El Amor sacrificado
Con una fe muy iluminada en el
Señor Jesús, nuestro salvador, que hace su entrada mesiánica a Jerusalén,
entremos nosotros en la celebración de la Semana Santa, la gran Semana, la
Semana Mayor.
No sólo recordamos en ella que
en la primera semana de abril del año 30 murió y resucitó Cristo, sino que en
la Liturgia hacemos presente hoy ese Misterio en nuestro mundo y en nuestra
vida. Es el acontecimiento central de nuestra fe. En él vivimos el amor de Dios
para nosotros en toda su intensidad y en él se funda nuestra esperanza de una
vida eterna y definitiva.
LECTURAS:
Isaías 50, 4-7: «No oculté el
rostro insultos; y sé que no quedaré avergonzado»
Salmo 22 (21): «Dios mío, Dios
mío, ¿por qué me has abandonado?»
Carta a los Filipenses 2,
6-11: «Se anonadó a sí mismo...»
San Lucas 22,14 - 23,56: Pasión
de Nuestro Señor Jesucristo
¿QUÉ NOS DICE el texto?
a) Al final de esta larga
lectura, ¿qué sensación prevalece en mí: descanso como fin de la fatiga,
admiración por Jesús, dolor por su dolor, alegría por la salvación obtenida, o
qué otra cosa?
b) Vuelvo a leer el texto,
poniendo atención en cómo han actuado los distintos «poderosos»: sacerdotes,
escribas y fariseos, Pilato, Herodes. ¿Qué pienso de ellos? ¿Cómo creo que
hubiera podido pensar, actuar, hablar y decidir yo en su lugar?
c) Leo otra vez la Pasión:
pongo atención, esta vez, en cómo han actuado los «pequeños»: discípulos,
gente, los particulares, mujeres, soldados y otros. ¿Qué pienso de ellos? ¿Cómo
creo que hubiera actuado, pensado y hablado yo en su lugar?
d) Finalmente, repaso mi modo
de actuar en la vida diaria. ¿A cuál de los personajes, principales o
secundarios, logro asemejarme? ¿A cuál, sin embargo, desearía asemejarme más?
Memoria viva del Señor que
muere y resucita
Hemos escuchado en el
evangelio de san Lucas el relato conmovedor de la pasión de Jesucristo. El
costo de esta obra, excepcional y sin par en la historia, es grande: es la
pasión y muerte de Jesucristo para pasar a su resurrección. Lo celebramos en
esta semana. No es el recuerdo de un pasado que la humanidad no puede olvidar
sino el hacer que ese pasado venga de nuevo ante nosotros con toda su fuerza
salvadora a través de las celebraciones de la liturgia.
Lo que fue el anuncio de una
misión de salvación, meditado luego por la comunidad cristiana, recibe nombre
propio, Jesús, el Cristo, que padece por el hombre, en un tiempo y en un lugar
determinados. El relato del evangelio no es sólo una crónica de esta serie de
hechos dolorosos sino también una teología que nos descubre el sentido de un
acontecimiento único en la historia y nos deja escuchar el testimonio emotivo
de un discípulo que ama tiernamente a Jesucristo y lo acompaña en su pasión.
La alegría se torna en
sufrimiento
Este Domingo de Ramos, cuando
conmemoramos la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén es momento propicio para
descubrir cómo la alegría se torna en sufrimiento, cómo un pueblo que ahora lo
aclama con palmas, será el que el Viernes Santo, animado por sus dirigentes
pedirá para Él la crucifixión.
Como en todo su evangelio, en
su relato de la Pasión, Lucas destaca sobre todo la misericordia de Dios,
revelada en la persona de Cristo. Las «palabras de Jesús en la Cruz» nos las da
en buena parte san Lucas: el perdón por los que no saben lo que hacen, la
promesa del paraíso al ladrón arrepentido, la suprema confianza del abandono en
manos del Padre...
El evangelista nos orienta
también sobre las actitudes que corresponden a nuestro espíritu: las lágrimas
de Pedro, la compasión de las mujeres de Jerusalén, conmoción de la gente que se vuelve dándose
golpes al pecho...Presencia de la bondad de Dios ¡Maravillosa y Santa Semana
que hace presente la Bondad de Dios y su amor al hombre! «Ustedes, los que
pasan por el camino de la vida: miren y vean
si hay un dolor parecido a mi
dolor», reza y canta reiteradamente la Iglesia en estos días. La palabra de
Dios nos invita a la meditación de este misterio que nos sobrepasa
inmensamente. ¿Cómo y por qué el Hijo de Dios, que es Jesucristo, padece tan
dolorosamente y muere crucificado? Todo obedece a un designio de Dios Padre en
su plan de salvación del hombre. El nos ha enviado a su Hijo Jesucristo para
que se haga hombre como nosotros. Al asumir nuestra condición se abre a la
posibilidad de la muerte. Pero él es sobre todo el Mesías, personaje prometido,
que en nombre de la humanidad y para su bien debía enfrentar la muerte de la
cruz.
¿A QUÉ NOS COIMPROMETE la
PALABRA?
Dispongámonos a esta celebración. No hagamos de ella una pieza de teatro ni un espectáculo folclórico sino el compartir dentro de nosotros un acontecimiento que debemos vivir. San Pablo nos decía: Hemos muerto con él y hemos sido sepultados con él para que así como él resucitó llevemos una vida nueva. No se trata de una muerte física sino de un morir a todo lo que no es de Cristo para compartir ya desde ahora, en el lenguaje todavía imperfecto de nuestra vida terrena, su ingreso glorioso al misterio de Dios. Esta celebración compromete nuestra fe no solo como aceptación de lo que se nos dice sino sobre todo como experiencia vital de la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario