DAR LA VIDA POR LOS AMIGOS
6º Domingo de Pascua
Todavía estamos celebrando los
50 días de Pascua, días de gozo y paz porque hemos sido redimidos en Cristo
Jesús. Según vimos el Domingo pasado, la comunión vital del discípulo con Cristo,
para ser fecunda requiere la permanencia en Jesús. Vivir la Pascua es hacer la
experiencia de Cristo resucitado en nuestra vida diaria, en lo ordinario de
ella, y en los momentos intensos de encuentro con el Señor por medio de la oración
y los sacramentos. Es necesario que Cristo viva en nosotros su vida resucitada.
El no quiere ser un pasajero ni un transeúnte en nuestra vida. Quiere
permanecer en todos los que llevamos el nombre de cristianos. Nos lo repite con
insistencia.
Nos encontramos en el inicio
de los últimos quince días de la Cincuentena. Puede ser un buen momento para
revisar el cómo se ha mantenido pedagógicamente la unidad de este tiempo y, en cualquier
caso, para acentuar que estamos celebrando la Pascua como unidad festiva. Bueno
será tener en cuenta esto para evitar el hablar de una «preparación» para la fiesta
de Pentecostés, como si ésta fuera una fiesta aparte de la Cincuentena. Ello no
quita, sin embargo, que -como lo hacen los textos litúrgicos- se acentúe ahora
especialmente la referencia al Don del Espíritu Santo como culminación del
misterio pascual y de su celebración.
LECTURAS:
Hechos de los Apóstoles 10,
25-26.34.35.44-48: «Está claro que Dios no hace distinciones»
Salmo : «El Señor revela a las
naciones su justicia»
1carta de san Juan 4, 7-10:
«Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios»
San Juan 15, 9-17:
«Permanezcan en mi amor»
El rostro de Dios
Al contemplar esta Palabra de
Dios, que nos ha puesto frente al misterio del Amor, recordamos la anécdota que
se cuenta de la Madre Teresa de Calcuta, cuando cuidando con sumo cariño a un
moribundo que había sacado de un estercolero, éste le dijo: «Madre, yo no soy
creyente. Nunca lo he sido. Pero si Dios existe, debe tener su rostro».
Esto mismo es lo que nosotros
deberíamos intentar: que quien nos oyera hablar y nos viera actuar descubriera
en nosotros el rostro de Jesús, el signo de su amor. Pidámosle al Señor que
nosotros hagamos presente su rostro por el modo como practicamos el amor y
tratamos a cada uno con dignidad. A nuestro cristianismo le falta, con
frecuencia, la alegría de lo que se hace y se vive con amor. A nuestro
seguimiento a Jesucristo le falta el entusiasmo de la innovación, y le sobra la
tristeza de lo que se repite sin la convicción de estar reproduciendo lo que Jesús
quería de nosotros.
Ojalá las soluciones que
nuestro mundo busca para la convivencia, la solidaridad y la paz, para la lucha
contra toda injusticia y toda violencia, tengan como fundamento la gracia
pascual de la reconciliación y de la búsqueda incesante de construir el mundo nuevo
que nos trae Jesucristo resucitado.
La alegría de vivir
El que se adentre por el
camino de Jesús y se decida a seguir el estilo de su vida descubrirá que sólo
el amor hace que la vida merezca la pena ser vivida y que sólo desde el
verdadero amor es posible experimentar la gran alegría de vivir. Si cumplimos esta
norma de convivencia que nos ofrece Jesús, estaremos construyendo el mejor delos
mundos, que ningún programa político ni social podrá igualar.
El Señor Jesús manifiesta que
su obediencia al Padre y su permanencia en el amor del Padre por medio de esta
amorosa obediencia, son para Él la fuente de una alegría y gozo infinito. El
anhelo y deseo de que también sus discípulos experimenten ese mismo gozo lo
impulsa a revelarles la fuente de la felicidad humana, dónde hallarla y cómo
alcanzarla: la alegría en plenitud, la anhelada felicidad, la encuentra el ser humano
en la permanencia en el amor del Señor, por medio de la obediencia a Él. Lo que
es causa de plena alegría para el Hijo, es también causa de alegría suprema
para los discípulos, quienes por su adhesión y permanencia en el Hijo entran a
participar de aquella misma comunión de amor que el Hijo vive con el Padre y es
la fuente de su gozo pleno. El secreto del amor y de la paz en el mundo, de la
felicidad y la realización, del sentido total de la vida está en ese permanecer
en Cristo, sin límite de tiempo, recibiendo la gracia pascual de la vida
divina. Es lo que nos depara la Pascua. Ojalá las soluciones que nuestro mundo
busca para la convivencia, la solidaridad y la paz, para la lucha contra toda
injusticia y toda violencia, tengan como fundamento la gracia pascual de la
reconciliación y de la búsqueda incesante de construir el mundo nuevo que nos
trae Jesucristo resucitado.
Es necesario que Cristo viva
en nosotros su vida resucitada. El no quiere ser un pasajero ni un transeúnte
en nuestra vida. Quiere permanecer en todos los que llevamos el nombre de
cristianos. Nos lo repite con insistencia. ¿Cómo realizar este ideal de la
vida cristiana?
Contemplemos con San Basilio
Magno:
Un Padre de la Iglesia nos
ayuda a interiorizar el Evangelio, para orar y vivir la Palabra que hemos
escuchado y meditado:
«El amor de Dios no es algo
que pueda aprenderse con unas normas y preceptos. Así como nadie nos ha
enseñado a gozar de la luz, a amar la vida, a querer a nuestros padres y
educadores, así también, y con mayor razón, el amor de Dios no es algo que pueda
enseñarse, sino que desde que empieza a existir este ser vivo que llamamos hombre
es depositada en él una fuerza espiritual, a manera de semilla, que encierra en
sí misma la facultad y la tendencia al amor. Esta fuerza seminal es cultivada diligentemente
y nutrida sabiamente en la escuela de los divinos preceptos y así, con la ayuda
de Dios, llega a su perfección» (San Basilio Magno).
Relación con la Eucaristía
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