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Emisora Vida Nueva

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Vida Nueva Cali - Reproductor

lunes, 31 de mayo de 2021

LUNES 31 DE MAYO

 

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: 31 de Mayo: La Visitación de la Virgen

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Lc 1,39-56): En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!».

Y dijo María: «Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como había anunciado a nuestros padres- en favor de Abraham y de su linaje por los siglos». María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa.

Comentario:+ Mons. F. Xavier CIURANETA i Aymí Obispo Emérito de Lleida (Lleida, España)

«Saltó de gozo el niño en mi seno»

Hoy contemplamos el hecho de la Visitación de la Virgen María a su prima Isabel. Tan pronto como le ha sido comunicado que ha sido escogida por Dios Padre para ser la Madre del Hijo de Dios y que su prima Isabel ha recibido también el don de la maternidad, marcha decididamente hacia la montaña para felicitar a su prima, para compartir con ella el gozo de haber sido agraciadas con el don de la maternidad y para servirla.

El saludo de la Madre de Dios provoca que el niño, que Isabel lleva en su seno, salte de entusiasmo dentro de las entrañas de su madre. La Madre de Dios, que lleva a Jesús en su seno, es causa de alegría. La maternidad es un don de Dios que genera alegría. Las familias se alegran cuando hay un anuncio de una nueva vida. El nacimiento de Cristo produce ciertamente «una gran alegría» (Lc 2,10).

A pesar de todo, hoy día, la maternidad no es valorada debidamente. Frecuentemente se le anteponen otros intereses superficiales, que son manifestación de comodidad y de egoísmo. Las posibles renuncias que comporta el amor paternal y maternal, asustan a muchos matrimonios que, quizá por los medios que han recibido de Dios, debieran ser más generosos y decir “sí” más responsablemente a nuevas vidas. Muchas familias dejan de ser “santuarios de la vida”. El Papa San Juan Pablo II constata que la anticoncepción y el aborto «tienen sus raíces en una mentalidad hedonista e irresponsable respecto a la sexualidad y presuponen un concepto egoísta de la libertad, que ve en la procreación un obstáculo al desarrollo de la propia personalidad».

Isabel, durante cinco meses, no salía de casa, y pensaba: «Esto es lo que ha hecho por mí el Señor» (Lc 1,25). Y María decía: «Engrandece mi alma al Señor (...) porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava» (Lc 1,46.48). La Virgen María e Isabel valoran y agradecen la obra de Dios en ellas: ¡la maternidad! Es necesario que los católicos reencuentren el significado de la vida como un don sagrado de Dios a los seres humanos.

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sábado, 29 de mayo de 2021

SABADO 29 DED MAYO

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Sábado 8 del tiempo ordinario

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Mc 11,27-33): En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos volvieron a Jerusalén y, mientras paseaba por el Templo, se le acercan los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos, y le decían: «¿Con qué autoridad haces esto?, o ¿quién te ha dado tal autoridad para hacerlo?». Jesús les dijo: «Os voy a preguntar una cosa. Respondedme y os diré con qué autoridad hago esto. El bautismo de Juan, ¿era del cielo o de los hombres? Respondedme».

Ellos discurrían entre sí: «Si decimos: ‘Del cielo’, dirá: ‘Entonces, ¿por qué no le creísteis?’. Pero, ¿vamos a decir: ‘De los hombres’?». Tenían miedo a la gente; pues todos tenían a Juan por un verdadero profeta. Responden, pues, a Jesús: «No sabemos». Jesús entonces les dice: «Tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto».

Comentario:Mn. Antoni BALLESTER i Díaz (Camarasa, Lleida, España)

«¿Con qué autoridad haces esto?»

Hoy, el Evangelio nos pide que pensemos con qué intención vamos a ver a Jesús. Hay quien va sin fe, sin reconocer su autoridad: por eso, «se le acercan los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos, y le decían: ‘¿Con qué autoridad haces esto?, o ¿quién te ha dado tal autoridad para hacerlo?’» (Mc 11,27-28).

Si no tratamos a Dios en la oración, no tendremos fe. Pero, como dice san Gregorio Magno, «cuando insistimos en la oración con toda vehemencia, Dios se detiene en nuestro corazón y recobramos la vista perdida». Si tenemos buena disposición, aunque estemos en un error, viendo que la otra persona tiene razón, acogeremos sus palabras. Si tenemos buena intención, aunque arrastremos el peso del pecado, cuando hagamos oración Dios nos hará comprender nuestra miseria, para que nos reconciliemos con Él, pidiendo perdón de todo corazón y por medio del sacramento de la penitencia.

