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Emisora Vida Nueva

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Vida Nueva Cali - Reproductor

viernes, 29 de octubre de 2021

DOMINGO 31 DE OCTUBRE

 

El principal mandamiento

Toda reunión lleva consigo un compartir algo. Pero sólo se comparte de verdad cuando se ama. El amor se expresa y se fortalece en la reunión de amigos. Este es su fruto más auténtico. También nosotros al reunimos hoy, debemos partir de esta actitud fundamental de fraternidad y de amor. Sólo de este modo, la Eucaristía será el signo verdadero que expresa, realiza y fortalece el amor de Dios a los hombres, y el amor de los hombres entre sí y para con Dios.

LECTURAS:

Deuteronomio 6, 2-6: «Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria»

Salmo 18(17): «Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza»

Carta los Hebreos 7, 23-28: «Jesús, como permanece para siempre, tiene el sacerdocio que no pasa»

San Marcos 12, 28b-34: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón»

El amor por encima de todo

Por muy mediocres que seamos en la vida, puede asegurarse que la gran mayoría de los cristianos sabemos cuál es el mandamiento principal de Cristo: amor a Dios y al prójimo. Incluso podría afirmarse que casi la totalidad de los hombres, aunque no sean creyentes ni cristianos, admiten el principio del amor como la base de toda humana interrelación, el fundamento primordial de la convivencia y el entendimiento. Y es que a los cristianos nos acecha un peligro constante: olvidar lo principal a costa de insistir en lo secundario. La «estructura» que hemos montado sobre el amor ha llegado a ocultar la misma base que debe sustentarla para ser verdadera.

Entretenidos en el «cómo» y el «cuándo» hemos prescindido, a veces, del «qué» fundamental. Y así en vez de defender y vivir el amor que Cristo nos enseña, hemos preferido defender y vivir el amor que a nosotros nos interesa.

El mandamiento más grande

El más grande y primer mandamiento es y será siempre «amar a Dios con todo el corazón, con toda la mente, y con toda la propia fuerza». En la medida en que el Pueblo de Dios, a lo largo de los siglos, ha profundizado el significado del amor de Dios, se ha dado cuenta que el amor hacia Dios será siempre real y verdadero, sólo si se hace concreto en el amor hacia el prójimo. Por esto, el segundo mandamiento, que manda el amor al prójimo, es semejante al primer mandamiento del amor de Dios. “Si uno dice: amo a Dios y odia a su hermano, es un mentiroso” . ”Toda la ley y los profetas dependen de estos dos mandamientos”. Al principio no estaba muy clara la conciencia de las exigencias del amor al prójimo. Sobre este punto ha habido una evolución en tres etapas a lo largo de la historia del Pueblo de Dios:

1a Etapa: «Prójimo» es el pariente de la misma raza El Antiguo Testamento enseñaba la obligación de “amar al prójimo como a sí mismo”. En este lejano comienzo la palabra próximo era sinónimo de pariente. Ellos se sentía obligados a amar a todos los que formaban parte de la misma familia, del mismo clan, de la misma tribu, del mismo Pueblo, Pero en lo que se refería al extranjero, o sea, aquellos que no pertenecían al Pueblo judío, el libro del Deuteronomio decía: “podrás exigirle el derecho del extranjero; pero no de tu hermano al que harás la remisión” .

2a Etapa: «Prójimo» es aquél que me está vecino Poco a poco el concepto de prójimo se alargó. Y así en el tiempo de Jesús, se desencadenó toda una discusión sobre «¿Quién es mi prójimo?». Algunos doctores pensaban que se debía alargar el concepto de prójimo más allá de los límites de la raza. Otros no querían saber nada de esto. Entonces un doctor de la ley dirigió a Jesús esta pregunta polémica: «¿Quién es mi prójimo?»” Jesús responde con la parábola del Buen Samaritano, en la cual el prójimo no es ni el pariente, ni el amigo, ni el patricio, sino aquél que se te acerca, independientemente de la religión, del color, de la raza, del sexo o de la lengua. ¡Tú debes amarlo!

