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miércoles, 30 de junio de 2021

MIERCOLES 30 DE JUNIO

 

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Miércoles 13 del tiempo ordinario

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Mt 8,28-34): En aquel tiempo, al llegar Jesús a la otra orilla, a la región de los gadarenos, vinieron a su encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros, y tan furiosos que nadie era capaz de pasar por aquel camino. Y se pusieron a gritar: «¿Qué tenemos nosotros contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí para atormentarnos antes de tiempo?». Había allí a cierta distancia una gran piara de puercos paciendo. Y le suplicaban los demonios: «Si nos echas, mándanos a esa piara de puercos». Él les dijo: «Id». Saliendo ellos, se fueron a los puercos, y de pronto toda la piara se arrojó al mar precipicio abajo, y perecieron en las aguas. Los porqueros huyeron, y al llegar a la ciudad lo contaron todo y también lo de los endemoniados. Y he aquí que toda la ciudad salió al encuentro de Jesús y, en viéndole, le rogaron que se retirase de su término.

Comentario:Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)

«Le rogaron que se retirase de su término»

Hoy contemplamos un triste contraste. “Contraste” porque admiramos el poder y majestad divinos de Jesucristo, a quien voluntariamente se le someten los demonios (señal cierta de la llegada del Reino de los cielos). Pero, a la vez, deploramos la estrechez y mezquindad de las que es capaz el corazón humano al rechazar al portador de la Buena Nueva: «Toda la ciudad salió al encuentro de Jesús y, en viéndole, le rogaron que se retirase de su término» (Mt 8,34). Y “triste” porque «la luz verdadera (...) vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron» (Jn 1,9.11).

Más contraste y más sorpresa si ponemos atención en el hecho de que el hombre es libre y esta libertad tiene el “poder de detener” el poder infinito de Dios. Digámoslo de otra manera: la infinita potestad divina llega hasta donde se lo permite nuestra “poderosa” libertad. Y esto es así porque Dios nos ama principalmente con un amor de Padre y, por tanto, no nos ha de extrañar que Él sea muy respetuoso de nuestra libertad: Él no impone su amor, sino que nos lo propone.

Dios, con sabiduría y bondad infinitas, gobierna providencialmente el universo, respetando nuestra libertad; también cuando esta libertad humana le gira las espaldas y no quiere aceptar su voluntad. Al contrario de lo que pudiera parecer, no se le escapa el mundo de las manos: Dios lo lleva todo a buen término, a pesar de los impedimentos que le podamos poner. De hecho, nuestros impedimentos son, antes que nada, impedimentos para nosotros mismos.

Con todo, uno puede afirmar que «frente a la libertad humana Dios ha querido hacerse “impotente”. Y puede decirse asimismo que Dios está pagando por este gran don [la libertad] que ha concedido a un ser creado por Él a su imagen y semejanza [el hombre]» (San Juan Pablo II). ¡Dios paga!: si le echamos, Él obedece y se marcha. Él paga, pero nosotros perdemos. Salimos ganando, en cambio, cuando respondemos como Santa María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38).

martes, 29 de junio de 2021

MARTES 29 DE JUNIO

 Evangelio de hoy 29 de junio, 2021. Lecturas del día martes

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Celebración del día:

San Pedro y San Pablo, Solemnidad.
 

Lecturas.

Hechos 12,1-11.

En aquellos días, el rey Herodes se puso a perseguir a algunos miembros de la Iglesia. Hizo pasar a cuchillo a Santiago, hermano de Juan. Al ver que esto agradaba a los judíos, decidió detener a Pedro. Era la semana de Pascua. Mandó prenderlo y meterlo en la cárcel, encargando su custodia a cuatro piquetes de cuatro soldados cada uno; tenía intención de presentarlo al pueblo pasadas las fiestas de Pascua. Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él. La noche antes de que lo sacara Herodes, estaba Pedro durmiendo entre dos soldados, atado con cadenas. Los centinelas hacían guardia a la puerta de la cárcel. De repente, se presentó el ángel del Señor, y se iluminó la celda. Tocó a Pedro en el hombro, lo despertó y le dijo: "Date prisa, levántate." Las cadenas se le cayeron de las manos, y el ángel añadió: "Ponte el cinturón y las sandalias." Obedeció, y el ángel le dijo: "Échate el manto y sígueme." Pedro salió detrás, creyendo que lo que hacía el ángel era una visión y no realidad. Atravesaron la primera y la segunda guardia, llegaron al portón de hierro que daba a la calle, y se abrió solo. Salieron, y al final de la calle se marchó el ángel. Pedro recapacitó y dijo: "Pues era verdad: el Señor ha enviado a su ángel para librarme de las manos de Herodes y de la expectación de los judíos."

Salmos 34(33),2-9.

"De todos mis terrores el Señor me liberó". (R).

  • Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren. (R).
  • Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre. Yo consulté al Señor, y me respondió, me libró de todas mis ansias. (R).
  • Contempladlo, y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará. Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha y lo salva de sus angustias. (R).
  • El ángel del Señor acampa en torno a sus fieles y los protege. Gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a él. (R).

2 Timoteo 4,6-8.17-18.

Querido hermano: Yo estoy a punto de ser sacrificado, y el momento de mi partida es inminente. He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Señor, juez justo, me premiará en aquel día; y no solo a mí, sino a todos los que tienen amor a su venida. El Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran todos los gentiles. Él me libró de la boca del león. El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
 

Mateo 16,13-19.

En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: "¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?" Ellos le respondieron: "Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas". "Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?" Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". Y Jesús le dijo: "Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo". Palabra del Señor.


Reflexión Papa Francisco.

Pedro y Pablo están ante nosotros como testigos. Nunca se cansaron de predicar y viajar como misioneros desde la tierra de Jesús hasta la misma Roma. Aquí dieron su último testimonio, ofreciendo sus vidas como mártires. Si vamos al corazón de ese testimonio, podemos verlos como testigos de la vida, testigos del perdón y testigos de Jesús.

El Señor pregunta: "¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?" Las respuestas evocan figuras del pasado: "Juan el Bautista, Elías, Jeremías o uno de los profetas". Gente notable, pero todos ellos muertos. Pedro en cambio responde: "Tú eres el Cristo" (Mt 16:13-14.16).

El Cristo, es decir, el Mesías. Una palabra que no apunta al pasado, sino al futuro: el Mesías es el esperado, es la novedad, el que trae la unción de Dios al mundo. Jesús no es el pasado, sino el presente y el futuro.


Recomendado.

En este momento de crisis y enfermedad que estamos atravesando, vamos a invocar la poderosa fuerza del Arcángel San Rafael para pedir su protección.

Oración a San Rafael para sanar la enfermedad.


Audio reflexión.

Escucha ahora la reflexión correspondiente a las lecturas en audio. Palabra diaria comentada para la vida. 

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lunes, 28 de junio de 2021

LUNES 28 DE JUNIO

 

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Lunes 13 del tiempo ordinario

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Mt 8,18-22): En aquel tiempo, viéndose Jesús rodeado de la muchedumbre, mandó pasar a la otra orilla. Y un escriba se acercó y le dijo: «Maestro, te seguiré adondequiera que vayas». Dícele Jesús: «Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza». Otro de los discípulos le dijo: «Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre». Dícele Jesús: «Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos».

Comentario:Rev. D. Jordi PASCUAL i Bancells (Salt, Girona, España)

«Sígueme»

Hoy, el Evangelio nos presenta —a través de dos personajes— una cualidad del buen discípulo de Jesús: el desprendimiento de los bienes materiales. Pero antes, el texto de san Mateo nos da un detalle que no querría pasar por alto: «Viéndose Jesús rodeado de la muchedumbre...» (Mt 8,18). Las multitudes se reúnen cerca del Señor para escuchar su palabra, ser curados de sus dolencias materiales y espirituales; buscan la salvación y un aliento de Vida eterna en medio de los vaivenes de este mundo.

Como entonces, algo parecido pasa en nuestro mundo de hoy día: todos —más o menos conscientemente— tenemos la necesidad de Dios, de saciar el corazón de los bienes verdaderos, como son el conocimiento y el amor a Jesucristo y una vida de amistad con Él. Si no, caemos en la trampa de querer llenar nuestro corazón de otros “dioses” que no pueden dar sentido a nuestra vida: el móvil, Internet, el viaje a las Bahamas, el trabajo desenfrenado para ganar más y más dinero, el coche mejor que el del vecino, o el gimnasio para lucir el mejor cuerpo del país.... Es lo que les pasa a muchos actualmente.

En contraste, resuena el grito lleno de fuerza y de confianza del Papa San Juan Pablo II hablando a la juventud: «Se puede ser moderno y profundamente fiel a Jesucristo». Para eso es preciso, como el Señor, el desprendimiento de todo aquello que nos ata a una vida demasiado materializada y que cierra las puertas al Espíritu.

«El Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza (...). Sígueme» (Mt 8,22), nos dice el Evangelio de hoy. Y san Gregorio Magno nos recuerda: «Tengamos las cosas temporales para uso, las eternas en el deseo; sirvámonos de las cosas terrenales para el camino, y deseemos las eternas para el fin de la jornada». Es un buen criterio para examinar nuestro seguimiento de Jesús.

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Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Lunes 13 del tiempo ordinario

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Mt 8,18-22): En aquel tiempo, viéndose Jesús rodeado de la muchedumbre, mandó pasar a la otra orilla. Y un escriba se acercó y le dijo: «Maestro, te seguiré adondequiera que vayas». Dícele Jesús: «Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza». Otro de los discípulos le dijo: «Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre». Dícele Jesús: «Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos».

Comentario:Rev. D. Jordi PASCUAL i Bancells (Salt, Girona, España)

«Sígueme»

Hoy, el Evangelio nos presenta —a través de dos personajes— una cualidad del buen discípulo de Jesús: el desprendimiento de los bienes materiales. Pero antes, el texto de san Mateo nos da un detalle que no querría pasar por alto: «Viéndose Jesús rodeado de la muchedumbre...» (Mt 8,18). Las multitudes se reúnen cerca del Señor para escuchar su palabra, ser curados de sus dolencias materiales y espirituales; buscan la salvación y un aliento de Vida eterna en medio de los vaivenes de este mundo.

Como entonces, algo parecido pasa en nuestro mundo de hoy día: todos —más o menos conscientemente— tenemos la necesidad de Dios, de saciar el corazón de los bienes verdaderos, como son el conocimiento y el amor a Jesucristo y una vida de amistad con Él. Si no, caemos en la trampa de querer llenar nuestro corazón de otros “dioses” que no pueden dar sentido a nuestra vida: el móvil, Internet, el viaje a las Bahamas, el trabajo desenfrenado para ganar más y más dinero, el coche mejor que el del vecino, o el gimnasio para lucir el mejor cuerpo del país.... Es lo que les pasa a muchos actualmente.

En contraste, resuena el grito lleno de fuerza y de confianza del Papa San Juan Pablo II hablando a la juventud: «Se puede ser moderno y profundamente fiel a Jesucristo». Para eso es preciso, como el Señor, el desprendimiento de todo aquello que nos ata a una vida demasiado materializada y que cierra las puertas al Espíritu.

«El Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza (...). Sígueme» (Mt 8,22), nos dice el Evangelio de hoy. Y san Gregorio Magno nos recuerda: «Tengamos las cosas temporales para uso, las eternas en el deseo; sirvámonos de las cosas terrenales para el camino, y deseemos las eternas para el fin de la jornada». Es un buen criterio para examinar nuestro seguimiento de Jesús.

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viernes, 25 de junio de 2021

DOMINGO 27 DE JUNIO

 

Respetar y defender la vida

¡Vida o muerte! Es el dilema del hombre. Mejor sería decir que el plan que Dios ha tenido sobre él es muerte y vida. En la parábola con que el Génesis narra la creación del hombre aparecen ya esas dos realidades. En el jardín que Dios ha dispuesto para él, lleno de agua y de vida, hay dos árboles: el de la vida y el de la ciencia del bien y del mal. El primero representa el designio de Dios sobre el hombre, la vida, y el segundo ya lleva en sí la perspectiva de la muerte. ¿Qué sentido tiene la muerte para el hombre? ¿Qué sentido tiene para el cristiano? Es el interrogante máximo que el hombre se plantea. La perspectiva ineludible de la muerte lo conturba. La experiencia de la muerte nos rodea y nos afecta a diario. A veces invade lo más íntimo de nuestra propia existencia. La sentimos a nuestro lado y no la queremos. Cuando un ser que amamos está al borde de la muerte oímos decir: Estamos esperando lo peor. ¿Responde esa afirmación a nuestra fe? No, decididamente no.

