosidad de la viuda. Es más que seguro que la pobre mujer no hizo anunciar su gesto con un toque de trompetas, y hasta es posible que pasara bastante vergüenza y se sintiera ridícula ante la mirada de los ricos, que echaban grandes donativos en el cepillo del templo y hacían alarde de ello. Sin embargo, su generosidad, que le llevó a sacar fuerzas de flaqueza en medio de su indigencia, mereció el elogio del Señor, que ve el corazón de las personas: «De verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más que todos. Porque todos éstos han echado como donativo de lo que les sobraba, ésta en cambio ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto tenía para vivir» (Lc 21,3-4).

La generosidad de la viuda pobre es una buena lección para nosotros, los discípulos de Cristo. Podemos dar muchas cosas, como los ricos «que echaban sus donativos en el arca del Tesoro» (Lc 21,1), pero nada de eso tendrá valor si solamente damos “de lo que nos sobra”, sin amor y sin espíritu de generosidad, sin ofrecernos a nosotros mismos. Dice san Agustín: «Ellos ponían sus miradas en las grandes ofrendas de los ricos, alabándolos por ello. Aunque luego vieron a la viuda, ¿cuántos vieron aquellas dos monedas?... Ella echó todo lo que poseía. Mucho tenía, pues tenía a Dios en su corazón. Es más tener a Dios en el alma que oro en el arca». Bien cierto: si somos generosos con Dios, Él lo será más con nosotros.

viernes, 20 de noviembre de 2020

DOMINGO 22 DE NOVIEMBRE

 

JESUCRISTO, REY DE MISERICORDIA

Estamos terminando el año litúrgico, con la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo. La fiesta de Cristo Rey del Universo antes se celebraba el último Domingo de octubre, desde el año 1925 en que la instituyó el papa Pío XI. Pero en la reforma de San Pablo VI, el 1969,se trasladó, de muy buen acuerdo, al último Domingo del Año Cristiano, el Domingo 34 del Tiempo Ordinario. Cuando Jesús, en su pasión, fue interrogado por Poncio Pilatos: ¿Eres rey? le respondió con toda claridad: Sí, pero mi reino no es como los de este mundo (Jn 19, 36).

Nuestra mirada a Jesús como Rey del Universo, ahora con un tono claramente escatológico, mirando al futuro de la historia, debe guiarse sobre todo por los textos de lecturas, oraciones y cantos, que nos ayudan a todos a entrar en el misterio de esta fiesta y ver nuestra historia como un proceso del Reino que todavía no se manifiesta, pero que se está gestando y madurando hasta el final de los tiempos.

LECTURAS:

Ezequiel 34,11-12.15-17: «A ustedes, mis ovejas, las voy a juzgar entre oveja y oveja»

Salmo 23(22): «El Señor es mi pastor, nada me falta»

1Corintios 15, 20-26a.28: «Devolverá a Dios Padre el Reino y así lo será todo en todos»

San Mateo 25, 31-46: «Se sentará en el trono de su gloria y separará a unos de otros»

«¿Dónde está tu hermano?»,

En el reino de Dios no cabe imposición ni odio ni, por tanto, victoria del hombre sobre el hombre. En las victorias humanas hay vencedores y vencidos; hay siempre imposición de unos sobre otros. En cambio, el reino de Dios es la victoria sobre la opresión y la muerte, y se inaugura con el perdón de Jesús desde la cruz: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen». - Es probable que nos preguntemos qué tiene que ver el evangelio de hoy, que hace prevalecer el amor a la hora del juicio, con la fiesta de Cristo Rey. Sin embargo, define cómo es el Reino de Dios y cómo se entra en él: «vengan, benditos de mi Padre, hereden el Reino»

Lo que pasa es que nos cuesta entender que no es el poder el lugar de encuentro con Dios, sino que Dios se manifiesta en el semejante que llora, sufre, trabaja... Si olvidamos esta verdad tan elemental, corremos el riesgo de tomar las armas para defender la civilización cristiana como si ésta fuera ya el Reino de Dios, cuando en realidad, es un orden social muy discutible.

