VIDA NUEVA
Los valores del Reino de Dios
Evangelio: san Mateo 13, 44-52: «Vende todo lo que tiene y compra
el campo»
Bienvenidos todos a esta celebración de la Eucaristía. Es la acción de
gracias al Señor que ofrece la comunidad de creyentes, la Iglesia.. Por eso nos
sentimos unidos en la fe, en la esperanza y en la caridad porque formamos la
«gran Familia de Dios». En este domingo el Señor nos pide examinar nuestras
prioridades, incluso a no tener sino una única prioridad: El, y en El todo lo
demás: Y cuando el universo le quede sometido... Dios lo será todo en todos
1Co. 15, 28). Lo hace a través de tres parábolas cortas, hermosas,
cuestionantes- Seguimos y concluimos hoy el capítulo que Mateo dedica a las
parábolas de Jesús con las que nos transmite un mensaje religioso, los rasgos
del Reino que él quiere establecer en este mundo: «el Reino de los cielos se
parece a». Esta vez son las parábolas del tesoro escondido en el campo y otra
gemela, la de la perla preciosa descubierta en medio de otras. La tercera, que,
a su vez, es gemela de la del trigo y la cizaña del Domingo pasado, es la de la
red que recoge peces buenos y malos.
Encontrar el tesoro
Caminamos distraídos por el mundo, pisando el campo donde Dios mismo ha
enterrado el tesoro. Debemos descubrirlo. Ese momento de gracia no puede pasar
inadvertido. Nos sale al encuentro en personas, en acontecimientos, en experiencias
de la propia vida. Si sabemos leerlo, en ellos descubrimos el rostro de Dios
que nos llega al corazón. Si para un investigador descubrir lo que anhela es
motivo de indecible gozo, si para un navegante descubrir un mundo es la cumbre
de sus alegrías, descubrir que Dios está en lo hondo de nosotros mismos es
nuestra máxima felicidad. Siempre será verdadero que donde tengas tu tesoro,
allí tienes tu corazón. Adueñarse de él para siempre, cueste lo que cueste,
vale la pena. Es la mejor inversión para decirlo en nuestro lenguaje actual.
Por eso se vende todo y se adquiere el campo.
Pero ese tesoro será siempre más valioso que todo lo nuestro. No siempre
damos a la vida cristiana la hondura que tiene. Nos parece que ser
cristiano es simplemente cumplir una serie de prácticas que fácilmente se
descuidan. Olvidamos que para Dios somos importantes y que él quiere entrar en
nuestra vida para compartirnos su misterio. Sentir que sobre nosotros el Dios
infinito y eterno tiene detalles, acciones concretas, pasos determinados.
Cuando alguien importante en el mundo nos llama por el nombre y nos distingue
nos sentimos complacidos. ¿Y cuando es Dios el que piensa en nosotros y llega
hasta nuestra pequeñez con acciones decisivas como darnos la vida, acogernos en
su familia por nuestro bautismo, caminar con nosotros toda la existencia para
finalmente recibirnos en el interior de su misterio, por qué no sentimos que
allí radica nuestra verdadera grandeza? Encontrar esto y sacrificarle la vida y
todo lo que somos es encontrar el tesoro escondido, es comprar la perla
preciosa, no importa el precio que debamos dar. Hacerlo es realizar el gran
negocio de la vida. Es perder para encontrar con valor inmensamente mayor lo
que sacrificamos a veces con dolor
¿Cuál sabiduría es la nuestra?
Al acabar de proponer estas parábolas, Jesús hace una pregunta: «¿Han
entendido todo esto?». Los discípulos contestan que «sí». Uno duda, hasta
cierto punto, que aquellos buenos discípulos entendieran del todo lo que Jesús
les quería enseñar, por el modo como siguieron reaccionando ante diversas
enseñanzas y acontecimientos.
Aún en lo humano, ¿qué sabiduría demuestra el que cuida sólo lo
económico o los éxitos inmediatos, y no la cultura o la amistad o la
tranquilidad de conciencia o la paz en la familia? ¿qué favor les hacemos a
nuestros hijos si les presentamos como ideales últimos el dinero o el bienestar
material, no les transmitimos valores humanos y cristianos para toda su vida?
Optar por los valores espirituales es invertir bien. Es promesa de éxito de
alegría plena. El que apuesta por los valores seguros no fracasa. Jesús
quisiera que nos entusiasmáramos por los valores que él nos propone con la
misma alegría y sabiduría que los que descubren esos tesoros y perlas. Ojalá
podamos nosotros responder en verdad que sí, que entendemos estas parábolas,
ayudados por la explicación que de las más importantes nos hace el mismo Jesús.
Por los acontecimientos pascuales -después de Pascua y Pentecostés se entienden
mejor todas las cosas que había dicho Jesús- y por la comprensión eclesial
acumulada de siglos.
Como cantamos en el salmo de hoy,(salmo 118) ojalá sea verdad que «amo
tu voluntad, Señor», y que «más estimo yo los preceptos de tu boca que miles
monedas de oro y plata». «La Palabra de Dios (= el tesoro) le ha sido
encomendado como una joya (= perla fina) al cofre de la Iglesia. Si el cofre se
rompe, hay peligro de que esa joya se pierda o se haga pedazos» (BENEDICTO XVI:
JMJ, 2008).
Relación con la Eucaristía
Dejémonos juzgar por esta Palabra y pidamos los valores del Reino en la
Eucaristía que es gratitud por el don de Dios. Celebrando la Eucaristía en
comunidad, escuchando la divina Palabra estamos disfrutando del tesoro
escondido y de la perla preciosa, en espera de su pleno descubrimiento en el regazo
de Dios.
¿Cuáles son los valores y deseos de mi corazón?
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