Una parábola que llama a la
conversión
El árbol se reconoce por su
fruto
Finaliza, con el evangelio de
este Domingo, el ciclo de mensaje profético de Jesús. En el contexto de
cercanía de la Cuaresma (el próximo Miércoles comienza el Tiempo Cuaresmal), es
espontánea la exhortación actualizadora en la perspectiva del esfuerzo por
renovar «el corazón». El tercer momento el mensaje profético presentado en este
Domingo es una llamada a la «verdad» de la persona. El Domingo pasado dominaba,
sobre todo, la perspectiva del amor a los enemigos y el perdón; este Domingo es
la necesidad de que las obras tengan su raíz en el «tesoro de bondad» que el
hombre bueno guarda en su corazón.
LECTURAS:
Eclesiástico 27, 5-8: «No
alabes a nadie antes de que razone»
Salmo 92(91): «Es bueno dar
gracias al Señor»
1Corintios 15, 54-58: «Nos da
la victoria por Nuestro Señor Jesucristo»
San Lucas 6, 39-45: «De la
abundancia del corazón habla la boca»
El verdadero guía
El Evangelio nos da una señal
inequívoca para que podamos discernir cuando el guía no es ciego sino que tiene
bien abiertos los ojos: los frutos que el guía, el líder, produce y hace
producir en quienes lo siguen. Los guías que producen paz, justicia, tolerancia,
entendimiento entre los hombres; los que confían en el diálogo para resolver
las lógicas diferencias que pueden haber entre quienes piensan de modo distinto
acerca de lo mejor para los hombres, los que consideran a los que disienten no
como enemigos a exterminar por todos los medios, los que son capaces de renunciar
a su liderazgo con absoluta sencillez entendiendo que es de verdad y no sólo de
palabra, el hecho de que liderar o guiar es un servicio y no un patrimonio personal
e intransferible.
Hay un Guía impecable a
quienes los cristianos miramos o debemos mirar diariamente y a quien no estaría
mal que lo hicieran incluso los que no creen en El. Es un Guía cuyos frutos son
incontestables: generosidad, desprendimiento, pobreza personal, sencillez,
compasión, tolerancia, amor hacia aquellos a quienes quiere guiar, un amor que
lo lleva a
entregar, sin un gesto de protesta, la propia vida. Es un Guía exigente,
difícil de seguir, pero es un Guía absolutamente seguro, con El jamás caeremos
en el hoyo, en el hoyo del egoísmo, de la indiferencia, del desprecio a los otros,
del olvido de Dios que se traduce, inevitablemente, en el olvido del hombre,
con el peligro que esa actitud comporta y del que tenemos abundante
experiencia. Nuestro guía es buen punto de referencia para calificar y
catalogar a los numerosos guías que, generosamente, se nos ofrecen para
llevarnos directamente a la felicidad.
Corregirnos para corregir
Como cristianos somos
invitados a una evaluación sincera de las propias limitaciones en orden a un
desarrollo serio de las propias capacidades. Sólo si logro superar mis fallos
personales podré alcanzar una visión suficientemente aguda como para ayudar a
mis semejantes. Las palabras de Jesús no imponen al discípulo la prohibición de
formarse un juicio moral sobre la conducta del ser humano; lo que condenan es
todo intento de corregir a los demás sin antes haberse aplicado a sí mismo la
corrección. En vez de fijarse en los defectos de los demás, el discípulo es
aquél que aprende a fijarse en sus propios defectos y aprende a ser fructífero.
¡Qué distinto es ese comportamiento del que ve en los demás un objetivo a cazar!.
Resulta realmente penosa la persona pendiente de cazar al otro. Penosa porque
jamás han sido discípulos! ¿Será ésta una de las razones de lo frustrante que
es nuestra sociedad?.
Lucas configura una línea
importante del comportamiento cristiano. Actitud positiva y creativa en vez de
puntillismo y cicatería.
Tres lecciones:
Los discípulos reciben por
tanto una misma alerta con tres ejemplos: no ejercer de maestros espirituales
de nadie sin serlo verdaderamente; no pedir a otros lo que uno mismo no se
exige; no aparentar lo que no se es. El contexto nos aporta que solo quien vive
de la palabra de Jesús, construyéndose a sí mismo desde ella, está en condiciones
de ayudar a los demás en su itinerario espiritual. ¡Fidelidad y autenticidad!
