Primer
domingo de adviento -C
Se
acerca nuestra liberación
Evangelio san Lucas
21,25-28.34-36
Llega el adviento, un
llamado a vivir la esperanza cristiana. El hombre siempre ha deseado tener un
salvador. Dios mismo lo ha prometido y lo ha enviado. El adviento nos invita a
una memoria y a una espera. La memoria del nacimiento del salvador hace más de
2000 años. Y la espera de la realización final de la salvación.
Ella no es una ilusión vana
sino un poderoso atractivo que de parte de Dios nos lleva hacia el futuro. La
esperanza no la inventamos nosotros como solución a nuestros problemas. La
esperanza nos la ofrece Dios mismo y tiene la seguridad de sus obras.
El pueblo de Dios de la
primera alianza fue educado por Dios en la esperanza. A través de unas promesas
que iluminan el futuro Dios lo fue llevando a través del tiempo hacia Jesucristo.
Esperanza
paciente
¿Qué significa para un
cristiano la esperanza? Fácilmente la confundimos con una frágil ilusión.
Tantas veces ponemos nuestra esperanza en realidades ilusorias. Pero la
esperanza cristiana es distinta. No se basa en los deseos quiméricos de nuestra
imaginación sino en la solidez de la Palabra de Dios. La esperanza es el futuro
de Dios revelado al hombre. La esperanza es la atracción de Dios hacia nosotros
para llevarnos inexorablemente hacia él. Desde que el hombre aparece en la
tierra empieza su marcha hacia el futuro que tendrá término finalmente en el
interior de Dios.
«Ya»,
pero «todavía no»
El tiempo de adviento nos
encamina a la Navidad. La palabra de Jeremías tiene cumplimiento en el misterio
del nacimiento en carne humana del Hijo de Dios, en la línea de David. Han
pasado siglos y la humanidad, que debe aprender a caminar en la paciencia de
Dios, se llena de gozo por el nacimiento del salvador. El reino de justicia y
derecho que vino a traer y para el que abrió camino a través de su vida, de su
palabra y de sus obras está todavía por construir. Su ideal choca siempre con
la malicia humana que impide la realidad de ese reino.
Pero adviento nos invita a
mirar sobre todo hacia el futuro. El Reino de Dios no ha terminado sino que
está en perpetuo camino de realización. El cristiano es hombre de esperanza.
Todo debe tener una culminación y esa es nuestra definitiva esperanza. El Señor
dijo a sus discípulos que volvería pero con una realidad muy distinta. La
Iglesia vive en esa expectativa. Lo primeros cristianos gritaron ansiosos el
Ven, Señor. Incluso la Biblia nos lo conserva en el idioma original que se hizo
familiar también a los de otras culturas: Maraná tha.
El
Señor, nuestra justicia
Ese proyecto divino llevado
a su plena realidad es la salvación, lo que la Biblia llama la paz. Jerusalén
tendrá un nuevo nombre: El Señor, nuestra justicia. Empobrecemos el contenido
bíblico de la palabra justicia cuando le damos simplemente la dimensión de lo
jurídico y lo contractual. La justicia es la actividad divina que hace en el
hombre la salvación. A quien sigue los caminos del Señor le damos el nombre de
justo.
La promesa divina se
concretiza en la persona de Jesucristo, el Hijo de Dios, el único Salvador. Ya
entró al mundo en la encarnación, vivió nuestra vida, nos enseñó el camino que
lleva al Padre Dios. El mismo recorrió ese camino y nos lleva con él en su
cuerpo que es la Iglesia. Pero vivimos el tiempo intermedio entre su venida
primera y su regreso. Este será distinto del primero: la coronación de su
misión salvadora para entregar al Padre el Reino.
En espera del Señor vivamos
en el amor mutuo que él mismo nos concede. Pablo mismo se declara como aquel
que ama a sus hermanos. Fortaleza requerida para una fe que espera y se siente
sin respuesta inmediata. Santos e irreprochables: es la vocación de todo
cristiano y cristiana. La santidad no es privilegio de unos sino compromiso de
todos. Para cumplir ese cometido es necesario vivir empapados del Evangelio,
mostrando en la cotidianidad de la vida la presencia del Dios que nos habita y
de quien damos testimonio ante el mundo.
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