“Jornal gratuito”
Domingo XXV del Tiempo Ordinario,
Isaías 55, 6-9: “Mis
pensamientos no son los pensamientos de ustedes”
Salmo 44: “Bendeciré al
Señor eternamente”
Filipenses 1, 20-24. 27: “Para
mí, la vida es Cristo, y la muerte una ganancia”
San Mateo 20, 1-16: “¿Vas
a tenerme rencor porque yo soy bueno?”
La
pandemia ha desnudado muchas de las carencias de nuestro país y de nuestra
sociedad. Muchos se han quedado sin trabajo, sin escuela y sin opciones ante la
indiferencia de quienes deberían ser responsables. Descubrimos el ámbito del
trabajo como un lugar donde prevalecen las injusticias y se le más valor al capital
y a las ganancias que a la dignidad y necesidades básicas de las personas. Si
revisamos los horarios, si vemos los salarios, comprobamos que las personas
pasan a ser meros números, engranes de una maquinaria de producción que
solamente beneficia a unos cuantos y deja a la mayoría sobreviviendo. El campo
es igual: mucho trabajo, mucho riesgo para los campesinos y pocos beneficios
cuando se obtiene la cosecha. Las ganancias quedan en otra parte. La actual
concentración de renta y riqueza se da principalmente por los mecanismos
injustos del sistema financiero y una acumulación de bienes y servicios que ni
es en pro del bien común, ni beneficia a todos los hombres, ni produce una
auténtica realización de la felicidad humana. Si a esto añadimos la grave corrupción
en todos los niveles, vinculada muchas veces al flagelo del narcotráfico o del
narconegocio, se acaba destruyendo el tejido social y económico de las
comunidades. Y esto tiene graves repercusiones en el desempleo, subempleo y
situaciones dramáticas de necesidades personales, familiares y sociales.
Rompiendo
estructuras
La
parábola que hoy nos cuenta Jesús en un primer momento puede parecernos que va
en el mismo sentido: un patrón que contrata a los que quiere y que después paga
a su gusto, igualando ‘injustamente’ a quienes han trabajado todo el día con
quienes solamente han trabajado una hora. Pero si logramos captar el verdadero
sentido de la parábola, nos llevará a una profunda reflexión tanto del
verdadero sentido del trabajo y del capital, como de la verdadera igualdad y
comunidad. Este pasaje continúa la instrucción de Jesús sobre los temas de la
fraternidad cuyo cimiento fundamental es la acogida al débil. La respuesta a
las diferencias que ofrece es muy clara: la norma de oro sobre la que nace la
comunidad debe ser la igualdad: todos reciben lo mismo independientemente del
trabajo que han realizado. Habrá que romper los esquemas que hacen de la
comunidad un campo cuya norma parece ser la fuerza y el egoísmo. La nueva
comunidad cristiana habrá de recuperar su vocación inicial y romper las
estructuras sistémicas que hacen de la comunidad una presa fácil a favor del
poderoso, donde el débil no cuenta y los excluidos no tiene acceso a los
beneficios del Reino.
Los
últimos y los primeros
Acostumbrados
a los mensajes de un mundo neoliberal, nos parece ilógico e injusto el proceder
del Señor. Ante Dios no es cuestión de mérito, ni de cantidad o calidad de
trabajo. Tanto la llamada a participar en su viña, como la retribución, son un
regalo, no una premiación. La respuesta y el compromiso personal son muy
necesarios, pero la recompensa es gratuidad de Dios. Dios habla de la gracia,
de la alegría de dar. Nosotros inmediatamente hablamos de comparaciones y de
derechos. Y la comparación siempre produce o bien complejo de superioridad o
bien nos arroja en la amargura de la envidia. ¿No es cierto que muchas de las
tristezas y frustraciones nacen de la comparación con lo que otros tienen, con
lo que los otros hacen o con lo que otros disfrutan y nosotros no? Me imagino
que, si aquellos trabajadores hubieran recibido su jornal, que nos da a
entender que era justo y apreciado, sin saber el jornal de los otros, lo
hubieran aceptado felices como un premio. Pero al mirar a los otros les produce
tristeza lo que están obteniendo. La envidia corroe el corazón, cuando nos
comparamos con el otro y nos sentimos con más derechos.
En la
narración Cristo habla a los que se sienten justos y niegan acceso a los
pecadores. En nuestra actualidad se dan muchas discriminaciones y bloqueos,
solamente porque los consideramos sin derechos. No se tiene en cuenta a los más
débiles. Baste mirar las estructuras de nuestra sociedad, sus calles, sus
servicios, no tienen en cuenta para nada a quienes tienen capacidades
diferentes. Se cierran pasos, se construyen obras, pero todo pensando en unos
cuantos, egoístamente y no teniendo en cuenta a los más desprotegidos. E igual
sucede en la vida. Se olvida la igualdad, esa igualdad nacida de la generosidad
de un Dios que no crea ninguna injusticia, que se derrama sobre todos. De ahí
que quien entiende bien a este Dios generoso que obra sin detenerse en
presuntos privilegios, debería ser igualmente generoso en su propia comunidad,
sobre todo con los más débiles.
¿Qué
hacen ociosos?
Finalmente,
aunque solo sea una mención, aparece también muy clara la abierta invitación de
Jesús a que todos trabajemos en su viña. Hay quienes generosamente han
entregado su vida a favor de los hermanos, y qué bueno. Hay quienes, con culpa
o sin ella, no han tenido esa oportunidad; hoy Jesús nos invita. No hay ninguna
excusa para que alguien quede indiferente ante el llamado de Jesús. No importa
edad, no importa sexo, no importa ideología, todos estamos llamados a trabajar
en esa viña, que es la niña de sus ojos, por la cual da la vida. ¿Qué esperamos
para responder al llamado? Nunca se es demasiado viejo ni demasiado joven para
responder a su llamado; nunca se es suficientemente sabio o ignorante, para no
participar. Cristo nos llama a todos y éste es el momento especial de gracia
para responder a su llamado.
Dios
nuestro, Padre bueno, Padre de todos, que en el amor a Ti y a nuestro prójimo
has querido resumir toda tu ley, concédenos descubrirte y amarte en nuestros
hermanos para que podamos alcanzar la vida eterna. Amén.
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