A nuestro alrededor hay gente que tiene hambre, que está desnuda y que es perseguida por causa de la justicia. Nuestro mundo no es, pues, el reino inaugurado por Cristo, donde el sediento bebe, el hambriento se sacia, el preso rompe sus cadenas y el hombre se esfuerza por reconocer a los demás como hermanos.

La pregunta de Dios a Caín, al empezar la historia: «¿Dónde está tu hermano?», es aquí recogida como pregunta que sigue siendo central, y que sigue también provocando la misma sorpresa que provocó en Caín. Pero aquí Jesús explica el porqué de la pregunta: no se puede distinguir entre los deberes para con Dios y los deberes para con los hombres, puesto que Jesús-Salvador se identifica con cada hombre. Esta identificación, que prolonga la idea que concluía el discurso misionero (Mt. 10. 42), muestra que toda persona es «sacramento de Cristo» para los demás, es decir, que hace presente y visible a Cristo para los demás, hacia Dios.

Un Reino distinto

Reino de verdad: la verdad en el evangelio no sólo se estudia o se descubre. Sobre todo se hace porque ella es respuesta vital a la acción salvadora de Dios. Vivir conforme al evangelio nos hace verdaderos ante Dios. Jesucristo se identificó con ella. Nos dijo: «Yo soy la verdad».

Reino de vida: el Reino de Dios la comunica. No sólo la vida propiamente humana sino sobre todo la participación de la vida de Dios. Jesucristo nos dijo: He venido para que tengan vida y para que la tengan abundante. El propósito del reino no es la muerte sino la vida, y una vida de plena calidad.

Dios Padre nos ha señalado un objetivo: Sean santos porque yo soy santo. La santidad que el Reino de Cristo ofrece no es una actitud pasiva y ausente, sino el compromiso pleno del discípulo con el seguimiento del Señor. La santidad también se edifica a lo largo de la vida impregnando todo lo cotidiano con la experiencia del Espíritu. Lo santos se han comprometido a fondo con el hombre y con sus luchas.

Reino de gracia: ésta es la presencia activa de Dios en nosotros que nos hace actuar conforme a la voluntad divina movidos por el Espíritu Santo. Sólo este Reino de Cristo la puede ofrecer.

Reino de justicia: la justicia de este Reino es ante todo acción divina que nos hace justos. Vivir conforme al querer divino en todos los campos, en todas las relaciones es la presencia de la justicia de Dios en nosotros.

Todo el programa de este reino se centra en el amor y la paz.. Este amor es ante todo el amor que Dios nos tiene y que explica nuestra presencia en el mundo. Es un dinamismo que él nos comunica y nos hace capaces de amarlo a El y a nuestros hermanos, amar también todo el mundo creado. Y hacer que la paz que Cristo nos dejó, esa inmensa riqueza de bienes de Dios nos ha dado para ser compartidos por todos, sea realidad en el mundo. Este es el reino de Dios. ¿Quién ha soñado algo más deseable? Pero no es sólo obra de Cristo. El nos ha invitado a comprometernos como obreros leales en hacerlo realidad en el mundo.

Un Rey diferente

Qué clase de rey sería éste que nace en un establo, que pasa la vida oculta en el trabajo de la carpintería, desconocido totalmente del mundo, sin palacios, sin corte, sin nobles a su lado, sin ejércitos, sin un territorio que pueda llamar su reino. Que tiene por corona una de espinas, que muere crucificado. Y sin embargo, veintiún siglos después se sigue hablando de él, se le sigue teniendo por Señor, por salvador único de toda la humanidad, por Rey. - Proclamó un reino que tiene mucho de misterioso. El reino de los pobres y de los pecadores. Llamó a él como colaboradores a humildes trabajadores del lago. Pero supo despertar en todo ellos una esperanza que no ha muerto. Sin recursos los envió a predicar por todo el mundo el amor de Dios que salva, la esperanza definitiva, la felicidad completa.

Pero estuvo también atento a los compromisos en el mundo. A la solidaridad entre todos. Quiso que su reino estuviera abierto a todos los hombres y mujeres de la historia. Verdaderamente este reino es distinto y desafía todas nuestras ideas sobre el poder. Más adelante vamos a escuchar en el prefacio de este fiesta estas palabras: Es un reino eterno y universal: reino de la verdad y la vida; reino de la santidad y la gracia; reino de la justicia, del amor y de la paz. Cada una de esta palabras encierra los valores más apreciados por los hombres. Y también cada uno de esos términos lleva tras de sí toda una carga de sentido en la Palabra de Dios.

Ser rey en el plan de Dios es prestar un servicio al hombre e incluye estar dispuesto a dar la vida por aquellos a quienes se gobierna. Dios quiso ser siempre el rey de su pueblo escogido en el Antiguo Testamento. Cuando hubo reyes en Israel éstos se comprometían a ser sólo portavoces de Dios. Al llegar el momento de la encarnación, ese inefable entrar de Dios a nuestro mundo, a nuestro tiempo y nuestra historia, Jesús, el Hijo de Dios, nos habló de un reino, y él mismo se presentó como rey.

No podemos hacernos ideas equivocadas de ese reino y de ese rey. Aquí no hay palacios, ni ejércitos, ni ostentosas vestimentas, ni vida de placeres que de ordinario están unidos a los reyes terrenos. Aquí hay amor generoso y desinteresado, servicio incondicional, entrega total por el bien de todos, incluso muerte dolorosa en bien de todos, sin distingos ni preferencias.

Un mundo sin líderes

Vivimos en un mundo donde no abundan los verdaderos líderes. Todos tienen una visión parcial del liderazgo. Falta en ellos el sentido fecundo de la acción de Dios en la historia. El Señor, en esta fiesta de Cristo Rey, nos lanza el desafío de compartir con él esa función que él realizó y realiza hoy en su Iglesia a través de nosotros discípulos. El reino no es solo un honor sino una realidad que hay que vivir. Supone una relación con Dios, no servil sino de hijos y de discípulos que conocen a su Rey, lo siguen con amor, y asumen en plenitud lo que él quiere: implantar en el mundo: su reino que tiene contenidos propios. Nos los recuerda muy bien el prefacio de la misa de hoy: Reino de verdad y de vida; Reino de santidad y de gracia; Reino de justicia, de amor y de paz. Cada una de esas palabras encierra un programa de vida para el hombre en particular y para la sociedad de los hombres. Es la enseñanza que nos deja esta fiesta de Cristo Rey con la que terminamos el año litúrgico.

Servir para reinar

Jesús podía haber nacido entre los ricos, en palacio de lujo, entre esplendores de éxitos, y terminar su vida en medio de manifestaciones y aplausos. Pero hizo todo lo contrario. Nació de modo humilde y desconocido, vivió moderada y pobremente, sufrió enfrentamientos y luchas y murió crucificado. Proclamó un reino que tiene mucho de misterioso. El reino de los pobres y de los pecadores. Llamó a él como colaboradores a humildes trabajadores del lago. Pero supo despertar en todo ellos una esperanza que no ha muerto. Sin recursos los envió a predicar por todo el mundo el amor de Dios que salva, la esperanza definitiva, la felicidad completa. - Pero estuvo también atento a los compromisos en el mundo. A la solidaridad entre todos.

Quiso que su reino estuviera abierto a todos los hombres y mujeres de la historia. A Pedro le hubiera encantado un rey dominador, con capa de armiño y corona de oro...; a mí también. Pero él eligió por cetro una caña, por corona unas espinas y por trono donde manifestar su Señorío, la Cruz.

Además, dejó en las manos de la Iglesia (en las manos pecadoras de sus miembros), el tesoro de su mensaje salvador; y la Iglesia confiesa que Jesús es el Señor, que está resucitado y que vendrá con gloria a juzgar a las naciones. En el Reino de Jesús, en la Iglesia del Señor, todos cabemos, porque todos estamos llamados a él y el único requisito para pertenecer a ese Reino es el de «amar a Dios con toda el alma y al prójimo como a nosotros mismos». Y todos podemos cumplir este mandato si disponemos de un poco de generosidad y buen corazón. ¡Esa es nuestra suerte! Por eso, cuando la implantación de su Reino sea total, aquellas normas de vida que él ofreció serán las que servirán de pauta para juzgar a todos. Y la actitud que cada uno haya tenido «con los pobres a quienes se les predicó el reino» será la que determine quién poseerá el Reino y quién será excluido de él.

Todo trabajo por el Reino pasa necesariamente por el amor a los demás. Este amor forma parte esencial de nuestra vocación y misión de cristianos. Cuidemos de que esté siempre vivo en nuestros corazones.

Relación con la Eucaristía

A ese Jesús lo tenemos presente también, de un modo privilegiado -como Palabra viva y como Alimento de vida- en la Eucaristía. En el Padrenuestro pedimos siempre: «venga a nosotros tu reino». El alimento es la Eucaristía, el mismo Cristo, el Resucitado, que se nos da como fuerza para que sigamos su camino con perseverancia y alegría. Cuando el sacerdote nos invita a acercarnos a la comunión, dice unas palabras que apuntan claramente a un banquete festivo, «dichosos los invitados a la cena de bodas del Cordero», de Cristo.

VIERNES 20 DE NOVIEMBRE

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Viernes XXXIII del tiempo ordinario

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Lc 19,45-48): En aquel tiempo, entrando Jesús en el Templo, comenzó a echar fuera a los que vendían, diciéndoles: «Está escrito: ‘Mi casa será casa de oración’. ¡Pero vosotros la habéis hecho una cueva de bandidos!». Enseñaba todos los días en el Templo. Por su parte, los sumos sacerdotes, los escribas y también los notables del pueblo buscaban matarle, pero no encontraban qué podrían hacer, porque todo el pueblo le oía pendiente de sus labios.

Comentario:P. Josep LAPLANA OSB Monje de Montserrat (Montserrat, Barcelona, España)

«Mi casa será casa de oración»

Hoy, el gesto de Jesús es profético. A la manera de los antiguos profetas, realiza una acción simbólica, plena de significación de cara al futuro. Al expulsar del templo a los mercaderes que vendían las víctimas destinadas a servir de ofrenda y al evocar que «la casa de Dios será casa de oración» (Is 56,7), Jesús anunciaba la nueva situación que Él venía a inaugurar, en la que los sacrificios de animales ya no tenían cabida. San Juan definirá la nueva relación cultual como una «adoración al Padre en espíritu y en verdad» (Jn 4,24). La figura debe dejar paso a la realidad. Santo Tomás de Aquino decía poéticamente: «Et antiquum documentum / novo cedat ritui» («Que el Testamento Antiguo deje paso al Rito Nuevo»).

El Rito Nuevo es la palabra de Jesús. Por eso, san Lucas ha unido a la escena de la purificación del templo la presentación de Jesús predicando en él cada día. El culto nuevo se centra en la oración y en la escucha de la Palabra de Dios. Pero, en realidad, el centro del centro de la institución cristiana es la misma persona viva de Jesús, con su carne entregada y su sangre derramada en la cruz y dadas en la Eucaristía. También santo Tomás lo remarca bellamente: «Recumbens cum fratribus (…) se dat suis manibus» («Sentado en la mesa con los hermanos (…) se da a sí mismo con sus propias manos»).

En el Nuevo Testamento inaugurado por Jesús ya no son necesarios los bueyes ni los vendedores de corderos. Lo mismo que «todo el pueblo le oía pendiente de sus labios» (Lc 19,48), nosotros no hemos de ir al templo a inmolar víctimas, sino a recibir a Jesús, el auténtico cordero inmolado por nosotros de una vez para siempre (cf. He 7,27), y a unir nuestra vida a la suya.

 

jueves, 19 de noviembre de 2020

JUEVES 19 DE NOVIEMBRE

 

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Jueves XXXIII del tiempo ordinario

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Lc 19,41-44): En aquel tiempo, Jesús, al acercarse a Jerusalén y ver la ciudad, lloró por ella, diciendo: «¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! Pero ahora ha quedado oculto a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, en que tus enemigos te rodearán de empalizadas, te cercarán y te apretarán por todas partes, y te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos que estén dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de tu visita».

