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Emisora Vida Nueva

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Vida Nueva Cali - Reproductor

jueves, 30 de abril de 2020

JUEVES 30 DE ABRIL




       

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Jueves III de Pascua
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Jn 6,44-51): En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: «Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae; y yo le resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: serán todos enseñados por Dios. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí. No es que alguien haya visto al Padre; sino aquel que ha venido de Dios, ése ha visto al Padre. En verdad, en verdad os digo: el que cree, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron; éste es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera. Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo».
Comentario:Rev. D. Pere MONTAGUT i Piquet (Barcelona, España)
«Yo soy el pan vivo, bajado del cielo»
Hoy cantamos al Señor de quien nos viene la gloria y el triunfo. El Resucitado se presenta a su Iglesia con aquel «Yo soy el que soy» que lo identifica como fuente de salvación: «Yo soy el pan de la vida» (Jn 6,48). En acción de gracias, la comunidad reunida en torno al Viviente lo conoce amorosamente y acepta la instrucción de Dios, reconocida ahora como la enseñanza del Padre. Cristo, inmortal y glorioso, vuelve a recordarnos que el Padre es el auténtico protagonista de todo. Los que le escuchan y creen viven en comunión con el que viene de Dios, con el único que le ha visto y, así, la fe es comienzo de la vida eterna.

El pan vivo es Jesús. No es un alimento que asimilemos en nosotros, sino que nos asimila a nosotros. Él nos hace tener hambre de Dios, sed de escuchar su Palabra que es gozo y alegría del corazón. La Eucaristía es anticipación de la gloria celestial: «Partimos un mismo pan, que es remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, para vivir por siempre en Jesucristo» (San Ignacio de Antioquía). La comunión con la carne del Cristo resucitado nos ha de acostumbrar a todo aquello que baja del cielo, es decir, a pedir, a recibir y asumir nuestra verdadera condición: estamos hechos para Dios y sólo Él sacia plenamente nuestro espíritu.

Pero este pan vivo no sólo nos hará vivir un día más allá de la muerte física, sino que nos es dado ahora «por la vida del mundo» (Jn 6,51). El designio del Padre, que no nos ha creado para morir, está ligado a la fe y al amor. Quiere una respuesta actual, libre y personal, a su iniciativa. Cada vez que comamos de este pan, ¡adentrémonos en el Amor mismo! Ya no vivimos para nosotros mismos, ya no vivimos en el error. El mundo todavía es precioso porque hay quien continúa amándolo hasta el extremo, porque hay un Sacrificio del cual se benefician hasta los que lo ignoran.

miércoles, 29 de abril de 2020

MIERCOLES 29 DE ABRIL





         

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Miércoles III de Pascua
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Jn 6,35-40): En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: «Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed. Pero ya os lo he dicho: Me habéis visto y no creéis. Todo lo que me dé el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré fuera; porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Y esta es la voluntad del que me ha enviado; que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite el último día. Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en Él, tenga vida eterna y que yo le resucite el último día».
Comentario:Fr. Gavan JENNINGS (Dublín, Irlanda)
«El que venga a mí, no tendrá hambre»
Hoy vemos cuánto le preocupan a Dios nuestro hambre y nuestra sed. ¿Cómo podríamos continuar pensando que Dios es indiferente ante nuestros sufrimientos? Más aún, demasiado frecuentemente "rehusamos creer" en el amor tierno que Dios tiene por cada uno de nosotros. Escondiéndose a Sí mismo en la Eucaristía, Dios muestra la increíble distancia que Él está dispuesto a recorrer para saciar nuestra sed y nuestro hambre.

Pero, ¿de qué "sed" y qué "hambre" se trata? En definitiva, son el hambre y la sed de la "vida eterna". El hambre y la sed físicas son sólo un pálido reflejo de un profundo deseo que cada hombre tiene ante la vida divina que solamente Cristo puede alcanzarnos. «Ésta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en Él, tenga vida eterna» (Jn 6,39). ¿Y qué debemos hacer para obtener esta vida eterna tan deseada? ¿Algún hecho heroico o sobre-humano? ¡No!, es algo mucho más simple. Por eso, Jesús dice: «Al que venga a mí no lo echaré fuera» (Jn 6,37). Nosotros sólo tenemos que acudir a Él, ir a Él.

Estas palabras de Cristo nos estimulan a acercarnos a Él cada día en la Misa. ¡Es la cosa más sencilla en el mundo!: simplemente, asistir a la Misa; rezar y entonces recibir su Cuerpo. Cuando lo hacemos, no solamente poseemos esta nueva vida, sino que además la irradiamos sobre otros. El Papa Francisco, el entonces Cardenal Bergoglio, en una homilía del Corpus Christi, dijo: «Así como es lindo después de comulgar, pensar nuestra vida como una Misa prolongada en la que llevamos el fruto de la presencia del Señor al mundo de la familia, del barrio, del estudio y del trabajo, así también nos hace bien pensar nuestra vida cotidiana como preparación para la Eucaristía, en la que el Señor toma todo lo nuestro y lo ofrece al Padre».

martes, 28 de abril de 2020

MARTES 28 DE ABRIL




     

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Martes III de Pascua
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Jn 6,30-35): En aquel tiempo, la gente dijo a Jesús: «¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: Pan del cielo les dio a comer». Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo». Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan». Les dijo Jesús: «Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed».
Comentario:Rev. D. Joaquim MESEGUER García (Rubí, Barcelona, España)
«Es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo»
Hoy, en las palabras de Jesús podemos constatar la contraposición y la complementariedad entre el Antiguo y el Nuevo Testamento: el Antiguo es figura del Nuevo y en el Nuevo las promesas hechas por Dios a los padres en el Antiguo llegan a su plenitud. Así, el maná que comieron los israelitas en el desierto no era el auténtico pan del cielo, sino la figura del verdadero pan que Dios, nuestro Padre, nos ha dado en la persona de Jesucristo, a quien ha enviado como Salvador del mundo. Moisés solicitó a Dios, a favor de los israelitas, un alimento material; Jesucristo, en cambio, se da a sí mismo como alimento divino que otorga la vida.

«¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas?» (Jn 6,30), exigen incrédulos e impertinentes los judíos. ¿Les ha parecido poco el signo de la multiplicación de los panes y los peces obrada por Jesús el día anterior? ¿Por qué ayer querían proclamar rey a Jesús y hoy ya no le creen? ¡Qué inconstante es a menudo el corazón humano! Dice san Bernardo de Claraval: «Los impíos andan alrededor, porque naturalmente, quieren dar satisfacción al apetito, y neciamente despreciar el modo de conseguir el fin». Así sucedía con los judíos: sumergidos en una visión materialista, pretendían que alguien les alimentara y solucionara sus problemas, pero no querían creer; eso era todo lo que les interesaba de Jesús. ¿No es ésta la perspectiva de quien desea una religión cómoda, hecha a medida y sin compromiso?

«Señor, danos siempre de este pan» (Jn 6,34): que estas palabras, pronunciadas por los judíos desde su modo materialista de ver la realidad, sean dichas por mí con la sinceridad que me proporciona la fe; que expresen de verdad un deseo de alimentarme con Jesucristo y de vivir unido a Él para siempre.

lunes, 27 de abril de 2020

LUNES 27 DE ABRIL





       

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Lunes III de Pascua
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Jn 6,22-29): Después que Jesús hubo saciado a cinco mil hombres, sus discípulos le vieron caminando sobre el agua. Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del mar, vio que allí no había más que una barca y que Jesús no había montado en la barca con sus discípulos, sino que los discípulos se habían marchado solos. Pero llegaron barcas de Tiberíades cerca del lugar donde habían comido pan. Cuando la gente vio que Jesús no estaba allí, ni tampoco sus discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm, en busca de Jesús.

Al encontrarle a la orilla del mar, le dijeron: «Rabbí, ¿cuándo has llegado aquí?». Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado. Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre, porque a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello». Ellos le dijeron: «¿Qué hemos de hacer para realizar las obras de Dios?». Jesús les respondió: «La obra de Dios es que creáis en quien Él ha enviado».
Comentario:Abbé Jacques FORTIN (Alma (Quebec), Canadá)
«Obrad (…) por el alimento que permanece para la vida eterna»
Hoy, después de la multiplicación de los panes, la multitud se pone en busca de Jesús, y en su búsqueda llegan hasta Cafarnaúm. Ayer como hoy, los seres humanos han buscado lo divino. ¿No es una manifestación de esta sed de lo divino la multiplicación de las sectas religiosas, el esoterismo?

Pero algunas personas quisieran someter lo divino a sus propias necesidades humanas. De hecho, la historia nos revela que algunas veces se ha intentado usar lo divino para fines políticos u otros. Hoy, en el Evangelio proclamado, la multitud se ha desplazado hacia Jesús. ¿Por qué? Es la pregunta que hace Jesús afirmando: «Vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado» (Jn 6,26). Jesús no se engaña. Sabe que no han sido capaces de leer las señales del pan multiplicado. Les anuncia que lo que sacia al hombre es un alimento espiritual que nos permite vivir eternamente (cf. Jn 6,27). Dios es el que da ese alimento, lo da a través de su Hijo. Todo lo que hace crecer la fe en Él es un alimento al que tenemos que dedicar todas nuestras energías.

Entonces comprendemos por qué el Papa nos anima a esforzarnos para re-evangelizar nuestro mundo que frecuentemente no acude a Dios por los buenos motivos. En la constitución "Gaudium et Spes" ("La Iglesia en el mundo actual") los Padres del Concilio Vaticano II nos recuerdan: «Bien sabe la Iglesia que sólo Dios, al que ella sirve, responde a las aspiraciones más profundas del corazón humano, el cual nunca se sacia plenamente con solo los alimentos terrenos». Y nosotros, ¿por qué continuamos siguiendo a Jesús? ¿Qué es lo que nos proporciona la Iglesia? ¡Recordemos lo que dice el Concilio Vaticano II! ¿Estamos convencidos del bienestar que proporciona este alimento que podemos dar al mundo?