Podemos destacar tres
enseñanzas del texto evangélico:
Primera, uno
no debe creerse demasiado sabio ni pretender dirigir a los demás, sino que
tiene que conocer cuáles son sus propias posibilidades y la necesidad que todos
tenemos de aprender y buscar luz. El discípulo siempre debe estar en estado de aprendizaje,
intentando llegar a ser como su maestro, Jesús.
Segunda, no
pretender corregir a los demás sin haber mirado antes si nosotros tenemos algo
por corregir. El texto es desmesuradamente hiperbólico (¡una viga en el ojo!),
pero es que también es muy absurda la pretensión de arreglar la vida de los demás
cuando uno tiene tantas cosas por arreglar en la suya. La exageración de la imagen
muestra que Jesús debía tener especial interés en prevenir a sus discípulos ante
esta manera de actuar, y que debía pensar que era muy fácil caer en ella. -Pedimos
al Señor que nos vaya cambiando el corazón, que nos lo vaya haciendo «bueno del
todo», como es el corazón de Dios. «Entonces verás claro»: entonces podrás ver con amor la o la
viga, la verdad de tu hermano.
Tercera, una
enseñanza sobre la manera de actuar y las actitudes de fondo, que se puede leer
desde dos posiciones. - - En primer lugar, que son los hechos, el modo de hablar
y de actuar, los frutos, lo que muestra quién es y cómo es cada persona. Es lo
que resume la famosa frase emblemática de Mt 7,20 que Lucas no recoge: «Por sus
frutos los conocerán».
- Y en segundo lugar, lo
importante es saber qué llevamos dentro, y qué
actitudes de fondo nos mueven a actuar. Porque si lo que llevamos dentro es
«tesoro de bondad», lo que aflorará serán frutos de bondad, mientras que si
llevamos «tesoro de maldad», los frutos serán de maldad. Nuevamente, pues, nos
hallamos con este elemento clave de la manera como Jesús entiende la actuación
de sus seguidores y la suya propia, y que impregnaba el evangelio del Domingo
pasado: hay un «modo de ser», una manera de entender la vida y las relaciones
con los demás, que es la del Reino, y otra que es contraria. (No estaría de más
recordar que la palabra griega «metanoia», que traducimos por «conversión»,
quiere decir precisamente, «cambio de manera de pensar y de ver las cosas»).
¿A QUÉ
NOS COMPROMETE la PALABRA
Ser coherentes
Las reflexiones de Lucas,
unidas, si se quiere, a las del Sirácida (Eclesiástico) , pueden iluminar a las Comunidades Cristianas
de hoy. La Iglesia debe su existencia al don gratuito de Dios; está, pues,
sometida a una regla primordial: vivir con respecto a todos de una manera que
esté realmente inspirada por el don, por la gratuidad, por la misericordia.
El final del texto evangélico
nos exhorta a que nuestra relación con Jesús, nuestro verdadero tesoro como
discípulos suyos que somos, se traduzca en una vida coherente con su ejemplo. Si
hay quienes encarecen, conscientemente o no, una conducta que no esté en la
línea de esta misericordia, no pueden ser oídos. Están en contradicción consigo
mismos. No hay nada que esperar de personas que no han asimilado el mensaje evangélico
y que no saben decir, por ello, sino pensamientos que le son contrarios. De
unos discípulos que no estén verdaderamente penetrados del auténtico espíritu
evangélico, que es el de la gracia, no hay que esperar ningún fruto, ninguna sugerencia
capaz de mejorar la vida de la Comunidad haciéndola progresar en la práctica
del Evangelio. Porque el hombre actúa en función de lo que en realidad es; aunque
utilice algún truco disimulador, sus actos y sus palabras son el reflejo exacto
de lo que es en lo más profundo de sí mismo. El que no tiene el espíritu del
Evangelio no puede decir palabras evangélicas.
«En nuestra época, en la que
se habla tanto para no decir nada, asombra esta vieja sabiduría, que dice que
hablemos sólo cuando el corazón esté lleno. Se trata aquí del contraste entre
el interior del ser humano y sus expresiones. Este pasaje trata de las
palabras, pero puede aplicarse también a las acciones humanas» (F. Bovon).
Relación con la Eucaristía
La Eucaristía con-forma nuestra vida a la de Cristo. Cuando comulgamos, «nos transformamos en Aquél a quien recibimos» (San Agustín). Por eso, la Celebración Eucarística es fuente siempre abierta para la renovación del corazón del cristiano.
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