“Queremos ver a Jesús”
En un espacio poco iluminado u oscuro el ojo no
puede dejar de dirigirse a toda luz que brille por más débil que esta sea.
Entramos en la última semana de Cuaresma y en el horizonte ya se apuntan signos
de la celebración anual de la Semana Santa. La liturgia de la Palabra de este
domingo nos aproxima a una comprensión profunda e intensa del Dios de la Nueva
Alianza y de su enviado Jesucristo. Jesús, Hijo de Dios, es ante todo nuestro
Redentor y Salvador; es decir, aquel que puede perdonar nuestros pecados y
salvarnos de sus consecuencias.
La Cuaresma, tiempo de preparación y de
catecumenado, es un momento espiritualmente ‘fuerte’ y una oportunidad propicia
para contrastar nuestra vida moral y nuestra experiencia de fe a la luz de la
propia vida de Jesús, tal como se nos narra en los evangelios, sobre todo, en
aquellas circunstancias y acontecimientos que le van a conducir a su Pasión,
Muerte y Resurrección. Es por eso que la Iglesia nos enseña, e insiste, que
durante el tiempo cuaresmal no debemos desaprovechar la oportunidad de experimentar
y degustar el sacramento de la penitencia y la reconciliación, tanto a nivel
individual como a nivel comunitario. Se nos invita, con ello, a una experiencia
liberadora y gozosa.
Para el verdadero creyente cristiano el seguimiento
de Jesús, como vivencia de su bautismo, no se trata una experiencia espiritual
cualquiera, sino de la verdadera y auténtica experiencia. Todo nuestro ser y
entorno se transforma de tal modo que ya solo ‘queremos ver a Jesús y estar con
Él’, como esos griegos de los que nos habla el Evangelio de hoy que ya han oído
hablar de Jesús, pero que quieren dar un paso más. Y a eso es a lo que se nos
invita ahora que ya está por terminar este tiempo cuaresmal, a dar un paso más,
a ir un poco más allá, a ir madurando en nuestro seguimiento de Jesús.
LECTURAS:
5 Domingo de Cuaresma - 17 de marzo
Lectura del
libro de Jeremías 31, 31-34 :”«Ya llegan días
—oráculo del Señor— en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una
alianza nueva…”
Salmo 50, R. Oh, Dios, crea en mí un corazón puro.
Lectura de la
carta a los Hebreos 5, 7-9: “Cristo, en los
días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas
al que podía salvarlo de la muerte, siendo escuchado por su piedad filial…”
Lectura del santo evangelio según
san Juan 12, 20-33:”En aquel tiempo, entre los que
habían venido a celebrar la fiesta había algunos griegos; estos, acercándose a
Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban: «Señor, queremos ver a Jesús»…”
Reflexión del Evangelio de hoy
Liberados de la
ley por el amor
En los Evangelios se narran, en
diversas ocasiones, los choques y conflictos que tuvo Jesús con las autoridades
religiosas, con gente piadosa y con grupos de creyentes del judaísmo a
propósito de la Ley y de su estricto cumplimiento. Se dice que en tiempos de
Jesús había en la religión judía 613 mandamientos principales, divididos entre
365 prohibiciones (como los días del año) y 248 obligaciones (el mismo número
que los huesos del cuerpo humano). El creyente judío estaba totalmente sometido
a la ley, no había distinción entonces entre la ley humana y la divina, y vivía
obsesionado por no incurrir en alguna prohibición ni cometer faltas en sus
obligaciones religiosas.
Jesús hizo la síntesis de todo ello
en dos mandamientos inseparable: el amor incondicional a Dios y a los demás
como a uno mismo. El que ama ya está cumpliendo la Ley entera. La perfección y
la santidad religiosa tienen como fuente el amor. El Papa Benedicto XVI
escribió una hermosa Encíclica a este propósito: Dios es amor, ardiente
caridad, apasionada entrega. Se trata de una fuerza transformadora capaz de
cambiar el mundo en el sentido de Dios porque su sede está en nuestro interior,
en nuestro corazón. La nueva ley no brota de aprender e incorporar preceptos y
normas externas, sino del manantial del seguimiento a Cristo, que
trasforma nuestros corazones.
En su predicación, Jesús, advertía
a sus oyentes que lo que nos hace puros o impuros a los ojos de Dios, aquello
que nos contamina, no es tanto lo que nos llega de fuera, que puede que también
lo haga en ocasiones, cuanto lo que sale del interior de nuestro corazón, ya
que es la sede y motor de nuestro ser. Debemos, por tanto, estar
atentos a todos los procesos internos con los cuales, observamos, valoramos,
juzgamos y construimos el mundo y sus relaciones. El cristiano tiene en el
modelo humano de Jesucristo su auténtica y verdadera fuente de inspiración.
La solidaridad
del dolor y el sufrimiento
Jesús, el Hijo de Dios, se
convierte en modelo para nuestra humanidad en virtud de nuestra creencia
religiosa, según la cual, Él fue en todo es semejante a nosotros, menos en el
pecado. Ese ser semejante adquiere una particular empatía y simpatía en el sufrimiento
que debió experimentar durante toda su vida, y más en particular en los
acontecimientos que conducirán a su prisión, tortura y muerte por ejecución.
Entender el sufrimiento de Dios sigue siendo una tarea religiosa para todas las
generaciones cristianas y la nuestra no puede obviar ni renunciar a esa tarea,
a la que cada uno de nosotros está invitado a dar su aporte.
Si Dios, Trinidad Santa, conoce el
dolor y el sufrimiento humano es porque lo ha experimentado en Hijo, en su Hijo
Jesucristo que envió al mundo. Y es así como Dios se hace solidario de todo el
dolor y el sufrimiento de la humanidad. Los primeros teólogos de la
Iglesia, aquellos que más cerca estuvieron de la catequesis y predicación de
los primeros apóstoles y seguidores de Jesús, afirmaron que no puede ser
redimido aquello que no es asumido, es decir, que el sufrimiento es redimido
por Dios porque Dios mismo ha conocido nuestro sufrimiento y por eso es capaz
de liberarnos. La fortaleza de Dios se realiza en la debilidad.
Escuchar y obedecer, en la Biblia,
son términos que van de la mano. Escuchar a Dios es obedecerle, no obedecer a
Dios es no escuchar su voz. La cultura de nuestro tiempo es muy reacia a todo
lo que signifique obedecer o la obediencia. Muchas instituciones, a la que no
escapa la familia ni la propia Iglesia, se encuentran debilitadas por una
crisis de obediencia que nace de la falta de una escucha sincera y correcta. No
escuchamos porque estamos centrados en lo mío, en lo particular, en el ego, y
ello hace que vivamos al margen de lo que nos rodea y que nos volvamos
insensible y narcisistas.
Ahora y en la
hora
Nuestro encuentro con Jesús puede
devolvernos a la auténtica realidad, su Espíritu puede hacer que nos centremos
en la escucha a Dios y al mundo. La humanidad entera, y cada uno de nosotros,
sueña y ansía dotar de sentido y de autenticidad a lo que hacemos y a lo que
somos. Para conducir a otros a la luz verdadera tenemos antes que ser nosotros
esa misma luz; es decir, tenemos que ser testigos y misioneros veraces del
Evangelio de la salvación. El testimonio acreditado y el testigo veraz son las
condiciones esenciales que hacen despertar en la humanidad el querer ver a
Jesús.
El signo por excelencia del
cristianismo es la cruz, el instrumento de tortura y muerte que los romanos
aplicaban a los traidores, sediciosos y malditos. La exposición en una cruz era
un hecho vergonzoso e ignominioso en el que el reo era mostrado desnudo, en
total indefensión. Al principio la cruz no era la señal identificadora de los
cristianos, sino el pez, pero poco a poco la cruz pasó a ser el signo de
nuestra salvación. El momento sublime de la redención aconteció en el lugar más
desconcertante. Así de sorprendente es nuestro Dios.
Dios reina y reconcilia a la
humanidad en la soledad de una cruz, desde donde va a seguir experimentando las
tentaciones del diablo hasta los momentos finales de su existencia terrena. La
hora de la Hora de Jesús se convierte en el momento de la aceptación por parte
del Padre de su vida entregada por puro amor para la salvación de todos. Es
también nuestra Hora porque en Él y con Él nosotros, los redimidos, entramos en
el nuevo y definitivo Santuario.
Que vivamos con plenitud, devoción
y santidad estas Fiestas de la Pascua. Dios les bendiga.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario