“Se transfiguró delante de ellos…”
Seguimos caminando por la cuaresma y lo hacemos
acompañados por Marcos y por el relato de la transfiguración del Señor. Quien
haya podido visitar Tierra Santa y haya podido acercarse al monte Tabor, se
habrá encontrado con un paraje que invita al encuentro con Dios y con una
basílica en la que están muy presentes esas dos figuras que son centrales en
este relato, me refiero a Moisés y Elías.
El encuentro de Jesús con Elías y Moisés, en este
segundo domingo de cuaresma, nos invita a mirar a Jesús como el Hijo de Dios,
como aquel que trae la ley definitiva y es lugar de encuentro de Dios con el
ser humano. Nos invita, igualmente, a hacer presente a Dios con nuestra vida,
denunciando todo los que nos separa de Él y de los demás y anunciando caminos
de vida y dignidad.
Por este motivo, como Pedro, Santiago y Juan,
nosotros tampoco podemos quedarnos arriba en el monte. Estamos llamados a bajar
del mismo, y a comprometernos en el mundo en el que estamos y en la sociedad en
la que vivimos por medio del anuncio del Evangelio y del compromiso por la
justicia y la paz, tanto con la palabra como con la vida.
LECTURAS:
2 Domingo de Cuaresma - 25
de febrero
Lectura del libro del Génesis 22,
1-2. 9-13. 15-18:”En aquellos días, Dios puso a
prueba a Abrahán…”
Salmo 115, R./ Caminaré en presencia del Señor en el país
de los vivos
Lectura de la
carta del apóstol san Pablo a los Romanos 8, 31b-4:”Hermanos:Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?El
que no se reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros,
¿cómo no nos dará todo con él?...”
Lectura del
santo evangelio según san Marcos 9, 2-10 : “En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan,
subió aparte con ellos solos a un monte alto, y se transfiguró delante de ellos..-“
Reflexión del Evangelio de hoy
Hoy, en este segundo domingo de
cuaresma, en el que se nos llama a convertirnos y a creer en el evangelio, se
nos ofrece el relato de la transfiguración del Señor para que lo meditemos, lo
oremos y nos dejemos convertir por él.
En este relato de la
transfiguración hay un reconocimiento de Jesús como hijo de Dios y una
invitación a escucharle: “Este es mi hijo, el amado, en quien me complazco.
Escuchadlo.” Jesús no es sólo una buena persona o un modelo para nosotros.
Jesús para nosotros lo es todo: es el Hijo de Dios, es nuestra referencia,
quien llena de sentido nuestra vida; es en quien decimos creer y a quien
decidimos seguir.
Y, por este motivo, estamos
llamados a volver nuestra mirada y nuestro corazón a Él, a su Palabra, a su
Evangelio. Pero este reconocimiento, esta confesión de fe, la escuchamos en
varios momentos en el evangelio. ¿Qué hay hoy de diferente? Hoy esta confesión
nos llega acompañada de dos figuras, Elías y Moisés. Y esto no es baladí, esto
nos quiere decir algo.
La figura de Moisés para el pueblo
de Israel es muy importante porque él es quien les entrega la ley de parte de
Dios y para ellos la ley es un medio para mantenerse unidos a Yahvé, para
cuidar la alianza, el pacto, entre Él y el pueblo. Pero no solo es quien les
entrega la ley, también es aquel instrumento de Dios que les trajo la
liberación, que les dio la libertad.
No podemos separar estos dos
aspectos: ley y libertad. Están íntimamente unidos. Toda ley tiene que servir
para cuidar y proteger la libertad del ser humano, hombre y mujer. La ley que
no libera no es buena ley, la ley que oprime tiene que ser denunciada, tiene
que ser eliminada. Hoy día, en el mundo, hay muchas leyes que siguen oprimiendo
al ser humano, que le quitan su libertad, que son un obstáculo para el cuidado
de su dignidad. Y ante esto, no podemos callar, no debemos callar. No olvidemos
que el silencio es cómplice, que quien calla otorga.
Por esto quiero que nos fijemos en
la otra figura que aparece, Elías. Este fue un profeta hebreo que vivió en el
siglo IX antes de Cristo. Los profetas hacían presente a Dios en medio del
pueblo, anunciaban su palabra y daban testimonio de él. Los profetas también
denunciaban todas aquellas situaciones y acciones que separaban al pueblo de
Dios y que dañaban a los que Yahvé amaba. Pero no se quedaban en la denuncia,
llamaban a la conversión e indicaban los caminos por los que llegar a ella, a
dicha conversión.
Esto hoy nos tiene que llevar a
pensar si verdaderamente estamos siendo fieles al Dios de Jesús cuando no
denunciamos o nos callamos ante conductas como las siguientes: no estar
dispuestos a caminar con las personas que piensan diferente o que tienen otra
manera de ver las cosas, cerrar las puertas a las personas migrantes o dejarlas
en el limbo por falta de papeles, invisibilizar a las personas sin hogar cuando
pasamos por su lado como si no hubiera nadie, etc.
Jesús, es aquel que nos entrega la
ley definitiva, aquel que nos trae la libertad plena, aquel profeta definitivo
que es presencia de Dios porque es Dios mismo. Jesús denunció todo lo que
denigraba al ser humano, mujer y hombre; y Jesús anunció la vida levantando a
quien estaba caído.
Así se acercó a las mujeres que
eran consideradas impuras para dignificarlas, como sucedió en la curación de la
mujer que padecía flujos de sangre o no dudó en acercarse, igualmente, a los
leprosos, sanándolos y dándoles un sitio en la sociedad de la cual habían sido
marginados. Puso, también, a un samaritano, considerado hereje por los judíos,
como ejemplo de compasión para con el prójimo. Como se nos dice en uno de los
prefacios: “se acerca a todo hombre y a toda mujer que sufre en su cuerpo o en
su espíritu y cura sus heridas con el aceite del consuelo y el vino de la
esperanza”.
Todos estos gestos de Jesús nos
encaminan hacia esa nueva humanidad que ya se ha hecho realidad en Él: esa
nueva humanidad que estos tres discípulos de Jesús ya gustaron, en cierta
medida y en la cual hubieran querido permanecer. Pero no es posible, hay que
volver a la vida cotidiana, al día a día, para anunciar con la palabra y con la
vida esa nueva humanidad haciéndose semilla del Reino. Jesús les invita y nos
invita a bajar al valle, a la vida normal, a vivir el evangelio con los
hermanos y hermanas y a hacerlo vida en nuestra propia vida.
Y aquí llega lo que, a ninguno, en
muchas ocasiones, nos gusta oír: para llegar a esa humanidad nueva, que ya se
ha hecho presente en Jesucristo, hemos de pasar por la pasión, por la entrega,
como tuvo que pasar Jesús, que entregó su vida en la cruz por fidelidad al
Padre y al ser humano: fidelidad, porque pasó por la vida haciendo el bien y
curando o liberando a los oprimidos por el mal; fidelidad porque entregó su
propia vida para que todos tuvieran vida y la tuvieran en abundancia.
Hoy a nosotros también se nos
invita a ser fieles a Dios y al ser humano practicando las obras de
misericordia, siendo instrumentos de comunión y reconciliación en medio de una
sociedad fragmentada y dividida, trabajando por la justicia y la paz en un mundo
tan castigado por la injusticia y las múltiples violencias, entre ellas la de
las guerras…
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