Comentario:Rev. D. Blas RUIZ i López (Ascó, Tarragona, España)

«¡Si (...) tú conocieras en este día el mensaje de paz!»

Hoy, la imagen que nos presenta el Evangelio es la de un Jesús que «lloró» (Lc 19,41) por la suerte de la ciudad escogida, que no ha reconocido la presencia de su Salvador. Conociendo las noticias que se han dado en los últimos tiempos, nos resultaría fácil aplicar esta lamentación a la ciudad que es —a la vez— santa y fuente de divisiones.

Pero mirando más allá, podemos identificar esta Jerusalén con el pueblo escogido, que es la Iglesia, y —por extensión— con el mundo en el que ésta ha de llevar a término su misión. Si así lo hacemos, nos encontraremos con una comunidad que, aunque ha alcanzado cimas altísimas en el campo de la tecnología y de la ciencia, gime y llora, porque vive rodeada por el egoísmo de sus miembros, porque ha levantado a su alrededor los muros de la violencia y del desorden moral, porque lanza por los suelos a sus hijos, arrastrándolos con las cadenas de un individualismo deshumanizante. En definitiva, lo que nos encontraremos es un pueblo que no ha sabido reconocer el Dios que la visitaba (cf. Lc 19,44).

Sin embargo, nosotros los cristianos, no podemos quedarnos en la pura lamentación, no hemos de ser profetas de desventuras, sino hombres de esperanza. Conocemos el final de la historia, sabemos que Cristo ha hecho caer los muros y ha roto las cadenas: las lágrimas que derrama en este Evangelio prefiguran la sangre con la cual nos ha salvado.

De hecho, Jesús está presente en su Iglesia, especialmente a través de aquellos más necesitados. Hemos de advertir esta presencia para entender la ternura que Cristo tiene por nosotros: es tan excelso su amor, nos dice san Ambrosio, que Él se ha hecho pequeño y humilde para que lleguemos a ser grandes; Él se ha dejado atar entre pañales como un niño para que nosotros seamos liberados de los lazos del pecado; Él se ha dejado clavar en la cruz para que nosotros seamos contados entre las estrellas del cielo... Por eso, hemos de dar gracias a Dios, y descubrir presente en medio de nosotros a aquel que nos visita y nos redime.

miércoles, 18 de noviembre de 2020

MIERCOLES 18 DE NOVIEMBRE

 

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Miércoles XXXIII del tiempo ordinario

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Lc 19,11-28): En aquel tiempo, Jesús estaba cerca de Jerusalén y añadió una parábola, pues los que le acompañaban creían que el Reino de Dios aparecería de un momento a otro. Dijo pues: «Un hombre noble marchó a un país lejano, para recibir la investidura real y volverse. Habiendo llamado a diez siervos suyos, les dio diez minas y les dijo: ‘Negociad hasta que vuelva’. Pero sus ciudadanos le odiaban y enviaron detrás de él una embajada que dijese: ‘No queremos que ése reine sobre nosotros’.

»Y sucedió que, cuando regresó, después de recibir la investidura real, mandó llamar a aquellos siervos suyos, a los que había dado el dinero, para saber lo que había ganado cada uno. Se presentó el primero y dijo: ‘Señor, tu mina ha producido diez minas’. Le respondió: ‘¡Muy bien, siervo bueno!; ya que has sido fiel en lo mínimo, toma el gobierno de diez ciudades’. Vino el segundo y dijo: ‘Tu mina, Señor, ha producido cinco minas’. Dijo a éste: ‘Ponte tú también al mando de cinco ciudades’. Vino el otro y dijo: ‘Señor, aquí tienes tu mina, que he tenido guardada en un lienzo; pues tenía miedo de ti, que eres un hombre severo; que tomas lo que no pusiste, y cosechas lo que no sembraste’. Dícele: ‘Por tu propia boca te juzgo, siervo malo; sabías que yo soy un hombre severo, que tomo lo que no puse y cosecho lo que no sembré; pues, ¿por qué no colocaste mi dinero en el banco? Y así, al volver yo, lo habría cobrado con los intereses’.

