La identidad cristiana: los
dos amores
Acudimos alegres a la
celebración de la Eucaristía en el «Día del Señor». El domingo es un día de
descanso. Pero no sería el «día del Señor», si no nos reuniéramos para proclamar
nuestra fe y para que, ofreciendo a Dios nuestra acción de gracias y nuestras súplicas,
escuchemos su Palabra como Luz que nos vaya orientando en nuestra vida.
El mensaje de la liturgia de
este domingo es de la esencia del cristianismo: el amor a Dios y el amor a los
demás. Estos «dos amores» constituyen la identidad cristiana. Las lecturas que
hoy vamos a proclamar ponen de relieve, con toda su fuerza, que el mandamiento
principal para el creyente es «amar a Dios con todo el corazón, con todas las
fuerzas; y al prójimo como a nosotros mismos».
A veces somos delicados, y
hasta escrupulosos, en detalles pequeños o en aspectos secundarios de nuestra
vida cristiana y olvidamos lo principal. Por eso pensemos, reflexivamente, lo
que la Palabra de Dios nos expone hoy como base principal de nuestra condición
de cristianos.
Desde el comienzo de la Eucaristía
pensemos en nuestra actitud personal frente a este primero y principal de los
mandamientos. Pedimos perdón a Dios, y a los hermanos, por las veces que hemos
quebrantado el mandamiento del amor a Dios y al prójimo, como Jesús nos manda.
Lecturas:
1.
Éxodo 22, 20-26: «Si explotan a viudas y
huérfanos, se encenderá mi ira contra ustedes»
2.
Salmo 18 (17): «Yo te amo, Señor, Tú eres mi
fortaleza»
3.
1Tesalonisenses. 1, 5c-10: «Abandonaron los
ídolos para servir a Dios y vivir aguardando la vuelta de su Hijo»
4.
San Mateo 22, 34-40: «Amarás al Señor tu Dios y
a tu prójimo como a ti mismo»
El amor,
la razón de todo
Todo
empieza en la intimidad de Dios. Él decide comunicarse, compartir su vida y su felicidad.
Por amor, no por necesidad alguna, crea los mundos. Ellos son fruto de su amor.
Crea al hombre con el propósito inicial de que sea en ese mundo creado su
imagen y semejanza. Lleva su amor hasta el extremo de entrar en el mundo del
hombre, limitado y pobre, a través de la encarnación del Hijo. En ese momento,
simplemente por amor, se la jugó toda por el hombre. La presencia de Jesús en
ese momento allí en Jerusalén es la mejor prueba de la realidad del amor divino
por el hombre.
Un
solo amor en dos direcciones
Dios
no quiere que tengamos dos amores distintos: uno para acercarnos a él, y otro, quizás
más pequeño y mezquino, para llegarnos al prójimo. Cuando decimos que amamos a
Dios, nuestro amor a El, encuentra en El a todos los hermanos y hermanas del
mundo.
Todos
están presentes en él y no podemos separarlos de él. Y Dios mismo ha querido sentirse
amado por nosotros cuando amamos de veras al hermano. Así lo expresó Cristo al
decirnos: Tuve hambre y me diste de comer. ¿Cuándo? Le pregunta el hombre, y
Jesús le dice: Cuando lo hiciste con uno de esos hermanos míos
insignificantes... Obras son amores, dice un refrán. Nuestro amor a Dios debe
invadir la totalidad de nuestra vida, nuestro tiempo, nuestra actividad. En ese
amor debemos encontrar también todos nuestros amores. Hacer que Dios, su querer
y su voluntad, sea el centro de nuestra vida y nuestra preocupación. Lo hemos
oído decir a nuestros mayores. Que sea lo que Dios quiera. Y no por mera
resignación impotente sino como expresión de una adhesión amorosa a él. Dios
quiere ocupar siempre el primer puesto en nuestro corazón. De ahí
deriva
todo lo demás en nuestra vida.
Dios
es el centro
Nos
preguntamos al comienzo cuál es el punto central de nuestra fe y nuestra vida cristiana.
Y decimos el mandamiento del amor. Pero no olvidemos que el verdadero punto central
es Dios y el hombre en profunda relación. No existe de hecho el uno sin el
otro.
Dios
se ha querido comprometer con el hombre por generoso amor y por él ha hecho cosas
grandes: la creación, la encarnación, la redención, el llamamiento a entrar
para siempre en su misterio. Y el hombre no puede prescindir de Dios. Sin él su
vida no alcanza
el
verdadero sentido y la plena realización. Pero esa relación es de un intenso
amor, amor de caridad que dice la Biblia. Y no es una relación de exclusividad
entre Dios y el hombre como individuo. El hombre, todo hombre es inseparable de
Dios. La pregunta que nos puede lanzar Dios al llegarnos a él es la que decía a
Caín cuando mató a Abel: «Dónde está tu hermano». Hay tantas maneras de dar
muerte al prójimo en el corazón: el desinterés, el olvido, la indiferencia, por
ejemplo. Demos a nuestra presencia y acción en el mundo la inmensa dimensión
del amor cristiano que es el amor de Dios actuante en nosotros.
Nuestro
compromiso hoy
Y
dejarnos amar del prójimo. Obramos quizás con un tanto de soberbia cuando ayudamos
al prójimo, manifestándole protección y superioridad. Pero Jesús nos pide hacerlo
silenciosamente y sin ostentación. Y cuando nos dejamos amar, mostramos que también somos débiles y necesitados. Que
abrimos la puerta para que el amor de Dios Padre nos visite a través de la
preocupación y los detalles de nuestros hermanos. En la tarde de la vida
seremos juzgados con la pregunta del amor. De la realidad de nuestro amor a
Dios y nuestro amor al hermano. El Señor nos dé la gracia de ser aprobados. Empecemos
desde hoy.
La
justicia social
Es
impresionante que se nos diga que los gritos de los pobres mal tratados suben hasta
Dios mismo. Cuando humillamos a alguien, es a Dios mismo a quien humillamos. Lo
que yo hago con ese forastero, o con este pobre del que me resulta fácil
aprovecharme, lo estoy haciendo a Dios. Eso ya lo decía el AT, en este caso el
libro del Éxodo. Pero nos lo ha dicho más concretamente todavía Jesús: «conmigo
lo hicieron -o dejaron de hacerlo»-
Relación
con la Eucaristía
Decimos
que la Eucaristía de cada domingo es una celebración del amor de Dios y un alimento
y exigencia de nuestro amor al prójimo. Procuremos que sea realmente así, para que
toda nuestra vida esté más penetrada y guiada por el amor total a Dios, nuestro
Padre, y por un eficaz amor al prójimo, nuestro hermano. Si fuere así, podemos
estar contentos porque, como dice San Juan en su primera carta (3,14), «sabemos
que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos»… El amor
que celebramos, nos impulsa a cambiar nosotros y al cambio de nuestro mundo y
de nuestra sociedad..
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