La fe y la oración van juntas. Nos dice san Agustín que, «si la fe falta, la oración es inútil. Luego, cuando oremos, creamos y oremos para que no falte la fe. La fe produce la oración, y la oración produce a su vez la firmeza de la fe». Si tenemos buena intención, y acudimos a Jesús, descubriremos quién es y entenderemos su palabra, cuando nos pregunte: «El bautismo de Juan, ¿era del cielo o de los hombres?» (Mc 11,30). Por la fe, sabemos que era del cielo, y que su autoridad le viene de su Padre, que es Dios, y de Él mismo porque es la segunda Persona de la Santísima Trinidad.

Porque sabemos que Jesús es el único salvador del mundo, acudimos a su Madre que también es Madre nuestra, para que deseando acoger la palabra y la vida de Jesús, con buena intención y buena voluntad, tengamos la paz y la alegría de los hijos de Dios.

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viernes, 28 de mayo de 2021

DOMINGO 30 DE MAYO

Fiesta de la Santísima Trinidad

Misterio de comunión de vida

Miles de veces nos hemos santiguado diciendo En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Miles de veces hemos proclamado, quizás distraídamente: Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, en el misterio de Dios. La Iglesia, en su Liturgia, nos invita hoy a meditar sobre la significación del misterio del Dios Uno y Trino para nosotros y para el mundo en que vivimos. La Palabra de Dios nos invita a colocarnos frente al Misterio de Dios, para adorarlo, darle gracias y entregarnos a Él.

LECTURAS:

Deuteronomio. 4, 32-34.39-40: «¿Qué pueblo ha oído a Dios hablando desde el fuego, como tú lo has oído, y ha quedado vivo?»

Salmo 33(32): «¡Feliz la nación cuyo Dios es el Señor, el Pueblo que se eligió como heredad!»

Romanos 8, 14-17: «Si somos hijos, también herederos»

San Mateo 28, 16-20: «En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo»

Revelación exclusiva del Nuevo Testamento

Los hombres del Antiguo Testamento tuvieron un altísimo sentido de Dios, de su trascendencia, de su santidad y vivieron la experiencia de su acción. Pero no llegaron a conocer la revelación del misterio de la Trinidad: del Dios Padre, de Dios Hijo, del Dios Espíritu Santo en unidad total. En los textos bíblicos antiguos apenas hay asomos y vislumbres de esa divina realidad. Pero al venir la Encarnación el Misterio de Dios se fue descorriendo ante la mente humana. Cristo, con profundo amor de Hijo dentro de su realidad humana, nos habló de su Padre. Nos lo reveló como el Dios que lo envió con una misión salvadora. Nos habló de su amor infinito por nosotros más allá de toda comprensión. Nos reveló su misericordia y su providencia paternal con el hombre y con la creación. Nos dijo que terminada nuestra peregrinación por el mundo y el tiempo nos aguarda con amor de Padre en el interior de su misterio ). Nos habló de su Espíritu que había de darnos al ser glorificado. Este Espíritu sería para nosotros luz y vida, fuerza y consuelo, alegría y esperanza. Dios cercano Pero Dios se hace cercano, toma rostro de hombre y comparte nuestra vida. Es Jesucristo, hijo de Dios. No es un visitante pasajero. Se ha hecho compañero de nuestro caminar hacia el Padre. Nos ha llamado amigos. Es nuestro hermano y ha dado su vida por nosotros para abrirnos el camino de la experiencia de Dios. Está presente en su Iglesia que es su cuerpo. Somos rama de su tronco.

Si hacemos una lectura de lo que ha sido nuestra existencia tenemos que aceptar que ella transcurre bajo la mirada de este Padre lleno de afecto y ternura. Hijos, a veces libremente obedientes, en ocasiones tercamente díscolos es lo que necesariamente somos ante Dios, el Padre. Al llamarnos a la vida nos ha señalado una misión dentro de su proyecto salvador. Esa misión se confunde con nuestra existencia. Como hombres o mujeres, en cualquier oficio que desempeñemos en la vida, estamos cumpliendo, bien que mal, el papel que Dios nos ha señalado en la construcción del mundo. Vendrá la hora del encuentro personal con nuestro Padre Dios. Jesús nos lo ha dicho: En la casa de mi Padre hay lugar para todos... voy a prepararles ese lugar... regresaré y los llevaré conmigo... Será la fiesta eterna en el interior de Dios.

