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Vida Nueva Cali - Reproductor

sábado, 30 de abril de 2022

DOMINGO 1 DE MAYO DE 2022

 

¡«Es el Señor»!

 Estamos ya en el tercer Domingo de Pascua. La resurrección de Jesús sigue siendo la Buena Noticia por excelencia. Es la que anuncia Pedro en su discurso a la gente («nosotros somos testigos de esto»), la que invoca Juan en el Apocalipsis cuando presenta a Cristo Jesús en su función de mediador entre Dios y los hombres ante el trono de Dios («Dios lo resucitó y le dio gloria»), y el centro de la conversación y de la experiencia de los discípulos en el lago en su encuentro con el Señor («¡es el Señor!»).

 

Lecturas:

 

Hechos de los Apóstoles. 5, 27b-32,40b-41: «Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo».

 

Salmo. 30 (29): «Te ensalzaré, Señor, porque me has librado»

 

Apocalipsis. 5,11-14: «Digno es el cordero degollado de recibir el poder y la alabanza»

 

Evangelio Según San Juan. 21, 1-19 «Dichos los que crean sin haber visto»

 

«Juntos para la Misión»

 

Los apóstoles se reúnen para trabajar juntos y, con Jesús comparten el pan, el pescado y la palabra, como en una Eucaristía junto al lago. Están «Juntos para la Misión». Una vez más Cristo resucitado se reúne con los Apóstoles, para enseñarles -e igualmente a nosotros- algo importante para su cristianismo. La enseñanza se da sobre todo a través del diálogo entre Jesús y Pedro. (Recordemos que Pedro había negado a Cristo la noche de la pasión): «Pedro, ¿me amas?... Sí, tú sabes que te amo... Entonces (sígueme) y apacienta mis ovejas».

 

¿Qué aprendemos de este diálogo?

 

Aprendemos que sobre todo Jesús está preocupado por nuestro amor y amistad, no tanto por nuestras faltas y fracasos. Aprendemos que ser cristiano es seguir a Jesús, tratar de imitarlo por amor. El cristianismo es Jesús que nos pregunta cada día si lo amamos, y es seguirlo de acuerdo con eso. Y también aprendemos que la mejor prueba y la mejor manera de seguir a Jesús es «atendiendo sus ovejas». Es decir, trabajar con Jesús en la Iglesia por la salvación de los demás, como «buenos obreros del Evangelio».

 

No podemos dejar de traer a la memoria - para reflexionarlas y llevarlas a la vida- las palabras que el Papa Francisco, en la homilía de la «Misa Crismal», dirigió a los Sacerdotes, cuando los invitó a la renovación de los compromisos sacerdotales:

 

«... Esto os pido: sed pastores con «olor a oveja», que eso se note... Es verdad que la así llamada crisis de identidad sacerdotal nos amenaza a todos y se suma a una crisis de civilización; pero si sabemos barrenar su ola, podremos meternos mar adentro en nombre del Señor y echar las redes. Es bueno que la realidad misma nos lleve a ir allí donde lo que somos por gracia se muestra claramente como pura gracia, en ese mar del mundo actual donde sólo vale la unción – y no la función – y resultan fecundas las redes echadas únicamente en el nombre de Aquél de quien nos hemos fiado: Jesús»

 

(Papa FRANCISCO, Homilía en la Misa Crismal, Basílica de San Pedro, Jueves Santo,

28 de Marzo 2013).

 

¿Qué nos pide hacer la Palabra?

 

El ejemplo de Pedro

 

Pedro es el primero que toma la iniciativa y anuncia a sus hermanos su decisión de salir a pescar. Pedro va hacia el mar, que es el mundo, va hacia los hermanos, porque sabe que ha sido constituido pescador de hombres igual que Jesús, que había salido del Padre para venir a plantar su tienda en medio de nosotros. Y también Pedro es el primero en reaccionar al anuncio de Juan que reconoce a Jesús presente en la orilla: se pone el vestido y se arroja al mar. Me parecen alusiones fuertes al bautismo, como si Pedro quisiese definitivamente borrar su pasado en aquellas aguas, como hace un catecúmeno que entra en la fuente bautismal.

