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Emisora Vida Nueva

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Vida Nueva Cali - Reproductor

viernes, 30 de octubre de 2020

DOMINGO 1 E NOVIEMBRE

       

FIESTA DE TODOS LOS SANTOS

La Humanidad plenamente realizada

La solemnidad de Todos los Santos no sólo nos hace recordar a aquéllos y aquéllas que han sido inscritos por la Iglesia en la lista de santos y santas. Está bien hacerlo y ellos son intercesores nuestros. Pero esta solemnidad sobre todo nos recuerda que cuantos hemos entrado por el Bautismo en el misterio de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo estamos llamados a ser santos.

¿Qué es la santidad? Es pregunta elemental que nos debemos hacer. La liturgia de la Palabra de este día nos encamina a una respuesta.

LECTURAS:

1.   Apocalipsis 7, 2-4.9-14: «Estos son los que vienen de la tribulación: han lavado y blanqueado sus mantos en la sangre del Cordero»

2.   Salmo 24(23): «Este es el grupo que busca al Señor»

3.   1Juan 3, 1-3: «Qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios»

4.  San Mateo 5, 1-12: «Bienaventurados los pobres de espíritu»

Una «Cultura de santidad»

Hoy más que nunca el mundo necesita una «cultura de santidad». El Concilio, subrayando la vocación universal a la santidad, dijo palabras en cierto modo nuevas. Dijo que «todos los fieles, de cualquier estado o grado, están llamados a la plenitud de vida cristiana y a la perfección de la caridad». Se trata de una santidad luminosa y transparente, capaz de dejar intuir el rostro de Cristo en el que se refleja la gloria de Dios.

Si pensamos en la vida de los Santos que más conocemos, los vemos precisamente como nos los describe el Evangelio de hoy: pobres en espíritu, mansos, sedientos de justicia, misericordiosos, puros de corazón, perseguidos por causa del Evangelio, y precisamente por esto todos operadores de paz. Francisco, Catalina de Sena, Ambrosio, Carlos Borromeo, Vicente de Paúl, Teresa de Calcuta, Laura Montoya, Juan XXIII, Juan Pablo II, Pablo VI, Oscar Arnulfo Romero, Martín de Porres, Rosa de Lima, Carlo, Mariano Euse, ¿no hicieron acaso la historia del tiempo en el que vivieron? ¿Acaso no hicieron crecer a su alrededor el sentido y la búsqueda de la verdadera paz? ¿No renovaron en ellos al mundo con su caridad?

Los Santos son personas felices

Los Santos son personas felices, son personas que encontraron su verdadero centro, hombres que lograron la conversión del tener al ser y del ser al dar: por esto fueron y son felices. Al celebrar su fiesta se nos invita a participar, en la fe, de su experiencia de alegría. La santidad, esta única forma que tiene el mundo para vencer la tristeza, se nos presenta no como sueño inalcanzable, sino como la meta realística a la que se llama a toda persona por medio del Bautismo.

Un crítico contemporáneo, comentando una reedición de antiguas y famosas vidas de los Santos (entre ellas la de Antonio, de Ambrosio, de Agustín) dice que la primera cualidad que se señala en la vida de los santos es una forma de gran felicidad, de sereno y total abandono, de serena y total confianza en el designio que la vida, bajando de las manos de Dios, pone sobre los senderos y sobre los caminos del hombre.

La santidad es nuestra llamada, es una llamada que se refiere a cada uno de nosotros, como afirmó el Concilio Vaticano II: «Uno es el pueblo elegido de Dios, común es la dignidad de los miembros, común la gracia de los hijos, común la vocación a la perfección», es decir, la llamada de todos nosotros a la santidad.

Ser felices hoy

Encontramos tanta gente triste en nuestras calles, a pesar de los lujos y las comodidades, lo cual significa que la felicidad ha sido sustituida por el placer, el confort, la vida fácil, el enriquecimiento ilícito, la comodidad, el bienestar simplemente material. El Evangelio, en las bienaventuranzas, indica otro camino, no muy apetecible aparentemente, pero que es el único eficaz y verdadero. El evangelio dice exactamente lo contrario de lo que afirma la sociedad en la que vivimos. En la sociedad el pobre es considerado un infeliz, y es feliz quien posee dinero y puede gastar a su antojo. En nuestra sociedad es feliz quien tiene fama y poder. Los infelices son los pobres, aquéllos que lloran. En televisión, las telenovelas divulgan el mito de las personas felices y realizadas. Y sin darse cuenta, las telenovelas se convierten en patrones de vida para muchos de nosotros. Estas palabras de Jesús todavía tienen sentido en nuestra sociedad: «¡Bienaventurados los pobres!». Cuando te sientas rico, avaricioso, consumista, lee las bienaventuranzas.

Cuando te sientas orgulloso, vanidoso, engreído, lee las bienaventuranzas. -  Cuando te sientas hedonista, lee las Bienaventuranzas. - Cuando te sientas insolidario y satisfecho, lee las bienaventuranzas.- Cuando te sientas frío, duro y egoísta, lee las bienaventuranzas. - Cuando te sientas sucio y manchado, lee las bienaventuranzas.- Cuando te sientas violento y vengativo, lee las bienaventuranzas. - Cuando te sientas tirano y opresor, lee las bienaventuranzas. - Cuando te sientas tentado por todos los demonios del siglo, lee las bienaventuranzas. - Cuando te sientas débil, triste, deprimido, desesperado, lee las bienaventuranzas.

La alternativa que se nos presenta es optar entre dos caminos: -  o tratar de asegurar nuestra pequeña felicidad y sufrir lo menos posible, sin amar, sin tener misericordia, sin compartir con nadie, sin compasión de nadie... - - o amar, buscar la justicia, la reconciliación, estar cerca del que sufre y aceptar el sufrimiento que sea necesario, creyendo u optando por una felicidad más profunda.

En definitiva, la «bienaventuranza» es una sola: ¡el Reino!, es decir, ¡Dios!.

 

VIERNES 30 DE OCTUBRE

 

 
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Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Viernes XXX del tiempo ordinario

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Lc 14,1-6): Un sábado, Jesús fue a casa de uno de los jefes de los fariseos para comer, ellos le estaban observando. Había allí, delante de Él, un hombre hidrópico. Entonces preguntó Jesús a los legistas y a los fariseos: «¿Es lícito curar en sábado, o no?». Pero ellos se callaron. Entonces le tomó, le curó, y le despidió. Y a ellos les dijo: «¿A quién de vosotros se le cae un hijo o un buey a un pozo en día de sábado y no lo saca al momento?». Y no pudieron replicar a esto.

Comentario:Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)

«¿Es lícito curar en sábado, o no?»

Hoy fijamos nuestra atención en la punzante pregunta que Jesús hace a los fariseos: «¿Es lícito curar en sábado, o no?» (Lc 14,3), y en la significativa anotación que hace san Lucas: «Pero ellos se callaron» (Lc 14,4).

Son muchos los episodios evangélicos en los que el Señor echa en cara a los fariseos su hipocresía. Es notable el empeño de Dios en dejarnos claro hasta qué punto le desagrada ese pecado —la falsa apariencia, el engaño vanidoso—, que se sitúa en las antípodas de aquel elogio de Cristo a Natanael: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño» (Jn 1,47). Dios ama la sencillez de corazón, la ingenuidad de espíritu y, por el contrario, rechaza enérgicamente el enmarañamiento, la mirada turbia, el ánimo doble, la hipocresía.

Lo significativo de la pregunta del Señor y de la respuesta silenciosa de los fariseos es la mala conciencia que éstos, en el fondo, tenían. Delante yacía un enfermo que buscaba ser curado por Jesús. El cumplimiento de la Ley judaica —mera atención a la letra con menosprecio del espíritu— y la fatua presunción de su conducta intachable, les lleva a escandalizarse ante la actitud de Cristo que, llevado por su corazón misericordioso, no se deja atar por el formalismo de una ley, y quiere devolver la salud al que carecía de ella.

Los fariseos se dan cuenta de que su conducta hipócrita no es justificable y, por eso, callan. En este pasaje resplandece una clara lección: la necesidad de entender que la santidad es seguimiento de Cristo —hasta el enamoramiento pleno— y no frío cumplimiento legal de unos preceptos. Los mandamientos son santos porque proceden directamente de la Sabiduría infinita de Dios, pero es posible vivirlos de una manera legalista y vacía, y entonces se da la incongruencia —auténtico sarcasmo— de pretender seguir a Dios para terminar yendo detrás de nosotros mismos.

Dejemos que la encantadora sencillez de la Virgen María se imponga en nuestras vidas.

jueves, 29 de octubre de 2020

JUEVES 29 DE OCTUBRE

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Jueves XXX del tiempo ordinario

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Lc 13,31-35): En aquel tiempo, algunos fariseos se acercaron a Jesús y le dijeron: «Sal y vete de aquí, porque Herodes quiere matarte». Y Él les dijo: «Id a decir a ese zorro: ‘Yo expulso demonios y llevo a cabo curaciones hoy y mañana, y al tercer día soy consumado. Pero conviene que hoy y mañana y pasado siga adelante, porque no cabe que un profeta perezca fuera de Jerusalén’.

»¡Jerusalén, Jerusalén!, la que mata a los profetas y apedrea a los que le son enviados. ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina su nidada bajo las alas, y no habéis querido! Pues bien, se os va a dejar vuestra casa. Os digo que no me volveréis a ver hasta que llegue el día en que digáis: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!».

Comentario:Rev. D. Àngel Eugeni PÉREZ i Sánchez (Barcelona, España)

«¡Jerusalén, Jerusalén! (...) ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos (...) y no habéis querido!»

Hoy podemos admirar la firmeza de Jesús en el cumplimiento de la misión que le ha encomendado el Padre del cielo. Él no se va a detener por nada: «Yo expulso demonios y llevo a cabo curaciones hoy y mañana» (Lc 13,32). Con esta actitud, el Señor marcó la pauta de conducta que a lo largo de los siglos seguirían los mensajeros del Evangelio ante las persecuciones: no doblegarse ante el poder temporal. San Agustín dice que, en tiempo de persecuciones, los pastores no deben abandonar a los fieles: ni a los que sufrirán el martirio ni a los que sobrevivirán, como el Buen Pastor, que al ver venir al lobo, no abandona el rebaño, sino que lo defiende. Pero visto el fervor con que todos los pastores de la Iglesia se disponían a derramar su sangre, indica que lo mejor será echar a suertes quiénes de los clérigos se entregarán al martirio y quiénes se pondrán a salvo para luego cuidarse de los supervivientes.

En nuestra época, con desgraciada frecuencia, nos llegan noticias de persecuciones religiosas, violencias tribales o revueltas étnicas en países del Tercer Mundo. Las embajadas occidentales aconsejan a sus conciudadanos que abandonen la región y repatríen su personal. Los únicos que permanecen son los misioneros y las organizaciones de voluntarios, porque les parecería una traición abandonar a los “suyos” en momentos difíciles.

«¡Jerusalén, Jerusalén!, la que mata a los profetas y apedrea a los que le son enviados. ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina su nidada bajo las alas, y no habéis querido! Pues bien, se os va a dejar vuestra casa» (Lc 13,34-35). Este lamento del Señor produce en nosotros, los cristianos del siglo XXI, una tristeza especial, debida al sangrante conflicto entre judíos y palestinos. Para nosotros, esa región del Próximo Oriente es la Tierra Santa, la tierra de Jesús y de María. Y el clamor por la paz en todos los países debe ser más intenso y sentido por la paz en Israel y Palestina. 

miércoles, 28 de octubre de 2020

MIERCOLES 28 DE OCTUBRE

 

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: 28 de Octubre: San Simón y san Judas, apóstoles

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Lc 6,12-19): En aquellos días, Jesús se fue al monte a orar, y se pasó la noche en oración con Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, y eligió doce de entre ellos, a los que llamó también apóstoles. A Simón, a quien llamó Pedro, y a su hermano Andrés; a Santiago y Juan, a Felipe y Bartolomé, a Mateo y Tomás, a Santiago de Alfeo y Simón, llamado Zelotes; a Judas de Santiago, y a Judas Iscariote, que llegó a ser un traidor.

Bajando con ellos se detuvo en un paraje llano; había una gran multitud de discípulos suyos y gran muchedumbre del pueblo, de toda Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón, que habían venido para oírle y ser curados de sus enfermedades. Y los que eran molestados por espíritus inmundos quedaban curados. Toda la gente procuraba tocarle, porque salía de Él una fuerza que sanaba a todos.

Comentario:+ Rev. D. Albert TAULÉ i Viñas (Barcelona, España)

«Jesús se fue al monte a orar»

Hoy contemplamos un día entero de la vida de Jesús. Una vida que tiene dos claras vertientes: la oración y la acción. Si la vida del cristiano ha de imitar la vida de Jesús, no podemos prescindir de ambas dimensiones. Todos los cristianos, incluso aquellos que se han consagrado a la vida contemplativa, hemos de dedicar unos momentos a la oración y otros a la acción, aunque varíe el tiempo que dediquemos a cada una. Hasta los monjes y las monjas de clausura dedican bastante tiempo de su jornada a un trabajo. Como contrapartida, los que somos más “seculares”, si deseamos imitar a Jesús, no deberíamos movernos en una acción desenfrenada sin ungirla con la oración. Nos enseña san Jerónimo: «Aunque el Apóstol nos mandó que oráramos siempre, (…) conviene que destinemos unas horas determinadas a este ejercicio».

¿Es que Jesús necesitaba de largos ratos de oración en solitario cuando todos dormían? Los teólogos estudian cuál era la psicología de Jesús hombre: hasta qué punto tenía acceso directo a la divinidad y hasta qué punto era «hombre semejante en todo a nosotros, menos en el pecado» (He 4,5). En la medida que lo consideremos más cercano, su “práctica” de oración será un ejemplo evidente para nosotros.

Asegurada ya la oración, sólo nos queda imitarlo en la acción. En el fragmento de hoy, lo vemos “organizando la Iglesia”, es decir, escogiendo a los que serán los futuros evangelizadores, llamados a continuar su misión en el mundo. «Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, y eligió doce de entre ellos, a los que llamó también apóstoles» (Lc 6,13). Después lo encontramos curando toda clase de enfermedad. «Toda la gente procuraba tocarle, porque salía de Él una fuerza que sanaba a todos» (Lc 6,19), nos dice el evangelista. Para que nuestra identificación con Él sea total, únicamente nos falta que también de nosotros salga una fuerza que sane a todos, lo cual sólo será posible si estamos injertados en Él, para que demos mucho fruto (cf. Jn 15,4).

martes, 27 de octubre de 2020

MARTES 27 DE OCTUBRE

 

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Martes XXX del tiempo Ordinario

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Lc 13,18-21): En aquel tiempo, Jesús decía: «¿A qué es semejante el Reino de Dios? ¿A qué lo compararé? Es semejante a un grano de mostaza, que tomó un hombre y lo puso en su jardín, y creció hasta hacerse árbol, y las aves del cielo anidaron en sus ramas». Dijo también: «¿A qué compararé el Reino de Dios? Es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo».

Comentario:+ Rev. D. Francisco Lucas MATEO Seco (Pamplona, Navarra, España)

«¿A qué es semejante el Reino de Dios?»

Hoy, los textos de la liturgia, mediante dos parábolas, ponen ante nuestros ojos una de las características propias del Reino de Dios: es algo que crece lentamente —como un grano de mostaza— pero que llega a hacerse grande hasta el punto de ofrecer cobijo a las aves del cielo. Así lo manifestaba Tertuliano: «¡Somos de ayer y lo llenamos todo!». Con esta parábola, Nuestro Señor exhorta a la paciencia, a la fortaleza y a la esperanza. Estas virtudes son particularmente necesarias a quienes se dedican a la propagación del Reino de Dios. Es necesario saber esperar a que la semilla sembrada, con la gracia de Dios y con la cooperación humana, vaya creciendo, ahondando sus raíces en la buena tierra y elevándose poco a poco hasta convertirse en árbol. Hace falta, en primer lugar, tener fe en la virtualidad —fecundidad— contenida en la semilla del Reino de Dios. Esa semilla es la Palabra; es también la Eucaristía, que se siembra en nosotros mediante la comunión. Nuestro Señor Jesucristo se comparó a sí mismo con el «grano de trigo [que cuando] cae en tierra y muere (...) da mucho fruto» (Jn 12,24).

El Reino de Dios, prosigue Nuestro Señor, es semejante «a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo» (Lc 13,21). También aquí se habla de la capacidad que tiene la levadura de hacer fermentar toda la masa. Así sucede con “el resto de Israel” de que se habla en el Antiguo Testamento: el “resto” habrá de salvar y fermentar a todo el pueblo. Siguiendo con la parábola, sólo es necesario que el fermento esté dentro de la masa, que llegue al pueblo, que sea como la sal capaz de preservar de la corrupción y de dar buen sabor a todo el alimento (cf. Mt 5,13). También es necesario dar tiempo para que la levadura realice su labor.

Parábolas que animan a la paciencia y la segura esperanza; parábolas que se refieren al Reino de Dios y a la Iglesia, y que se aplican también al crecimiento de este mismo Reino en cada uno de nosotros.

lunes, 26 de octubre de 2020

LUNES 26 DE OCTUBRE

 

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Lunes XXX del tiempo ordinario

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Lc 13,10-17): En aquel tiempo, estaba Jesús un sábado enseñando en una sinagoga, y había una mujer a la que un espíritu tenía enferma hacía dieciocho años; estaba encorvada, y no podía en modo alguno enderezarse. Al verla Jesús, la llamó y le dijo: «Mujer, quedas libre de tu enfermedad». Y le impuso las manos. Y al instante se enderezó, y glorificaba a Dios.

