La corrección fraterna en
Comunidad.
Preocuparse por los
hermanos que se alejan de la Comunidad
Nos reunimos el Domingo para
compartir nuestra fe fraternalmente. Sabemos que Jesús nos hermana porque, como
él nos dice en el Evangelio de hoy, (domingo 23 del tiempo ordinario) «donde
hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo con ellos». Gozosos por
esta presencia del Señor, nos disponemos a presentarle nuestra acción de
gracias y a escuchar su Palabra. Al mismo tiempo, pidamos perdón por nuestros
pecados, que no solamente son una ruptura de fidelidad a Dios, sino que son un
daño que causamos a nuestros hermanos. La liturgia de este Domingo pone énfasis
en la práctica de la caridad en situaciones particulares.
Lecturas:
Ezequiel 33,7-9: «Si no hablas
al malvado, te pediré cuenta de su sangre»
Salmo 95(94): «Ojalá escuchen
hoy su voz»
Romanos 13,8-10: «Amar es
cumplir la ley entera»
San Mateo 18, 15-20: «Si te
escucha, habrás ganado a tu hermano»
Camino para la convivencia
Este evangelio de este domingo
nos enseña un camino para la convivencia. Cristo nos ha llamado a un ideal de
Iglesia muy alto. Pero es consciente de que en toda Comunidad humana, llámese
Familia, Pueblo o Nación, hay necesariamente enfrentamientos y divergencias.
También en la Iglesia los hay. Los apóstoles frecuentemente discutían entre
ellos por ambiciones y celos de poder. En la Iglesia primitiva, fresca y
hermosa como nos la presentan los Hechos de los Apóstoles, hermanos que tenían
un solo corazón y una sola alma , pronto se dieron conflictos. No los oculta
san Lucas en su libro. Los discípulos de origen judío contra los de origen
griego por roces en el servicio o por
motivos hondos y decisivos como fue el saber de dónde venía la salvación: del
cumplimiento de la Ley antigua o de la muerte y resurrección de Jesucristo; y
hasta dos grandes, Pablo y Bernabé, discutieron y se separaron por una razón
que podía ser fácilmente superable. Y ya entonces se acudió a lo enseñado en el
Evangelio, la corrección fraterna. Nadie escapaba de ella, ni el mismo Pedro,
con todo y ser el primero. La corrección fraterna es un servicio Amar al
prójimo no es siempre sinónimo de callar o dejarlo que siga por malos caminos,
si en conciencia estamos convencidos de que es éste el caso. Amar al hermano no
sólo es acogerlo o ayudarle en su necesidad o tolerar sus faltas: también, a
veces, es saberle decir una palabra de amonestación y corrección para que no
empeore en alguno de sus caminos. Un centinela tiene que avisar. Un esposo o
una esposa deben ayudar a su cónyuge a corregirse de sus defectos. Un padre no
siempre tiene que callar respecto a la conducta y las costumbres que va
adquiriendo su hijo. Ni el maestro o el educador permitirlo todo en sus alumnos.
Ni un amigo desentenderse cuando ve que su amigo va por mal camino. Ni un
obispo dejar de ejercer su guía pastoral en la diócesis. La Comunidad cristiana
no es perfecta. Coexisten en ella, como en cada uno de nosotros, el bien y el
mal. Pero, como todos formamos parte de esa Comunidad, todos somos un poco
co-responsables en ella: de un modo particular los que tienen la misión de la
autoridad, pero también todos los demás. Eso pasa dentro de la Iglesia. Son
impresionantes al respecto las siete cartas del ángel a las siete iglesias del
Apocalipsis, en las que con las alabanzas y ánimos, se mezclan también palabras
muy expresivas de corrección y acusación. Pero también pasa a un cristiano en
su relación con la sociedad. Tanto los responsables de la Comunidad como los
simples fieles, tienen el deber de llamar la atención en contra de la
corrupción de los poderosos o de las injusticias que se cometen contra los
débiles o de las desviaciones graves que afectan a los derechos humanos o los de
la Comunidad eclesial o de los episodios graves de racismo o genocidio... Dios
quiere la salvación de todos. Jesús se entregó por todos, y dijo que no había
venido a salvar a los justos, sino a los pecadores, como el médico no está para
los sanos, sino precisamente para los enfermos. Así nosotros, los seguidores de
Jesús, debemos querer la salvación de todos y no podemos desentendernos del
hermano, también cuando le vemos tentado o frágil y en peligro de caer. Se nos
pide, no sólo que no hagamos el mal, sino que nos esforcemos en hacer
positivamente el bien. Además de los pecados de pensamiento y de obra, existen
también, como recordamos en la oración del «yo confieso», los pecados «de
omisión». La vida nos ofrece múltiples ocasiones para vivir lo que nos pide
este evangelio. En el seno del hogar, en el aula del estudio o del trabajo, en
el encuentro informal de la calle, dondequiera que estemos podremos encontrar
la oportunidad de hacerlo. Para no ser importunos ni molestos, sepamos
distinguir lo que vale la pena, lo que compromete al hermano y a la Comunidad,
lo que pone en juego valores significativos. Hacerlo con la discreción del
mismo Dios que no atropella sino que lleva pacientemente a cada uno es secreto
de este servicio de corrección fraterna que se nos ha encomendado. Y cuando
llegue el momento de que algún hermano nos deje sentir a través de sus palabras
la preocupación del Padre Dios por nuestra vida, recibámoslo con amor y
agradecimiento. La pedagogía de una corrección eficaz Los «pasos» que recomienda
Jesús para realizar con delicadeza y eficacia esta corrección al hermano son ya
conocidos en el AT., y se intentaban seguir también en el ámbito de la Sinagoga
judía, cuando se trataba de expulsar a alguien de ella. > El primer paso es
una conversación privada, un diálogo personal. En el AT ya se recomendaba esta
corrección como uno de los modos de mostrar el amor al prójimo: «no odies a tu
hermano, pero corrige a tu prójimo, para que no cargues con pecado por su
causa». > El segundo paso es la
advertencia ante uno o dos testigos. Así se da cuenta el corregido de que el
asunto es serio e importante, y puede sentirse movido a corregirse. Aunque de
momento no le guste, y pueda reaccionar con una respuesta un tanto destemplada:
«¡no te metas en mi vida!». > El tercer paso, si hace falta, lo indica
Jesús: «díselo a la Comunidad». Sólo en casos extremos, cuando ninguno de estos
métodos ha dado resultado, y el hermano se obstina en su desvío, dice Jesús que
habrá que considerar que esa persona no quiere pertenecer a la Comunidad. No se
trata tanto de excomunión, sobre todo en un sentido jurídico y penal, sino de
actitud pastoral: el deseo es siempre el bien de la persona, no su escarmiento
o su castigo. Además, tratarlo como «un pecador o publicano», no significa
condenarlo o rechazarlo, sino, al contrario, tenerle paciencia y tolerancia,
como hizo Jesús con los pecadores y publicanos, para atraerlos a la Comunidad.
- Características de la corrección
fraterna - Que se vea que no lanzamos nuestro aviso a la cara, con agresividad
o deseos de venganza, sino desde la comprensión y el interés fraterno. ¡Sólo
quien ama tiene derecho a corregir! Seguro que lo hará con delicadeza y sabrá
encontrar los momentos y las palabras oportunos. - También tiene que ser una
corrección hecha desde la humildad. No nos dirigimos al hermano como jueces ni
como fiscales, ni desde la perfección y santidad que tenemos nosotros, sino
desde la debilidad que reconocemos en todos, en el otro y en nosotros: como
personas débiles que se dirigen a otra persona débil. - Son buenas las
recomendaciones de Pablo sobre la corrección fraterna: «cuando alguno incurra
en alguna falta, ustedes, los espirituales, corríjanlo con espíritu de
mansedumbre, y cuídate de ti mismo, pues también tú puedes ser tentado». - Para
eso, no podemos empezar ya de entrada con la condena o la humillación. Muchas
veces hay que interpelarle «provisionalmente», sabiendo antes, si es el caso,
escuchar sus explicaciones, porque no siempre son ciertas las cosas que se
dicen de los demás. No nos atrevemos a «juzgar» a nadie de entrada. - Se supone
que cuando un responsable de la Comunidad recibe una «denuncia» o queja con
respecto a un hermano, lo primero que hace no es creer lo que oye, sino
investigar discretamente sobre su veracidad. No podemos constituirnos
fácilmente poco menos que en fiscales de la humanidad, con una mentalidad
farisaica del que se cree él justo y los demás son unos pecadores. - La
corrección es cristiana cuando ayuda, cuando echa una mano, cuando hace fácil
la rehabilitación. Como cuando Jesús perdonó a Pedro, o cuando acompañó a los
dos discípulos de Emaús saliendo a su encuentro, escuchándolos, explicándoles,
y sólo después reprendiéndolos por su cortedad de miras.
Relación con la Eucaristía
La presencia del Señor en la
Eucaristía, y luego en nuestra vida («Lo que hicieron a uno de estos mis
hermanos más pequeños, a mí me lo hicieron»), es una de las perspectivas que
más sentido y fuerza da a nuestra existencia de cristianos. El evangelio de
Mateo empieza con el anuncio del «Emmanuel = el Señor con nosotros», termina
con el «yo estoy con ustedes (= Emmanuel) todos los días, hasta el fin del
mundo», y aquí, en medio, nos asegura que «donde dos o tres están reunidos en
mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos». En la Eucaristía está el pleno
cumplimiento de esa promesa de la presencia del Señor en y para la Comunidad.
La Eucaristía asegura la unidad de las Comunidades cristianas; en ellas
crecemos y maduramos y en ellas obtenemos la reconciliación.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario