EL REINO DE LA VIDA Y
LIBERACION PLENAS
Evangelio:
san Mateo 11,2-11: ”Eres tú el que debe venir, o tenemos que esperar a otro?”
El tiempo de adviento infunde
en nuestra fe cristiana la expectativa de alguien que viene y en quien hemos
puesto nuestra esperanza. ¿Qué aguardamos de él? ¿Qué nos trae de parte del
Dios de nuestra fe? ¿Tenemos real necesidad de él? Nos movemos en la vida entre
dos fuerzas que nos habitan. Por una parte el deseo de vernos liberados de
tantos males que nos aquejan y cuya presencia en nuestra vida y en la vida del
mundo no podemos negar, y por otra el deseo de encontrar solución para todas
esas limitaciones que nos impiden realizarnos y ser de veras felices. Dios
mismo nos ha dado esa doble experiencia. Nos ha hecho limitados como todo lo
que habita en el mundo. No podemos alcanzar la perfección de lo divino.
El tiempo es una esperanza
pero también una amenaza. Cada día sentimos que se acorta la vida. Somos
frágiles y los bienes en que confiamos se nos escapan de las manos. Y por otra
soñamos con una fuerza que nos haga superar todo aquello que nos causa dolor y
angustia. Encontramos luz para estas preguntas en la liturgia de la palabra que
hemos escuchado.
Caminar con la paciencia de
Dios
Nos acercamos a la Navidad.
Por encima del marco que le ha dado la sociedad de consumo, lleno de fiestas
bulliciosas en las que se siente el silencio de Dios, debemos hacer la
experiencia del misterio divino que celebramos. Esta Palabra que hemos
escuchado debe ser asumida en su plena dimensión. No quedarnos en la
exterioridad de lo inmediato sino ahondar en lo que nos anuncia: el amor comprometido
de Dios como una realidad histórica. ¿Qué quiere Dios de nosotros hoy? ¿Qué nos
sigue anunciando con su Palabra siempre actual? Ante él nuestro mundo padece de
ceguera y no ve la profundidad del sentido de la vida humana; sufre de sordera
que le impide escuchar al Dios que lo ama y le habla en el corazón; se instala
en el mundo como un paralítico que no percibe que está de paso hacia una meta
definitiva; se angustia ante la muerte y no llega a percibir que más allá de la
muerte, Dios lo espera para compartir con él su vida y su felicidad.
Proclamación de alegría
Cercana la navidad, más allá
de las luces y los ruidos que la inundan y le hacen perder su profundidad,
dediquemos un tiempo a leer la Palabra de Dios y a penetrar, con la luz de esa
palabra, en el misterio que vivimos. Es la mayor experiencia que hace la
humanidad de una realidad que supera todas sus limitaciones y abre el horizonte
a mundos nuevos. Sepamos caminar con la paciencia de Dios que no precipita los
acontecimientos sino que los va llevando con el ritmo lento de la vida. No
vivamos en ilusiones sin sentido. Afrontemos la realidad severa de la vida pero
caminemos en esperanza hacia el mundo que Dios nos ofrece en Jesucristo, mundo
que supera todas las barreras, incluida la de la muerte. Digamos desde lo hondo
de la fe: Ven, Señor Jesús, ven que te esperamos
Navidad se acerca con fuerza,
al menos en los planes de Dios. Él quiere transformar, consolar, cambiar,
curar. Si cada uno de nosotros pone su granito de arena, la venida del Señor
será más clara y experimentable en medio de este mundo, y la Navidad habrá
valido la pena. - La sociedad será más fraterna; la Iglesia, más gozosa; las
parroquias más vivas; cada persona, más llena de esperanza. Dios quiere una
Iglesia valiente para emprender caminos, para echar mano a tareas, para
colaborar en el cambio de este mundo según los planes de Dios. En un mundo con
tantos quebraderos de cabeza, no está mal que los cristianos escuchemos esta
voz profética que nos invita a la esperanza y a la alegría, basadas en la buena
noticia de que Dios ha querido entrar en nuestra historia para siempre. Hoy
escuchamos nosotros con mayor convicción la promesa del profeta: «miren a su
Dios... viene en persona y los salvará».
El domingo tercero de Adviento
nos proclama la alegría, a pesar del largo camino por el desierto que podamos
estar pasando como personas o como comunidad eclesial o como humanidad. Las
lecturas nos aseguran que en Cristo Jesús Dios ha salido ya al encuentro de
todos nuestros males y se dispone a curarlos.
¿A QUÉ NOS COMPROMETE la
PALABRA?
La Palabra de este Domingo nos
invita a no rendirnos, a no desesperar. A pesar de los retrasos que podamos
creer que existen en la venida del Reino, y de las oscuridades y fracasos que
nos puedan tentar al desánimo. Hoy es un domingo para crecer en alegría y
confianza. Los tiempos mesiánicos empezaron hace más de dos mil años y siguen
vivos en infinidad de signos que suceden a nuestro alrededor, si los sabemos
ver: en tantos actos de amor y sacrificio, tanta solidaridad humana, tantos
esfuerzos por la paz y la justicia. Pero todavía queda todo un programa por
realizar. Nosotros somos los colaboradores de Cristo para que este año su Reino
dé un decidido paso adelante.
La mejor celebración que
podemos hacer es asumir el compromiso de que ese mundo que Dios nos anuncia
debe ser construido por nosotros mismos. Somos responsables de esa luz que
ilumina, de esa Palabra que orienta; de esa fuerza que robustece debilidades,
de ese anuncio de vida nueva en Cristo. Por nuestra solidaridad y
responsabilidad en el medio en que vivimos Dios nos llama a implantar un mundo
más justo, abiertos a la vida y el poder de Dios, sin los cuales nada podemos
hacer: El hombre necesitado de hoy, hermano nuestro, el que carece de alegrías,
espera en estas fiestas la experiencia de que Dios se preocupa también de él y
quiere revelarle su rostro de Padre que lo ha llamado a la vida. De palabras y
discursos ya estamos saturados. Hacen falta obras visibles. Cambios de estilo
en la vida, con mayor paz y convivencia y solidaridad.
Relación con la Eucaristía
La palabra de Dios nos modela
a la imagen de Cristo, necesitamos revestirnos de su paciencia en toda nuestra
vida. La paciencia que necesitamos es la expresión del amor, del que
participamos en la Eucaristía, el amor que llevó a la Cruz y nos llevará a
nosotros a luchar en un mundo injusto con paciencia cristiana.
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