»Y dijo a los presentes: ‘Quitadle la mina y dádsela al que tiene las diez minas’. Dijéronle: ‘Señor, tiene ya diez minas’. ‘Os digo que a todo el que tiene, se le dará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Y aquellos enemigos míos, los que no quisieron que yo reinara sobre ellos, traedlos aquí y matadlos delante de mí’».

Y habiendo dicho esto, marchaba por delante subiendo a Jerusalén.

Comentario:P. Pere SUÑER i Puig SJ (Barcelona, España)

«Negociad hasta que vuelva»

Hoy, el Evangelio nos propone la parábola de las minas: una cantidad de dinero que aquel noble repartió entre sus siervos, antes de marchar de viaje. Primero, fijémonos en la ocasión que provoca la parábola de Jesús. Él iba “subiendo” a Jerusalén, donde le esperaba la pasión y la consiguiente resurrección. Los discípulos «creían que el Reino de Dios aparecería de un momento a otro» (Lc 19,11). Es en estas circunstancias cuando Jesús propone esta parábola. Con ella, Jesús nos enseña que hemos de hacer rendir los dones y cualidades que Él nos ha dado, mejor dicho, que nos ha dejado a cada uno. No son “nuestros” de manera que podamos hacer con ellos lo que queramos. Él nos los ha dejado para que los hagamos rendir. Quienes han hecho rendir las minas —más o menos— son alabados y premiados por su Señor. Es el siervo perezoso, que guardó el dinero en un pañuelo sin hacerlo rendir, el que es reprendido y condenado.

El cristiano, pues, ha de esperar —¡claro está!— el regreso de su Señor, Jesús. Pero con dos condiciones, si se quiere que el encuentro sea amistoso. La primera es que aleje la curiosidad malsana de querer saber la hora de la solemne y victoriosa vuelta del Señor. Vendrá, dice en otro lugar, cuando menos lo pensemos. ¡Fuera, por tanto, especulaciones sobre esto! Esperamos con esperanza, pero en una espera confiada sin malsana curiosidad. La segunda es que no perdamos el tiempo. La espera del encuentro y del final gozoso no puede ser excusa para no tomarnos en serio el momento presente. Precisamente, porque la alegría y el gozo del encuentro final será tanto mejor cuanto mayor sea la aportación que cada uno haya hecho por la causa del reino en la vida presente.

No falta, tampoco aquí, la grave advertencia de Jesús a los que se rebelan contra Él: «Aquellos enemigos míos, los que no quisieron que yo reinara sobre ellos, traedlos aquí y matadlos delante de mí» (Lc 19,27).

martes, 17 de noviembre de 2020

MARTES 17 DE NOVIEMBRE

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Martes XXXIII del tiempo ordinario

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Lc 19,1-10): En aquel tiempo, habiendo entrado Jesús en Jericó, atravesaba la ciudad. Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos, y rico. Trataba de ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la gente, porque era de pequeña estatura. Se adelantó corriendo y se subió a un sicómoro para verle, pues iba a pasar por allí. Y cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando la vista, le dijo: «Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa». Se apresuró a bajar y le recibió con alegría.

Al verlo, todos murmuraban diciendo: «Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador». Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: «Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo». Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abraham, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido».

Comentario:Rev. D. Enric RIBAS i Baciana (Barcelona, España)

«El Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido»

Hoy, Zaqueo soy yo. Este personaje era rico y jefe de publicanos; yo tengo más de lo que necesito y quizás muchas veces actúo como un publicano y me olvido de Cristo. Jesús, entre la multitud, busca a Zaqueo; hoy, en medio de este mundo, me busca a mí precisamente: «Baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa» (Lc 19,5).

Zaqueo desea ver a Jesús; no lo conseguirá si no se esfuerza y sube al árbol. ¡Quisiera yo ver tantas veces la acción de Dios!, pero no sé si verdaderamente estoy dispuesto a hacer el ridículo obrando como Zaqueo. La disposición del jefe de publicanos de Jericó es necesaria para que Jesús pueda actuar; y, si no se apremia, quizás pierda la única oportunidad de ser tocado por Dios y, así, ser salvado. Quizás yo he tenido muchas ocasiones de encontrarme con Jesús y quizás ya va siendo hora de ser valiente, de salir de casa, de encontrarme con Él y de invitarle a entrar en mi interior, para que Él pueda decir también de mí: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abraham, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lc 19,9-10).

Zaqueo deja entrar a Jesús en su casa y en su corazón, aunque no se sienta muy digno de tal visita. En él, la conversión es total: empieza con la renuncia a la ambición de riquezas, continúa con el propósito de compartir sus bienes y acaba con la resolución de hacer justicia, corrigiendo los pecados que ha cometido. Quizás Jesús me está pidiendo algo similar desde hace tiempo, pero yo no quiero escucharle y hago oídos sordos; necesito convertirme.

Decía san Máximo: «Nada hay más querido y agradable a Dios como que los hombres se conviertan a Él con un arrepentimiento sincero». Que Él me ayude hoy a hacerlo realidad.

 

viernes, 13 de noviembre de 2020

DOMINGO 15 DE NOVIEMBRE

 

“¿Qué cuentas entregamos de nuestros talentos?”

 XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario.

Proverbios 31, 10-13. 19-20. 30-31: “Trabaja con sus hábiles manos”

Salmo 127: “Dichoso el que teme al Señor”

I Tesalonicenses 5, 1-6: “Que el día del Señor no los sorprenda como un ladrón”

San Mateo 25, 14-30: “Porque has sido fiel en cosas de poco valor, entra a tomar parte en la alegría de tu Señor”

Parábola para hoy

Parábolas que llegan al corazón, parábolas que se hacen actuales, parábolas que nos dejan profundas reflexiones. Hoy nuevamente Jesús nos habla en parábolas y nos presenta la parábola de los talentos. ¿Por qué no intentamos poner esta parábola en términos actuales?

Esbocemos un intento. Mucho se ha hablado de las grandes riquezas que encierra nuestra patria: los metales preciosos que guardan sus entrañas; las enormes montañas embellecidas por miles de árboles; la abundancia de sus lagos y sus ríos con un gran abastecimiento de agua y el prodigio de las selvas llenas de encanto y de belleza.

Kilómetros y kilómetros de playas de ensueño, no sólo preciosas, sino de riqueza incalculable. Pero, dicen los chistes crueles, para cuidar, proteger y hacer crecer estos tesoros se ha puesto al “colombiano”, que ha venido a dar al traste con toda la riqueza.

No sólo son chistes crueles, es una dura verdad y vemos transformarse nuestro bello y fértil territorio en un inmenso desierto que cada día avanza y mata la vida; y el agua, antes abundante, ahora escasea; los minerales en lugar de producir riqueza envenenan los pueblos y producen divisiones; y la riqueza abundante se distribuye injustamente creando millones de hambrientos y unos cuantos privilegiados nadando en la abundancia.

No, no creo que Dios haya hecho estúpidos o tontos a quienes son los responsables, creo que no será falta de inteligencia, pero sí será mucha ambición y poco sentido de fraternidad. Los grandes talentos que Dios nos ha dado, los hemos no solamente escondido y dejado sin fructificar, los hemos corrompido y convertido en fuente de desigualdad, de marginación y de pobreza.

Los talentos humanos

No podemos solamente hablar de riquezas naturales, nuestra patria encierra un enorme potencial en valores humanos que se encuentran desperdiciados y que no se han sabido utilizar. Qué tristeza encontrar vagando por nuestras calles la fuerte e inteligente juventud desperdiciando su tiempo y sus esfuerzos, reducidos a los tristemente llamados “ninis” porque no encuentran oportunidad ni para estudiar, ni para trabajar, ni para desarrollar sus estupendas cualidades.

La riqueza de nuestras familias, perla preciosa de nuestra sociedad, que ahora se desmorona y se desperdicia, golpeada por el individualismo, por el mercantilismo y por un hedonismo que destroza todo sentido humanitario.