Nuestra vida cristiana es trinitaria. Del Padre venimos, por Jesucristo hemos sido hechos hijos de Dios Padre, hijos en el Hijo, decían los antiguos Padres de la Iglesia. Y vivimos en la atmósfera divina que crea en nosotros el Espíritu de Dios. Pero hacemos el camino inverso: En el Espíritu Santo, por el Hijo, Jesucristo, vamos irresistiblemente al Padre Dios, término definitivo de nuestra peregrinación por este mundo. Vivimos esta experiencia en Iglesia y ella debe tomar el modelo trinitario: Unidad total dentro de la necesaria diversidad. Todo lo que nos une, la fe, el amor y la esperanza nacen de la Trinidad y a ella conducen. Que la gracia de Jesucristo, el amor del Padre y la comunicación del Espíritu Santo estén siempre en nosotros y en nuestros hermanos.

Nuestro compromiso hoy:

Creer en la Trinidad es comprometernos a crear comunidad. En el mundo en que vivimos se siente el silencio de Dios. No se habla de él y de su presencia en la vida de los Pueblos y de las personas. Se lo quiere ignorar. De vez en cuando surgen algunos líderes que lo invocan comprometiendo su fe y no falta quien proteste en nombre de «la libertad del hombre». Incluso se hace propaganda en contra de su mismo ser y de su existir. Pero el mundo no puede prescindir de Dios. Sin él es inexplicable y se torna absurdo. La razón nos abre caminos para ir a su encuentro; la misma ciencia descorre velos donde se sientesu presencia creadora, pero sólo el amor nos hace caer adorantes en los brazos de Dios. Nuestra relación con él debe ser a cada una de las personas. Ir al Padre que es el término, por Jesucristo que es el camino que nos lo revela y nos conduce, movidos por el poder del Espíritu Santo. Así puede vivirse una espiritualidad plenamente trinitaria. Y, entonces, seremos capaces de superar tanta violencia, odios y desiguialdades que nos distancian y nos enfrentan. Como creyentes en la Trinidad, comprometámonos en la construcción de la fraternidad.

Relación con la Eucaristía

Toda la Celebración de la Eucaristía es trinitaria: - Iniciamos «en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo». El himno del Gloria es un canto a la Trinidad. La consagración se realiza bajo la acción del Padre que, por la efusión de su Espíritu, convierte el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, el Hijo (Epiclésis). En la doxología, al terminar la Anáfora, u «Oración Eucarística», le damos gloria al Padre, por el Hijo en la unidad del Espíritu santo. Y terminamos la Celebración Eucarística con «la bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo». Es decir, toda la Celebración Eucarística es eminentemente trinitaria.

 


VIERNES 28 DE MAYO

 

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Viernes 8 del tiempo ordinario

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Mc 11,11-25): En aquel tiempo, después de que la gente lo había aclamado, Jesús entró en Jerusalén, en el Templo. Y después de observar todo a su alrededor, siendo ya tarde, salió con los Doce para Betania.

Al día siguiente, saliendo ellos de Betania, sintió hambre. Y viendo de lejos una higuera con hojas, fue a ver si encontraba algo en ella; acercándose a ella, no encontró más que hojas; es que no era tiempo de higos. Entonces le dijo: «¡Que nunca jamás coma nadie fruto de ti!». Y sus discípulos oían esto.

Llegan a Jerusalén; y entrando en el Templo, comenzó a echar fuera a los que vendían y a los que compraban en el Templo; volcó las mesas de los cambistas y los puestos de los vendedores de palomas y no permitía que nadie transportase cosas por el Templo. Y les enseñaba, diciéndoles: «¿No está escrito: ‘Mi Casa será llamada Casa de oración para todas las gentes?’.¡Pero vosotros la tenéis hecha una cueva de bandidos!». Se enteraron de esto los sumos sacerdotes y los escribas y buscaban cómo podrían matarle; porque le tenían miedo, pues toda la gente estaba asombrada de su doctrina. Y al atardecer, salía fuera de la ciudad.

Al pasar muy de mañana, vieron la higuera, que estaba seca hasta la raíz. Pedro, recordándolo, le dice: «¡Rabbí, mira!, la higuera que maldijiste está seca». Jesús les respondió: «Tened fe en Dios. Yo os aseguro que quien diga a este monte: ‘Quítate y arrójate al mar’ y no vacile en su corazón sino que crea que va a suceder lo que dice, lo obtendrá. Por eso os digo: todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis. Y cuando os pongáis de pie para orar, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre, que está en los cielos, os perdone vuestras ofensas».

Comentario:Fra. Agustí BOADAS Llavat OFM (Barcelona, España)

«Todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido»

Hoy, fruto y petición son palabras clave en el Evangelio. El Señor se acerca a una higuera y no encuentra allí frutos: sólo hojarasca, y reacciona maldiciéndola. Según san Isidoro de Sevilla, “higo” y “fruto” tienen la misma raíz. Al día siguiente, sorprendidos, los Apóstoles le dicen: «¡Rabbí, mira!, la higuera que maldijiste está seca» (Mc 11,21). En respuesta, Jesucristo les habla de fe y de oración: «Tened fe en Dios» (Mc 11,22).

