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Emisora Vida Nueva

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Vida Nueva Cali - Reproductor

viernes, 31 de julio de 2020

DOMINGO 2 DE AGOSTO




 
El Dios que da la vida
De nuevo nos convoca la Palabra para celebrar, en Comunidad, la Pascua en el Día del Señor. En este Domingo 18 del tiempo ordinario, el Evangelio, y la primera lectura que lo prepara, junto con el salmo, describen los dones de Dios bajo la metáfora de la comida y la bebida. El profeta promete, de parte de Dios, bebida y comida que sacian de veras. Luego, Jesús, compadecido de la multitud, le da de comer, multiplicando los panes y los peces.
Todos entendemos que la humanidad tiene hambre y sed no sólo de pan y de agua, sino que existen también otras clases de sed y hambre, de valores más profundos y espirituales.
Lecturas de este domingo:
1, Isaías. 55, 1-3: «Vengan y coman»
2. Salmo, 145(144): «Tú les das la comida a su tiempo y sacias de favores a todo viviente»
3. Romanos. 8, 35.37-39: «Ninguna creatura podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo»
4. san Mateo 14, 13-21: «Comieron todos y se saciaron»
¿QUÉ NOS DICE la PALABRA?
¿Qué nos dice Dios a través del texto? Atendamos a nuestro interior... ¿Cuáles son nuestras excusas para quedarnos de brazos cruzados?, ¿Qué nos suele fallar en esta cadena de acciones: ver-conmoverse-curar? ¿Cómo acudo a la Eucaristía: - enraizado en la realidad cotidiana, también la sufriente, o simplemente como rito que me hace sentir bien?
La comida y la bebida de Dios, la comida verdadera Dios sabe del hambre y de la sed de la humanidad y nos da beber y de comer.
El conocido Evangelio de la multiplicación de los panes es un símbolo de la preocupación de Cristo por cada aspecto de la vida humana. Y el tema de Dios como vida integral vuelve otra vez en las lecturas litúrgicas de hoy. - En otros momentos de su misión, Jesús puso énfasis en la dimensión sobrenatural y eterna de la «vida abundante» que él traía. Hoy Jesús está mostrando que la vida espiritual, la vida para la eternidad no suprime la importancia de una vida temporal humanizada. Dios no es sólo Dios de salvación, sino también Dios de creación, y los dos van juntos en el don de la vida integral.
Esta es la razón profunda del por qué la Iglesia y nosotros cristianos trabajamos por la justicia y la paz: la opresión y la violencia destruyen la vida. Esta es la razón profunda de la opción preferencial por los pobres: la miseria, el hambre, la ignorancia, el desempleo y cosas parecidas disminuyen la vida. Esta es también la razón de la posición de la Iglesia ante el aborto: una vez más la vida está en juego. - Algunas gentes piensan que todas estas cuestiones son temporales y políticas, y que la religión y la Iglesia no debían meterse. Pero si en acuerdo con la Biblia y la fe de la Iglesia Cristo vino a traer «vida abundante», en la dimensión eterna y humana: entonces estas cuestiones sociales y temporales vienen a ser también realmente cuestiones religiosas. Tienen que ver con el Plan de Dios de dar vida abundante a su Pueblo.
Según el dicho cristiano: «si yo tengo hambre, es un problema biológico. Pero si mi prójimo tiene hambre, se convierte en un problema espiritual».
Nuestras hambres
Los discípulos, conocedores de las Escrituras del Antiguo Testamento, habían sentido que el anuncio de Isaías era realidad. Que la sed y el hambre de Dios superan la sed y el hambre del agua y del pan material. Que Dios puede saciar todo el apetito humano de lo trascendente. Que los dones de Dios superan la capacidad siempre limitada del hombre.
Durante nuestra peregrinación por el mundo sufrimos muchas clases de hambre. No sólo el hambre física, la necesidad de alimento que angustia tantos seres humanos. También el hambre de saber, de amar y ser amados, de gozar todo placer, de poder y de riquezas, y allá en el fondo del corazón, el hambre fundamental de felicidad, de una felicidad sin ocaso. Porque así nos pensó Dios, venimos diseñados para lo infinito. Tenemos una loca avidez de eternidad. Dios ha venido al encuentro de todas nuestras carencias. Hizo para el hombre este mundo con todas sus posibilidades. Se nos dio él mismo en la Encarnación. Cuando su pueblo peregrinó en el desierto lo alimentó y le dio de beber. Con sus promesas que fundan nuestra esperanza nos abrió la posibilidad de la plena satisfacción en él. El signo de la multiplicación de los panes nos revela este proceder de Dios. Al enterarse Jesús de la muerte de Juan Bautista decidió retirarse con su grupo de discípulos a un lugar apartado y tranquilo. La gente sigue sus pasos. Para ellos Jesús se ha hecho imprescindible y no puede entenderse sin su relación con el hombre al que ha sido enviado. Se adelantan y diríamos que vienen a perturbar su justo descanso. Para el apóstol, sin embargo, no hay reposo ahora. Para él el descanso  está más allá de la muerte, en la vida de Dios.
¿QUÉ LE DECIMOS NOSOTROS a DIOS?
¿Qué le dices tú a Dios gracias a este texto? ¿Qué le digo, desde mi vivencia de tantas veces no fiarme de que es suficiente con mis cinco panes y dos peces? Puedo pedirle sabiduría para completar esa cadena ver-conmoverme-curar, para no perder de vista mi pobreza, pero con Él como mi fuente el Reino puede hacerse realidad.
¿A QUÉ NOS COMPROMETE la PALABRA?
¿A qué te compromete la Palabra? ¿Qué dimensión de mi vida puedo cambiar? ¿Qué hacer en concreto, por poco que sea, para hacer de mi vida una Eucaristía real como la del relato? ¡Algo que esté en mi mano de modo realista!
Nuestro desafío hoy
El desafío nuestro es vivir el evangelio hoy. No se puede quedar en un pasado sin presencia actual. En sola una añoranza de lo que entonces sucedió. Hacer presente y operante el evangelio hoy en nuestra vida, nuestra sociedad, nuestra familia es lo que el Señor quiere. Jesús sigue hoy contemplando las inmensas necesidades del mundo. Su mirada escrutadora y cargada de misericordia nos cobija. Lo quiere hacer a través de nuestros propios ojos. No podemos escapar de él. Jesús «com-padece» nuestras necesidades. Las sufre con nosotros en su cuerpo místico que es la Iglesia.
Jesús nos convoca a todos a la acción. No quiere que eludamos el compromiso, no quiere que le dejemos a él solo atender necesidades y miserias. Nos pide el aporte de lo que somos y tenemos, así sea mínimo. Nos ha dado bienes de la tierra, nos ha llenado de posibilidades la inteligencia y el corazón. Nos quiere atentos y comprometidos. Su palabra «denles ustedes de comer»  resonará siempre en los oídos de la Iglesia y del mundo. Primero el Pan de vida para el hambre de Dios, pero también el pan de la mesa familiar. Los caminos para hacerlo deben ser escogidos. Pero el compromiso no se puede esquivar.

VIERNES 31 DE JULIO




         

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Viernes XVII del tiempo ordinario
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Mt 13,54-58): En aquel tiempo, Jesús viniendo a su patria, les enseñaba en su sinagoga, de tal manera que decían maravillados: «¿De dónde le viene a éste esa sabiduría y esos milagros? ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? Y sus hermanas, ¿no están todas entre nosotros? Entonces, ¿de dónde le viene todo esto?». Y se escandalizaban a causa de Él. Mas Jesús les dijo: «Un profeta sólo en su patria y en su casa carece de prestigio». Y no hizo allí muchos milagros, a causa de su falta de fe.
Comentario:Rev. D. Jordi POU i Sabater (Sant Jordi Desvalls, Girona, España)
«Un profeta sólo en su patria y en su casa carece de prestigio»
Hoy, como ayer, hablar de Dios a quienes nos conocen desde siempre resulta difícil. En el caso de Jesús, san Juan Crisóstomo comenta: «Los de Nazaret se admiran de Él, pero esta admiración no les lleva a creer, sino a sentir envidia, es como si dijeran: ‘¿Por qué Él y no yo?’». Jesús conocía bien a aquellos que en vez de escucharle se escandalizaban de Él. Eran parientes, amigos, vecinos a quienes apreciaba, pero justamente a ellos no les podrá hacer llegar su mensaje de salvación.

Nosotros —que no podemos hacer milagros ni tenemos la santidad de Cristo— no provocaremos envidias (aun cuando en ocasiones pueda suceder si realmente nos esforzamos por vivir cristianamente). Sea como sea, nos encontraremos a menudo, como Jesús, con que aquellos a quienes más amamos o apreciamos son quienes menos nos escuchan. En este sentido, debemos tener presente, también, que se ven más los defectos que las virtudes y que aquellos a quienes hemos tenido a nuestro lado durante años pueden decir interiormente: —Tú que hacías (o haces) esto o aquello, ¿qué me vas a enseñar a mí?

Predicar o hablar de Dios entre la gente de nuestro pueblo o familia es difícil pero necesario. Hace falta decir que Jesús cuando va a su casa está precedido por la fama de sus milagros y de su palabra. Quizás nosotros también necesitaremos, un poco, establecer una cierta fama de santidad fuera (y dentro) de casa antes de “predicar” a los de casa.

San Juan Crisóstomo añade en su comentario: «Fíjate, te lo ruego, en la amabilidad del Maestro: no les castiga por no escucharle, sino que dice con dulzura: ‘Un profeta sólo en su patria y en su casa carece de prestigio’ (Mt 13,57)». Es evidente que Jesús se iría triste de allí, pero continuaría rogando para que su palabra salvadora fuera bien recibida en su pueblo. Y nosotros (que nada habremos de perdonar o pasar por alto), lo mismo tendremos que orar para que la palabra de Jesús llegue a aquellos a quienes amamos, pero que no quieren escucharnos.

jueves, 30 de julio de 2020

JUEVES 30 DE JULIO




         

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Jueves XVII del tiempo ordinario
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Mt 13,47-53): En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: «También es semejante el Reino de los Cielos a una red que se echa en el mar y recoge peces de todas clases; y cuando está llena, la sacan a la orilla, se sientan, y recogen en cestos los buenos y tiran los malos. Así sucederá al fin del mundo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de entre los justos y los echarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Habéis entendido todo esto?» Dícenle: «Sí». Y Él les dijo: «Así, todo escriba que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos es semejante al dueño de una casa que saca de sus arcas lo nuevo y lo viejo». Y sucedió que, cuando acabó Jesús estas parábolas, partió de allí.
Comentario:Rev. D. Ferran JARABO i Carbonell (Agullana, Girona, España)
«Recogen en cestos los buenos y tiran los malos»
Hoy, el Evangelio constituye una llamada vital a la conversión. Jesús no nos ahorra la dureza de la realidad: «Saldrán los ángeles, separarán a los malos de entre los justos y los echarán en el horno de fuego» (Mt 13,49-50). ¡La advertencia es clara! No podemos quedarnos dormidos.

Ahora debemos optar libremente: o buscamos a Dios y el bien con todas nuestras fuerzas, o colocamos nuestra vida en el precipicio de la muerte. O estamos con Cristo o estamos contra Él. Convertirse significa, en este caso, optar totalmente por pertenecer a los justos y llevar una vida digna de hijos. Sin embargo, tenemos en nuestro interior la experiencia del pecado: vemos el bien que deberíamos hacer y en cambio obramos el mal; ¿cómo intentamos dar una verdadera unidad a nuestras vidas? Nosotros solos no podemos hacer mucho. Sólo si nos ponemos en manos de Dios podremos lograr hacer el bien y pertenecer a los justos.

«Por el hecho de no estar seguros del tiempo en que vendrá nuestro Juez, debemos vivir cada jornada como si nos tuviera que juzgar al día siguiente» (San Jerónimo). Esta frase es una invitación a vivir con intensidad y responsabilidad nuestro ser cristiano. No se trata de tener miedo, sino de vivir en la esperanza este tiempo que es de gracia, alabanza y gloria.

Cristo nos enseña el camino de nuestra propia glorificación. Cristo es el camino del hombre, por tanto, nuestra salvación, nuestra felicidad y todo lo que podamos imaginar pasa por Él. Y si todo lo tenemos en Cristo, no podemos dejar de amar a la Iglesia que nos lo muestra y es su cuerpo místico. Contra las visiones puramente humanas de esta realidad es necesario que recuperemos la visión divino-espiritual: ¡nada mejor que Cristo y que el cumplimiento de su voluntad!

miércoles, 29 de julio de 2020

MIERCOLES 29 DE JULIO



   

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: 29 de Julio: Santa Marta
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Lc 10,38-42): En aquel tiempo, Jesús entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude». Le respondió el Señor: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada».
Comentario:Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
«Te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola»
Hoy, también nosotros —atareados como vamos a veces por muchas cosas— hemos de escuchar cómo el Señor nos recuerda que «hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola» (Lc 10,42): el amor, la santidad. Es el punto de mira, el horizonte que no hemos de perder nunca de vista en medio de nuestras ocupaciones cotidianas.

Porque “ocupados” lo estaremos si obedecemos a la indicación del Creador: «Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla» (Gn 1,28). ¡La tierra!, ¡el mundo!: he aquí nuestro lugar de encuentro con el Señor. «No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno» (Jn 17,15). Sí, el mundo es “altar” para nosotros y para nuestra entrega a Dios y a los otros.

Somos del mundo, pero no hemos de ser mundanos. Bien al contrario, estamos llamados a ser —en bella expresión de san Juan Pablo II— “sacerdotes de la creación”, “sacerdotes” de nuestro mundo, de un mundo que amamos apasionadamente.

He aquí la cuestión: el mundo y la santidad; el tráfico diario y la única cosa necesaria. No son dos realidades opuestas: hemos de procurar la confluencia de ambas. Y esta confluencia se ha de producir —en primer lugar y sobre todo— en nuestro corazón, que es donde se pueden unir cielo y tierra. Porque en el corazón humano es donde puede nacer el diálogo entre el Creador y la criatura.

Es necesaria, por tanto, la oración. «El nuestro es un tiempo de continuo movimiento, que a menudo desemboca en el activismo, con el riesgo fácil del “hacer por hacer”. Tenemos que resistir a esta tentación, buscando “ser” antes que “hacer”. Recordemos a este respecto el reproche de Jesús a Marta: ‘Tú te afanas y te preocupas por muchas cosas y sin embargo sólo una es necesaria’ (Lc 10,41-42)» (San Juan Pablo II).

No hay oposición entre el ser y el hacer, pero sí que hay un orden de prioridad, de precedencia: «María ha elegido la parte buena, que no le será quitada» (Lc 10,42).

martes, 28 de julio de 2020

MARTES 28 DE JULIO



     

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Martes XVII del tiempo ordinario
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Mt 13,36-43): En aquel tiempo, Jesús despidió a la multitud y se fue a casa. Y se le acercaron sus discípulos diciendo: «Explícanos la parábola de la cizaña del campo». Él respondió: «El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del Reino; la cizaña son los hijos del Maligno; el enemigo que la sembró es el Diablo; la siega es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles.

»De la misma manera, pues, que se recoge la cizaña y se la quema en el fuego, así será al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su Reino todos los escándalos y a los obradores de iniquidad, y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga».
Comentario:Rev. D. Iñaki BALLBÉ i Turu (Terrassa, Barcelona, España)
«Explícanos la parábola de la cizaña del campo»
Hoy, mediante la parábola de la cizaña y el trigo, la Iglesia nos invita a meditar acerca de la convivencia del bien y del mal. El bien y el mal dentro de nuestro corazón; el bien y el mal que vemos en los otros, el que vemos que hay en el mundo.

«Explícanos la parábola» (Mt 13,36), le piden a Jesús sus discípulos. Y nosotros, hoy, podemos hacer el propósito de tener más cuidado de nuestra oración personal, nuestro trato cotidiano con Dios. —Señor, le podemos decir, explícame por qué no avanzo suficientemente en mi vida interior. Explícame cómo puedo serte más fiel, cómo puedo buscarte en mi trabajo, o a través de esta circunstancia que no entiendo, o no quiero. Cómo puedo ser un apóstol cualificado. La oración es esto, pedirle “explicaciones” a Dios. ¿Cómo es mi oración?: ¿es sincera?, ¿es constante?, ¿es confiada?.

Jesucristo nos invita a tener los ojos fijos en el Cielo, nuestra casa para siempre. Frecuentemente vivimos enloquecidos por la prisa, y casi nunca nos detenemos a pensar que un día —lejano o no, no lo sabemos— deberemos dar cuenta a Dios de nuestra vida, de cómo hemos hecho fructificar las cualidades que nos ha dado. Y nos dice el Señor que al final de los tiempos habrá una tría. El Cielo nos lo hemos de ganar en la tierra, en el día a día, sin esperar situaciones que quizá nunca llegarán. Hemos de vivir heroicamente lo que es ordinario, lo que aparentemente no tiene ninguna trascendencia. ¡Vivir pensando en la eternidad y ayudar a los otros a pensar en ello!: paradójicamente, «se esfuerza para no morir el hombre que ha de morir; y no se esfuerza para no pecar el hombre que ha de vivir eternamente» (San Julián de Toledo).

Recogeremos lo que hayamos sembrado. Hay que luchar por dar hoy el 100%. Y que cuando Dios nos llame a su presencia le podamos presentar las manos llenas: de actos de fe, de esperanza, de amor. Que se concretan en cosas muy pequeñas y en pequeños vencimientos que, vividos diariamente, nos hacen más cristianos, más santos, más humanos.

lunes, 27 de julio de 2020

LUNES 27 DE JULIO



     

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Lunes XVII del tiempo ordinario
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Mt 13,31-35): En aquel tiempo, Jesús propuso todavía otra parábola a la gente: «El Reino de los Cielos es semejante a un grano de mostaza que tomó un hombre y lo sembró en su campo. Es ciertamente más pequeña que cualquier semilla, pero cuando crece es mayor que las hortalizas, y se hace árbol, hasta el punto de que las aves del cielo vienen y anidan en sus ramas».

Les dijo otra parábola: «El Reino de los Cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo». Todo esto dijo Jesús en parábolas a la gente, y nada les hablaba sin parábolas, para que se cumpliese el oráculo del profeta: ‘Abriré en parábolas mi boca, publicaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo’.
Comentario:Rev. D. Josep Mª MANRESA Lamarca (Valldoreix, Barcelona, España)
«Nada les hablaba sin parábolas»
Hoy, el Evangelio nos presenta a Jesús predicando a sus discípulos. Y lo hace, tal como en Él es habitual, en parábolas, es decir, empleando imágenes sencillas y corrientes para explicar los grandes misterios escondidos del Reino. Así podía entender todo el mundo, desde la gente más formada hasta la que tenía menos luces.

«El Reino de los Cielos es semejante a un grano de mostaza...» (Mt 13,31). Los granitos de mostaza casi no se ven, son muy pequeños, pero si tenemos de ellos buen cuidado y se riegan... acaban formando un gran árbol. «El Reino de los Cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina...» (Mt 13,33). La levadura no se ve, pero si no estuviera ahí, la pasta no subiría. Así también es la vida cristiana, la vida de la gracia: no se ve exteriormente, no hace ruido, pero... si uno deja que se introduzca en su corazón, la gracia divina va haciendo fructificar la semilla y convierte a las personas de pecadoras en santas.

Esta gracia divina se nos da por la fe, por la oración, por los sacramentos, por la caridad. Pero esta vida de la gracia es sobre todo un don que hay que esperar y desear con humildad. Un don que los sabios y entendidos de este mundo no saben apreciar, pero que Dios Nuestro Señor quiere hacer llegar a los humildes y sencillos.

Ojalá que cuando nos busque a nosotros, nos encuentre no en el grupo de los orgullosos, sino en el de los humildes, que se reconocen débiles y pecadores, pero muy agradecidos y confiados en la bondad del Señor. Así, el grano de mostaza llegará a ser un árbol grande; así la levadura de la Palabra de Dios obrará en nosotros frutos de vida eterna. Porque, «cuanto más se abaja el corazón por la humildad, más se levanta hacia la perfección» (San Agustín).

sábado, 25 de julio de 2020

DOMINGO 26 DE JULIO



VIDA NUEVA
Los valores del Reino de Dios
Evangelio: san  Mateo 13, 44-52: «Vende todo lo que tiene y compra el campo»
Bienvenidos todos a esta celebración de la Eucaristía. Es la acción de gracias al Señor que ofrece la comunidad de creyentes, la Iglesia.. Por eso nos sentimos unidos en la fe, en la esperanza y en la caridad porque formamos la «gran Familia de Dios». En este domingo el Señor nos pide examinar nuestras prioridades, incluso a no tener sino una única prioridad: El, y en El todo lo demás: Y cuando el universo le quede sometido... Dios lo será todo en todos 1Co. 15, 28). Lo hace a través de tres parábolas cortas, hermosas, cuestionantes- Seguimos y concluimos hoy el capítulo que Mateo dedica a las parábolas de Jesús con las que nos transmite un mensaje religioso, los rasgos del Reino que él quiere establecer en este mundo: «el Reino de los cielos se parece a». Esta vez son las parábolas del tesoro escondido en el campo y otra gemela, la de la perla preciosa descubierta en medio de otras. La tercera, que, a su vez, es gemela de la del trigo y la cizaña del Domingo pasado, es la de la red que recoge peces buenos y malos.
Encontrar el tesoro
Caminamos distraídos por el mundo, pisando el campo donde Dios mismo ha enterrado el tesoro. Debemos descubrirlo. Ese momento de gracia no puede pasar inadvertido. Nos sale al encuentro en personas, en acontecimientos, en experiencias de la propia vida. Si sabemos leerlo, en ellos descubrimos el rostro de Dios que nos llega al corazón. Si para un investigador descubrir lo que anhela es motivo de indecible gozo, si para un navegante descubrir un mundo es la cumbre de sus alegrías, descubrir que Dios está en lo hondo de nosotros mismos es nuestra máxima felicidad. Siempre será verdadero que donde tengas tu tesoro, allí tienes tu corazón. Adueñarse de él para siempre, cueste lo que cueste, vale la pena. Es la mejor inversión para decirlo en nuestro lenguaje actual. Por eso se vende todo y se adquiere el campo.
Pero ese tesoro será siempre más valioso que todo lo nuestro. No siempre damos a la vida cristiana la hondura que tiene. Nos parece que  ser cristiano es simplemente cumplir una serie de prácticas que fácilmente se descuidan. Olvidamos que para Dios somos importantes y que él quiere entrar en nuestra vida para compartirnos su misterio. Sentir que sobre nosotros el Dios infinito y eterno tiene detalles, acciones concretas, pasos determinados. Cuando alguien importante en el mundo nos llama por el nombre y nos distingue nos sentimos complacidos. ¿Y cuando es Dios el que piensa en nosotros y llega hasta nuestra pequeñez con acciones decisivas como darnos la vida, acogernos en su familia por nuestro bautismo, caminar con nosotros toda la existencia para finalmente recibirnos en el interior de su misterio, por qué no sentimos que allí radica nuestra verdadera grandeza? Encontrar esto y sacrificarle la vida y todo lo que somos es encontrar el tesoro escondido, es comprar la perla preciosa, no importa el precio que debamos dar. Hacerlo es realizar el gran negocio de la vida. Es perder para encontrar con valor inmensamente mayor lo que sacrificamos a veces con dolor
¿Cuál sabiduría es la nuestra?
Al acabar de proponer estas parábolas, Jesús hace una pregunta: «¿Han entendido todo esto?». Los discípulos contestan que «sí». Uno duda, hasta cierto punto, que aquellos buenos discípulos entendieran del todo lo que Jesús les quería enseñar, por el modo como siguieron reaccionando ante diversas enseñanzas y acontecimientos.
Aún en lo humano, ¿qué sabiduría demuestra el que cuida sólo lo económico o los éxitos inmediatos, y no la cultura o la amistad o la tranquilidad de conciencia o la paz en la familia? ¿qué favor les hacemos a nuestros hijos si les presentamos como ideales últimos el dinero o el bienestar material, no les transmitimos valores humanos y cristianos para toda su vida? Optar por los valores espirituales es invertir bien. Es promesa de éxito de alegría plena. El que apuesta por los valores seguros no fracasa. Jesús quisiera que nos entusiasmáramos por los valores que él nos propone con la misma alegría y sabiduría que los que descubren esos tesoros y perlas. Ojalá podamos nosotros responder en verdad que sí, que entendemos estas parábolas, ayudados por la explicación que de las más importantes nos hace el mismo Jesús. Por los acontecimientos pascuales -después de Pascua y Pentecostés se entienden mejor todas las cosas que había dicho Jesús- y por la comprensión eclesial acumulada de siglos.
Como cantamos en el salmo de hoy,(salmo 118) ojalá sea verdad que «amo tu voluntad, Señor», y que «más estimo yo los preceptos de tu boca que miles monedas de oro y plata». «La Palabra de Dios (= el tesoro) le ha sido encomendado como una joya (= perla fina) al cofre de la Iglesia. Si el cofre se rompe, hay peligro de que esa joya se pierda o se haga pedazos» (BENEDICTO XVI: JMJ, 2008).
Relación con la Eucaristía
Dejémonos juzgar por esta Palabra y pidamos los valores del Reino en la Eucaristía que es gratitud por el don de Dios. Celebrando la Eucaristía en comunidad, escuchando la divina Palabra estamos disfrutando del tesoro escondido y de la perla preciosa, en espera de su pleno descubrimiento en el regazo de Dios.
 ¿Cuáles son los valores y deseos de mi corazón?


SABADO 25 DE JULIO




       

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: 25 de Julio: Santiago apóstol, patrón de España y de Santiago de Cali
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Mt 20,20-28): En aquel tiempo, se acercó a Jesús la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, y se postró como para pedirle algo. Él le dijo: «¿Qué quieres?». Dícele ella: «Manda que estos dos hijos míos se sienten, uno a tu derecha y otro a tu izquierda, en tu Reino». Replicó Jesús: «No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa que yo voy a beber?». Dícenle: «Sí, podemos». Díceles: «Mi copa, sí la beberéis; pero sentarse a mi derecha o mi izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es para quienes está preparado por mi Padre».

Al oír esto los otros diez, se indignaron contra los dos hermanos. Mas Jesús los llamó y dijo: «Sabéis que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo; de la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos».
Comentario:Mons. Octavio RUIZ Arenas Secretario del Pontificio Consejo para la promoción de la Nueva Evangelización (Città del Vaticano, Vaticano)
«¿Podéis beber la copa que yo voy a beber?»
Hoy, el episodio que nos narra este fragmento del Evangelio nos pone frente a una situación que ocurre con mucha frecuencia en las distintas comunidades cristianas. En efecto, Juan y Santiago han sido muy generosos al abandonar su casa y sus redes para seguir a Jesús. Han escuchado que el Señor anuncia un Reino y que ofrece la vida eterna, pero no logran entender todavía la nueva dimensión que presenta el Señor y, por ello, su madre va a pedir algo bueno, pero que se queda en las simples aspiraciones humanas: «Manda que estos dos hijos míos se sienten, uno a tu derecha y otro a tu izquierda, en tu Reino» (Mt 20,21).

De igual manera, nosotros escuchamos y seguimos al Señor, como lo hicieron los primeros discípulos de Jesús, pero no siempre logramos entender a cabalidad su mensaje y nos dejamos llevar por intereses personales o ambiciones dentro de la Iglesia. Se nos olvida que al aceptar al Señor, tenemos que entregarnos con confianza y de manera plena a Él, que no podemos pensar en obtener la gloria sin haber aceptado la cruz.

La respuesta que les da Jesús pone precisamente el acento en este aspecto: para participar de su Reino, lo que importa es aceptar beber de su misma «copa» (cf. Mt 20,22), es decir, estar dispuestos a entregar nuestra vida por amor a Dios y dedicarnos al servicio de nuestros hermanos, con la misma actitud de misericordia que tuvo Jesús. El Papa Francisco, en su primera homilía, recalcaba que para seguir a Jesús hay que caminar con la cruz, pues «cuando caminamos sin la cruz, cuando confesamos un Cristo sin cruz, no somos discípulos del Señor».

Seguir a Jesús exige, por consiguiente, gran humildad de nuestra parte. A partir del bautismo hemos sido llamados a ser testigos suyos para transformar el mundo. Pero esta transformación sólo la lograremos si somos capaces de ser servidores de los demás, con un espíritu de gran generosidad y entrega, pero siempre llenos de gozo por estar siguiendo y haciendo presente al Señor.

viernes, 24 de julio de 2020

VIERNES 24 DE JULIO




       

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Viernes XVI del tiempo ordinario
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Mt 13,18-23): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Vosotros, pues, escuchad la parábola del sembrador. Sucede a todo el que oye la Palabra del Reino y no la comprende, que viene el Maligno y arrebata lo sembrado en su corazón: éste es el que fue sembrado a lo largo del camino. El que fue sembrado en pedregal, es el que oye la Palabra, y al punto la recibe con alegría; pero no tiene raíz en sí mismo, sino que es inconstante y, cuando se presenta una tribulación o persecución por causa de la Palabra, sucumbe enseguida. El que fue sembrado entre los abrojos, es el que oye la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas ahogan la Palabra, y queda sin fruto. Pero el que fue sembrado en tierra buena, es el que oye la Palabra y la comprende: éste sí que da fruto y produce, uno ciento, otro sesenta, otro treinta».
Comentario:P. Josep LAPLANA OSB Monje de Montserrat (Montserrat, Barcelona, España)
«Vosotros, pues, escuchad la parábola del sembrador»
Hoy contemplamos a Dios como un agricultor bueno y magnánimo, que siembra a manos llenas. No ha sido avaro en la redención del hombre, sino que lo ha gastado todo en su propio Hijo Jesucristo, que como grano enterrado (muerte y sepultura) se ha convertido en vida y resurrección nuestra gracias a su santa Resurrección.

Dios es un agricultor paciente. Los tiempos pertenecen al Padre, porque sólo Él conoce el día y la hora (cf. Mc 13,32) de la siega y la trilla. Dios espera. Y también nosotros debemos esperar sincronizando el reloj de nuestra esperanza con el designio salvador de Dios. Dice Santiago: «Ved como el labrador aguarda el fruto precioso de la tierra, esperando con paciencia las lluvias tempranas y tardías» (St 5,7). Dios espera la cosecha haciéndola crecer con su gracia. Nosotros tampoco podemos dormirnos, sino que debemos colaborar con la gracia de Dios prestando nuestra cooperación, sin poner obstáculos a esta acción transformadora de Dios.

