La grandeza de la humildad
Evangelio: san Mateo 11,
25-30: «Vengan a mí todos los que están fatigados y sobrecargados, y yo les
daré descanso»
De nuevo nos reunimos para
celebrar la Eucaristía y encontrarnos con Jesús que nos dice «vengan a Mí los
que estén cansados». Al encontrarnos alegremente con Jesús, experimentaremos la
paz que solamente en la sencillez de su Reino se puede encontrar.
¿QUÉ NOS DICE la PALABRA?
¿Cómo nos resuena la extraña
acción de gracias de Jesús en medio del rechazo? - ¿Cómo se nos va dando
conocer a Jesús y al Padre, en qué, en quién? ¿Qué es Jesús para mí, descanso o
agobio? ¿Cómo vivo el yugo del proyecto del Reino?
Poseer el Misterio de Cristo
Para poder poseer estas
riquezas Mesiánicas, Mateo dirá que para poseer el secreto de Cristo, precisa
en nosotros una disposición de humildad, docilidad, disponibilidad. San Mateo
nos guarda estas preciosas palabras en las que el mismo Jesús nos habla del misterio
de su Persona: - Misterio inefable e incomprensible. Sólo el Padre lo conoce
perfectamente. Se trata, por tanto, de una Filiación divina, propia,
ontológica. Jesús es único en esta relación: Padre-Hijo Unico en gozarla y único en conocerla.
Misterio al que sólo están
abiertos los humildes. El orgullo será siempre el mayor obstáculo para aceptar
la Sabiduría de Dios y entrar en el Reino. - Misterio de amor infinitamente
amable. El Hijo es el Amor Infinito del Padre que se nos revela y se nos
acerca. Enviado a nosotros por el Padre, nos amará el Hijo con un amor al que
no podremos resistir. Desde la Encarnación tenemos un Corazón que nos ofrece el
amor y la benignidad de Dios en latidos humanos: el Corazón benigno y humilde
de Jesús que a todos nos llama para que en El encontremos cobijo y calor, paz y
gozo, gracia y salvación.
Jesús es el Maestro dulce,
humilde, amable. Es el Rey que nos trae paz y salvación. La trae porque El es
la Paz (. El es Reposo y Sábado pleno
Pero sólo los pobres y
humildes, los cansados y abatidos, los que se reconocen pecadores y enfermos
son capaces de acogerlo, de reconocerlo, de creer y esperar en El. Y no pesa su
yugo: su ley (30); pues no lo llevamos solos, sino él en nosotros.
En este ramillete de «dichos»
de Jesús quedan acentuadas tres disposiciones que deben adquirir y cultivar
todos los seguidores del Maestro: - a) Humildad (v 25): Sólo los humildes
reciben luz y gracia del Padre para conocer a Cristo y serle fieles.
b) Confianza: «Vengan a mí
cuantos andan fatigados y agobiados»: El Corazón de Cristo se abre a todos y
llama a todos.
c) Docilidad: «Tomen sobre
ustedes mi yugo y aprendan de mí. Sean dóciles discípulos míos. Y hallarán el
reposo para sus almas»: He ahí un hermoso y gozoso programa cristiano.
La verdadera sabiduría
A lo largo de la vida de
Jesús, las buenas gentes -no por ignorantes, sino por personas de sentido común
y buena voluntad- supieron reconocer a Jesús como el profeta de Dios, mientras
que los letrados y fariseos buscaron mil excusas para no creer. Un caso notorio
fue el contraste entre el ciego curado por Jesús, sin cultura humana, pero
capaz de razonar con lógica y sacar las consecuencias del milagro, cosa que no
pudieron o no quisieron hacer los fariseos y autoridades que le interpelaban.
Pero es más entrañable todavía
el ejemplo de la Madre de Jesús, que en su Magníficat canta a Dios porque ha
mirado complacido la humildad de su sierva y porque a los pobres «los llena de
bienes», mientras que a los que se creen ricos y sabios «los despide vacíos».
También ahora, hay muchos
hombres y mujeres que no han ido a la universidad, pero con una intuición
admirable saben comprender con serenidad gozosa los designios de Dios y los
aceptan en su vida. ¡Cuántos familiares nuestros, que tal vez no han tenido mucha
formación humana ni religiosa, nos han dejado ejemplo de profundidad en su fe y
en su vida! En la Plegaria Eucarística IV del Misal damos gracias a Dios porque
Cristo Jesús «anunció la salvación a los pobres».
No se trata de desautorizar a
los doctos y a los profesores. También los que tienen cultura humana y
religiosa pueden ser «sencillos de corazón», porque no se enorgullecen de su
sabiduría, y no se fían tanto de su erudición sino que saben que la sabiduría y
la salvación auténticas vienen de Dios.
Si fuéramos un poco más
sencillos, no amantes de grandezas, si tuviéramos «ojos de niño» y un corazón
más humilde, tendríamos mayor armonía interior, una paz más serena en nuestras
relaciones con los demás, una sabiduría más profunda y una fe más estimulante y
activa. Seríamos mucho más felices. Encontraríamos de veras paz y descanso en
Cristo Jesús.
¿A QUÉ NOS COMPROMETE la PALABRA?
¿Qué dimensión de nuestra vida
podemos cambiar? ¿Qué hacer en concreto, por poco que sea, para agradecer en
medio de nuestras dificultades y para descansar en Él nuestras fatigas y
sobrecargas? ¡Algo que esté en nuestra mano de modo realista! Nuestra época nos
asombra por los descubrimientos realizados y sus técnicas fantásticas. Todo
ello va encaminado a conseguir una vida cada vez más placentera y satisfactoria.
Sin embargo, los hombres, aunque viven mejor cada día, no son más felices. Frente
a los deseos de poder y grandeza que están enraizados en cada uno de nosotros,
frente a muchos yugos y esclavitudes a los que estamos sometidos, es Jesús, el Señor,
quien dice que da gracias al Padre porque reveló su amor a los sencillos, a los
pobres, a los no poderosos, a quienes no están hartos. El rechazo de Jesús por
«los sabios» y «prudentes», nos está diciendo que la fe en Jesús es un don, un
regalo, y no el fruto del esfuerzo humano. También nos dice que él aliviará
nuestras preocupaciones y agobios si le acogemos con confianza; si acudimos a
él con sencillez. Para ello es preciso alejarse de la soberbia, del orgullo, de
la hartura humana y de la necedad; y es preciso vivir en sencillez, en
humildad, en pobreza frente a Dios.
Relación con la Eucaristía
Celebramos la humildad y
entrega de Jesús (cordero - siervo), para que cada uno aprendamos y vivamos
esta actitud fundamental ante Dios y entre los hombres.
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