sábado, 25 de abril de 2020

DOMINGO 26 DE ABRIL







               VIDA NUEVA
AL REGRESO DE EMAÚS
Evangelio: San Lucas 24, 13-35: «Lo reconocieron al partir el pan»
Entramos en la 3a semana de Pascua y seguimos celebrando «el Día que hizo el Señor», el día de la Resurrección, el Domingo. El Evangelio de este Domingo 3nos invita a entrar, por la experiencia de Emaús, en el encuentro con Jesús vivo, la instrucción que Él da como Maestro a sus discípulos y la misión que les encomienda de darlo a conocer hasta los confines de la tierra.
Continúa la Pascua. Sigue el Cirio encendido y las flores y los cantos y los aleluyas. Y, sobre todo, el pueblo cristiano se siente "renovado y rejuvenecido en el espíritu", con la "alegría de haber recobrado la adopción filial" (oración colecta), "renovado con estos sacramentos de vida eterna" (Oración después de la Comunión), "exultante de gozo porque en la resurrección de tu Hijo nos diste motivo para tanta alegría"
Nueva forma de presencia
Es una noche luminosa. Toda la comunidad ha hecho un descubrimiento en el camino de la fe para los discípulos de todos los tiempos. ¿Cuál es ese descubrimiento? Ante todo que Jesús de Nazaret no es un difunto más de la historia sino una persona que vive hoy como ayer y por siempre. Su manera nueva de estar hoy presente y actuante en su Iglesia, y en cada discípulo, es a través de su Palabra. Leída desde la fe, con corazón ardiente, con un punto central que es Jesucristo. Saberlo descubrir en cada tema, en los personajes de la historia de la salvación, en los acontecimientos salvadores anteriores a él. Su presencia palpita en cada página de la Biblia.
Está presente a través de los Sacramentos. Ellos son acciones suyas, experimentadas hoy en nosotros, a través de signos y por el ejercicio de sus ministros. Pero «es Cristo el que bautiza cuando alguien bautiza» (San Agustín). En particular la Eucaristía, momento diario y culminante de su presencia. Estamos invitados como los peregrinos de Emaús a reconocerlo en la Fracción del pan. Reconocer es volver a conocer pero de forma nueva. Finalmente se hace presente en la Comunidad-Iglesia. Donde está ella reunida, él está en medio de los suyos. Ella es su cuerpo vivo, uno y múltiple, activo y operante en el mundo. En estos signos de su presencia debemos escucharlo, acogerlo, compartir con él misteriosamente la vida. No lo busquemos en vías extraordinarias o espectaculares. Busquémoslo y encontrémoslo en estos signos de su presencia que él mismo nos ha dejado y nos ha dado a conocer.
Aún más: el confinamiento a que nos ha sometido la pandemia del Covid19, que no nos permite (hasta nueva orden) reunirnos en el templo para la celebración del culto, nos urge a saber descubrir la presencia de Dios de otra manera, en otras partes, en la Familia, en lo cotidiano, en el hermano enfermo, en quien sufre, es decir, en el prójimo, que, ahora más que nunca, se convierte en sacramento de Dios para los demás.
Somos peregrinos de Emaús
La Iglesia, nosotros que la constituimos, vivimos en permanente camino como los discípulos de Emaús. Nos interrogamos como ellos sobre el sentido de la venida de Dios al mundo en la persona de Jesús de Nazaret. Quisiéramos escuchar esa Palabra que les hacía arder el corazón mientras les hablaba por el camino y le explicaba las Escrituras. Como ellos le decimos a diario «quédate con nosotros porque atardece y el día va de caída». Sin Él la vida no tiene su pleno sentido. Pero como ellos debemos hacer la experiencia de encontrarlo en todos aquellos lenguajes que nos hablan de él, y a través de los cuales él mismo nos habla. Ciertamente su Palabra, pero también la voz angustiada de los que sufren pobreza, abandono, falta de posibilidades para una vida digna y libre.
Es la situación del mundo en que vivimos marcado por la pobreza, la violencia, la falta de una esperanza firme y positiva, y, en este tiempo de pandemia, incertidumbre, angustia, miedo... Los acontecimientos de la historia, el mundo de la posmodernidad que quiere acallar su voz y olvidar su paso por nuestra tierra nos reclaman su presencia, «presencia de Dios en rostro de hombre».
Emaús en la cuarentena
¿Será posible que, como les sucedió a los dos discípulos de Emaús, no nos percatemos de su presencia junto a nosotros durante todo el camino en esta cuarentena del confinamiento producido por la pandemia del coronavirus? Durante todo este tiempo, por muchos medios y de muchas maneras (aunque, por la emergencia sanitaria, no podamos celebrar públicamente la Eucaristía), el Señor Jesús se acerca y se mete en nuestro camino, hace suyo nuestro problema, nos da la oportunidad de desahogarnos cuando nos pregunta qué nos pasa, y también «nos explica las escrituras» y «parte para nosotros el Pan» ¡en Casa!
Pero, caminamos tan embotados de la mente que no nos damos cuenta de su rostro y sus manos al hablarnos. Es tan extraño a nuestros ojos que no vemos su mirada, ni escuchamos su voz. Sólo han retumbado en nuestras mentes sus palabras. ¿Cuántas veces nos habrá mirado, quizá con asombro, y nosotros ni nos percatamos de ello? Mientras mirábamos el suelo, el horizonte y el cielo, Él nos miraba a nosotros. Mientras buscábamos por todos lados las causas del coronavirus, mirando siempre hacia atrás para buscar culpables y «lavarnos las manos», Él está siempre de nuestro lado y a nuestro lado para tocar nuestra puerta (la de cada uno, la de todos) para que nos dignemos invitarlo a que se quede con nosotros, porque Él, aunque es el Señor, es muy educado respeta nuestra libertad y nunca entra sin tocar.
¿A QUÉ NOS COMPROMETE la PALABRA?
La experiencia de los discípulos de Emaús seguramente la ha vivido una infinidad de discípulos a lo largo de los siglos, quizás tú, incluso yo mismo. Y es la experiencia de una esperanza fallida: «Nosotros esperábamos» (v. 21), nosotros creímos. Estas palabras están llenas de todo el peso de la vida cotidiana, llenas de esperanza y de experiencias humanas. Así como esos dos discípulos tenían planes (la liberación de Israel), así nosotros hacemos planes todos los días. Y así como ellos ven clavada en la cruz su esperanza y se vuelven a casa, así nosotros sufrimos la desesperanza, cuando nuestros proyectos parroquiales no funcionan como quisiéramos, o cuando encontramos muchos obstáculos y resistencias para entregarnos plenamente a Jesús y a su obra redentora; cuando un hijo nos da la espalda, o el cónyuge no nos escucha, ni nos comprende, o simplemente cuando, con la aparición del coronavirus, nuestros planes personales se ven frustrados y miramos al cielo y preguntamos, ¿por qué?
Los dos discípulos conocían bien a Jesús, porque habían hablado y comido con él y resumen perfectamente su vida (hay que ver los términos en los que resumen la vida del Maestro que son muy parecidas a los discursos de Pedro en los Hechos de los Apóstoles
Y así como los dos discípulos no lo reconocen, pues su conocimiento de Jesús es, sobre todo, intelectual, del mismo modo, nosotros no lo vemos ni encontramos porque tenemos un conocimiento demasiado racional que no basta para encontrarlo. Cualquier manera de comprender a Jesucristo a nuestro antojo impide un auténtico encuentro con Él. Precisamente para el encuentro con Jesucristo no sea incompleto, el texto que meditamos nos ofrece cuatro lugares donde podemos descubrirlo: - En el camino de nuestra vida, sobre todo en los momentos de dudas, incertidumbres, desesperanzas y desánimos; en la Escritura, en la que redescubrimos permanentemente a Jesucristo e iluminamos nuestro caminar; en la hospitalidad y acogida que le demos al hermano; en la Eucaristía, lugar privilegiado del encuentro con Jesús, donde rememoramos los motivos y las razones por las que entregó su vida. Los dos discípulos tenían sus planes, pero eran los suyos, los que ellos se habían hecho y que los bloqueaban, cegándolos e impidiéndoles reconocerlo; estos planes se habían cumplido, aunque de manera diferente a como ellos se lo imaginaban, en este «extranjero» que en ese momento caminaba con ellos. Hablaban a Jesús, pero tal y como ellos se lo imaginaban, y por ello no lo reconocen.
Pidamos a Dios que nunca olvidemos las causas por las que entregó su vida. Pidamos perdón a Jesús por hacer de su resurrección un evento a nuestra conveniencia sin comprometernos con lo que Él dijo e hizo. Por ello, preguntémonos: - 1. ¿Qué causas impiden que tengamos un encuentro vivo de Jesús resucitado?

