II DOMINGO DE PASCUA- DE LA MISERICORDIA
Desde la Misericordia de Dios, construir la paz en la
comunión
Cristo resucitó y con su
resurrección empieza el mundo nuevo y definitivo que nos lleva al Padre Dios.
La resurrección de Jesús es tan importante para nuestra fe, que los cristianos
la celebramos durante siete semanas, hasta el día de Pentecostés. Sin embargo,
llama la atención cómo, de hecho, a los cristianos no se nos identifica por un
estilo de vida o por una mentalidad característica, sino que en el ser y en el pensar
nos perdemos en la corriente anónima de un mundo paganizado y materialista.
Como grupo o comunidad dentro
de nuestra sociedad, no tenemos una personalidad definida. ¿Cuáles son los
elementos constitutivos de la Iglesia y los signos que debe ofrecer al mundo
para ser la esposa fiel a Cristo y a su misión salvadora? ¿Cuáles han de ser
los signos concretos de las comunidades cristianas dentro de la Iglesia?
Alegres con la Buena Nueva de
la Pascua del Señor, nos reunimos comunitariamente a celebrar la Acción de
Gracias que es la Eucaristía. La Palabra de este Domingo nos invita a tomar
conciencia de nuestra identidad cristiana y de nuestro compromiso serio de ser fermento
de transformación de la sociedad en que vivimos, «porque es eterna su Misericordia»
LECTURAS:
Hechos
de los Apóstoles 4, 32-35: «En el grupo de los creyentes todos
pensaban y sentían lo mismo»
Salmo
118(117): «Den gracias al Señor, porque es eterna su misericordia»
1Jn..
5, 1-6: «En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios»
San Juan
20, 19-31: «Felices los que crean sin haber visto»
La
Comunidad ideal:
De la
resurrección nace esa comunidad cristiana ideal. Primera experiencia de una Iglesia
que vive la resurrección. Todos, incluso los no cristianos, han mirado con
añoranza esa Iglesia primitiva de discípulos, verdadera edad de oro que soñaron
los poetas: Unidad total, solidaridad absoluta, abatimiento de toda diferencia,
hermandad conquistada. Hacia ella miramos con nostalgia cuando padecemos el
mundo en que vivimos hoy, hecho de egoísmos y búsqueda absurda de ventajas de
unos sobre otros. Los apóstoles tenían en ella un papel propio: anunciar la
Palabra y hacer viable esa experiencia. En una palabra: en esa comunidad todos
eran un solo corazón y una sola alma.
Nuestros
miedos
¿Cómo
podríamos hoy expresar en nuestro lenguaje este temor que tenía encerrados a los
apóstoles? Miedo al ambiente que nos rodea, miedo a la cultura dominante, miedo
a aparecer distintos, extraños, nuevos; miedo a ser perseguidos, miedo a
expresar libre y valientemente el mensaje que está dentro, miedo a dejar
estallar en sí las fuerzas del Evangelio, actitud cautelosa, sospechosa,
oculta.
¿A QUÉ NOS COMPROMETE la PALABRA?
Si queremos que el mundo en
que vivimos, lleno de violencias y enfrentamientos, cambie cada uno de nosotros
debe cambiar. Y para lograr ese cambio nuestro corazón debe cambiar y solo el
amor a Dios y al prójimo logrará ese cambio. A ello nos invita la resurrección
de Cristo. Ese es el gran mensaje práctico de la Pascua. Pertenecemos a un mundo
nuevo y la vida cristiana es la lucha por hacerlo realidad en nosotros y en los
demás. No son las consignas políticas, no son los llamados a entrar en los
derechos humanos por razones meramente humanas, los que lograrán ese cambio. Es
necesario entrar en el mundo nuevo que nos trae la resurrección. Ella no es
solamente un futuro que queremos vivir sino un presente que llevamos en el
corazón. El bautismo nos hace entrar en ese mundo de la resurrección y ella es
ya una realidad poseída y una esperanza que nos atrae.
Una vida como la de los
primeros cristianos en la que las barreras que separan se derrumban, donde la
solidaridad se fundamenta en una hermandad sin discriminaciones, nacida del ser
todos hijos de Dios, en la que la fuerza del Señor resucitado nos hace entrar en
una experiencia nueva, es la que estamos llamados a vivir como discípulos
misioneros.
Esa vida así buscada se debe
vivir en el mundo concreto donde cada uno vive su cotidianidad. Se hace con
personas y rostros conocidos pero también se abre a todos aquellos que llevan
como nosotros el sello de ser hijos de Dios…
Relación con la Eucaristía
El Señor Jesús, que se
manifestó a sus discípulos, les dio la Paz y les comunicó el Espíritu, se hace
presente entre nosotros en su Palabra, en el Pan y en el Vino que nos reparte,
convertidos en su Cuerpo y su Sangre, para alimentar su vida en nosotros, una
vida que recibimos en el Bautismo y que constantemente hemos de procurar
alimentar, cuidarla y hacerla crecer y fructificar.
Pero tal vez a nosotros nos
suceda lo mismo que a la comunidad de Corinto. Cada uno traía su propia cena
para tomarla aparte. Cada uno piensa en cumplir su precepto, en hacer su
oración. Así en lugar de comunidad, somos una aglomeración de personas que se ignoran.
Por eso pidamos perdón: Por
nuestros pecados de individualismo, que nos llevan a olvidar a nuestros
hermanos en la fe... Por el mal ejemplo que hemos dado los cristianos con
nuestras divisiones e injusticias... Por nuestros pecados de codicia, de apego
al dinero, por nuestro empeño en mantener situaciones injustas...
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