3a Etapa: La medida del amor al prójimo es amar como Jesús nos ha amado El doctor ya estaba «cerca del Reino de Dios», pero para poder entrar en el Reino tenía que dar un paso más. En el AT el criterio del amor al prójimo era: - «Amar el prójimo como a sí mismo». En el NT, Jesús ensancha el sentido del amor: «¡Este es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he amado!. Ahora el criterio será: «¡Amar al prójimo como Jesús nos amó!». Es el camino seguro para llegar a una convivencia más justa y más fraterna.

¿A QUÉ NOS COMPROMNETE la PALABRA?

Mientras el precepto del amor a Dios y al prójimo no ocupe el centro de nuestra fe, nuestras actividades y nuestra vida, estaremos falseando mediocremente la respuesta constante que debemos al amor de Dios. El amor no tiene barreras, no excluye ninguna parcela de la vida, no se queda en teorías, no se oculta impunemente. El creyente tiene obligación de amar y de enseñar a amar, de confesar su fe en el amor y de vivirlo como «memorial» de amor de Dios.

Luchar contra el permanente sabotaje de este máximo principio significa no engañarse con falsas justificaciones; no fijarse en lo secundario, olvidando la principal; no dar prioridad al egoísmo, al orgullo o al poder sobre el amor; no mancharse las manos con la injusticia de un mundo que prefiere los intereses económicos y la opresión del débil a la justicia que se funda en la caridad.

Para orar y vivir la Palabra:

«Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza».

Me gusta rezar con las propias palabras del salmista y decirte a boca llena: «Yo te amo, Señor». Déjame repetirlo porque esas palabras se hacen miel en mis labios. «Te amo, te amo». Y es que no estoy acostumbrado a ese lenguaje. En la Biblia siempre eres Tú quien nos tomas la delantera; siempre nos amas primero, siempre nos sorprendes con tu amor. Pero, en este salmo, este gran amigo tuyo ha querido madrugar un poco más que Tú para decirte: «Yo te amo»". Y este amor tan grande, tan intenso, tan mañanero hacia Ti es su fuerza.

¡Qué fuerza tiene el amor! Nada se pone por delante.

Nadie lo puede detener. ¿Quién podrá adivinar lo que será capaz de hacer una persona poseída por el amor de Dios desde el amanecer? «El salmista, habiendo escuchado los beneficios del Señor, le ofrece el don más valioso: el amor». (San Atanasio).

«Dista mucho la revelación de los profetas de la de los apóstoles. De los profetas se puede decir: 'agua tenebrosa en las nubes del aire' porque escriben con oscuridad. De los apóstoles se dice: 'resplandezcavuestra luz en las tinieblas'» (Ruperto de Deutz).

 

 

                                                                                         

 

 


VIERNES 29 DE OCTUBRE

 

jueves, 28 de octubre de 2021

JUEVES 28 DE OCTUBRE

 

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: 28 de Octubre: San Simón y san Judas, apóstoles

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Lc 6,12-19): En aquellos días, Jesús se fue al monte a orar, y se pasó la noche en oración con Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, y eligió doce de entre ellos, a los que llamó también apóstoles. A Simón, a quien llamó Pedro, y a su hermano Andrés; a Santiago y Juan, a Felipe y Bartolomé, a Mateo y Tomás, a Santiago de Alfeo y Simón, llamado Zelotes; a Judas de Santiago, y a Judas Iscariote, que llegó a ser un traidor.

Bajando con ellos se detuvo en un paraje llano; había una gran multitud de discípulos suyos y gran muchedumbre del pueblo, de toda Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón, que habían venido para oírle y ser curados de sus enfermedades. Y los que eran molestados por espíritus inmundos quedaban curados. Toda la gente procuraba tocarle, porque salía de Él una fuerza que sanaba a todos.

Comentario:+ Rev. D. Albert TAULÉ i Viñas (Barcelona, España)

«Jesús se fue al monte a orar»

Hoy contemplamos un día entero de la vida de Jesús. Una vida que tiene dos claras vertientes: la oración y la acción. Si la vida del cristiano ha de imitar la vida de Jesús, no podemos prescindir de ambas dimensiones. Todos los cristianos, incluso aquellos que se han consagrado a la vida contemplativa, hemos de dedicar unos momentos a la oración y otros a la acción, aunque varíe el tiempo que dediquemos a cada una. Hasta los monjes y las monjas de clausura dedican bastante tiempo de su jornada a un trabajo. Como contrapartida, los que somos más “seculares”, si deseamos imitar a Jesús, no deberíamos movernos en una acción desenfrenada sin ungirla con la oración. Nos enseña san Jerónimo: «Aunque el Apóstol nos mandó que oráramos siempre, (…) conviene que destinemos unas horas determinadas a este ejercicio».

¿Es que Jesús necesitaba de largos ratos de oración en solitario cuando todos dormían? Los teólogos estudian cuál era la psicología de Jesús hombre: hasta qué punto tenía acceso directo a la divinidad y hasta qué punto era «hombre semejante en todo a nosotros, menos en el pecado» (He 4,5). En la medida que lo consideremos más cercano, su “práctica” de oración será un ejemplo evidente para nosotros.

Asegurada ya la oración, sólo nos queda imitarlo en la acción. En el fragmento de hoy, lo vemos “organizando la Iglesia”, es decir, escogiendo a los que serán los futuros evangelizadores, llamados a continuar su misión en el mundo. «Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, y eligió doce de entre ellos, a los que llamó también apóstoles» (Lc 6,13). Después lo encontramos curando toda clase de enfermedad. «Toda la gente procuraba tocarle, porque salía de Él una fuerza que sanaba a todos» (Lc 6,19), nos dice el evangelista. Para que nuestra identificación con Él sea total, únicamente nos falta que también de nosotros salga una fuerza que sane a todos, lo cual sólo será posible si estamos injertados en Él, para que demos mucho fruto (cf. Jn 15,4).

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miércoles, 27 de octubre de 2021

MIERCOLES 27 DE OCTUBRE


Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Miércoles 30 del tiempo ordinario

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Lc 13,22-30): En aquel tiempo, Jesús atravesaba ciudades y pueblos enseñando, mientras caminaba hacia Jerusalén. Uno le dijo: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?». El les dijo: «Luchad por entrar por la puerta estrecha, porque, os digo, muchos pretenderán entrar y no podrán. Cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, os pondréis los que estéis fuera a llamar a la puerta, diciendo: ‘¡Señor, ábrenos!’. Y os responderá: ‘No sé de dónde sois’. Entonces empezaréis a decir: ‘Hemos comido y bebido contigo, y has enseñado en nuestras plazas’, y os volverá a decir: ‘No sé de dónde sois. ¡Retiraos de mí, todos los agentes de injusticia!’. Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abraham, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, mientras a vosotros os echan fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se pondrán a la mesa en el Reino de Dios. Y hay últimos que serán primeros, y hay primeros que serán últimos».

Comentario:Rev. D. Lluís RAVENTÓS i Artés (Tarragona, España)

«Luchad por entrar por la puerta estrecha»

Hoy, camino de Jerusalén, Jesús se detiene un momento y alguien lo aprovecha para preguntarle: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?» (Lc 13,23). Quizás, al escuchar a Jesús, aquel hombre se inquietó. Por supuesto, lo que Jesús enseña es maravilloso y atractivo, pero las exigencias que comporta ya no son tan de su agrado. Pero, ¿y si viviera el Evangelio a su aire, con una “moral a la carta”?, ¿qué probabilidades tendría de salvarse?

Así pues, pregunta: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?» Jesús no acepta este planteamiento. La salvación es una cuestión demasiado seria como para resolverla mediante un cálculo de probabilidades. Dios «no quiere que alguno se pierda, sino que todos se conviertan» (2Pe 3,9).

Jesús responde: «Luchad por entrar por la puerta estrecha, porque, os digo, muchos pretenderán entrar y no podrán. Cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, os pondréis los que estéis fuera a llamar a la puerta, diciendo: ‘¡Señor, ábrenos!’. Y os responderá: ‘No sé de dónde sois’» (Lc 13,24-25). ¿Cómo pueden ser ovejas de su rebaño si no siguen al Buen Pastor ni aceptan el Magisterio de la Iglesia? «¡Retiraos de mí, todos los agentes de injusticia!. Allí será el llanto y el rechinar de dientes» (Lc 13,27-28).

Ni Jesús ni la Iglesia temen que la imagen de Dios Padre quede empañada al revelar el misterio del infierno. Como afirma el Catecismo de la Iglesia, «las afirmaciones de la Sagrada Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con su destino eterno. Constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante a la conversión» (n. 1036).

Dejemos de “pasarnos de listos” y de hacer cálculos. Afanémonos para entrar por la puerta estrecha, volviendo a empezar tantas veces como sea necesario, confiados en su misericordia. «Todo eso, que te preocupa de momento —dice san Josemaría—, importa más o menos. —Lo que importa absolutamente es que seas feliz, que te salves».

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Associació Cultural M&M Euroeditors 08619 Borredà Barcelona España Spain

Mensaje enviado de comunicacion@evangeli.net a hbaryona@gmail.com

 

martes, 26 de octubre de 2021

MARTES 26 DE OCTUBRE

 

lunes, 25 de octubre de 2021

LUNES 25 DE OCTUBRE

 


Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Lunes 30 del tiempo ordinario

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Lc 13,10-17): En aquel tiempo, estaba Jesús un sábado enseñando en una sinagoga, y había una mujer a la que un espíritu tenía enferma hacía dieciocho años; estaba encorvada, y no podía en modo alguno enderezarse. Al verla Jesús, la llamó y le dijo: «Mujer, quedas libre de tu enfermedad». Y le impuso las manos. Y al instante se enderezó, y glorificaba a Dios.

Pero el jefe de la sinagoga, indignado de que Jesús hubiese hecho una curación en sábado, decía a la gente: «Hay seis días en que se puede trabajar; venid, pues, esos días a curaros, y no en día de sábado». Le replicó el Señor: «¡Hipócritas! ¿No desatáis del pesebre todos vosotros en sábado a vuestro buey o vuestro asno para llevarlos a abrevar? Y a ésta, que es hija de Abraham, a la que ató Satanás hace ya dieciocho años, ¿no estaba bien desatarla de esta ligadura en día de sábado?». Y cuando decía estas cosas, sus adversarios quedaban confundidos, mientras que toda la gente se alegraba con las maravillas que hacía.

Comentario:Rev. D. Francesc JORDANA i Soler (Mirasol, Barcelona, España)

«Pero el jefe de la sinagoga, indignado de que Jesús hubiese hecho una curación en sábado...»

Hoy, vemos a Jesús realizar una acción que proclama su mesianismo. Y ante ella el jefe de la sinagoga se indigna e increpa a la gente para que no vengan a curarse en sábado: «Hay seis días en que se puede trabajar; venid, pues, esos días a curaros, y no en día de sábado» (Lc 13,14).

Me gustaría que nos centráramos en la actitud de este personaje. Siempre me ha sorprendido cómo, ante un milagro evidente, alguien sea capaz de cerrarse de tal modo que lo que ha visto no le afecta lo más mínimo. Es como si no hubiera visto lo que acaba de ocurrir y lo que ello significa. La razón está en la vivencia equivocada de las mediaciones que tenían muchos judíos en aquel tiempo. Por distintos motivos —antropológicos, culturales, designio divino— es inevitable que entre Dios y el hombre haya unas mediaciones. El problema es que algunos judíos hacen de la mediación un absoluto. De manera que la mediación no les pone en comunicación con Dios, sino que se quedan en la propia mediación. Olvidan el sentido último y se quedan en el medio. De este modo, Dios no puede comunicarles sus gracias, sus dones, su amor y, por lo tanto su experiencia religiosa no enriquecerá su vida.

Todo ello les conduce a una vivencia rigorista de la religión, a encerrar su dios en unos medios. Se hacen un dios a medida y no le dejan entrar en sus vidas. En su religiosidad creen que todo está solucionado si cumplen con unas normas. Se comprende así la reacción de Jesús: «¡Hipócritas! ¿No desatáis del pesebre todos vosotros en sábado a vuestro buey o vuestro asno para llevarlos a abrevar?» (Lc 13,15). Jesús descubre el sinsentido de esa equivocada vivencia del sabath.

Esta palabra de Dios nos debería ayudar a examinar nuestra vivencia religiosa y descubrir si realmente las mediaciones que utilizamos nos ponen en comunicación con Dios y con la vida. Sólo desde la correcta vivencia de las mediaciones podemos entender la frase de san Agustín: «Ama y haz lo que quieras».

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viernes, 22 de octubre de 2021

DOMINGO 24 DE OCTUBRE

Creer es seguir a Jesús por el camino

Hoy, como todos los Domingos, nos reunimos para celebrar la Eucaristía y escuchar la Palabra de Dios. Jesús, el Señor, al igual que abrió los ojos al ciego de Jericó, también abrirá los nuestros para caminar, sin tropiezos, hacia el reino de Dios. A lo largo y a lo ancho de nuestra vida anhelamos liberarnos de aquello que coarta (o creemos que es así) nuestra libertad o nuestros deseos e ilusiones: liberarnos de la disciplina, del Colegio, de la Familia o de la iglesia; de la rigidez del trabajo, de los horarios o del «jefe»; del calor, del frío, de la enfermedad.

No quedamos satisfechos de nuestros intentos de «auto-liberación». Hoy la Palabra nos dice que la verdadera y única liberación viene de Dios: en la medida que Dios viva en nosotros, así alcanzaremos la libertad de aquello que oprime, agobia, preocupa o esclaviza.

LECTURAS:

Jeremías 31, 7-9: «El Señor ha salvado a su Pueblo»

Salmo 126(125): «El Señor ha estado grande con nosotros»

Carta a los Hebreos 5,1-6: «Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec»

San Marcos 10,46-52: «Anda, tu FE te ha curado»

Pedagogía de Jesús

Todas las obras de Jesús, pero especialmente los milagros, tienen una finalidad pedagógica. El ciego es símbolo de todos los hombres. Somos ciegos cuando, sin los ojos del cuerpo, no se puede ver. Pero también somos ciegos del alma y del corazón: - Somos ciegos cuando no nos vemos a nosotros mismos. Cuando no vemos cómo somos y no vemos nuestra debilidad, nuestros defectos, nuestras limitaciones, nuestros pecados, nuestros errores... Y tampoco vemos nuestras virtudes, nuestras cualidades: .- si hiciéramos una lista son muy pocas las cualidades que seríamos capaces de enumerar, las que debemos cultivar y hacer crecer para ponerlas al servicio de los demás.

Somos ciegos cuando no vemos las cosas buenas de los demás; cuando no vemos los sufrimientos y las necesidades de los que nos rodean; cuando no vemos al que pasa hambre, al que está enfermo, al anciano que está solo, al emigrante que necesita apoyo para integrarse en la sociedad y llevar una vida digna, al que no tiene trabajo... Cuando no vemos, o no queremos ver las situaciones de injusticia y marginación. Somos ciegos cuando no reconocemos la presencia del Señor en nuestras vidas, cuando no vemos su voluntad ni el camino que pone ante nosotros para que lo sigamos; cuando no lo descubrimos presente y cercano en los diversos acontecimientos de nuestra vida. Cuando no reconocemos a Jesús como nuestro salvador y nuestro amigo.

Y ¿por qué se producen esas situaciones de ceguera en nuestra vida? Por nuestras pasiones desbocadas que nos ciegan y nos hacen actuar con impulsos descontrolados; cuando nos dejamos arrastrar por nuestro egoísmo feroz; cuando nos movemos por nuestras ambiciones; cuando nuestro orgullo no nos deja reconocer nuestras equivocaciones y limitaciones...

La fe, fuerza que transforma a las personas

La Buena Nueva del Reino anunciada por Jesús es como un fertilizante. Hace crecer la semilla de la vida escondida en las personas. Jesús sopla sobre las cenizas y el fuego se enciende, el Reino se muestra y la gente se alegra. La condición es siempre la misma: creer en Jesús. Jesús animaba a las personas a que tuviesen fe en Él y por lo mismo, creaba confianza en los demás.

