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domingo, 12 de abril de 2020

DOMINGO 12 DE ABRIL- RESURRECCION DEL SEÑOR






Ver en la noche y creer por el amor
Ser testigos de la Resurrección del Señor
Ambientacion
Hoy es Domingo de Pascua. Es el Domingo de los Domingos: cada Misa dominical es un memorial de la resurrección, centro de nuestra fe y esperanza. La Pascua es también el punto de partida de la Iglesia. Hoy es el «tercer día» del Triduo Pascual y a la vez el primero de la Cincuentena.
Hoy es el Domingo más importante del año, del que reciben sentido todos los demás. Para algunos fieles este es el día en que comienzan a celebrar la Buena Noticia de la Resurrección del Señor, porque no han acudido a la Vigilia Pascual. Vale la pena que la celebración de hoy sea particularmente festiva y expresiva. El Cirio Pascual, encendido por primera vez la noche anterior, va a acompañarnos a lo largo de siete semanas, y todos tendrían que captar su sencillo y simpático mensaje de alegría y estímulo. La «octava» de Pascua, los ocho días que abarcan el Domingo 1o y 2º y los días intermedios, se viven en la comunidad cristiana como un solo día.
La gran Noticia
Vamos a saborear en nuestro interior todo el rico mensaje de los textos que hemos escuchado con atención: tenemos una experiencia de todos los días y es que, ante un acontecimiento que llama nuestra atención e interés, vamos en busca de información detallada acerca de él. Ante el gran acontecimiento de la Resurrección de Jesús es la Palabra de Dios quien nos ofrece esa información. - En aquellos tiempos no había periodistas o reporteros gráficos que lo consignaran en sus crónicas. Pero hubo unos testigos que lo han transmitido por escrito y, también por la Tradición, a los que nosotros acudimos por la importancia de la noticia que se nos ofrece.
Como lo leemos en el texto de los Hechos, la esencia del mensaje apostólico era la resurrección de Jesús de la muerte. Este hecho confirmó su divinidad, su Evangelio y nuestra propia salvación. Y los mismos Apóstoles fueron testigos cualificados del hecho de la resurrección de Jesús.
La Semana Santa carecería de interés si terminara en el Viernes Santo. Celebraríamos la muerte de un hombre famoso, de un gran profeta de Dios, de un gran bienhechor de los hombres. Pero en la cruz se terminó todo y, en el sepulcro en el que le pusieron sus familiares y amigos, quedaba encerrada toda su vida y admiración. No les faltaron dificultades, persecuciones y martirio. Pero en verdad, primero los Apóstoles y luego otros discípulos, como los diáconos o Pablo y Bernabé, dieron un valiente testimonio de Cristo Jesús y fueron edificando comunidades llenas de fe y alegría.
Hace bien la comunidad cristiana en mirarse al espejo de los Hechos de los Apóstoles en estas semanas, para estimularse a seguir su ejemplo de firmeza en la fe y en su maduración.
De la muerte a la Vida
Los discípulos el viernes se dispersaron decepcionados. Y nosotros no nos reuniríamos para recordar aquello. Pero hubo un hecho crucial: ¡la resurrección de Jesús! Y ese hecho: da sentido a la Semana Santa, es la base de nuestra fe, es el fundamento de nuestra esperanza. Jesús, como dice el Apóstol San Pedro en la lectura que hacemos hoy, «no solamente pasó por el mundo haciendo el bien, sino que Dios le resucitó de entre los muertos». Jesús resucitó para que nosotros, alcanzando el perdón de los pecados, resucitemos con él.
La Resurrección del Señor no la podemos recordar como un simple "hecho histórico", por muy importante que fuera; como, por ejemplo, una "batalla", una "catástrofe", una "fiesta"... La recordamos y, sobre todo, la celebramos como culmen de su vida redentora. - Nuestra resurrección espiritual la conocemos por la fe, pero puede ser revelada a los demás por nuestro ejemplo y buenas obras. Así nos hacemos, como los primeros Apóstoles, testigos de la resurrección del Señor.
En el evangelio de Juan, nos encontramos con la experiencia de María Magdalena, testigo del sepulcro vacío, que corrió a anunciarlo a los apóstoles, convirtiéndose así en «apóstol de los apóstoles», la primera evangelizadora de la Buena Noticia de la Pascua. También Pedro y Juan ven el sepulcro vacío. Ninguno de ellos se acaba de creer que Jesús haya resucitado: «no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos».
Hoy, al igual que entonces, algunos pretenden borrar a Dios: * de nuestra vida, * de nuestra convivencia, * de nuestras costumbres, * de nuestras tradiciones.
Pero se equivocan porque Dios saldrá victorioso ya que no puede renunciar a ser "el Dios de la vida". Con la gran alegría por la resurrección de Jesús, demos testimonio de esa resurrección como hicieron aquellos primeros cristianos que conocieron la «gran noticia»...
A María Magdalena, que fue al sepulcro a llorar su pena por la muerte de Jesús, el Señor le dijo: «ve y diles a mis hermanos que me verán en Galilea». Y ése es el mensaje que hoy se nos transmite a todos: «vayan y digan a todos que el Señor ha resucitado».
Ese acontecimiento es el fundamento de nuestra fe. Un acontecimiento y una fe que nadie podrá borrar del mundo y que nosotros la vivimos con gozo. Un acontecimiento que es la base de nuestras celebraciones eucarísticas y que debemos transmitir a todos: que «Cristo, que es la Vida, ha vencido a la muerte», como cantamos en el himno de la misa de hoy: - «Lucharon vida y muerte en singular batalla y, muerto el que es Vida, triunfante se levanta».
Dios ha dicho «sí» a su Hijo y a la humanidad. El grano de trigo, sepultado en la tierra, ha muerto, pero ha renacido y dará fruto abundante. Es también la fiesta de nuestra liberación y nuestra resurrección. Podemos manifestar con aleluyas solemnes y flores nuestra alegría de cristianos seguidores del Resucitado.
Carácter bautismal de la Pascua
Pascua es la fiesta bautismal, porque en el Bautismo es cuando por primera vez nos sumergimos en la muerte y resurrección, en la nueva vida del Señor. Este día, y todo el Tiempo Pascual, tiene carácter bautismal. En la oración sobre las ofrendas hablamos de «estos sacramentos en los que tan maravillosamente ha renacido y se alimenta tu Iglesia», o sea, los sacramentos de la iniciación cristiana. La oración poscomunión insiste: «tu Iglesia, renovada por los sacramentos pascuales».
Vida pascual
La Pascua de Cristo debe contagiarnos también a nosotros y convertirse en Pascua nuestra, de modo que imitemos la vida nueva de Jesús. Vivimos en este mundo, y nuestro compromiso con la tarea que aquí tenemos encomendada es serio, pero los cristianos «buscamos los bienes de allá arriba», porque estamos en camino y somos ciudadanos de otro mundo, el mundo en el que ya ha entrado
Cristo Resucitado.
Vivamos la Pascua con nuestra alegría, nuestra entrega por los demás, nuestra energía para el bien, nuestra valentía en la lucha contra el mal y contra toda injusticia, nuestra esperanza y novedad de vida.
«Este es el día en que actuó el Señor». ¡Aleluya!
La resurrección de Cristo es la gran noticia que proclamó con valentía Pedro, en su catequesis en casa de Cornelio: que a ese Jesús, el Ungido por el Espíritu, «a quien mataron colgándolo de un madero, Dios lo resucitó al tercer día y lo nombró Juez de vivos y muertos».
Vale la pena que resuene, también en las misas de este Domingo, el anuncio gozoso del ángel a las mujeres (según el evangelio de la noche): «¡No está aquí: ha resucitado!». Es bueno detenernos en esta convicción -«Cristo es el que vive»-, porque nos hace falta para seguir con más ánimos nuestro camino cristiano. No puede ocultar su alegría la oración colecta: «en este día has abierto las puertas de la vida por medio de tu Hijo, vencedor de la muerte», y pide que esta Pascua histórica que estamos celebrando nos oriente hacia la eterna: «que renovados por el Espíritu, vivamos en la esperanza de nuestra resurrección futura».
La alegría de la Pascua es evidente también en la oración sobre las ofrendas: «rebosantes de gozo pascual, celebramos estos sacramentos». El prefacio describe lapidaria y magistralmente el contenido de la fiesta de hoy: «Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado: muriendo, destruyó nuestra muerte, resucitando, restauró la vida».