 

Pedro se entrega a estas aguas purificadoras, se deja curar: se arroja en ellas, llevando consigo sus presunciones, sus culpas, el peso de la negación, el llanto. Para salir hombre nuevo al encuentro de su Señor. Antes de arrojarse, Pedro se ciñe el vestido, así como Jesús antes que él se había ceñido para lavar los pies de los discípulos en la última cena. Es el vestido del siervo, del que se entrega a los hermanos y precisamente este vestido cubre su desnudez. Es el vestido mismo del Señor, que lo envuelve en su amor y su perdón. Gracias a este amor Pedro podrá salir del mar, podrá resurgir, comenzar de nuevo. También se ha dicho de Jesús que salió del agua después de su bautismo: el mismo verbo, la misma experiencia unen al Maestro y al discípulo.

 

¡Pedro es ya un hombre nuevo! Por esto podrá afirmar por tres veces que ama al Señor. Aunque permanezca abierta en él la herida de su triple negación, ésta no es la última palabra: sino que es precisamente aquí donde Pedro conoce el perdón del Señor y conoce su debilidad, que se le descubre como el lugar de un amor más grande. Pedro recibe amor, un amor que va bien más allá de su traición, de su caída: un amor que lo hace capaz de servir a los hermanos, de llevarlos a pastar a las praderas jugosas del Señor.

 

Pedro se convertirá además de otras cosas en el Pastor bueno, como el mismo Jesús: también, en efecto, dará la vida por el rebaño, extenderá las manos a la crucifixión, como afirman las fuentes históricas. Crucificado con la cabeza hacia abajo, Pedro estará totalmente en esta posición, pero en el misterio de amor él se enderezará verdaderamente y llevará a cumplimiento aquel bautismo iniciado en el momento en el que se había arrojado al mar con el vestido. Se convierte entonces en un cordero que sigue al Pastor hasta la muerte.

 

Relación con la Eucaristía

 

Quizá en algunas iglesias empieza ya a notarse la presencia de los niños que comulgan por vez primera. El enlace de este hecho con la celebración pascual debería subrayarse; y puede ser una manera de recordar a todos que los cristianos celebramos la Pascua sobre todo comulgando con el Señor muerto y resucitado. A partir de ahí, cabe recordar el sentido del precepto de la comunión pascual

 

Algunas preguntas para pensar durante la semana

 

1.    ¿Ponemos la esencia del cristianismo en el amor a Cristo y a los demás, o sólo en prácticas y deberes?

2.    ¿Qué hago yo para atender las ovejas del Señor?

3.    ¿Estoy dispuesto, yo también, a hacer este recorrido de conversión?

4.    ¿Me dejo despertar por esta invitación de Jesús? ¿O prefiero seguir escondido, detrás de mis puertas cerradas por el miedo, como estaban los discípulos en el cenáculo?

5.    ¿Quiero decidirme a salir, a ir en pos de Jesús, a dejarme enviar por Él?

6.    Hay una barca siempre para mí, hay una vocación de amor que el Señor me ha dado.

7.    ¿Cuándo me decidiré a responder de verdad?

DOMINGO 1 DE MAYO DE 2022

 Domingo III (C) de Pascua

Texto del Evangelio (Jn 21,1-19): En aquel tiempo, se apareció Jesús otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Se manifestó de esta manera. Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Simón Pedro les dice: «Voy a pescar». Le contestan ellos: «También nosotros vamos contigo». Fueron y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada.

Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Díceles Jesús: «Muchachos, ¿no tenéis pescado?». Le contestaron: «No». Él les dijo: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis». La echaron, pues, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces. El discípulo a quien Jesús amaba dice entonces a Pedro: «Es el Señor». Al oír Simón Pedro que era el Señor se puso el vestido —pues estaba desnudo— y se lanzó al mar. Los demás discípulos vinieron en la barca, arrastrando la red con los peces; pues no distaban mucho de tierra, sino unos doscientos codos.

Nada más saltar a tierra, ven preparadas unas brasas y un pez sobre ellas y pan. Díceles Jesús: «Traed algunos de los peces que acabáis de pescar». Subió Simón Pedro y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aun siendo tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: «Venid y comed». Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres tú?», sabiendo que era el Señor. Viene entonces Jesús, toma el pan y se lo da; y de igual modo el pez. Esta fue ya la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.

Después de haber comido, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?». Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Le dice Jesús: «Apacienta mis corderos». Vuelve a decirle por segunda vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?». Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas». Le dice por tercera vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?». Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: «¿Me quieres?» y le dijo: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero». Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas. En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras». Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho esto, añadió: «Sígueme».

«Jesús les dice: ‘Venid y comed’»

Rev. D. Jaume GONZÁLEZ i Padrós(Barcelona, España)

Hoy, tercer Domingo de Pascua, contemplamos todavía las apariciones del Resucitado, este año según el evangelista Juan, en el impresionante capítulo veintiuno, todo él impregnado de referencias sacramentales, muy vivas para la comunidad cristiana de la primera generación, aquella que recogió el testimonio evangélico de los mismos Apóstoles.

Éstos, después de los acontecimientos pascuales, parece que retornan a su ocupación habitual, como habiendo olvidado que el Maestro los había convertido en “pescadores de hombres”. Un error que el evangelista reconoce, constatando que —a pesar de haberse esforzado— «no pescaron nada» (Jn 21,3). Era la noche de los discípulos. Sin embargo, al amanecer, la presencia conocida del Señor le da la vuelta a toda la escena. Simón Pedro, que antes había tomado la iniciativa en la pesca infructuosa, ahora recoge la red llena: ciento cincuenta y tres peces es el resultado, número que es la suma de los valores numéricos de Simón (76) y de ikhthys (=pescado, 77). ¡Significativo!

Así, cuando bajo la mirada del Señor glorificado y con su autoridad, los Apóstoles, con la primacía de Pedro —manifestada en la triple profesión de amor al Señor— ejercen su misión evangelizadora, se produce el milagro: “pescan hombres”. Los peces, una vez pescados, mueren cuando se los saca de su medio. Así mismo, los seres humanos también mueren si nadie los rescata de la oscuridad y de la asfixia, de una existencia alejada de Dios y envuelta de absurdidad, llevándolos a la luz, al aire y al calor de la vida. De la vida de Cristo, que él mismo alimenta desde la playa de su gloria, figura espléndida de la vida sacramental de la Iglesia y, primordialmente, de la Eucaristía. En ella el Señor da personalmente el pan y, con él, se da a sí mismo, como indica la presencia del pez, que para la primera comunidad cristiana era un símbolo de Cristo y, por tanto, del cristiano.

Pensamientos para el Evangelio de hoy

  • «Y habiendo comido delante de ellos, tomó las sobras y se las dio. Para demostrarles la veracidad de su resurrección, se dignó a comer con ellos, para que viesen que había resucitado de una manera real, y no de un modo imaginario» (San Beda)

  • «¿Cuál es hoy la mirada de Jesús sobre mí? ¿Cómo me mira Jesús? ¿Con una llamada? ¿Con un perdón? ¿Con una misión? Estamos todos bajo la mirada de Jesús. Él mira siempre con amor. Nos pide algo y nos da una misión» (Francisco)

  • «El encuentro con Jesús resucitado se convierte en adoración: ‘Señor mío y Dios mío’ (Jn 20,28). Entonces toma una connotación de amor y de afecto que quedará como propio de la tradición cristiana: ‘¡Es el Señor!’ (Jn 21,7)» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 448)

SABADO 30 DE ABRIL DE 2022

 Sábado 2 de Pascua

Texto del Evangelio (Jn 6,16-21): Al atardecer, los discípulos de Jesús bajaron a la orilla del mar, y subiendo a una barca, se dirigían al otro lado del mar, a Cafarnaúm. Había ya oscurecido, y Jesús todavía no había venido donde ellos; soplaba un fuerte viento y el mar comenzó a encresparse. Cuando habían remado unos veinticinco o treinta estadios, ven a Jesús que caminaba sobre el mar y se acercaba a la barca, y tuvieron miedo. Pero Él les dijo: «Soy yo. No temáis». Quisieron recogerle en la barca, pero en seguida la barca tocó tierra en el lugar a donde se dirigían.

«Soy yo. No temáis»

Rev. D. Vicenç GUINOT i Gómez(Sant Feliu de Llobregat, España)

Hoy, Jesús nos desconcierta. Estábamos acostumbrados a un Redentor que, presto para atender todo tipo de indigencia humana, no dudaba en recorrer a su poder divino. De hecho, la acción transcurre justo después de la multiplicación de los panes y peces a favor de la multitud hambrienta. Ahora, en cambio, nos desconcierta un milagro —el hecho de andar sobre las aguas— que parece, a primera vista, una acción de cara a la galería. ¡Pero no!, Jesús ya había descartado el uso de su poder divino para buscar el lucimiento o el provecho personal cuando al inicio de su misión rechazó las tentaciones del Maligno.

Al andar sobre las aguas, Jesucristo está mostrando su señorío sobre las cosas creadas. Pero también podemos ver una escenificación de su dominio sobre el Maligno, representado por un mar embravecido en la oscuridad.

«No temáis» (Jn 6,20), les decía Jesús en aquella ocasión. «Confiad, yo he vencido al mundo» (Jn 16,33), les dirá después en el Cenáculo. Finalmente, es Jesús quien dice a las mujeres en la mañana de Pascua, después de levantarse del sepulcro: «No tengáis miedo». Nosotros, por el testimonio de los Apóstoles, sabemos de su victoria sobre los enemigos del hombre, el pecado y la muerte. Por esto, hoy, sus palabras resuenan en nuestro corazón con una fuerza especial, porque son las palabras de Alguien que está vivo.

Las mismas palabras que Jesús dirigía a Pedro y a los Apóstoles las repetía San Juan Pablo II, sucesor de Pedro, al inicio de su pontificado: «No tengáis miedo». Era una llamada a abrir el corazón, la propia existencia al Redentor para que con Él no temamos ante los embates de los enemigos de Cristo.

Ante la personal fragilidad para llevar a buen puerto las misiones que el Señor nos pide (una vocación, un proyecto apostólico, un servicio...), nos consuela saber que María también —criatura como nosotros— oyó las mismas palabras de parte del ángel antes de afrontar la misión que el Señor le tenía encomendada. Aprendamos de ella a acoger la invitación de Jesús cada día, en cada circunstancia.

Pensamientos para el Evangelio de hoy

  • «Jesús prefería proclamarse y manifestarse como Cristo con sus actos, más que con sus palabras» (Orígenes)

  • «Entre la multiplicación de los panes y el discurso eucarístico en la Sinagoga de Cafarnaúm, tiene lugar la escena de Jesucristo caminando sobre las aguas. Un acontecimiento oportuno para introducir la comparación entre Moisés y Jesús. El primero —por el poder de Dios— dividió las aguas del mar para atravesarlo pisando tierra; Jesús, simplemente, camina sobre las mismas. Él es el “Yo soy”» (Benedicto XVI)

  • «Orar es siempre posible: el tiempo del cristiano es el de Cristo resucitado que está ‘con nosotros, todos los días’ (Mt 28,20), cualesquiera que sean las tempestades. Nuestro tiempo está en las manos de Dios» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2.743)

viernes, 29 de abril de 2022

VIERNES 29 DE ABRIL DE 2022

 Viernes 2 de Pascua

Texto del Evangelio (Jn 6,1-15): En aquel tiempo, se fue Jesús a la otra ribera del mar de Galilea, el de Tiberíades, y mucha gente le seguía porque veían las señales que realizaba en los enfermos. Subió Jesús al monte y se sentó allí en compañía de sus discípulos. Estaba próxima la Pascua, la fiesta de los judíos. Al levantar Jesús los ojos y ver que venía hacia Él mucha gente, dice a Felipe: «¿Dónde vamos a comprar panes para que coman éstos?». Se lo decía para probarle, porque Él sabía lo que iba a hacer. Felipe le contestó: «Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco». Le dice uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?».

Dijo Jesús: «Haced que se recueste la gente». Había en el lugar mucha hierba. Se recostaron, pues, los hombres en número de unos cinco mil. Tomó entonces Jesús los panes y, después de dar gracias, los repartió entre los que estaban recostados y lo mismo los peces, todo lo que quisieron. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: «Recoged los trozos sobrantes para que nada se pierda». Los recogieron, pues, y llenaron doce canastos con los trozos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido. Al ver la gente la señal que había realizado, decía: «Éste es verdaderamente el profeta que iba a venir al mundo». Dándose cuenta Jesús de que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte Él solo.

«Se lo decía para probarle, porque Él sabía lo que iba a hacer»

Rev. D. Jordi POU i Sabater(Sant Jordi Desvalls, Girona, España)

Hoy leemos el Evangelio de la multiplicación de los panes: «Tomó entonces Jesús los panes y, después de dar gracias, los repartió entre los que estaban recostados y lo mismo los peces, todo lo que quisieron» (Jn 6,11). El agobio de los Apóstoles ante tanta gente hambrienta nos hace pensar en una multitud actual, no hambrienta, sino peor aún: alejada de Dios, con una “anorexia espiritual”, que impide participar de la Pascua y conocer a Jesús. No sabemos cómo llegar a tanta gente... Aletea en la lectura de hoy un mensaje de esperanza: no importa la falta de medios, sino los recursos sobrenaturales; no seamos “realistas”, sino “confiados” en Dios. Así, cuando Jesús pregunta a Felipe dónde podían comprar pan para todos, en realidad «se lo decía para probarle, porque Él sabía lo que iba a hacer» (Jn 6,5-6). El Señor espera que confiemos en Él.

Al contemplar esos “signos de los tiempos”, no queremos pasividad (pereza, languidez por falta de lucha...), sino esperanza: el Señor, para hacer el milagro, quiere la dedicación de los Apóstoles y la generosidad del joven que entrega unos panes y peces. Jesús aumenta nuestra fe, obediencia y audacia, aunque no veamos enseguida el fruto del trabajo, como el campesino no ve despuntar el tallo después de la siembra. «Fe, pues, sin permitir que nos domine el desaliento; sin pararnos en cálculos meramente humanos. Para superar los obstáculos, hay que empezar trabajando, metiéndonos de lleno en la tarea, de manera que el mismo esfuerzo nos lleve a abrir nuevas veredas» (San Josemaría), que aparecerán de modo insospechado.

No esperemos el momento ideal para poner lo que esté de nuestra parte: ¡cuanto antes!, pues Jesús nos espera para hacer el milagro. «Las dificultades que presenta el panorama mundial en este comienzo del nuevo milenio nos inducen a pensar que sólo una intervención de lo alto puede hacer esperar un futuro menos oscuro», escribió San Juan Pablo II. Acompañemos con el Rosario a la Virgen, pues su intercesión se ha hecho notar en tantos momentos delicados por los que ha surcado la historia de la Humanidad.

Pensamientos para el Evangelio de hoy

  • «Jesús no contaba con una cantidad suficiente de bienes materiales (…). Lo que la razón humana no se atrevía a esperar, con Jesús se hizo realidad gracias al corazón generoso de un muchacho» (San Juan Pablo II)

  • «Jesús no permite que la necesidad del hombre se reduzca al pan, a las necesidades biológicas y materiales. ‘No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios’ (Mt 4,4; Dt 8,3)» (Benedicto XVI)

  • «Al liberar a algunos hombres de los males terrenos (…), Jesús realizó unos signos mesiánicos. No obstante, no vino para abolir todos los males aquí abajo, sino a liberar a los hombres de la esclavitud más grave, la del pecado (…), causa de todas sus servidumbres humanas» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 549)

jueves, 28 de abril de 2022

JUEVES 28 DE ABRIL DE 2022

 Jueves 2 de Pascua

Texto del Evangelio (Jn 3,31-36): El que viene de arriba está por encima de todos: el que es de la tierra, es de la tierra y habla de la tierra. El que viene del cielo, da testimonio de lo que ha visto y oído, y su testimonio nadie lo acepta. El que acepta su testimonio certifica que Dios es veraz. Porque aquel a quien Dios ha enviado habla las palabras de Dios, porque da el Espíritu sin medida. El Padre ama al Hijo y ha puesto todo en su mano. El que cree en el Hijo tiene vida eterna; el que rehúsa creer en el Hijo, no verá la vida, sino que la cólera de Dios permanece sobre él.

