Dios, fuente de perdón y
salvación
En nuestra peregrinación de 40
días hacia la Pascua, nos encontramos ya, en el cuarto tramo, en el cuarto
Domingo de Cuaresma. La Pascua, hacia la que caminamos, es la gran fiesta de
nuestra liberación. La Palabra de Dios nos invita a ser conscientes de nuestra
redención, a vivir alegres por ello y a ser portadores de esa alegría y esperanza
a los demás. Al mismo tiempo también se nos invita a evaluar nuestra situación
ante la realidad de la Semana Santa: ¿nos preparamos para vivirla
esperanzadamente, responsablemente?; ¿serán unos días como los del resto del
año? Cada uno de nosotros debe dar la respuesta que estime más sincera. Una vez
más, en este cuarto domingo de Cuaresma, pedimos al Señor que perdone nuestros
pecados: - Nadie puede negar los pasos formidables de progreso en los campos
científicos y técnicos. Pero nuestro progreso moral, lamentablemente, no corre
a la par que nuestro progreso científico. No podemos negar que con nuestro
progreso hemos cometido crímenes. Miles de víctimas inocentes nos acusan y no
sabemos a quién dirigir los ojos.
Todos nosotros, hombres y
mujeres, necesitamos ser perdonados. Pero ¿quién es capaz de reunir los gritos,
los sufrimientos, los dolores de todos los hombres aplastados y perdonarnos? Sentir
hambre y sed de salvación; ser conscientes de nuestra necesidad de perdón, es
la primera gracia de Dios. Levantemos los ojos y esperemos. Dios es perdón y salvación.
Lecturas:
2Cronicas 36, 14-16. 19-23:
«Quien de entre Uds. pertenezca a su Pueblo, sea su Dios con
él »
Salmo 137(136): «Que se me
pegue la lengua al paladar, si me olvido de ti, Jerusalén»
Efesios 2, 4-10: «Dios nos ha
creado en Cristo Jesús»
San Juan 3, 14-21: «Tanto amó
Dios al mundo que le entregó a su Hijo»
Lección de la historia de
Israel
Al leer, en el libro 2o. de
las Crónicas, los recuerdos de la Historia Sagrada en tiempo cuaresmal podemos
poner de relieve dos lecciones: a) La llamada que nos hace Dios al
arrepentimiento. Los castigos que Dios envía o permite a individuos y naciones
son invitaciones misericordiosas a conversión. La constante histórica de
Israel: pecado - castigo - conversión - perdón, deben ser también aviso para el
«Israel de Dios», es decir, para nosotros, la Iglesia de Jesucristo. b) Ciro,
por su gesto de libertador de Israel, es en boca de los Profetas «Tipo» y figura
del Mesías Libertador: «Así dice Yahvé a su Ungido («Mesías», en hebreo y «Cristo»,
en griego) Ciro, a quien he tomado de la diestra» «Es mi amigo; realizará mis planes: yo le he
llamado». Por tanto, para los Profetas que interpretan teológicamente la
Historia, Ciro, que libera a los judíos de la cautividad de Babilonia para que
retornen a la Tierra Prometida, es un logradísimo Tipo y prenuncio del Ungido,
el Mesías, que será el Libertador verdadero, pleno, definitivo.
El esquema de la alianza está
claro:
a) El Pueblo se olvida de Dios
y se aparta: es el pecado del pueblo b) La consecuencia es que el ese Pueblo
siente el castigo de Dios, que se aparte de ese Pueblo que no quiere acoger su
Alianza... c) El sufrimiento por el abandono suscita en el Pueblo el
arrepentimiento que lo lleva a clamar a Dios y solicitar su misericordia y su
perdón: el Pueblo se arrepiente y busca purificación - d) Dios se compadece y
envía un libertador... Dios muestra misericordia aún en el castigo, siempre y
cuando el Pueblo sepa aprovechar la
oportunidad brindada por Dios: la conversión...
Para nosotros hoy
Nos acercamos a la gran fiesta
de la Pascua, celebración de la muerte y la resurrección de Jesucristo, el Hijo
de Dios. Es el acontecimiento central de la historia del hombre. Acontecimiento
actual, vivo y dinámico en nuestro tiempo. No es la mera evocación de un hecho
que pasó hace más de dos mil años, que se perdió en el pasado, y que sólo con
nostalgia y admiración recordamos. Las lecturas de la Palabra de Dios que hemos
escuchado nos iluminan sobre la significación de ese acontecimiento.
Mirar al Crucificado
Tenemos alguien a quien
dirigir nuestras miradas. Una cruz, la cruz de Jesús, una la historia. En el
nuestra soledad y abandono han sido rotos. No es la cruz el signo de la venganza
de un Dios justo, sino el grito de un Dios amor que lo entrega todo, que se vacía
por amor a nosotros y esto carece de toda explicación. El signo de salvación,
del amor total ha aparecido en la Historia. Mirarlo con fe es nuestra
salvación. Unirse es comprometerse en el amor de la cruz. Si él nos amó, nosotros
debemos amar; si él dio la vida, nosotros debemos darla. Esto explica nuestro
miedo a mirar la cruz. Mirar es nuestra muerte y la luz del Señor nos hace daño
en nuestros ojos egoístas y negativos. - Abrirse a la fuerza de la cruz es
salvación; cerrarse es nuestra condena. No es Dios quien nos condena, somos
nosotros los que nos condenamos. Cerrar los ojos a la luz es condenarse.
¿A QUÉ NOS COMPROMETE la PALABRA?
Ya próximos a la celebración
de estos misterios hagamos una pausa en la vida y reflexionemos. Ojalá tengamos
la capacidad de asombro para contemplar este misterio. Sintámonos amados por
Dios el Padre hasta lo increíble al darnos a Jesucristo, su Hijo, al hacer que
entremos en su misterio y en él vivamos nuestra condición de hijos. Nuestra
vida puede cambiar y transformarse a impulso de ese amor divino. Amor que recibimos
y compartimos con todos aquellos que hacen parte de nuestra vida, sin distingos
ni fronteras. Es el llamado urgente que el Padre Dios nos hace en este final de
la cuaresma. Digámosle que sí con todo el corazón, Carecemos de fuerzas para
vivir la vida de Dios. Una y otra vez comenzamos el camino y nos cansamos. ¿No
será que tenemos demasiada fe y confianza en nosotros? Dios es quien salva y
perdona. Nuestra máxima exigencia es la fe, confiar en el Señor, el único que
es capaz de salvar. Pecar es desconfiar de Dios y apoyarnos en nosotros.
Creernos los únicos justos que pueblan
la tierra... juzgar duramente a nuestros hermanos... no necesitar de Dios. ¿Es
así nuestra vida? Pidamos perdón
Relación con la Eucaristía
Eucaristía es acción de
gracias. En ella se nos manifiesta diariamente que «tanto amó Dios al mundo que
nos dio a su propio Hijo». Descubramos en la Eucaristía la gratuidad del don de
Dios y encontremos en Él nuestra salvación.
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