Los apóstoles, testigos
Leyendo, desde hoy, el libro de los Hechos de los Apóstoles durante el Tiempo Pascual, se nos propone el ejemplo de aquella comunidad que dio testimonio de su fe en Cristo Jesús y se dejó guiar por su Espíritu en su expansión al mundo conocido. Las primeras «evangelizadoras» fueron las mujeres. En el evangelio de la noche, son las mujeres que acudieron al sepulcro las que oyeron de labios del ángel la noticia: «no está aquí, ha resucitado». En el evangelio de Juan es Magdalena la que va al sepulcro, lo ve vacío, y corre a anunciarlo a los apóstoles.
Luego van a ser los apóstoles, los ministros de la comunidad, los que más oficialmente aparecen en el libro de los Hechos como anunciadores de la Pascua. Pedro, en casa de Cornelio, es consciente de que Cristo les ha encomendado este anuncio: «nos lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que él había designado, a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de la resurrección». E insiste: «nosotros somos testigos... nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha nombrado juez de vivos y muertos».
ORACIÓN: ¿Qué LE DECIMOS NOSOTROS a Dios?
Padre Santo, la Resurrección que has dado a tu Hijo, no es un simple hecho interior, desencarnado, acaecido en las esferas abstractas de los espacios vacíos o de las almas sin cuerpo. - El resucitado es el Jesús terreno, ciudadano de nuestra tierra. Lo has resucitado con su corporeidad, con la totalidad de su persona.
Ahora también queremos percibir, bajo el velo de los signos sacramentales, la voz de Jesús que nos dice: «soy Yo, no teman; toquen m i cuerpo; saquen pan y vino; celebremos la fiesta de la nueva vida». Ante esta revelación, sentimos el pasmo y e temor, pero también el gozo y la alegría. Una inmensa esperanza surge en nuestros corazones y nosotros ahora, contagiados por el testimonio y la fe de los Apóstoles, tenemos la experiencia de que la causa de Jesús sigue.
El que hoy resucita es el que fue crucificado y pasó tres días bajo tierra. Te alabamos porque en Cristo, resucitado de entre los muertos, has desvelado el poder oculto de su cruz; el poder de su amor obediente hasta la muerte, la fuerza de su entrega a la humanidad.
El Resucitado ha tomado consigo al mundo para encaminarlo hacia su resurrección y gloria. Que en un día resucitemos todos para que cantemos eternamente tus alabanzas. Amén.
 ACCIÓN: ¿QUÉ NOS PIDE HACER la PALABRA?
Nosotros, testigos de la Pascua El libro de los Hechos nos recuerda que la historia continúa. Se puede decir que no tiene último capítulo: nosotros mismos, a inicios del siglo XXI, seguimos escribiendo estos «Hechos». En el rito copto, que celebran los cristianos sobre todo de Egipto, cuando se proclama este libro en Misa, el lector dice al final, a modo de aclamación: «Y la Palabra de Dios sigue creciendo, en esta Iglesia y en todas las Iglesias». Ahora somos nosotros los que en nuestro siglo nos comprometemos a anunciar a Cristo a este mundo, a nuestra familia, a nuestros amigos, a la sociedad. - Como Pedro en casa de Cornelio, un pagano, o en medio de una sociedad también paganizada, tenemos que dar testimonio de que Jesús es el Salvador: en nuestra familia, en el mundo de educación, en el cuidado de los ancianos y enfermos, en la actividad profesional, en los medios de comunicación.
Relación con la Eucaristía
- No se pasa de lo viejo a lo nuevo sin estar unido con Cristo. El Bautismo en la Muerte y Vida del Señor nos obliga a esta unión profunda que realiza nuestra propia transformación. La gestión ritual no produce sus frutos sino a condición de que repercuta en la vida.
- Sólo una Eucaristía celebrada dentro del acto eclesial evangelizador cobrará su novedad, no por lo accesorio, sino por la interpelación que la Palabra nos hace y por la interpretación de los signos que ocurren en la vida. De ahí brotará la novedad que testimoniaremos en el mundo.

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