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Vida Nueva Cali - Reproductor

viernes, 30 de abril de 2021

DOMINGO 2 DE MAYO

 

Comunión vital con Cristo

Han transcurrido ya cuatro semanas de Pascua y hoy inauguramos la quinta. Las lecturas bíblicas nos van ayudando a entrar cada vez con mayor fuerza en la vida nueva del Resucitado y las consecuencias que tiene para la comunidad cristiana. No debemos cansarnos de celebrar nuestra fiesta principal, que dura siete semanas: - nuestra fe cristiana es fundamentalmente alegría y visión optimista. - La resurrección del Señor es un acontecimiento no sólo para admirar y contemplar sino también para vivir. Esta invitación es una rica consecuencia de la Pascua. La liturgia de este domingo nos lleva a preguntarnos cómo dar vida en nuestra existencia a ese hecho salvador.

Ya en dirección a Pentecostés, a muchos nos ayudará también el recuerdo de la Virgen María, en el mes de Mayo, que ha comenzado ya. En efecto, ella es el mejor modelo que podemos tener para sumarnos a la Pascua de Jesús, ella, que la vivió muy de cerca y se dejó llenar otra vez en plenitud del Espíritu, junto con la comunidad.

LECTURAS:

Hechos de los Apóstoles 9, 26-31: «Saulo les contó cómo había visto al Señor en el camino»

Salmo 22(21): «El Señor es mi alabanza en la gran asamblea»

1 carta de Juan 3, 18-24: «No amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad»

San Juan 15, 1-8: «Yo soy la vid, ustedes los sarmientos»    

Delante de la Palabra

Por dos veces Jesús nos coloca delante la realidad de su Palabra y nos revela que es élla la que nos vuelve puros (v. 3) y es también élla la que nos abre el camino de la oración verdadera (v. 7); La Palabra se nos anuncia y se nos da como presencia permanente en nosotros; también ella, de hecho, tiene la capacidad de permanecer, de fabricar su casa en nuestro corazón. Por tanto debo preguntarme: ¿Qué oídos tengo yo para escuchar este anuncio de salvación y de bien, que el Señor me envía a través de sus Palabras? ¿Dejo espacio a la escucha, a esta escucha profunda, de la que toda la Escritura me habla continuamente, en la Ley, en los Profetas, en los Salmos, en los Escritos apostólicos? ¿Me dejo encontrar y alcanzar hasta el corazón por la Palabra del Señor en la oración, o prefiero fiarme de otras palabras, más suaves, más humanas y semejantes a las «Permanecer» en Cristo

a) Unión con Cristo

Celebrar la Pascua es, precisamente, vivir unidos a Él. El nos prometió: «Yo estaré con ustedes todos los días» (Mt. 28, 28). Pero hoy nos dice que somos nosotros los que debemos estar con El: «Permanezcan en mi» (v. 4). A veces nos extrañamos de ver cómo nos debilitamos espiritualmente... porque nos separamos del que nos da su Vida, Cristo Jesús. Si el sarmiento que se separa de la cepa se muere.

Nuestra fe debe alimentarse continuamente: Con la oración, y con la Eucaristía. ¿Cómo estaremos unidos a Cristo sin oración, sin escuchar su Palabra? Si queremos permanecer unidos a Jesús es preciso que nos alimentemos de su cuerpo y de su sangre. Es El mismo quien nos lo dice con toda claridad: «El que me come, permanece en mí y yo en El».

b) Amor fraterno

Pero esta unión con Él se tiene que traducir también en la caridad, en el amor fraterno. Vivimos en comunidad: en la familia, en la Iglesia, en la sociedad. Amar a los que tenemos en nuestro entorno es la primera lección que nos dio Jesús. Si en la vida no buscamos sólo nuestro propio interés, sino el bien de los demás, entonces sí que «permanecemos unidos en Cristo». El nos dijo que, al final, sólo nos examinará de esto: si hemos amado al prójimo.