Los niños y los adolescentes que gastan horas y horas en sus clases pero que muy poco aprenden de los valores de la vida, del amor a la verdad y de la búsqueda de la justicia. Con dolor comprobamos que no solamente están escasos de conocimientos básicos, sino también se encuentran vacíos de valores.

El potencial de los medios de comunicación, radio, celulares, internet o televisión, que poseen una fuerza extraordinaria para educar, enseñar, propiciar un verdadero descanso y aprecio de la vida, y que se han convertido en una sarta de programas estúpidos, insulsos y mediocres recurriendo a las escenas morbosas o las palabras soeces para poder atraer más clientela.

Círculo vicioso: al público lo que pida, pero primero le enseñamos a pedir porquerías. Podríamos decir que el gran pecado que nos está ahogando es el de omisión: tenemos muchas cualidades, poseemos los suficientes espacios, pero no actuamos con honestidad y con responsabilidad.

Servidores irresponsables

No es gratuita la indiferencia y la apatía con la que muchos de los ciudadanos miran la política, las autoridades y la sociedad. No se han hecho producir los talentos que el pueblo, o que el Señor, ha puesto en sus manos.

Cobardemente han escondido los tesoros y han dejado podrir los talentos. Por temor, por apatía o por ambición, y después se tienen las mismas excusas para disculpar el torpe manejo. Siempre echando la culpa a otros o a las circunstancias, siempre apareciendo limpios.

No es difícil darnos cuenta de que hay mucha riqueza que se ha dilapidado y que se sigue dilapidando. Pero no sólo las autoridades civiles, todos los que tenemos alguna responsabilidad frente a la comunidad, frente a la familia, frente a los grupos, hemos desperdiciado las oportunidades y nos hemos quedado paralizados de miedo.

Los padres de familia que no se atreven a proponer verdaderos ideales a sus hijos y prefieren seguir el borreguismo que el sistema propone; los maestros que no se arriesgan a formar verdaderos ciudadanos; los líderes obreros y sindicales que prefieren sus ganancias substanciosas a la verdadera justicia; los pastores y sacerdotes que no se arriesgan a presentar el Reino en toda su verdad y se contentan con unos cuantos fieles adormilados. Es el pecado de la cobardía, de la omisión, del pasivismo, que está ahogándonos e impidiendo verdaderos frutos. 

También hay servidores honrados

 Creo que ahora me puse demasiado pesimista, pero Jesús siempre tiene palabras de esperanza y nos presenta en su parábola no uno, sino dos servidores que han tenido la inteligencia, el compromiso y osadía de arriesgar todo. Que se han comprometido y que han sabido hacer producir.

Dos de tres es un gran porcentaje, no sé si en la actualidad podríamos aspirar a tanto, pero de lo que sí estoy seguro es de que hay discípulos de Jesús que no se acobardan y que entregan su vida en la búsqueda del Reino, que hay líderes que asumen con toda dignidad su papel y se entregan arriesgando su propia vida, que hay pequeños y quizás desconocidos protagonistas que están sembrando en este mismo momento semillas de esperanza.

Jesús es más optimista que nosotros y por eso nos presenta tan buenos dividendos, pero Él es consciente de que la tentación está ahí acechándonos para que continuemos con nuestras pasividades e indiferencias.

Hoy Jesús quiere que hagamos producir los talentos que nos ha concedido, no le importa lo mucho o lo poco, le importa el amor, la honestidad y el servicio que en nuestra tarea pongamos. ¿Cómo le respondemos a Jesús? ¿Estamos haciendo producir nuestros talentos personales, comunitarios, eclesiales y nacionales? ¿Inventamos disculpas para dejar de producir? Magnifica reflexión para la IV Jornada del pobre que celebramos hoy en la Iglesia por iniciativa del Papa Francisco.

Concédenos, Señor, tu ayuda para entregarnos fielmente a tu servicio, porque sólo en el cumplimiento de tu voluntad podremos encontrar la felicidad verdadera, por Cristo, nuestro Señor. Amén.

 

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