Hay gente que casi no reza, y, cuando lo hacen, es con vista a que Dios les resuelva un problema tan complicado que ya no ven en él solución. Y lo argumentan con las palabras de Jesús que acabamos de escuchar: «Todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis» (Mc 11,24). Tienen razón y es muy humano, comprensible y lícito que, ante los problemas que nos superan, confiemos en Dios, en alguna fuerza superior a nosotros.

Pero hay que añadir que toda oración es “inútil” («vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo»: Mt 6,8), en la medida en que no tiene una utilidad práctica directa, como —por ejemplo— encender una luz. No recibimos nada a cambio de rezar, porque todo lo que recibimos de Dios es gracia sobre gracia.

Por tanto, ¿no es necesario rezar? Al contrario: ya que ahora sabemos que no es sino gracia, es entonces cuando la oración tiene más valor: porque es “inútil” y es “gratuita”. Aun con todo, hay tres beneficios que nos da la oración de petición: paz interior (encontrar al amigo Jesús y confiar en Dios relaja); reflexionar sobre un problema, racionalizarlo, y saberlo plantear es ya tenerlo medio solucionado; y, en tercer lugar, nos ayuda a discernir entre aquello que es bueno y aquello que quizá por capricho queremos en nuestras intenciones de la oración. Entonces, a posteriori, entendemos con los ojos de la fe lo que dice Jesús: «Todo lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo» (Jn 14,13).

jueves, 27 de mayo de 2021

JUEVES 27 DE MAYO

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Jueves 8 del tiempo ordinario

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Mc 10,46-52): En aquel tiempo, cuando Jesús salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran muchedumbre, el hijo de Timeo (Bartimeo), un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino. Al enterarse de que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: «¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!». Muchos le increpaban para que se callara. Pero él gritaba mucho más: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!».

Jesús se detuvo y dijo: «Llamadle». Llaman al ciego, diciéndole: «¡Ánimo, levántate! Te llama». Y él, arrojando su manto, dio un brinco y vino donde Jesús. Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: «¿Qué quieres que te haga?». El ciego le dijo: «Rabbuní, ¡que vea!». Jesús le dijo: «Vete, tu fe te ha salvado». Y al instante, recobró la vista y le seguía por el camino.

Comentario:P. Ramón LOYOLA Paternina LC (Barcelona, España)

«¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!»

Hoy, Cristo nos sale al encuentro. Todos somos Bartimeo: ese invidente a cuya vera pasó Jesús y saltó gritando hasta que éste le hiciese caso. Quizás tengamos un nombre un poco más agraciado... pero nuestra humana flaqueza (moral) es semejante a la ceguera que sufría nuestro protagonista. Tampoco nosotros logramos ver que Cristo vive en nuestros hermanos y, así, los tratamos como los tratamos. Quizás no alcanzamos a ver en las injusticias sociales, en las estructuras de pecado, una llamada hiriente a nuestros ojos para un compromiso social. Tal vez no vislumbramos que «hay más alegría en dar que en recibir», que «nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos» (Jn 15,13). Vemos borroso lo que es nítido: que los espejismos del mundo conducen a la frustración, y que las paradojas del Evangelio, tras la dificultad, producen fruto, realización y vida. Somos verdaderamente débiles visuales, no por eufemismo sino en realidad: nuestra voluntad debilitada por el pecado ofusca la verdad en nuestra inteligencia y escogemos lo que no nos conviene.

Solución: gritarle, es decir, orar humildemente «Jesús, ten compasión de mí» (Mc 10,48). Y gritar más cuanto más te increpen, te desanimen o te desanimes: «Muchos le increpaban para que se callara. Pero él gritaba mucho más…» (Mc 10,48). Gritar que es también pedir: «Maestro, que vea» (cf. Mc 10,51). Solución: dar, como él, un brinco en la fe, creer más allá de nuestras certezas, fiarse de quien nos amó, nos creó, y vino a redimirnos y se quedó con nosotros, en la Eucaristía.

El Papa San Juan Pablo II nos lo decía con su vida: sus largas horas de meditación —tantas que su Secretario decía que oraba “demasiado”— nos dicen a las claras que «el que ora cambia la historia».

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miércoles, 26 de mayo de 2021

MIERCOLES 26 DE MAYO

 

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Miércoles 8 del tiempo ordinario

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Mc 10,32-45): En aquel tiempo, los discípulos iban de camino subiendo a Jerusalén, y Jesús marchaba delante de ellos; ellos estaban sorprendidos y los que le seguían tenían miedo. Tomó otra vez a los Doce y comenzó a decirles lo que le iba a suceder: «Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas; le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, y se burlarán de Él, le escupirán, le azotarán y le matarán, y a los tres días resucitará».

Se acercan a Él Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, y le dicen: «Maestro, queremos, nos concedas lo que te pidamos». Él les dijo: «¿Qué queréis que os conceda?». Ellos le respondieron: «Concédenos que nos sentemos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda». Jesús les dijo: «No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa que yo voy a beber, o ser bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado?». Ellos le dijeron: «Sí, podemos». Jesús les dijo: «La copa que yo voy a beber, sí la beberéis y también seréis bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado; pero, sentarse a mi derecha o a mi izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es para quienes está preparado».

Al oír esto los otros diez, empezaron a indignarse contra Santiago y Juan. Jesús, llamándoles, les dice: «Sabéis que los que son tenidos como jefes de las naciones, las dominan como señores absolutos y sus grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos, que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos».

Comentario:Rev. D. René PARADA Menéndez (San Salvador, El Salvador)

«Tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos»

Hoy, el Señor nos enseña cuál debe ser nuestra actitud ante la Cruz. El amor ardiente a la voluntad de su Padre, para consumar la salvación del género humano —de cada hombre y mujer— le mueve a ir deprisa hacia Jerusalén, donde «será entregado (…), le condenarán a muerte (…), le azotarán y le matarán» (cf. Mc 10,33-34). Aunque a veces no entendamos o, incluso, tengamos miedo ante el dolor, el sufrimiento o las contradicciones de cada jornada, procuremos unirnos —por amor a la voluntad salvífica de Dios— con el ofrecimiento de la cruz de cada día.

La práctica asidua de la oración y los sacramentos, especialmente el de la Confesión personal de los pecados y el de la Eucaristía, acrecentarán en nosotros el amor a Dios y a los demás por Dios de tal modo que seremos capaces de decir «Sí, podemos» (Mc 10,39), a pesar de nuestras miserias, miedos y pecados. Sí, podremos abrazar la cruz de cada día (cf. Lc 9,23) por amor, con una sonrisa; esa cruz que se manifiesta en lo ordinario y cotidiano: la fatiga en el trabajo, las normales dificultades en la vida familiar y en las relaciones sociales, etc.

Sólo si abrazamos la cruz de cada día, negando nuestros gustos para servir a los demás, conseguiremos identificarnos con Cristo, que vino «a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mc 10,45). San Juan Pablo II explicaba que «el servicio de Jesús llega a su plenitud con la muerte en Cruz, o sea, con el don total de sí mismo». Imitemos, pues, a Jesucristo, transformando constantemente nuestro amor a Él en actos de servicio a todas las personas: ricos o pobres, con mucha o poca cultura, jóvenes o ancianos, sin distinciones. Actos de servicio para acercarlos a Dios y liberarlos del pecado.

martes, 25 de mayo de 2021

MARTES 25 DE MAYO

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Martes 8 del tiempo ordinario

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Mc 10,28-31): En aquel tiempo, Pedro se puso a decir a Jesús: «Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido». Jesús dijo: «Yo os aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno: ahora en el presente, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, con persecuciones; y en el mundo venidero, vida eterna. Pero muchos primeros serán últimos y los últimos, primeros».

Comentario:Rev. D. Jordi SOTORRA i Garriga (Sabadell, Barcelona, España)

«Nadie que haya dejado casa (...) por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno (...) y en el mundo venidero, vida eterna»

Hoy, como aquel amo que iba cada mañana a la plaza a buscar trabajadores para su viña, el Señor busca discípulos, seguidores, amigos. Su llamada es universal. ¡Es una oferta fascinante! El Señor nos da confianza. Pero pone una condición para ser discípulos, condición que nos puede desanimar: hay que dejar «casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio» (Mc 10,29).

¿No hay contrapartida? ¿No habrá recompensa? ¿Esto aportará algún beneficio? Pedro, en nombre de los Apóstoles, recuerda al Maestro: «Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido» (Mc 10,28), como queriendo decir: ¿qué sacaremos de todo eso?

La promesa del Señor es generosa: «El ciento por uno: ahora en el presente (...) y en el mundo venidero, vida eterna» (Mc 10,30). Él no se deja ganar en generosidad. Pero añade: «Con persecuciones». Jesús es realista y no quiere engañar. Ser discípulo suyo, si lo somos de verdad, nos traerá dificultades, problemas. Pero Jesús considera las persecuciones y las dificultades como un premio, ya que nos ayudan a crecer, si las sabemos aceptar y vivir como una ocasión de ganar en madurez y en responsabilidad. Todo aquello que es motivo de sacrificio nos asemeja a Jesucristo que nos salva por su muerte en Cruz.