«El que cree en el Hijo tiene vida eterna»

Rev. D. Melcior QUEROL i Solà(Ribes de Freser, Girona, España)

Hoy, el Evangelio nos invita a dejar de ser “terrenales”, a dejar de ser hombres que sólo hablan de cosas mundanas, para hablar y movernos como «el que viene de arriba» (Jn 3,31), que es Jesús. En este texto vemos —una vez más— que en la radicalidad evangélica no hay término medio. Es necesario que en todo momento y circunstancia nos esforcemos por tener el pensamiento de Dios, ambicionemos tener los mismos sentimientos de Cristo y aspiremos a mirar a los hombres y las circunstancias con la misma mirada del Verbo hecho hombre. Si actuamos como “el que viene de arriba” descubriremos el montón de cosas positivas que pasan continuamente a nuestro alrededor, porque el amor de Dios es acción continua a favor del hombre. Si venimos de lo alto amaremos a todo el mundo sin excepción, siendo nuestra vida una tarjeta de invitación para hacer lo mismo.

«El que viene de arriba está por encima de todos» (Jn 3,31), por esto puede servir a cada hombre y a cada mujer justo en aquello que necesita; además «da testimonio de lo que ha visto y oído» (Jn 3,32). Y su servicio tiene el sello de la gratuidad. Esta actitud de servir sin esperar nada a cambio, sin necesitar la respuesta del otro, crea un ambiente profundamente humano y de respeto al libre albedrío de la persona; esta actitud se contagia y los otros se sienten libremente movidos a responder y actuar de la misma manera.

Servicio y testimonio siempre van juntos, el uno y el otro se identifican. Nuestro mundo tiene necesidad de aquello que es auténtico: ¿qué más auténtico que las palabras de Dios?, ¿qué más auténtico que quien «da el Espíritu sin medida» (Jn 3,34)? Es por esto que «el que acepta su testimonio certifica que Dios es veraz» (Jn 3,33).

“Creer en el Hijo” quiere decir tener vida eterna, significa que el día del Juicio no pesa encima del creyente porque ya ha sido juzgado y con un juicio favorable; en cambio, «el que rehúsa creer en el Hijo, no verá la vida, sino que la cólera de Dios permanece sobre él» (Jn 3,36)..., mientras no crea.

Pensamientos para el Evangelio de hoy

  • «Y ahora yo pregunto, ¿qué hay más admirable que la belleza de Dios? ¿Puede pensarse en algo más dulce y agradable que la magnificencia divina? El resplandor de la belleza divina es algo absolutamente inefable e inenarrable» (San Basilio Magno)

  • «La obediencia muchas veces nos conduce por una senda que no es la que yo pienso que debe ser: existe otra, la obediencia de Jesús que dice al Padre en el huerto de los Olivos ‘que se cumpla tu voluntad’» (Francisco)

  • «Creer en Cristo Jesús y en aquél que lo envió para salvarnos es necesario para obtener esa salvación. Ya que ‘sin la fe... es imposible agradar a Dios’ (Hb 11,6) y llegar a participar en la condición de sus hijos (…)» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 161)

miércoles, 27 de abril de 2022

MIERCOLES 27 DE ABRIL DE 2022

 Miércoles 2 de Pascua

Texto del Evangelio (Jn 3,16-21): En aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. El que cree en Él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios. Y el juicio está en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras. Pero el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios».

«Vino la luz al mundo»

Fr. Damien LIN Yuanheng(Singapore, Singapur)

Hoy, ante la miríada de opiniones que plantea la vida moderna, puede parecer que la verdad ya no existe —la verdad acerca de Dios, la verdad sobre los temas relativos al género humano, la verdad sobre el matrimonio, las verdades morales y, en última instancia, la verdad sobre mí mismo.

El pasaje del Evangelio de hoy identifica a Jesucristo como «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6). Sin Jesús sólo encontramos desolación, falsedad y muerte. Sólo hay un camino, y sólo uno que lleve al Cielo,que se llama Jesucristo.

Cristo no es una opinión más. Jesucristo es la auténtica Verdad. Negar la verdad es como insistir en cerrar los ojos ante la luz del Sol. Tanto si le gusta como si no, el Sol siempre estará ahí; pero el infeliz ha escogido libremente cerrar sus ojos ante el Sol de la verdad. De igual forma, muchos se consumen en sus carreras con una tremenda fuerza de voluntad y exigen emplear todo su potencial, olvidando que tan solo pueden alcanzar la verdad acerca de sí mismos caminando junto a Jesucristo.

