Transfiguración
Evangelio II domingo de cuaresma: san Marcos
9,2-10: “Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo”.
Colocada en el
centro del Evangelio de San Marcos, la transfiguración de Jesús se presenta
como una de las escenas más importantes del Nuevo Testamento. Nos hace mirar la
meta hacia donde se dirigen los pasos, para no escatimar las dificultades del
camino. San Marcos nos ayuda a descubrir, a través del propio descubrimiento de
los discípulos, la identidad de Jesús y a la vez el sentido del propio camino.
En este descubrimiento no puede faltar la gran clave de interpretación
para comprender el misterio de Jesús: su pasión y resurrección. Tras las crisis
y las dudas que pueden asaltar a los discípulos al contemplar a un Mesías no
triunfal sino entregado, es Dios mismo quien habla para confirmar a Jesús en el
camino que ha elegido. Es una nueva revelación parecida a la del Bautismo pero
ahora dirigida a los discípulos. No basta conocer y saber que Jesús es el
Mesías, el contemplarlo se convierte en una norma de vida: “Este es mi
Hijo amado; escúchenlo”.
Silencio y Aventura
El camino de la Transfiguración nos explica el camino de la cuaresma: es
el tiempo de recogimiento y silencio, de dolor y fortalecimiento, pero no para
quedarse ocultos y sobreprotegidos desdeñando el compromiso diario que nos
lleva a transformar la realidad. Hay tiempo de descubrimiento del Señor y de
nutrirse de sus enseñanzas, pero no para aislarlos irresponsablemente de un
mundo que nos exige nuestra participación y nuestro compromiso. El
cristiano se tiene que abrir y romper las protecciones para salir a enfrentarse
a un mundo de injusticias y sin sentido, donde se lucha en medio de las
tinieblas pero buscando, anhelando, un sentido y una orientación para sus
esfuerzos. El discípulo tiene el compromiso de romper sus capullos y no vivir
entre algodones, inmiscuirse en la vida diaria para transformarla, probar el
amargo sabor de la incomprensión pero nunca perder el sentido de su actividad.
Hay que arriesgarse para ver la luz, pero no volar sin sentido, a tontas y a
locas, sino recordar qué es lo que da orientación a nuestra vida: la muerte y
resurrección de Jesús. Así enfrentaremos las actividades diarias y les daremos
su justo valor.
Fortalece nuestra esperanza
Cualquiera de nosotros puede verse sumido en un abismo de dudas y
desaliento al contemplar tanto el proyecto personal, como la vida de la Iglesia
o el desarrollo de la sociedad. Son tiempos de falta de ideales, de tensiones y
guerras, de injusticias y corrupción, y ahora de una incomprensible pandemia,
que pueden llevarnos a una desilusión y abatimiento. Nos hemos equivocado en
esperar resultados fáciles e inmediatos sin tener presente la sabiduría y la
paciencia de las contradicciones de la cruz. Y hoy el Señor Jesús también nos
llama a nosotros para que lo contemplemos y nos llenemos de esperanza, no en el
triunfo fácil, no en la conquista victoriosa, sino en su mismo camino y
enseñanza. Hay que darse todo para llegar a su victoria.
Escuchar la Palabra
En medio de dos anuncios de la pasión, san Marcos nos presenta la
Transfiguración para confirmar que la cruz es el camino para la glorificación.
A Pedro le costaba trabajo aceptar la cruz, pero no le costó ningún trabajo
aceptar la Transfiguración hasta el grado de decir: “¡Qué a gusto estamos
aquí!” Allí no había sufrimiento y estaba la seguridad a tener a Moisés y a
Elías de su lado, la ley y los profetas. La voz venida del cielo da todo el
sentido a este episodio: “Este es mi Hijo amado, escúchenlo”. Ya no estará la
seguridad ni en la ley, ni en los profetas, ni el templo, ni en el sacrificio.
El requisito es escuchar a Jesús y guardar su palabra. Así la Transfiguración
se convierte en la seguridad del verdadero discípulo: se entrega a Jesús y no
rehúye todo el dolor que implica escuchar la palabra porque ha pre-visto la
gloria. Más que un episodio aislado en la vida de Jesús es símbolo real de todo
el cambio y la transformación que hace de la religión judía y del concepto de
Mesías que prevalecía en los tiempos de Jesús. Ahora también nosotros corremos
el riesgo de parecernos a Pedro que nos cobijamos con la ley y nuestras
costumbres y no nos arriesgamos a escuchar realmente lo que quiere Jesús. Que
al contemplar su rostro luminoso estemos también dispuestos a cargar la cruz y
hacer su mismo camino. A salir de nuestras seguridades y protecciones para
encontrarnos con el hermano.
¿Nos dejamos llevar por nuestras seguridades y no nos arriesgamos
a seguir a Jesús en su camino? ¿Cómo escuchamos su Palabra y la hacemos vida en
nuestra vida? ¿Cuáles son nuestros miedos que nos impiden salir de nosotros
mismos e ir en busca de los demás al estilo de Jesús? ¿A qué nos compromete el
contemplar a Jesús Transfigurado?
Padre Bueno,
que nos mandaste escuchar a tu amado Hijo, alimenta nuestra fe con tu palabra y
purifica los ojos de nuestro espíritu, para que podamos alegrarnos en la
contemplación de tu gloria y nos comprometamos en la transformación de nuestro
mundo. Amén.