“El que viene a mí no
tendrá hambre”
Estamos en pleno verano y
seguimos reuniéndonos en torno a la Palabra y la Eucaristía. Como creyentes
estamos invitados, también, a descansar sobre estos dos medios que nos da la
Iglesia para ir cultivando nuestra fe, para que sea cada vez más personal y
comprometida.
Hoy la Palabra que se proclama
nos invita a descubrir un Dios, que es el Señor de Israel, que acompaña siempre
a su pueblo. (1ª lectura) Le alimenta con el “Maná”, signo de la Eucaristía
“pan del cielo”(Salmo). Es el modo que el nuevo pueblo de Dios puede caminar
acompañado por un Dios que nos salva por medio de su Hijo Jesucristo. El mismo
se nos da como alimento que nos ayuda a “revestirnos de la nueva condición
humana creada a imagen de Dios” (2º lectura)
Con esta transformación se
produce un “encuentro personal con el Señor” y Jesús nos promete por este
encuentro que: “el que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no
tendrá sed”(Evg.).
Si escuchamos de verdad el
mensaje del Señor de este domingo, nuestra vida se puede transformar, y así
seremos testigos con nuestra vida de la fe evangélica, que es la fuerza de la
evangelización
LECTURAS:
DOMINGO 18 DEL T.O. -
4 DE AGOSTO
Lectura del Libro del Exodo
16, 2-4. 12-15.:”,,, El Señor dijo aMoisés: «Mira, haré llover pan del cielo para
vosotros: que el pueblo salga a recoger la ración de cada día; lo pondré a
prueba a ver si guarda mi instrucción o no…”
Salmo 77, R/. El Señor les dio pan del cielo
Lectura de la carta del
Apóstol San Pablo a los Efesios 4, 17. 20-24 :” Esto es lo que digo y aseguro
en el Señor: que no andéis ya, como es el caso de los gentiles, en la vaciedad
de sus ideas…”
Lectura del santo Evangelio
según San Juan 6, 24-35:”-. «Yo soy el pan de vida. El que
viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás».
Reflexión del Evangelio de hoy
La Palabra de Dios cuando se
proclama en nuestras celebraciones litúrgicas no tiene como finalidad
recordarnos lo que ha pasado en tiempos pasados. Es para nosotros un rayo de
luz que ilumina nuestro presente. Esas situaciones personales, familiares, laborales
y sociales que nos crean desconcierto.
El pueblo judío se sintió
desconcertado en el desierto ante las dificultades que se iba encontrando. Eso
le llevó a la murmuración, a recordar lo que había dejado atrás, en Egipto. Le
daba la sensación de que Dios (Yavé) le había abandonado. Es el eterno problema
que se da, también, en la humanidad cuando hay que ir dando pasos hacia la
verdadera libertad. La liberación de las esclavitudes, con frecuencia, traen a
la memoria las falsa seguridades anteriores.
El Señor, Dios de Israel, no
abandona a su pueblo. Le acompaña y le da todo cuanto desea: agua, codornices y
“pan del cielo”. Siempre hay un signo material de la actuación salvífica del
Dios que es amor. Cuando el pueblo trata de cumplir su voluntad Dios está
presente ya sea en la “zarza ardiendo”, en la “tablas de la Ley” y más
propiamente en el “pan del cielo”
Todo esto es imagen por la que
el Señor de la historia se nos revela y nos da pautas para que le descubramos
en medio de nuestras dificultades. Hoy seguimos caminando cargados de
preocupaciones y llenos de crisis más o menos profundas. Seguimos teniendo,
además del hambre material, de muchas otras cosas: de amor, de felicidad, de
verdad, de seguridad, de sentido de la vida.
Dios vuelve a estar cerca y se
preocupa de todos nosotros dándonos el “pan” a todo el que siente “hambre”. Ese
pan es Cristo Jesús, su Hijo querido: “Yo soy el pan de la vida: el que viene a
mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará sed”
Estas afirmaciones están
hechas por el Evangelista Juan después de realizar Jesús la multiplicación de
los panes y los peces. Jesús en su discurso del “pan de vida” trata de ir
llevándonos la creencia en EL antes de hablarnos del pan “eucaristía”. Por eso
usa esos dos verbos “venir” y “creer”. Creer en Jesús es comer el pan que Dios
nos envía para saciar nuestra hambre y nuestra sed.
Comer del “alimento que
perece” es volver a la “olla de carne de Egipto”. Lo que entra por los ojos es
lo que más nos atrae. Si queremos vivir felices y libres con la “libertad de
los hijos de Dios” hemos de caminar hacia la verdad guiados por la fe.
Fe que hemos de descubrir en
los signos sensibles que el Señor nos envía. El ciego de nacimiento recibe la
luz de la fe al recibir la luz de su vista. La samaritana recibe la verdadera
vida a través del agua. Para los judíos en el desierto fue el “maná” que
prefiguraba a Cristo que es el “verdadero pan del cielo”.
Por eso en la segunda lectura
San Pablo nos invita a que “no andemos ya como los gentiles, en la vaciedad de
sus ideas”. Se nos invita a “despojarnos del hombre viejo y de su anterior modo
de vida…, y revestíos de la nueva condición humana creada a imagen de Dios”
Para ello se nos da a Cristo como Pan en quien “creemos”, y luego se nos da el
Cuerpo y la Sangre de Cristo, Pan Eucarístico con el que nos “alimentamos”.
Ambos Panes, el de la Palabra y La Eucaristía, nos dan la “vida eterna”.
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