LECTURAS:

Sabiduría 1, 13-15; 2, 23-25: «Dios no hizo la muerte»

Salmo 30(29): «Te ensalzaré, Señor, porque me has librado»

2 Corintios 8,7.9.13-15: «Distínganse también ahora por su generosidad»

San Marcos 5, 21-43: «La niña no está muerta... Está dormida»

Defender la vida

El evangelio de este Domingo nos presenta Jesús curando a una mujer enferma y resucitando a una niña. Su gesto, en esas dos acciones, unido a todas sus actuaciones, nos hace descubrir a un Jesús empeñado en defender la vida y estar siempre favor de ella. Ése e el Dios en quien nosotros creemos, el Dios de la vida. Y así fue desde el principio, tal como nos lo recuerda la lectura del libro de la Sabiduría. Sin embargo, nuestro modo de actuar no está siempre de acuerdo con lo que decimos creer, y menos con el Dios en quien decimos creer.

Con mucha frecuencia, los hombres en general, sea cual sea su religiosidad, sembramos la muerte. Y lo comprobamos con sólo dar una mirada a nuestro mundo: el aborto, la eutanasia, la guerra, el terrorismo, el hambre..., y, de modo más cotidiano, la violencia intrafamiliar, el maltrato de niños, las acciones violentas y llenas de agresividad de aficionados al deporte, las palabras duras, ofensivas, insultantes, cargadas de desprecio y de violencia. No somos nosotros ajenos a ese mundo de violencia que tanto nos molesta. Tal vez estamos más cerca y más inmersos en él de lo que pensamos. Creer en Jesús, en su mensaje, en el Dios del que Él nos haba, es estar a favor de la vida. No somos nosotros los dueños de ella, ni de la nuestra ni la de los demás. No podemos quitarla ni deshacernos de ella cuando nos conviene, ni nunca, por ningún motivo. La hemos recibido para cuidarla, la nuestra y la de los demás, creando condiciones para una vida digna. Cuidar nuestra salud, cuidar el modo como vivimos para no ponerla en peligro, defenderla, protegerla. Estar a favor de la vida no es cualquier cosa. Nos comprometemos a trabajar a favor de la vida y ser, así, reflejo del Dios en quien creemos.

Al servicio de dignificar a la mujer

Este evangelio tiene dos partes, a pesar de que ambas partes se refieren al mismo tema: dos milagros de Jesús a favor de dos mujeres, como signo de su preocupación porque las personas pudiesen tener vida en todas sus formas; como signo también, de la vida de gracia y eternidad, que nos vino a traer a través de su propia muerte y resurrección.

 =>: El primer milagro es sanar a una mujer enferma considerada «impura», excluida, marginada, por causa de una hemorragia que le duraba desde hacía doce años.. El sanar a alguien es darle parte de su vida perdida. Por eso servir al enfermo es siempre un acto de compasión, y expresión de amor y de imitación de Cristo. De hecho, los servicios y trabajos de caridad, son diversas formas de traerle vida a la gente. (Físicamente, socialmente, culturalmente en su calidad de vida, y demás).

=>: El segundo milagro es sorprendente: es la resurrección de una niña muerta. En este caso Jesús entrega vida temporal en su plenitud. La semejanza con la resurrección del ser humano a una nueva vida de gracia, a través de la conversión, es muy fuerte. De hecho, cada conversión del pecado, cada aceptación de la gracia de Dios es una resurrección. Es, sin duda, un milagro espiritual.

Nuestro compromiso hoy

Se nos insiste hoy en que descubramos nuestra vocación de discípulos que atentos siguen al Señor y se comprometen con su obra salvadora. Estos episodios no son solo una crónica de algo sucedido y que pasó, sino una invitación a recorrer con Jesús hoy el mismo camino. Es bueno que en una lectura atenta, meditada, personalizada del evangelio según san Marcos, de 4, 35 a 5, 43, como un todo, escrito para fundamentar el discipulado, descubramos cómo debemos seguir al Señor en nuestra condición de discípulos misioneros, desde aquel atardecer en que nos invitó a seguirlo diciéndonos: «pasemos a la otra orilla», no sólo la del lago, sino la de la vida donde se descubre el mundo que se abre con Jesús, mirado con sus ojos, vivido con el calor de su presencia. Nos daremos cuenta de que viviendo en la realidad plana de nuestra cotidianidad, allí hay una presencia divina que pasa por nuestras experiencias humanas: la del temor, la de la esclavitud que deshumaniza, la de la enfermedad, la de la misma muerte.