Las lecturas de hoy nos invitan a mantenernos unidos a Cristo y a amarnos como El nos ha amado. Si lo hacernos así vale la pena la Pascua que estamos celebrando.

Jesús es la VID

La imagen de la viña y la tarea del labrador era bien entendida por quienes le escuchaban. Israel era un pueblo ganadero y agrícola. Y de este pasaje podemos destacar tres expresiones de Jesús para nuestra reflexión: -

a)   El Padre, que es el viñador, poda los sarmientos para que den más fruto.

Es imprescindible la tarea de la poda en un árbol; quitar lo viejo y reseco, los brotes que estorban y no dejan crecer, para que haya un crecimiento con fuerza y un fruto abundante. Si Jesús es la vid y nosotros los sarmientos, también necesitamos la poda para poder dar fruto abundante.

La poda puede venir desde nosotros mismos que, dándonos cuenta de nuestras equivocaciones, nuestras debilidades, lo que hay en nosotros de malo, hacemos el esfuerzo de apartarlo de nuestra vida, de corregirnos y mejorar. Puede venir la poda de las personas de nuestro entorno que nos corrigen, nos indican lo que hemos de cambiar, dónde están nuestros errores, hacia dónde nos hemos de encaminar. Y aunque nos resulte doloroso e incomodo que nos corrijan y reprendan, nos es necesario para mejorar y dar fruto abundante. Puede venimos la poda de las circunstancias y acontecimientos de nuestra vida, tanto buenos como malos, que nos sirven para desprendernos de tantas cosas que no le agradan al Señor y estar así en condiciones de crecer en virtud, de desarrollar nuestras cualidades, de mejorar nuestras actitudes y nuestro modo de vivir cristiano. - Es el Señor quien se sirve de todos esos medios para ir purificando nuestra vida y hacernos crecer y mejorar.

b) «Permanezcan en mí»

Es casi como una continuación de la reflexión anterior. Para nada sirve la poda si el Señor no nos hace participar de su vida, si no nos transmite su savia. Es una invitación a fomentar todas aquellas actitudes y actividades que nos mantienen unidos al Señor, y aprovecharlas debidamente. Fomentar el tiempo y la calidad de la oración, mejorar la participación en los sacramentos, cuidar de vivir en la presencia del Señor en todos los momentos de nuestra vida, para que de ese modo la vida de Dios crezca en nosotros y de fruto abundante que se manifieste en nuestro modo de pensar y de vivir.

c) «Lo que pidieren al Padre en mi nombre se lo concederá»

Nos recuerda como hemos de confiar en el Señor y la eficacia de la oración. El Señor es quien más nos quiere, quien más interés tiene en que seamos felices y no nos falte nada. Ponernos en sus manos, en este ambiente de pandemia y de caos social, con una infinita confianza nos permite rezar con constancia y sin desfallecer, con la seguridad de que siempre nos escucha y nos ayuda.

Nuestro compromiso hoy

Hoy escuchamos en lo hondo de nuestra vida esa maravillosa invitación. Es para nosotros, para todos nosotros. El Señor nos quiere comprometidos con él, con su causa, con su misión, con el evangelio. Nos dice y nos repite: Sin mí no pueden hacer nada. El compromiso será «permanecer en Cristo». Los frutos de esta unión vital a la Vid son: pureza de vida y segura eficacia de la oración, progreso en la santidad personal y en la santidad comunitaria (v 8). Una vez más notemos como en el estilo de San Juan: «Permanecer en Cristo» (v. 4), «En su Palabra» (v. 7), «En su amor» (v. 9), «En sus mandamientos» (v. 10), son una misma cosa. Todo, pues, vida, gracia, caridad, vigor, fecundidad, gozo, santidad, está condicionado a la unión a Cristo.

Permanecer en Cristo es rebelarnos contra toda injusticia y desigualdad, contra toda ideología alienante y deshumanizante, contra toda forma de violencia, contra toda política que no respete la vida y que favorezca la corrupción. El cristiano no puede ser sirviente de los populismos oportunistas, esclavizantes, mentirosos e hipócritas, pero tampoco de cualquier sistema que no trabaje, con honestidad, por la equidad, el verdadero respeto de los derechos fundamentales, comenzando por el respeto pleno a la vida, y por castigar de manera ejemplar toda corrupción.

VIERNES 3O DE ABRIL

 
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Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Viernes 4 de Pascua

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Jn 14,1-6): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy sabéis el camino». Le dice Tomás: «Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?». Le dice Jesús: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí».

Comentario:Rev. D. Josep Mª MANRESA Lamarca (Valldoreix, Barcelona, España)

«Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí»

Hoy, en este Viernes IV de Pascua, Jesús nos invita a la calma. La serenidad y la alegría fluyen como un río de paz de su Corazón resucitado hasta el nuestro, agitado e inquieto, zarandeado tantas veces por un activismo tan enfebrecido como estéril.

Son los nuestros los tiempos de la agitación, el nerviosismo y el estrés. Tiempos en que el Padre de la mentira ha inficionado las inteligencias de los hombres haciéndoles llamar al bien mal y al mal bien, dando luz por oscuridad y oscuridad por luz, sembrando en sus almas la duda y el escepticismo que agostan en ellas todo brote de esperanza en un horizonte de plenitud que el mundo con sus halagos no sabe ni puede dar.

Los frutos de tan diabólica empresa o actividad son evidentes: enseñoreado el “sinsentido” y la pérdida de la trascendencia de tantos hombres y mujeres, no sólo han olvidado, sino que han extraviado el camino, porque antes olvidaron el Camino. Guerras, violencias de todo género, cerrazón y egoísmo ante la vida (anticoncepción, aborto, eutanasia...), familias rotas, juventud “desnortada”, y un largo etcétera, constituyen la gran mentira sobre la que se asienta buena parte del triste andamiaje de la sociedad del tan cacareado “progreso”.

En medio de todo, Jesús, el Príncipe de la Paz, repite a los hombres de buena voluntad con su infinita mansedumbre: «No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también en mí» (Jn 14,1). A la derecha del Padre, Él acaricia como un sueño ilusionado de su misericordia el momento de tenernos junto a Él, «para que donde esté yo estéis también vosotros» (Jn 14,3). No podemos excusarnos como Tomás. Nosotros sí sabemos el camino. Nosotros, por pura gracia, sí conocemos el sendero que conduce al Padre, en cuya casa hay muchas estancias. En el cielo nos espera un lugar, que quedará para siempre vacío si nosotros no lo ocupamos. Acerquémonos, pues, sin temor, con ilimitada confianza a Aquél que es el único Camino, la irrenunciable Verdad y la Vida en plenitud.

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jueves, 29 de abril de 2021

JUEVES 29 DE ABRIL

 

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Jueves 4 de Pascua

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Jn 13,16-20): Después de lavar los pies a sus discípulos, Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: no es más el siervo que su amo, ni el enviado más que el que le envía. Sabiendo esto, dichosos seréis si lo cumplís. No me refiero a todos vosotros; yo conozco a los que he elegido; pero tiene que cumplirse la Escritura: el que come mi pan ha alzado contra mí su talón. Os lo digo desde ahora, antes de que suceda, para que, cuando suceda, creáis que Yo Soy. En verdad, en verdad os digo: quien acoja al que yo envíe me acoge a mí, y quien me acoja a mí, acoge a Aquel que me ha enviado».

Comentario:Rev. D. David COMPTE i Verdaguer (Manlleu, Barcelona, España)

«Después de lavar los pies a sus discípulos...»

Hoy, como en aquellos films que comienzan recordando un hecho pasado, la liturgia hace memoria de un gesto que pertenece al Jueves Santo: Jesús lava los pies a sus discípulos (cf. Jn 13,12). Así, este gesto —leído desde la perspectiva de la Pascua— recobra una vigencia perenne. Fijémonos, tan sólo, en tres ideas.

