“No tengáis
miedo·”
¡El Señor viene! En realidad, desde
la vivencia de la fe y de la confianza en Él, bien podemos afirmar que el Señor
está siempre viniendo, está en medio de nosotros, caminando a nuestro lado por
las sendas de la historia que nos toca transitar, y en estos tiempos tan
complicadas y azarosas.
El Adviento nos ayuda a caer en la
cuenta de esta verdad. Y nos predispone para intensificar nuestros encuentros
personales con el Señor Jesucristo en la oración más intensa y en la más atenta
escucha de su Palabra y de su paso entre nosotros. Siempre nos acecha el
peligro de la distracción, sea por las razonables preocupaciones de la vida,
sea por los reclamos seductores del consumo, sea por circunstancias personales
de difícil manejo… Este tiempo particularmente santo, ante sala de la gran
celebración de la Natividad del Señor, es una fuerte llamada a estar alerta.
Porque el Señor viene, quiere venir a mi vida, a ofrecerme un plan, a encender
mi esperanza, a despertar todas mis capacidades para el bien y el amor.
Él viene a sacarme de la plácida
rutina, de la inconsciencia del compromiso débil, del melancólico paso del
tiempo que me hace ser espectador indiferente de las grandes luchas y sueños de
la humanidad.
Él viene sobre todo a recordarme la
más importante de las citas: el encuentro definitivo con Él, ese que fijará mi
destino eterno a su lado, y que ahora me exige vivir en vela y sin
distracciones estériles, construyendo con su fuerza, y por su mismo Espíritu,
ese futuro que desembocará en la Vida-sin-fin.
LECTURAS:
Domingo 1 de Adviento - 3 de diciembre
1. Isaías 63, 16b-17.19b; 64, 2b-7
2. Salmo 79
3. 1cCorintios 1, 3-9
4. Evangelio de San Marcos 13. 33-37
Reflexión del Evangelio de hoy
El mensaje evangélico de este primer domingo de Adviento es
insistente y rotundo: “Estad preparados”. “No os dejéis engañar”. “No tengáis
miedo”. Es una magnífica llamada la que nos hace la Palabra del Señor al inicio
de este nuevo año litúrgico. Suena a vigilancia, a conversión, a compromiso, a
esperanza; a no dejar lugar al abatimiento, a adentrarse con coraje en la
historia, que aunque compleja, puede ser reconducida en conformidad con los
designios del Padre.
Sobre estos tres indicativos podríamos fijar la reflexión y las
pautas para nuestra vida de creyentes en el Señor Jesucristo justo en estos
momentos de la historia que nos toca vivir y en los que somos llamados a
continuar construyendo esa nueva vida, o ese nuevo estilo de vida, que Él
inauguró.
“Estad preparados”
¡Preparados! ¡Firmes en la fe! Los tiempos actuales son recios y
oscuros para muchos de nosotros. La vida se desprecia y abarata, la violencia
se desata de mil formas destructoras, la justicia y la dignificación de los
débiles tardan en consolidarse, los sueños más nobles parecen desvanecerse y
afloran vientos fétidos de corrupciones y desintegraciones, de enfermedades
virulentas y contagiosas, de fundamentalismos intransigentes, que generan
desazón y sufrimiento, desconfianza y tensión. Y sin embargo no estamos solos
en este mar de aguas revueltas. El Señor es uno de los nuestros, ha compartido
historia y destino con la humanidad, sigue misteriosamente en medio de nosotros
y lo estará hasta el fin de los tiempos. Él es fuerza para confiar y luchar,
para seguir soñando y esforzándonos por un mundo mejor, por una humanidad más
fraterna, por horizontes de verdadera y consolidada paz.
¡Preparados! ¡Alegres en la esperanza! Porque sabemos que Él está,
que Él viene, que Él es nuestra fortaleza, por todo ello nos resistimos a
claudicar. La esperanza de su promesa se hace fuerza y coraje. Sabemos de quién
nos hemos fiado. Y por eso comenzamos cada día, y cada día sabemos que con Él
hay razones para la esperanza; que la bondad y la honradez y la justicia
también están aquí, en medio de nosotros, sencillas y discretas, pero tenaces y
forjadoras de un mañana mejor, siempre atisbando la luz de un nuevo amanecer.
¡Preparados! ¡Diligentes en el amor! Seguros de que es él, el
amor, el amor que se hizo fragilidad y plenitud de vida entregada, la fuerza
que vence al mal. Hoy es Adviento, una llamada a apostar a cada instante por el
amor. Quisiéramos hacerle presente en los gritos de la desesperación, en la
tristeza sin contornos, en la congoja de la soledad, en el llanto ahogado. En
los organismos nacionales e internacionales de decisión. Donde se preparan y
manejan las armas destructoras, en los nidos del odio, en los rencores
enconados, en lo intereses individuales y partidistas, allí donde la vida se
desprecia. En todos los ámbitos donde se resuelve lo humano.
“¡No os dejéis engañar!”
Por el olvido de Dios, por el secularismo galopante, por el
materialismo seductor. Por los discursos oportunistas, por la ambición
disfrazada, por la felicidad hueca, por el efímero placer. Por la extorsión
despiadada, por la imposición manipuladora de los más fuertes, por el corazón
de hielo de los que solo buscan su beneficio.
Hoy es Adviento. Más bien, estemos atentos a la voluntad del
Padre, a construir su Reino. A empeñarnos en la justicia y en el servicio
amoroso a la vida. Atentos al fortalecimiento de los débiles, a la
dignificación de los pisados y olvidados, a la lucha fuerte y sin bajar la
guardia contra el mal en cualquiera de sus manifestaciones. Porque el Dios que
viene, Aquel en quien creemos, es el que sale al encuentro del que practica
alegremente la justicia y no pierde de vista sus mandamientos.
“No tengáis miedo”
¡El que viene y está en medio de nosotros es el Vencedor! ¡Y
volverá como tal! Con Él y en Él sabemos que la victoria es segura. Él, y solo
Él, nos capacita para mirar de frente al mal y desafiarlo. Lo último no es la
fuerza destructora del mal, que es fuerte y destructor. Lo último, a lo que nos
sentimos llamados y esperados, es al encuentro con Él, Vida-plena,
Amor-sin-fin.
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