“Locura de Amor”
XXVII Domingo del tiempo Ordinario
Isaías 5, 1-7: “La viña del Señor es la casa de Israel”
Salmo 79: “La viña del Señor es la casa de Israel”
Filipenses 4, 6-9: “Obren bien y el Dios de la paz estará con
ustedes”
Mateo 21, 33-43: “Arrendará el viñedo a otros viñadores”
Un amante loco
Hoy Isaías y San Lucas ponen ante nuestros ojos una de las grandes
imágenes de la Biblia: la vid. Pero muy unida a esta imagen está la realidad
del amor de Dios que se encarna en todas las realidades de la existencia humana
y que permea todas sus acciones. Es cierto, como dicen, que el canto de la viña
es una canción común en las culturas campesinas, donde se entonan sentidas
coplas entremezclando las tristezas y alegrías que produce el trabajo, y que es
difícil distinguir cuando dejan de hablar de la milpa o la viña para ponerse a
hablar de la mujer amada. Detrás del canto campesino no es difícil descubrir la
revelación de un amante que canta y cuenta su fracaso amoroso entremezclando
las íntimas demostraciones hasta confundir el lenguaje campirano con el usado
en las relaciones amorosas, y aun sexuales, entre esposo y esposa. ¿En qué
momento se convierte esta imagen en la historia del amor de Dios por Israel, el
pueblo que Él eligió? El mismo canto se plantea el fracaso del Señor con su
pueblo, pero se descubre sólo al final siendo realmente la intención del canto.
Los viñadores homicidas
Más dura y más grave se propone la parábola de los viñadores homicidas.
A la propuesta de un amor que supera las infidelidades, que obstinado se ofrece
una y otra vez buscando renovar los perdidos delirios del amor inicial, aparece
la dura realidad de rechazo, de creciente violencia hasta terminar en la
barbarie del asesinato del hijo y heredero único. ¿Será una exageración esta
narración tan violenta donde por una viña se golpea, se apedrea y se termina
por asesinar al heredero? Suena triste, pero nuestra realidad va mucho más
allá: se asesina por unos cuantos pesos, se mata por ambición de poder, y se
secuestra y se mutila simplemente porque se le antoja al malhechor o porque se
ha sentido ofendido por una mirada. Se ha perdido toda la dimensión de una
viña, de una vida, que nos ofrece Dios por amor y para el amor, y se ahogan
todos los esfuerzos. Se hace realidad el reclamo de amor del amante: “Esperaba
de ellos justicia, y hay iniquidad; honradez, y hay alaridos”. Nuestra patria
se llena de luto y de llanto por tantas injusticias de criminales y de
autoridades violentadas en una guerra sin sentido y sin fin, en un afán de
manifestación de poderes y de venganzas, y las pobres víctimas, silenciosas e
impotentes, permanecen en el anonimato y en el olvido. ¡Cómo se hace realidad
esta parábola tan trágica que nos narra el mismo Jesús!
Autoridades corruptas
En la parábola hay dos aspectos que no podemos dejar de lado: el primero
es que tiene una muy clara dedicatoria: “Jesús dijo a los sumos sacerdotes y
a los ancianos del pueblo”, está dirigida a los jefes y representantes
del pueblo, tanto de aquel tiempo como de éste, y presenta una clara acusación
contra los responsables que no han entregado frutos de justicia y rectitud.
Toda persona que ostente algún grado de autoridad también tendrá algún grado de
responsabilidad en esta situación tan deplorable. Mientras más grande sea la
autoridad, más grave la responsabilidad. No podremos actuar con indiferencia,
pasividad o temor pues está de por medio la justicia y la vida de los
desprotegidos. Basta ya de echar culpas a los otros, es tiempo de que cada
quien asuma con dignidad y valentía su papel, pues está de por medio no sólo la
seguridad personal, sino el riesgo de perder la viña amada del Señor, por la
que ha suspirado, por la que ha dado la vida. Quien asesina a una persona está
asesinando a un Cristo vivo, pero también quien debiendo proteger al indefenso
no lo hace, se convierte en cómplice de asesinato. Todos tenemos
responsabilidad en la triste y difícil situación que estamos afrontando y
también, desde Jesús, todos tenemos que aportar nuevas luces que nos lleven a
salir de estas oscuridades.
Un amante loco
El segundo aspecto será descubrir cómo la parábola encierra en si misma
un poema del amor esponsal maravilloso de Dios por su pueblo y por cada uno de
nosotros. Dios es el viñador y su pueblo la viña a la que canta sus coplas de
amor. Nos canta una historia de amor personal: Dios ama a su pueblo; Dios tiene
un amor personalizado para cada uno de nosotros, su viña. Dios se ha enamorado
de mí y toda mi vida es una historia de amor. Dios es el amante loco que
suspira por la respuesta amorosa de su amada. Hoy todos los acontecimientos me
hablan y, si estoy atento, me cantarán y me contarán una preciosa historia de
amor. Dios se ha dejado llevar por la locura de su amor hacia mí. La
naturaleza, el amanecer, la lluvia, los sonidos, una oscura noche, me traen en
su rumor algo que me suena y resuena en el corazón: “Dios me ama”. Si miro mi
propia vida, cada instante, cada rincón, me dirá cómo me ha cuidado y amado el
Señor. Aun en los momentos en que me sentí más solitario y abandonado, allí
estaba cobijándome con su amor, hasta enviar a su propio hijo, Palabra de Amor.
¿Cómo respondo yo a esta llamada de amor?
Un juicio irremediable
Finalmente salta a nuestra vista el impresionante final: la muerte del
Hijo, el reconocimiento de la piedra angular, y el juicio a las autoridades.
Todo nos lleva irremediablemente a una toma de conciencia y de responsabilidad
frente al proyecto del Padre. Tenemos que abrir los ojos, la mente y el
corazón, y comprometernos a defender y a luchar por la viña, la humanidad y
nuestra propia comunidad. Nuestra esperanza se basa en la seguridad que tenemos
de que Dios va haciendo su proyecto. Tenemos confianza en el Reino de Dios y en
las utopías. Creemos en el Evangelio, buena nueva, y estamos seguros de poder
construir una viña donde no haya gritos de dolor ni de miseria, donde se
encuentren frutos de justicia, de paz y reconciliación. El amor que Dios tiene
a su viña, el amor que Dios me tiene a mí personalmente, nos lanza a esta
aventura de cuidar y responsabilizarnos de la comunidad y del mundo que
habitamos. Es problema de todos, pero también es problema mío. ¿Qué frutos
estamos dando nosotros? ¿Cómo cuidamos del pueblo, la viña amada del Señor?
Padre Bueno, que nos concedes siempre más de lo que merecemos y
deseamos, que en tu locura de Amor envías a tu hijo en busca de buenos frutos,
perdona misericordiosamente nuestras ofensas y otórganos tu luz para
corresponder a tu amor con nuestro amor. Amén.
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