En primer lugar, la centralidad de la persona. En nuestra sociedad parece que hacer es el termómetro del valor de una persona. Dentro de esta dinámica es fácil que las personas sean tratadas como instrumentos; fácilmente nos utilizamos los unos a los otros. Hoy, el Evangelio nos urge a transformar esta dinámica en una dinámica de servicio: el otro nunca es un puro instrumento. Se trataría de vivir una espiritualidad de comunión, donde el otro —en expresión de San Juan Pablo II— llega a ser “alguien que me pertenece” y un “don para mí”, a quien hay que “dar espacio”. Nuestra lengua lo ha captado felizmente con la expresión: “estar por los demás”. ¿Estamos por los demás? ¿Les escuchamos cuando nos hablan?

En la sociedad de la imagen y de la comunicación, esto no es un mensaje a transmitir, sino una tarea a cumplir, a vivir cada día: «Dichosos seréis si lo cumplís» (Jn 13,17). Quizá por eso, el Maestro no se limita a una explicación: imprime el gesto de servicio en la memoria de aquellos discípulos, pasando inmediatamente a la memoria de la Iglesia; una memoria llamada constantemente a ser otra vez gesto: en la vida de tantas familias, de tantas personas.

Finalmente, un toque de alerta: «El que come mi pan ha alzado contra mí su talón» (Jn 13,18). En la Eucaristía, Jesús resucitado se hace servidor nuestro, nos lava los pies. Pero no es suficiente con la presencia física. Hay que aprender en la Eucaristía y sacar fuerzas para hacer realidad que «habiendo recibido el don del amor, muramos al pecado y vivamos para Dios» (San Fulgencio de Ruspe).

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miércoles, 28 de abril de 2021

MIERCOLES 28 DE ABRIL

 

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Miércoles 4 de Pascua

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Jn 12,44-50): En aquel tiempo, Jesús gritó y dijo: «El que cree en mí, no cree en mí, sino en aquel que me ha enviado; y el que me ve a mí, ve a aquel que me ha enviado. Yo, la luz, he venido al mundo para que todo el que crea en mí no siga en las tinieblas. Si alguno oye mis palabras y no las guarda, yo no le juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo. El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene quien le juzgue: la Palabra que yo he hablado, ésa le juzgará el último día; porque yo no he hablado por mi cuenta, sino que el Padre que me ha enviado me ha mandado lo que tengo que decir y hablar, y yo sé que su mandato es vida eterna. Por eso, lo que yo hablo lo hablo como el Padre me lo ha dicho a mí».

Comentario:P. Julio César RAMOS González SDB (Mendoza, Argentina)

«El que cree en mí, no cree en mí, sino en aquel que me ha enviado»

Hoy, Jesús grita; grita como quien dice palabras que deben ser escuchadas claramente por todos. Su grito sintetiza su misión salvadora, pues ha venido para «salvar al mundo» (Jn 12,47), pero no por sí mismo sino en nombre del «Padre que me ha enviado y me ha mandado lo que tengo que decir y hablar» (Jn 12,49).

Todavía no hace un mes que celebrábamos el Triduo Pascual: ¡cuán presente estuvo el Padre en la hora extrema, la hora de la Cruz! Como ha escrito San Juan Pablo II, «Jesús, abrumado por la previsión de la prueba que le espera, solo ante Dios, lo invoca con su habitual y tierna expresión de confianza: ‘Abbá, Padre’». En las siguientes horas, se hace patente el estrecho diálogo del Hijo con el Padre: «Padre, perdónales porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34); «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46).

La importancia de esta obra del Padre y de su enviado, se merece la respuesta personal de quien escucha. Esta respuesta es el creer, es decir, la fe (cf. Jn 12,44); fe que nos da —por el mismo Jesús— la luz para no seguir en tinieblas. Por el contrario, el que rechaza todos estos dones y manifestaciones, y no guarda esas palabras «ya tiene quien le juzgue: la Palabra» (Jn 12,48).