El cultivo de Dios que nace y crece aquí en la tierra es un hecho visible en sus efectos; podemos verlos en los milagros auténticos y en los ejemplos clamorosos de santidad de vida. Son muchos los que, después de haber oído todas las palabras y el ruido de este mundo, sienten hambre y sed de escuchar la Palabra de Dios, auténtica, allí donde está viva y encarnada. Hay miles de personas que viven su pertenencia a Jesucristo y a la Iglesia con el mismo entusiasmo que al principio del Evangelio, ya que la palabra divina «halla la tierra donde germinar y dar fruto» (San Agustín); debemos, pues, levantar nuestra moral y encarar el futuro con una mirada de fe.

El éxito de la cosecha no radica en nuestras estrategias humanas ni en marketing, sino en la iniciativa salvadora de Dios “rico en misericordia” y en la eficacia del Espíritu Santo, que puede transformar nuestras vidas para que demos sabrosos frutos de caridad y de alegría contagiosa.

jueves, 23 de julio de 2020

JUEVES 23 DE JULIO




       

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Jueves XVI del tiempo ordinario
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Mt 13,10-17): En aquel tiempo, acercándose los discípulos dijeron a Jesús: «¿Por qué les hablas en parábolas?». Él les respondió: «Es que a vosotros se os ha dado el conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no. Porque a quien tiene se le dará y le sobrará; pero a quien no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Por eso les hablo en parábolas, porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden. En ellos se cumple la profecía de Isaías: ‘Oír, oiréis, pero no entenderéis, mirar, miraréis, pero no veréis. Porque se ha embotado el corazón de este pueblo, han hecho duros sus oídos, y sus ojos han cerrado; no sea que vean con sus ojos, con sus oídos oigan, con su corazón entiendan y se conviertan, y yo los sane’.

»¡Pero dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Pues os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron».
Comentario:Rev. D. Manel MALLOL Pratginestós (Terrassa, Barcelona, España)
«¡... dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen!»
Hoy, recordamos la "alabanza" dirigida por Jesús a quienes se agrupaban junto a Él: «¡dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen!» (Mt 13,16). Y nos preguntamos: ¿Van dirigidas también a nosotros estas palabras de Jesús, o son únicamente para quienes lo vieron y escucharon directamente? Parece que los dichosos son ellos, pues tuvieron la suerte de convivir con Jesús, de permanecer física y sensiblemente a su lado. Mientras que nosotros nos contaríamos más bien entre los justos y profetas -¡sin ser justos ni profetas!- que habríamos querido ver y oír.

No olvidemos, sin embargo, que el Señor se refiere a los justos y profetas anteriores a su venida, a su revelación: «Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron» (Mt 13,17). Con Él llega la plenitud de los tiempos, y nosotros estamos en esta plenitud, estamos ya en el tiempo de Cristo, en el tiempo de la salvación. Es verdad que no hemos visto a Jesús con nuestros ojos, pero sí le hemos conocido y le conocemos. Y no hemos escuchado su voz con nuestros oídos, pero sí que hemos escuchado y escuchamos sus palabras. El conocimiento que la fe nos da, aunque no es sensible, es un auténtico conocimiento, nos pone en contacto con la verdad y, por eso, nos da la felicidad y la alegría.

Agradezcamos nuestra fe cristiana, estemos contentos de ella. Intentemos que nuestro trato con Jesús sea cercano y no lejano, tal como le trataban aquellos discípulos que estaban junto a Él, que le vieron y oyeron. No miremos a Jesús yendo del presente al pasado, sino del presente al presente, estemos realmente en su tiempo, un tiempo que no acaba. La oración -hablar con Dios- y la Eucaristía -recibirle- nos aseguran esta proximidad con Él y nos hacen realmente dichosos al mirarlo con ojos y oídos de fe. «Recibe, pues, la imagen de Dios que perdiste por tus malas obras» (San Agustín).

miércoles, 22 de julio de 2020

22 DE JULIO



       

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: 22 de Julio: Santa María Magdalena
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Jn 20,1-2.11-18): El primer día de la semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro. Echa a correr y llega donde Simón Pedro y donde el otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: «Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto».

Estaba María junto al sepulcro, fuera, llorando. Y mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro, y ve dos ángeles de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies. Dícenle ellos: «Mujer, ¿por qué lloras?». Ella les respondió: «Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto». Dicho esto, se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Le dice Jesús: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?». Ella, pensando que era el encargado del huerto, le dice: «Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré». Jesús le dice: «María». Ella se vuelve y le dice en hebreo: «Rabbuní» —que quiere decir: “Maestro”—. Dícele Jesús: «No me toques, que todavía no he subido al Padre. Pero vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios». Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al Señor y que había dicho estas palabras.
Comentario:Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
«Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al Señor»
Hoy celebramos con gozo a santa María Magdalena. ¡Con gozo y provecho para nuestra fe!, porque su camino muy bien podría ser el nuestro. La Magdalena venía de lejos (cf. Lc 7,36-50) y llegó muy lejos… En efecto, en el amanecer de la Resurrección, María buscó a Jesús, encontró a Jesús resucitado y llegó al Padre de Jesús, el “Padre nuestro”. Aquella mañana, Jesucristo le descubrió lo más grande de nuestra fe: que ella también era hija de Dios.

En el itinerario de María de Magdala descubrimos algunos aspectos importantes de la fe. En primer lugar, admiramos su valentía. La fe, aunque es un don de Dios, requiere coraje por parte del creyente. Lo natural en nosotros es tender a lo visible, a lo que se puede agarrar con la mano. Puesto que Dios es esencialmente invisible, la fe «siempre tiene algo de ruptura arriesgada y de salto, porque implica la osadía de ver lo auténticamente real en aquello que no se ve» (Benedicto XVI). María viendo a Cristo resucitado “ve” también al Padre, al Señor.

Por otro lado, al “salto de la fe” «se llega por lo que la Biblia llama conversión o arrepentimiento: sólo quien cambia la recibe» (Papa Benedicto). ¿No fue éste el primer paso de María? ¿No ha de ser éste también un paso reiterado en nuestras vidas?

En la conversión de la Magdalena hubo mucho amor: ella no ahorró en perfumes para su Amor. ¡El amor!: he aquí otro “vehículo” de la fe, porque ni escuchamos, ni vemos, ni creemos a quien no amamos. En el Evangelio de san Juan aparece claramente que «creer es escuchar y, al mismo tiempo, ver (…)». En aquel amanecer, María Magdalena arriesga por su Amor, oye a su Amor (le basta escuchar «María» para re-conocerle) y conoce al Padre. «En la mañana de la Pascua (…), a María Magdalena que ve a Jesús, se le pide que lo contemple en su camino hacia el Padre, hasta llegar a la plena confesión: ‘He visto al Señor’ (Jn 20,18)» (Papa Francisco).

martes, 21 de julio de 2020

MARTES 21 DE JULIO



       

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Martes XVI del tiempo ordinario
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Mt 12,46-50): En aquel tiempo, mientras Jesús estaba hablando a la muchedumbre, su madre y sus hermanos se presentaron fuera y trataban de hablar con Él. Alguien le dijo: «¡Oye! ahí fuera están tu madre y tus hermanos que desean hablarte». Pero Él respondió al que se lo decía: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?». Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: «Éstos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre».
Comentario:P. Pere SUÑER i Puig SJ (Barcelona, España)
«El que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es (...) mi madre»
Hoy, el Evangelio se nos presenta, de entrada, sorprendente: «¿Quién es mi madre?» (Mt 12,48), se pregunta Jesús. Parece que el Señor tenga una actitud despectiva hacia María. No es así. Lo que Jesús quiere dejar claro aquí es que ante sus ojos —¡ojos de Dios!— el valor decisivo de la persona no reside en el hecho de la carne y de la sangre, sino en la disposición espiritual de acogida de la voluntad de Dios: «Extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: ‘Éstos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre’» (Mt 12,49-50). En aquel momento, la voluntad de Dios era que Él evangelizara a quienes le estaban escuchando y que éstos le escucharan. Eso pasaba por delante de cualquier otro valor, por entrañable que fuera. Para hacer la voluntad del Padre, Jesucristo había dejado a María y ahora estaba predicando lejos de casa.

Pero, ¿quién ha estado más dispuesto a realizar la voluntad de Dios que María? «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). Por esto, san Agustín dice que María, primero acogió la palabra de Dios en el espíritu por la obediencia, y sólo después la concibió en el seno por la Encarnación.

Con otras palabras: Dios nos ama en la medida de nuestra santidad. María es santísima y, por tanto, es amadísima. Ahora bien, ser santos no es la causa de que Dios nos ame. Al revés, porque Él nos ama, nos hace santos. El primero en amar siempre es el Señor (cf. 1Jn 4,10). María nos lo enseña al decir: «Ha puesto los ojos en la humildad de su esclava» (Lc 1,48). A los ojos de Dios somos pequeños; pero Él quiere engrandecernos, santificarnos.

lunes, 20 de julio de 2020

LUNES 20 DE JULIO




          
 
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Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Lunes XVI del tiempo ordinario
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Mt 12,38-42): En aquel tiempo, le interpelaron algunos escribas y fariseos: «Maestro, queremos ver una señal hecha por ti». Mas Él les respondió: «¡Generación malvada y adúltera! Una señal pide, y no se le dará otra señal que la señal del profeta Jonás. Porque de la misma manera que Jonás estuvo en el vientre del cetáceo tres días y tres noches, así también el Hijo del hombre estará en el seno de la tierra tres días y tres noches. Los ninivitas se levantarán en el Juicio con esta generación y la condenarán; porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás, y aquí hay algo más que Jonás. La reina del Mediodía se levantará en el Juicio con esta generación y la condenará; porque ella vino de los confines de la tierra a oír la sabiduría de Salomón, y aquí hay algo más que Salomón».
Comentario:P. Joel PIRES Teixeira (Faro, Portugal)
«Maestro, queremos ver una señal hecha por ti»
Hoy, Jesús es puesto a prueba por «algunos escribas y fariseos» (Mt 12,38; cf. Mc 10,12), que se sienten amenazados por la persona de Jesús, no por razones de fe, sino de poder. Con miedo a perder su poder, procuran desacreditar a Jesús, provocándolo. Estos “algunos” muchas veces somos nosotros mismos, cuando nos dejamos llevar por nuestros egoísmos e intereses individuales. O también cuando miramos a la Iglesia como una realidad meramente humana y no como un proyecto del amor de Dios hacia cada uno de nosotros.

La respuesta de Jesús es clara: «Ninguna señal les será dada» (cf. Mt 12,39), no por miedo, sino para enfatizar y recordar que las “señales” son la relación de comunicación y amor entre Dios y la humanidad; no se trata de una relación de intereses y poderes individuales. Jesús recuerda que hay muchas señales dadas por Dios; y que no es provocándole o chantajeándole como se consigue llegar a Él.

Jesús es la señal más grande. En este día la Palabra es una invitación para que cada uno de nosotros comprenda, con humildad, que sólo un corazón convertido, vuelto hacia Dios, puede acoger, interpretar y ver esta señal que es Jesús. La humildad es la realidad que nos acerca no solamente a Dios, sino también a la humanidad. Por la humildad reconocemos nuestras limitaciones y virtudes, pero sobre todo vemos a los otros como hermanos y a Dios como Padre.

