La tarea del cristiano es servicio a los demás
Ser cristiano no es comodidad egoísta, sino donación
comprometida y servicio a los hombres. En esta clave nos habla hoy Dios por su
Palabra proclamada en la celebración de este Domingo. (5ª del tiempo ordinario)
Unidos en la fe, nos reunimos los cristianos para
celebrar el Día del Señor, escuchando su Palabra y ofreciendo la Eucaristía.
Ambas nos van a impulsar hoy a un compromiso de servicio a los hombres, que
cada uno hemos de esforzarnos en concretar, a fin de que esta Asamblea de
creyentes sea ante el mundo un signo eficaz de Cristo. Esta actitud de servicio
sincero y comprometido no es fácil.
Lecturas:
Job. 7,1-4.6-7: «Recuerda que mi vida es un soplo”.
Salmo 147(146): «Alaben al Señor, que sana los corazones
quebrantados, venda sus heridas»
1Corintios 9, 16-19.22-23: «¡Ay de mí si no anuncio la
Buena Noticia!»
San Marcos 1,29-39: «Vámonos a los pueblos vecinos, para
predicar también allí, pues a eso he venido»
Alcance del Evangelio
La «Jornada de cafarnaún» nos ha enseñado que el Evangelio
(= Jesucristo: está llamado a invadir todos los espacios de la vida del hombre:
- su espacio sagrado: la sinagoga (Mc. 1, 21); - su espacio privado y familiar:
la casa de Pedro (Mc. 1, 29); - el espacio público: la puerta-plaza de la ciudad
(Mc. 1, 33); - el espacio íntimo personal: el lugar solitario.
Ningún poder, ni religioso, ni político, ni social, puede
vetar que el Evangelio llegue a estos sitios. «Que la Iglesia se quede en la
sacristía» llegan a decir, equivocadamente, algunos de entre nosotros. Jesús no
se limita a decirnos que nos amemos, sino que nos da un ejemplo personal: «como
yo los he amado», compadeciendo al que sufre y curando y remediando sus males.
Medir nuestra caridad con esta referencia podría ser muy aleccionador y
práctico.
¿Vale la pena vivir? Job encontró el sentido final de la
vida y de su sufrimiento cuando al final de su libro pudo decir: «Ahora te han
visto mis ojos... antes te conocía sólo de oídas»...
Esa palabra abrió caminos a muchos a lo largo del tiempo.
Pablo, el fariseo, orgulloso de sí mismo, encontró el sentido de la vida cuando
hizo de ella una oblación y una entrega por el Evangelio, infatigable, sin
poner límites a su empeño de evangelizador. Y también la suegra de Simón dio
sentido a su vida cuando, arrancada de la enfermedad y el desvalimiento por la
mano poderosa del Señor, dejó su lecho, se puso en pie, y se consagró a
servirles, con el trabajo humilde y desapercibido del hogar: cocinar, lavar, barrer,
embellecer la casa. A los ojos de los hombres pasa quizás sin gran valor pero a
los ojos de Dios, que en Cristo lo quiso experimentar, es valioso y está
integrado a ese gran proyecto de Dios sobre el mundo (Vaticano II: La Iglesia
en el mundo.
Cuando nos situamos en la vida dentro del gran proyecto
divino de construcción del mundo que abarca todos los tiempos y dentro del cual
tenemos parte y tarea ineludibles podemos encontrar ese sentido esquivo que se
nos escapa. ¿Qué significa mi trabajo de cada día? ¿Vale más que el simple
jornal de que hablaba Job? Tenemos que encontrarnos dentro de ese proyecto
divino que tiene en Jesucristo su máxima expresión. Es la entrada de Dios al
mundo que cambia la historia limitada y pobre del hombre. Da sentido a todo su quehacer
y le abre el horizonte de una vida sin término en Dios mismo.
Nuestra propia historia
En la curación de la suegra de Simón podemos ver
representada nuestra propia historia. Somos perpetuos necesitados del Señor. Es
necesario que seamos llevados a él. La familia, la Iglesia, los hermanos en la
fe nos brindan ese servicio y también nosotros debemos brindarlo a los demás.
Pero tenemos que hacer el encuentro con el Señor a través de los signos de su
presencia. Escuchar su voz cuando leemos su Palabra en la Biblia. Sentir su
acción que nos consagra en el bautismo, que nos conforta para la lucha en la
Confirmación, sacramentos que duran vivos toda la vida. Vivir la presencia de
su amor que nos perdona en el sacramento de la Penitencia. Recibir su presencia
salvadora en la Eucaristía. Saberlo encontrar en el servicio gozoso de nuestros
hermanos, compartiendo sus luchas y esperanzas. Debemos aprender a leer la
totalidad de nuestra vida desde el amor del Señor y hacer experiencia de
cuantas maneras ha pasado junto a nosotros y nos ha amado.
Nuestro compromiso hoy
Usamos una palabra para cobijar la significación
religiosa de nuestro trabajo en el mundo: «Evangelizar». Esa palabra es
comprometedora. «Evangelizar -decía San Pablo VI- es cambiar al hombre y su
mundo». Los primeros evangelizados debemos ser nosotros mismos. Es servicio que
nos prestan los hermanos en la fe, no sólo las altas jerarquías sino sobre todo
los pobres y humildes. Y evangelizar es llenar de sentido la vida del mundo donde
trabajamos haciendo que nuestro trabajo y servicio transformen la realidad,
tantas veces dura y sombría, de quienes nos rodean y con los cuales y por los
cuales trabajamos.
No olvidemos lo que nos enseña este «día de Cafarnaúm».
Muchos quisieran que la Iglesia sólo hable en el templo. Quieren silenciarla en
la calle. ¡No!, el Evangelio debe llenar todos los espacios de la vida del
hombre. Querer acallarlo es imposible. Nos toca hoy proclamarlo, con su fuerza salvadora,
en lo cotidiano de la vida, en todos sus problemas, en todos sus compromisos.
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