Pero el jefe de la sinagoga, indignado de que Jesús hubiese hecho una curación en sábado, decía a la gente: «Hay seis días en que se puede trabajar; venid, pues, esos días a curaros, y no en día de sábado». Le replicó el Señor: «¡Hipócritas! ¿No desatáis del pesebre todos vosotros en sábado a vuestro buey o vuestro asno para llevarlos a abrevar? Y a ésta, que es hija de Abraham, a la que ató Satanás hace ya dieciocho años, ¿no estaba bien desatarla de esta ligadura en día de sábado?». Y cuando decía estas cosas, sus adversarios quedaban confundidos, mientras que toda la gente se alegraba con las maravillas que hacía.

Comentario:Rev. D. Francesc JORDANA i Soler (Mirasol, Barcelona, España)

«Pero el jefe de la sinagoga, indignado de que Jesús hubiese hecho una curación en sábado...»

Hoy, vemos a Jesús realizar una acción que proclama su mesianismo. Y ante ella el jefe de la sinagoga se indigna e increpa a la gente para que no vengan a curarse en sábado: «Hay seis días en que se puede trabajar; venid, pues, esos días a curaros, y no en día de sábado» (Lc 13,14).

Me gustaría que nos centráramos en la actitud de este personaje. Siempre me ha sorprendido cómo, ante un milagro evidente, alguien sea capaz de cerrarse de tal modo que lo que ha visto no le afecta lo más mínimo. Es como si no hubiera visto lo que acaba de ocurrir y lo que ello significa. La razón está en la vivencia equivocada de las mediaciones que tenían muchos judíos en aquel tiempo. Por distintos motivos —antropológicos, culturales, designio divino— es inevitable que entre Dios y el hombre haya unas mediaciones. El problema es que algunos judíos hacen de la mediación un absoluto. De manera que la mediación no les pone en comunicación con Dios, sino que se quedan en la propia mediación. Olvidan el sentido último y se quedan en el medio. De este modo, Dios no puede comunicarles sus gracias, sus dones, su amor y, por lo tanto su experiencia religiosa no enriquecerá su vida.

Todo ello les conduce a una vivencia rigorista de la religión, a encerrar su dios en unos medios. Se hacen un dios a medida y no le dejan entrar en sus vidas. En su religiosidad creen que todo está solucionado si cumplen con unas normas. Se comprende así la reacción de Jesús: «¡Hipócritas! ¿No desatáis del pesebre todos vosotros en sábado a vuestro buey o vuestro asno para llevarlos a abrevar?» (Lc 13,15). Jesús descubre el sinsentido de esa equivocada vivencia del sabath.

Esta palabra de Dios nos debería ayudar a examinar nuestra vivencia religiosa y descubrir si realmente las mediaciones que utilizamos nos ponen en comunicación con Dios y con la vida. Sólo desde la correcta vivencia de las mediaciones podemos entender la frase de san Agustín: «Ama y haz lo que quieras».

viernes, 23 de octubre de 2020

DOMINGO 25 DE OCTUBRE

                   

La identidad cristiana: los dos amores

Acudimos alegres a la celebración de la Eucaristía en el «Día del Señor». El domingo es un día de descanso. Pero no sería el «día del Señor», si no nos reuniéramos para proclamar nuestra fe y para que, ofreciendo a Dios nuestra acción de gracias y nuestras súplicas, escuchemos su Palabra como Luz que nos vaya orientando en nuestra vida.

El mensaje de la liturgia de este domingo es de la esencia del cristianismo: el amor a Dios y el amor a los demás. Estos «dos amores» constituyen la identidad cristiana. Las lecturas que hoy vamos a proclamar ponen de relieve, con toda su fuerza, que el mandamiento principal para el creyente es «amar a Dios con todo el corazón, con todas las fuerzas; y al prójimo como a nosotros mismos».

A veces somos delicados, y hasta escrupulosos, en detalles pequeños o en aspectos secundarios de nuestra vida cristiana y olvidamos lo principal. Por eso pensemos, reflexivamente, lo que la Palabra de Dios nos expone hoy como base principal de nuestra condición de cristianos.

Desde el comienzo de la Eucaristía pensemos en nuestra actitud personal frente a este primero y principal de los mandamientos. Pedimos perdón a Dios, y a los hermanos, por las veces que hemos quebrantado el mandamiento del amor a Dios y al prójimo, como Jesús nos manda.

Lecturas:

1.   Éxodo 22, 20-26: «Si explotan a viudas y huérfanos, se encenderá mi ira contra ustedes»

2.   Salmo 18 (17): «Yo te amo, Señor, Tú eres mi fortaleza»

3.   1Tesalonisenses. 1, 5c-10: «Abandonaron los ídolos para servir a Dios y vivir aguardando la vuelta de su Hijo»

4.   San Mateo 22, 34-40: «Amarás al Señor tu Dios y a tu prójimo como a ti mismo»

El amor, la razón de todo

Todo empieza en la intimidad de Dios. Él decide comunicarse, compartir su vida y su felicidad. Por amor, no por necesidad alguna, crea los mundos. Ellos son fruto de su amor. Crea al hombre con el propósito inicial de que sea en ese mundo creado su imagen y semejanza. Lleva su amor hasta el extremo de entrar en el mundo del hombre, limitado y pobre, a través de la encarnación del Hijo. En ese momento, simplemente por amor, se la jugó toda por el hombre. La presencia de Jesús en ese momento allí en Jerusalén es la mejor prueba de la realidad del amor divino por el hombre.

Un solo amor en dos direcciones

Dios no quiere que tengamos dos amores distintos: uno para acercarnos a él, y otro, quizás más pequeño y mezquino, para llegarnos al prójimo. Cuando decimos que amamos a Dios, nuestro amor a El, encuentra en El a todos los hermanos y hermanas del mundo.

Todos están presentes en él y no podemos separarlos de él. Y Dios mismo ha querido sentirse amado por nosotros cuando amamos de veras al hermano. Así lo expresó Cristo al decirnos: Tuve hambre y me diste de comer. ¿Cuándo? Le pregunta el hombre, y Jesús le dice: Cuando lo hiciste con uno de esos hermanos míos insignificantes... Obras son amores, dice un refrán. Nuestro amor a Dios debe invadir la totalidad de nuestra vida, nuestro tiempo, nuestra actividad. En ese amor debemos encontrar también todos nuestros amores. Hacer que Dios, su querer y su voluntad, sea el centro de nuestra vida y nuestra preocupación. Lo hemos oído decir a nuestros mayores. Que sea lo que Dios quiera. Y no por mera resignación impotente sino como expresión de una adhesión amorosa a él. Dios quiere ocupar siempre el primer puesto en nuestro corazón. De ahí

deriva todo lo demás en nuestra vida.

Dios es el centro

Nos preguntamos al comienzo cuál es el punto central de nuestra fe y nuestra vida cristiana. Y decimos el mandamiento del amor. Pero no olvidemos que el verdadero punto central es Dios y el hombre en profunda relación. No existe de hecho el uno sin el otro.

Dios se ha querido comprometer con el hombre por generoso amor y por él ha hecho cosas grandes: la creación, la encarnación, la redención, el llamamiento a entrar para siempre en su misterio. Y el hombre no puede prescindir de Dios. Sin él su vida no alcanza

el verdadero sentido y la plena realización. Pero esa relación es de un intenso amor, amor de caridad que dice la Biblia. Y no es una relación de exclusividad entre Dios y el hombre como individuo. El hombre, todo hombre es inseparable de Dios. La pregunta que nos puede lanzar Dios al llegarnos a él es la que decía a Caín cuando mató a Abel: «Dónde está tu hermano». Hay tantas maneras de dar muerte al prójimo en el corazón: el desinterés, el olvido, la indiferencia, por ejemplo. Demos a nuestra presencia y acción en el mundo la inmensa dimensión del amor cristiano que es el amor de Dios actuante en nosotros.

Nuestro compromiso hoy

Y dejarnos amar del prójimo. Obramos quizás con un tanto de soberbia cuando ayudamos al prójimo, manifestándole protección y superioridad. Pero Jesús nos pide hacerlo silenciosamente y sin ostentación. Y cuando nos dejamos amar, mostramos que  también somos débiles y necesitados. Que abrimos la puerta para que el amor de Dios Padre nos visite a través de la preocupación y los detalles de nuestros hermanos. En la tarde de la vida seremos juzgados con la pregunta del amor. De la realidad de nuestro amor a Dios y nuestro amor al hermano. El Señor nos dé la gracia de ser aprobados. Empecemos desde hoy.

La justicia social

Es impresionante que se nos diga que los gritos de los pobres mal tratados suben hasta Dios mismo. Cuando humillamos a alguien, es a Dios mismo a quien humillamos. Lo que yo hago con ese forastero, o con este pobre del que me resulta fácil aprovecharme, lo estoy haciendo a Dios. Eso ya lo decía el AT, en este caso el libro del Éxodo. Pero nos lo ha dicho más concretamente todavía Jesús: «conmigo lo hicieron -o dejaron de hacerlo»-

Relación con la Eucaristía

Decimos que la Eucaristía de cada domingo es una celebración del amor de Dios y un alimento y exigencia de nuestro amor al prójimo. Procuremos que sea realmente así, para que toda nuestra vida esté más penetrada y guiada por el amor total a Dios, nuestro Padre, y por un eficaz amor al prójimo, nuestro hermano. Si fuere así, podemos estar contentos porque, como dice San Juan en su primera carta (3,14), «sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos»… El amor que celebramos, nos impulsa a cambiar nosotros y al cambio de nuestro mundo y de nuestra sociedad..

 

VIERNES 23 DE OCTUBRE

 

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Viernes XXIX del tiempo ordinario

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Lc 12,54-59): En aquel tiempo, Jesús decía a la gente: «Cuando veis una nube que se levanta en el occidente, al momento decís: ‘Va a llover’, y así sucede. Y cuando sopla el sur, decís: ‘Viene bochorno’, y así sucede. ¡Hipócritas! Sabéis explorar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no exploráis, pues, este tiempo? ¿Por qué no juzgáis por vosotros mismos lo que es justo? Cuando vayas con tu adversario al magistrado, procura en el camino arreglarte con él, no sea que te arrastre ante el juez, y el juez te entregue al alguacil y el alguacil te meta en la cárcel. Te digo que no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo».

Comentario:Rev. D. Frederic RÀFOLS i Vidal (Barcelona, España)

«¿Cómo no exploráis (...) este tiempo? ¿Por qué no juzgáis por vosotros mismos lo que es justo?»

Hoy, Jesús quiere que levantemos nuestra mirada hacia el cielo. Esta mañana, después de tres días de lluvia persistente, el cielo ha aparecido luminoso y claro en uno de los días más espléndidos de este otoño. Vamos entendiendo en el tema de cambios de tiempo, ya que ahora los meteorólogos son casi como de la familia. En cambio, nos cuesta más entender en qué tiempo estamos o vivimos: «Sabéis explorar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no exploráis, pues, este tiempo?» (Lc 12,56). Muchos de los que escuchaban a Jesús dejaron perder una ocasión única en la historia de toda la Humanidad. No vieron en Jesús al Hijo de Dios. No captaron el tiempo, la hora de la salvación.

El Concilio Vaticano II, en la Constitución Gaudium et Spes (n. 4), actualiza el Evangelio de hoy: «Pesa sobre la Iglesia el deber permanente de escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio (…). Es necesario, por tanto, conocer y comprender el mundo en que vivimos y sus esperanzas, sus aspiraciones, su modo de ser, frecuentemente dramático».

Cuando observamos la historia, no nos cuesta mucho señalar las ocasiones perdidas por la Iglesia por no haber descubierto el momento entonces vivido. Pero, Señor: ¿cuántas ocasiones no habremos perdido ahora por no descubrir los signos de los tiempos o, lo que es lo mismo, por no vivir e iluminar la problemática actual con la luz del Evangelio? «¿Por qué no juzgáis por vosotros mismos lo que es justo?» (Lc 12,57), nos vuelve a recordar hoy Jesús.

No vivimos en un mundo de maldad, aunque también haya bastante. Dios no ha abandonado su mundo. Como recordaba san Juan de la Cruz, habitamos en una tierra en la que anduvo el mismo Dios y que Él llenó de hermosura. La beata Teresa de Calcuta captó los signos de los tiempos, y el tiempo, nuestro tiempo, ha entendido a la beata Teresa de Calcuta. Que ella nos estimule. No dejemos de mirar hacia lo alto sin perder de vista la tierra.

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jueves, 22 de octubre de 2020

JUEVES 22 DE OCTUBRE

 

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Jueves XXIX del tiempo ordinario

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Lc 12,49-53): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división. En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra».

Comentario:+ Rev. D. Joan MARQUÉS i Suriñach (Vilamarí, Girona, España)

«He venido a prender fuego en el mundo»

Hoy, el Evangelio nos presenta a Jesús como una persona de grandes deseos: «He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!» (Lc 12,49). Jesús ya querría ver el mundo arder en caridad y virtud. ¡Ahí es nada! Tiene que pasar por la prueba de un bautismo, es decir, de la cruz, y ya querría haberla pasado. ¡Naturalmente! Jesús tiene planes, y tiene prisa por verlos realizados. Podríamos decir que es presa de una santa impaciencia. Nosotros también tenemos ideas y proyectos, y los querríamos ver realizados enseguida. El tiempo nos estorba. «¡Qué angustia hasta que se cumpla!» (Lc 12,50), dijo Jesús.

Es la tensión de la vida, la inquietud experimentada por las personas que tienen grandes proyectos. Por otra parte, quien no tenga deseos es un apocado, un muerto, un freno. Y, además, es un triste, un amargado que acostumbra a desahogarse criticando a los que trabajan. Son las personas con deseos las que se mueven y originan movimiento a su alrededor, las que avanzan y hacen avanzar.

¡Ten grandes deseos! ¡Apunta bien alto! Busca la perfección personal, la de tu familia, la de tu trabajo, la de tus obras, la de los encargos que te confíen. Los santos han aspirado a lo máximo. No se asustaron ante el esfuerzo y la tensión. Se movieron. ¡Muévete tú también! Recuerda las palabras de san Agustín: «Si dices basta, estás perdido. Añade siempre, camina siempre, avanza siempre; no te pares en el camino, no retrocedas, no te desvíes. Se para el que no avanza; retrocede el que vuelve a pensar en el punto de salida, se desvía el que apostata. Es mejor el cojo que anda por el camino que el que corre fuera del camino». Y añade: «Examínate y no te contentes con lo que eres si quieres llegar a lo que no eres. Porque en el instante que te complazcas contigo mismo, te habrás parado». ¿Te mueves o estás parado? Pide ayuda a la Santísima Virgen, Madre de Esperanza.

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miércoles, 21 de octubre de 2020

MIERCOLES 21 DE OCTUBRE

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Miércoles XXIX del tiempo ordinario

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Lc 12,39-48): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Entendedlo bien: si el dueño de casa supiese a qué hora iba a venir el ladrón, no dejaría que le horadasen su casa. También vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre».

Dijo Pedro: «Señor, ¿dices esta parábola para nosotros o para todos?». Respondió el Señor: «¿Quién es, pues, el administrador fiel y prudente a quien el señor pondrá al frente de su servidumbre para darles a su tiempo su ración conveniente? Dichoso aquel siervo a quien su señor, al llegar, encuentre haciéndolo así. De verdad os digo que le pondrá al frente de toda su hacienda. Pero si aquel siervo se dice en su corazón: ‘Mi señor tarda en venir’, y se pone a golpear a los criados y a las criadas, a comer y a beber y a emborracharse, vendrá el señor de aquel siervo el día que no espera y en el momento que no sabe, le separará y le señalará su suerte entre los infieles.

»Aquel siervo que, conociendo la voluntad de su señor, no ha preparado nada ni ha obrado conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes; el que no la conoce y hace cosas dignas de azotes, recibirá pocos; a quien se le dio mucho, se le reclamará mucho; y a quien se confió mucho, se le pedirá más».

Comentario:Rev. D. Josep Lluís SOCÍAS i Bruguera (Badalona, Barcelona, España)

«Estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre»

Hoy, con la lectura de este fragmento del Evangelio, podemos ver que cada persona es un administrador: cuando nacemos, se nos da a todos una herencia en los genes y unas capacidades para que nos realicemos en la vida. Descubrimos que estas potencialidades y la vida misma son un don de Dios, puesto que nosotros no hemos hecho nada para conseguirlas. Son un regalo personal, único e intransferible, y es lo que nos confiere nuestra personalidad. Son los “talentos” de los que nos habla el mismo Jesús (cf. Mt 25,15), las cualidades que debemos hacer crecer a lo largo de nuestra existencia.

«En el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre» (Lc 12,40), acaba diciendo Jesús en el primer párrafo. Nuestra esperanza está en la venida del Señor Jesús al final de los tiempos; pero ahora y aquí, también Jesús se hace presente en nuestra vida, en la sencillez y la complejidad de cada momento. Es hoy cuando, con la fuerza del Señor, podemos vivir su Reino. San Agustín nos lo recuerda con las palabras del Salmo 32,12: «Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor», para que podamos ser conscientes de ello, formando parte de esta nación.

«También vosotros estad preparados» (Lc 12,40), esta exhortación representa una llamada a la fidelidad, la cual nunca está subordinada al egoísmo. Tenemos la responsabilidad de saber “dar respuesta” a los bienes que hemos recibido junto con nuestra vida. «Conociendo la voluntad de su señor» (Lc 12,47), es lo que llamamos nuestra “conciencia”, y es lo que nos hace dignamente responsables de nuestros actos. La respuesta generosa por nuestra parte hacia la humanidad, hacia cada uno de los seres vivos, es algo justo y lleno de amor.

 

martes, 20 de octubre de 2020

MARTES 20 DE OCTUBRE

 
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Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Martes XXIX del tiempo ordinario

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Lc 12,35-38): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Estén ceñidos vuestros lomos y las lámparas encendidas, y sed como hombres que esperan a que su señor vuelva de la boda, para que, en cuanto llegue y llame, al instante le abran. Dichosos los siervos, que el señor al venir encuentre despiertos: yo os aseguro que se ceñirá, los hará ponerse a la mesa y, yendo de uno a otro, les servirá. Que venga en la segunda vigilia o en la tercera, si los encuentra así, ¡dichosos de ellos!».

Comentario:Rev. D. Miquel VENQUE i To (Barcelona, España)

«Sed como hombres que esperan a que su señor vuelva de la boda»

Hoy es preciso fijarse en estas palabras de Jesús: «Sed como hombres que esperan a que su señor vuelva de la boda, para que, en cuanto llegue y llame, al instante le abran» (Lc 12,36). ¡Qué alegría descubrir que, aunque sea pecador y pequeño, yo mismo abriré la puerta al Señor cuando venga! Sí, en el momento de la muerte seré yo quien abra la puerta o la cierre, nadie podrá hacerlo por mí. «Persuadámonos de que Dios nos pedirá cuentas no sólo de nuestras acciones y palabras, sino también de cómo hayamos usado el tiempo» (San Gregorio Nacianceno).

Estar en la puerta y con los ojos abiertos es un planteamiento clave y a mi alcance. No puedo distraerme. Estar distraído es olvidar el objetivo, querer ir al cielo, pero sin una voluntad operativa; es hacer pompas de jabón, sin un deseo comprometido y evaluable. Tener puesto el delantal significa estar en la cocina, preparado hasta el último detalle. Mi padre, que era agricultor, decía que no se puede sembrar si la tierra está "enfadada"; para hacer una buena siembra hay que pasearse por el campo y tocar las semillas con atención.

El cristiano no es un náufrago sin brújula, sino que sabe de dónde viene, a dónde va y cómo llegar; conoce el objetivo, los medios para ir y las dificultades. Tenerlo en cuenta nos ayudará a vigilar y a abrir la puerta cuando el Señor nos avise. La exhortación a la vigilancia y a la responsabilidad se repite con frecuencia en la predicación de Jesús por dos razones obvias: porque Jesús nos ama y nos “vela”; el que ama no se duerme. Y, porque el enemigo, el diablo, no para de tentarnos. El pensamiento del cielo y del infierno no podrá distraernos nunca de las obligaciones de la vida presente, pero es un pensamiento saludable y encarnado, y merece la felicitación del Señor: «Que venga en la segunda vigilia o en la tercera, si los encuentra así, ¡dichosos de ellos!» (Lc 12,38). Jesús, ayúdame a vivir atento y vigilante cada día, amándote siempre. 

lunes, 19 de octubre de 2020

LUNES 19 DE OCTUBRE

 

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Lunes XXIX del tiempo ordinario

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Lc 12,13-21): En aquel tiempo, uno de la gente le dijo: «Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo». Él le respondió: «¡Hombre! ¿quién me ha constituido juez o repartidor entre vosotros?». Y les dijo: «Mirad y guardaos de toda codicia, porque, aun en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes».

Les dijo una parábola: «Los campos de cierto hombre rico dieron mucho fruto; y pensaba entre sí, diciendo: ‘¿Qué haré, pues no tengo donde reunir mi cosecha?’. Y dijo: ‘Voy a hacer esto: Voy a demoler mis graneros, y edificaré otros más grandes y reuniré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea’. Pero Dios le dijo: ‘¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán?’. Así es el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece en orden a Dios».

Comentario:Fray Lluc TORCAL Monje del Monasterio de Sta. Mª de Poblet (Santa Maria de Poblet, Tarragona, España)

«La vida de uno no está asegurada por sus bienes»

Hoy, el Evangelio, si no nos tapamos los oídos y no cerramos los ojos, causará en nosotros una gran conmoción por su claridad: «Mirad y guardaos de toda codicia, porque, aun en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes» (Lc 12,15). ¿Qué es lo que asegura la vida del hombre?

Sabemos muy bien en qué está asegurada la vida de Jesús, porque Él mismo nos lo ha dicho: «El Padre tiene el poder de dar la vida, y ha dado al Hijo ese mismo poder» (Jn 5,26). Sabemos que la vida de Jesús no solamente procede del Padre, sino que consiste en hacer su voluntad, ya que éste es su alimento, y la voluntad del Padre equivale a realizar su gran obra de salvación entre los hombres, dando la vida por sus amigos, signo del más excelso amor. La vida de Jesús es, pues, una vida recibida totalmente del Padre y entregada totalmente al mismo Padre y, por amor al Padre, a los hombres. La vida humana, ¿podrá ser entonces suficiente en sí misma? ¿Podrá negarse que nuestra vida es un don, que la hemos recibido y que, solamente por eso, ya debemos dar gracias? «Que nadie crea que es dueño de su propia vida» (San Jerónimo).

Siguiendo esta lógica, sólo falta preguntarnos: ¿Qué sentido puede tener nuestra vida si se encierra en sí misma, si halla su agrado al decirse: «Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea» (Lc 12,19)? Si la vida de Jesús es un don recibido y entregado siempre en el amor, nuestra vida —que no podemos negar haber recibido— debe convertirse, siguiendo a la de Jesús, en una donación total a Dios y a los hermanos, porque «quien vive preocupado por su vida, la perderá» (Jn 12,25).

viernes, 16 de octubre de 2020

DOMINGO 18 DE OCTUBRE

         

“Lo que es de Dios”

 XXIX Domingo del Tiempo Ordinario.

Isaías 45, 1. 4-6: “El Señor tomó de la mano a Ciro para someter ante él a las naciones”

Salmo 95: “Cantemos la grandeza del Señor”

Tesalonicenses 1, 1-5: “Recordamos la fe, la esperanza y el amor de ustedes”

San Mateo 22, 15-21: “Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”

Pregunta embarazosa

Pocas frases son tan citadas y tan comentadas como la que nos ofrece en el pasaje de este día el evangelio de San Mateo, pero también pocas frases tan manipuladas y utilizadas para los propios intereses. En realidad, la respuesta de Jesús está condicionada por quiénes hacen la pregunta y también por sus intenciones. Desautoriza a quienes llegan con dobles intenciones y no van con el corazón limpio en busca de la verdad. Ellos que se están enriqueciendo con el tributo a un Templo hecho por Herodes y con dinero que lleva la imagen del César, pero también la sangre y el tributo de los sometidos, vienen ahora a poner preguntas sobre licitudes y conveniencias. La pregunta esperaría de Jesús una respuesta estilo zelota en contra del imperio Romano al que ya muchas veces había denunciado, o bien una respuesta a favor del imperio que lo desprestigiara frente al pueblo que está sufriendo. Pero las palabras de Jesús resultan contundentes: “Hipócritas, ¿por qué tratan de sorprenderme?”. La salida de Jesús los deja confundidos y expuestos. Jesús escapa de la trampa volviéndola contra sus adversarios. Quizás sea solamente eso, una respuesta sarcástica e inteligente que pone en evidencia a los que acumulan riquezas extorsionando a los pequeños y conviviendo en contubernio con quienes oprimen al pueblo. Pero también puede verse en esta respuesta un atisbo de la opción de Jesús de poner como único dueño y como único Señor a Dios.

Den al César

Más de una vez se ha usado esta frase para defender la total separación entre el ámbito político y el ámbito religioso o también se le ha utilizado como excusa para no afrontar los deberes ciudadanos frente al bien común. No se refería a esto Jesús de Nazaret cuando dijo esta famosa frase. Si un cristiano dice estas palabras en sentido disyuntivo y excluyente, no está usando la frase de Cristo en el sentido correcto y verdadero, porque todo cristiano tiene que cumplir al mismo tiempo con sus obligaciones políticas y con sus obligaciones religiosas, tanto se trate de la obligación de mandar como de la obligación de obedecer. Lo que Cristo condena con toda claridad es la manipulación de la religión a favor de un partido o gobierno, pero al mismo tiempo también denuncia al gobierno que impone y subyuga una religión. Muchas veces las situaciones de desigualdad y de privilegio necesitan una justificación ideológica y religiosa. Se utilizan argumentos religiosos y hasta divinos para sostener autoridades o privilegios que humanamente parecerían equivocados. Y la utilización de Dios contra la justicia es de las cosas que menos puede tolerar Jesús, quizás porque Él vivía exclusivamente de la experiencia de un Dios-Papá que es el único que hace al hombre justo. El discípulo de Jesús y la Iglesia pueden vivir en medio de dos tentaciones opuestas: la tentación teocrática o el repliegue espiritualista. Por eso han existido tantos césares que confunden su causa con la de Dios y representantes de Dios que ambicionan convertirse en césares. Por eso se han manipulado autoridades, pero también se han dejado correr injusticias en silencio e indiferencia como si al discípulo no se le exigiera velar por la justicia y la verdad. En su respuesta Jesús no pone a Dios y al César al mismo nivel. Afirma la primacía de Dios y, desde ahí, descubre a los fariseos y herodianos su hipocresía, mostrando la dimensión religioso-política del impuesto y las monedas que se usan. Desenmascara las verdaderas intenciones que se esconden detrás de velos religiosos. Con su respuesta, Jesús también nos descubre a nosotros si no estamos dando la verdadera primacía a Dios y, tras su imagen, nos dejamos subyugar por los bienes materiales, por el poder, por la fama.

Libertad del corazón

Devolver a Dios lo que es de Dios supone reconocer que sólo Él es el Señor, pero también supone devolverle el pueblo, la creación y su proyecto de justicia y fraternidad. Nadie queda excluido de la obligación de promover una verdadera justicia y nadie puede esconderse en la sacristía en los momentos de crisis donde urge la presencia, la valentía y el dinamismo de los discípulos. Pero tampoco nadie puede arrogarse la inteligencia y la bondad divina utilizando la religión para sus proyectos personales o partidistas. Si el ser humano es la imagen de Dios, éste es propiedad de Dios y con él no se puede jugar con otros intereses. Queda desautorizada cualquier pretensión de dominio absoluto sobre el pueblo, la tierra y la persona humana. Cristo pone en nuestras manos la verdadera decisión de saber utilizar todos los medios para la construcción del Reino, pero no para manipular los sentimientos religiosos. Con una verdadera libertad del corazón, en nuestra vida personal, en la familia y en la sociedad, siempre debemos buscar la primacía de Dios porque sólo a Él pertenece el dominio absoluto, pero debemos evitar todo uso o manipulación de Dios. El verdadero discípulo no puede permanecer indiferente ante la política como si la religión lo tranquilizara; todo lo contrario, se pondrá “Evangelio” y presencia de Dios en la vida social, económica y política. El Evangelio de este día nos recuerda que hay que escuchar siempre la palabra de Dios, por encima de cualquier otro interés, y que no se puede arrinconar a Dios al mundo de lo privado. No podemos convertirnos en esclavos de las cosas, del poder ni de la religión, sino en servidores del Dios vivo. ¿Cómo asumo mis responsabilidades civiles: busco el bien de la comunidad o mis propios intereses? ¿Actúo con indiferencia ante los problemas sociales y políticos, o participo responsablemente? ¿Qué lugar ocupa Dios en mi corazón y cómo lo manifiesto en mi relación con mis hermanos?

Señor Jesús que con tu vida y ejemplo nos has enseñado la primacía de la voluntad de tu Padre y la construcción del Reino, ayúdanos a tener libre el corazón para servirle con un corazón sincero y buscar cumplir en todo su voluntad. Amén.

 

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