Domingo dentro de la octava
de navidad - C
APRENDAMOS DE LA ESCUELA DE
NAZARET
Evangelio:
San Lucas 2,41-52. Jesús hallado por sus padres en el templo…
En unos tiempos en que la
familia humana y cristiana es puesta en peligro incluso en su misma
institución, es bueno que escuchemos lo que la Palabra bíblica nos dice acerca
de ella. Navidad, fiestas hogareñas por antonomasia. Y dentro de ellas,
celebramos el día de la Sagrada Familia de Nazaret.
La liturgia nos invita hoy a
entrar en la intimidad de la Sagrada Familia de Jesús, José y Maria. No nos
mueve la curiosidad ni solo un sentimiento piadoso de creyentes. Queremos saber
cual es el ideal de experiencia familiar que Dios nos ofrece en dimensión muy
humana pero al tiempo muy divina, dentro de su plan de salvación. Dios nos
invita no solo a contemplar ese misterio de la Sagrada Familia sino a darle,
dentro de nuestras limitaciones, una presencia en nuestro tiempo.
Tratemos de entrar,
respetuosos y orantes, en la vida cotidiana de esta Familia excepcional. Hoy
queremos poner nuestra atención en aquella familia pobre y humilde en la que
nació el Salvador del mundo. Una familia en la que faltaban muchas cosas, pero
sobraba amor y esperanza. Nuestra Celebración Eucarística es una reunión de la
Familia Cristiana para dar gracias a Dios, escuchar su palabra orientadora y
pedir perdón por nuestras incomprensiones y pecados dentro de la familia del
mundo.
La
Familia en el proyecto de Dios
La familia no es solo una
experiencia de socialización en la que aprendemos a vivir en común. Ella tiene
un intrínseco sentido religioso. Al crear Dios al hombre y a la mujer a su
imagen y semejanza, con la misión de poblar la tierra hizo de la familia
elemento esencial de su proyecto integral sobre la humanidad. Y al encarnarse
el Hijo de Dios, pasando por la convivencia filial dentro de una familia, llevó
esa experiencia a su máxima significación. Nos es fácil pensar que Dios hubiera
podido escoger otro camino para que su Hijo entrara al mundo de los hombres.
Pero quiso que su experiencia de ser hombre asumiera la íntegra condición
humana: pasar por el nacimiento, la infancia y la adolescencia, depender y
aprender un oficio, ganarse el pan (familiar) con el sudor de la frente.
Por la encarnación Dios ha
hecho la experiencia de ser hijo de familia. No ha querido entrar al mundo de
manera misteriosa sino a través de una real vivencia de la condición humana. El
Hijo de Dios que vive en el seno de la Trinidad, en relación filial respecto
del Padre Dios y en unidad total con él y con el Espíritu Santo, ha querido
asimismo amar y ser amado en el seno de una familia humana. Familia excepcional
ciertamente pero inmersa en la cotidianidad de las relaciones entre esposos,
entre padres e hijos, sometida a las necesidades de cada día como el trabajo,
el alimento, el descanso; en relación con el Padre Dios según la ley judía de
Antiguo Testamento, y con el entorno familiar y la vecindad; en obediencia a
las convocaciones comunitarias de la sinagoga y a las fiestas en Jerusalén.
Hasta tal punto esa
experiencia fue sencilla y normal que sus paisanos no se dieron cuenta del misterio
que se vivía en la intimidad de aquel hogar en verdad humilde. Cuando un día
regrese Jesús a su pueblo, ya renombrado por su enseñanza y sus obras
extraordinarias, los habitantes de Nazaret no tendrán explicación y se
preguntarán extrañados de donde saca éste esa sabiduría y esas obras...
La familia hace parte del
plan de Dios. Es él quien ha dispuesto que haya hombres y mujeres, que funden
hogares y procreen hijos. Una vez creado el mundo como escenario maravilloso
para el plan de Dios y para la vida del hombre, viene la narración de esa
primera pareja que conocemos como Adán y Eva, y esos hijos iniciales que
aprendimos a llamar Caín, Abel, Set y demás. Allí empieza la historia del hombre, en la que se
va tejiendo la historia de la familia humana, con toda su belleza pero también
todo su dramatismo. Pruebas dolorosas como la muerte trágica de Abel, la esterilidad
que parece cerrar el futuro, las envidias y malos manejos, pero también las
alegrías, la primera de ellas el nacimiento de los hijos. Violencia y amor,
pobreza y riqueza, esclavitud y libertad, poder y debilidad, angustias y
alegrías, todo eso y mucho más se va dando en el acontecer de todos los
hogares.
La Iglesia, e incluso la
misma sociedad laica, está preocupada por la crisis que vive la familia hoy. Se
sugieren remedios basados en las ciencias humanas de la convivencia: respeto, tolerancia,
paciencia como forma de amar. Pero el remedio fundamental estará siempre en volver
a la voluntad inicial de Dios. Jesús dirá un día para responder al
cuestionamiento sobre el divorcio: Al principio no fue así. La sagrada familia
de Jesús, María y José será siempre el modelo que hay que contemplar. Volver a
la humilde casa de Nazaret como a una escuela donde se aprende a ser familia.
Donde el hijo, a pesar de ser Dios encarnado, es hijo que se comporta como tal.
Mayor amor filial hacia María y José imposible encontrar. Y María será siempre
el modelo de mujer, esposa y madre, en una dimensión casera y profundamente
humana. Acostumbramos a ver a María desde sus grandes prerrogativas: Maternidad
divina, Virginidad perpetua, Inmaculada Concepción, Asunción gloriosa. Pero no
la contemplamos como mujer humilde en su grandeza, en el servicio de la casa,
en amor y unidad con José, su esposo, y con el hijo, Jesús, el Señor. Y José
que lleva en sí, como varón justo que cumple la voluntad divina, la carga del
hogar que le corresponde.
Hay en la familia una
dimensión que no podemos dejar de lado: su carácter sagrado y religioso. Dios
Padre confía al hombre y la mujer el don incomparable de la vida en el don de
los hijos. No es una mercancía más sino la misión fundamental de la unión
matrimonial, Implica por tanto una responsabilidad que va más allá de pactos y
plazos limitados. Comprometerse en el matrimonio para fundar una familia es
comprometerse para la vida y por toda la vida. Jesús es para siempre, más allá
del tiempo y por toda la eternidad, el hijo de ese hogar. María es la madre de
Jesús, incansable y sin límite en su misión. José es para siempre el esposo de
María y el hombre a quien Dios confió su hijo como a un padre. Ellos hacen
parte de toda familia cristiana y aun humana. No son intrusos en el hogar sino
que están allí, con una presencia que el mismo Dios les concede. Qué bueno
contemplarlos en el seno del hogar y aprender de ellos a ser padre, madre e hijo,
con una dimensión que descubre el plan de Dios que se va realizando a lo largo
del tiempo en toda familia que asume el compromiso del proyecto salvador de
Dios.
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