Ver en la noche y creer por el
amor
Ser testigos de la
Resurrección del Señor
Ambientacion
Hoy es Domingo de Pascua. Es
el Domingo de los Domingos: cada Misa dominical es un memorial de la
resurrección, centro de nuestra fe y esperanza. La Pascua es también el punto
de partida de la Iglesia. Hoy es el «tercer día» del Triduo Pascual y a la vez
el primero de la Cincuentena.
Hoy es el Domingo más
importante del año, del que reciben sentido todos los demás. Para algunos
fieles este es el día en que comienzan a celebrar la Buena Noticia de la Resurrección
del Señor, porque no han acudido a la Vigilia Pascual. Vale la pena que la celebración
de hoy sea particularmente festiva y expresiva. El Cirio Pascual, encendido por
primera vez la noche anterior, va a acompañarnos a lo largo de siete semanas, y
todos tendrían que captar su sencillo y simpático mensaje de alegría y
estímulo. La «octava» de Pascua, los ocho días que abarcan el Domingo 1o y 2º y
los días intermedios, se viven en la comunidad cristiana como un solo día.
La gran Noticia
Vamos a saborear en nuestro
interior todo el rico mensaje de los textos que hemos escuchado con atención:
tenemos una experiencia de todos los días y es que, ante un acontecimiento que
llama nuestra atención e interés, vamos en busca de información detallada
acerca de él. Ante el gran acontecimiento de la Resurrección de Jesús es la Palabra
de Dios quien nos ofrece esa información. - En aquellos tiempos no había
periodistas o reporteros gráficos que lo consignaran en sus crónicas. Pero hubo
unos testigos que lo han transmitido por escrito y, también por la Tradición, a
los que nosotros acudimos por la importancia de la noticia que se nos ofrece.
Como lo leemos en el texto de
los Hechos, la esencia del mensaje apostólico era la resurrección de Jesús de
la muerte. Este hecho confirmó su divinidad, su Evangelio y nuestra propia
salvación. Y los mismos Apóstoles fueron testigos cualificados del hecho de la
resurrección de Jesús.
La Semana Santa carecería de
interés si terminara en el Viernes Santo. Celebraríamos la muerte de un hombre
famoso, de un gran profeta de Dios, de un gran bienhechor de los hombres. Pero
en la cruz se terminó todo y, en el sepulcro en el que le pusieron sus
familiares y amigos, quedaba encerrada toda su vida y admiración. No les
faltaron dificultades, persecuciones y martirio. Pero en verdad, primero los Apóstoles
y luego otros discípulos, como los diáconos o Pablo y Bernabé, dieron un valiente
testimonio de Cristo Jesús y fueron edificando comunidades llenas de fe y
alegría.
Hace bien la comunidad
cristiana en mirarse al espejo de los Hechos de los Apóstoles en estas semanas,
para estimularse a seguir su ejemplo de firmeza en la fe y en su maduración.
De la muerte a la Vida
Los discípulos el viernes se
dispersaron decepcionados. Y nosotros no nos reuniríamos para recordar aquello.
Pero hubo un hecho crucial: ¡la resurrección de Jesús! Y ese hecho: da sentido
a la Semana Santa, es la base de nuestra fe, es el fundamento de nuestra
esperanza. Jesús, como dice el Apóstol San Pedro en la lectura que hacemos hoy,
«no solamente pasó por el mundo haciendo el bien, sino que Dios le resucitó de
entre los muertos». Jesús resucitó para que nosotros, alcanzando el perdón de
los pecados, resucitemos con él.
La Resurrección del Señor no
la podemos recordar como un simple "hecho histórico", por muy
importante que fuera; como, por ejemplo, una "batalla", una
"catástrofe", una "fiesta"... La recordamos y, sobre todo,
la celebramos como culmen de su vida redentora. - Nuestra resurrección
espiritual la conocemos por la fe, pero puede ser revelada a los demás por
nuestro ejemplo y buenas obras. Así nos hacemos, como los primeros Apóstoles,
testigos de la resurrección del Señor.
En el evangelio de Juan, nos
encontramos con la experiencia de María Magdalena, testigo del sepulcro vacío,
que corrió a anunciarlo a los apóstoles, convirtiéndose así en «apóstol de los
apóstoles», la primera evangelizadora de la Buena Noticia de la Pascua. También
Pedro y Juan ven el sepulcro vacío. Ninguno de ellos se acaba de creer que Jesús
haya resucitado: «no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar
de entre los muertos».
