JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO
Hoy cerramos el ciclo
litúrgico con la celebración de Cristo Rey,(20 de noviembre, último domingo del año litúrgico) celebración
que sirve de bisagra entre el final del presente ciclo, al que pone el broche,
y el nuevo. La clave de esta celebración se encuentra en la compresión que
tengamos de este título de Rey, pues esta comprensión marcará nuestra
perspectiva y balance de lo vivido como cristianos a lo largo del año anterior
y también marcará nuestras expectativas con respecto al futuro que se abre.
A lo
largo el año hemos vivido y celebrado: el tiempo de espera del Redentor (Adviento);
el nacimiento del señor (Navidad); su camino de preparación hacia la Pascua (Cuaresma);
su Pasión, Resurrección y Glorificación (Semana Santa, Pascua, Ascensión, Pentecostés).
Hoy
celebramos a Cristo «Señor y Rey del universo». No se trata de ninguna «forma
política de gobierno», sino del Reino de Dios instaurado por Jesús y al que le
da plenitud: que habita en nosotros, a pesar de que «no es de este mundo». A
Jesús tenemos que bajarlo de todos los tronos para dejarlo solamente en la Cruz
y en la Resurrección a una vida nueva.
LECTURAS:
2Samuel
5,1-3: «Ungieron a David como rey de Israel ».
Salmo
122(121): «Qué alegría cuando me dijeron: "Vamos a la casa del
Señor"»
Colosenses.
1,12-20. «Nos ha trasladado al reino de su Hijo querido»
San Lucas
23,35-43. «Señor, acuérdate de mí, cuando llegues a tu reino»
Reflexión del
Evangelio de hoy
La liturgia de hoy
nos propone un contraste de tradiciones acerca del Mesías que había de venir al
final de los tiempos, según la prefiguración judía.
La primera lectura
nos presenta la base de esa tradición, que es la del mesianismo dinástico
davídico: “Tu casa y tu reino permanecerán para siempre delante de mí; tu trono
será establecido para siempre.” (2Sam 7,16). Esta concepción del mesianismo, de
corte político, siempre estuvo presente en la compresión judía, pero los avatares
históricos del pueblo de Israel hicieron que tuviera que revisarse, y de hecho,
esta tradición fue rechazada por muchos pensadores judíos, entre ellos, Jesús
y, con él, el cristianismo (véase Jn 6,15, donde Jesús escapa de aquellos que
quieren hacerle rey porque los ha alimentado).
Este cuestionamiento
nos permite introducir otra tradición mesiánica diferente, a saber, la que
vincula al Mesías con el Siervo Sufriente de Isaías, tradición que el
cristianismo primitivo toma del judaísmo y que se hace patente a lo largo de
los Evangelios, especialmente en los relatos de Pasión, desde Marcos (donde el
Mesías no se revela hasta su muerte en cruz) hasta Juan, que en 18,33ss, donde
a la pregunta de Pilato “Entonces, ¿tú eres rey?”, Jesús responde: mi reino no
es de este mundo”; y pasando, por supuesto, por Mateo, que en 20,25ss nos dice:
“Sabéis que los jefes de las naciones las tiranizan y que los grandes las
oprimen. No será así entre vosotros; al contrario, el que quiera ser grande,
sea servidor suyo y el que quiera ser primero, sea esclavo suyo. Igual que el
Hijo del Hombre no ha venido a que le sirvan, sino a servir y a dar su vida en
rescate por todos”; y sin olvidar a Lucas, que hace de su evangelio, no un
viaje triunfal a Jerusalén, sino un camino de pasión hacia la muerte.
La lectura de hoy de
este evangelio de Lucas plantea claramente todos estos aspectos: el rechazo del
mesianismo triunfalista (“a otros ha salvado; que se salve a sí mismo si es el
Mesías de Dios, el Elegido”); la aceptación del mesianismo del Siervo
sufriente, mostrándonos a Jesús, al Justo, en el suplicio; la aceptación de un
reinado mesiánico que no se corresponde con este mundo: “Jesús, acuérdate de mí
cuando llegues a tu reino. […] Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el
paraíso”)
Esta alusión
explicita del reino como el “paraíso”, nos evoca dos ideas. En primer lugar, nos
evoca y alude a la escatología, al final de los tiempos, que inaugura Jesús, en
cuanto aquel Mesías esperado al final de los tiempos para traer su reino; en
efecto, el cristianismo interpretará como inauguración de los nuevos tiempos la
muerte del Justo: al principio, de forma inminente, posteriormente, lo hará
como espera de la segunda venida de Jesús como Rey y Señor, como Juez de la
Creación. (En este sentido, se abre el periodo de Adviento que empezamos el próximo
domingo)
Siguiendo, esta
línea, la segunda evocación, estrechamente unida a la anterior, es la de la
Nueva Creación: todas las cosas son recreadas en Jesucristo (Cf. 2Cor 5,17) y
llevadas a su plenitud. Es, pues, un nuevo Génesis que completa el día séptimo
de la creación (Ev Jn).
Esta recreación, este
nuevo Génesis “en plenitud”, es, precisamente, interpretado por la Carta a los
Colosenses, la segunda lectura de hoy, como reconciliación de Dios con su
Creación, esto es, con todos los seres, los del cielo y los de la tierra
“haciendo la paz por la sangre de su Cruz” (planteamiento que solo puede
entenderse de la perspectiva mesiánica del Siervo sufriente). En esto consiste,
en la escuela paulina, el mesianismo de Jesucristo: en su condición de Señor y
Juez del Universo, de Rey que reina y juzga desde su cruz.
Relación
con la Eucaristía
Cristo
aparece en la celebración como el mediador y Señor de la asamblea que él reúne y
configura en torno al misterio de su vida, muerte y resurrección. Todos
comenzamos a reconciliarnos y a ejercer el señorío regio de nuestra condición
libre en la fe, sobre el mundo y la sociedad.
La Iglesia de los santos-pecadores se re-crea constantemente en la Eucaristía, «memoria» actualizadora del misterio de Cristo, en la que El mismo se nos comunica, en tanto que «compartimos la herencia del pueblo santo en la luz» (segunda Lectura)
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