«Dichosos los que crean sin haber visto».
El tiempo pascual es un tiempo para profundizar, durante varios
Domingos, en los dones que Dios nos concede a través de la resurrección de
Jesús. En este Domingo la Iglesia nos hace reflexionar sobre los dones de la
caridad fraterna, la fe y la paz. El Domingo pasado celebrábamos la
resurrección del Señor. Es el día de Pascua por excelencia. Pero el «tiempo de
Pascua» no se acaba en el Domingo pasado. Hoy, y los restantes Domingos del año,
son el día del Señor. El día en que su resurrección nos reúne para celebrar ese
gran acontecimiento y para compartir el gozo de nuestra fe. Es, también, el día
de la acción de gracias a Dios por habernos favorecido de esta manera. Por la
muerte y resurrección del Señor hemos sido perdonados, por su gran misericordia.
Una vez más renovamos nuestro arrepentimiento y el ruego de perdón para nuestras
debilidades y pecados.
Lecturas:
Hechos de los Apóstoles. 15, 12-16: «Nosotros hemos comido y bebido con
Él después de su resurrección».
Salmo. 118(117): «Den gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna
su misericordia»
Apocalipsis. 1, 9-13.17-19: «Estaba muerto, y ya ves, vivo por los
siglos de los siglos»
Evangelio Según San Juan. 20, 19-31 «Dichos los que
crean sin haber visto»
Los discípulos están viviendo un día extraordinario. El día siguiente al
sábado, en el momento en el que viene escrito el cuarto evangelio, es ya para
la comunidad “el día del Señor”, “Dies Domini” (Domingo) y tiene más
importancia que la tradición del sábado para los Judíos.
Dice el Evangelio de Juan: «En la tarde de aquel mismo día, el primero
de la semana, y estando los discípulos con las puertas cerradas, por miedo a
los judíos, llegó Jesús». Estas palabras nos describen las circunstancias de
tiempo y de lugar en las que Jesús se presentó vivo, después de la
Resurrección, a sus discípulos. Se presentó «en la tarde de aquel mismo día, el
primero de la semana, estando los discípulos con las puertas cerradas». No sin
motivo el evangelista reúne aquí una serie de detalles, de particulares: la tarde,
la tarde de aquel mismo día, el primero después del sábado, con las puertas
cerradas.
¿Qué quiere evocar el evangelista con estas
indicaciones?
La tarde es ciertamente el momento de la tristeza y de la soledad. Sin
embargo, es «la tarde de aquel mismo día, el primero después del sábado». Y con
estas palabras el evangelista se refiere a todo lo que había dicho. Es el día
en el que María Magdalena fue a la tumba, y la narración comienza precisamente
con las palabras: «el primer día después del sábado».
Es la tarde de la tumba vacía, la tarde del anuncio, la tarde de la
Resurrección. Sin embargo, nos dice el evangelista, se encuentran «con las
puertas cerradas por miedo a los judíos». Hay una atmósfera de miedo. No ha
sido suficiente el anuncio, no bastan los signos, se necesita algo más. El
miedo se expresa con la imagen de las puertas cerradas: miedo y encierro van
juntos. Mientras la alegría es la madre de la comunicación, de la apertura, del
impulso hacia los demás, el miedo está a la base del cierre sobre sí mismo.
En esta situación es en la que Jesús viene. Más aún, el texto dice: se
puso «en medio de ellos». Por tanto, no en alto, como hubiera podido hacerlo
demostrando su superioridad; no a un lado como juzgándolos, sino «en medio de
ellos», a su nivel, en una igualdad de relación, en una fraternidad por sí
misma significativa. Esta expresión es nueva en el Evangelio: «Jesús se puso en
medio»". Jesús se puso en medio de su Iglesia, la consuela en su temor con
el anuncio de paz.
Continuando la lectura de Juan, encontramos que Jesús exclamó: «Paz a
ustedes». La palabra de Jesús no es una palabra obvia, que se suponía. Más bien
hubiera podido presentarse con palabras de reproche, con palabras doloridas:
«¿Por qué me abandonaron, hombres de poca fe? ¿A dónde fueron a parar todas sus
promesas? ¿En dónde estás, Pedro, que me gritabas tu fidelidad hasta la
muerte?»; Jesús hubiera podido hacerlos enrojecer, humillarlos, avergonzarlos,
sacudirlos, y lo hace, pero con esta dulcísima palabra: «Paz a ustedes».
Palabra de ánimo, palabra de misericordia, palabra de confianza.
Es la paz que había prometido cuando estaban afligidos por su partida,
la paz mesiánica, el cumplimiento de las promesas de Dios, la liberación de
todo miedo, la victoria sobre el pecado y sobre la muerte, la reconciliación con
Dios, fruto de su Pasión, don gratuito de Dios.