A lo largo de las páginas del evangelio de Marcos, la fe en Jesús y en su palabra aparece como una fuerza que transforma a las personas. Hace que se reciba el perdón de los pecados, afronta y vence la tormenta, hace renacer a las personas y obra en ellos el poder de curarse y de purificarse. Gracias a sus palabras y gestos, Jesús despierta en la gente una fuerza dormida que la gente no sabe que tiene. Así sucede con Jairo, cuya hija de doce años es resucitada por su fe en Jesús, con el ciego Bartimeo: «Tú fe te ha salvado», y tantas otras personas, que por su fe en Jesús, hicieron nacer una vida nueva en ellos y en los otros. Si tú dices a la montaña: «Levántate y arrójate al mar», la montaña caerá en el mar, pero no hay que dudar en el propio corazón. «Porque todo es posible para el que cree» ...

El grito del pobre

Los que van en la procesión con Jesús intentan hacerlo callar. Pero “¡él gritaba todavía más fuerte!” También hoy el grito del pobre es incómodo. Hoy son millones los que gritan: emigrantes, presos, hambrientos, enfermos, perseguidos, gente sin trabajo, sin dinero, sin casa, sin techo, sin tierra, gente que no recibirán jamás un signo de amor. Gritos silenciosos, que entran en las casas, en las iglesias, en las ciudades, en las organizaciones mundiales. Lo escucha sólo aquél que abre los ojos para observar lo que sucede en el mundo. Pero son muchos los que han dejado de escuchar. Se han acostumbrado. Otros intentan silenciar los gritos , como sucedió con el ciego de Jericó. Pero no consiguen silenciar el grito del pobre. Dios lo escucha.  Y Dios nos advierte diciendo: “ No maltratarás a la viuda o al huérfano”. ¡Si tú lo maltratas, cuando me pida ayuda, yo escucharé su grito!”

CREER es seguir a Jesús por el camino

La comprensión completa del seguimiento de Cristo no se obtiene con la instrucción teórica, sino con el compromiso práctico, caminando con Él por el camino del servicio desde Galilea a Jerusalén. Quien insista en tener la idea de Pedro, o sea, la del Mesías glorioso sin la cruz, no entenderá a Jesús y no llegará a asumir jamás la actitud del verdadero discípulo. Quien quiere creer en Jesús y hacer «don de sí», aceptar «ser el último», «beber el cáliz y llevar la cruz», éste , como Bartimeo, aun sin tener las ideas totalmente correctas, obtendrá el poder de «seguir a Jesús por el camino». En esta certeza de poder caminar con Jesús se encuentra la fuente del coraje y la semilla de la victoria sobre la cruz.

¿Somos ciegos?

Es preciso que reconozcamos nuestras cegueras para poder gritar: ¡Señor, ten compasión de mí! ¡Señor, que vea! Quizá, igual que Bartimeo, necesitamos que alguien nos diga: «¡Animo, levántate, el Señor te llama!» y nos ayude a recuperar la esperanza de salir del pozo de oscuridad en que nos encontramos, recuperar la ilusión por la vida para renovar nuestra confianza en el Señor, que puede curarnos y salvarnos; recuperar el sentido de nuestra vida y así vivir de otra manera. Hoy, como entonces, el Señor me pregunta. «¿Qué quieres que haga por ti?» Confiando en El y en su misericordia, pidámosle: «¡Señor, que vea!». Que ésa sea nuestra oración confiada de hoy, para que reconociendo nuestra necesidad de salvación acudamos al Señor confiadamente, y así, experimentando su salvación, caminemos tras Él siguiendo su camino, alabando y agradeciendo sus obras en nosotros y colaborando con Él en la obra de salvación y en la construcción del Reino. Que el Señor pueda decirnos: «Tu fe te ha salvado».

Para orar y vivir la Palabra:

«Los que siembran con lágrimas cosechan entre cantares» (Sal. 126,5)

Señor, tú eres el sembrador. Lo sembraste todo: hasta los caminos, los cardizales y el terreno pedregoso. Nunca te cansaste de sembrar. Al final, tú mismo te sembraste en el surco y regaste la semilla con tus propias lágrimas. Pero, al tercer día, resonaron en el cielo y en la tierra los cánticos por la nueva cosecha. El Padre te resucitó, te glorificó. Tú, Señor, también cambiarás un día mi llanto en alegría eterna.

 

 

 


VIERNES 22 DE OCTUBRE


 

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