“¿Qué sabiduría es esa que le
ha sido dada?”
Ser cristianos nos pide ser
siempre testigos de la verdad, a pesar de nuestras debilidades y aunque parezca
que no se obtiene ningún resultado. Nos puede tocar ser testigos ante un pueblo
rebelde y obstinado que no nos escucha. Pero la verdad, sea o no escuchada,
tiene valor por sí misma. No debemos dejar de proclamarla.
Somos testigos débiles. Las
debilidades podríamos usarlas como excusa o podrían movernos al desánimo. Pero
también podemos leerlas como un modo de evitar la tentación de soberbia y
encontrar en ellas una forma de unir nuestra vocación cristiana y nuestras
miserias. Es la gracia de Dios la que nos hace testigos y ella basta.
Cuando de alguien conocemos su
procedencia, quién es, cuáles son su vida y sus errores, somos dados a pensar o
hasta decir ¡¿quién cree este que es?! El mismo Jesús empezó a enseñar en su
propia tierra, entre los suyos, y nadie creía en él. ¡Qué difícil se hace
identificar el rostro de los profetas entre quienes convivimos a diario!
DOMINGO 14 DEL T.O.
- 7 DE JULIO
LECTURAS:
Lectura del Profeta Ezequiel
2, 2-5 :”En aquellos días, el espíritu entró en mí, me puso en pie, y oí que me
decía:
«Hijo de hombre, yo te envío a los hijos de Israel, un pueblo rebelde que se ha
rebelado contra mí. ..”
Salmo 122, … R. Nuestros ojos
están en el Señor, esperando su misericordia
Lectura de la segunda carta
del Apóstol San Pablo a los Corintios 12,7-10:”Para que no me engría, se me ha
dado una espina en la carne: un emisario de Satanás que me abofetea, para que
no me engría….”
Lectura del santo Evangelio
según San Marcos 6, 1-6:”…
«No desprecian a un profeta
más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa»…
Reflexión del Evangelio de hoy
El rechazo a los profetas
Un profeta es un personaje
molesto que no se doblega ante nadie. No tiene precio y su palabra penetra como
cuña en las partes más sensibles de nuestro actuar. Pone en crisis,
desestabiliza, nos deja en el aire, nos despierta, siembra la duda contra
nuestras seguridades. Critica el orden establecido, señala los puntos débiles,
marca caminos nuevos, exige cambios radicales que contrapone a la situación
actual. Pronto se empieza a analizar su persona, su origen… y se busca cómo
quitarle credibilidad a su palabra.
Muchos profetas del pasado son
conocidos, hablan de ellos la Biblia o la historia del cristianismo,
particularmente la de los mártires reconocidos como tales por la Iglesia. Otros
muchos –la mayoría– también fueron profetas, mártires, y no los conocemos. Unos
y otros compartieron de alguna manera el destino de Jesús.
La vocación profética no la
reciben solo unos pocos escogidos. En el bautismo todos los cristianos somos
ungidos para unirnos a Cristo Sacerdote, Profeta y Rey. A todos los bautizados
Dios dirige las palabras: «Hijo de Adán, yo te envío…». A todos se nos
advierte: «son un pueblo rebelde… sus padres y ellos me han ofendido… también
los hijos son testarudos… a ellos te envío para que les digas: “Esto dice el
Señor”».
El precio de la verdadera
profecía es el desprecio, el rechazo. Su valor no se lo da si es o no
escuchada. No es un asunto de índices de audiencia o de número de seguidores.
Rebeldía, obstinación… «te hagan caso o no te hagan caso sabrán que hubo un
profeta en medio de ellos». En eso está el valor de la profecía.
En el caso de Jesús en su
propia tierra, lo más triste es que quienes lo rechazaron lograron su objetivo:
no pudo hacer allí ningún milagro. ¿No es terrible pensar que nuestros
comportamientos humanos tienen el poder de impedir los milagros?
La fe como fortaleza en la
debilidad
Jesús se extrañó de la falta
de fe de quienes le conocían bien. Quizá esperaban otra cosa de él y lo que
tenían ante sus ojos les decepcionó. Podían reconocer su acción benéfica, pero
les faltaba fe para leer en esa acción su significado salvador.
Sin fe no es posible la acción
salvífica. La fe es anterior a los milagros; no al contrario. La divinidad de
Jesús no la prueban unos milagros superiores a las fuerzas de la naturaleza. Si
hubiera posibilidad de pruebas, no habría verdadera fe. En el anuncio del
Evangelio cuenta ante todo la fidelidad del enviado a la misión que le han
encomendado.
En el profeta Ezequiel, en
Pablo y en Jesús es la debilidad del enviado la que revela la fuerza del
Espíritu presente en él. La debilidad crea un espacio de libertad para que
quien escucha pueda aceptar o no lo que oye.
Si Dios se revelara solo a
través de acciones grandiosas, sería muy fácil creer en Él. Pero no es así.
Tenemos el trabajo de analizar cuándo y a través de quién se revela su Palabra
y cuáles son las acciones de su salvación. Y tenemos también el desconcierto de
que cuando parecemos más débiles es cuando somos fuertes.
Profetas en las situaciones
prácticas de la vida
En tiempos de posverdad, de
‘cambio de opinión’, en que a todo se le da un valor relativo, se hace más
necesaria aún una conciencia, una referencia moral, un recordatorio de lo que
está bien y de lo que está mal. Ofrecerlo es parte de la responsabilidad de un
cristiano. Mientras haya alguien todavía que diga y que practique la verdad,
habrá para el mundo una esperanza de conversión y de cambio. Un verdadero
profeta es quien sabe descubrir la voluntad de Dios en las situaciones
prácticas de la vida.
No es fácil reconocer el paso
de Dios por nuestra vida. No se presenta con formas espectaculares. Aparece
como Jesús entre su pueblo, como alguien a quien conocemos, aunque no lo
re-conocemos. Y tampoco es fácil reconocer a los profetas que hay entre nosotros,
no destacan en las redes sociales como ‘influencer’.
¿Dónde están hoy los profetas
que nos den las esperanzas y las fuerzas para enfrentar cada día… los que
reaviven nuestra ilusión… los que sean portadores de buenas noticias para
quienes no sienten el calor del amor de Dios?
¿No estaremos dejando a Jesús
pasar de largo? ¿O impidiendo que pueda hacer entre nosotros algún milagro?
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