Siempre estamos a tiempo para revisar nuestra vida y acercarnos más a Jesucristo. Estos tiempos y todo tiempo nos permiten —por medio de la oración y de los sacramentos— averiguar si entre los discípulos que Él busca estamos nosotros, y veremos también cuál ha de ser nuestra respuesta a esta llamada. Al lado de respuestas radicales (como la de los Apóstoles) hay otras. Para muchos, dejar “casa, hermanos, hermanas, madre, padre...” significará dejar todo aquello que nos impida vivir en profundidad la amistad con Jesucristo y, como consecuencia, serle sus testigos ante el mundo. Y esto es urgente, ¿no te parece?

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lunes, 24 de mayo de 2021

LUNEES 24 DE MAYO

 

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Santa María, Madre de la Iglesia (Lunes después de Pentecostés)

Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Jn 19,25-27): Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo». Luego dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre». Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.

Comentario:Fr. Alexis MANIRAGABA (Ruhengeri, Ruanda)

«Aquí tienes a tu madre»

Hoy hacemos memoria de María, Madre de la Iglesia. En este sentido, contemplamos la maternidad espiritual de María en conexión con la Iglesia que es —en sí misma— Madre del Pueblo de Dios, pues «nadie puede tener a Dios por Padre si no tiene a la Iglesia por Madre» (San Cipriano). María es Madre del Hijo de Dios y a la vez Madre de aquellos que aman a su Hijo y los “bien-amados” de su Hijo, en conformidad con aquel «Mujer, aquí tienes a tu hijo; discípulo: Aquí tienes a tu madre» (Jn 19,26-27), tal como dijo Jesús. Entregando su cuerpo a los hombres y devolviendo su espíritu a su Padre, Jesucristo incluso dio su Madre a sus amigos.

Y el amor más grande es aquel con el que Jesús ama a la Iglesia (cf. Ef 5,25), a la que pertenecen sus amigos. Por lo tanto, los hijos adoptados por Dios no pueden tener a Jesús por hermano si no tienen a María como Madre porque, mientras María ama a su Hijo, ama a la Iglesia de la cual Ella es miembro eminente. Lo que no significa que María sea superior a la Iglesia, sino que Ella es «madre de los miembros de Cristo» (San Agustín).

El Concilio Vaticano II añade que María es «verdaderamente madre de los miembros de Cristo por haber cooperado con su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles, que son miembros de aquella Cabeza (Jesús)». Además, permaneciendo en medio de los Apóstoles en el Cenáculo (cf. Hch 1,14), María —Madre de la Iglesia— recuerda la presencia, el don y la acción del Espíritu Santo en la Iglesia misionera. Al implorar al Espíritu Santo en el corazón de la Iglesia, María ora con la Iglesia y ora por la Iglesia, porque «asunta ya en la gloria del cielo, acompaña y protege a la Iglesia con su amor maternal» (Prefacio de la misa “María, Madre de la Iglesia”).

María cuida a sus hijos. Podemos, pues, confiarle toda la vida de la Iglesia, como hizo el papa san Pablo VI: «¡Oh, Virgen María, augusta Madre de la Iglesia, te encomendamos toda la Iglesia y el concilio ecuménico!».

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viernes, 21 de mayo de 2021

DOMINGO 23 DE MAYO

 

Paz, alegría y comunión

Hemos celebrado la Pascua del Señor Jesucristo: su paso por nuestro mundo. Él ha regresado a su Padre pero antes de partir ha pedido a sus discípulos esperar en Jerusalén la venida del Espíritu Santo. Acompañados de María cumplieron la consigna del Señor. Hoy, en esta solemnidad llamada Pentecostés, la Iglesia, nosotros que la constituimos, nos regocijamos y recibimos como aquellos discípulos el don del Espíritu de Dios. Los textos de la Palabra de Dios que escuchamos en este Domingo nos dicen cuál es la actividad del Espíritu en la Iglesia y en el mundo a través de nosotros.

LECTURAS:

Hechos de los apóstoles 10, 1-11: «Se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en diversas lenguas”.

Salmo 104(103): «Envía tu Espíritu y renueva la faz de la tierra»

1Carta de Pablo a los Corintios 12, 3b-7.12-13: «Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu»

San Juan 20,19-23: «Como el padre me envió, así también los envío Yo»

La paz y el perdón

El Evangelio nos recuerda que la paz y el perdón son dones y efectos del Espíritu Santo. Son también una dimensión de la unidad y fraternidad en la Iglesia y en la sociedad. La paz proviene de una fraternidad sólida y bien establecida. La fraternidad proviene de la práctica de la justicia y la misericordia, que va más allá de la justicia. Cuando esta práctica es suficientemente estable, se arraigan la fraternidad y la verdadera paz.

Acentuemos, como lo hace el Evangelio, la importancia de la misericordia para edificar la fraternidad y la paz. La misericordia tiene que ver con el perdón y la reconciliación, muy aptamente expresado en el sacramento de la reconciliación-mencionado en el Evangelio- y en todo gesto y actitud humana que lleva a la reconciliación.

El Espíritu une y reconcilia

El perdón y la reconciliación son particularmente urgentes en nuestros días. Muy obviamente en nuestra sociedad, pero igualmente en familias y en la convivencia humana en todos los niveles. La pura justicia no es suficiente, pues la justicia responde el dar a cada uno lo suyo, pero no llega al perdón. Y en la sociedad ha habido tanta injusticia, violencia y odio, que sin reconciliación y perdón la paz y la fraternidad no pueden ser restauradas. Ese es también el caso en muchas familias y relaciones personales. - Estas son exigencias cristianas difíciles y a veces duras. Y cuando miramos la realidad humana, nos desanimamos. Una vez más, Pentecostés como la Fiesta del Espíritu creador de fraternidad y paz debería levantarnos el ánimo, y recordarnos que el perdón y la fraternidad son un don de Dios, antes que nada, y este don nos ha sido dado por el Espíritu Santo derramado en nuestros corazones.

La Iglesia animada por el Espíritu de Dios será el «instrumento» sacramental de salvación para el mundo: esto quiere decir que hace presente y visible la acción de Dios en la historia.

Dones para el bien común

Esta presencia del Espíritu en la Iglesia exige de los creyentes, de cada uno de nosotros, una conversión y una transformación que facilite en los cristianos y en la Comunidad el incesante quehacer santificador del Espíritu. Todo lo que en la Iglesia disgregue, separe y desuna, es un pecado contra el Espíritu; todo lo que mate la caridad entre los hermanos, lo que fomente la enemistad entre los hombres, es ahogar el Espíritu y condenar a ineficacia a la Iglesia.

Sólo quien deja en sí mismo y en la Comunidad eclesial amplios espacios de libertad para que el Espíritu actúe sin trabas, quien pone sus dones al servicio de la común utilidad y quien es capaz de agradecer a Dios los carismas de sus hermanos, aunque sean diferentes a los que él ha recibido, solo éste es el que ha comprendido el misterio de Pentecostés.

Bajo la acción del Espíritu

A partir del bautismo, y robustecidos luego en la confirmación, el Espíritu Santo nos habita. No nos damos cuenta quizás de su presencia, pero él está ahí. Cuando oramos él nos hace orar, cuando amamos cristianamente él nos hace amar, cuando nos llenamos de gozo y esperanza él está ahí, en lo íntimo de nosotros colmándonos de sus dones y sus frutos.

Cuando se nos enfría la fe y se nos oscurece la esperanza, cuando dejamos de amar y nos invade el desamor, cuando se nos hace tedioso orar es que nos hemos hecho reacios, infieles y duros a la acción del Espíritu. Pero él está ahí sin dejarnos, esperando la hora de nuestro regreso y nuestra apertura. En un mundo carente de amor y de solidaridad, sin unidad y conflictivo, pidamos al Espíritu que inunde con su amor que une y con su calor que reanima el corazón de todos hombres y mujeres de hoy. Sólo así será siempre Pentecostés, fiesta de gozo y de vida, de amor y de esperanza. - No nos es posible desempeñar la misión que como cristianos tenemos en el mundo sin la fuerza de Dios. Es misión divina en el contexto de la fragilidad humana. Por eso necesitamos la presencia viva de Dios en nuestro acontecer de cada día. Que Dios impregne con su luz y su poder todo lo que vivimos. Nada ocurre en la historia de la salvación sin la presencia activa del Espíritu Santo.

PENTECOSTES es:

- Confirmación de los Apóstoles en la FE: antes eran simpatizantes, cercanos, dispuestos a seguirlo, pero no eran verdaderamente “creyentes”. Por eso el hecho de la muerte acabó con su entusiasmo y los dispersó, los encerró en el miedo. Ahora, el Espíritu los hace «creyentes» y testigos.

- Nacimiento de la Iglesia: antes eran «grupo» pero no verdadera «comunidad», y se dispersaron a partir del hecho de la muerte de Jesús: unos se quedaron en Jerusalén, pero encerrados  y otros decidieron huir de Jerusalén. Ahora, el Espíritu los reúne, los congrega, por encima de las múltiples diferencias de raza, cultura, idioma, costumbres, y los convierte en «Comunidad».