El texto dice también que Jesús «les mostró las manos y el costado», es decir,
les mostró sus estigmas, sus llagas. Jesús refuerza las pruebas evidentes y
tangibles de que es Él el que ha sido crucificado. Al mostrar las heridas
quiere hacer evidente que la paz que Él da, viene de la Cruz. Forman parte de
su identidad de Resucitado.
«Y los discípulos se alegraron al ver al Señor». Es el mismo gozo que expresa
el profeta Isaías al describir el banquete divino, el gozo escatológico, que
había preanunciado en los discursos de despedida, gozo que ninguno jamás podrá
arrebatar. No se asustan, no sienten repugnancia por los signos de la Pasión,
por las llagas, sino que se alegraron por la alegría del
Crucificado-Resucitado.
La manifestación del Resucitado despierta la FE
Cristo se apareció a los apóstoles escondidos en una casa y entró con
las puertas cerradas. Pero Tomás, que no estaba presente durante esta aparición,
permaneció incrédulo. Desea ver, no acepta ni le basta con oír hablar de ella.
Cierra los oídos y quiere abrir el corazón. Le quema la impaciencia.
Creer en el Señor Resucitado es situarse con fe ante una nueva
visibilidad: la presencia del Señor en la historia por sus signos y gestos
salvadores en su Iglesia. De aquí la misión, la infusión del Espíritu y el
poder de perdonar. La aparición a los diez discípulos en el cenáculo tiene un
sentido profundo y lógico. Desde la más antigua predicación apostólica se unen
en el mensaje la pasión y la resurrección como fundamento de la conversión y de
la fe a la que sigue la remisión de los pecados. Juan recoge este esquema y lo
trabaja a su estilo. Jesús transmite su Espíritu a sus apóstoles: es el don
propio de Jesús en este evangelio, y los hace partícipes de su misión.
De modo que esta aparición nos descubre otro rasgo de la unión entre
Jesús y el Padre, unión a la que en adelante se incorpora la iglesia. Los
apóstoles continuarán la misma misión salvadora de Jesús y como él podrán
perdonar los pecados. Vencida ya la muerte, queda vencido así el pecado, el
último obstáculo que impedía el acceso de los hombres a la vida gloriosa de
Jesús.
Y es definitivamente mejor experimentar a Jesús a través de la fe qué a
través de nuestros sentidos. "Tú crees porque me viste. Bienaventurados
aquellos que no ven y creen". Hoy no estamos en situación peor, con
respecto a Jesús, que los discípulos de su tiempo. Este Evangelio tiene además
otro significado importante: Jesús ofrece a los discípulos el don de la paz. La
verdadera paz es un don pascual, porque hoy día la paz es tan importante como
el amor, y es uno de los frutos del amor.
Juan narra las apariciones para despertar la fe. Si antes se apoyaba en
otros signos, los de ahora se basan en el nuevo modo de presencia del Señor
Resucitado. Pretenden las apariciones, la identificación del Resucitado con el
Jesús conocido de los apóstoles.
¿Qué nos pide hacer la Palabra?
Miedo y encerramiento
¿Cómo podríamos hoy expresar en nuestro lenguaje este temor que tenía
encerrados a los apóstoles? Miedo al ambiente que nos rodea, miedo a la cultura
dominante, miedo a aparecer distintos, extraños, nuevos; miedo a ser
perseguidos, miedo a expresar libre y valientemente el mensaje que está dentro,
miedo a dejar estallaren sí las fuerzas del Evangelio, actitud cautelosa,
sospechosa, oculta.
Nosotros, en la escuela del Apóstol Tomás, queremos asomarnos a esas
Llagas gloriosas de Cristo, porque ante nuestros propios problemas, quisiéramos
que no se dieran esas llagas; a veces quisiéramos que nuestros dolores,
dificultades, frustraciones o fracasos no se dieran. Y resulta que el camino de
la Cruz y el camino de la Pascua no es distinto: a Cristo se le ven bien las
Llagas; Cristo va adornado no con joyas ni con perfumes, no lleva accesorios de
última moda, sino lleva sobre su propio Cuerpo el hermoso vestido de las Llagas
gloriosas.
Y el mensaje para nuestra propia Pascua es ése: ya no más esconder
nuestro dolor, ya no más hacer de cuenta que nada pasa, ya no más ocultar el
rostro ante la pobreza, ante el pecado, ante la soledad, ante el odio del
mundo.
El cristiano que ha participado de la fuerza de la resurrección de
Cristo no tiene que esconder el rostro a esas cosas como si no existieran, ni
tratar de no pensar en ellas como si ocurrieran en otro planeta.
Algunas preguntas para pensar durante la semana
1. ¿Me falta paz en algunos aspectos de mi vida? ¿Por qué?
2. ¿Identifico mi fe con la de Tomás, o con las palabras del Señor?
3. ¿Qué tensiones se presentan entre la fe personal y la comunitaria?
4. ¿Cómo vivir superando esas tensiones?
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