“No tentarás al Señor tu Dios “
Nos encontramos al inicio de
uno de los tiempos litúrgicos que conocemos como tiempo fuerte o tiempo de
conversión: ‘la Cuaresma’. En él la Iglesia nos invita a discernir mejor la
intención fundamental de nuestro corazón. ¿Qué hay en nuestro interior cuando
hacemos las cosas que hacemos? Las prácticas cuaresmales de ayuno, abstinencia,
oración y limosna nos introducen en un camino de vida espiritual. Sabemos que
este tiempo hace alusión a realidades que afectan al pueblo de Israel y a la
vida Jesús. Por eso, las tentaciones del desierto siguen teniendo actualidad.
Tienen que ver con los cristianos conscientes de sus responsabilidades en el
pueblo de Dios y con los que ceden ante las distintas formas de seducciones
contemporáneas.
PRIMER DOMINGO DECUARESNA -
9 DE MARZO
LECTURAS:
Lectura del libro del
Deuteronomio 26, 4–10
Salmo 90, R/. Quédate conmigo, Señor, en la tribulación.
Lectura de la carta del
Apóstol San Pablo a los Romanos 10, 8-13
Lectura del santo Evangelio
según San Lucas 4, 1-13
Reflexión del Evangelio de hoy
El Espíritu lo llevó por el
desierto
En nuestra lógica de las
tentaciones creemos que allí donde sabemos que está la tentación o el mal
pensamos que no debe estar el Espíritu. Por eso, nos resulta muy extraña la
decisión de que Jesús fuera guiado por el Espíritu hacia al desierto dado que allí
es tentado.
Es lógico pensar que el
Espíritu debería defender a Jesús de las tentaciones, salvarlo del poder del
mal, de la desolación… En cambio, no. El evangelista Lucas transforma nuestro
modo de pensar el cómo deberían ser las cosas. ¿Por qué lo hace así? Porque la
experiencia del desierto es la experiencia de encontrarnos a nosotros mismos en
nuestra más cruda verdad. Una persona cuando está en crisis, cuando se
encuentra en desolación significa que está tocando el propio límite, su propia
debilidad, la propia fragilidad. Por tanto, está haciendo un profundo baño de
realismo de sí mismo. Tristemente esta experiencia no nos gusta, nos es
agradable sentirnos débiles y frágiles porque no nos gusta mirarnos con tal
sinceridad. Quizás este es el motivo por el que no nos gusta ni el desierto ni
la desolación.
Precisamente es aquí donde
interviene el tentador. El tentador no es aquel que te tienta en el desierto o
en la desolación, sino el que te dice: “sígueme a mí porque si no me sigues vas
a terminar en el desierto”. Sin embargo, la vida espiritual nos conduce en la
prueba, nos conduce a mirarnos a nosotros mismos en nuestra total desnudez del
alma, pero como esto no nos gusta dejamos que el tentador nos seduzca, el cual
no quiere de ninguna manera que tengamos nuestras crisis, no le agrada que
vayamos al desierto y con tal de que no vayamos es capaz de ofrecernos
cualquier cosa.
Si entendemos las tentaciones
desde este punto de vista, nos damos cuenta de que los trastornos alimentarios,
los afectivos, la dependencia y las relaciones tóxicas, son todos modos de
estar en el mundo que no afrontamos para evitar la crisis. Con tal de no
afrontar el problema nos llenamos de cualquier cosa y esta es la victoria del
tentador. Jesús al entrar en el desierto obliga el mal a que se revele y así,
lo confronta cara a cara. En cambio, el modo en que el tentador opera
llevándonos a la destrucción, no es haciéndolo de manera explícita, sino
disfrazado, oculto y ofreciéndonos continuamente una vía de escape. El mal nos
hace vivir en modo alienante, no nos permite estar dentro de la realidad, lo
que significa que no vivimos en profundidad nuestro compromiso matrimonial,
nuestra amistad con los otros, nuestra vocación, nuestro compromiso con el
trabajo… más bien es como vivir en otra dimensión escapando de la
confrontación, de la realidad y de la verdad. Por miedo de afrontar esta crisis
somos capaces a veces de vender nuestra alma.
Jesús lleno del Espíritu Santo
Quien vive en cambio la vida
espiritual -esto significa que Jesús estaba lleno del Espíritu Santo y estaba
guiado por él- se da cuenta de que, en vez de estar dándole vueltas a los
problemas, en vez de estar girando alrededor de la crisis conviene afrontarlos
a pecho descubierto, es decir: de frente. De la sencillez y simplicidad con la
que sabes nombrar tu crisis y tu problema se ve cuánto Espíritu tienes dentro.
En cambio, es interesante que a veces nuestra concepción de estar lleno del
Espíritu supone que no nos equivocamos, no hacemos nada mal, no somos débiles,
no tenemos crisis y estamos estupendamente… esto es un error, porque el punto
de partida de la vida espiritual es meternos en la crisis para que podamos
afrontar todo aquello que tantas veces hemos aplazado. El giro potente del
evangelista Lucas es precisamente el hacernos cambiar nuestras convicciones
erróneas. Por tanto, si vienes a rezar para no entrar en crisis, no has
entendido para qué sirve la oración, porque sucede justamente lo contrario, es
la verdadera oración la que te introducirá en crisis y en desolación. Nos han
enseñado que la oración nos ayuda a sentirnos bien, que la oración es un
psicofármaco. Una oración que solo busca este tipo de beneficio no es la oración
de Jesús. La oración de Jesús es la oración que nos lleva al desierto, a la
verdad de nosotros mismos.
¿Qué disposición tengo de hacer un camino espiritual al inicio de la
Cuaresma?
¿Cuáles son las seducciones en las que sé que
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