- Comienzo de la Misión: antes estaban «encerrados», con miedo.... Ahora el Espíritu los saca del encerramiento y los envía al mundo a proclamar el Evangelio.

María en Pentecostés

María ora con la primera comunidad. Ella, maestra de oración, siempre dócil a la suave voz del Paráclito, enseña a los discípulos a esperar con confianza al Don que viene de lo alto: el Espíritu prometido por Jesús como fruto de su muerte y resurrección. Así como en la Encarnación el Espíritu había formado en su seno virginal el cuerpo físico de Cristo, así ahora, en el Cenáculo, el mismo Espíritu viene para animar su Cuerpo Místico. María ha tenido ya experiencia de la acción del Espíritu Santo, puesto que a su poder creador debe Ella su maternidad virginal. Pero «era oportuno que la primera efusión del Espíritu sobre Ella, que tuvo lugar con miras a su maternidad divina, fuera renovada y reforzada. En efecto, al pie de la cruz, María fue revestida con una nueva maternidad, con respecto a los discípulos de Jesús. Precisamente esta misión exigía un renovado don del Espíritu. Por consiguiente, la Virgen lo deseaba con vistas a la fecundidad de su maternidad espiritual“ (S. Juan Pablo)

Benedicto XVI ha señalado que «no hay Iglesia sin Pentecostés y no hay Pentecostés sin la Virgen María». Y es que María, por su profunda humildad y su amor virginal, se ha convertido en Esposa del Espíritu Santo. El Papa S. Juan Pablo II dijo que «la dimensión mariana de la Iglesia antecede a su dimensión petrina, aunque ambas sean complementarias».». Por su fe, esperanza y caridad, María es tipo de la Iglesia. Ella está tan vacía de sí misma y tan llena de amor a la voluntad de Dios, que el Espíritu Santo se complace en inundar continuamente su alma y escuchar sus ruegos por la Iglesia naciente. Pero esta experiencia de oración con María para invocar al Espíritu Santo no es algo que pertenezca al pasado. El Papa Benedicto afirma que «en cualquier lugar donde los cristianos se reúnen en oración con María, el Señor dona su Espíritu» (Benedicto XVI: Ibid.). Tengamos el coraje y la generosidad de renovar nuestra oración unidos a la siempre Virgen. Pidámosle a Ella que interceda por nosotros ante Jesús para que, como en las bodas de Caná, se dirija a su Hijo para decirle: «No tienen vino». Con su poderosa intercesión, Ella nos alcanzará un renovado Pentecostés para nuestras almas y para toda la Iglesia. Es necesario señalar el desarrollo doctrinal y la continuidad que existe entre el Evangelio de S. Lucas y los Hechos. Para S. Lucas la Iglesia naciente que se describe en Hch 1,14 es el cumplimiento de la historia de Israel. Todos los demás personajes que aparecen en la infancia de Jesús (Isabel, Zacarías, Juan Bautista, Simeón) han desaparecido, y sólo María permanece en la nueva comunidad. Ella, que viviendo en fidelidad a Jesús se convierte en prototipo del verdadero Israel, es ahora prototipo de la Iglesia naciente. La «Hija de Sión» aparece como el vínculo de unión entre el Nuevo y el Antiguo Testamento.

¿A QUÉ NOS COMPROMETE la PALABRA?

No sólo recordamos un hecho pasado y ya lejano sino que vivimos un acontecimiento actual. La Iglesia vive en ese hoy perpetuo. Siempre es Pentecostés. Abramos nuestro corazón, nuestros hogares y comunidades, la sociedad en que vivimos a esta venida del Espíritu de Jesús. La acción del Espíritu Santo en nosotros con frecuencia la entorpecemos con nuestros pecados personales y sociales. Si hoy no nos entendemos ni incluso los que hablamos el mismo idioma y hasta decimos profesar una misma fe en Cristo, ¿no será que estamos ahogando al Espíritu, resistiendo a su influjo vivificante y unidor, y que, al no dejarnos invadir por El, estamos creando en nuestro tiempo una Babel de locos? Pentecostés nos compromete a buscar caminos de entendimiento, a través del diálogo, desarmando los espíritus

Relación con la Eucaristía

Por la acción del Espíritu, que el Padre derrama sobre los dones de pan y vino que ofrecemos, se hace realidad el admirable intercambio eucarístico y la transformación admirable e inexplicable de esos pobres dones humanos en el Cuerpo y la Sangre del señor: «Te pedimos, Padre, que santifiques, por la efusión de tu Espíritu, estos dones, de manera que se conviertan para nosotros en el Cuerpo y la sangre de Jesucristo, Señor nuestro».

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