Por otra parte, según Benedicto XVI, «cada uno encuentra su propio bien asumiendo el proyecto que Dios tiene sobre él, para realizarlo plenamente: en efecto, encuentra en dicho proyecto su verdad y, aceptando esta verdad, se hace libre (cf. Jn 8,32)» (Encíclica "Caritas in Veritate"). La verdad de cada uno es una llamada a convertirse en el hijo o la hija de Dios en la Casa Celestial: «Porque ésta es la voluntad de Dios: tu santificación» (1Tes 4,3). Dios quiere hijos e hijas libres, no esclavos.

En realidad, el “yo” perfecto es un proyecto común entre Dios y yo. Cuando buscamos la santidad, empezamos a reflejar la verdad de Dios en nuestras vidas. El Papa lo dijo de una forma hermosísima: «Cada santo es como un rayo de luz que sale de la Palabra de Dios» (Exhortación apostólica "Verbum Domini").

Pensamientos para el Evangelio de hoy

  • «¡Oh mensaje lleno de felicidad y de hermosura! Él quiere convertirnos en sus hermanos, y, al llevar su humanidad al Padre, arrastra tras de sí a todos los que ahora son ya de su raza» (San Gregorio de Nisa)

  • «Si en la creación el Padre nos dio la prueba de su inmenso amor dándonos la vida, en la pasión y en la muerte de su Hijo nos dio “la prueba de las pruebas”: vino a sufrir y morir por nosotros» (Francisco)

  • «El amor de Dios a Israel es comparado al amor de un padre a su hijo. Este amor es más fuerte que el amor de una madre a sus hijos. Dios ama a su Pueblo más que un esposo a su amada (Is 62,4-5); este amor vencerá incluso las peores infidelidades; llegará hasta el don más precioso: ‘Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único’ (Jn 3,16)» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 219)

martes, 26 de abril de 2022

MARTES 26 DE ABRIL DE 2022

 Martes 2 de Pascua

Texto del Evangelio (Jn 3,7-15): En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: «No te asombres de que te haya dicho: ‘Tenéis que nacer de lo alto’. El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu». Respondió Nicodemo: «¿Cómo puede ser eso?». Jesús le respondió: «Tú eres maestro en Israel y ¿no sabes estas cosas? En verdad, en verdad te digo: nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero vosotros no aceptáis nuestro testimonio. Si al deciros cosas de la tierra, no creéis, ¿cómo vais a creer si os digo cosas del cielo? Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por él vida eterna».

«Tenéis que nacer de lo alto»

Rev. D. Xavier SOBREVÍA i Vidal(Sant Just Desvern, Barcelona, España)

Hoy, Jesús nos expone la dificultad de prevenir y conocer la acción del Espíritu Santo: de hecho, «sopla donde quiere» (Jn 3,8). Esto lo relaciona con el testimonio que Él mismo está dando y con la necesidad de nacer de lo alto. «Tenéis que nacer de lo alto» (Jn 3,7), dice el Señor con claridad; es necesaria una nueva vida para poder entrar en la vida eterna. No es suficiente con un ir tirando para llegar al Reino del Cielo, se necesita una vida nueva regenerada por la acción del Espíritu de Dios. Nuestra vida profesional, familiar, deportiva, cultural, lúdica y, sobre todo, de piedad tiene que ser transformada por el sentido cristiano y por la acción de Dios. Todo, transversalmente, ha de ser impregnado por su Espíritu. Nada, absolutamente nada, debiera quedar fuera de la renovación que Dios realiza en nosotros con su Espíritu.

Una transformación que tiene a Jesucristo como catalizador. Él, que antes había de ser elevado en la Cruz y que también tenía que resucitar, es quien puede hacer que el Espíritu de Dios nos sea enviado. Él que ha venido de lo alto. Él que ha mostrado con muchos milagros su poder y su bondad. Él que en todo hace la voluntad del Padre. Él que ha sufrido hasta derramar la última gota de sangre por nosotros. Gracias al Espíritu que nos enviará, nosotros «podemos subir al Reino de los Cielos, por Él obtenemos la adopción filial, por Él se nos da la confianza de nombrar a Dios con el nombre de “Padre”, la participación de la gracia de Cristo y el derecho a participar de la gloria eterna» (San Basilio el Grande).

Hagamos que la acción del Espíritu tenga acogida en nosotros, escuchémosle, y apliquemos sus inspiraciones para que cada uno sea —en su lugar habitual— un buen ejemplo elevado que irradie la luz de Cristo.

