“Vigilad, porque no sabéis
el día ni la hora…”
Nos acercamos al final del Año
Litúrgico y la liturgia enfoca nuestra mirada sobre la venida definitiva del
Señor al final de los tiempos. Dirigir nuestra vista al horizonte del camino no
significa quedarnos contemplando este acontecimiento como si de un cuadro
apocalíptico se tratase, significa mirar y vivir nuestro presente a la luz de
dicho acontecimiento.
Es tiempo de revisar la vida y la
fe en el caminar cotidiano, dejar iluminar cada rincón de nuestro ser por el
evangelio y descubrir las actitudes con las que vamos acogiendo el reinado de
Dios en nuestra vida y en nuestro mundo.
No es tiempo
de dar más espacio a la angustia en
nuestras vidas –en nuestro mundo ya hay demasiados motivos– sino de empapar
nuestro corazón y nuestra mirada de esperanza. Esta es la actitud del cristiano
ante las realidades últimas.
LECTURAS:
Domingo 32 del Tiempo
Ordinario – 12 de noviembre
Lectura del
libro de la Sabiduría 6, 12-16:”Radiante e
inmarcesible es la sabiduría,la ven con facilidad los que la aman y quienes la
buscan la encuentran”….
Salmo 62, ,, R/.
Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío.
Lectura de la
primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 4, 13-18:” Pues si creemos que Jesús murió y resucitó, de
igual modo Dios llevará con él, por medio de Jesús, a los que han muerto”...
Lectura del
santo evangelio según san Mateo 25, 1-13:“En verdad os digo que no os conozco”. Por tanto, velad, porque no
sabéis día ni la hora».
Reflexión del Evangelio de hoy
La frustración
de la espera
En los tiempos de las primeras
comunidades, cuando Pablo escribió la carta a los tesalonicenses, se creía en
el final de los tiempos conocidos, en la venida inminente de Jesucristo (la parusía)
que acabaría con las persecuciones, la muerte, el mal… pero este acontecimiento
no llegaba. Hoy, en medio de desastres naturales, guerras y destrucción
provocada por las personas, la desigualdad creciente, el descuido de nuestro
mundo… muchas plegarias piden a Dios que actúe, que venga y corrija este
desatino. En ambas situaciones la pregunta es ¿cuándo?
Y en ambas, la respuesta es la
misma: los tiempos y modos de Dios no tienen por qué ser los nuestros. O dicho
de otro modo más contundente… ya está actuando, nos ha puesto a nosotros para
ser sus manos, para ser su mirada, para ser su palabra en nuestro mundo.
Cada vez somos menos tolerantes a
lo que no responde a nuestros criterios… y la frustración crece. ¿Por qué esta
tardanza? ¿Por qué este silencio? ¿Por qué Dios no actúa? (y alguno añadirá ¿…y
no barre de nuestro mundo a tanto desalmado?)
El tiempo de la
espera
La parábola de las doncellas en la
boda nos sitúa ante las distintas actitudes que unos y otros podemos tomar ante
esta situación. Las diez debían haber estado preparadas para cuando llegase el
novio. Las diez se durmieron, pero cinco estaban preparadas y pudieron
reaccionar cuando llegó. Las otras cinco no estaban preparadas.
El Señor es el novio, y nosotros
desconocemos su momento, su tiempo, su modo. Somos como las doncellas, y cada
uno tenemos actitudes diferentes de esperar la acción de Dios, la construcción
de su Reinado.
En este tiempo de espera, a veces
tenemos la tentación de abdicar ante la incertidumbre, dejarnos guiar por la
frustración… y tirar la toalla. Fácilmente nos convencemos de que no le
interesamos a Dios, que está a otra cosa. Somos incapaces de descubrir la
acción de Dios, presente en las personas, en los acontecimientos, en la
Palabra… simplemente porque le esperamos de otra manera. Aquí actuamos como las
doncellas necias.
Pero también podemos actuar como
las otras doncellas, que, a pesar de la incertidumbre, de la fatiga y del
sueño, son capaces de estar vigilantes, atentas a los distintos modos de obrar
de Dios, a sus tiempos sorprendentes y a su hacer silencioso y humilde.
La sabiduría de
la espera
La diferencia entre ambas actitudes
se llama sabiduría. Ese don que nada tiene que ver con títulos o certificados,
sino que ayuda a las personas a situarse en la vida real de un modo más
auténtico, más vital, más esperanzado.
Esta sabiduría es don de Dios, pero
solo «quienes la buscan la encuentran». Exige una disposición a buscar de forma
activa, exige ponernos en movimiento para hacer vida la Palabra de Dios, exige
nuestra respuesta cuando «nos aborde benigna por los caminos» de la vida.
Esta sabiduría es Dios mismo, es el
aceite que nos va a ayudar a encender las lámparas y alumbrar la vida. Mirar
con sabiduría el futuro, con la mirada de Dios, nos va a dar luz suficiente
para afrontar y discernir el presente, para afrontar este tiempo intermedio en
el que el Señor nos necesita para ser sus manos, su presencia, su sabiduría en
medio de nuestro mundo.
Como las doncellas preparadas, con
aceite en sus lámparas, podremos pasar al banquete del Señor a compartir mesa,
palabra, proyecto y vida.
Aceite para dar
luz
Si nos quedamos en una mirada
dirigida solamente hacia uno mismo conseguiremos distorsionar la Palabra. Las
lámparas de las doncellas son para alumbrar el camino del Señor, para hacer que
sea posible el banquete, la fiesta.
La luz que portamos con nuestra fe
y nuestra vida, tiene la función de iluminar, de generar vida en la Iglesia y
en el mundo (GS 3).
¿Seremos capaces de poner luz en
medio de las sombras? ¿Seremos capaces de alumbrar vida donde no la hay?
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