Aceptar a Jesús, entonces, es creer, ver, escuchar al Padre, significa no estar en tinieblas, obedecer el mandato de vida eterna. Bien nos viene la amonestación de san Juan de la Cruz: «[El Padre] todo nos lo habló junto y de una vez por esta sola Palabra (...). Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no sólo sería una necedad, sino que haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, evitando querer otra alguna cosa o novedad».

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martes, 27 de abril de 2021

MARTES 27 DE ABRIL

 

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Martes 4 de Pascua

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Jn 10,22-30): Se celebró por entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno. Jesús se paseaba por el Templo, en el pórtico de Salomón. Le rodearon los judíos, y le decían: «¿Hasta cuándo vas a tenernos en vilo? Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente». Jesús les respondió: «Ya os lo he dicho, pero no me creéis. Las obras que hago en nombre de mi Padre son las que dan testimonio de mí; pero vosotros no creéis porque no sois de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano. El Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno».

Comentario:Rev. D. Miquel MASATS i Roca (Girona, España)

«Yo y el Padre somos uno»

Hoy vemos a Jesús que se «paseaba por el Templo, en el pórtico de Salomón» (Jn 10,23), durante la fiesta de la Dedicación en Jerusalén. Entonces, los judíos le piden: «Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente», y Jesús les contesta: «Ya os lo he dicho, pero no me creéis» (Jn 10,24.25).

Sólo la fe capacita al hombre para reconocer a Jesucristo como el Hijo de Dios. San Juan Pablo II hablaba en el año 2000, en el encuentro con los jóvenes en Tor Vergata, del “laboratorio de la fe”. Para la pregunta «¿Quién dicen las gentes que soy yo?» (Lc 9,18) hay muchas respuestas... Pero, Jesús pasa después al plano personal: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Para contestar correctamente a esta pregunta es necesaria la “revelación del Padre”. Para responder como Pedro —«Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo» (Mt 16,16)— hace falta la gracia de Dios.

Pero, aunque Dios quiere que todo el mundo crea y se salve, sólo los hombres humildes están capacitados para acoger este don. «Con los humildes está la sabiduría», se lee en el libro de los Proverbios (11,2). La verdadera sabiduría del hombre consiste en fiarse de Dios.

Santo Tomás de Aquino comenta este pasaje del Evangelio diciendo: «Puedo ver gracias a la luz del sol, pero si cierro los ojos, no veo; pero esto no es por culpa del sol, sino por culpa mía».

Jesús les dice que si no creen, al menos crean por las obras que hace, que manifiestan el poder de Dios: «Las obras que hago en nombre de mi Padre son las que dan testimonio de mí» (Jn 10,25).

Jesús conoce a sus ovejas y sus ovejas escuchan su voz. La fe lleva al trato con Jesús en la oración. ¿Qué es la oración, sino el trato con Jesucristo, que sabemos que nos ama y nos lleva al Padre? El resultado y premio de esta intimidad con Jesús en esta vida, es la vida eterna, como hemos leído en el Evangelio.

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lunes, 26 de abril de 2021

LUNES 26 DE ABRIL

 

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Lunes 4 (B y C) de Pascua

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Jn 10,1-10): En aquel tiempo, Jesús habló así: «En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que escala por otro lado, ése es un ladrón y un salteador; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el portero, y las ovejas escuchan su voz; y a sus ovejas las llama una por una y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, va delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz. Pero no seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños». Jesús les dijo esta parábola, pero ellos no comprendieron lo que les hablaba.

Entonces Jesús les dijo de nuevo: «En verdad, en verdad os digo: yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido delante de mí son ladrones y salteadores; pero las ovejas no les escucharon. Yo soy la puerta; si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará pasto. El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia».

Comentario:Rev. D. Francesc PERARNAU i Cañellas (Girona, España)

«El que entra por la puerta es pastor de las ovejas (...) las ovejas escuchan su voz (...) y las ovejas le siguen, porque conocen su voz»

Hoy continuamos considerando una de las imágenes más bellas y más conocidas de la predicación de Jesús: el buen Pastor, sus ovejas y el redil. Todos tenemos en el recuerdo las figuras del buen Pastor que desde pequeños hemos contemplado. Una imagen que era muy querida por los primeros fieles y que forma parte ya del arte sacro cristiano del tiempo de las catacumbas. ¡Cuántas cosas nos evoca aquel pastor joven con la oveja herida sobre sus espaldas! Muchas veces nos hemos visto nosotros mismos representados en aquel pobre animal.

No hace mucho hemos celebrado la fiesta de la Pascua y, una vez más, hemos recordado que Jesús no hablaba en un lenguaje figurado cuando nos decía que el buen pastor da su vida por sus ovejas. Realmente lo hizo: su vida fue la prenda de nuestro rescate, con su vida compró la nuestra; gracias a esta entrega, nosotros hemos sido rescatados: «Yo soy la puerta; si uno entra por mí, estará a salvo» (Jn 10,9). Encontramos aquí la manifestación del gran misterio del amor inefable de Dios que llega hasta estos extremos inimaginables para salvar a cada criatura humana. Jesús lleva hasta el extremo su amor, hasta el punto de dar su vida. Resuenan todavía aquellas palabras del Evangelio de san Juan introduciéndonos en los momentos de la Pasión: «La víspera de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, como hubiera amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin» (Jn 13,1).

De entre las palabras de Jesús quisiera sugerir una profundización en éstas: «Yo soy el buen pastor, conozco a las mías y las mías me conocen a mí» (Jn 10,14); más todavía, «las ovejas escuchan su voz (...) y le siguen, porque conocen su voz» (Jn 10,3-4). Es verdad que Jesús nos conoce, pero, ¿podemos decir nosotros que le conocemos suficientemente bien a Él, que le amamos y que correspondemos como es debido?

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viernes, 23 de abril de 2021

DOMINGO 25 DE ABRIL

 

Comunidad de testimonio y servicio

Jornada mundial de oración por las vocaciones sacerdotales

Estamos en el «Domingo del Buen Pastor». El pueblo elegido de antiguo Testamento era un pueblo de pastores. Dios se adapta a su cultura y, en lenguaje de pastores, le habla al corazón, allá donde el hombre entiende, siente y ama.

El pastor no es un oficio corriente en nuestra cultura. Sólo conocemos imágenes pulcras del Buen Pastor. Pero la realidad de lo que entraña esa tarea, de los riesgos y trabajos, fatigas y preocupaciones que soportan los pastores nos escapa. A la luz de la Pascua, el evangelio de hoy nos invita a contemplar al Resucitado como Buen Pastor. Cristo Resucitado continúa presente en su Iglesia, camina con nosotros, conduce a su Pueblo.

LECTURAS:         

Hechos de los Apóstoles 4, 8-12: «Por su nombre se presenta éste sano ante ustedes

Salmo 23(22): «La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular»

1 carta Juan 3, 1-2: «Miren qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios»

San Juan 10, 11-18: «Yo soy el buen pastor»

Apacienta y pastorea

Apacentar es proporcionar alimento a las ovejas. Es preciso buscarlo en largas y fatigosas jornadas. El alimento que Dios da a su pueblo en Antiguo Testamento es  su Palabra, su presencia, su ley, la liturgia del templo, sus reyes y jefes que lo representan, la solidaridad que se establece entre los miembros del pueblo.

Pastorear es guiar el rebaño. La oveja necesita ser conducida. Es Dios el verdadero guía del pueblo. Lo hace a través de guías establecidos por él en su pueblo, principalmente sus reyes, sus profetas, sus maestros, sus maestros y sus sacerdotes. Es Dios quien ha fijado el destino final adonde el rebaño debe llegar a su realización definitiva. Pone al servicio del pueblo su poder y su conocimiento que trasciende el tiempo. «Aunque camine por cañadas oscuras nada temo porque el Señor va conmigo, decía el salmista.

De esa manera, comprensible para un pueblo de pastores, Dios describe su amor y preocupación incesante por el pueblo que se ha escogido. Los profetas lo dijeron hermosamente: Como un pastor que apacienta el rebaño su brazo lo reúne, toma en brazos los corderos y hace recostar a las madres (Is 40, 11). Se percibe el amor fiel, incansable y tierno de Dios por los suyos. La Comunidad ora por la vida y el ministerio de sus pastores (Papa, Obispos, Presbíteros y Diáconos) para que la gracia sacramental del Ministerio los confirme en el carisma recibido por la imposición de las manos y los colme de amor pastoral para el servicio del Pueblo de Dios.

Oración por las vocaciones

Estas son realidades que debemos vivir en nuestra experiencia de la vida cristiana. Este domingo se ha dedicado a la oración para que haya en la Iglesia muchos y muchas personas consagradas al servicio del rebaño. En nuestra vivencia de fe debemos pensar que todos y todas, sacerdotes, religiosos y religiosas, laicos y laicas estamos llamados por Dios a ser ovejas y también a prestar servicio de pastores. Lo son las jerarquías de la Iglesia pero lo son también todos aquellos que en la vida conducen a los demás. Los padres de familia en la educación y crianza de los hijos, los profesores y educadores, todos cuantos tienen a su cargo el presidir la marcha de los demás hacia un destino, lo hacen por encargo de Dios. El les confía su hijos e hijas para que los encaminen hacia el destino final pasando por la experiencia responsable de la vida en este mundo.

Representamos a Cristo

Somos representantes del gran Pastor de las ovejas, Cristo Señor, y como él debemos asumir el papel que él realizó. Entregar la vida por los demás, llenar de amor y conocimiento mutuos nuestra relación con los hermanos en la fe, saber que nadie nos pertenece como propiedad sino que el verdadero dueño, que es el Padre Dios, nos ha confiado sus hijos para que con seguridad los llevemos hasta él. Pastor no es el que indica caminos y dice por donde ir. El verdadero pastor es el que va delante, que enfrenta dificultades, que derrumba obstáculos, que conoce los caminos verdaderos y que a su turno, con inmensa docilidad y afecto se pone en seguimiento de los demás para cumplir la misión. Porque también debemos ser ovejas. En la Iglesia de Jesucristo los pastores, a su turno, también son ovejas, en camino hacia el Padre. Dios nos conceda la gracia de llenar así, con plenitud, nuestra vocación cristiana.

La autoridad del testimonio

La mejor manera de manifestar esa relación de Dios con el hombre es el testimonio de la vida cristiana. Dar visibilidad en el mundo al amor de Dios a través de nuestro compromiso con los demás en nombre de Jesucristo. Es la prolongación en la historia, de la encarnación de Jesucristo en el discípulo. Nuestra relación con Dios sigue siendo la misma: el Padre nos ama y nos conoce en Jesucristo su Hijo; nosotros lo conocemos y lo amamos en Jesucristo que nos lo revela. Dios sigue empeñado en nuestra realización y nuestra felicidad y en conducirnos hasta él. Nosotros debemos entrar en su designio, dejarnos llevar a donde él nos conduce, a él mismo. Hacerlo en unión con los hermanos y a favor de ellos. Tenemos responsabilidad frente a su felicidad y a su realización y ellos la tienen con nosotros. Nuestra solidaridad se vive no solo en la sociedad civil sino sobre todo en el seno de esa familia y comunidad que se llama la Iglesia. En una palabra todos somos ovejas amadas, cuidadas por el buen Pastor Jesucristo; y todos, cada uno en el lugar que ocupa en el plan de Dios, comparte la misión de Cristo, buen Pastor…Recibamos el alimento que nos da: su Palabra y la Eucaristía; dejémonos llevar junto con los hermanos gozosamente hasta donde él nos conduce. La lectura de los Hechos nos muestra como Pedro dio visibilidad a esa realidad en los primeros días de la Iglesia.

Ser pastor hoy

¿Cómo hablar hoy, en nuestra cultura ajena a ese lenguaje y esa experiencia de pastores, del amor de Dios Padre manifestado en Cristo Jesús, hacia el hombre de hoy, a cada uno de nosotros a quienes Dios ama con nombre propio?. Todavía ese lenguaje y esa cultura tenían limitaciones. Al fin y al cabo el pastor termina sacrificando la oveja en beneficio propio. En cambio en Dios es la máxima entrega, el máximo amor con el máximo desinterés propio. Dar la vida por la oveja es manifestar al máximo el amor de quien se sacrifica por el bien de los demás.

Relación con la Eucaristía

En cada Eucaristía Él nos dirige su Palabra y se nos da como alimento, y así se nos muestra entrañablemente como el Buen Pastor. Pero después nos envía a que también nosotros, cada uno en su ambiente, nos comportemos con su mismo estilo de entrega y cercanía para con los demás. No podemos ser buenos discípulos y seguidores de Jesús si no intentamos imitar su estilo de vida, su forma de relación con todos: «Hagan esto en conmemoración mía».

VIERNES 23 DE ABRIL

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Viernes 3 de Pascua

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Jn 6,52-59): En aquel tiempo, los judíos se pusieron a discutir entre sí y decían: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?». Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre». Esto lo dijo enseñando en la sinagoga, en Cafarnaúm.

Comentario:Rev. D. Àngel CALDAS i Bosch (Salt, Girona, España)

«En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros»

Hoy, Jesús hace tres afirmaciones capitales, como son: que se ha de comer la carne del Hijo del hombre y beber su sangre; que si no se comulga no se puede tener vida; y que esta vida es la vida eterna y es la condición para la resurrección (cf. Jn 6,53.58). No hay nada en el Evangelio tan claro, tan rotundo y tan definitivo como estas afirmaciones de Jesús.

No siempre los católicos estamos a la altura de lo que merece la Eucaristía: a veces se pretende “vivir” sin las condiciones de vida señaladas por Jesús y, sin embargo, como ha escrito San Juan Pablo II, «la Eucaristía es un don demasiado grande para admitir ambigüedades y reducciones».

“Comer para vivir”: comer la carne del Hijo del hombre para vivir como el Hijo del hombre. Este comer se llama “comunión”. Es un “comer”, y decimos “comer” para que quede clara la necesidad de la asimilación, de la identificación con Jesús. Se comulga para mantener la unión: para pensar como Él, para hablar como Él, para amar como Él. A los cristianos nos hacía falta la encíclica eucarística de Juan Pablo II, La Iglesia vive de la Eucaristía. Es una encíclica apasionada: es “fuego” porque la Eucaristía es ardiente.

«Vivamente he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer» (Lc 22,15), decía Jesús al atardecer del Jueves Santo. Hemos de recuperar el fervor eucarístico. Ninguna otra religión tiene una iniciativa semejante. Es Dios que baja hasta el corazón del hombre para establecer ahí una relación misteriosa de amor. Y desde ahí se construye la Iglesia y se toma parte en el dinamismo apostólico y eclesial de la Eucaristía.

Estamos tocando la entraña misma del misterio, como Tomás, que palpaba las heridas de Cristo resucitado. Los cristianos tendremos que revisar nuestra fidelidad al hecho eucarístico, tal como Cristo lo ha revelado y la Iglesia nos lo propone. Y tenemos que volver a vivir la “ternura” hacia la Eucaristía: genuflexiones pausadas y bien hechas, incremento del número de comuniones espirituales... Y, a partir de la Eucaristía, los hombres nos aparecerán sagrados, tal como son. Y les serviremos con una renovada

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