Que esas realidades leídas desde la fe se iluminen con un sentido hondo que sobrepasa nuestra capacidad meramente humana. Experiencia que es útil hacer igualmente en comunidad. Esas realidades humanas son vividas en nuestro derredor, por las personas que amamos y las debemos compartir con ellas. Es preciso encontrar el contenido de esperanza que se encierra en cada una de ellas.

VIERNES 25 DE JUNIO

 

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Viernes 12 del tiempo ordinario

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Mt 8,1-4): En aquel tiempo, cuando Jesús bajó del monte, fue siguiéndole una gran muchedumbre. En esto, un leproso se acercó y se postró ante Él, diciendo: «Señor, si quieres puedes limpiarme». Él extendió la mano, le tocó y dijo: «Quiero, queda limpio». Y al instante quedó limpio de su lepra. Y Jesús le dice: «Mira, no se lo digas a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y presenta la ofrenda que prescribió Moisés, para que les sirva de testimonio».

Comentario:Rev. D. Xavier ROMERO i Galdeano (Cervera, Lleida, España)

«Señor, si quieres puedes limpiarme»

Hoy, el Evangelio nos muestra un leproso, lleno de dolor y consciente de su enfermedad, que acude a Jesús pidiéndole: «Señor, si quieres puedes limpiarme» (Mt 8,2). También nosotros, al ver tan cerca al Señor y tan lejos nuestra cabeza, nuestro corazón y nuestras manos de su proyecto de salvación, tendríamos que sentirnos ávidos y capaces de formular la misma expresión del leproso: «Señor, si quieres puedes limpiarme» (Mt 8,2).

Ahora bien, se impone una pregunta: Una sociedad que no tiene conciencia de pecado, ¿puede pedir perdón al Señor? ¿Puede pedirle purificación alguna? Todos conocemos mucha gente que sufre y cuyo corazón está herido, pero su drama es que no siempre es consciente de su situación personal. A pesar de todo, Jesús continúa pasando a nuestro lado, día tras día (cf. Mt 28,20), y espera la misma petición: «Señor, si quieres...» (cf. Mt 8,2). No obstante, también nosotros debemos colaborar. San Agustín nos lo recuerda en su clásica sentencia: «Aquél que te creó sin ti, no te salvará sin ti». Es necesario, pues, que seamos capaces de pedir al Señor que nos ayude, que queramos cambiar con su ayuda.

Alguien se preguntará: ¿por qué es tan importante darse cuenta, convertirse y desear cambiar? Sencillamente porque, de lo contrario, seguiríamos sin poder dar una respuesta afirmativa a la pregunta anterior, en la que decíamos que una sociedad sin conciencia de pecado difícilmente sentirá deseos o necesidad de buscar al Señor para formular su petición de ayuda.

Por eso, cuando llega el momento del arrepentimiento, el momento de la confesión sacramental, es preciso deshacerse del pasado, de las lacras que infectan nuestro cuerpo y nuestra alma. No lo dudemos: pedir perdón es un gran momento de iniciación cristiana, porque es el momento en que se nos cae la venda de los ojos. ¿Y si alguien se da cuenta de su situación y no quiere convertirse? Dice un refrán popular: «No hay peor ciego que el que no quiere ver».

jueves, 24 de junio de 2021

JUEVES 24 DE JUNIO

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: 24 de Junio: El Nacimiento de san Juan Bautista

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Lc 1,57-66.80): Se le cumplió a Isabel el tiempo de dar a luz, y tuvo un hijo. Oyeron sus vecinos y parientes que el Señor le había hecho gran misericordia, y se congratulaban con ella. Y sucedió que al octavo día fueron a circuncidar al niño, y querían ponerle el nombre de su padre, Zacarías, pero su madre, tomando la palabra, dijo: «No; se ha de llamar Juan». Le decían: «No hay nadie en tu parentela que tenga ese nombre». Y preguntaban por señas a su padre cómo quería que se le llamase. Él pidió una tablilla y escribió: ‘Juan es su nombre’. Y todos quedaron admirados.

Y al punto se abrió su boca y su lengua, y hablaba bendiciendo a Dios. Invadió el temor a todos sus vecinos, y en toda la montaña de Judea se comentaban todas estas cosas; todos los que las oían las grababan en su corazón, diciendo: «Pues ¿qué será este niño?». Porque, en efecto, la mano del Señor estaba con él. El niño crecía y su espíritu se fortalecía; vivió en los desiertos hasta el día de su manifestación a Israel.