viernes, 24 de abril de 2020

VIERNES 24 DE ABRIL




     

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Viernes II de Pascua
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Jn 6,1-15): En aquel tiempo, se fue Jesús a la otra ribera del mar de Galilea, el de Tiberíades, y mucha gente le seguía porque veían las señales que realizaba en los enfermos. Subió Jesús al monte y se sentó allí en compañía de sus discípulos. Estaba próxima la Pascua, la fiesta de los judíos. Al levantar Jesús los ojos y ver que venía hacia Él mucha gente, dice a Felipe: «¿Dónde vamos a comprar panes para que coman éstos?». Se lo decía para probarle, porque Él sabía lo que iba a hacer. Felipe le contestó: «Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco». Le dice uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?».

Dijo Jesús: «Haced que se recueste la gente». Había en el lugar mucha hierba. Se recostaron, pues, los hombres en número de unos cinco mil. Tomó entonces Jesús los panes y, después de dar gracias, los repartió entre los que estaban recostados y lo mismo los peces, todo lo que quisieron. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: «Recoged los trozos sobrantes para que nada se pierda». Los recogieron, pues, y llenaron doce canastos con los trozos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido. Al ver la gente la señal que había realizado, decía: «Éste es verdaderamente el profeta que iba a venir al mundo». Dándose cuenta Jesús de que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte Él solo.
Comentario:Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
«Se lo decía para probarle, porque Él sabía lo que iba a hacer»
Hoy leemos el Evangelio de la multiplicación de los panes: «Tomó entonces Jesús los panes y, después de dar gracias, los repartió entre los que estaban recostados y lo mismo los peces, todo lo que quisieron» (Jn 6,11). El agobio de los Apóstoles ante tanta gente hambrienta nos hace pensar en una multitud actual, no hambrienta, sino peor aún: alejada de Dios, con una “anorexia espiritual”, que impide participar de la Pascua y conocer a Jesús. No sabemos cómo llegar a tanta gente... Aletea en la lectura de hoy un mensaje de esperanza: no importa la falta de medios, sino los recursos sobrenaturales; no seamos “realistas”, sino “confiados” en Dios. Así, cuando Jesús pregunta a Felipe dónde podían comprar pan para todos, en realidad «se lo decía para probarle, porque Él sabía lo que iba a hacer» (Jn 6,5-6). El Señor espera que confiemos en Él.

Al contemplar esos “signos de los tiempos”, no queremos pasividad (pereza, languidez por falta de lucha...), sino esperanza: el Señor, para hacer el milagro, quiere la dedicación de los Apóstoles y la generosidad del joven que entrega unos panes y peces. Jesús aumenta nuestra fe, obediencia y audacia, aunque no veamos enseguida el fruto del trabajo, como el campesino no ve despuntar el tallo después de la siembra. «Fe, pues, sin permitir que nos domine el desaliento; sin pararnos en cálculos meramente humanos. Para superar los obstáculos, hay que empezar trabajando, metiéndonos de lleno en la tarea, de manera que el mismo esfuerzo nos lleve a abrir nuevas veredas» (San Josemaría), que aparecerán de modo insospechado.

No esperemos el momento ideal para poner lo que esté de nuestra parte: ¡cuanto antes!, pues Jesús nos espera para hacer el milagro. «Las dificultades que presenta el panorama mundial en este comienzo del nuevo milenio nos inducen a pensar que sólo una intervención de lo alto puede hacer esperar un futuro menos oscuro», escribió San Juan Pablo II. Acompañemos con el Rosario a la Virgen, pues su intercesión se ha hecho notar en tantos momentos delicados por los que ha surcado la historia de la Humanidad.

jueves, 23 de abril de 2020

JUEVES 23 DE ABRIL




   

