La promesa del envío del
Espíritu
Evangelio: San Juan. 14,15-21:
«Yo le pediré al Padre que os dé otro Defensor»
El Espíritu nos ayuda a seguir
viviendo la Pascua. Después de cinco semanas de Pascua, y cuando quedan dos
para Pentecostés, parece como si la oración de este Domingo quisiera asegurarse
de que no decaiga el tono y el ritmo de la fiesta, porque pide a Dios que nos
conceda «continuar celebrando con fervor estos días de alegría en honor de
Cristo resucitado».
Siete semanas son un período
que se puede hacer largo para una fiesta. Pero es tan importante la Pascua, el
corazón de todo el año, que vale la pena que la vivamos en plenitud. Siempre
hay aspectos «nuevos». Hoy aparece en las tres lecturas el protagonismo del
Espíritu, que es quien da vida a la comunidad. Estamos a dos semanas de
Pentecostés, la conclusión de la Pascua, marcada con la donación del Espíritu a
la Iglesia por parte del Resucitado.
También el recuerdo de la
Virgen María, tan extendido durante el mes de mayo, puede ayudarnos a dar nuevo
aliento a nuestra vivencia de la Pascua y a nuestra espera del Espíritu. Ella,
al igual que es nuestra mejor Maestra para vivir el Adviento y la Navidad, lo
es también para la Cuaresma, la Pasión, la Pascua y Pentecostés. Estuvo muy
presente en todo el misterio de Cristo, y por eso nos enseña a nosotros cómo
celebrarlo y vivirlo.
La promesa del Espíritu
a) para recibir el don del Espíritu
Santo con efectividad debemos amar a Jesús; amar a Jesús no es un sentimiento,
sino es cumplir sus mandamientos, actuando de acuerdo a su modelo. Cuando
hacemos esto, el Espíritu de Dios crece en nosotros.
b) recibir el Espíritu Santo y
llevar una vida de acuerdo con el Espíritu es tan importante, que Jesús
resucitado retiró su presencia física y volvió al Padre, para podernos enviar
su Espíritu.
c) el Espíritu Santo es la
presencia de Dios en nosotros. Es Jesús trabajándonos y salvándonos «a distancia»;
es «el dedo de Dios» que
transforma el mundo y promueve
el Reino.
d) por lo tanto el Espíritu
Santo es idéntico al Espíritu de Jesús, que es el Espíritu que hemos recibido.
No hay varios «espíritus santos»: uno en la Trinidad, otro en Jesús, otro en
nosotros, sino un único Espíritu Santo que compartimos con Jesús.
Dar razón de la esperanza
Pedro, en su 1a Carta, dice a
los cristianos que estén en todo momento prontos a dar testimonio de la
esperanza, con mansedumbre y buena conciencia, dispuestos a sufrir lo que sea,
a imitación de Cristo que, para conducirnos a Dios, sufrió la muerte, siendo
inocente.
También ahora necesitamos paz
y ánimos y alegría. Porque puede haber tormentas o «eclipses» de la presencia
de Dios en nuestra vida personal o comunitaria. Sólo desde la convicción de la
presencia siempre viva de Cristo Resucitado y de su Espíritu podemos encontrar
la clave de la serenidad interior para seguir caminando y trabajando.
Comunión vital
Celebrar la Pascua es algo más
que alegrarnos por la resurrección de Jesús. El Resucitado nos invita a una
comunión vital: nuestra fe y nuestro amor a él nos introducen en un admirable
intercambio de unidad y de amor entre el Padre que le ha enviado, entre él
mismo y sus seguidores: «yo estoy con mi Padre, ustedes conmigo y yo con
ustedes».
La Pascua la celebramos bien
si se nota que vamos entrando en esa comunión de mentalidad, de estilo de
actuación con Cristo, el Resucitado. Y eso, no sólo en la Eucaristía, que es el
momento privilegiado de nuestra comunión con él, sino también en la vida.
La Pascua tiene que notarse en
nuestra conducta. En la oración colecta de hoy le pedimos a Dios que «los
misterios que estamos recordando transformen nuestra vida y se manifiesten en
nuestras obras». ´- En la Oración después de la comunión, de nuevo, pedimos
que, ya que «en la resurrección de Jesucristo nos ha hecho renacer a la vida
eterna», Dios nos ayude a que se note en nuestra vida que estamos llenos de esa
Pascua: «haz que los sacramentos pascuales den en nosotros fruto abundante y
que el sacramento de salvación que acabamos de recibir fortalezca nuestras
vidas». Los cristianos que no hemos sido contemporáneos de Jesús tenemos la
ocasión de cumplir una de sus últimas bienaventuranzas: «dichosos los que creen
sin haber visto».
Pero Jesús pide a los suyos,
en la última cena, que lo amen y que cumplan su doctrina, su estilo de vida:
«si me aman, guardarán mis mandamientos». Sin el Espíritu no puede vivir la
comunidad. Pero hay otro protagonista que nos hace posible esta comunión con el
Resucitado: el Espíritu Santo, que fue el mejor don que Jesús hizo a su primera
comunidad y nos hace también a nosotros, y del que oiremos hablar mucho en las
dos próximas semanas.
Se ve cómo, según la voluntad
de Cristo, el protagonista invisible del «tiempo de la Iglesia» va a ser el
Espíritu, como se ve continuamente en el libro de los Hechos, por ejemplo en la
lectura de hoy, con la imposición de manos de los apóstoles. - El mismo
Espíritu que devolvió a la vida a Jesús, como dice Pedro en su carta, es el que
reciben los bautizados de Samaría y nosotros en la Confirmación. También ahora
es el Espíritu quien da vida a cada cristiano y a toda la comunidad en todos
los aspectos: en su oración, en su celebración sacramental, en la evangelización
y el ímpetu misionero, en la creación de un mundo más justo, en los signos
vivos del amor y de la solidaridad entre todos. El Espíritu es, en verdad, como
decimos en el Credo, «Señor y dador de vida».
La Comunidad es protagonista
Mientras que el protagonista
visible es la misma Comunidad. Aquella primera comunidad que ha retratado el
libro de los Hechos es una Comunidad que se sentía claramente «misionera»,
«evangelizadora» y «sacramental». A la vez esa comunidad está internamente
animada por los ministros. Vamos encontrando en su primera historia, por
ejemplo, a los diáconos que evangelizan y bautizan, y a los apóstoles que bajan
a Samaría a completar la obra del diácono Felipe e imponen las manos a los
bautizados «para que recibieran el Espíritu Santo».
También ahora, si toda la
comunidad participa del ministerio evangelizador y santificador de Cristo, el
Sumo Sacerdote, esta Comunidad está animada visiblemente por sus ministros,
sobre todo los ministros ordenados, que coordinan y presiden toda la labor
evangelizadora y fraterna de la Iglesia, con la participación cada vez más
activa y responsable de numerosos laicos. Sobre todo, animados todos por el
Espíritu, que es como su «alma» y motor interior. La Iglesia es algo más que
una empresa o una sociedad. Su razón de ser radica sobre todo en la presencia
de Cristo y en la acción vivificadora de su Espíritu.
¿A QUÉ NOS COMPROMETE la PALABRA?
La Palabra de Dios que
proclamamos hoy, nos ofrece tres puntos de alegría y de reflexión:
1o. Que la Buena Noticia del
Evangelio, respaldada por la resurrección del Señor, se va extendiendo por
todas las regiones, incluso por las más reacias a recibir los mensajes de Judea
como es la región de Samaría,
2o. que no solamente hemos de
vivir la fe entre nosotros mismos sino que hemos de dar «razón de nuestra
esperanza» a los demás,
3o. que si decimos que amamos
a Dios, es necesario practicar su mandamientos.
La Eucaristía, retrato de una
comunidad pascual
En este Tiempo Pascual
seguramente estamos celebrando en nuestras comunidades los sacramentos de la
iniciación cristiana: el Bautismo, la Confirmación, las primeras Eucaristías.
Y, ojalá, muchas Ordenaciones para los ministerios sagrados. Pero siempre, es
en nuestra Eucaristía donde se cumplen de un modo sintomático las dimensiones
de una auténtica comunidad pascual. Es una comunidad unida a Cristo.
Al igual que en el evangelio
de hoy, Jesús nos dice que hay sintonía entre él y nosotros, «yo estoy con mi
Padre, ustedes conmigo y yo con ustedes». Antes ya había prometido una
«interpermanencia» entre él y los creyentes que participan en la Eucaristía:
«quien come mi Carne y bebe mi Sangre, permanece en mí y yo en él... igual que
yo vivo por el Padre, el que me coma vivirá por mí» (Jn. 6,56-57).
A la vez, si Jesús promete un
Espíritu de la Verdad que «vive con ustedes y está con ustedes», en la
Eucaristía es cuando más explícitamente nos acordamos de que estamos
vivificados por ese Espíritu de Jesús. El Espíritu «de la verdad» es quien inspiró
los libros sagrados de la Biblia que proclamamos, y quien hace que, al escuchar
su contenido, brote en nosotros la fe y la fuerza para llevar a nuestra
existencia esa Palabra de vida.
El Espíritu de la vida es a
quien invoca la Comunidad para que transforme el pan y el vino en la Persona
del Resucitado, y para que transforme también a los que participarán comulgando
de ese Cuerpo y Sangre de Cristo, en el verdadero Cuerpo eclesial de Cristo:
«derrama sobre nosotros el Espíritu del Amor, el Espíritu de tu Hijo: fortalece
a tu pueblo con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo y renuévanos a todos a su imagen»,
como dice una Plegaria Eucarística.
Celebrando bien la Eucaristía,
como miembros activos de la comunidad eclesial, y movidos por el Espíritu de
Jesús, es como mejor seguiremos madurando en la vida pascual de Cristo, para
dar luego a nuestra sociedad un ejemplo creíble de alegría y de esperanza.
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