Pensamientos para el Evangelio de hoy

  • «[Cristo], en su venida, ha traído consigo toda novedad» (San Ireneo)

  • «Él siempre puede, con su novedad, renovar nuestra vida y nuestra comunidad y, aunque atraviese épocas oscuras y debilidades eclesiales, la propuesta cristiana nunca envejece» (Francisco)

  • «El agua bautismal es entonces consagrada mediante una oración de epíclesis (en el momento mismo o en la noche pascual). La Iglesia pide a Dios que, por medio de su Hijo, el poder del Espíritu Santo descienda sobre esta agua, a fin de que los que sean bautizados con ella ‘nazcan del agua y del Espíritu’ (Jn 3,5)» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1.238)

lunes, 25 de abril de 2022

LUNES 25 DE ABRIL DE 2022

 25 de Abril: San Marcos, evangelista

Texto del Evangelio (Mc 16,15-20): En aquel tiempo, Jesús se apareció a los once y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará. Estas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien».

Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios. Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban.

«Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación»

Mons. Agustí CORTÉS i Soriano Obispo de Sant Feliu de Llobregat(Barcelona, España)

Hoy habría mucho que hablar sobre la cuestión de por qué no resuena con fuerza y convicción la palabra del Evangelio, por qué guardamos los cristianos un silencio sospechoso acerca de lo que creemos, a pesar de la llamada a la “nueva evangelización”. Cada uno hará su propio análisis y apuntará su particular interpretación.

Pero en la fiesta de san Marcos, escuchando el Evangelio y mirando al evangelizador, no podemos sino proclamar con seguridad y agradecimiento dónde está la fuente y en qué consiste la fuerza de nuestra palabra.

El evangelizador no habla porque así se lo recomienda un estudio sociológico del momento, ni porque se lo dicte la “prudencia” política, ni porque “le nace decir lo que piensa”. Sin más, se le ha impuesto una presencia y un mandato, desde fuera, sin coacción, pero con la autoridad de quien es digno de todo crédito: «Ve al mundo entero y proclama el Evangelio a toda la creación» (cf. Mc 16,15). Es decir, que evangelizamos por obediencia, bien que gozosa y confiadamente.

Nuestra palabra, por otra parte, no se presenta como una más en el mercado de las ideas o de las opiniones, sino que tiene todo el peso de los mensajes fuertes y definitivos. De su aceptación o rechazo dependen la vida o la muerte; y su verdad, su capacidad de convicción, viene por la vía testimonial, es decir, aparece acreditada por signos de poder en favor de los necesitados. Por eso es, propiamente, una “proclamación”, una declaración pública, feliz, entusiasmada, de un hecho decisivo y salvador.

¿Por qué, pues, nuestro silencio? ¿Miedo, timidez? Decía san Justino que «aquellos ignorantes e incapaces de elocuencia, persuadieron por la virtud a todo el género humano». El signo o milagro de la virtud es nuestra elocuencia. Dejemos al menos que el Señor en medio de nosotros y con nosotros realice su obra: estaba «colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban» (Mc 16,20).

Pensamientos para el Evangelio de hoy

  • «Al igual que el sol, criatura de Dios, es uno y el mismo en todo el mundo, así también la predicación de la verdad resplandece por doquier e ilumina a todos aquellos que quieren llegar al conocimiento de la verdad» (San Irineo de Lyon)

  • «Todos estamos llamados a ser escritores vivos del Evangelio, portadores de la Buena Noticia a todo hombre y mujer de hoy» (Francisco)

  • «Desde la Ascensión, el designio de Dios ha entrado en su consumación. Estamos ya en la ‘última hora’ (1Jn 2,18). ‘El final de la historia ha llegado ya a nosotros y la renovación del mundo está ya decidida de manera irrevocable e incluso de alguna manera real está ya por anticipado en este mundo. La Iglesia, en efecto, ya en la tierra, se caracteriza por una verdadera santidad, aunque todavía imperfecta’ (Concilio Vaticano II). El Reino de Cristo manifiesta ya su presencia por los signos milagrosos (cf. Mc 16,17-18) que acompañan a su anuncio por la Iglesia (cf. Mc 16,20)» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 670)

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