Comentario:Rev. D. Joan MARTÍNEZ Porcel (Barcelona, España)

«El niño crecía y su espíritu se fortalecía»

Hoy, celebramos solemnemente el nacimiento del Bautista. San Juan es un hombre de grandes contrastes: vive el silencio del desierto, pero desde allí mueve las masas y las invita con voz convincente a la conversión; es humilde para reconocer que él tan sólo es la voz, no la Palabra, pero no tiene pelos en la lengua y es capaz de acusar y denunciar las injusticias incluso a los mismos reyes; invita a sus discípulos a ir hacia Jesús, pero no rechaza conversar con el rey Herodes mientras está en prisión. Silencioso y humilde, es también valiente y decidido hasta derramar su sangre. ¡Juan Bautista es un gran hombre!, el mayor de los nacidos de mujer, así lo elogiará Jesús; pero solamente es el precursor de Cristo.

Quizás el secreto de su grandeza está en su conciencia de saberse elegido por Dios; así lo expresa el evangelista: «El niño crecía y su espíritu se fortalecía; vivió en los desiertos hasta el día de su manifestación a Israel» (Lc 1,80). Toda su niñez y juventud estuvo marcada por la conciencia de su misión: dar testimonio; y lo hace bautizando a Cristo en el Jordán, preparando para el Señor un pueblo bien dispuesto y, al final de su vida, derramando su sangre en favor de la verdad. Con nuestro conocimiento de Juan, podemos responder a la pregunta de sus contemporáneos: «¿Qué será este niño?» (Lc 1,66).

Todos nosotros, por el bautismo, hemos sido elegidos y enviados a dar testimonio del Señor. En un ambiente de indiferencia, san Juan es modelo y ayuda para nosotros; san Agustín nos dice: «Admira a Juan cuanto te sea posible, pues lo que admiras aprovecha a Cristo. Aprovecha a Cristo, repito, no porqué tú le ofrezcas algo a Él, sino para progresar tú en Él». En Juan, sus actitudes de Precursor, manifestadas en su oración atenta al Espíritu, en su fortaleza y su humildad, nos ayudan a abrir horizontes nuevos de santidad para nosotros y para nuestros hermanos.

miércoles, 23 de junio de 2021

MIERCOLEES 23 DE JUNIO

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Miércoles 12 del tiempo ordinario

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Mt 7,15-20): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? Así, todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y arrojado al fuego. Así que por sus frutos los reconoceréis».

Comentario:+ Rev. D. Antoni ORIOL i Tataret (Vic, Barcelona, España)

«Por sus frutos los reconoceréis»

Hoy, se nos presenta ante nuestra mirada un nuevo contraste evangélico, entre los árboles buenos y malos. Las afirmaciones de Jesús al respecto son tan simples que parecen casi simplistas. ¡Y justo es decir que no lo son en absoluto! No lo son, como no lo es la vida real de cada día.

Ésta nos enseña que hay buenos que degeneran y acaban dando frutos malos y que, al revés, hay malos que cambian y acaban dando frutos buenos. ¿Qué significa, pues, en definitiva, que «todo árbol bueno da frutos buenos (Mt 7,17)»? Significa que el que es bueno lo es en la medida en que no desfallece obrando el bien. Obra el bien y no se cansa. Obra el bien y no cede ante la tentación de obrar el mal. Obra el bien y persevera hasta el heroísmo. Obra el bien y, si acaso llega a ceder ante el cansancio de actuar así, de caer en la tentación de obrar el mal, o de asustarse ante la exigencia innegociable, lo reconoce sinceramente, lo confiesa de veras, se arrepiente de corazón y... vuelve a empezar.

¡Ah! Y lo hace, entre otras razones, porque sabe que si no da buen fruto será cortado y echado al fuego (¡el santo temor de Dios guarda la viña de las buenas vides!), y porque, conociendo la bondad de los demás a través de sus buenas obras, sabe, no sólo por experiencia individual, sino también por experiencia social, que él sólo es bueno y puede ser reconocido como tal a través de los hechos y no de las solas palabras.

No basta decir: «Señor, Señor!». Como nos recuerda Santiago, la fe se acredita a través de las obras: «Muéstrame tu fe sin las obras, que yo por las obras te haré ver mi fe» (Sant 2,18).

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