Como nos recordaba el Papa Francisco, «¡El Señor es verdaderamente paciente con nosotros! No se cansa nunca de recomenzar desde el inicio cada vez que nosotros caemos». Por eso, a pesar de nuestras faltas y provocaciones, el Señor está con los brazos abiertos para acoger y recomenzar. Procuremos, por tanto, que nuestra vida, y hoy en particular, esta palabra se haga realidad en nosotros. La alegría del cristiano está en ser reconocido por el amor que se ve en su vida, amor que brota de Jesús.

sábado, 18 de julio de 2020

DOMINGO 19 DE JULIO




         
“¿Soy semilla del Reino?”
Sabiduría 12, 13.16-19: “Al pecador le das tiempo para que se arrepienta”
Salmo 85: “Tú, Señor, eres bueno y clemente”
Romanos 8, 26-27: “El Espíritu intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras”
San Mateo 13, 24-43: “Dejen que crezcan juntos hasta el tiempo de la cosecha”
La historia se repite y hoy sucede lo mismo que en tiempos de Jesús: se divide el mundo en buenos y malos, y claro que nosotros nos ponemos siempre del lado de los buenos. Se condena a los demás, se les quiere destruir, se les mira con recelo. Los fariseos y los escribas más que buscar signos de esperanza parecen dispuestos a juzgar, a mirar la paja ajena y a declarar impurezas. Las parábolas del Reino que hoy nos cuenta Jesús aportan un tesoro de humanidad y misericordia que el Antiguo Testamento no se atreve ni siquiera a soñar. Siempre se ligaba la bondad y la rectitud con el progreso y con la riqueza. Jesús ahora abre un nuevo horizonte y con sus parábolas da un brusco giro a toda esta teología: no se puede condenar sin el riesgo de matar brotes de vida, el tiempo del hombre no es el tiempo de Dios. Frente a la impaciencia de los que no pueden ver el bien y el mal, está la paciencia misericordiosa de un “dueño” que aguarda hasta el final para descubrir el interior del hombre. El Reino de Dios se hace presente en la ambigüedad de la historia que debe ir madurando, dando frutos y esperar hasta el momento final. El recurso fácil y hasta tendencioso, de dividir a las personas en buenas y malas, no solamente puede resultar falso, sino que trastoca los valores del Reino y destruye a las personas.
¿Cuántas veces nos hemos encontrado que la justicia ha condenado a quien era inocente? Recuerdo un pobre borrachito al que se le negó su misa de funeral por haberse suicidado, para después de algunos meses descubrir que lo habían asesinado. ¿Cómo juzgar el corazón del hermano y condenarlo? Es cierto que existe el mal y lo comprobamos a diario, pero también es cierto que a nosotros no nos toca juzgar y que con nuestra mirada miope nos equivocamos con muchísima frecuencia. La cizaña ha pasado a ser sinónimo de maldad, de división y de zancadilla, sin embargo el Buen Dios Misericordioso sigue esperando una respuesta de amor de aquella a quien todos condenan. El discípulo de Jesús lejos de constituirse en juez, tiene que aprender del silencio del crecimiento del trigo que debe madurar junto a los demás y no sólo, sino enriquecerse de su presencia. Jesús nos enseña a entrar en diálogo con el hermano que vive junto a nosotros, con sus problemas e inquietudes reales, sin pretender imponer nuestra supuesta superioridad o nuestros mejores criterios. El Reino de los cielos requiere paciencia, no aceleración de procesos.
Pero junto a la aceptación de la convivencia genuina con los demás, hoy se impone al discípulo una fuerte dosis de esperanza, de constancia y de fe. Con demasiada frecuencia nos invaden las actitudes negativas por los pobres resultados obtenidos con ingentes esfuerzos. Lo vemos en lo poco que hemos avanzado en justicia, en la búsqueda de la verdad, en la educación y hasta en nuestro propio crecimiento. Descubrir la maldad en las personas cercanas nos duele mucho, pero ser consciente de los propios fracasos, captar que también hay cizaña en nuestro corazón, puede llevarnos al desaliento y al pesimismo. Hoy Jesús nos enseña que el Reino se va formando de pequeñas acciones, que los pequeños son los importantes en su proceso, que no siempre lo que suena más fuerte es lo más importante. Al mismo Jesús lo tildaron de nefasto e ineficaz, solamente por proceder de un lugar pequeño del que nada bueno podría salir, sin embargo Él fue trigo que se sembró con generosidad en el surco, que sepultado y en tinieblas esperó la resurrección y que en el anonimato del silencio hizo florecer la vida. El discípulo ha de convertirse a Jesús, pero al Jesús sencillo, pobre, al Jesús de Nazaret. Solamente en la vida de Jesús podremos entender la forma de construir el Reino, pues desde la Nazaret ignorada, desde lo pequeño, ha hecho Jesús su estilo de vida y nos ha enseñado que las grandes obras se construyen desde lo pequeño y con los pequeños, con el silencio, con la constancia y con mucha esperanza. Hoy también vemos brotes de esperanza en muchos sitios y en personas que parecen desconocidas, no apaguemos esa mecha que está encendiendo, no despreciemos esos pequeños esfuerzos, no matemos la esperanza. La construcción del Reino requiere paciencia y mucha fe.
Pero no pensemos que las parábolas de Jesús, que nos invitan a mirar a lo pequeño y poner nuestra esperanza en la mano de Dios que da el crecimiento, nos deben conducir a la pasividad. Por el contrario queda muy claro en las parábolas la acción responsable de la persona: “La semilla de mostaza que un hombre siembra en un huerto”, “un poco de levadura que una mujer tomó y mezcló”. El Reino de Dios necesita para su realización, del trabajo y la acción comprometida de hombres y mujeres. Nuestra vida, nuestro compromiso, nuestras actitudes, que parecen insignificantes, van haciendo posible la realización del Reino. La levadura es muy pequeña pero tiene que estar presente si no, no habrá fermento de la masa. Tendrá que deshacerse, “perderse” en toda la masa. Y a nosotros que nos gusta más aparecer, distinguirnos, recibir reconocimientos y actuar poco. Necesitamos dejar actuar a Dios pues Él obra dentro de la masa, en el corazón de la historia y no al margen de las realidades humanas y sociales.  Si la levadura no se mezcla e introduce en las realidades de cada día, en el corazón de nuestro mundo, esta sociedad no fermentará y seguirá sin ser Reino.
Hoy reflexionamos varias parábolas y cada una de ellas deja en nuestro corazón un eco que debe resonar y cuestionarnos: ¿Soy semilla del Reino? ¿Acepto, convivo y comparto con las otras semillas o desprecio, juzgo y condeno? ¿Tengo paciencia y perseverancia en las propuestas del Reino?
Papá Dios, Padre Bueno, míranos con amor y multiplica en nosotros los dones de tu gracia para que aprendamos a crecer juntos con los hermanos, en la pequeñez, en el silencio y en la esperanza.  Amén.

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