“Ha echado todo lo que tenía
para vivir”
El tema fundamental de la
liturgia de este domingo es la generosidad hasta el extremo y la confianza en
Dios. La viuda de la primera lectura confía en la palabra del profeta y le
entrega lo único que tenía para comer. Se fio del profeta que hablaba en nombre
del Señor y, en adelante, no le faltó para comer. En el evangelio Jesús
observa, mira lo que pasa, y tras observar valora. E invita a sus discípulos a
mirar, a juzgar y a valorar. Y a no permanecer pasivos después de juzgar y
valorar. Jesús analiza y saca las consecuencias de lo ve: unos, pudientes y
poderosos, entran en el templo bajo pretexto de rendir culto a Dios. Pero el
culto a Dios sin la atención al hermano es un falso culto. Ya lo escuchamos el
pasado domingo: el amor a Dios es inseparable del amor al hermano. Esta actitud
contrasta con la de una pobre viuda que da en limosna todo lo que tenía para
vivir. Esta viuda pone a Dios por encima del dinero, porque sabe que a Dios
nunca vamos a ganarle en generosidad.
DOMINGO 10 DE NOVIEMBRE -
DOMINGO 10 DE NOVIE,BRE
LECTURAS:
Lectura del primer Libro de
los Reyes 17, 10-16 :”En aquellos días, se alzó el profeta Elías y fue a
Sarepta. Traspasaba la puerta de la ciudad en el momento en el que una mujer
viuda recogía por allí leña…”
Salmo 145, R: Alaba, alma mía, al Señor.
Lectura de la carta a los
Hebreos 9, 24-28 :”Cristo entró no en un santuario construido por hombres,
imagen del auténtico, sino en el mismo cielo, para ponerse ante Dios…”
Lectura del santo Evangelio
según San Marcos 12, 38-44 :… «En verdad os digo que esta
viuda pobre ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie…”
Reflexión del Evangelio de hoy
La seducción de las
apariencias
El evangelio es de una
actualidad sorprendente. En tiempos de Jesús y en los actuales, en el mundo
eclesiástico y en el civil, ¡cuántos hay que sólo sirven para figurar, o sea,
que no sirven para nada! ¡Cuántos hay que lo único que pueden lucir es la apariencia,
la ropa que llevan o el asiento que ocupan! Y, a veces, quienes les vemos,
envidiamos este puesto, este ropaje, esta apariencia. ¡Cuanta vaciedad, cuanta
inconsistencia!
Sí, el Evangelio de Jesús es
siempre actual. El de hoy es una advertencia a todos los que nos dejamos
seducir por lo superficial. Y es también una invitación a saber descubrir,
detrás de otras apariencias que mundanamente no valoramos, los auténticos valores
del Reino de Dios. Una advertencia a todos aquellos que como los letrados están
encantados de “pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en las
plazas o buscan los asientos de honor en las Iglesias y los primeros puestos en
los banquetes”. Advertencia, porque todo esto a los ojos de Dios no vale nada.
Y una invitación a mirar con otros ojos lo que el mundo no valora, para
descubrir en la pobre limosna de la pobre viuda, la abundante riqueza de un
corazón amante. Invitación a descubrir dónde están los verdaderos valores, lo
fundamental, dónde la auténtica humanidad.
Las cosas que valen no suelen
ser las más deslumbrantes. Lo que vale, como la verdad, Dios, el sentido, el
amor, a veces se nos aparece humildemente. Porque los grandes valores no
quieren violentarnos, se contentan con persuadirnos, haciéndonos el honor de
contar con nuestro pensar y amar, con nuestra inteligencia y predilección. En
estos grandes valores podemos encontrar a Dios, que oculta su fuerza tras la
debilidad. En el indigente, el enfermo o el solitario, Dios suplica
humildemente nuestro amor. Seducido por la apariencia, puede el hombre
inclinarse por considerar fuerte lo que aparece como fuerte o por despreciar
como débil lo que tiene apariencia de debilidad.
Uno de los grandes pecados del
ser humano de todos los tiempos ha sido la seducción de las apariencias. Y así
corremos el riesgo de perder lo real y de perdernos nosotros. Este peligro ha
cobrado nuevas formas en el mundo de hoy: los medios de comunicación tienen una
influencia grande, hasta el punto de condicionar la vida de las personas y de
las sociedades, orientando nuestro pensar y nuestro obrar. Utilizados sin
responsabilidad, pueden estar al servicio de la mentira.
Sin olvidar las dimensiones
sociales y políticas de la apariencia, conviene quizás que empecemos por
detectar y corregir las dimensiones personales de la misma; nuestras propias
caretas, nuestras ganas de aparentar, de parecer lo que no somos. Nuestra envidia,
adulación y falta de crítica hacia aquellos que ocupan puestos importantes.
Nuestra inatención e incluso nuestro desprecio hacia los pobres, los
marginados, lo que no tienen puesto.
¡Atención!, nos dice hoy el
Evangelio. Atención a mí, a ti, a todos los que sólo sirven o servimos para
figurar, para presidir. A todos estos que, cuando no presiden, no tienen nada
que hacer, porque en el fondo lo suyo es pura vaciedad. Y así va todo lo que
tocan y así van los que les siguen o se dejan engañar por ellos.
¡Atención!, nos dice el
Evangelio. En la postura de la pobre viuda está lo verdaderamente valioso.
¡Abrid los ojos de la fe! Estos ojos permiten ver los auténticos valores del
Reino de Dios. Son los ojos del amor, los ojos del que ama.
¿Tras de qué se nos van los
ojos? ¿Qué tipo de vida tenemos que llevar para ver lo valioso, lo de dentro de
las personas? ¿Por qué nos gustan tanto las apariencias si… las apariencias
engañan? ¿Por qué será que Dios resulta tan inaparente, que no se impone, que
no nos fuerza, que siempre nos deja libres? ¿Por qué razón canta María que Dios
derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes? Es que el Señor,
leemos en el libro primero de Samuel (16,7) “no se fija en las apariencias ni
en la buena estatura. Porque Dios no ve como los hombres, que ven la
apariencia. El Señor ve el corazón”.
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