Hoy, al igual que entonces,
algunos pretenden borrar a Dios: * de nuestra vida, * de nuestra convivencia, *
de nuestras costumbres, * de nuestras tradiciones.
Pero se equivocan porque Dios
saldrá victorioso ya que no puede renunciar a ser "el Dios de la
vida". Con la gran alegría por la resurrección de Jesús, demos testimonio
de esa resurrección como hicieron aquellos primeros cristianos que conocieron
la «gran noticia»...
A María Magdalena, que fue al
sepulcro a llorar su pena por la muerte de Jesús, el Señor le dijo: «ve y diles
a mis hermanos que me verán en Galilea». Y ése es el mensaje que hoy se nos
transmite a todos: «vayan y digan a todos que el Señor ha resucitado».
Ese acontecimiento es el
fundamento de nuestra fe. Un acontecimiento y una fe que nadie podrá borrar del
mundo y que nosotros la vivimos con gozo. Un acontecimiento que es la base de
nuestras celebraciones eucarísticas y que debemos transmitir a todos: que
«Cristo, que es la Vida, ha vencido a la muerte», como cantamos en el himno de
la misa de hoy: - «Lucharon vida y muerte en singular batalla y, muerto el
que es Vida, triunfante se levanta».
Dios ha dicho «sí» a su Hijo y
a la humanidad. El grano de trigo, sepultado en la tierra, ha muerto, pero ha
renacido y dará fruto abundante. Es también la fiesta de nuestra liberación y
nuestra resurrección. Podemos manifestar con aleluyas solemnes y flores nuestra
alegría de cristianos seguidores del Resucitado.
Carácter bautismal de la
Pascua
Pascua es la fiesta bautismal,
porque en el Bautismo es cuando por primera vez nos sumergimos en la muerte y
resurrección, en la nueva vida del Señor. Este día, y todo el Tiempo Pascual,
tiene carácter bautismal. En la oración sobre las ofrendas hablamos de «estos
sacramentos en los que tan maravillosamente ha renacido y se alimenta tu
Iglesia», o sea, los sacramentos de la iniciación cristiana. La oración poscomunión
insiste: «tu Iglesia, renovada por los sacramentos pascuales».
Vida pascual
La Pascua de Cristo debe
contagiarnos también a nosotros y convertirse en Pascua nuestra, de modo que
imitemos la vida nueva de Jesús. Vivimos en este mundo, y nuestro compromiso
con la tarea que aquí tenemos encomendada es serio, pero los cristianos
«buscamos los bienes de allá arriba», porque estamos en camino y somos
ciudadanos de otro mundo, el mundo en el que ya ha entrado
Cristo Resucitado.
Vivamos la Pascua con nuestra
alegría, nuestra entrega por los demás, nuestra energía para el bien, nuestra
valentía en la lucha contra el mal y contra toda injusticia, nuestra esperanza
y novedad de vida.
«Este es el día en que actuó
el Señor». ¡Aleluya!
La resurrección de Cristo es
la gran noticia que proclamó con valentía Pedro, en su catequesis en casa de
Cornelio: que a ese Jesús, el Ungido por el Espíritu, «a quien mataron
colgándolo de un madero, Dios lo resucitó al tercer día y lo nombró Juez de
vivos y muertos».
Vale la pena que resuene,
también en las misas de este Domingo, el anuncio gozoso del ángel a las mujeres
(según el evangelio de la noche): «¡No está aquí: ha resucitado!». Es bueno
detenernos en esta convicción -«Cristo es el que vive»-, porque nos hace falta
para seguir con más ánimos nuestro camino cristiano. No puede ocultar su
alegría la oración colecta: «en este día has abierto las puertas de la vida por
medio de tu Hijo, vencedor de la muerte», y pide que esta Pascua histórica que
estamos celebrando nos oriente hacia la eterna: «que renovados por el Espíritu,
vivamos en la esperanza de nuestra resurrección futura».
La alegría de la Pascua es
evidente también en la oración sobre las ofrendas: «rebosantes de gozo pascual,
celebramos estos sacramentos». El prefacio describe lapidaria y magistralmente
el contenido de la fiesta de hoy: «Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado:
muriendo, destruyó nuestra muerte, resucitando, restauró la vida».
Los apóstoles, testigos
Leyendo, desde hoy, el libro
de los Hechos de los Apóstoles durante el Tiempo Pascual, se nos propone el
ejemplo de aquella comunidad que dio testimonio de su fe en Cristo Jesús y se
dejó guiar por su Espíritu en su expansión al mundo conocido. Las primeras
«evangelizadoras» fueron las mujeres. En el evangelio de la noche, son las
mujeres que acudieron al sepulcro las que oyeron de labios del ángel la
noticia: «no está aquí, ha resucitado». En el evangelio de Juan es Magdalena la
que va al sepulcro, lo ve vacío, y corre a anunciarlo a los apóstoles.
Luego van a ser los apóstoles,
los ministros de la comunidad, los que más oficialmente aparecen en el libro de
los Hechos como anunciadores de la Pascua. Pedro, en casa de Cornelio, es
consciente de que Cristo les ha encomendado este anuncio: «nos lo hizo ver, no
a todo el pueblo, sino a los testigos que él había designado, a nosotros, que
hemos comido y bebido con él después de la resurrección». E insiste: «nosotros
somos testigos... nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de
que Dios lo ha nombrado juez de vivos y muertos».
ORACIÓN: ¿Qué LE DECIMOS
NOSOTROS a Dios?
Padre Santo, la Resurrección
que has dado a tu Hijo, no es un simple hecho interior, desencarnado, acaecido
en las esferas abstractas de los espacios vacíos o de las almas sin cuerpo. - El
resucitado es el Jesús terreno, ciudadano de nuestra tierra. Lo has resucitado
con su corporeidad, con la totalidad de su persona.
Ahora también queremos
percibir, bajo el velo de los signos sacramentales, la voz de Jesús que nos
dice: «soy Yo, no teman; toquen m i cuerpo; saquen pan y vino; celebremos la
fiesta de la nueva vida». Ante esta revelación, sentimos el pasmo y e temor, pero
también el gozo y la alegría. Una inmensa esperanza surge en nuestros corazones
y nosotros ahora, contagiados por el testimonio y la fe de los Apóstoles, tenemos
la experiencia de que la causa de Jesús sigue.
El que hoy resucita es el que
fue crucificado y pasó tres días bajo tierra. Te alabamos porque en Cristo, resucitado
de entre los muertos, has desvelado el poder oculto de su cruz; el poder de su
amor obediente hasta la muerte, la fuerza de su entrega a la humanidad.
El Resucitado ha tomado
consigo al mundo para encaminarlo hacia su resurrección y gloria. Que en un día
resucitemos todos para que cantemos eternamente tus alabanzas. Amén.
ACCIÓN: ¿QUÉ NOS PIDE HACER la PALABRA?
Nosotros, testigos de la
Pascua El libro de los Hechos nos recuerda que la historia continúa. Se puede
decir que no tiene último capítulo: nosotros mismos, a inicios del siglo XXI,
seguimos escribiendo estos «Hechos». En el rito copto, que celebran los
cristianos sobre todo de Egipto, cuando se proclama este libro en Misa, el
lector dice al final, a modo de aclamación: «Y la Palabra de Dios sigue
creciendo, en esta Iglesia y en todas las Iglesias». Ahora somos nosotros los
que en nuestro siglo nos comprometemos a anunciar a Cristo a este mundo, a
nuestra familia, a nuestros amigos, a la sociedad. - Como Pedro en casa de
Cornelio, un pagano, o en medio de una sociedad también paganizada, tenemos que
dar testimonio de que Jesús es el Salvador: en nuestra familia, en el mundo de
educación, en el cuidado de los ancianos y enfermos, en la actividad profesional,
en los medios de comunicación.
Relación con la Eucaristía
- No se pasa de lo viejo a lo
nuevo sin estar unido con Cristo. El Bautismo en la Muerte y Vida del Señor nos
obliga a esta unión profunda que realiza nuestra propia transformación. La
gestión ritual no produce sus frutos sino a condición de que repercuta en la
vida.
- Sólo una Eucaristía
celebrada dentro del acto eclesial evangelizador cobrará su novedad, no por lo
accesorio, sino por la interpelación que la Palabra nos hace y por la interpretación
de los signos que ocurren en la vida. De ahí brotará la novedad que testimoniaremos
en el mundo.
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