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Jueves II de Pascua
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Jn 3,31-36): El que viene de arriba está por encima de todos: el que es de la tierra, es de la tierra y habla de la tierra. El que viene del cielo, da testimonio de lo que ha visto y oído, y su testimonio nadie lo acepta. El que acepta su testimonio certifica que Dios es veraz. Porque aquel a quien Dios ha enviado habla las palabras de Dios, porque da el Espíritu sin medida. El Padre ama al Hijo y ha puesto todo en su mano. El que cree en el Hijo tiene vida eterna; el que rehúsa creer en el Hijo, no verá la vida, sino que la cólera de Dios permanece sobre él.
Comentario:Rev. D. Melcior QUEROL i Solà (Ribes de Freser, Girona, España)
«El que cree en el Hijo tiene vida eterna»
Hoy, el Evangelio nos invita a dejar de ser “terrenales”, a dejar de ser hombres que sólo hablan de cosas mundanas, para hablar y movernos como «el que viene de arriba» (Jn 3,31), que es Jesús. En este texto vemos —una vez más— que en la radicalidad evangélica no hay término medio. Es necesario que en todo momento y circunstancia nos esforcemos por tener el pensamiento de Dios, ambicionemos tener los mismos sentimientos de Cristo y aspiremos a mirar a los hombres y las circunstancias con la misma mirada del Verbo hecho hombre. Si actuamos como “el que viene de arriba” descubriremos el montón de cosas positivas que pasan continuamente a nuestro alrededor, porque el amor de Dios es acción continua a favor del hombre. Si venimos de lo alto amaremos a todo el mundo sin excepción, siendo nuestra vida una tarjeta de invitación para hacer lo mismo.

«El que viene de arriba está por encima de todos» (Jn 3,31), por esto puede servir a cada hombre y a cada mujer justo en aquello que necesita; además «da testimonio de lo que ha visto y oído» (Jn 3,32). Y su servicio tiene el sello de la gratuidad. Esta actitud de servir sin esperar nada a cambio, sin necesitar la respuesta del otro, crea un ambiente profundamente humano y de respeto al libre albedrío de la persona; esta actitud se contagia y los otros se sienten libremente movidos a responder y actuar de la misma manera.

Servicio y testimonio siempre van juntos, el uno y el otro se identifican. Nuestro mundo tiene necesidad de aquello que es auténtico: ¿qué más auténtico que las palabras de Dios?, ¿qué más auténtico que quien «da el Espíritu sin medida» (Jn 3,34)? Es por esto que «el que acepta su testimonio certifica que Dios es veraz» (Jn 3,33).

“Creer en el Hijo” quiere decir tener vida eterna, significa que el día del Juicio no pesa encima del creyente porque ya ha sido juzgado y con un juicio favorable; en cambio, «el que rehúsa creer en el Hijo, no verá la vida, sino que la cólera de Dios permanece sobre él» (Jn 3,36)..., mientras no crea.

miércoles, 22 de abril de 2020

MIERCOLES 22 DE ABRIL





       

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Miércoles II de Pascua
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Jn 3,16-21): En aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. El que cree en Él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios. Y el juicio está en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras. Pero el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios».
Comentario:Fr. Damien LIN Yuanheng (Singapore, Singapur)
«Vino la luz al mundo»
Hoy, ante la miríada de opiniones que plantea la vida moderna, puede parecer que la verdad ya no existe —la verdad acerca de Dios, la verdad sobre los temas relativos al género humano, la verdad sobre el matrimonio, las verdades morales y, en última instancia, la verdad sobre mí mismo.

El pasaje del Evangelio de hoy identifica a Jesucristo como «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6). Sin Jesús sólo encontramos desolación, falsedad y muerte. Sólo hay un camino, y sólo uno que lleve al Cielo,que se llama Jesucristo.

Cristo no es una opinión más. Jesucristo es la auténtica Verdad. Negar la verdad es como insistir en cerrar los ojos ante la luz del Sol. Tanto si le gusta como si no, el Sol siempre estará ahí; pero el infeliz ha escogido libremente cerrar sus ojos ante el Sol de la verdad. De igual forma, muchos se consumen en sus carreras con una tremenda fuerza de voluntad y exigen emplear todo su potencial, olvidando que tan solo pueden alcanzar la verdad acerca de sí mismos caminando junto a Jesucristo.

Por otra parte, según Benedicto XVI, «cada uno encuentra su propio bien asumiendo el proyecto que Dios tiene sobre él, para realizarlo plenamente: en efecto, encuentra en dicho proyecto su verdad y, aceptando esta verdad, se hace libre (cf. Jn 8,32)» (Encíclica "Caritas in Veritate"). La verdad de cada uno es una llamada a convertirse en el hijo o la hija de Dios en la Casa Celestial: «Porque ésta es la voluntad de Dios: tu santificación» (1Tes 4,3). Dios quiere hijos e hijas libres, no esclavos.

En realidad, el “yo” perfecto es un proyecto común entre Dios y yo. Cuando buscamos la santidad, empezamos a reflejar la verdad de Dios en nuestras vidas. El Papa lo dijo de una forma hermosísima: «Cada santo es como un rayo de luz que sale de la Palabra de Dios» (Exhortación apostólica "Verbum Domini").

martes, 21 de abril de 2020

MARTES 21 DE ABRIL




     

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Martes II de Pascua
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Jn 3,7-15): En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: «No te asombres de que te haya dicho: ‘Tenéis que nacer de lo alto’. El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu». Respondió Nicodemo: «¿Cómo puede ser eso?». Jesús le respondió: «Tú eres maestro en Israel y ¿no sabes estas cosas? En verdad, en verdad te digo: nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero vosotros no aceptáis nuestro testimonio. Si al deciros cosas de la tierra, no creéis, ¿cómo vais a creer si os digo cosas del cielo? Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por él vida eterna».
Comentario:Rev. D. Xavier SOBREVÍA i Vidal (Castelldefels, España)
«Tenéis que nacer de lo alto»
Hoy, Jesús nos expone la dificultad de prevenir y conocer la acción del Espíritu Santo: de hecho, «sopla donde quiere» (Jn 3,8). Esto lo relaciona con el testimonio que Él mismo está dando y con la necesidad de nacer de lo alto. «Tenéis que nacer de lo alto» (Jn 3,7), dice el Señor con claridad; es necesaria una nueva vida para poder entrar en la vida eterna. No es suficiente con un ir tirando para llegar al Reino del Cielo, se necesita una vida nueva regenerada por la acción del Espíritu de Dios. Nuestra vida profesional, familiar, deportiva, cultural, lúdica y, sobre todo, de piedad tiene que ser transformada por el sentido cristiano y por la acción de Dios. Todo, transversalmente, ha de ser impregnado por su Espíritu. Nada, absolutamente nada, debiera quedar fuera de la renovación que Dios realiza en nosotros con su Espíritu.

Una transformación que tiene a Jesucristo como catalizador. Él, que antes había de ser elevado en la Cruz y que también tenía que resucitar, es quien puede hacer que el Espíritu de Dios nos sea enviado. Él que ha venido de lo alto. Él que ha mostrado con muchos milagros su poder y su bondad. Él que en todo hace la voluntad del Padre. Él que ha sufrido hasta derramar la última gota de sangre por nosotros. Gracias al Espíritu que nos enviará, nosotros «podemos subir al Reino de los Cielos, por Él obtenemos la adopción filial, por Él se nos da la confianza de nombrar a Dios con el nombre de “Padre”, la participación de la gracia de Cristo y el derecho a participar de la gloria eterna» (San Basilio el Grande).

Hagamos que la acción del Espíritu tenga acogida en nosotros, escuchémosle, y apliquemos sus inspiraciones para que cada uno sea —en su lugar habitual— un buen ejemplo elevado que irradie la luz de Cristo.
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lunes, 20 de abril de 2020

lLUNES 20 DE ABRIL




   

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Lunes II de Pascua
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Jn 3,1-8): Había entre los fariseos un hombre llamado Nicodemo, magistrado judío. Fue éste donde Jesús de noche y le dijo: «Rabbí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede realizar las señales que tú realizas si Dios no está con él». Jesús le respondió: «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios».

Dícele Nicodemo: «¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo? ¿Puede acaso entrar otra vez en el seno de su madre y nacer?». Respondió Jesús: «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo nacido de la carne, es carne; lo nacido del Espíritu, es espíritu. No te asombres de que te haya dicho: ‘Tenéis que nacer de lo alto’. El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu».
Comentario:Fray Josep Mª MASSANA i Mola OFM (Barcelona, España)
«El que no nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios»
Hoy, un «magistrado judío» (Jn 3,1) va al encuentro de Jesús. El Evangelio dice que lo hace de noche: ¿qué dirían los compañeros si se enterasen de ello? En la instrucción de Jesús encontramos una catequesis bautismal, que seguramente circulaba en la comunidad del Evangelista.

Hace muy pocos días celebrábamos la vigilia pascual. Una parte integrante de ella era la celebración del Bautismo, que es la Pascua, el paso de la muerte a la vida. La bendición solemne del agua y la renovación de las promesas fueron puntos clave en aquella noche santa.

En el ritual del bautismo hay una inmersión en el agua (símbolo de la muerte), y una salida del agua (imagen de la nueva vida). Se es sumergido con el pecado, y se sale de ahí renovado. Esto es lo que Jesús denomina «nacer de lo alto» o «nacer de nuevo» (cf. Jn 3,3). Esto es “nacer del agua”, “nacer del Espíritu” o “del soplo del viento...”.

Agua y Espíritu son los dos símbolos empleados por Jesús. Ambos expresan la acción del Espíritu Santo que purifica y da vida, limpia y anima, aplaca la sed y respira, suaviza y habla. Agua y Espíritu hacen una sola cosa.

En cambio, Jesús habla también de la oposición de carne y Espíritu: «Lo nacido de la carne, es carne; lo nacido del Espíritu, es espíritu» (Jn 3,6). El hombre carnal nace humanamente cuando aparece aquí abajo. Pero el hombre espiritual muere a lo que es puramente carnal y nace espiritualmente en el Bautismo, que es nacer de nuevo y de lo alto. Una bella fórmula de san Pablo podría ser nuestro lema de reflexión y acción, sobre todo en este tiempo pascual: «¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con Él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva» (Rom 6,3-4).

sábado, 18 de abril de 2020

DOMINGO 19 DE ABRIL





       VIDA NUEVA
La Divina Misericordia
«Dichosos los que crean sin haber visto»
Evangelio: san Juan 20,19-31: «Dichos los que crean sin haber visto»
El domingo pasado celebrábamos la Resurrección del Señor. Es el día de Pascua por excelencia. Pero el «tiempo de Pascua» no se acaba en el domingo pasado. Hoy, y los restantes domingos del año, son el día del Señor. El día en que su Resurrección nos reúne para celebrar ese gran acontecimiento y para compartir el gozo de nuestra fe.
Celebramos hoy el segundo domingo de Pascua, también llamado «de la Divina Misericordia». Qué hermosa es esta realidad de fe para nuestra vida: la misericordia de Dios. Un amor tan grande, tan profundo el que Dios nos tiene, un amor que no decae, que siempre aferra nuestra mano y nos sostiene, nos levanta, nos guía.
La manifestación del Resucitado despierta la FE
Cristo se apareció a los apóstoles escondidos en una casa y entró con las puertas cerradas. Pero Tomás, que no estaba presente durante esta aparición, permaneció incrédulo. Desea ver, no acepta ni le basta con oír hablar de ella. Cierra los oídos y quiere abrir el corazón. Le quema la impaciencia. Creer en el Señor Resucitado es situarse con fe ante una nueva visibilidad: la presencia del Señor en la historia por sus signos y gestos salvadores en su Iglesia. De aquí la misión, la infusión del Espíritu y el poder de perdonar.
La aparición a los diez discípulos en el cenáculo tiene un sentido profundo y lógico. Desde la más antigua predicación apostólica se unen en el mensaje la pasión y la Resurrección como fundamento de la conversión y de la fe a la que sigue la remisión de los pecados. Juan recoge este esquema y lo trabaja a su estilo. Jesús transmite su Espíritu a sus apóstoles: es el don propio de Jesús en este evangelio, y los hace partícipes de su misión.
De modo que esta aparición nos descubre otro rasgo de la unión entre Jesús y el Padre, unión a la que en adelante se incorpora la Iglesia. Los apóstoles continuarán la misma misión salvadora de Jesús y como él podrán perdonar los pecados. Vencida ya la Muerte, queda vencido así el pecado, el último obstáculo que impedía el acceso de los hombres a la vida gloriosa de Jesús. La Fiesta que estamos celebrando nos asombra... Cristo resucitado significa una «nueva creación»: una nueva forma de acceso a El, distinta a cuando estaba en medio de ellos de modo verificable e inmediato. Ha surgido un ámbito nuevo de existencia, que supone una forma nueva de acercamiento y convivencia con Cristo, el acceso de la fe. La fe a partir de la Resurrección significa y pide:
* Que tengamos fe en El. Que lo aceptemos de un modo nuevo.
* Que veamos e interpretemos la realidad, de un modo nuevo.
* Entrega a lo imponderable y desconcertante de Dios.
* Ruptura de nuestros moldes humanos de apreciación.
* Elevarnos a una categoría de existencia y modo de vivir, no controlable, ni constatable por los sentidos.
* No encastillarnos en nuestra suficiencia.
* Morir a uno mismo y resucitar a la nueva vida en Cristo.
La FE es compromiso.
En los problemas socio-económicos, nos compromete con un trabajo serio por el progreso del mundo. Nos exige actitudes de itinerancia, profetismo, pobreza y testimonio en un mundo pluralista. Si creemos en la Resurrección del Señor, asumimos formas personales y asociadas de compromiso en la fe del Resucitado. Y nosotros, en la escuela del Apóstol Tomás, queremos asomarnos a esas Llagas gloriosas de Cristo, porque ante nuestros propios problemas, quisiéramos que no se dieran esas llagas; a veces quisiéramos que nuestros dolores, dificultades, frustraciones o fracasos no se dieran. Y resulta que el camino de la Cruz y el camino de la Pascua no es distinto: a Cristo se le ven bien las Llagas; Cristo va adornado no con joyas ni con perfumes, no lleva accesorios de última moda, sino lleva sobre su propio Cuerpo el hermoso vestido de las Llagas gloriosas.
Y el mensaje para nuestra propia Pascua es ése: ya no más esconder nuestro dolor, ya no más hacer de cuenta que nada pasa, ya no más ocultar el rostro ante la pobreza, ante el pecado, ante la soledad, ante el odio del mundo: reaccionemos y aprendamos la lección de vida que nos va a dejar, en adelante, el coronavirus. El cristiano que ha participado de la fuerza de la Resurrección de Cristo no tiene que esconder el rostro a esas cosas como si no existieran, ni tratar de no pensar en ellas como si ocurrieran en otro planeta.
Relación con la Eucaristía
«La celebración forma un todo coherente, animado por un dinamismo vivo. Esta acción parte de la presencia de Cristo en medio de los que están reunidos en su nombre, se extiende a la palabra de Dios mismo que, mediante la proclamación de las Escrituras, habla a la asamblea, y culmina en la liturgia eucarística. La modalidad eucarística de esa misma y única presencia de Cristo a lo largo de la celebración es como la concreción en la que viene a "tomar cuerpo" Cristo glorificado que preside la asamblea y la alimenta con su Palabra» - (Documento «Jesucristo, pan partido para un mundo nuevo», Congreso Eucarístico Internacional, Lourdes 1981
ORACIÓN: ¿QUÉ LE DECIMOS NOSOTROS a DIOS?
Ven, quédate con nosotros, Señor, y aunque encuentres cerrada la puerta de nuestro corazón por temor o por cobardía, entra igualmente. Tu saludo de paz es bálsamo que hace desaparecer nuestros miedos; es don que abre el camino a nuevos horizontes.
Dilata los angostos espacios de nuestro corazón. Refuerza nuestra frágil esperanza y danos unos ojos penetrantes para vislumbrar en tus heridas de amor los signos de tu gloriosa Resurrección. Con frecuencia también nosotros nos mostramos incrédulos, necesitados de tocar y de ver para poder creer y ser capaces de confiar. Haz que iluminados por el Espíritu Santo, podamos ser contados entre los bienaventurados que, aunque no han visto, han creído. Haz que permanezca en tu amor, ligado como sarmiento a la vid, dame tu paz, de modo que pueda superar mis debilidades, afrontar mis dudas, responder a tu llamada y vivir plenamente la misión que me has confiado, alabándote para siempre. Amén.

viernes, 17 de abril de 2020

VIIERNES 17 DE ABRIL




     

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Viernes de la octava de Pascua
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Jn 21,1-14): En aquel tiempo, se manifestó Jesús otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Se manifestó de esta manera. Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Simón Pedro les dice: «Voy a pescar». Le contestan ellos: «También nosotros vamos contigo». Fueron y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada.

Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Díceles Jesús: «Muchachos, ¿no tenéis pescado?». Le contestaron: «No». Él les dijo: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis». La echaron, pues, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces. El discípulo a quien Jesús amaba dice entonces a Pedro: «Es el Señor». Simón Pedro, cuando oyó que era el Señor, se puso el vestido —pues estaba desnudo— y se lanzó al mar. Los demás discípulos vinieron en la barca, arrastrando la red con los peces; pues no distaban mucho de tierra, sino unos doscientos codos.

Nada más saltar a tierra, ven preparadas unas brasas y un pez sobre ellas y pan. Díceles Jesús: «Traed algunos de los peces que acabáis de pescar». Subió Simón Pedro y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aun siendo tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: «Venid y comed». Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres tú?», sabiendo que era el Señor. Viene entonces Jesús, toma el pan y se lo da; y de igual modo el pez. Ésta fue ya la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.
Comentario:+ Rev. D. Joaquim MONRÓS i Guitart (Tarragona, España)
«Ésta fue la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos»
Hoy, Jesús por tercera vez se aparece a los discípulos desde que resucitó. Pedro ha regresado a su trabajo de pescador y los otros se animan a acompañarle. Es lógico que, si era pescador antes de seguir a Jesús, continúe siéndolo después; y todavía hay quien se extraña de que no se tenga que abandonar el propio trabajo, honrado, para seguir a Cristo.

¡Aquella noche no pescaron nada! Cuando al amanecer aparece Jesús, no le reconocen hasta que les pide algo para comer. Al decirle que no tienen nada, Él les indica dónde han de lanzar la red. A pesar de que los pescadores se las saben todas, y en este caso han estado bregando sin frutos, obedecen. «¡Oh poder de la obediencia! —El lago de Genesaret negaba sus peces a las redes de Pedro. Toda una noche en vano. —Ahora, obediente, volvió la red al agua y pescaron (...) una gran cantidad de peces. —Créeme: el milagro se repite cada día» (San Josemaría).

El evangelista hace notar que eran «ciento cincuenta y tres» peces grandes (cf. Jn 21,11) y, siendo tantos, no se rompieron las redes. Son detalles a tener en cuenta, ya que la Redención se ha hecho con obediencia responsable, en medio de las tareas corrientes.

Todos sabían «que era el Señor. Viene entonces Jesús, toma el pan y se lo da» (Jn 21,12-13). Igual hizo con el pescado. Tanto el alimento espiritual, como también el alimento material, no faltarán si obedecemos. Lo enseña a sus seguidores más próximos y nos lo vuelve a decir a través de San Juan Pablo II: «Al comienzo del nuevo milenio, resuenan en nuestro corazón las palabras con las que un día Jesús (...) invitó al Apóstol a ‘remar mar adentro’: ‘Duc in altum’ (Lc 5, 4). Pedro y los primeros compañeros confiaron en la palabra de Cristo (...) y ‘recogieron una cantidad enorme de peces’ (Lc 5,6). Esta palabra resuena también hoy para nosotros».

Por la obediencia, como la de María, pedimos al Señor que siga otorgando frutos apostólicos a toda la Iglesia.

jueves, 16 de abril de 2020

JUEVES 16 DE ABRIL






Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Jueves de la octava de Pascua
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Lc 24,35-48): En aquel tiempo, los discípulos contaron lo que había pasado en el camino y cómo habían conocido a Jesús en la fracción del pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando Él se presentó en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Sobresaltados y asustados, creían ver un espíritu. Pero Él les dijo: «¿Por qué os turbáis, y por qué se suscitan dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo». Y, diciendo esto, les mostró las manos y los pies. Como ellos no acabasen de creerlo a causa de la alegría y estuviesen asombrados, les dijo: «¿Tenéis aquí algo de comer?». Ellos le ofrecieron parte de un pez asado. Lo tomó y comió delante de ellos.

Después les dijo: «Éstas son aquellas palabras mías que os hablé cuando todavía estaba con vosotros: ‘Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí’». Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: «Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas».
Comentario:Rev. D. Joan Carles MONTSERRAT i Pulido (Cerdanyola del Vallès, Barcelona, España)
«La paz con vosotros»
Hoy, Cristo resucitado saluda a los discípulos, nuevamente, con el deseo de la paz: «La paz con vosotros» (Lc 24,36). Así disipa los temores y presentimientos que los Apóstoles han acumulado durante los días de pasión y de soledad.

Él no es un fantasma, es totalmente real, pero, a veces, el miedo en nuestra vida va tomando cuerpo como si fuese la única realidad. En ocasiones es la falta de fe y de vida interior lo que va cambiando las cosas: el miedo pasa a ser la realidad y Cristo se desdibuja de nuestra vida. En cambio, la presencia de Cristo en la vida del cristiano aleja las dudas, ilumina nuestra existencia, especialmente los rincones que ninguna explicación humana puede esclarecer. San Gregorio Nacianceno nos exhorta: «Debiéramos avergonzarnos al prescindir del saludo de la paz, que el Señor nos dejó cuando iba a salir del mundo. La paz es un nombre y una cosa sabrosa, que sabemos proviene de Dios, según dice el Apóstol a los filipenses: ‘La paz de Dios’; y que es de Dios lo muestra también cuando dice a los efesios: ‘Él es nuestra paz’».

La resurrección de Cristo es lo que da sentido a todas las vicisitudes y sentimientos, lo que nos ayuda a recobrar la calma y a serenarnos en las tinieblas de nuestra vida. Las otras pequeñas luces que encontramos en la vida sólo tienen sentido en esta Luz.

«Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí...»: nuevamente les «abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras» (Lc 24,44-45), como ya lo había hecho con los discípulos de Emaús. También quiere el Señor abrirnos a nosotros el sentido de las Escrituras para nuestra vida; desea transformar nuestro pobre corazón en un corazón que sea también ardiente, como el suyo: con la explicación de la Escritura y la fracción del Pan, la Eucaristía. En otras palabras: la tarea del cristiano es ir viendo cómo su historia Él la quiere convertir en historia de salvación.

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