Curación del sordomudo
Jesús vuelve a dar al Pueblo
el don de la Palabra
Si el hecho de reunimos en
Asamblea para celebrar la Eucaristía supone un olvido de los problemas de la
vida, quiere decir que no hemos comprendido el sentido de lo que hacemos. El
cristiano no deja «fuera» la vida: viene a celebrar su vida. Y esta vida es Cristo.
Siempre que conmemoramos su muerte y resurrección, recordamos nuestra propia
salvación, los compromisos que con El hemos hecho para ser protagonistas de la liberación
del hombre. La tarea del cristiano es una tarea de salvación, de lucha por la
liberación de toda esclavitud humana. Nuestros propios egoísmos e injusticias
nos dicen que hay mucho camino por andar. La Palabra de hoy, domingo 23 del
tiempo ordinario. nos anima a «ser fuertes» y a confiar en el Señor Jesús que
«todo lo ha hecho bien».
LECTURAS:
Isaías 35, 4-7a: «Sean fuertes
y no teman»
Salmo 146(145): «Alaba, alma
mía, al Señor»
Santiago 2, 1-5: «No junten la
fe en nuestro Señor glorioso con la acepción de personas»
San Marcos 7, 31-37: «Todo lo
ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos»
Ser libres para amar...
Con frecuencia, nos hallamos
bajo el signo de la opresión. El miedo esclaviza los corazones. Las
enfermedades oprimen el cuerpo. Dios quiere liberar nuestro corazones angustiados,
pero debemos dejarnos sanar, debemos dejarnos liberar. Que no nos de miedo
caminar con la verdad... dejar de ser cómplices del mal con nuestro silencio...
y que actuemos siempre con libertad y responsabilidad. La realización práctica
del mensaje cristiano -y, por lo tanto, el crecimiento de la nueva vida-,
radica para Santiago en ponernos generosa y desinteresadamente al servicio de los
desheredados de la fortuna y, al mismo tiempo, en saber mantenernos protegidos contra
los falsos criterios del mundo.
Debemos, por tanto, revisar
nuestros intereses, nuestras intenciones, nuestro afán de protagonismo, de
favoritismos, de dinero fácil... Ajustar nuestros caminos a los caminos de
Dios, nuestros criterios a los criterios de Dios, si queremos ser realmente
liberados y libres.
Compromiso de liberación
El cristianismo «no parte de
cero». No tiene necesidad de inventarse el camino ni de copiar de otras
ideologías para luchar por la liberación. Dios nos ha dicho su voluntad y nos
ha precedido Cristo con su ejemplo. Lo mismo que Cristo, nuestra actuación en
el mundo debe ser liberadora de toda opresión, de toda injusticia entre los
hombres, por un compromiso real en la transformación del mundo que nos rodea. Cuando
los signos de nuestra fe sean los compromisos por la liberación de todo mal y egoísmo
humanos, entonces comprenderán los hombres de hoy nuestro lenguaje y nuestra
vida. El culto verdadero no puede compaginarse con la discriminación y la
humillación de los pobres, ni dentro ni fuera de la asamblea cristiana. Cuando
la vida social está establecida sobre una brutal diferencia de clases y reina
la injusticia, las manifestaciones cultuales de quienes sustentan esta
situación son una injusticia contra el evangelio de Cristo. - Cristo es el
centro de la liberación plena, porque ha vencido la raíz última de toda opresión:
el pecado. Sólo desde la fe pueden comprenderse sus signos y aceptar sus compromisos.
Un Dios comprometido
Para realizar eficazmente
nuestra total liberación, Dios mismo ha dado el paso definitivo con la
Encarnación. A partir de ella Dios no es un lejano espectador de la lucha del
hombre sino el Dios comprometido personalmente en esa lucha para construir un mundo
que soñamos, el que Dios quiere; para abrir espacios de esperanza inagotables. Nos
lo muestra el evangelio de san Marcos que se nos ha proclamado. Cristo, Hijo de
Dios presente en la realidad humana, que camina nuestros caminos, encuentra
sordos y mudos que llevan nombres propios. El mismo sale en su búsqueda y los
libera del todo: primero destapa los oìdos para hacernos recuperar la capacidad
de escucha y luego, nos desata la lengua para que podamos comunicarnos y
compartir.
Conciencia de nuestra
necesidad
Vivimos un mundo marcado por
la pobreza. Es una tragedia que se nos puede quedar en la fría presentación de
las estadísticas. Tenemos que empezar por mirar hacia el interior de nosotros
mismos. Si carecemos de compasión cristiana somos víctimas de una ceguera que
nos impide ver la realidad, estamos aquejados de una sordera que no nos deja
escuchar el clamor de los que padecen. Necesitamos el contacto con Cristo misericordioso,
que nos lleve aparte, que unja nuestra mirada, que hable a nuestro corazón, que
sane nuestra dureza.
Se siente, en el ambiente que
vivimos, el cuestionamiento no sólo de la misericordia de Dios eficaz sino
también de su misma existencia. Hay allí una ceguera que el contacto con la
realidad viva del misterio de Cristo debe sanar. Siguiéndolo debemos no solo
aceptar a Dios sino descubrir su amor de Padre bondadoso. Es partiendo de la conciencia
de nuestra necesidad como podemos descubrir el camino de Dios. La grandeza del
mundo nos interroga pero también la miseria humana nos debe servir de vía para
ir al encuentro de Dios. Jesucristo, Dios encarnado, nos señala el camino para ir
a ese encuentro.
Frente a la realidad que enfrentamos no podemos esperar que todo se arregle con intervenciones milagrosas de Dios. Daríamos una idea falsa de la fe. Dios quiere hijos que, usando de su libertad, busquen los caminos de solución de las miserias del mundo. Nos ha entregado un mundo que quiere sea la casa de todos sus hijos. Está lleno de posibilidades. Responsabilidad del hombre es usarlo para bien de todos. En ese mundo debemos tener igualmente una conciencia clara sobre la realidad humana. En las limitaciones que nos afectan hay también camino hacia Dios. Cristo, el Hijo de Dios, asumió nuestras realidades y les dio un valor salvador. Dios no lo dispensó de sentir el acoso de esas limitaciones e hizo de ellas un servicio redentor. Nos abrió el camino para que también nosotros vivamos esas mismas realidades con toda la significación que tienen para nosotros y para los demás.
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