El Espíritu de luz y
fraternidad
Escuchamos la Palabra de Dios
y celebramos la Eucaristía en el SEXTO DOMINGO DE PASCUA, en el ambiente gozoso
de la resurrección del Señor. La Palabra de Dios que hoy vamos a proclamar nos
ofrece la promesa del Señor de enviar su Espíritu para fortalecer nuestra fe, y
la Paz que concede a quienes viven su presencia. La Resurrección de Cristo y la
venida del Espíritu Santo, enviado a todos por Cristo resucitado, son
esencialmente la misma cosa: el Espíritu que habita la Iglesia es el fruto final
de la Pascua. Por eso en la Misa de hoy la Palabra habla del Espíritu Santo que
trabaja en la Primitiva Iglesia.
Nos encontramos en el inicio
de los últimos quince días de la Cincuentena. Puede ser un buen momento para
revisar el cómo se ha mantenido pedagógicamente la unidad de este tiempo y, en
cualquier caso, para acentuar que estamos celebrando la Pascua como unidad
festiva. Bueno será tener en cuenta esto para evitar el hablar de una
«preparación» para la fiesta de Pentecostés, como si ésta fuera una fiesta
aparte de la Cincuentena. Ello no quita, sin embargo, que -como lo hacen los
textos litúrgicos- se acentúe ahora especialmente la referencia al Don del
Espíritu Santo como culminación del Misterio Pascual y de su celebración.
LECTURAS:
Hechos de loa Apóstoles 15,
1-2.22-29: «Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponerles más
cargas que las indispensables»
Salmo 67(66): «Oh Dios, que te
alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben»
Apocalipsis 21, 10-14.22-23:
«La Ciudad no necesita sol ni luna que la alumbren, porque la ilumina la gloria
de Dios; y su lámpara es el Cordero»
San Juan 14, 23-29: «Si alguno
me ama, guardará mi Palabra».
¿QUÉ NOS DICE la PALABRA?
Hombres y no ángeles...
Dolorosamente nuestra Iglesia
de Jesucristo ha vivido y vive muchas crisis en el discurrir del tiempo. La
Iglesia de hoy, al igual que las Comunidades Cristianas Primeras, están
constituidas por hombres y no por ángeles y, por consiguiente, no podemos desprendernos
de nuestra condición humana en nuestros aciertos y en nuestros errores. Pero la
Iglesia, a pesar de estar integrada por hombres, es la Iglesia de Cristo Jesús,
y está iluminada y orientada por el Espíritu de Dios. Los errores e
incertidumbres se resuelven, por consiguiente, bajo la iluminación del Espíritu
y la presencia del mismo Jesús «hasta el final de los tiempos. Hay disensiones
en la comunidad de Antioquía a propósito de la misión entre gentiles. Tensiones
provocadas por los observantes de los preceptos y los confiados en el Espíritu.
Resta sólo imponer el mínimo de normas, haciendo posible la convivencia de todos
los hermanos, en clima de unión y caridad, que es lo indispensable.
El Espíritu Santo asiste a la
Iglesia y obra en ella para que haga el discernimiento de la voluntad Salvadora
universal de Dios y tome las decisiones que permitan vivir el Evangelio en lo
esencial y verdaderamente necesario para la verdadera Vida Cristiana. Necesitamos
una total docilidad al Espíritu para superar divisiones y enfrentamientos. Ser
dóciles es dejarse enseñar de Dios y aceptar su proyecto salvador por encima de
nuestros propios proyectos. Las crisis históricas de la Iglesia vienen de
situaciones concretas y muchas veces personales, de posiciones ideológicas al
parecer irreductibles, de interpretaciones de la Palabra de Dios que buscan
justificar situaciones adquiridas. Siguiendo la inspiración del Espíritu de
Jesús siempre activo en la Iglesia, ojalá encontremos campos en los que podamos
vivir unidos en la práctica intensa de la fe cristiana, en especial en lo que
concierne al amor del prójimo y la construcción de un mundo justo que obedezca
al querer del Señor sobre él.
El camino de unión en la
caridad y el amor nos puede hacer encontrar, en diálogo fraterno, la vía para
la unidad en la doctrina y la enseñanza. Hoy como ayer toda la Iglesia,
Pastores y Laicos, en oración y entrega al Espíritu, debe encontrar la primacía
del Señor Jesús y, convirtiéndose a Él, descubrir y trabajar por la unidad de
su Cuerpo Místico.
Amor y obediencia
Jesús establece una clara
relación mutua entre el amor y la obediencia: «Si alguno me ama, guardará mi
Palabra». Esto quiere decir que, en cristiano, cualquier sumisión no es
obediencia. Para ella se necesita la libertad del que ama verdaderamente. En un
cuartel, por ejemplo, no hay «obediencia», sino mera sumisión, por temor, sin convicción.
En una cárcel, menos. Sólo quien es libre verdaderamente, ama de verdad.
Y quien ama de verdad
obedece... Es que primero es el don y luego es la ley...Dios, primero salva,
libera, y luego propone la Alianza con sus exigencias.
La manifestación gloriosa de
Cristo beneficia a todos los que guarden su Palabra y Dios habitará en aquéllos
que la guardan. Habitará en el Templo, en los justos, pero sobre todo donde hay
amor, allí estará su Espíritu. Desea la paz, no como despedida sino como don de
bienes mesiánicos ya contenidos en el don de la vida del Padre. La prueba del
amor a Jesús es, según este evangelio, guardar su Palabra. ¿Cómo la guardo yo, cómo la pongo por obra, cuándo? Quizás
tengo una vida de ritos y sacramentos, por supuesto válidos y estimables, pero
¿qué papel juega la lectura atenta y orante de la Sagrada Escritura en mi vida
de discípulo/a? ¿Cuándo me he sentido o me siento habitado/a por Dios? ¿Qué
significa esto, qué peso y qué implicación tiene en mi vida cotidiana? ¿Cómo es
la paz que me viene del mundo? ¿Y la que me viene de Jesús? ¿Dónde la experimento,
a quién se la puedo hacer experimentar?
«La
tierra ha dado su fruto. La tierra es la santa madre de Dios, María, que viene
de nuestra tierra, de nuestra semilla, de este barro, de este terreno, de
Adán... Ella ha dado su fruto... ¿Quién sabe qué fruto? El Señor desde una
esclava; un Dios desde el hombre; el Hijo desde la madre, el fruto de la
tierra, el grano de trigo caído en la tierra y resucitado en muchos hermanos»
(S. Jerónimo).
¿A QUÉ
NOS COMPROMETE la PALABRA?
Amar a Jesús
¿Se puede amar verdaderamente
a Jesús? ¿Cómo es que su rostro no se refleja en la gente? Amar: ¿qué significa
realmente? Amar, en general, significa para nosotros quererse, estar juntos,
tomar decisiones para construir el futuro, darse... pero amar a Jesús no es la
misma cosa. Amarlo significa hacer como ha hecho Él, no retraerse frente al
dolor, a la muerte; amar como Él significa ponerse a los pies de los hermanos,
para responder a sus necesidades vitales; amar como Él nos puede llevar
lejos...es así como la palabra se convierte en pan cotidiano del cual
alimentarse y la vida se convierte en cielo por la presencia del Padre.
El Señor no nos asegura el
bienestar, sino la plenitud de la filiación en una adhesión amorosa a sus
proyectos de bien por nosotros. La paz la poseeremos cuando hayamos aprendido a
fiarnos de lo que el Padre elige para nosotros.
Relación con la Eucaristía
La referencia eucarística de
las lecturas de hoy es prácticamente espontánea, como lo es también la
consecuencia eclesial y vital. La celebración eucarística entera es un fenómeno
que respira unidad. He aquí algunos acentos: ´- En la Eucaristía se cumple el
diálogo que hemos encontrado en la 2a. lectura. Es el Señor quien tiene la
iniciativa del don de su presencia, pero la Iglesia invoca su venida, movida
por el Espíritu. En la «epíclesis», en sus dos formas, la Iglesia invoca al
Espíritu. En la fuerza del Espíritu, se hace presente el Señor bajo las
apariencias del pan y del vino. En la fuerza del Espíritu, la Iglesia es
renovada y santificada por el pan de vida, re-hecha como un solo cuerpo y un
solo espíritu. Por eso decimos con razón que «la Eucaristía hace a la Iglesia».
La celebración de la Cena del
Señor no es un rito, es la inmolación de Cristo-Hermano como acontecimiento de
fraternidad y don del Padre. Jesús se hace fraternidad y realiza la fraternidad
entre nosotros. Todo esto es don del Espíritu Santo, que nos es comunicado por
Jesucristo y que debemos pedir.
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