Luchamos esperanzados contra
el mal
La Iglesia celebra en este
domingo la solemnidad litúrgica de la Asunción de santa María Virgen. Dios ha
querido asociar al ser humano, Hombre y Mujer, a su plan salvador. Es para bien
del hombre pero lo realiza igualmente con el hombre. María ocupa un lugar
excepcional en ese plan salvador. Ha sido llamada a ser la Madre del Hijo de
Dios encarnado, y ella ha asumido, llena de fe, la realización de la misión que
Dios Padre le ha conferido. Ha hecho el recorrido de ser discípula, de vivir en
la Iglesia como Madre de los cristianos en ella.
LECTURAS:
Apocalipsis 12, 1-6a.10ab:
«Una mujer vestida de sol, la luna por pedestal»
Salmo 45(44): «De pie a tu
derecha está la reina, enjoyada con oro»
1Corintios 15, 20-27a:
«Primero Cristo, como primicia; después todos los que son de Cristo».
San Lucas 1, 39-56: «El Poderoso
ha hecho obras grandes por mí; enaltece a los humildes»
Nuestra esperanza
La muerte, fruto del pecado,
inunda la tierra y nos agobia su realidad. Dos hombres están al principio de la
muerte y de la vida: Adán y Jesús. Lo que uno destruyó, el otro lo reconstruyó
maravillosamente. Pero, a pesar del triunfo de Jesús, vivimos bajo la tiranía del
pecado. Sin embargo, nuestra esperanza en el triunfo es total: Cristo venció la
muerte y nuestra fe la vencerá. Hoy celebramos ya el triunfo de María. Y ella
es signo de que el cristiano, aunque muera, entra en la vida de Dios para
siempre como la Virgen lo hizo. La victoria esta ya decidida. Cristo, el hijo
de María, ha vencido la muerte, lo ha vencido por nosotros y para todos
nosotros (por un hombre vino la muerte y por «otro Hombre» ha venido la
resurrección: cfr. Ro. 5, 12.15-18). Si Cristo resucitó también nosotros resucitaremos,
ya que la suya es la causa y el principio de la nuestra. La fe en esta resurrección
de Cristo da razón, sentido y cumplimiento a ese algo invencible de la esperanza
humana. Podemos celebrar esa victoria.
Creer en la resurrección de
Cristo y en la asunción de María a los cielos, es creer que ya ha comenzado, lo
que esperamos que suceda plenamente. Nos vamos sintiendo gestores de lo que
sucederá al fin. La lucha y el trabajo tienen sentido; no cabe desmayar ante
los peligros; las persecuciones y represalias contra los embarcados en esta
empresa, vengan de donde vengan, sólo son dolores previos de un nuevo amanecer.
La promesa ya se empezó a cumplir.
Acción de gracias
Mientras luchamos cantamos la
victoria y la celebramos, dando por hecho lo que se ha de cumplir aún en la
totalidad: «El Poderoso hace proezas con su brazo, dispersa a los soberbios de
corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes; a los
hambrientos colma de bienes y a los ricos los despide vacíos», proclamó, en el
Magnificat, María, mujer forjada por la Palabra de Dios.
El Magníficat constituye un
himno de acción de gracias a Dios. Nos describe, desde el corazón de María, la
respuesta de la Virgen a la llamada de Dios. El relato de la Anunciación nos
comenta las etapas externas de la vocación de María. El Magníficat nos hace
saber cómo la llamada del Señor resonó en el corazón de la Madre de Dios. La
experiencia de Dios anunciada por María en el Magníficat refleja plenamente la
experiencia de Dios tenida por el pueblo de Israel. Nuestra vivencia de Dios es
siempre particular y específica, pero participa totalmente de la presencia de
Dios en el seno de la comunidad cristiana.
El eco de la voz de Dios en el
interior de María, permite discernir la vivencia de Yahvé experimentada por
Israel a lo largo de su historia. Una historia que es respuesta a la voz de
Dios que suscita en Israel el deseo de santidad: «...sean santos como su Dios
es Santo, recuerda a menudo el AT. El Dios de Israel y de María En el interior
de María y en el corazón de Israel actúa un Dios personal que ama y libera. Veamos
cómo es ese Señor:
a) El Dios que salva - La
experiencia religiosa se sostiene en una certeza de fe: «...el Señor nos ha
liberado de Egipto con mano fuerte y brazo poderoso». Dios salva porque libera.
María, como Israel, se siente salvada y liberada por Dios. El Señor la hizo
suya de la misma manera que constituyó a Israel como pueblo de su heredad .
b) Dios salva desde la
gratuidad
Yahvé eligió a Israel como
posesión personal suya. Hubiera podido elegir a otros pueblos más grandes e
importantes como eran Egipto o Mesopotamia. Pero el Señor eligió un pueblo
pequeño, una nación de la que podía recibir pocas cosas a cambio de la elección.
El Dios de Israel actúa gratuitamente. Cuando llama no es para obtener beneficios
a cambio. Nos llama para llenarnos, como a María, de su gracia y de su ternura.
En el momento en que Dios llamó a Israel lo constituyó en servidor. - Para el AT un servidor no es un esclavo, ni
tampoco alguien sometido a la tiranía de otro. El AT nos presenta a Moisés como
prototipo de siervo del Señor, aquel que participa de la dimensión liberadora
de Dios. María es la «sirvienta» (ἡ δούλη = dúle = lit. «mujer esclava»: del Señor, aquella que participará de una
manera privilegiada de la gran liberación de Dios en favor de los hombres: la
encarnación, la muerte y la Resurrección de Jesús.
c) El Dios que realiza grandes
maravillas
Yahvé es el Dios que liberó a
Israel de Egipto, pero su misión no concluyó con este acontecimiento. Dios
acompañó a su pueblo liberado y realizó constantes «maravillas»: el maná y las
codornices; el pacto del Sinaí; derrumbó las murallas de Jericó; etc. - Los
profetas, la voz de Dios en medio de Israel, nos recordarán la santidad de Dios;
el amor constante indefectible de Dios por su pueblo (Os 1-3); la fidelidad permanente
de Dios a sus promesas. Expresiones, todas ellas, que aparecen en el Magníficat.
Los escritos sapienciales, y
especialmente los salmos, nos mostrarán el amor delicado del Señor en favor de
su pueblo y de cada israelita en concreto. María, recogiendo la plegaria del
Salterio, nos recuerda: «...su misericordia llega a sus fieles de generación en
generación».
El libro de Job comenta la
proximidad de Dios al sufrimiento de los doloridos, y a los que buscan a Dios
sinceramente. Samuel describirá la ayuda constante del Señor a los humildes,
los débiles, los que se acercan a Dios como refugio seguro. El Magníficat
recoge, en su texto, la referencia a estos libros. Al igual que con Israel, Dios
ha centrado atención en la humildad de María, su sierva.
Exaltación de la Mujer
Ante la exaltación de la
Mujer-María, revisemos, en nuestra cultura actual, a la mujer y sus derechos:
Los derechos de la mujer son los del hombre, no los del varón, sino los de la
persona. Hombre y mujer iguales en cuanto persona, pero distintos como varón y mujer,
sin desplazamientos ni reemplazos. Diferentes para complementarse, no para subordinarse.
A veces, al hablar de la Asunción de la Virgen, nos quedamos en su sentido puramente
sensible: ¡llevada al cielo!; ¡subida en brazos junto a Dios! No podemos quedarnos
en eso. La Asunción nos dice que María alcanzó, de modo pleno, la vida lograda,
merecida, y ofrecida por Jesús. La Asunción de la Virgen María es el final
gozoso y normal, para una vida de fe. Así dice el Evangelio de hoy: «porque ha
creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas por parte del Señor ».
La Virgen depositó su confianza en Dios y no quedó defraudada.
No siempre conocemos los
caminos de Dios. Pero sí sabemos con certeza, porque Cristo Jesús lo dijo, que
para el creyente la muerte se abre a la vida y el sufrimiento se transforma en
gozo. ¡Por eso celebramos con gozo la Asunción de María que supo mucho de sufrimiento,
pero en ella fue mayor la fe y confianza en Dios!
