El principal mandamiento
Toda reunión lleva consigo un
compartir algo. Pero sólo se comparte de verdad cuando se ama. El amor se
expresa y se fortalece en la reunión de amigos. Este es su fruto más auténtico.
También nosotros al reunimos hoy, debemos partir de esta actitud fundamental de
fraternidad y de amor. Sólo de este modo, la Eucaristía será el signo verdadero
que expresa, realiza y fortalece el amor de Dios a los hombres, y el amor de
los hombres entre sí y para con Dios.
LECTURAS:
Deuteronomio 6, 2-6: «Las
palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria»
Salmo 18(17): «Yo te amo, Señor,
tú eres mi fortaleza»
Carta los Hebreos 7, 23-28:
«Jesús, como permanece para siempre, tiene el sacerdocio que no pasa»
San Marcos 12, 28b-34: «Amarás
al Señor, tu Dios, con todo tu corazón»
El amor por encima de todo
Por muy mediocres que seamos
en la vida, puede asegurarse que la gran mayoría de los cristianos sabemos cuál
es el mandamiento principal de Cristo: amor a Dios y al prójimo. Incluso podría
afirmarse que casi la totalidad de los hombres, aunque no sean creyentes ni
cristianos, admiten el principio del amor como la base de toda humana
interrelación, el fundamento primordial de la convivencia y el entendimiento. Y
es que a los cristianos nos acecha un peligro constante: olvidar lo principal a
costa de insistir en lo secundario. La «estructura» que hemos montado sobre el amor
ha llegado a ocultar la misma base que debe sustentarla para ser verdadera.
Entretenidos en el «cómo» y el
«cuándo» hemos prescindido, a veces, del «qué» fundamental. Y así en vez de
defender y vivir el amor que Cristo nos enseña, hemos preferido defender y
vivir el amor que a nosotros nos interesa.
El mandamiento más grande
El más grande y primer
mandamiento es y será siempre «amar a Dios con todo el corazón, con toda la
mente, y con toda la propia fuerza». En la medida en que el Pueblo de Dios, a
lo largo de los siglos, ha profundizado el significado del amor de Dios, se ha
dado cuenta que el amor hacia Dios será siempre real y verdadero, sólo si se
hace concreto en el amor hacia el prójimo. Por esto, el segundo mandamiento,
que manda el amor al prójimo, es semejante al primer mandamiento del amor de
Dios. “Si uno dice: amo a Dios y odia a su hermano, es un mentiroso” . ”Toda la
ley y los profetas dependen de estos dos mandamientos”. Al principio no estaba
muy clara la conciencia de las exigencias del amor al prójimo. Sobre este punto
ha habido una evolución en tres etapas a lo largo de la historia del Pueblo de
Dios:
1a Etapa:
«Prójimo» es el pariente de la misma raza El Antiguo Testamento enseñaba la
obligación de “amar al prójimo como a sí mismo”. En este lejano comienzo la
palabra próximo era sinónimo de pariente. Ellos se sentía obligados a amar a
todos los que formaban parte de la misma familia, del mismo clan, de la misma
tribu, del mismo Pueblo, Pero en lo que se refería al extranjero, o sea,
aquellos que no pertenecían al Pueblo judío, el libro del Deuteronomio decía:
“podrás exigirle el derecho del extranjero; pero no de tu hermano al que harás
la remisión” .
2a Etapa:
«Prójimo» es aquél que me está vecino Poco a poco el concepto de prójimo se
alargó. Y así en el tiempo de Jesús, se desencadenó toda una discusión sobre
«¿Quién es mi prójimo?». Algunos doctores pensaban que se debía alargar el
concepto de prójimo más allá de los límites de la raza. Otros no querían saber
nada de esto. Entonces un doctor de la ley dirigió a Jesús esta pregunta polémica:
«¿Quién es mi prójimo?»” Jesús responde con la parábola del Buen Samaritano, en
la cual el prójimo no es ni el pariente, ni el amigo, ni el patricio, sino
aquél que se te acerca, independientemente de la religión, del color, de la raza,
del sexo o de la lengua. ¡Tú debes amarlo!
3a Etapa: La
medida del amor al prójimo es amar como Jesús nos ha amado El doctor ya estaba
«cerca del Reino de Dios», pero para poder entrar en el Reino tenía que dar un
paso más. En el AT el criterio del amor al prójimo era: - «Amar el prójimo como
a sí mismo». En el NT, Jesús ensancha el sentido del amor: «¡Este es mi mandamiento:
que se amen unos a otros como yo los he amado!. Ahora el criterio será: «¡Amar
al prójimo como Jesús nos amó!». Es el camino seguro para llegar a una
convivencia más justa y más fraterna.
¿A QUÉ NOS COMPROMNETE la
PALABRA?
Mientras el precepto del amor
a Dios y al prójimo no ocupe el centro de nuestra fe, nuestras actividades y
nuestra vida, estaremos falseando mediocremente la respuesta constante que
debemos al amor de Dios. El amor no tiene barreras, no excluye ninguna parcela
de la vida, no se queda en teorías, no se oculta impunemente. El creyente tiene
obligación de amar y de enseñar a amar, de confesar su fe en el amor y de
vivirlo como «memorial» de amor de Dios.
Luchar contra el permanente
sabotaje de este máximo principio significa no engañarse con falsas
justificaciones; no fijarse en lo secundario, olvidando la principal; no dar
prioridad al egoísmo, al orgullo o al poder sobre el amor; no mancharse las
manos con la injusticia de un mundo que prefiere los intereses económicos y la
opresión del débil a la justicia que se funda en la caridad.
Para orar y vivir la Palabra:
«Yo te amo, Señor, tú eres mi
fortaleza».
Me gusta rezar con las propias
palabras del salmista y decirte a boca llena: «Yo te amo, Señor». Déjame
repetirlo porque esas palabras se hacen miel en mis labios. «Te amo, te amo». Y
es que no estoy acostumbrado a ese lenguaje. En la Biblia siempre eres Tú quien
nos tomas la delantera; siempre nos amas primero, siempre nos sorprendes con tu
amor. Pero, en este salmo, este gran amigo tuyo ha querido madrugar un poco más
que Tú para decirte: «Yo te amo»". Y este amor tan grande, tan intenso, tan
mañanero hacia Ti es su fuerza.
¡Qué fuerza tiene el amor! Nada
se pone por delante.
Nadie lo puede detener. ¿Quién
podrá adivinar lo que será capaz de hacer una persona poseída por el amor de
Dios desde el amanecer? «El salmista, habiendo escuchado los beneficios del Señor,
le ofrece el don más valioso: el amor». (San Atanasio).
«Dista mucho la revelación de
los profetas de la de los apóstoles. De los profetas se puede decir: 'agua tenebrosa
en las nubes del aire' porque escriben con oscuridad. De los apóstoles se dice:
'resplandezcavuestra luz en las tinieblas'» (Ruperto de Deutz).