Tres niveles
La fiesta de hoy se puede
decir que tiene tres niveles.
a) Es la victoria de Cristo
Jesús: el Señor Resucitado, tal como nos la presenta Pablo, es el punto
culminante del plan salvador de Dios. Él es la «primicia», el que triunfa
plenamente de la muerte y del mal, pasando a la nueva existencia, como el segundo
y definitivo Adán que corrige el fallo del primero y conduce a la nueva humanidad
a la salvación.
b) Es la victoria de la Virgen
María, que, como primera seguidora de Jesús, la primera cristiana y la primera
salvada por su Pascua, participa ya de la victoria de su Hijo, elevada también
ella a la gloria definitiva en cuerpo y alma: «has elevado en cuerpo y alma a
los cielos a la inmaculada Virgen María» (oración colecta). El motivo de este
privilegio lo formula bien el Prefacio de hoy: «Con razón no quisiste, Señor,
que conociera la corrupción del sepulcro la Mujer que, por obra del Espíritu, concibió
en su seno al autor de la vida, Jesucristo».
c) Pero es también nuestra
victoria, porque el triunfo de Cristo y de su Madre se proyecta a la Iglesia y
a toda la humanidad. En María se condensa nuestro destino. Al igual que su «sí»
fue como representante del nuestro, también el «sí» de Dios a ella, glorificándola,
es un «sí» a todos nosotros: señala el destino que él nos prepara. La comunidad
eclesial es una comunidad en marcha, en lucha constante contra el maly contra
todos los «dragones» que la quieren hacer callar y eliminar. La Mujer del Apocalipsis,
la Iglesia misma, y dentro de ella de modo eminente la Virgen María, nos garantiza
nuestra victoria final. La Virgen es «figura y primicia de la Iglesia, que un
día será glorificada: ella es consuelo y esperanza de tu pueblo, todavía
peregrino en la tierra» (prefacio). Por eso, además de ser fiesta de la Virgen,
es también nuestra fiesta. La Asunción es un grito de fe en que es posible la
salvación y la felicidad: que va en serio el programa liberador de Dios. Es una
respuesta a los pesimistas, que todo lo ven oscuro y sin sentido. Es una
respuesta al hombre materialista, que no ve más que los factores económicos o
sensuales: algo está presente en nuestro mundo que trasciende nuestras fuerzas
y que lleva más allá.
Es la prueba de que el destino
del hombre no es la muerte, sino la vida, y que es toda la persona humana,
corporeidad y espíritu, la que está destinada a la vida, subrayando también la
dignidad y el futuro de nuestro cuerpo. En María ya ha sucedido. En nosotros no
sabemos cómo y cuándo sucederá. Pero tenemos plena confianza en Dios: lo que ha
hecho en ella quiere hacerlo también en nosotros. La historia «tiene final
feliz». En la oración colecta pedimos a Dios que «aspirando siempre a las
realidades divinas lleguemos a participar con ella de su misma gloria en el
cielo». María está presente en nuestro camino, como lo estuvo en el de su Hijo.
Con su ejemplo, con su intercesión y auxilio materno.
Relación con la Eucaristía
En la persona de Cristo y en
nombre de todos los fieles, el sacerdote proclama la Oración Eucarística en
comunión con María y con todos los santos. En esta Celebración se transforma
nuestro hombre interior y a partir de él transforma nuestro cuerpo. La
Eucaristía nos hace aptos, para ser en el corazón de las realidades cotidianas
del mundo, fuentes de liberación y de revivificación de la creación entera. El
destino del mundo está comprometido en nuestra celebración. En la Eucaristía
recibimos como alimento el Cuerpo y la Sangre del Señor Resucitado, que nos
aseguró: «quien come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene vida eterna y yo le
resucitaré el último día». ´- La Eucaristía es como la semilla y la garantía de
la vida inmortal para los seguidores de Jesús. Por tanto, también nosotros
estamos recorriendo el camino hacia la glorificación definitiva, como la que ya
ha conseguido María, la Madre. ¡Cada Eucaristía nos acerca a nuestra asunción!
No hay comentarios.:
Publicar un comentario